miércoles, 30 de noviembre de 2022

1.189. Tocayo Blues Old Man

Así me llaman en el bar Ricla como han podido comprobar y lo cierto es que vamos velliños de carallo, qué se le va a hacer. La verdad es que los grandes del blues van cumpliendo años, como todo hijo de vecino, pero siguen al pie del cañón. Por ejemplo, el gran John Mayall, que ayer cumplió 89 años. Allá por los 50/60 Mayall fundó los Bluesbreakers, de donde salieron Eric Clapton, Peter Green, Mick Taylor y otros muchos bluesmen británicos de fulgurantes carreras posteriores en solitario. Hace poco más de un año, Mayall anunció con gesto contrito que, por consejo de su familia, suspendía definitivamente sus giras por lugares que no fueran próximos a su casa en California, donde vive desde hace años. Vean una imagen reciente de este hombre, que ha dedicado su vida a promocionar jóvenes talentos (no hace mucho lo vimos en el blog acompañado por la guitarrista texana Carolyn Wonderland, que no es manca). 

Una declaración similar fue la que hizo hace tres años un no menos contrito Willy Nelson, el considerado por todos como rey del country, quien informó durante una entrevista que había tenido que dejar de fumar marihuana, después de 65 años de hacerlo continuadamente, porque su familia le había pedido insistentemente que lo dejara ya. Tenía en ese momento 86 años y, desde entonces continúa con sus conciertos y sus actividades anteriores. A finales de abril, Dios mediando, que decía mi padre, este venerable caballero cumplirá los 90. Como algunos se creen que me invento parte de lo que cuento, AQUÍ pueden comprobar la veracidad de lo que les he dicho. Vean también una imagen reciente de este señor, auténtica referencia en el mundo del country y muy querido por todos porque encima es una buena persona.

En los dos casos citados, ambos artistas han confesado tomar esas decisiones con harto dolor, pero siguiendo el consejo de sus hijos y demás familia. Es que una de las señales inequívocas de que uno ha llegado a la categoría de ilustre vejestorio es que las grandes decisiones ha de tomarlas después de consultar el tema con sus hijos, el que los tenga, que de pronto ya no son más unos niños, sino unos adultos con criterio bien fundamentado, incluso con más criterio que uno mismo, por mor de la desinhibición inherente a la propia vejez. Hace año y medio, recordarán cómo mis dos hijos me regañaron por haberme descolgado por la pared de mi terraza, cuando me dejé las llaves dentro de casa y no encontré mejor manera de acceder al interior, si bien también es cierto que luego presumieron con sus parejas y amigos de tener un padre tan loco.

En estos últimos años, yo les consulto a mis hijos cualquier paso que vaya a dar, tanto de tipo sentimental, como del día a día y sobre todo los que comportan algún gasto de dinero extraordinario. Valga como ejemplo el tema del coche. Como les he contado en detalle, yo tengo un acuerdo con la marca Toyota para renovar mi relación con ellos cada tres años. Ya estoy usando el tercer coche suyo con esa fórmula, si bien en este caso el tema se ha alargado hasta cuatro años, plazo que se cumple en el próximo mes de abril. En abril yo tendría que decidirme entre tres posibilidades, de acuerdo con mi contrato. UNO: decirles que ya no quiero más coches, porque estoy mayor, etc. En ese caso, vendrían a recogerme el coche y yo no les pagaría la deuda final que tendría con ellos (y en ese momento es cuando el asunto sería un buen negocio para mí). DOS: decirles que me quedo con mi coche actual, porque me gusta mucho. En tal caso renegociaríamos el contrato para ver cómo les pago esa deuda final.

Y TRES: decirles que quiero otro coche, del mismo modelo, pero con todas las novedades que se le hayan ido incorporando durante estos cuatro años. Hasta ahora, me había inclinado siempre por esta última posibilidad, que es la más cara, si bien merece la pena: te haces con un coche nuevo, te ahorras las ITV, y tienes otra serie de ventajas, además de múltiples rebajas del precio por cliente longevo y fiel a la marca. Pero esta vez dudaba. En abril yo tendré 72 años y para cuando tenga que volver a hablar con los de Toyota, nada menos que 76. ¿Me estaba sobreestimando al respecto, igual que lo hice cuando bajé por la pared de mi terraza? Posiblemente. Tenía, pues, que consultarlo con mis hijos. Y los dos me han dicho que, por supuesto, me agencie un coche nuevo, que es un dinero bien invertido. Por otro lado, tengo a ambos declarados como conductores, facilidad que usa especialmente Kike, que cuenta con mi coche para planear sus viajes. Lucas lo usa menos, pero ahí lo tiene también.

Y respecto a este tema del coche, tengo que contarles una de mis historietas, que revela que aún no se ha terminado mi racha de buena suerte, inaugurada cuando me pasaron a business en el vuelo a Bruselas (he comprado un montón de lotería, siguiendo el consejo de África, si bien tengo las mismas esperanzas de que me toque que cualquier otro año: ninguna). Como les conté, durante el viaje al Festival de Blues de Cazorla a mediados de julio, me dieron una hostia en el retrovisor izquierdo del coche y se astilló completamente el espejo. Por consejo de mi amigo Juan Castaño, el jefe del Supragamboa de Dr. Esquerdo donde negocio yo todos mis asuntos con la marca Toyota, acudí directamente al almacén que tienen en Carabanchel. Allí me dijeron que no tenían espejos como ese hasta finales de agosto. Por diferentes vericuetos que no voy a repetir, averigüé que Supragamboa no es la única red de concesionarios de Toyota en Madrid: también está Llorente.

Me acerqué a una tienda de Llorente, me confirmaron que tenían el espejo y me lo pusieron. Para ello me tuvieron que dar de alta como cliente suyo. Ante un comentario mío sobre que el mundo Llorente y el mundo Gamboa son como el aceite y el vinagre, me respondieron que para nada, que las relaciones entre ambos son excelentes, pero no pueden compartir la información sobre sus clientes por la Ley de Protección de Datos. Con mi flamante espejo repuesto, viajé a Jerez de la Frontera, con motivo del concierto de Sam que constituye una de las cumbres narrativas de este blog durante sus diez años de duración. No había vuelto a saber nada de este tema hasta hace un par de semanas. Una tarde me entró una llamada de número desconocido, que atendí convencido de que me querían vender algo y firmemente decidido a colgar inmediatamente, como hago siempre en estos casos.

Pero era un tipo que se identificó como ejecutivo de Toyota. Me dijo que, según sus datos, yo debía pasar enseguida una revisión en el coche. Primera noticia. ¿Y por qué? Pues, de acuerdo con nuestra información, por la fecha de matriculación. A continuación, me preguntó: ¿a qué taller lo suele llevar usted? Al de Dr. Esquerdo. ¡Ah! pero ese es de Supragamboa. Correcto. Es que yo le estoy llamando de Llorente, pero no se preocupe, porque yo le puedo pedir cita en el Supragamboa de Dr. Esquerdo. Así quedamos y me dio cita el 12 de diciembre. Me pareció todo un poco raro, pero pensé que, si necesitaba una revisión y me habían dado cita en mi taller habitual, no tenía nada de que recelar. Pero, miren ustedes por dónde, resulta que, con posterioridad, me surgió un compromiso relacionado también con octogenarios y sus cumpleaños, que no les puedo revelar todavía, pero por el cual el día 12 de diciembre no voy a estar en Madrid. Tenía que anular mi cita. Así que llamé a mi amigo Juan Castaño.

Me dijo varias cosas. UNO, que ellos podían anular perfectamente esta cita. DOS, que según sus informaciones no me tocaba todavía revisión, y menos cuando ya voy a dejar el coche en abril. Y TRES, que, si estaba decidido a cambiar de coche en dicha fecha (aspecto que le confirmé), tenía que empezar a moverlo ya, porque con los problemas en los suministros y la inflación, estaban tardando entre seis y ocho meses en darte el coche, en función del modelo, el color, etc. Para hablar de todo ello, me sugería que fuera al concesionario a la mayor brevedad. Así que me he personado esta mañana. He confirmado que no necesito revisión y he hecho ya todos los papeleos de la compra. Así que, en abril o muy poco después, dispondré de un coche nuevo, que me van a empezar a fabricar ahora, porque el motivo real de los retrasos es que con la crisis del sector están empezando a fabricar coches sobre pedido y no como antes que iban generando un stock, seguros de que lo venderían todo.

Ya ven que este es un tema que se me ha resuelto a partir de una serie de casualidades, como siempre te pasa cuando estás en la ola buena del surf. Mi gestión de esta mañana se ha sumado al sinvivir, que continúa a todo trapo. Ayer martes, después del inglés me acerqué a mi antigua oficina, para tratar con mi jefa el tema de los de Brazzaville. Aproveché para saludar a un montón de colegas que me dijeron que me ven igual (a todos les contesto, que no, que estoy mucho mejor) y ya me quedé a comer en el bar de mis amigos. Esta tarde tendré clase de guitarra y mañana jueves iré al preestreno de la película Las Nadadoras, al que acudo invitado por la ONG ACNUR, de la que soy socio. Me ofrecían ir solo o acompañado y he optado por lo segundo, como siempre con una de mis amigas más guapas.

