domingo, 31 de julio de 2022

1.155. La resaca del éxtasis

Cuando yo era pequeñito y le pillaba los periódicos del día a mi padre (que, por cierto, los dejaba completamente desordenados, arrugados y desparejados y yo me pasaba un rato ordenando y alisando las hojas y doblándolas correctamente, para poderlos leer bien), de vez en cuando había un punto álgido en la información, un hecho reseñado muy destacado, una noticia bomba. Luego, en los días sucesivos, los titulares se dedicaban en exclusiva a las repercusiones internacionales de la súper noticia, hasta que se iba perdiendo poco a poco su nivel de actualidad. No cabe duda de que mi encuentro con Samantha Fish en Jerez de la Frontera es, al nivel de este blog, una noticia destacada y un punto de inflexión en la deriva narrativa de este foro. Al menos, así lo viví yo, que me vi sumergido en una sensación similar, imagino, a la que experimentan los ciclistas cuando coronan el Alpe d’Huez.

Ahora viene la bajada de la cumbre, que hay que negociar con cabeza para no escorromoñarse contra el arcén, y en eso ando yo en estos días súper calurosos de encierro casi total en mi casa madrileña. Inicialmente pensaba titular así este post: repercusiones internacionales, pero a última hora he cambiado de opinión. Lo cierto es que, encontrarme con Sam en la trasera del escenario, en mitad de la oscura noche jerezana, mientras esperaba con sus colegas de grupo a que terminara el concierto de A Contra Blues, fue un momento realmente mágico, Dani me avisó de que estaba  detrás de mí, me volví y la vi primero de espaldas, antes de que se diera la vuelta y viniera hacia nosotros con su sonrisa más deliciosa.

Por cierto, una precisión colateral. Según las páginas web que indican la estatura física de los diferentes artistas y famosos, Sam mide 1,70 metros. Y yo, desde que me tallaron para la mili, he medido siempre 1,75. Si Sam llevaba un medio tacón de unos tres centímetros, más lo que pudiera subir el cardado de su pelo rubio, ¿cómo es que era más alta que yo? Les aseguro que la línea de sus ojos estaba ligeramente por encima de la mía. Sólo se me ocurre una explicación científica de este fenómeno paranormal: mi estatura se está reduciendo. Algo que no sería de extrañar con 71 años. Mi madre solía decirlo cuando observaba que ya no llegaba a las baldas superiores de la cocina para alcanzar las fuentes que allí guardaba: me estoy reviniendo. Tal vez yo también me estoy reviniendo.

La cosa es que Sam no estuvo más de dos minutos con nosotros antes de subir al escenario, apenas el tiempo para presentarme como su fan más viejo en España. Pero fue suficiente para advertir que esta mujer tiene una especie de aura, un magnetismo, una presencia que genera buen rollo a su alrededor, porque es una persona que ha logrado ganarse la vida haciendo lo que más le gusta y eso hace que esté siempre muy contenta. Hace poco en una entrevista le preguntaron cómo había empezado en la música y volvió a contar lo que ya se ha reseñado en el blog, que en una fiesta del cole le dijeron que trajera su guitarra por si acaso, pero ella no pensaba actuar porque era muy tímida. Entonces, alguien le dio un empujón, se encontró en el centro del corro y tuvo que improvisar unas canciones que no había ni siquiera preparado.

Pero ese día recibió una ovación general y, lo más importante, decidió que eso era lo que más le gustaba en el mundo, que iba a dedicar el resto de su vida al rock. Ese día enterró para siempre su timidez, aunque ella dice que sigue siendo tímida, lo que pasa es que, cuando se ve en un escenario ante el público entregado, se transfigura y se convierte en otra persona, igual que me pasa a mí cuando oficio de conferenciante. Y, en la entrevista citada, añade que para ella fue muy bueno tener esa visión a los 15 años, porque los chavales se ven obligados a escoger por dónde van a encaminar sus vidas a unas edades en las que no se está preparado para ello, mientras que ella tuvo la suerte de saberlo en ese momento. En Jerez, el grupo al completo salió a comerse el mundo, porque ya estaban rodados de tocar por toda Europa y sabían cómo se las gasta el público español. Y, como de costumbre, les hicieron cientos de fotos. En una de ellas, desde atrás, pueden descubrirnos a Dani y a mí en las filas de delante siguiendo su música con la máxima atención.  

Tras el concierto, Dani y yo fuimos los únicos que pudimos entrar al backstage, gracias a los buenos oficios de Jóse Peinado, el organizador del festival. He encontrado una reseña de prensa previa de un periódico de Cádiz, en la que se informa del acto de presentación del festival en la Diputación provincial, que lo subvencionaba en parte. En el acto hablaron el presidente de la Diputación y el propio Peinado, que dijo que la presencia de Samantha Fish suponía un salto de calidad importante y le daba al festival una altura que no había tenido hasta ahora, en el ánimo de escalar posiciones dentro de los festivales de blues de España. Este hombre, que conocía a Dani y supo que yo había viajado desde Madrid para ver a Sam, nos facilitó el acceso al backstage por amistad, pero también de forma interesada, porque él quiere que el festival tenga cada vez más repercusión y sea conocido fuera de Cádiz.

Pero volvamos al punto anterior. He dicho que a los músicos les hicieron cientos de fotos, igual que en Cazorla, y no exagero. Eso se debe a que Sam, además de todas las cualidades que hemos destacado en este blog, tiene una característica más: es súper fotogénica. Es que sus gestos y sus movimientos piden cámara sin parar. Y otra cosa sorprendente: su fotogenia es contagiosa. Los de su grupo salen muy bien en las fotos, por estar al lado de Sam. Incluso yo me beneficié de esa cualidad y creo que pocas veces he salido tan guapo como en LA FOTO, como la llama Paco Couto, que incluso llegó a creer que era un montaje del Photoshop (les confesaré que es un programa que ni siquiera sé cómo se utiliza). Vean un par de fotos recientes de promoción del grupo, para que comprueben lo que les digo.


La baterista Sarah Tomek es muy vistosa, pero por ejemplo el bajo Ron Johnson era antes un tipo medio taciturno, siempre vestido de negro y muy en segundo plano, que desempeñaba su trabajo con eficiencia y sobriedad en la Allman Betts Band. Desde que está en la banda de Samantha Fish, es como si lo hubieran regado o lo hubieran tocado con una varita mágica. En el rato que pasamos con ellos, hablé bastante con Sam; tenía interés en que le dijera cuál es el disco suyo que más me gusta y qué canciones en especial prefiero entre las suyas y se sorprendió de lo bien que conocía su repertorio y su carrera en general. Luego, cuando se puso a firmar los discos de mi amigo, me preguntó cómo se escribía su nombre. Es fácil le dije: Dani. Sí, pero cómo se deletrea ¿Di-en-ei-ai, o Di-en-ei-uai? Le dije que con i latina. Esta mujer es perfeccionista hasta para eso. Véanla en plena faena firmante.


Podría haber contado muchas más cosas en el post anterior, pero entonces hubiera salido aún más largo. Y no quería dividirlo en dos, porque LA FOTO había que mostrarla ya, no podía esperar. En realidad, he de insistirles una vez más en que este blog es para mí un trabajo eminentemente literario, como ya les he dicho tantas veces. Por recordar, yo empecé a escribir relatos cuando me quedé solo después de romper mi situación familiar anterior. Y empecé a presentarlos a concursos, con buenos resultados; fui finalista en más de uno antes de ganar el Encina de Plata de novela corta en 2009. Entonces, algunos de mis lectores más fieles me soplaron a la oreja que por qué no escribía de una vez una novela larga. Recogí el reto y estuve como tres años elaborando esa novela, que me salió larguísima y no conseguí publicar.

Escribir novelas es un trabajo arduo en el que se sufre mucho. Los autores de novela se pasan dos o tres años escribiendo con esfuerzo y luego la industria editorial tarda otro año más en publicarlo. Yo no sabía lo difícil que era, no pensé que fuera muy distinto de escribir relatos cortos, algo que no se me daba mal. Intentando averiguar qué hacer con el mamotreto que acababa de producir, conecté con Ronaldo Menéndez. Me hablaron de él y me dijeron que era un tipo muy bueno corrigiendo textos, por supuesto cobrando y no poco. Le pasé el tocho y prácticamente me lo destrozó. Y así se ha quedado. Alguno de mis amigos y colegas de empeños literarios, sostiene que Ronaldo tuvo un papel castrador de mi vocación de escritor. Yo no lo veo así, es más, ahora mismo es uno de mis mejores amigos y creo que soy el miembro más antiguo de su taller de lecturas Billar de Letras.

