sábado, 1 de diciembre de 2012

48. Somos un país de bienmandados

No sé qué pensarán ustedes, pero ¡¡hay que ver qué educados somos los españoles!! Tan educados y tan tranquilos que hasta se nos podría calificar de pasivos. Quiero decir, colectivamente. Desde luego que, cuando tenemos un problema individual, peleamos lo que haga falta hasta que lo resolvemos. Pero colectivamente, nos las tragamos cuadradas. A estas alturas de la extorsión, los griegos ya se estaban pegando por las calles y llevaban varios muertos.

No es mi intención dar ideas ni empujar a nadie a conductas violentas. Pero es que lo nuestro es una pasividad que ya huele. Somos una sociedad bastante desestructurada, aquí no hay el tejido asociativo ni la tradición participativa que tienen, por ejemplo los norteamericanos o los nórdicos. Sin ir más lejos, yo no voy ni a las reuniones de mi comunidad de propietarios. ¡Qué coñazo, con lo cómodo que es quedarse en casa leyendo un libro!

Y así nos va. Una muestra de esta pasividad es la teoría que les enuncio más abajo. Por supuesto, no pretendo que todo el mundo esté de acuerdo con ella. Me refiero a la reverencia que se le tiene en esta tierra al Presidente del Gobierno. De forma que, si lo hace medio bien, le renovamos su mandato en las siguientes elecciones. Sólo cuando lo hace rematadamente mal, cuando la caga de manera estrepitosa, le damos una patada en el culo. Esto sucede en una tierra en la que nadie se lee los programas electorales, qué coñazo también, pudiendo dedicar la tarde a ver un partido por la tele con unas cervezas y unos panchitos. 

En nuestras elecciones generales, se vota a favor o en contra del presidente. Las elecciones las gana el presidente, o las pierde el presidente. Nunca las gana el jefe de la oposición. Esta es mi tesis. Repasemos las elecciones celebradas desde que se terminaron los nombramientos digitales, y verán de qué les hablo.

Adolfo Suárez fue el último presidente nombrado a dedo, en 1976, por el Rey, en sustitución de Arias Navarro. Convocó entonces las primeras elecciones libres, en 1977, para buscar el refrendo de la hoja de ruta que nos proponía a los españoles. Ganó de calle. Todo el mundo estaba de acuerdo. En 1979, ya con la Constitución promulgada, vuelve a convocar elecciones, para ver si la gente quiere que siga al frente de la nave, y vuelve a ganar de calle: los ciudadanos entienden que lo está haciendo bien, que está cumpliendo lo prometido y lo votan.

En 1981, los poderes en la sombra y el lado oscuro del franquismo falsamente readaptado a la democracia, convocan ruido de sables (como suele decirse), mueven a los fontaneros de las cloacas políticas y descabalgan al primer presidente elegido y aún adorado por la mayoría de la ciudadanía, que no entiende nada de lo que está pasando. Suárez designa sucesor a Calvo-Sotelo y ya saben la historia: el 23-F, se intenta que el Congreso apruebe su nombramiento y entra Tejero en el hemiciclo dando tiros. Menos mal que el Rey se puso las pilas, que si no, estábamos apañados.

Desde el 23-F, la gente empieza a pensar que el nuevo presidente tiene mala suerte, que es un auténtico gafe, sensación que se acrecienta cuando le suceden otras calamidades, como el caso de envenenamiento masivo por aceite de colza. El paro está desbocado, el país recela de los militares golpistas y se nos mete a capón en la OTAN, con un referéndum un tanto sesgado. El tipo era además completamente inexpresivo, no se sabía qué pensaba, porque su rostro era inescrutable. Un chiste de la época: ¿en que se parecen España y Portugal? Pues en que, el presidente de Portugal se llama Pinto Balsemao, y el nuestro tiene pinta'embalsamao. 

Octubre de 1982, terceras elecciones generales. Calvo Sotelo pierde por goleada. Cierto que Felipe tenía un gancho extraordinario, pero ese año le votaron más de diez millones de españolitos, y les puedo asegurar que, por entonces, no había diez millones de socialistas en España. Lo que pasa es que la prioridad de la gente era quitarse de encima al gafe.

De las elecciones de 1986, 1989 y 1993, poco hay que decir. Felipe lo estaba haciendo genial, la gente lo idolatraba y seguía ganando de carrerilla. Cierto que el PP se iba acercando cada vez más y en 1993 el PSOE empezó a sentir su aliento en el cogote. ¿Por qué? Bueno, había una cierta hartura de que siempre ganara el mismo, qué aburrimiento. Y luego estaba el caso del GAL, que hizo mucho daño. Pero yo creo que los españoles lo hubieran entendido y, sólo con eso, el PP no se hubiera acercado nunca tanto. Lo que resultó definitivo, fueron los casos Roldán, Juan Guerra y otros similares, que permitieron a los atónitos ciudadanos constatar que muchos socialistas se estaban llevando el dinero a manos llenas.