Y el viernes el bueno de Osi, el bluesman de Entrevías, da un segundo concierto de presentación de su disco, para los que se quedaron sin entrar el día de El Intruso. Esta vez es en el Rock Palace, en la calle Vara del Rey y pienso acudir y luego irme de sidras o de lo que sea, con Henry Guitar y el resto de la Brass Band de apoyo de Osi y los Osidados. Pero hemos empezado este post hablando de octogenarios y sus cumpleaños. Y he de revelarles un dato. El pasado 27 de noviembre, hace tres días, el gran Jimmy Hendrix hubiera cumplido 80 años, que manda carallo. No es así porque, como saben, murió a los 27 de una especie de sobredosis, en un hotel de Londres donde estaba hospedado con una chica que no era su novia, que le esperaba en los USA, lo que desencadenó que, a su muerte, ambas mujeres pelearan fieramente por su legado y, como se dice en Latinoamérica, se jalaran repetidamente del moño. Vean una foto de tan conspicuo personaje.

Jimmy es sin duda el más grande guitarrista de la historia, el renovador del blues y el tipo que abrió una senda por la que únicamente transitaron Stevie Ray Vaughan y contados más. Los británicos son muy mitómanos y han querido hacer un tributo a este caballero, en conmemoración del 80 cumpleaños que nunca pudo celebrar. Para ello han habilitado el techo del hotel donde falleció, para hacer un pequeño concierto in memoriam. El hotel pertenece ahora a la cadena Hard Rock Café, y el artista elegido para este homenaje, no podía ser otro que el gordo Christone Kingfish Ingram, que es el guardián de las esencias del blues más tradicional (Samantha Fish sigue su propio camino creativo hacia sonoridades más rockeras). El gran Kingfish está cada vez más gordo, pero su sensibilidad es pareja a su masa corporal y se decanta por una versión muy suave del clásico Red House, descartando otras estridencias por las que se hizo famoso su maestro. El Gordo se ha estudiado a fondo la esencia de Hendrix y la desarrolla con extremo esmero y sentimiento, como corresponde a semejante ocasión. 

El Gordo, junto con Ally Venable, representa a la ultimísima generación de artistas del blues, los que tienen ahora poco más de veinte años. Pero no cabe duda que la generación anterior, la de los treintañeros como Samantha Fish es la que más ha hecho por revitalizar este estilo de música. Tengo información fresca de Sam. Al parecer, se ha tomado el mes de Noviembre para preparar su nueva gira que empieza en unos días, y ha aprovechado para darle un mes sabático a sus músicos que, por ejemplo, Sarah Tomek la baterista, ha aprovechado para irse a New York de vacaciones con su marido y otros amigos, según hemos podido ver en sus redes. Samantha empieza su colaboración con Jesse Dayton, el chico malo del country, con un concierto el próximo 3 de diciembre. Para promocionar su gira, se han hecho una foto de homenaje a la película Grease, que pueden ver abajo.

Esta gira se alargará hasta mediados de enero, sin parar por las navidades, tal vez por eso ha descansado ahora, y aprovecharán su colaboración para grabar un disco en directo que saldrá el año que viene y del que anuncian dos temas anticipados en este diciembre, tal vez grabados en estos días, de los que sólo han adelantado que se trata de versiones de dos temas que no son propios. Luego, Sam continuará con más conciertos en colaboración con otros reputados artistas del blues, como Eric Johanson, Kenny Wayne Shepherd o Jeremiah Johnson.

A finales de febrero, la banda se va a Australia para una gira de ocho conciertos sucesivos. Después vuelven a Europa para cumplir con todos los conciertos que aplazaron en el otoño, especialmente sus fechas en Alemania, empezando por una actuación en el Melkweg de Ámsterdam el 15 de marzo (una fecha que me está empezando a resonar en la cabeza) y terminando por el concierto en el Bataclan de París el 31 de mayo, para el que ya saben que tengo entradas. Y, de vuelta a los USA, dos conciertos en junio con el gran Buddy Guy, con quien ya ha tocado otras veces. Y esto nos lleva de vuelta a los octogenarios del blues. Porque el señor Buddy Guy, con quien mi amigo Tangi Saout se hizo un selfie en un bar de Chicago este verano, es en realidad una de las pocas leyendas vivas del blues, junto con John Mayall.

Buddy Guy cumplirá el próximo mes de julio nada menos que 87 años y sigue en plena forma. Buddy está informado al detalle de qué artistas son los que en los próximos años portarán la antorcha del buen blues en directo. Y, como no podía ser de otra manera, le ha echado el ojo al Gordo (Sam fue quien lo descubrió cuando era casi un adolescente). A primeros de año, Buddy le invitó a subir al escenario para marcarse un blues entre ambos y este es el vídeo que les voy a dejar de propina. Buddy Guy con su proverbial camisa de topitos y El Gordo con su índice de masa corporal a tope, dos prodigios de sensibilidad. Observen como, casi al principio, Guy da una nota desafinada y se apresura a afinar sobre la marcha. Y, con 85 años que tenía entonces, se anima al final a cantar y lo hace con la finura de siempre. Sean buenos, que hay que coger energías para el coñazo navideño.

sábado, 26 de noviembre de 2022

1.188. Sobre lo urbano y lo rural

Una breve reseña de mi sinvivir, que continúa a buena velocidad de crucero. Tras mi post anterior, el miércoles pasado me tocaba correr, pero el día era de temporal, con frío, lluvia que ya duraba varios días y rachas de viento fuerte. Ante la perspectiva de salir a un Retiro encharcado, ventoso y con grandes masas de hojas caídas en el piso, me decidí por fin a franquear una barrera mental; la que me impedía correr por dentro de casa, desde que acuchillé y barnicé el suelo. Me daba como cargo de conciencia, con lo bonita que ha quedado la tarima, pero pensé que finalmente el suelo está para pisarlo, moví los muebles como solía hacer durante los encierros pandémicos y corrí los 50 minutos que acostumbraba, sin que el suelo parezca haberse inmutado mucho.

Por la tarde fui a mi clase de guitarra y el jueves cumplí con mi programa: inglés, yoga y comida en el Ricla, en donde me avisaron de que al día siguiente a mediodía, Ana, la madre de mis amigos Emilio y José Antonio iba a cocinar un arroz caldoso con bacalao y gambas para el que ya tenía todos los ingredientes. Quedé en que les avisaría por WhatsApp en caso de que me animara a acudir al olor del arrocete y directamente me fui a la estación de Atocha a coger el AVE a Ciudad Real. Cenamos en un bar de la ciudad donde nos acabamos reuniendo 16 comensales, más de los que estamos involucrados en el grupo viajero, porque ellos tienen una peña más amplia involucrada en una ONG de ayuda a África, y aprovecharon para vendernos lotería, regalarnos calendarios de pared del año que viene y publicitarnos sus demás actividades.

Fue una cena estupenda, pero no era el lugar más apropiado para hablar del viaje a Uganda. Sin embargo, sí que logramos un primer acercamiento. Alguien había estudiado cómo son las estaciones y las lluvias en el país y parece que la temporada de lluvias transcurre entre primeros de marzo y finales de junio. La idea de viajar allí en mayo, no parecía por tanto la más adecuada. Yo apunté que los gorilas resfriados no son muy agradables de visitar y finalmente el viaje, caso de que salga, queda aplazado a septiembre octubre. Para antes del verano existe la posibilidad de que algunos de nosotros hagamos un viaje en petit comité, pero de esto ya les hablaré si la cosa se confirma, que es mal asunto anunciar los temas antes de tiempo y ya han visto que yo no aprendo: quién me mandaba a mí hablar de Uganda, cuando ni siquiera sabíamos el pronóstico meteorológico.

El viernes, mis anfitriones me llevaron a la estación a coger el AVE de vuelta y llegué con tiempo de mandar el WhatsApp a mis colegas del Ricla para que contaran conmigo para el arroz. Tras descansar un poco en casa, eché a andar hacia el centro. Esto del arroz es un asunto que se cocina en función del número de comensales que confirmen que acudirán, porque ha de comerse recién sacado del cazuelo y no se puede dejar nada para mañana. Mi tocayo del bar me había reservado una mesa en la entrada, señalada con el cartelito que les muestro en la imagen de abajo. También le hice una foto a mi ración de arroz, que creo que es una de las cosas más ricas que he comido en este año ya a punto de terminar. Vean, vean.


Ese soy yo, el viejo bluesman tocayo. Pero ya ha salido el tema de que está el año a punto de terminar. Joder, qué año más lleno de historias he tenido; ya haré un inventario en los últimos posts del año, pero es increíble que estemos ya a las puertas de la Navidad. Como dice mi amiga Tantri, desde el brote de la pandemia, el tiempo pasa deprisa y despacio a la vez. Por cierto, tal como se veía en la foto con esta chica que publiqué en el blog, en Ámsterdam ya estaban instaladas las luces navideñas en las calles del centro. Se habían adelantado incluso al inefable alcalde de Vigo. En fin, que todavía queda un mes para las consabidas celebraciones, que siempre me resultan un coñazo, salvo por el hecho de que vienen mis hijos a casa, aunque incluso eso, como los acabo de ver, tiene este año menos trascendencia.