En realidad, de esta experiencia surgió el blog y es algo que ustedes y yo tenemos que agradecerle al bueno de Ronaldo. Si yo era hábil escribiendo textos cortos y no tenía ni la calidad ni las ganas de ponerme a escribir una novela larga, la solución era pasarme a escribir textos aún más cortos. Además, con los medios modernos, yo he encontrado el sistema que me permite saltarme todo el coñazo de la industria editorial y escribir directamente para los que quieran leerme. Porque no otra cosa es la literatura: alguien escribe algo y alguien diferente lo lee y lo disfruta. Con el blog, mis seguidores leen lo que yo escribo el mismo día o al día siguiente de salir de mi ordenador. Es decir, que he descubierto un nuevo tipo de literatura: la literatura instantánea. De acuerdo, el café hecho a la manera tradicional está mucho más rico, pero el café instantáneo (como el nescafé) tiene también un nicho comercial y un papel en el mundo. Lo que yo hago en este blog, digamos, es nesliteratura

Les cuento todo esto porque, detrás de mi último post, hay unos cuantos trucos de manual. Se trataba de enhebrar un texto alrededor de LA FOTO y no es casual que la narración del viaje de ida sea larga y minuciosa, mientras que el de vuelta se solventa en dos renglones, mediante una de las llamadas elipsis, apoyada en un dato tan secundario como las temperaturas exteriores del coche. El viaje de ida debía ser una especie de vía-crucis que precediera a la gloria del encuentro con Sam. Pero en el viaje de vuelta también me sucedieron cosas, por ejemplo, tuve que hacer una tercera parada porque detecté esos mínimos aleteos de párpado que anuncian las subsiguientes cabezadas, algo muy peligroso en carretera, que me decidió a salirme en una gasolinera, aparcar debajo de un sombrajo, recostar el respaldo y tratar de dormir un rato. Es algo que sucedió de verdad, pero que yo no quise contar, porque, una vez mostrado el momento del éxtasis, lo suyo era abreviar con el resto.

Otro truco que me gusta utilizar es citar las cosas colaterales dos veces (no más). Por ejemplo, se habla dos veces de González Byass, se habla dos veces del Tío Pepe, se menciona dos veces que suelo tomar unas cuantas pastillas con el desayuno. Pequeños aderezos para dejar niquelao un texto que yo quería cuidar especialmente. No es cierto que el propio domingo estuviera cansado del viaje. Lo estaba, ciertamente, pero era mayor mi ansiedad por contar lo vivido en el fin de semana. Lo que pasa es que empecé a escribir pero se me hizo de noche antes de que el post estuviera al nivel que yo quería que tuviera. Y el giro final hablando de Athenea está también estudiado y tiene el objeto de cortar con el monotema de Samantha, como cuando se hace la merluza a la gallega y se corta la cocción con un vaso grande de agua fría.

De todas maneras, encontrarme con mi musa y poder estar un rato tranquilamente con ella hablando de temas diversos, es algo que no soñaba conseguir y puede abrir una nueva línea en mi vida. Cuando vaya a verla a París intentaré compartir un rato también con ella, aunque soy consciente de que es posible que no lo consiga, en cuyo caso, esa línea se cortará. Pero una vez que el covid parece vencido, tengo el proyecto de retomar mis viajes por el mundo, simplemente apoyados en alguna circunstancia casual, como visitar a mis amigos around the world o, por qué no, ver otros conciertos de Samantha. El otro día me entró un Whatsapp de mi amiga Shannon Ryan, de Los Ángeles. Únicamente quería decirme hola y recordarme que hacía justo cinco años desde que nos conocimos, en el maravilloso workshop del grupo C40 en Portland (Oregon). Le contesté que con esto del covid, el tiempo pasa despacio y deprisa a la vez. Es una frase que le encantó, si bien no le dije que su autora real es mi amiga indonesia Tantri, a quien también conocí en Portland.

A Shannon la fui a ver a LA en el verano de 2018 y luego volvimos a coincidir en Chicago. No me importaría acercarme otra vez a la costa Oeste para hacerle otra visita y bajarme luego a visitar a Diego Moreno en Tijuana. Únicamente tendría que conseguir un billete barato de ida y vuelta a LA. Esto son sueños, pero los sueños a veces se hacen realidad. Sin ir más lejos, anteanoche yo soñé que se ponía a llover y por la tarde cayó una pequeña tormenta. En estos momentos Samantha descansa en su casa de Nueva Orleans, a la espera de reanudar su gira americana, según su página web, el próximo 12 de agosto en Austin (Texas). Y ya ha empezado a anunciar su tour europeo más largo, que la llevará por tierras británicas y alemanas sobre todo, y también a París. Para anunciarlo, usa una foto de su última visita al UK, antes de la pandemia, hace ya tres años. El texto que acompaña a la foto reza: ¡Pero bueno! ¿Así que usted todavía no tiene entradas para los conciertos de Samantha Fish en el UK?


Algunos de ustedes piensan que chocheo con Samantha, o que estoy fascinado por su figura y su apariencia física. Eso es cierto, pero a la vez estoy convencido de que ahora mismo es la figura emergente del mundo del rock y que nadie toca la guitarra, canta y monta espectáculos como ella. En la entrevista de la que les he hablado antes, el presentador dice que en la última clasificación mundial de guitarristas, un ranking que elabora la revista Guitar World Magazine, Sam aparece en el número 7, desde luego la primera mujer. No confío mucho en este tipo de clasificaciones y no puedo imaginar quiénes son los seis que la superan. Me parecería bien si apareciera ahí Eric Clapton y alguno de los históricos con vida (entre los nuevos, el único que podría superarla, en mi opinión, es el gordo Christone Kingfish Ingram).

Pero hay más datos. La página Web Samantha Fish Fans Official/Fish Army, a la que estoy suscrito, cuenta con 95.700 seguidores. Hace un par de años, mi amigo Dani montó la web Samantha Fish España, a la que yo me sumé como socio número setenta y tantos. Estuvimos un tiempo atascados en la cifra de 99, problema que resolvió Paco Couto apuntándose como socio número 100. Ahora mismo la página cuenta con 487 seguidores y aumenta bastante rápidamente después de los cinco conciertos de Sam en España. Por cierto, tras el concierto de cierre de gira en Pontevedra, un admirador local, llamado Santiago Nosecuantos (no me quedé con el nombre), colgó un comentario y una foto del meets&greets, que les transcribo abajo.

Hace unos años me quedé maravillado con el sonido que se gasta esta chica, pregunté a mi amigo Xel sobre sus amplis no convencionales y lo particular de su sonido… ayer nuevamente los pelos de punta, partiendo de un blues y rock and roll clásico, con un sonido crudo y limpio a la vez, con unas bases rítmicas más que contundentes, en algún momento de las canciones, Samantha nos agarraba de la mano ante el delirio de los armónicos que producen las válvulas bien exprimidas, casi rascando, y nos hizo viajar en trance, por la psicodelia y otros parajes, una cosa es tocar bien y agradar y tal… otra cosa es hacer de uno un pandero que babea ante una mujer poseída, con un absoluto control del caos que ella misma genera… Aun por encima y con la profesionalidad que caracteriza al buen gringo, se pasó más de una hora atendiendo a los fans que, como yo tardaron en digerir tan tremendo talento y bajar del viaje y, aunque no soy muy de selfies y autógrafos, dada su cercanía y humildad, me llevo este precioso recuerdo para mí de una verdadera superstar de este bello e infinito universo musical… Y aunque esta vez no haya tocado descalza (muy habitual), quedo gratamente rendido a sus pies (muy bonitos por cierto)…



Ya ven que el entusiasmo que genera esta mujer no es sólo mío. Por cierto, este mensaje me ha permitido saber que en Pontevedra sí que hubo meets&greets. En esas situaciones, Sam se sienta con una mesa por medio ante la cola de fans que van a que les firme algo. Y, para los que le piden una foto, únicamente acerca un poco la cara y ya (lo mismo me pasó a mí cuando fui a la presentación de la penúltima novela de Leila Slimani El País de los Otros: que acercamos un poco las caras para que mi amigo Alfred que me acompañaba nos sacara la foto que publiqué en el blog). No es lo mismo que entrar en el backstage y estar un rato con ella hablando de esto y lo otro, despidiéndonos con un abrazo (Sam es muy de abrazar, como han visto en muchos de los vídeos de este blog) y posando juntos para LA FOTO.