Todo esto le saltó en la cara a Felipe en 1996. Las elecciones no las ganó Aznar, un caballerete poco conocido entonces, aunque el hecho de sobrevivir a un atentado le había dado cierta visibilidad añadida. Las elecciones las perdió Felipe. ¿Y qué pasó entonces? Esta es la parte que va a suscitar más controversia entre mis lectores, que ya sé de qué pie cojean, con escasas excepciones. Atención. En mi opinión, el señor Aznar lo hizo muy bien entre 1996 y 2000. Reforzó la economía, saneó las cuentas de la Seguridad Social, habló con ETA a pesar de que habían intentado volarlo por los aires poco antes (otra cosa es que las conversaciones no fructificaran) y algo que ya pocos recuerdan: suprimió la mili.

Desarrolló esa trayectoria con un talante moderado, tal vez forzado por la necesidad de gobernar con CiU, un partido que, hasta la llegada de Artur Menos, representaba a la derecha más civilizada de estas tierras. No soy yo el único que piensa que Aznar lo hizo bien en esos años. La sociedad se pronunció a su favor de forma mayoritaria en el año 2000. Aznar se vio premiado en estas elecciones con una mayoría absoluta que jamás había soñado. Y en ese preciso instante se le fue la olla. Se creyó que era un enviado de Dios (lo dice en sus memorias recién publicadas) y empezó a desbarrar.

Lo cuento en plan telegráfico: boda de su hija en El Escorial con Berlusconi, Blair y otros invitados, desastre del Prestige, decretazo fallido para abaratar el despido, accidente del Yak-42, reforma educativa rescatando la religión como asignatura obligatoria, Plan Hidrológico Nacional desatando una guerra entre comunidades, ridículo internacional absoluto en el conflicto de la Isla Perejil. Es difícil acumular tantos disparates en cuatro años. Y lo peor de todo: apoyo activo a la guerra de Irak, contra la opinión del 90% de la sociedad, incluyendo a la mayoría de sus propios votantes.

Lo único bueno de este segundo mandato: su decisión de no seguir. A pesar de las presiones de su partido, el tipo se mantuvo firme en su decisión y nos libró de su presencia durante los cuatro años siguientes que, por lógica progresión, habrían resultado esperpénticos. Ahora parece claro que eligió a Rajoy como sucesor, para poderlo manejar desde la sombra. Pero el designado perdió las elecciones y todo falló. Siguiendo mi teoría, las elecciones de 2004 las perdió Aznar. La sociedad española premió su mala deriva dándole una patada en el culo de Rajoy.

Desde el ala más recalcitrante del PP se sigue sosteniendo que las elecciones de 2004 se perdieron por el atentado del 11-M. No quieren admitir que perdieron precisamente por la mala gestión de la información de ese atentado. Un horror como ese, bien manejado, puede incluso provocar una marea de votos por simpatía, que vayan a caer del lado del partido que gobierna. Pero si ese partido se empecina en mentir, cuando ya todo el mundo sabe la verdad por Internet… pues pasa lo que pasó. A los ciudadanos no nos gustan los mentirosos.

No quiero extenderme más: Zapatero se encontró con el poder por casualidad, lo hizo bastante bien en su primer mandato, lo premiamos con una mayoría holgada en 2008 y entonces se vio arrasado por una crisis arrolladora para la que le faltaba talla y preparación. Y en las elecciones de 2011, los españoles lo premiamos con una patada en el culo de Rubalcaba. Porque yo no conozco a nadie que hace un año estuviera entusiasmado con la idea de que nos gobernara Rajoy. Y eso que aún no había empezado a “hacer lo que hay que hacer” sin darnos ninguna explicación. 

No me negarán que es una teoría bien argumentada. Otra cosa es que se la crean. Por si acaso, uno que yo me sé debería empezar a poner las barbas en remojo.


2 comentarios:

  1. Si señor; la historia de nuestra joven democracia muy bien planteada. Y respecto al último comentario, más le vale, porque si no se le va a quedar la carota en carne viva cuando reciba su justo merecido.

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    1. Supongo que quieres decir que se va a quedar sin barba en cualquier caso. Si no la va poniendo en remojo lo afeitaremos en seco. Gracias por tu aportación.

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