Bien, tras la deliciosa ingesta del arroz extraordinario de Ana, caminé a casa para una breve siesta y me fui luego al teatro, a ver Lectura fácil, una obra realmente singular, porque trata de cuatro chicas discapacitadas mentales o físicas en diferentes grados, que conviven en un piso tutelado de la Comunidad de Madrid y tienen un montón de problemas, entre ellas, con el vecindario y con las administraciones que las controlan. La obra está basada en la novela del mismo nombre de Cristina Morales, que fue premio nacional de literatura, si bien la novela transcurría en Barcelona. Y la adaptación al teatro la ha hecho Alberto Sanjuán, con la idea genial de que los intérpretes sean en su mayoría discapacitados reales. El resultado, que se desarrolla a lo largo de dos horas, es devastador. Es lo que puedo decirles. Si optan por ir a verla, asegúrense de estar bien anímicamente, en caso contrario pueden salir hechos polvo.

Hoy sábado, me tocaba correr de nuevo y, qué pronto se acostumbra uno a lo fácil, les confieso que he vuelto a correr dentro de casa. Hacía mucho frío fuera, pero esto no es excusa para no salir. Sí les digo que, desde mi última caída, me he vuelto un poquito más miedoso y el suelo del Retiro no está ahora mismo para muchas carreras. En este momento, un resbalón me podría resultar fatal. Como ya les anuncié, hoy a última hora tengo mi cita para el Christmas Drink y voy a ver si me da tiempo a concluir un texto presentable. Mañana tendré el domingo libre para descansar un poquito, si no me llama nadie con alguna tentación de última hora. Y hoy quiero dedicar el resto del post a lo urbano y lo rural, tal como reza el título.

Lo he dicho por activa y por pasiva: yo soy un hombre de ciudad, un tipo de asfalto, de respirar el aire de los tubos de escape, de usar el transporte público, de caminar por las aceras viendo escaparates y cruzándome con gente anónima como yo. Nunca me ha gustado el campo. Cuando, antes de tener a mis hijos, la panda en la que yo me desenvolvía se mostraba eufórica porque íbamos a salir de fin de semana, yo debía disimular mi fastidio. Recuerdo una chica que proclamaba alborozada: ꟷ¡¡Que nos vamos al campirri!! Y a mí ya me habían jodido. Eran años en que se estilaba ser muy hippy y medio místico, se consideraba que el ambiente urbano era una mistificación y que el campo era lo auténtico, el contacto con la madre Tierra. Para mí, el campo es un lugar donde me puedo perder con facilidad, donde paso frío o calor alternativamente, donde me atacan mosquitos y avispones de todas clases y donde me puedo torcer un tobillo por pisar el suelo irregular.

Entiéndanme. Yo disfruto de los paisajes bellos, de los lugares idílicos, del mar y la montaña. Pero lo que me gusta es ir a ver lo que tenga que ver y luego volverme a la ciudad a dormir. Para mí, el campo no es lo auténtico, sino el origen de todos nosotros, mientras que la ciudad es el gran logro de la Humanidad, el lugar en donde el ser humano desarrolla más sus capacidades y es finalmente más libre. Hombre, irse con una tienda de campaña aislada del mundo de vez en cuando es algo maravilloso, apasionante. Pero de forma esporádica. Y lo que más me irrita del medio rural son los pequeños núcleos, las aldeas o pueblos pequeños, precisamente por el control social que se ejerce sobre el individuo. Es que tú haces una cosa fuera de lo común una noche (no sé, emborracharte, esparramar de alguna manera, pelearte con alguien o simplemente gritar más fuerte) y nada más levantarte ya todos se han enterado y te dan con el codo: ꟷasí que anoche ¿eh? que ya nos hemos enterado de que te quedaste a gusto (o que tocaste pelo, o que le diste su merecido a nosequién). Este control es especialmente castrante para las mujeres.

Por eso el personal se va a la ciudad. Es que en el pueblo no hay nada que hacer. Reconozco una cosa. Vivir en el campo es cojonudo y muy formativo cuando eres niño. Hasta los 12 o 13 años. Después te tienes que largar, o acabarás alcoholizado y embrutecido. Y eso que ahora con el Internet las cosas han cambiado un poco, pero lo que yo digo del control social sigue más o menos igual. Joder, es que yo salgo de mi casa, empiezo a andar y puedo hacer kilómetros sin encontrarme a ningún conocido y sin que nadie me venga a tocar los cojones con lo que hice o dejé de hacer anoche. Ese es el anonimato que te hace libre. Y en esa libertad se desarrolla la cultura, la educación, el deporte y las relaciones cruzadas más allá de tu pequeño círculo de vecinos y amigos.

Esta es mi posición y, por supuesto yo respeto absolutamente las opiniones contrarias, tengo grandes amigos que viven en el campo, hay seguidores fieles de este blog que me siguen desde pequeños pueblos y para nada quiero insultarles o menospreciarles. Pero es que estos días he tenido un par de contactos con el tema que les quiero contar y que me han reafirmado en mi postura. Para empezar, el libro Tierras Muertas, escrito por Nuria Bendicho y publicado en el verano pasado. Fue el libro sobre el que versó la última sesión de Billar de Letras. El libro retrata con mucha precisión el ambiente asfixiante de una masía bastante aislada, se supone que a finales del siglo XIX, en el que ese control social llega a resultar terrible, al sumarse a la incultura, la falta de unos mínimos parámetros morales, la guarrería y el comportamiento casi puramente animal de una familia del medio rural en la que literalmente se terminan matando entre ellos.

La cosa es muy tremenda y yo me conecté a la sesión de Billar de Letras pensando en dar una opinión positiva sobre lo bien reflejado que estaba ese ambiente endogámico en el que se siguen casando entre primos, con lo cual los descendientes son todavía más brutos y tienen hasta discapacidades físicas y el alcohol tiene un papel central, en concreto, la ratafía, el aguardiente de las zonas rurales de Cataluña, que se tiene allí como una seña más de identidad. No suelo buscar datos sobre los escritores de los libros que nos propone Ronaldo para estas sesiones, pero en este caso, resulta que la escritora se conectó en directo. Y la tal Nuria me cayó gordísima desde el primer momento. Ronaldo estaba haciendo una introducción protocolaria diciendo que el formato on line nos había permitido tener determinadas sesiones con escritores latinoamericanos que nos escuchaban desde Buenos Aires o Ciudad de México. Pero en esta ocasión la cosa era más próxima al tratarse de una escritora que se conectaba desde España.

Inmediatamente, la chica interrumpió para precisar que ella no estaba en España, sino en Cataluña. Empezamos bien. Rápidamente consulté en Internet a ver quién era esta chica y constaté que tiene 27 años. Es acojonante la mierda que han sembrado los independentistas en la juventud de su tierra, y desde luego, hay que ser muy tarugo para creerse eso hasta semejantes niveles. Yo procuré estar callado, porque me conozco, pero alguien del club (ya saben que soy el único varón, aparte de Ronaldo) le dijo algo similar a lo que yo tenía pensado decir, que qué bien reflejado estaba ese ambiente rural tan mísero y agobiante. La chica dijo que ella no quería hacer una crítica de lo rural, sino sólo reflejar la realidad de una tierra en la que la miseria viene inducida por la ocupación por un estado extranjero, que impone una lengua y una cultura que no es la autóctona. Ella habla en catalán y no quiere hablar en castellano. Sin embargo, hablando con nosotros se vio que lo manejaba con normalidad.

Ronaldo le preguntó qué le parecía la traducción y dijo que no la había leído, que ella no lee nada en castellano. A las preguntas siguientes, contestó diciendo que ella había consentido que la obra se tradujera al español porque le garantizaron que se publicaría en una colección en la que todo son traducciones de otras lenguas y que se pusiera que era una traducción en la portada, en lugar bien visible. No dijo nada del hecho evidente de que su éxito editorial se ha ampliado a partir de esa traducción. Con mucha delicadeza, Ronaldo le preguntó qué iba a hacer en caso de que le propusieran traducirla al francés o al inglés. Respuesta: ꟷ¡Ah! ningún problema, yo no tengo problemas con otros idiomas, sólo con el español porque me obligaron a aprenderlo en la escuela sin yo querer.

En fin, no hace falta que les cuente mucho más. La chica vive en un lugar rural, a donde se ha trasladado desde Barcelona donde vivió hasta ahora. Y en una de esas nos dijo que ella creía firmemente en Dios. Es una creencia a la que ha llegado sin poner en cuestión el dogma que le han metido desde pequeñita. Se lo ha tragado con la misma fruición que los dogmas del separatismo. Ella cree en Dios y en Puigdemont, hay que joderse. Ronaldo me insistió para que interviniera, yo no quería, pero finalmente dije solamente que me reafirmaba como urbano, después de leer este libro y que no tenía mucho más que decir. Después, por mail le dije (a Ronaldo) que yo soy ateo, pero respeto profundamente a la gente religiosa, que soy urbano, pero respeto absolutamente a la gente de campo, pero que mi tolerancia no se extiende a los fanatismos y que creo que el independentismo catalán ha prendido en las zonas rurales no por casualidad; en Barcelona la cosa está más mezclada.