En fin, que para mí ha sido un subidón y ahora tengo que reanudar mi vida bajo el calor que no termina de aflojar. Continúo con el yoga y el inglés y les diré que el miércoles volví a correr por el Retiro. Fui tempranito por el calor y mi ligamento lesionado se portó bien. Si me preguntan si el tobillo está igual que antes de la lesión, he de reconocer que no, mentiría si dijera lo contrario. Pero no me impide correr y la molestia no se agudiza después de hacerme cinco o seis kilómetros. Sólo me falta un tema en el que debo redoblar mi esfuerzo: la guitarra. Con mis múltiples trajines de los últimos tiempos, la tengo un poco abandonada y las clases con Henry no vuelven hasta el 15 de septiembre. Ese fue el consejo que me dio Dani con el abrazo de despedida: dale a la guitarra, tío, no lo pierdas, que eso es la vida.

El martes, después del inglés, quedé con Henry Guitar para dar una vuelta por el centro. Él quería pasar por la tienda de guitarras de la calle Cedaceros, porque se está fabricando una pedalera o, como la llama Sam, un pedalboard. Estuvimos allí más de una hora. Luego fuimos a tomar un vermú con unas croquetas a Casa Manolo, enfrente del Teatro de la Zarzuela y hablamos largo rato. Me presumo que a Henry le gustaría volver el año que viene a Cazorla, e incluso a Jerez. Tendremos que ver qué programa nos ofrecen. Pero en Cazorla nos lo pasamos genial y yo en Jerez ya han visto que también.

Y, por terminar: ayer sábado salí de nuevo a correr, una vez que el miércoles rompí aguas. Y ¿saben qué me encontré? Pues el Retiro cerrado por alerta roja. El tema Almeida lo vamos a dejar para el post siguiente, pero les adelanto dos cosas. Estoy valorando la posibilidad de iniciar una campaña en change.org para que Almeida deje de cerrar los grandes parques sin un motivo que pueda explicar después. Y la otra: como ya les dije, dentro de unos años ya no se hablará del que asó la manteca, o del que se fue a vendimiar y se llevó uvas de postre; se dirá: eres más tonto que Almeida, que cerraba los parques por el calor. Un vecino de mi barrio se ha sumado al clamor general contra este señor, perpetrando la pintada que les dejo de despedida y que me apresuré a fotografiar antes de que vengan a borrarla. Sean buenos y disfruten todo lo que puedan del verano.




lunes, 25 de julio de 2022

1.154. En el séptimo cielo

Por favor no me pellizquen
Que no me quiero despertar

En fin, si después del festival de Cazorla se habló aquí de catarsis, se me va agotando ya el acervo de sustantivos metafóricos que yo pueda manejar en mi vocabulario. Pero lo de este fin de semana en Jerez de la Frontera va todavía más allá y apenas puedo conceptuarlo como nirvana, séptimo cielo o paraiso. Es un estado de elevación, de santidad, casi como levitar, en la conciencia precisa de estar viviendo un momento único, de esos que cambian las trayectorias y las vidas. Esperen y lo verán. Yo salí de mi casa el viernes y regresé el domingo, trayectos ambos de 615 kilómetros, a través del horno crematorio que es la península en estos días. ¿Merecía la pena darse esa doble panzada para pasar un día completo en Jerez? Pues ustedes mismos podrán juzgar. Sólo tienen que leer este post hasta el final, no es demasiado esfuerzo, ¿no?

1.- El camino a la gloria. El que algo quiere, algo le cuesta, dicen, y les puedo jurar que, con la que está cayendo y teniendo una casa cómoda con aire acondicionado en el centro de Madrid, hay que tener una convicción muy firme, una determinación inquebrantable, un valor y una seguridad a prueba de bomba, para meterse en un coche y disponerse a cruzar ese páramo casi africano en que el cambio climático está convirtiendo el sur de nuestro país, en dirección a un improbable hotel, por nombre Carlos V, en el centro de Jerez, un hotel desde el que me habían llamado ya tres veces pera preguntarme si iba a ir de verdad, como si les pareciera increíble que alguien desde tan lejos quisiera alojarse allí en el momento más despiadado de la canícula.

El caso es que el viernes me levanté cuando la luz dio en mi ventana, desayuné bien, me duché como cualquier otro día y bajé a la calle para hacer un par de gestiones previas: sacar 200€ del cajero automático de mi banco, para disponer de algo de suelto para el viaje, y pasarme por el fotocopiero del barrio para que me imprimiera la entrada del festival La Isla del Blues. Es hora ya de que les revele una cosa que no les he dicho antes. Este festival lleva muchos años celebrándose, en concreto, la de este año es la edición XXIII. Si les suman los dos años de suspensión por la pandemia, es fácil hacer la cuenta. El festival empezó celebrándose en San Fernando (de ahí lo de la isla del Blues) y hace años que hubo de mudarse a Jerez por problemas con los ayuntamientos, los permisos y todo lo que se imaginan.

El alma del festival es un tipo casi de mi edad, que se llama Jóse Peinado y que ha hecho casi una vocación del empeño de organizar un festival de blues anual en la tierra del flamenco y la soleá. Y, lo que no les he dicho hasta ahora: Jóse Peinado es amigo de mi amigo Dani, el fan número 1 de Samantha Fish en España, que vive en el Puerto de Santa María y controla bastante todo lo que tiene que ver con el mundillo de la música en su tierra. Esa conexión en dos tramos abría para mí una serie de posibilidades insospechadas, que no les he querido adelantar, por si luego se quedaban en nada, que ya saben que anunciar las cosas antes de tiempo trae mala sombra. Pero esto era algo que yo tenía muy presente a la hora de subirme en el coche, con mi nuevo y flamante espejo retrovisor y mi equipaje para tres días.

Hacía calor ya cuando salí de Atocha y el Maps me recomendó tomar la R-5 para evitarme el atasco de salida. El peaje me costó 3,55€ y salí a la A5 en un lugar bastante adelantado, pero con tráfico nutrido. Mi plan era hacer dos paradas para dividir el trayecto en tres tramos de unos 200 kms y unas 2 horas cada uno. Hice la primera parada pasado Navalmoral de la Mata, lugar de grato recuerdo para mí por haber sido finalista primero y ganador después del premio Encina de Plata de novela corta. Era un área de servicio atendida por unas seis o siete chicas bastante vistosas y un solo varón muy joven, al que todos los clientes del pueblo le vacilaban sobre lo bien que estaba, a lo que el aludido argüía que él era un cero a la izquierda en semejante gineceo. Allí me pedí una cerveza y un montado de beicon con queso, y luego un café solo. Y, cuando estaba pagando, me entró una nueva llamada del hotel Carlos V. Que cómo iba. Pues estoy de camino. En Navalmoral, tomándome un piscolabis. Y hagan ustedes el favor de no llamarme más, hombre. Que ya les he dicho que voy a estar allí esta noche y no tienen que preguntármelo más veces.

El tipo se disculpó y yo salí al exterior. Temperatura de 37 grados. El calor era asfixiante en la llanada extremeña. Me subí al coche, consulté los datos de los cuadros y tomé una mala decisión. El marcador de gasolina decía que tenía combustible para más de 300 kms y pensé que sería suficiente para llegar a mi segunda parada, que estaría a unos 200. El problema es que ese marcador es engañoso, porque presupone que va uno a hacer una conducción prudente y ecológica, como la que hacen mis hijos, pero yo, por generación, voy a todo lo que se puede y eso gasta más. Así aprendí a conducir y no voy a cambiar ahora y menos con lo bien que veo con mis ojos operados. Dice mi hijo Kike que todos los boomers conducimos así. Cuando me di cuenta, el marcador decía que tenía para 40 kms y se encendió un piloto rojo de advertencia. En la siguiente gasolinera, me paro me dije. Pero esa gasolinera no llegaba. Empecé a conducir despacio, para desesperación de los demás conductores, pero el marcador ya bajaba de 30 y el Maps no mostraba ninguna gasolinera en las proximidades.

La temperatura exterior era ya de 40 grados. Pensé que, si tenía que pararme y caminar hasta una gasolinera a por un bidón, no llegaría vivo de ninguna manera, a pesar de la crema protectora que me había dado y el sombrero. Yo sé lo que es una temperatura de 40. Entonces, en la pantalla apareció como milagrosamente el indicativo de una gasolinera. Sólo que estaba en otra carretera, la que se desviaba hacia el pueblo de Zafra y seguía luego a Badajoz. El marcador hablaba ya de 22 kms de margen. Me salí por la carretera y llegué a la altura de la gasolinera, pero estaba a la mano contraria. Vale, habrá alguna rotonda. Nada: cero rotondas. Vi una entrada a una finca y paré bruscamente con el doble intermitente puesto. Maniobré y tuve que esperar un buen rato a que no hubiera nada de tráfico para salir en dirección contraria.

La gasolinera estaba completamente vacía, era un paisaje desolador, abrasado por el sol inmisericorde. Aparqué, abrí el depósito, que sonó como cuando abres una botella de champán, señal inequívoca de que estaba casi vacío. Fui a sacar la manguera correspondiente. Y entonces, del cubículo mínimo que constituía la gasolinera, emergió un personaje, más bien grande y lleno de amabilidad, con las características físicas que en mi tierra le llevarían a ser tildado de un marulo. El tipo me dijo que era un surtidor automático y que tenía que pagar primero, sólo con tarjeta. Pero yo quiero llenar el depósito contesté. No se preocupe, que yo le ayudo. Primero, yo le recomiendo que vaya a este otro surtidor, para tener la manguera de su lado, que no son demasiado largas y a trasmano son muy incómodas. ¿Le parece bien?

Me parecía estupendo. Quedamos entonces en que el surtidor 4. Fuimos a una especie de cajero automático. Allí introduje la tarjeta y marqué el surtidor 4. Entre las posibilidades que se me abrían estaba un icono que decía llenar depósito. El tipo me iba guiando y me aclaró: si usted elige esta opción, le van a cobrar exactamente lo que marque el surtidor. Es decir que si usted a medio llenar se arrepiente y sólo carga 20€, le van a cobrar exactamente eso. Luego había que seguir otros pasos más, marcar el pin secreto de la tarjeta y ya estaba. Le di las gracias. Era todo muy intuitivo, pero con el calor y la angustia que yo traía, la presencia del tipo me resultó una bendición del cielo. Fuimos al surtidor, llené el depósito y volví a darle las gracias. Nunca había usado una gasolinera como esa ꟷle dije. Pues ya se puede usted ir acostumbrando porque a medio plazo van a ser todas así.

Por qué les cuento todo esto. Pues porque el tipo me dijo entonces que él estaba allí por las mañanas por ayudar a los conductores inexpertos, pero su turno se acababa a las 15.00, momento en que cerraba, se iba y dejaba la gasolinera como autoservicio absoluto hasta el día siguiente. Consulté mi reloj y se lo mostré: eran las tres y cinco. Me dijo que ya lo sabía, pero que había estirado el tema lo justo para ayudarme, porque yo había llegado a la gasolinera unos segundos antes de las tres. Me subí al coche y salí con una sensación de alivio acojonante. Y con una idea en la cabeza. Yo, como buen ateo, he hablado varias veces en el blog de mi creencia creciente en unos dioses juguetones y traviesos que tiran los dados de nuestro destino, sólo por divertirse. Esos dioses son una creación poética, pero está claro que, si yo no llego a desviarme hacia Zafra, me hubiera quedado tirado. Y si llego a esperar a encontrar una rotonda para cambiar de dirección, el tipo hubiera cerrado el negocio y yo tendría que haberme valido por mí mismo a 40 grados.

Los dioses traviesos que juegan a los dados, me habían querido dar una advertencia. Vale, te echamos una mano, pero no estires tu suerte más de lo imprescindible. Lección recibida. Ya en la autopista de nuevo, no hubo mayores incidencias, salvo que la temperatura exterior que marcaba el coche seguía subiendo. En la circunvalación de Sevilla y al pasar el Puente del Descubrimiento, ya marcaba 43 grados. Pensé que, si tenía una avería, me moriría sólo de bajarme del coche. Cogida la dirección a Cádiz, el tráfico se espesó de forma notoria. Íbamos casi parados, en una caravana continua y achicharrada. Recordé entonces que era viernes y la hora de salida del trabajo del fin de semana. El tráfico se aclaró ligeramente al pasar Do’ Hermana’ y Los Palacios, se ve que mucha gente vive en esos pueblos y trabaja en Sevilla.

Pero luego volvió a espesarse y nos paramos del todo. La temperatura seguía a 43 grados. Esta vez, la causa del atasco era un accidente múltiple por alcance. Tres coches se habían espachurrado entre ellos, a la derecha había otros dos que se habían parado, seguramente de amigos de los primeros y no dejaban más que un carril útil. Aún no estaba la policía, debía de haber sido hacía nada y no parecía haber heridos de consideración, pero los tres coches estaban arruinados y los equipajes esparcidos por la carretera, entre ellos dos colchones (seguramente eran moros que iban a pasar el estrecho). Tras el embudo, la circulación se recuperó y llegué a Jerez como a las cinco y media, con 39 grados. En la recepción del hotel me esperaba el tipo que me había llamado cuatro veces al móvil, porque no se creía que lo de ir a Jerez fuera en serio, un gordo de estos que se ven bastante en Andalucía, por aquello de la chacina y el exceso de morapio. El hotel era modesto pero suficiente, tenía una buena cama, un aire acondicionado que funcionaba y un baño fenomenal.

Cuando llamé desde Madrid me dijeron que tenía parking propio. Se trataba de un solar al lado del hotel, con unas rayas blancas pintadas directamente sobre los yerbajos. Pero yo quería dejar el coche ya hasta el domingo, sin tener que preocuparme de andar poniendo tickets de aparcamiento. Deshice mi magro equipaje y me eché a leer y a descansar. Cuando cayó el sol, bajé y le pregunté al tipo que dónde me recomendaba ir para tomar un finito o una cerveza con unos pescaditos fritos. Su recomendación fue estupenda. Usted sale para la derecha me dijo, llega a la calle Porvera, gira a la izquierda y, en el primer semáforo, sale a la derecha por una calle peatonal que se llama Tornería. Esa calle es un rosario de pequeñas placitas llenas de bares y restaurantes. Ciertamente era perfecta. Di una vuelta general y elegí un lugar que se llama La Cruz Blanca Depositada. Supongo que quiere decir que es la que tiene el depósito legal, una especie de copyright. Ya saben que yo me dejo seducir por los nombres curiosos, por eso uso champú Fructis Adiós Daños y me compro quilos de tomates Otelo, dulces como el caramelo. Vean el rótulo del lugar y un selfie que me hice para mandar a las amigas.

Me pedí un salmorejo y un variado de pescaditos, con acedías, salmonetes, boquerones y calamares, regado con dos milnueves de Estrella Galicia. Y dormí como un señor en mi cuarto de hotel. Al día siguiente me levanté, me duché en el baño excelente, me di crema protectora y salí a desayunar por el mismo trayecto. Encontré una cafetería-pastelería que se llama La Guinda y me obsequié con un zumo de naranja natural para mis pastillas matutinas, un café con leche en vaso y una media tostada, que es como llaman aquí al mollete, con aceite, sal y tomate natural. Me enteré de las modalidades de café que se sirven en esta zona, además del solo y el cortado. Está primero la leche manchada. Con un poco más de café pasamos al avellana. El café con leche normal, que yo me tomé. Y por último el cargado.

Me dispuse a dar una vuelta por la ciudad, ver monumentos, etcétera, con la idea de estirar ese paseo hasta la hora de comer, tomar algo y luego recogerme en el hotel para echar la siesta, obviar las horas peores y estar fresco para el concierto. Vi la catedral, el alcázar y alguna otra iglesia, todas por fuera, porque no soy de pagar por estas cosas, especialmente por las iglesias. En la catedral hay un valioso cuadro de Zurbarán, la virgen niña, que está leyendo, pero costaba entrar seis euros y yo tengo que ser coherente con el hecho de que no les marco la casilla en la declaración de Hacienda. Vi también las bodegas de González Byass, los creadores del Tío Pepe, que son los grandes empresarios de la zona y a los que a mí me gusta llamar González By-Ass, o González Porculo. Paré en los soportales de la plaza del Arenal a tomarme un Aquarius de limón. Se me ocurrió entonces acercarme al lugar del concierto, para aprenderme la ruta. Pero a medio camino me empecé a encontrar medio mareado, era cerca de la una, la gente empezaba a escasear por la calle y el calor y la luz eran insoportables. Así que di media vuelta al hotel y subí a echarme la siesta del carnero.

A la hora de comer, le pregunté al gordo por restaurantes cercanos, y me habló del Bocarambo, a unos 50 metros de la entrada del hotel. Allí me recibió encantado el dueño, un tipo clavadito a Carlos Sainz senior, que me aconsejó tomar ensaladilla rusa y merluza al Tío Pepe. De este plato, me aclaró que era un invento de su madre, harta de que su marido la criticara por lo insulso de los pescados que le preparaba cada día. Aquí tenían Estrella Galicia de grifo, hay que ver qué penetración está teniendo la marca en Andalucía; no me extraña, porque la Cruz Campo está bastante mala en mi opinión. Como el tipo me contó sus intimidades, me animé y le dije: ¿a usted nunca le han dicho que es clavado a Carlos Sainz? Respuesta: todo el rato, todos los días alguien, y yo les contesto que somos igualitos, tenemos el mismo coche, la misma casa, el mismo dinero, sólo que yo estoy aquí llevando este restaurante por amor al arte. Humor gaditano chirigotero. Ahora sí, me subí a echar la siesta de verdad.