Pero vamos con el segundo contacto con el tema. La película As Bestas, que ya les he recomendado. La cinta narra una historia en un medio rural igualmente muy mísero, en el que se ha instalado una pareja francesa proveniente de un cierto hipismo, dispuestos a cultivar la tierra por medios ecológicos y vivir de vender sus productos en el mercado local. Y la mala acogida que les hacen los lugareños, auténticos pailanes de la Galicia profunda, no más cultos o más limpios que la familia protagonista de Tierras Muertas. La cosa se encabrona definitivamente cuando los franceses se niegan a firmar el permiso para que una empresa noruega de aerogeneradores instale en la zona una serie de molinos de energía eólica por lo que habrían pagado una pasta a cada pailán.



Lo terrible es que la historia está basada en un suceso real, ocurrido en la zona de La Rúa Petín, en el Orense profundo, sólo que la pareja no era francesa sino holandesa. Al marido se lo cargaron y lo desaparecieron. Y la esposa no paró hasta reunir pruebas contra los asesinos. Y eso no sucedió en el siglo XIX, sino hace unos diez o doce años. La película se estrenó en Cannes, se ha exhibido en toda Francia desde el verano con mucho éxito de público y se acaba de estrenar entre nosotros. Y, desde la parte independendista galega se ha recibido con críticas. Dicen estos señores que es una película anti gallega. Y uno de los datos en que se basan para decirlo es que los pailanes hablan en gallego, mientras que el único personaje local que se entiende con los franchutes, un tal Pepiño, habla todo el rato en castellano.

Es un dato manipulado. Pepiño habla en castellano con los franceses como una deferencia hacia ellos y los demás (as bestas) también usan el castellano cuando quieren hacerse entender por ellos. Yo lo que creo es que la realidad que se retrata en la película no es exclusivamente gallega, sino universal. Podría suceder en Arkansas, en el Ampurdán, en la campiña inglesa, o en Villarejo de Salvanés (lugares que siempre uso como ejemplo, para irritación de mi amiga África). En suma, es el retrato del medio rural, con toda su ignorancia, con todo su primitivismo y con todo su rechazo a quien no entra por su aro. Por eso cierta gente, en cuanto puede, se va a la ciudad, y de ahí viene el enorme problema de la España vacía, que está sucediendo también en muchos otros países. Es que no hay alternativas para la gente de campo que se sienta atrapada.

Y lo de decir que esta es una película anti gallega es un clásico. La actuación de los jueces que investigaban los trapicheos de los Pujol era anti catalana. Y películas como La isla mínima podrían ser tachadas de anti andaluzas. Después de leer Tierras Muertas y ver As Bestas, yo me reafirmo en mi carácter urbano. Las ciudades componen un medio en el que yo me muevo como pez en el agua. Ya lo han visto cada vez que he viajado a una ciudad que no conocía previamente. A los cinco minutos ya me he hecho una idea del plano, ya sé por dónde va el transporte público y por qué zonas me puedo o no mover. Es así y no tiene vuelta de hoja. Y el fanatismo localista es lo peor que le puede pasar a un pueblo. Dejémoslo por hoy, que me tengo que vestir para acudir al Christmas Drink. Sean buenos.  

martes, 22 de noviembre de 2022

1.187. Sam, el rap y las brisas africanas

Ya aterrizado en un lluvioso y ventoso Madrid, es momento de rememorar algunas cosas de mi reciente viaje. Especialmente, el propio concierto de Samantha Fish en Bruselas del que, en el fragor de la vorágine emocional de los primeros días de viaje, apenas les hablé. Lo cierto es que fue un concierto espectacular, del que la mayor parte de las canciones fueron grabadas con varias cámaras y están ya colgadas en Youtube. Esta vez no les voy a castigar subiendo el concierto entero al blog, como con el de Jerez, pero sí quiero que vean un vídeo que tomó un aficionado con su móvil, un tipo que prácticamente estaba a mi lado, por lo que pueden saborear con bastante fidelidad el espectáculo que yo presencié desde ese mismo punto de vista y valorar si merece la pena ir hasta Bruselas para asistir en directo al portento.  

Son sólo dos canciones, más lo que habla la chica al principio y por el medio de la primera. Esta primera es la famosa Bitch on the run, lo que más se ha aproximado a un hit-single en toda la carrera de Sam, en la que le gusta que el público cante parte del estribillo. Empieza avisando; metan el pecho para dentro y prepárense, que los veo demasiado tranquilos; es broma, pero la verdad es que no sé si me están prestando atención y eso me pone nerviosa, vale, levanten las manos y vamos allá. Arrancan las estrofas y luego Sam se va a una esquina a desgranar su punteo, tan efectivo como de costumbre. Después corta bruscamente y escucha que se están acoplando los altavoces, pero ella sabe donde tiene que tocar un botón y corre luego a pisar uno de sus pedales para quitar el ruido. Deja entonces un espacio para que se luzca el teclista Matt Wade, bebe un trago de agua y va volviendo al ritmo del tema.

Pero de nuevo corta para presentar a sus músicos y bromea con el público: ¿Estáis preparados?; AB Club Brussels, ¿estáis preparados para ser las estrellas de la noche? venga a ver esos coros. El tipo que está grabando este vídeo con el móvil chilla como un condenado y no es consciente de que luego se le oirá sólo a él. Pero, después de dos intentos, Sam sigue con la coña: Bueno, no está mal, el primero más tosco, el segundo un poco mejor; ¿qué pasa aquí? Miren, es nuestra única noche en Bélgica, la única y hemos venido a pasarla con ustedes, no tocábamos aquí desde hace mucho tiempo y además venimos de muy lejos, joder, yo creo que merece la pena que se esfuercen un poquito más. Es más o menos el show habitual en torno a esta canción, que termina pronto. Pero, casi sin intervalo, empieza a sonar Dream Girl, una de las baladas más hermosas de su repertorio.

Tiene una letra desgarrada: soy la chica de tus sueños, juntos volamos por encima de las montañas y los valles, pero, cuando estás listo, vuelves a la tierra y yo ya no puedo bajar, etcétera, ya se la he traducido entera en otros posts. Sam la canta con todo su sentimiento, deja de nuevo un espacio para lucimiento del teclista y entonces arranca su largo punteo, un prodigio de sensibilidad, intensidad, profundidad, melancolía, no hay ahora mismo muchos músicos que puedan expresar tantos sentimientos con una simple guitarra eléctrica. Y Sam lo vive con todo el cuerpo, a veces parece que tiene retortijones, a veces que se está haciendo pis, pero en ningún momento pierde la concentración ni la intensidad. Fue uno de los mejores solos de la noche. Sam se vino a la parte izquierda del escenario y lo tocó justo delante de mí, a buen volumen, en mis narices. Y así es como yo lo vi, con estos ojitos operados de cataratas. Al final se tira al suelo para jugar con el pedal board y deja elevarse unos sonidos evanescentes acompañados por el uuuuuuuh-uuh suavecito que le hacen sus tres colegas. Veanlo.

Al día siguiente, 30 de octubre, Samantha y su grupo tocaban en Helsinki, último concierto de su gira europea. Era la noche previa a Halloween y al otro día se volvían a los USA. Pero ya saben que Sam es muy mirada con las tradiciones, las fiestas y las conmemoraciones. Esta vez no se maquilló de monstruo, como en otras ocasiones en que le ha tocado pasar esta fiesta en su tierra. Pero tanto ella como su baterista Sarah Tomek se permitieron una pequeña referencia a la hora de maquillarse y abajo tienen las imágenes.


Pero ya les he contado que mi sinvivir sigue a todo trapo. Esta semana está siendo de abrigo y eso que no ha hecho más que empezar. Les dejé el otro día con mis actividades hasta el jueves, cuando subí mi post anterior. El viernes tenía la hoja correspondiente de la Moleskine en blanco y pensé: ¡Por fin! ¡Por fin voy a poder descansar un día! Tumbarme a la bartola, hacer sudokus, tocarme las pelotas a dos manos. Pues nada. A media tarde, me llamó una amiga, tenía dos entradas para el fabuloso concierto de Kase O, todo un acontecimiento, en el Palacio de los Deportes de Felipe II. Tenía dos entradas y le había fallado la pareja. Bueno, esto de ser plato de segunda no es muy estimulante pero, por lo que pude saber, el tal Kase O es un personaje en el mundo del rap, un universo del que desconozco absolutamente todo. Y ya saben que yo entro a todos los trapos, siempre que sea una mujer guapa la que me haga semejante proposición.

Así que le dije que sí. Cogí el 26 y me constituí en la puerta del Palacio, con tiempo para tomarnos previamente un piscolabis con unas birras de tamaño natural. Les diré que es la primera vez en mi vida que asisto a un concierto de rap. Pero no me defraudó. Según he leído luego, el tal Kase O era el cantante y líder del grupo Violadores del Verso (¿se pondría ese nombre ahora un grupo, con la tontuna de lo políticamente correcto?), un conjunto pionero del género que salió nada menos que en 1995. Eran de Zaragoza y tuvieron mucho éxito, hasta el punto que son considerados como la principal referencia del género en España. Se separaron como en 2011 y Kase O empezó entonces una carrera en solitario, rapeando sobre una base musical de jazz, de la que ahora se cumplen diez años. Así que el tipo es cuarentón, se le ve grande (como a mi amigo Tangi) y la gente que abarrotaba el pabellón le quiere muchísimo, se saben sus letras de memoria y las coreaban a voz en grito.

Eso fue lo que más me impresionó, la cantidad de gente que había, porque han de saber que era la primera vez que iba al Palacio reconstruido tras el incendio, en tiempos de Gallardón, y no imaginaba que el lugar fuera tan grande. Yo he ido a numerosos conciertos en el antiguo, que era como más proporcionado y mucho más pequeño, recuerdo conciertos memorables de Miles Davies, o Weather Report, por ejemplo. El viejo pabellón ocupó el sitio de la efímera plaza de toros de Madrid. Han de saber que la primera plaza de toros estaba en Alcalá esquina a Serrano, al exterior de la cerca de Felipe IV, hasta que se aprobó el Ensanche de Madrid y se decretó su demolición. Entonces, en los planos del Ensanche se dejó el lugar para una nueva plaza de toros en Felipe II y por eso las manzanas que la rodean tienen las alineaciones curvas. Pero pronto se construyó la nueva Plaza de las Ventas y esta se abandonó, siendo sustituida por el primer Palacio de Deportes después de la guerra.

Pues el nuevo palacio, que ahora se llama el WiZink, es desmesurado, gallardónico, descomunal. He leído que caben más de 15.000 personas y el día de Kase O estaba petao. De hecho, al salir, la policía municipal tenía cortadas todas las calles perimetrales, especialmente Goya, en previsión de la avalancha de asistentes al final del concierto, que duró nada menos que dos horas y media. Otra cosa que me llamó la atención es que este concierto se incluye en el programa del Festival de Jazz de Madrid de este año y me parece bien, porque las bases musicales sobre las que improvisa el rapero son jazzísticas cien por cien. La asociación del rap con el jazz es antigua y les voy a poner un tema que da fe de ello. Un rapero y un estupendo trompetista de jazz unieron sus esfuerzos para un disco de fusión bajo el nombre de US3. El disco incluía una versión sensacional del Cantaloupe Island de Herbie Hanckok. Fue un bombazo y ¿saben cuándo se publicó? Se lo digo yo: en 1991. Ya lo he traído al blog al menos una vez, pero lo bueno nunca cansa. Escúchenlo.  

Las relaciones entre el rap y el hip hop (que viene a ser lo mismo) con el rock y el blues no suelen ser tan fáciles. Ya les he dicho lo que opina al respecto el gran Keith Richards, de los Stones: "vale, puedo admitir que el rap es una forma de cultura y como tal la respeto, pero, por favor, que no me digan que eso es música". Yo no sería tan extremista; yo creo que los raperos ponen en rimas sus inquietudes, sus análisis políticos, sus narraciones sobre lo que pasa en la sociedad y, en ese sentido, podrían hasta considerarse herederos del antiguo Mester de Clerecía, pasando por las coplas que recitaban los ciegos no hace demasiado tiempo. El tal Kase O tiene un rollo medio místico que le acerca a los manuales de autoayuda y a los telepredicadores, pero invitó a subir a muchos músicos más jóvenes que tenían discursos muy radicales.

Por ejemplo, su antiguo colega de los Violadores del Verso SHO-HAI que derivó sus improvisaciones hacia rimas inequívocas: Isadiazayuso, sanidad pública en uso, Isadiazayuso basta de abuso, jo qué feo eres Feijoo, jo qué pijo eres Feijoo, Abascal tu culo huele mal, Abascal tu cuerpo huele mal, Abascal tu peña huele mal. Los 15.000 asistentes estaban levitando. Pero en esto de la fusión con otras músicas (para mí el rap lo es, aunque no la conozca especialmente), tenemos que volver a Samantha Fish. En su último disco, la canción Loud cuenta con la colaboración del veterano rapero TECH N9ne, hay que joderse qué manía de ponerse estos nombres abstrusos. Esto hizo que, a su publicación, todos los puristas del blues se llevaran las manos a la cabeza: ¡pero hacia dónde va esta chica! Ya les he contado, creo, que, cuando fui a hacerme socio de la SBM, Sociedad del Blues de Madrid, me preguntaron por mis artistas favoritos, les cité en primer lugar a Sam y el tipo, con un mohín como de casi asco, me soltó: ¡pero eso no es blues!

Los puristas son un coñazo en todas las materias y ya les he dicho también que el público que sigue a Samantha está formado íntegramente por veteranos como yo, no se ve un solo chaval en sus conciertos y con un porcentaje alto de puristas. Y respecto a la canción Loud, Sam lo ha explicado perfectamente. TECH N9ne es de Kansas City, o sea, paisano suyo (por cierto, ya no cumple los sesenta). El tipo ha hecho tanto dinero con el rap que tiene hasta un estudio de grabación propio y ese estudio se lo prestó a su paisana Samantha para grabar su último disco. Y un día en que ella y su productor estaban bastante atascados sobre cómo redondear una canción, el tipo pasó por allí para preguntarles cómo iban y se les ocurrió invitarle a hacer unos versos. La canción queda cojonuda, en mi opinión, pero no la pueden tocar así en sus giras, porque no se van a llevar al tipo de gira para que cante cada vez tres minutos.

Bueno, salvo que se trate de un concierto en el propio Kansas City, donde ambos son unos ídolos. Eso sucedió hace casi un año, el 16 de diciembre de 2021. Sam tenía preparada una sorpresa en el concierto y la gente se quedó de piedra y aplaudió a rabiar. Pueden ver como TECH N9ne respeta y quiere a Sam y a sus músicos, como le adora la audiencia y como Sam, cuando ya se ha ido, concluye diciendo: bueno, así es como nos lo montamos en K.C. Les pido que lo vean también.  

¡Ay! los puristas, qué coñazo son. Pero yo les estaba contando mi sinvivir y sigo de manera abreviada. El sábado, además de correr por la mañana, acudí a ver el concierto de Corro en la Sala Clamores. Corro era el batería del grupo de hardcore Memories, en donde tocó el bajo mi hijo Kike durante cinco años. Disuelto el grupo, siguió un tiempo con la batería, pero luego empezó a estudiar piano y ahora simultanea ambas habilidades, toca como batería de apoyo para determinados músicos y también hace una música experimental bastante difícil, y eso fue lo que tocó en el Clamores. En realidad, yo voy a sus conciertos porque soy amigo de su padre y sé que le hace ilusión que vaya a verle, porque el resto del público está formado por familiares y amigos. El domingo, también salí para ver con unos amigos la película recién estrenada As Bestas, que les recomiendo sin dudarlo y sobre la que ya les hablaré otro día, porque el tema da para mucho.

Ayer lunes, como de costumbre, cumplí con el yoga y el Ricla, además de hacer varios recados pendientes. Y hoy martes, por fin he tenido margen para escribir un post, porque en mi agenda sólo figuraba la sesión matutina de inglés. Pero la cosa sigue. Mañana correré de nuevo y luego pienso acercarme a comer con mis amigos del bar La Dehesa del Partenón, cerca del APOT y los Recintos Feriales, donde mi querida Sonia me tiene guardado un décimo de la lotería de Navidad. Y por la tarde iré a mi clase de guitarra con Henry. Eso nos lleva al jueves, que es cuando empieza lo mejor. Porque, además del inglés, el yoga y mi cita con el Ricla, tengo un billete de AVE a Ciudad Real en donde me reuniré esa noche con mis colegas viajeros con un nombre encima de la mesa: Uganda. El viernes vuelvo en otro AVE a mediodía y luego voy al teatro a ver Lectura Fácil. Y el sábado tengo la Christmas Drink, la fiesta de Navidad que organiza mi profe Ed con los alumnos de todos los grupos y niveles. Será en la llamada Taberna de la Copla, por la zona de Noviciado.

Ya ven que mi programa no da tregua. Pero ha salido un nombre a la palestra: Uganda. El jueves nos vamos a reunir en un bar de Ciudad Real para contrastar disponibilidades, recorridos, precios, calendario. En principio, la cosa sería para la primera quincena de mayo. Uganda ofrece al menos tres grandes Parques Nacionales, rastreo de gorilas, chimpancés, leones y rinocerontes blancos, caminos de senderismo con posibilidad de dormir en acampada, como ya hicimos en Madagascar. En resumen, un nuevo acercamiento al África profunda. Uganda ofrece un lugar menos batido por el turismo que Tanzania o Kenia y veremos a ver si hay quórum suficiente entre el grupo de veteranos. Estos viajes son caros, pero no creo que el coste sea un problema: después de dos años sin salir de viaje, todos han de tener dinero ahorrado y muchas ganas de marcha. Ya les iré contando.