2.- El éxtasis. Estuve toda la tarde leyendo, esperando conectar con mi amigo Dani, sin que contestara a mis mensajes. El concierto estaba previsto que abriera puertas a las nueve y empezara con el primer grupo a y media. A las siete y media estaba yo empezando a mosquearme, cuando sonó el teléfono. Dani estaba muy excitado. Kiyo, que acabo de estar con Zamantha, que me ha llamado Jóse y me ha dicho si quería estar en la prueba de sonido. Y allá que me he ido. Me estaba llamando, como siempre, desde el coche, con el sin manos. Me dijo que Samantha estaba con unos vaqueros, unas sandalias y un chándal viejo, controlando todos los detalles. Y que, vestida así, era como una niña. Tío, y he hablado con ella, y la he saludado y la he tocado, Emilio, ¡la he tocado! Le dije que conocía ese look de incógnito, que ella misma había publicado una foto vestida así en la prueba de sonido en el castillo de Estonia.

Acabada la prueba de sonido, Sam y sus músicos se retiraban a concentrarse. Es entonces cuando Sam se ducha, se maquilla, se viste y se peina, para convertirse en el personaje Samantha Fish. Y Dani iba de vuelta al Puerto, a ducharse y ponerse guapo también, para volver a su hora. Son apenas quince minutos de El Puerto a Jerez. Así que yo me dispuse a vestirme igualmente de bluesman. Me contó también que se habían vendido muy pocas entradas, que el grupo que tocaba primero A Contra Blues era buenísimo y que el programa iba muy retrasado, que no creía que empezaran hasta las diez por lo menos. Me vestí y salí para el concierto, veinte minutos de caminar, pero ya estaba anocheciendo y en Jerez refresca bastante por las noches.

Me encontré con Dani en el interior del recinto y nos pusimos a la larga cola para pillar tickets para las cervezas, una modalidad bastante absurda, en mi opinión. Nos hicimos con tres tickets de cerveza grande cada uno, para no tener que hacer más colas, y pillamos la primera, cuando los de A Contra Blues ya habían empezado. Realmente son buenos. Se trata de un grupo de Barcelona, que lleva ya como veinte años tocando y han ganado varios premios europeos. Su principal activo es un cantante enorme, como de unos 130 kilos, con una voz atiplada que recuerda a la de Aaron Neville entre otros. Hacen un medio rock con mucho sentimiento y subieron la moral de los presentes, que yo calculo que apenas llegarían a mil personas.

Con la segunda birra, Dani me dijo: en cuanto acaben estos, tu y yo nos vamos a la parte de atrás a ver a los músicos antes de que suban. Le dije que bien, pero que antes de la actuación no hay que darles el coñazo, que yo, como conferenciante que soy, sé de lo que hablo. Sam tiene que decorarse, hacer media hora de ejercicios para calentar la voz, concentrarse y estar relajada. No es cosa de molestarles. Y allí fueron apareciendo: Matt Wade, el teclista. Ron Johnson, el bajo. Sarah Tomek, la baterista. Nosotros estábamos con el organizador y Dani los iba saludando a todos y me los iba presentando. Entonces apareció Samantha.

Como arquitecto que soy, he de decirles que a las personas, como a los edificios o a los solares, hay que verlas en persona para hacerse una idea precisa de su escala, no se puede uno formar una opinión por fotos. Sam es una mujer muy alta. Un pedazo de hembra, a gusto con su cuerpo y con el mundo en general. Iba vestida con su traje de Bitelchus (si no saben de que hablo, busquen en Google así: traje de Bitelchus), que debe de ser fresquito, aunque se había quitado la chaqueta y estaba con el top. No llevaba sus coturnos de tacón exagerado, sino unas botas negras de medio tacón, apenas tres dedos. Y, aun así, era más alta que yo. Como en una nube, la saludé, me presenté como su segundo mejor fan en España después de Dani y también el más viejo. Le hizo mucha gracia y quedó con nosotros en que la veríamos luego sin apuros.

Nos internamos entre el público, pero Dani se iba encontrando conocidos y se paraba y yo, como impulsado por un imán, me fui a la primera línea y empecé a chillar cuando la banda salió al escenario. Unos minutos después, noté que me agarraban por detrás por ambos hombros: Dani me había localizado. No quiero extenderme hablando del concierto, sólo les diré que la banda estuvo mucho mejor que en Cazorla. Allí, estaban recién llegados, seguramente con el jet lag y no sabían lo que se iban a encontrar, porque nunca habían tocado en España. Ahora, después de los conciertos en Tenerife, Las Palmas y el propio de Cazorla, ya estaban preparados. Además, en Cazorla había un programa muy estricto. En Jerez, tocaron más de hora y media, antes de retirarse un momento y salir enseguida a dar un largo bis. Fue un concierto apoteósico, de los mejores que he visto en mi vida, y mira que he escuchado a Bruce Springsteen y tantos otros. Esta mujer es única, está en su mejor momento y nadie toca la guitarra como ella, ni se vuelca como ella en los conciertos. Vean una foto que alguien tomó.

Encendieron las luces y la gente empezó a desfilar alucinada, sin creerse lo que acababa de ver. Pero nosotros nos hicimos con la tercera birra y nos fuimos con Jóse a la parte de atrás. No se podía pasar a la caseta que los músicos usaban de camerino, estaban descansando, refrescándose, relajándose después de la tralla que nos habían dado. Jóse entraba, salía y nos pedía paciencia. En una de esas, salió y nos dijo que podíamos entrar los dos, a estar un rato con los artistas, antes de que se fueran. Y allí que nos fuimos. Sam, además de ser una mujer grande y muy guapa, es muy natural y muy simpática. Estaba encantada de estar un rato con sus mejores fans españoles. Hablé bastante rato con ella, gracias a mi inglés B1/B2 superior al de Dani. Le dije que la habíamos visto en Cazorla, lo que le sorprendió mucho. Y que, en mi opinión había salido mejor el concierto de Jerez, porque el otro era el primero en España. Me corrigió: no, fue el segundo. Ya lo sé, tocaste en Hondarribia hace once años. Sorpresa aún mayor: ¿también estuviste viéndome en Hondarribia? No, entonces no te conocía, pero he visto los vídeos.

Dani tenía unos discos para que se los firmara. Yo le dije que no tenía nada, pero que ya tenía los tickets para verla en París en noviembre. Se aprendió mi nombre y dijo que le encantaría que pasara a saludarla después del concierto de París. ¿Haréis meets & greets? Hombros arriba: eso nunca se sabe, a mí me gusta hacerlo siempre, pero con el covid y los problemas de seguridad no siempre se puede. En fin, no les puedo contar aquí todo lo que hablé con mi musa. Llenaríamos otro post. Dijimos que queríamos hacernos fotos con ella y sin ningún problema, encantada. Aquí tienen la mía, sin duda uno de los momentos estelares de los diez años que llevo publicando este blog.

Dani se hizo una foto también, que ya la ha publicado en Facebook y que les pongo más abajo. Yo publicaré la mía hoy o mañana, para dejarle la exclusiva al blog un par de días. Le dije a Sam que adoro su música, su forma de cantar, su forma de tocar, su personalidad. Usé el verbo to love, que no es amar cuando se refiere a objetos o conductas, pero lo hice intencionadamente y creo que ella captó enseguida el doble sentido. A continuación le dije que tengo 71 y que podría ser su padre o incluso casi (even quite) su abuelo, nuevas risas. Prometimos encontrarnos en París. Entonces, alguien propuso que nos hiciéramos una foto con todos los del grupo, más el organizador. Nos empezamos a colocar, las dos chicas se pusieron juntas, pero ahí estuve rápido, me infiltré y proclamé: please between the ladys. Abajo el resultado.

Después, salimos afuera y ellos empezaron a transportar a mano instrumentos y amplificadores a una furgoneta que les llevaba a su hotel, que supongo que sería más lujoso que el mío. Dani no dejó que Sam siguiera cargando con uno de los amplis más pesados y se lo llevó como un caballero. Allí, en la furgo, le dijo que tenía que venir el año que viene a la Isla del Blues. Ella le miró a los ojos y le dijo: te prometo venir, si tú me prometes venir a verme. Es un encanto de mujer, y hace poesía con sus letras, por lo que sabe que las palabras se las lleva el viento pero es hermoso pronunciarlas. A mí me había contado que ayer domingo tocaba de nuevo en otro festival, en Pontevedra, ya ven que vida llevan los artistas. Que su concierto empezaba a las once de la noche, que luego tenían que coger un avión a las cuatro de la mañana para hacer una escala en Londres o Frankfurt, no estaba segura, y salir para los USA, donde pronto reanudará su gira. Vean aquí la foto de Dani con la chica.