Pero las brisas africanas que agitan mi vida y mis proyectos para el año que viene, no se limitan a Uganda. Porque mi amigo Werner y yo hemos conectado con una ONG que se llama Eveil d’Afrique y está radicada en Brazzaville (Congo ex francés). Estos señores están estudiando la posibilidad de implantar un anillo verde (Cordon Vert) alrededor de su ciudad y han escuchado hablar de nuestro proyecto Bosque Metropolitano. Y Werner y yo les organizaríamos la visita, que en principio está prevista para la segunda quincena de enero. Me he puesto en contacto con mis compañeras de curre al cargo de dicho proyecto para conseguir que reciban a la delegación de Brazzaville y estamos a la espera. Mientras tanto, la gente de esta ONG ha estado en la COP-27, celebrada en Egipto y nos han mandado unas fotos y un vídeo cortito de su participación en ese evento planetario. Aquí los tienen.



Brazzaville es una ciudad súper interesante y nuestro objetivo es, por supuesto, que luego nos inviten a visitarla. Por si no lo saben, el Congo es el río más largo de África después del Nilo y el segundo río más caudaloso del mundo, después del Amazonas. Antes de llegar a las cataratas Livingstone, el río forma una ancho lago, en cuya boca de salida se sitúan Brazzaville al norte y Kinsasa (antigua Leopoldville) al sur, las capitales de los dos estados del Congo. África es un lugar muy vasto y con un potencial inagotable. Mi hijo Lucas estuvo este verano quince días en Malawi y volvió encantado. Malawi es un lugar perdido en el medio del continente que, para bien y para mal, no tiene en su territorio oro, diamantes, petróleo ni metales raros de esos que se usan para los móviles. Con motivo de esa carencia general, los han dejado en paz, viven tranquilamente y es un remanso de sosiego impagable. Y la falta de recursos estimula la imaginación popular, algo común a todo el continente, Si no me creen, vean cómo se enjuagan la cabeza para quitarse el champú en la cercana Angola.

Ojalá mis dos posibles viajes al continente africano salgan adelante. Pero la llamada de África no se limita a estos asuntos. Porque las brisas africanas ya han llegado hasta mí hace mucho, lo que pasa es que durante un tiempo, esas brisas han estado incorporadas a la zona de sombra del blog, esa zona homóloga de la de la luna sobre la que no cuento nunca nada. Ahora esta línea ha pasado a estar fuera de la zona de sombra, saquen ustedes las conclusiones que les parezcan, pero hoy, a cuenta de ello, quiero mostrarles una imagen que creo que, de una vez por todas vale más de mil palabras. Les dejo con ella y les reitero mi petición: sean felices si pueden. Ya sé que las cosas no son tan sencillas, pero a veces, con un poco de esfuerzo se pueden simplificar. Y sean buenos, por supuesto.

viernes, 18 de noviembre de 2022

1.186. Sin solución de continuidad

Siempre me ha llamado la atención esta expresión porque, en mi opinión, parece expresar exactamente lo contrario de lo que expresa. Imaginemos, por ejemplo, el suelo de una vivienda que estamos reformando, a partir de unir dos más pequeñas, cada una con su diferente piso de origen. Si la diferencia de cota entre los dos suelos es importante, hay que ver la forma de unirlos, mediante un escalón, una rampa o algo similar, o bien igualando ambas superficies con cemento para convertirlas en una sola, sobre la que instalar el parqué, la moqueta o el revestimiento que hayamos elegido. Así de primeras, y desde el punto de vista de un arquitecto sin conocimientos lingüísticos, uno pensaría que la segunda solución (igualar ambos suelos) sería una solución de continuidad, mientras que la primera (escalón o rampa) sería en cambio una solución de discontinuidad. Pues es justo al revés.

Me gustaría que África, el Ateo Piadoso o algún otro de mis seguidores más duchos en cuestiones gramaticales aportasen aquí su opinión. Porque lo cierto es que, de acuerdo con el Diccionario de la RAE, resulta que se considera solución de continuidad precisamente al escalón. La cosa es tan confusa, que la expresión no se usa nunca en positivo, sino en negativo: sin solución de continuidad, como he titulado yo este texto. Es una locución adverbial cuyo objetivo es enfatizar el significado, como otras de ese tipo: con pelos y señales, bajo ningún concepto, hacer caso omiso y muchas otras que la gente joven ha desterrado de su vocabulario hablado, en donde sólo sobreviven las antiguamente malsonantes: de puta madre, a toda hostia, ni puta idea, hasta los cojones. Si yo de pequeño hubiera dicho alguna de estas cosas delante de mi padre, me habría ganado sin duda una colleja y ahora las dicen hasta las niñas.

Sentado su correcto significado, me parece que esa expresión describe perfectamente mi sinvivir cotidiano, en el que no hay solución de continuidad aunque me vaya de viaje a Bruselas, Ámsterdam y otros lugares, ni tampoco a mi regreso. Quise subrayarlo cuando publiqué en el blog mi primer diario del viaje, que arrancó unos días antes con una visita a Madrid Río, una sesión de teatro y, así de seguido, el despegue de mi avión de Iberia desde la T4. Como les dije, para despejar esas dos semanas en mi agenda, hube de concentrar mis citas en las semanas anteriores y posteriores al viaje. Así que a la vuelta, la cosa ha seguido igual. Tiene esto la ventaja de que no te queda tiempo libre para que te dé el bajón post viaje: simplemente no tienes tiempo de lamentarte porque la vorágine te arrastra. Me quedan por narrar los tres días últimos de mi periplo y los voy a empalmar en este post con mis actividades de aterrizaje en mi rutina cotidiana madrileña.

El día 10 de noviembre, jueves, decimotercer día de mis aventuras europeas, amanecí en el sofá cama del cuarto de estar de la casa de mi hijo Kike en París, después de haber dormido bien, gracias al antifaz de avión que me prestó mi anfitrión, porque el salón carece todavía de persianas, estores o similares y entra una luz de la hostia (otra locución adverbial de frecuente uso actual). Desayunamos juntos y luego él se fue a su trabajo, donde tenía jornada presencial. Yo empecé por conectarme a mi clase de inglés on line con el bueno de Ed. Y luego tenía una cita a la una para comer con mi amigo Alain Sinou, el hombre que me invita a veces a dar clase en su máster de la Paris-Huit. El problema es que había huelga total de los transportes públicos, así que quedamos en un punto intermedio entre mi casa de acogida y la suya, cercana a la zona de Bercy. Alain había escogido un restaurante equidistante, al que ambos llegaríamos caminando.

Eché un vistazo al mapa para ver por dónde debía ir y me propuse el reto de llegar a la cita sin ayuda del Google Maps, como ejercicio para la memoria y demostración de mi conocimiento de París. Estaba en la rue du Fauburg de Saint Denis y tenía que llegar al bulevar Magenta para seguir en diagonal hasta République y continuar luego hacia Bastilla, que es por donde habíamos quedado. El problema es que el día anterior había llegado de noche y guiado por el Maps, es decir, como un auténtico cretino digital. Así que me desorienté y salí del portal todo decidido hacia la izquierda. A los cinco minutos divisé una línea de Metro elevada sobre la calle, que no constaba en mis recuerdos. Paré un instante en medio de todos los indios y pakis y me dije: calma, Emilio; ¿no eres arquitecto? ¿No estudiaste la astronomía de Ptolomeo con don Gumersindo en la Academia Galicia de La Coruña, que te fue tan útil luego para buscar la mejor orientación de los edificios? Entonces, fíjate: ¿dónde tienes el sol? Respuesta: en el culo. Si tienes el sol en el culo, quiere decir que vas hacia el norte. Y tú quieres ir hacia el sur a encontrarte con Alain. Así que media vuelta.

Perdí en esa historia unos diez minutos y luego algo más para cruzar la plaza République donde, en jornadas como esta, se citan los antidisturbios con los piquetes más agresivos banderas en alto. Pero encontré sin ayudas digitales el Café de l’Industrie, por la zona de Bastilla, donde mi amigo me esperaba ya sentado a una mesa de mármol. Alain se pidió un steak tartar y yo una bavette-frites, que es una carne de ternera guisada con patatas fritas. Acompañamos con una frasca de tinto de la casa e hicimos luego una larga sobremesa en torno a cafés, postres y chupitos, porque este es un lugar donde nadie te presiona para irte y dejar sitio, y pronto empezaron a llegar chavales con sus ordenadores, dispuestos a pasar allí la tarde entera. Hablamos, entre otras muchas cosas, de las dificultades que está teniendo mi amiga Sonia para que los burócratas de la Politecnica le autoricen a hacer un acuerdo de colaboración entre la ETSAM y la Paris-Huit. Una imagen para la posteridad.