Dani es un tipo estupendo, todo corazón, le estaré siempre agradecido por haberme facilitado la posibilidad de cumplir un sueño, ese que comparto con él. Insistió en llevarme al hotel, aunque la noche era muy agradable ya y yo seguía como en una nube. Había conocido a mi musa, de la que llevo hablando en el blog prácticamente en todos los posts desde que la descubrí en mayo de 2020, en pleno encierro pandémico. En París trataré de saludarla y estoy seguro de que mi nombre se le habrá olvidado, pero quizá no mi cara y mi bigote. Llegué a la habitación del hotel a las tres de la madrugada, abrí la ventana y me acosté aún con la sensación de irrealidad. ¿Habría sido todo un sueño? Me desvelé como a las cinco y media, por el calor, las tres cervezas grandes a palo seco (se me había olvidado cenar) y los nervios generales de lo sucedido. Dani ya me había mandado las fotos al móvil y es ahí cuando me convencí de que no había sido un sueño. Había conocido a Samantha Fish y era tan maja como yo siempre había fantaseado a partir de sus entrevistas, sus opiniones y su forma de estar en el mundo. Conseguí recuperar el sueño hasta después de las nueve.

3.- El regreso. No hay mucho más que contar. Me vestí con la ropa usada y salí a desayunar a La Guinda, pero estaba cerrada. Desayuné en la propia calle Porvera, esta vez con dos cafés. Un viejo que desayunaba en la mesa de al lado se partió de risa al ver la cantidad de pastillas que me tomaba y me dijo que él también se tenía que tomar alguna, como todos a nuestra edad. Entonces le pegó una voz al camarero: pisha, trae acá-pa-ca un vaso de agua, que tengo que tomarme la viagra. Los de Cádiz se ríen sus propios chistes según los cuentan. Me preguntó qué coño había venido a hacer en Jerez con esa calor. He venido a ver un concierto. ¡Ah! ¿uno del ciclo que organiza Gonzalez Byass? Me tuve que morder la lengua para no decirle que no, que no era del ciclo de González Porculo. Le enseñé mi foto con Sam, se le pusieron los ojillos brillantes y me miró de arriba a abajo, como si me valorara por primera vez. ¡Buena jaca! ꟷexclamóꟷ, ya veo yo qué clase de conciertos le gustan a usted. Subí al hotel, me di una buena ducha, me puse ropa limpia, hice el equipaje y salí. Eran como las once. No quería pasar por la zona de Sevilla a las horas críticas, pero me dio igual: el termómetro no bajó de 40 hasta las mismas puertas de Madrid, en donde entré a 39.

Tenía pensado ponerme a escribir este post, pero estaba muy cansado y hacía calor, a pesar del aire acondicionado. Me creerán si les digo que esta noche he dormido como un bendito. Por la mañana tenía yoga a las 10.30. Los lunes que caen en festivo, suprimen la clase de mediodía y juntan a todos los grupos en la de por la mañana, bajo la dirección del jefe de la academia, Nacho, que me da siempre mucha caña. A las 12 me he encontrado en la calle, agotado del ejercicio y todavía en ayunas. He tirado para La Casa de las Torrijas, pero estaba cerrado. Entonces he recordado que ya me habían avisado de La Central que podía recoger dos de los tres libros que les encargué. Y me he ido a desayunar a la terraza de la cafetería del Chocolate Valor, que está al lado. El resto de la mañana he estado ordenando cosas, he comprado algo que me faltaba de la farmacia y me he descongelado un entrecot para comérmelo con una ensalada verde. Una siesta y a escribir para ustedes.

Es un post un poco más largo de lo habitual, pero no lo suficiente como para dividirlo en dos. Si algo pueden concluir de lo que acaban de leer es que, les guste o no, no se van a librar de Samantha en los próximos tiempos. Mi historia con ella ya forma parte de mi vida, junto con el yoga, el blues, el inglés y el running, que lo tengo últimamente en stand by por mi esguince y por el calor, pero que volverá antes o después. Sin olvidarnos de Athenea del Castillo. Cuando cayeron derrotadas ante Inglaterra, las chicas de la selección se quedaron todas con una cara hasta el suelo. Todas, menos Athenea, que hizo lo que hace siempre en estas situaciones, lo mismo que cuando se consumó el descenso a segunda de su Dépor: llorar a lágrima viva. Les dejo su foto como epílogo. Sean buenos. Los sueños a veces se hacen realidad. Eso sí: hay que currarselos. Y llevarse a veces disgustos como el de esta chica.  






jueves, 21 de julio de 2022

1.153. Asados al horno

Aquí sigo, bajo el calor asfixiante, de víspera del viaje a Jerez de la Frontera, en donde asistiré a mi segundo concierto de Samantha Fish en apenas quince días, bien acompañado por mi amigo Dani, del Puerto de Santa María, con quien me reuniré la misma tarde del sábado para acudir juntos al recinto del concierto, con tiempo como para pillar sitio en primera fila. No otra cosa se ha de esperar de dos groupies como nosotros. En Madrid hemos tenido un ligerísimo alivio térmico este martes y este miércoles, pero hoy vuelve esto a ser un puto horno en el que hay que echarle valor para hacer alguna actividad que no sea el puro vegetar dentro de casa, al menos los que tenemos la suerte de contar con aire acondicionado. Nos estamos asando al horno del cambio climático sin remedio. Los que no tienen aire acondicionado, siempre pueden bajar a refrescarse a Madrid Río, a la instalación gratuita que el Ayuntamiento llama Playa de Madrid y que el saber popular ha rebautizado con el más modesto y ajustado nombre de Los Chorros. Es lo que hizo el otro día la señora del vídeo que les pongo a continuación, que aprovechó los citados chorros para refrescar sus partes más íntimas de los ardores del cambio climático y climatérico.

Además de ese tipo de abluciones, es bueno beber mucha agua y tener a mano un paquete de saladitos (kikos, cacahuetes, etc.). Eso es lo que acostumbran a llevar los montañistas y senderistas extremos, para evitar el golpe de calor, porque el agua sola no es suficiente, a menos que esté enriquecida con Isostar o similar. A pesar de estos calores, yo he seguido haciendo más o menos mi vida normal. El domingo, después de escribir mi post anterior, organicé una cena en mi casa porque llegaban por carretera mi hijo Kike y su chica, a pasar una sola noche en casa. Habían asistido a una boda en Asturias el sábado y no habían encontrado billete de avión directo de vuelta a París. Así que se vinieron con unos amigos y teníamos el plan de cenar juntos con su madre. A la vista del calor que hacía decidimos hacer la cena en mi casa, que resolvimos a base de ensaladas y fruta básicamente.

El lunes Kike estuvo teletrabajando desde aquí, su chica se fue de museos y yo no falté a mi cita con el yoga, a pesar de que caminar veinte minutos por el centro de Madrid a las horas centrales del día (y otros veinte de vuelta) requiere una cierta disposición de ánimo y cabezonería, pero se puede hacer, yendo por la sombra (yo llevaba mi correspondiente paquete de saladitos por si acaso). Después acerqué a la pareja a la T4 con mi coche y aproveché que el calor parecía aflojar un poco para quitar el aire acondicionado por la noche y abrir las ventanas de par en par. El martes me pasé el día en casa. Tuve inglés a primera hora y luego estuve leyendo y haciendo gestiones diversas. Además, a la vista de que me quedaban un montón de tomates Otelo, dulces como el caramelo, que amenazaban con echarse a perder, decidí hacerme un gazpacho. Para ello, bajé un momento al frutero pakistaní del barrio y le compré un pepino y un pimiento verde. Me cobró 63 céntimos. Y el gazpacho me salió riquísimo, es lo que he cenado todos estos días.

Por la noche, mi amigo Dani me avisó de que se podía ver el concierto de Sam en directo en el festival de blues de Brezoi (Rumanía). Ya me iba a acostar, pero me conecté y lo vi entero por el televisor con el cable HDMI, desde las doce de la noche hasta la una y media. Tenía también la ventana abierta, así que todos mis vecinos lo pudieron escuchar (no escuché ni una sola protesta). Es este el último concierto de la banda antes del de Jerez y tengo que decirles que vi a mi chica favorita un poco cansada y no demasiado entregada. La gimnasia gestual de Samantha es un libro abierto para mí y en este concierto estaba con cara de no estar demasiado a gusto, llevaba las uñas a medio despintar, y no se esforzaba especialmente en animar al personal, que se pudo comprobar que era escaso y bastante frío. Sam es una profesional, pero llegar a un pueblo de Rumanía que es como el culo del mundo y encontrarte una audiencia demediada y poco entusiasta, le baja los humos a cualquiera. Había también algunos problemas de sonido.

En Cazorla yo vi a Samantha muy contenta y he podido ver filmaciones de algunos de los conciertos que ha ido dando en esta mini gira europea con la misma sensación. Al día siguiente de Cazorla, tocó en Tenerife y al otro día en Maspalomas, delante del faro, un lugar muy estimulante, donde también se les vio felices a los cuatro del grupo. Después tocó en Odense (Dinamarca) y en Budapest, como telonera de Gary Clark jr. con quien improvisó la batalla de guitarras que pudieron ver en el post anterior. Y en un antiguo castillo de Estonia, donde parece que tuvieron problemas previos con el sonido, hasta que estuvo a su gusto. Ella misma ha colgado una foto en plena guerra sobre este tema del sonido, que les pongo abajo, para que vean cómo es esta mujer cuando no va vestida de concierto.

Poca broma con ella, como ven. Y el domingo pasado dio un concierto en Piacenza (Italia), donde se la volvió a ver pletórica, porque ella necesita recibir el feedback de la energía del público para dar todo lo que tiene. Espero que en Jerez la cosa sea igual. El concierto italiano se llamaba Dal Mississippi al Po y hay un cameraman italiano que ha grabado la mayor parte de las canciones de Sam. Ese día estaba guapísima, con una blusa transparente con corazoncitos rojos, que resaltaba ese cuerpo que un comentarista del blog ha calificado de rollizo. Es cierto que Sam está hermosa desde el parón pandémico, y ya no es más aquella Long Tall Sammy que tanto me gustaba.

Les voy a poner el enlace a la canción que da de propina al final del evento. Después de dos horas de concierto está tan fresca y se monta un final apoteósico con la baterista, con la que se ve que tiene mucho feeling. Después corre a regalarle la púa a alguien de la primera fila, choca la mano con los que se la piden, lanza besos a diestro y siniestro y se lleva un folletito que otro de la primera fila le regala. Es un vídeo de Facebook, ya saben que tienen que ponerse la pantalla más grande que puedan y cortar después los otros vídeos que la página suele enlazar, como cerezas del rabo. Han de pinchar AQUÍ.

El miércoles aproveché que la mañana era menos calurosa para irme tempranito de compras. Pasé primero por el Corte Inglés de Callao a comprarme una cafetera. Recuerden que, en el trance de recoger todas las cosas de mi casa para el pintor y el parquetista, una serie de viejos electrodomésticos históricos acabaron en el Punto Limpio y les acompañó la cafetera de cápsulas que me regaló mi hijo Kike cuando vivía conmigo y que ya empezaba a funcionar mal. Durante todo este tiempo he estado funcionando con una de émbolo, que tengo desde hace mucho, pero tenía yo el antojo de comprarme una de esas de palanca que tienen en las cafeterías, que te hacen dos cafés a la vez y tienen un tubo lateral que aspira el agua o la leche para calentarla, con un ruido característico. Encontré una De Longhi bastante aparente por 399€ y la encargué para que me la lleven a casa la semana que viene.

Luego me pasé por el FNAC para buscar los libros del cuatrimestre de otoño de Billar de Letras, que ya nos los han anunciado. Sólo tenían uno de los cuatro y me dijeron que no me podían encargar los otros, algo insólito, que no sé a qué se debe. Entonces me fui a La Central a por los tres que me faltaban. Tampoco los tenían, pero los encargué, como siempre he hecho en estos casos. Finalmente, me pasé por la tienda de deportes de El Corte Inglés para comprarme unas mallas cortas para el yoga, que con este tiempo paso mucho calor con las de invierno. En este tipo de tiendas hay unas dependientas jovencitas que no se enrollan demasiado, así que yo mismo elegí el modelo, busqué la talla, me lo probé y fui a la caja a pagarlo. Después volví caminando a casa, aunque el calor empezaba ya a apretar.  

Por la tarde/noche tenía el plan de ver el partido decisivo de la selección femenina de fútbol, pero me llamó una amiga por si quería acompañarla al cine y yo tengo claras cuáles son las prioridades. Vimos Mali Twist, una película que me gustó mucho y que les comentaré otro día. Y total, las chicas perdieron de forma cruel, aunque se van de la Eurocopa de Inglaterra con la cabeza alta. No era fácil ganar a la selección inglesa, que es la anfitriona y la principal favorita, pero estuvieron a siete minutos de lograrlo. Ese era el tiempo que faltaba por jugar cuando les empataron. Y luego les marcaron de nuevo en la prórroga. El gol con el que se adelantó España vino de una jugada fabulosa de Athenea del Castillo, que estuvo a un tris de hacer el 0-2 con un centrochut que se envenenó y obligó a la portera inglesa a hacer una buena estirada. Abajo tienen el resumen del partido que ha publicado RTVE, por si les apetece verlo.


Al salir del cine busqué el resultado en el móvil y me alegré de no haberlo visto, porque estas chicas se merecían haber pasado a semifinales. Pero, en fin, culminamos la noche con unos tacos mexicanos y un largo paseo por la noche madrileña, que ya empezaba a recalentarse de nuevo. Y hoy he asistido a la culminación de la rebelión de las máquinas de mi casa. En días pasados me ha empezado a fallar la aspiradora y una licuadora Bosch con la que me intenté hacer el gazpacho, que finalmente elaboré con la minipimer. Y esta mañana, cuando me he levantado era materialmente imposible encender el ordenador. El botón de encendido se estaba hundiendo poco a poco, desde que se me cayó en casa de mi hijo Lucas en Lille, pero el aparato se encendía. Hoy se había terminado de joder.

He tenido que atender la clase de inglés por el móvil, que es bastante coñazo, y, en cuanto se ha terminado, he bajado a la tienda de la calle Atocha donde arreglan este tipo de problemas. Y me han dicho que lo podía dejar allí, pero que no lo iban a empezar a mirar hasta el martes, porque el lunes es fiesta en Madrid. Para dejarlo allí, prefería tenerlo en mi casa. Y entonces, he hecho una cosa que no se debe hacer (como cuando bajé de la azotea por la pared): he cogido un destornillador pequeño de estrella y he procedido a desmontar la tapa inferior del ordenador. No toda, lo suficiente como para subir el botón de encendido a su sitio. Enseguida me he apresurado a colocarla de nuevo y apretar los tornillos. Un efecto positivo: el ordenador se ha encendido, aunque no tengo garantía de que, si lo apago, se vuelva a encender.

Pero dos efectos negativos. Sin querer he tocado la conexión al WiFi, de modo que ahora va como el culo. Y además, hay uno de los tornillitos que ya no entra y lo tengo en una tacita de café. El martes llevaré el estropicio a la tienda y a ver qué pueden hacer. El caso es que el ordenador, una vez encendido, va bien, salvo el tema del WiFi. Un amigo al que le he consultado, me ha dicho cómo evitar hasta el martes el tema del encendido. Cuando lo quiera apagar, simplemente debo bajar la tapa de la pantalla y cerrar el portátil. El aparato entra inmediatamente en modo suspensión. Y al abrirlo se enciende de nuevo. En cualquier caso, he echado parte de la mañana en copiar todos mis archivos en un disco externo, por si los de la tienda me dicen que tengo que llevar el ordenador al Punto Limpio.

Lo he cerrado de la manera que me han dicho y me he ido al yoga, donde he estrenado mis nuevas mallas cortitas. Bien guapo que iba, oigan. Daba gloria verme en medio de las jovencitas de la clase. Y por la tarde, después de picar algo en Casa Revuelta, dar una cabezadita y tomarme un té Earl Grey con miel de flores del Xallas, me he puesto a escribirles a ustedes. Soy consciente de que en verano no tengo demasiada audiencia, porque muchos de mis lectores se van de vacaciones y, como es natural, no se llevan el ordenador. Pero yo tengo que seguir a mi ritmo. Mañana desayunaré sin prisas y me pondré en carretera, donde me esperan unas seis horas de trayecto, que resolveré con dos paradas intermedias. Mi plan es pillar el hotel y salir a tomarme unos pescaditos para cenar, en algún antro que me recomiende Dani.