También me dijo Alain que seguramente me invitará a dar una charla en su máster que empieza en enero, tal vez ya en febrero o marzo. Y, tras la sobremesa, iniciamos una visita guiada por el París que yo conozco menos y del que mi amigo se sabe anécdotas sabrosas de todos los edificios y todas las operaciones urbanas. Alain es incansable y le gusta casi más que a mí eso de hacer largas caminatas por las ciudades que conocemos. Empezó por mostrarme varios pasajes comerciales y patios interiores del barrio, en donde tradicionalmente había talleres y tiendas de muebles artesanales, ahora reconvertidos en comercios más chic, oficinas, bares y co-working. Vean unas imágenes que tomé con el móvil, incluida una vieja panadería que me gustó mucho, porque me recordaba a la portada de La Gran Antilla de La Coruña.



A continuación nos acercamos a la Promenade Plantée, ese pasillo verde conseguido a partir de la naturalización de una antigua vía del tren en desuso. Yo conocía el primer tramo, cerca de La Bastilla, que va elevado y tiene muchas tiendas bajo los arcos que lo sustentan, concepto que fue luego copiado en el High Line de Nueva York, que lo vende como si fuera original. Pero resulta que en estos años lo han ampliado hacia el Este y ahora se junta al final con la llamada Ceinture Interieur, otra vía en desuso naturalizada que discurre en paralelo al Peripherique, el equivalente a la M-30 en París, que define el límite del término municipal. Y ese tramo nuevo tiene partes elevadas, partes en superficie y partes en túnel. Un par de fotos de esta actuación.



No pude tampoco dejar de fotografiar un edificio moderno que me pareció muy friki, puesto que incluye en sus plantas más altas un montón de reproducciones idénticas del Esclavo Muriendo de Miguel Ángel, que se conserva en el Louvre. Dice Alain que es de un arquitecto español, pero no me supo decir el nombre, ni yo lo he averiguado luego. Véanlo. Creo que no me importaría vivir en uno de esos duplex con el esclavo vigilando mis andanzas caseras.



Llegamos a las mismas puertas del Bois de Vincennes y empezamos a caminar en paralelo al Peripherique, ya bien entrada la noche. Cruzamos el Sena y llegamos a la operación Rive Gauche, el nuevo barrio construido sobre las vías del tren que llegaban a la estación de Austerlitz y que lleva como cuarenta años construyéndose. Por cierto, el concepto es el mismo de la Operación Chamartín, que nosotros también vendemos como original. En todas partes cuecen habas y en Francia también aunque las llamen cassoulet, de modo que la SNFC tiene unos agujeros contables tan desmesurados como los de RENFE y ha de solucionarlos con operaciones especulativas sobre los enormes suelos que aun conserva en propiedad. En nuestro horizonte aparecieron dos edificios sobre los que inmediatamente le pregunté a Alain si eran de Jean Nouvel. Me contestó que por supuesto. Es la pareja de edificios que remata la operación Rive Gauche, frente al Peripherique. Véanlos. 



Yo estaba reventado de tanto andar, pero Alain parecía fresco como una lechuga y me trataba de convencer con mucho énfasis de que París es en realidad una ciudad pequeña. En fin, para poner un colofón adecuado a nuestro encuentro, entramos en un bar pop, lleno de hipsters jugando al billar y a los dardos bajo una luz excesiva y con una música hip-hop bastante machacona. Allí nos calzamos sendos gin-tonics de Bombay Sapphire que nos entraron fenomenal. Hablamos incluso de hacer algún día un viaje en coche desde París a Le Havre, ciudad que al parecer conoce muy bien y que yo no he visitado nunca. Para volver a nuestras casas, Alain me llevó a la línea 14 del Metro que es automática, sin conductor, por lo que no estaba afectada por la huelga. Nos subimos y él se bajó enseguida en la estación Cours de Saint Emilion. Yo continué hasta Châtelet, conexión con la línea 4.

Pensaba volver caminando desde allí, pero, siguiendo el consejo de Alain, miré a ver si había algún tren de próxima llegada de la línea 4, por los servicios mínimos impuestos a los huelguistas. Lo había, a tres minutos de espera, confirmando que mi racha de buena suerte seguía en vigor. Agradecí el detalle, porque realmente estaba reventado. Cuando llegué ante la casa de Kike, mi contador de pasos había superado los 23.000. Había quedado con mi hijo en avisarle cuando estuviera llegando para que él volviera entonces del trabajo. Le tuve que esperar un poco en la puerta, en medio de todos los indios, hasta que lo vi aparecer con su bicicleta pedaleando tranquilamente en medio del tráfico de París. No pude menos que sentir una mezcla de ternura y orgullo viendo cómo se desempeña en esta metrópolis tan compleja. Nos quedaba subir los seis pisos. Luego, Kike me cocinó un plato típico de la Puglia, una exquisitez: pasta e lenticchie, pasta con lentejas. Y traía un par de birras que había comprado de camino y que pusimos a enfriar mientras cocinaba: es consciente de que tiene un padre birrero.

El viernes 11, decimocuarto día de mi viaje, era festivo en toda Francia, por la conmemoración del armisticio de la Primera Guerra Mundial. Kike se levantó tarde, yo le esperaba con el ordenador encendido viendo las noticias, el correo, etc. En todo este viaje, mis anfitriones sucesivos me han tratado a cuerpo de rey. Pero es que Kike bajó ese día a por un par de croissants a la panadería y se subió con ellos los seis pisos. Después de desayunar, salimos sin prisas. Nuestra primera parada fue en las taquillas de la Gare du Nord, en donde yo debía hacer el mismo tramite de anteriores estaciones: reservar plaza y pagar el suplemento de 10€ para el tren del día siguiente. Tuvimos que hacer una cola mediana, porque los días festivos la gente aprovecha para hacer todas las gestiones que no puede resolver en los laborables.

Echamos luego a andar hacia el sur, por la rue Saint Denis, hasta la zona de Les Halles y luego hacia Nôtre Dame, la isla Saint Louis y algunas de las zonas que más me gustan de París, pasión que Kike comparte. Regresamos luego hacia el Marais, en busca del barrio judío, en cuya rue des Rosiers se vende el falafel más auténtico. En esta calle está el famoso As del Falafel, que siempre tiene cola. Justo enfrente hay una tienda de comida judía para llevar, en donde te hacen unos sándwiches de pastrami extraordinarios. Kike había quedado allí con una pareja de amigos franceses, Charles y Leila, con los que nos agenciamos unos sándwiches de esos y unas latas de cerveza para irlos a tomar a un parque cercano. Pero resultó que el parque estaba cerrado por reforma, así que decidimos acercarnos a la orilla del Sena, un lugar lleno de gente desde que suprimieron la circulación de coches. Allí hicimos el botellón, y Kike sacó algunas fotos.


Hablé bastante con estos dos chavales, que manejaban un francés muy ortodoxo y accesible para mí. Kike presumió con ellos de padre enrollado, les contó que corro, que hago yoga y toco blues a la guitarra. Y encima escribe un blog desde hace diez años ꟷconcluyó. Los chicos quisieron saber de qué iba el blog y yo tiré balones fuera: de esto y lo otro, es una especie de diario, hablo de rock y de blues, también de urbanismo y de la actualidad política. Y Kike concluyó: ꟷY, sobre todo, de cómo huelen sus pedos. Es una expresión francesa de uso bastante corriente, que venía al pelo e hizo que se troncharan de la risa. Desde allí caminamos hacia la zona del Louvre, ya han visto que hacía un día de sol delicioso. Entramos en el vecino Musée des Arts Decoratifs, en donde había una exposición del arte y la estética de los años 80 muy interesante, un poco demasiado concurrida. Estuvimos casi una hora viendo muebles, vestidos, acrílicos y fotos de esos años de explosión creativa.

Después nos despedimos. Kike y yo cogimos un Metro de vuelta, subimos los seis pisos y yo me eché a descansar un poco mientras Kike apenas hizo un pequeño receso y enseguida se puso a estudiar algo que debía repasar. Por la noche teníamos cena de despedida. Tomamos el Metro para subir a la zona de Belleville, que está en alto, por lo que la escalera de salida del Metro es casi tan larga como las de San Petersburgo. Callejeando por este agradable barrio parisino a salvo de turistas, llegamos al restaurante chino de diseño Le Cheval d’Or. Kike había reservado allí y, de verdad, la cocina asiática de este lugar es una pasada. El concepto del restaurante es idéntico al de La Llorería de mi amigo José Certucha: pocas mesas, una barra larga de madera y platos más bien pequeños, ideales para compartir. Le pedimos a la camarera china que nos hiciera unas fotillos y nos hizo una a lo alto y otra al bies.


Bajamos la colina de Belleville y cogimos una línea de Metro diferente para volver a casa. Kike, que al fin y al cabo tiene 30 años, salió de nuevo porque había quedado con unos amigos y yo me acosté, no sin antes sacarme la tarjeta de embarque de mi vuelo de vuelta del día siguiente. Y eso nos lleva al sábado 12 de noviembre, decimoquinto y último día de mi viaje fastuoso. Es un día que no tiene mucha historia. Desayunamos en casa, me despedí de Kike, recogí mis maletas y caminé hasta la cercana Gare du Nord. Allí accedí al TGV a Lille sin incidencias resaltables. Empecé a escribir mi post Territorio Tangi I, pero hube de cortar porque llegamos enseguida a Lille, donde tenía el tiempo justo para hacer el transfer al tren de Kortrijk. Este sitio de Kortrijk debe de ser un pueblo que vive exclusivamente de los trenes, como en su día sucedía en Venta de Baños, donde yo cambiaba el tren de carbón por el de diesel a Madrid y por fin podía dormir un poco en la litera porque el diesel no hace ruido.

En Kortrijk averigüé que el tren que yo iba a coger a Bruselas, continuaba directamente hasta el aeropuerto de Zaventem. Yo pensaba haber parado un rato en la Centraal Station de Bruselas e incluso haberme dado una vuelta por allí, pero el tren directo era ciertamente más cómodo, encima cargando con las maletas. Así que en la misma estación cambié mi viaje en la app y seguí hasta el aeropuerto. Y me planté allí como a las tres de la tarde, cuando mi vuelo era a las 19.50. No pasaba nada, a mí me gustan los aeropuertos, lo mismo que los hoteles. Tenía un montón de horas, pero no había comido, así que lo primero era buscar un restaurante. Me salió al paso una brasserie atendida por negras muy jovencitas, en donde me pedí un steak au poivre que me sentó estupendamente. Por supuesto, acompañado por una Leffe Blonde 50. Vean el selfie que me hice. 

Un brindis por el final del viaje. Pero faltaba la traca final. Pasé la seguridad y accedí a la terminal A. Era muy pronto y en el tablero no indicaba cuál era exactamente la puerta de embarque, así que me senté en unas butacas que tenían enchufe y WiFi y me puse con el post sobre Tangi. Mi plan inicial era rematarlo durante el vuelo a Madrid, pero en un momento dado me pareció que me daba tiempo a terminarlo allí. Me puse a ello, lo terminé, le añadí las etiquetas, le di a publicar. Me quedaba entonces la tarea de enviarlo al mailing de los seguidores. Y copiar el mensaje a los dos seguidores que reciben ese aviso por Facebook. Aún me faltaba apagar el ordenador, desenchufarlo y guardarlo cuando, de pronto, los altavoces del aeropuerto dijeron en inglés y en español que este era el último aviso para los pasajeros del vuelo de Iberia a Madrid de las 19.50, a los que se rogaba que se dirigieran inmediatamente a la puerta A53, porque el embarque se estaba ya cerrando.

Apagué a toda prisa, guardé el ordenador y eché a andar. La puerta A53 estaba a tomar por culo (otra locución adverbial, etc.). Había una sucesión de los llamados tapis roulants, pero no era bastante, así que eché a correr por esas alfombras móviles a todo lo que podía, tirando de las maletas. Cuando vislumbré a lo lejos la puerta 53, empecé a hacer señas desesperadas a las chicas del embarque desde el propio tapis roulant: esperadme que ya llego. Alcancé el mostrador razonablemente sofocado, saqué el móvil y busqué el código QR de la tarjeta de embarque que había obtenido la noche antes. Y entré finalmente en el finger. Creo que no hay mejor final para este viaje que esta llegada por los pelos por tercera vez en mi periplo (recuerden que tuve que correr en Niew Vennep, donde me salvó la ayuda decisiva de Holger, y también cogí el transfer a Tours por los pelos en la Gare de Montparnasse, después de tener que embestir como en una melée de rugby para no perder el Metro en la Gare du Nord).

Al entrar en el finger comprobé que había un pequeño atasco en el acceso al propio avión. Había llegado a tiempo. Pero llegué el último. Nadie subió detrás de mí. Al entrar al avión el último, ya no había sitio para mi maleta en la zona que me tocaba, ante lo cual, la azafata optó por llevarme a una zona delantera que iba más vacía. El vuelo fue rápido y sin incidencias y me lo pasé sobre todo leyendo la novela Tierras Muertas, que debía acabarme para el Billar de Letras del martes. En la T4, a pesar de que eran más de las diez de la noche y yo venía con mis maletas, me dirigí al Metro. No puedo explicarles esto, simplemente les diré que, igual que otros tienen intolerancia a la lactosa, yo sufro de intolerancia a los taxistas. Además, en el fondo me seguía sintiendo de viaje y el trayecto es cómodo: Metro a Nuevos Ministerios, tren a Atocha y otro Metro a la ahora llamada Estación del Arte. Conozco la rutina de los cambios, es el trayecto que hacía cada día para volver del trabajo.

Subí a casa, dejé las cosas, miré la nevera y no tenía nada para cenar. Así que bajé al restaurante asiático Jinode, en la calle Atocha, donde ya me conocen de otras emergencias y me senté a comerme un primero de edamame y un surtido variado de sushi y sashimi, del que di cuenta con los palillos reglamentarios y, por supuesto, con la correspondiente cerveza. Pensaba descansar el domingo, pero entre medias me entró un whatsapp de una amiga que me proponía acompañarla a la manifestación del día siguiente en defensa de la sanidad pública. Le dije que sí, siempre que comiéramos juntos luego. Ya saben que yo entro a todos los trapos que me proponen las mujeres que me gustan. Al día siguiente me levanté tarde y apenas tuve el tiempo de desayunar, afeitarme y ducharme antes de bajar a la mani. Estos selfies dan cuenta de mi presencia en Cibeles.


También me hice selfies con la chica, pero ella pertenece a la zona de sombra de mi vida, la que no se cuenta en el blog o, si lo prefieren, se sitúa en el ángulo muerto del retrovisor. En un momento dado, la chica propuso que nos fuéramos. Le dije que qué prisa había. Su respuesta: el compromiso era llegar hasta Cibeles; hemos llegado ¿no? Pues vámonos. Así que tuvimos margen de tomarnos un vermú, para hacer tiempo hasta el restaurante donde habíamos reservado. Vino luego una larga sobremesa que ya queda fuera del foco del blog. El lunes me pasé toda la mañana resolviendo asuntos pendientes de quince días, contestando correos y haciendo cosas diversas hasta las 13.30 en que bajé a la calle y cogí el camino de mi academia de yoga.

Hice la rutina completa y me encontré bien. Elena, mi profesora, se quedó un rato al final mientras me calzaba y me comentó que me había visto muy bien, a pesar de estar quince días sin practicar. De allí seguí al Ricla, en donde me esperaban con unos callos con judiones que estaban como se imaginan. Volví a casa, pero apenas pude descansar, porque a las siete debía estar en el COAM para la presentación del último libro de mi antiguo jefe Luis Rodríguez Avial, que le edita el propio COAM. Allí saludé a un montón de gente y asistí al acto en compañía de mi última jefa del curre y mi amiga Cr. con la que luego me quedé a tomar una última cerveza en el propio bar del COAM. Y regresé a casa a pie, igual que había venido.

El martes tuve mi clase de inglés on line, y enseguida salí pitando a través del Retiro para acudir a mi cita con el dentista para una limpieza. La chica tardó más de una hora en hacerme la limpieza, porque dice que el sarro es como el gotelé de las paredes, comparación que me encantó. Atravesé de nuevo el Retiro de vuelta, pasé por La Pelu para que Jurgen me cortara de una vez las greñas, subí a casa a hacerme una comida rápida, descansé un poco, terminé y publiqué mi post anterior escrito a matacaballo en medio de ese programa tan nutrido y a las 19.30 me conecté para mi sesión mensual de Billar de Letras. Tenía agujetas del yoga, pero no estaba especialmente cansado, ya estoy hecho a este sinvivir continuo, que no cesa porque me vaya a Ámsterdam o París, ni tampoco cuando vuelvo. El miércoles amanecí bien y salí a correr por el Retiro, donde me hice mis 6,5 kms habituales. Era mi primera carrera después de tres semanas de lapsus y, ahora sí, me cansé bastante.

Hice una siesta del carnero porque no podía más. Comí los restos de mi guiso del día anterior y a las siete cogí el Metro para Palomeras, en donde caminé hasta la escuela de música en la que mi amigo Henry Guitar da sus clases de guitarra encima de los locales de la Asociación de Vecinos Nuevas Palomeras. Por último, ayer jueves tuve otra vez clase de inglés on line, yoga y piscolabis en el Ricla. Ya ven que esto continúa, esté o no de viaje: esto es un sinvivir sin solución de continuidad. Y que dure. Como conclusión de mi periplo, puedo decir que todo salió según lo planeado, lo que es como completar una especie de juego del Tetris. Que en todas partes me he sentido querido y me lo he pasado en grande. Que por fin he roto esa tendencia a acomodarme en la que estaba sumido tras haber descubierto las delicias de las rutinas caseras durante los confinamientos. Que esto es sólo el principio de una fase que espero más viajera. Y que la suerte hay que currársela. Y luego tenerla, por supuesto. Pero si no te la curras, es muy difícil que te llegue. Sean buenos como de costumbre.