El sábado tengo la mañana para callejear hasta que empiece el calor, luego comeré algo y me iré a descansar al hotel, que la noche promete emociones fuertes. Ya les contaré. De momento, sean buenos y no se quejen demasiado del calor. Al fin y al cabo, este puede ser el verano más fresco del resto de nuestras vidas. Por si no estuviéramos cargándonos el planeta lo suficiente, viene el Hijo de Putin y la lía parda. Las guerras, aparte de lo terribles que son para la gente, son letales para el medio ambiente. No puedo dejar de mostrarles otra de las fotos del año, que tal vez hayan visto en la prensa. Es una imagen de lo que nos espera. Ya sé que algunos de mis lectores piensan que los ucranianos algo habrán hecho (y los occidentales que les estamos ayudando a defenderse). Pero yo sigo en mis trece. Y esta foto me trae a la cabeza la vieja tonada gallega: a miña casa non quero que veñan. Nuestro mundo no es perfecto, es muy mejorable, pero el de esta banda es mucho peor y no tengo ninguna duda al respecto


domingo, 17 de julio de 2022

1.152. El espejo roto

He recibido diferentes parabienes por mi crónica en dos posts del festival de Cazorla, al que acudí para ver en persona a Samantha Fish, pero donde disfruté además de todo el resto del festival y de la sensación de que ya habíamos roto el maleficio de la pandemia. Este viernes corroboré dicha sensación al asistir en Ciudad Real a una fiesta de reencuentro de mi grupo de viajeros veteranos, que nos lo pasamos pipa, cenamos de forma pantagruélica, bebimos como cosacos, hicimos risas de todas clases, nos acabamos tirando vestidos a la piscina unos a otros y, lo más importante, constatamos que los líderes del grupo están ya empezando a preparar un nuevo viaje, del que sólo pude saber que será probablemente en el África subsahariana y que más o menos se puede situar en mayo del año que viene.

Para acudir a dicha fiesta, hube de caminar con mi maletita desde casa hasta el andén del AVE, en torno a las 17.30 del viernes, con la sensación general de estar atravesando las mismísimas calderas de Perico Botero, por el calor que salía del asfalto, ese calor extremo que está llenando nuestro país de incendios y del que no parece verse todavía el final. Después, el tren fue puntual y llegué a tiempo de darme un chapuzón previo en la piscina de mis anfitriones, antes de que empezara el festejo. Faltó un colega que había dado positivo por Covid esa misma mañana, pero todos los demás nos encontramos en buenas condiciones físicas y mentales, lo cual está muy bien después de casi tres años de pandemias y calamidades diversas, una racha que ni en nuestras peores pesadillas podíamos imaginar cuando regresamos de Madagascar en noviembre de 2019. Aquí una foto del grupo al final de la francachela.

El encuentro culminó una semana en la que básicamente me dediqué a procesar todo lo vivido en el Cazorla Blues Festival, sin duda uno de los puntos fuertes del año bloguero, que se completará con el concierto de dentro de una semana en Jerez de la Frontera, para el que ya tengo entrada, hotel reservado para dos noches y cita con mi nuevo amigo Dani, que acudirá desde El Puerto de Santamaría. En mi relato en dos posts, todo pareció salir a la perfección, sin ningún tipo de problema. Sin embargo hubo un pequeño contratiempo, que dejé fuera de la narración para no estropearla, pero que después ha tenido un desarrollo durante esta semana que lo hace merecedor de aparecer en el blog, dentro de la línea de mis pequeñas complicaciones domésticas, que tanto divierten a algunos de mis lectores.

Resulta que, el día en que hicimos una pequeña excursión matinal por la sierra de Cazorla, al regreso por una carretera llena de curvas y con tráfico bastante espeso, un coche se me echó un poco encima y su retrovisor le dio un golpe fuerte al mío. El espejo quedó replegado y con el cristal colgando y el agresor no se paró, es posible hasta que no se enterara, pero esto es como en el fútbol: el que da el leñazo inmediatamente levanta ambas manos en un gesto de “yo no he hecho nada” y el agredido se tira por los suelos como si le hubieran disparado. Como a mí no me gusta fingir, seguí hasta que pude apartarme a un lado sin estorbar mucho al tráfico y examiné los desperfectos. El retrovisor se había dado un golpe contra el cristal de mi ventanilla, que por fortuna había resistido el impacto. El cristal del espejo estaba en cambio hecho añicos, que seguían casi todos juntos, como cuando se te rompe la pantalla del móvil.

Con cuidado de no cortarme, coloqué el espejo en su posición correcta y comprobé que el mecanismo de regular la posición y el de replegarlo y volverlo a desplegar funcionaban perfectamente. El problema era únicamente el cristal del espejo. En esas condiciones se puede conducir, aunque es un poco incordio, porque no se ve bien por el espejo y puede ser un problema, por ejemplo para adelantar. Pero llegamos bien a Peal de Becerro, luego fuimos a Cazorla para la tercera sesión del festival y con la noche cerrada hicimos los 13 kilómetros de vuelta al hotel sin mayores contratiempos. Y al día siguiente llegamos a Madrid sin ninguna incidencia reseñable: en autopista la falta de un espejo izquierdo en condiciones no constituye un problema grande. Pero yo tengo pensado desplazarme por carretera a Jerez en una semana, sin copiloto que en un momento dado me pueda auxiliar, y pensé que debía reponer el espejo.

El mismo domingo le mandé un whatsapp a mi amigo Juan Castaño, que es mi contacto en la red de tiendas de Toyota Supragamboa, pidiéndole consejo. Respuesta: si traes el coche aquí, van a pedir el espejo a nuestro taller, que está en el polígono Aguacate, en Carabanchel y, suponiendo que tengan repuesto, te quedas unos días sin coche; pero si quieres puedes ir tú directamente a Aguacate y tratar de que te vendan un repuesto. Luego ya vemos cómo te lo pones. Dejé pasar el lunes, porque tenía yoga y estaba cansado, pero el martes temprano cogí el coche y me presenté en el taller de Aguacate. En la puerta, un chaval muy hipster, con barba, pendiente y la melena recogida en un moñete superior, me preguntó si tenía cita.

Le expliqué mi historia y me dijo que aparcara en un rincón donde no estorbara al tráfico interno del taller y luego me dirigiera a la tienda señalada con el rótulo Recambios. Bajando una escalerita, accedí a un mostrador. Me pidieron la matrícula y el DNI, e inmediatamente me localizaron como cliente. A continuación, el tipo consultó su ordenador y enseguida me dijo que no tenían ese cristal en stock en esos momentos, pero podían pedírmelo. Para que no hubiera dudas, me dijo que me iba a costar unos 90€. Como mi seguro de coche tiene una franquicia de unos 70, pensé que me merecía la pena encargarlo allí y le dije que adelante. Tecleó de nuevo en el computer y me anunció el resultado: si se pedía ahora, el espejo les llegaría el 16 de agosto. Ante eso, le dije que no me lo pidiera.

El colega de la puerta se compadeció de mi desolación y, con gesto cómplice, me aconsejó mirar en algún desguace. Y añadió: pero yo no se lo he dicho, ¿vale? El miércoles estuve ocupado por la mañana y luego me acerqué al entorno del edificio APOT para comer en el bar de mis amigos y ocuparme de un negocio vespertino que tenía por allí cerca. Según mi información, el mayor de los negocios de desguace de la Comunidad de Madrid es el mítico Desguaces Latorre, en Torrejón de la Calzada. Como es un viaje coñazo, por una zona muy desagradable y encima con este calor, se me ocurrió llamar primero por teléfono y es lo que hice esa tarde. Me atendieron enseguida y de forma rotunda me dijeron que no iba a encontrar un cristal de esas características, para un modelo tan nuevo, ni en Latorre ni en ninguno de los demás desguaces que hay por el entorno de San Martín de la Vega.

La cosa se estaba poniendo cruda. Valoré entonces la posibilidad de irme a Jerez en el AVE. El jueves volví a tener clase de inglés, con Ed recién llegado de su viaje a New York y luego tenía yoga a mediodía. Entre ambos compromisos, me acerqué a la estación de Atocha a sacarme los billetes para Ciudad Real. Y consulté la posibilidad de ir a Jerez de la Frontera en AVE el 22, para volver el 24. No había ya billetes directos. La única posibilidad era hacer una escala de varias horas en Sevilla y con un precio total ida y vuelta de 140€. Así que llegué a la conclusión de que tenía que ir en coche, despacito y con mucho cuidado por el espejo roto, y con el riesgo de que me multasen por circular con el espejo en esas condiciones.

Pero saben que soy tenaz y cabezota. Pensando en el tema, se me ocurrió que tenía que haber adhesivos de espejo para casos como este. Miré en Internet y descubrí que existe ese sistema. Es un cuadrado de espejo, que se puede recortar de la forma requerida y después se le desprende el papel de detrás y se pega. Se podía comprar on line pero, más abajo, se indicaba una serie de tiendas de repuestos donde comprarlo. La primera, Norauto, tenía una sucursal en Bravo Murillo. Así que el viernes, salí tempranito con el coche, puse el Google Maps y seguí sus instrucciones. Cuando me dijo su destino está a su derecha, me encontré frente a un taller de neumáticos con un nombre distinto de Norauto. Di una vuelta por el entorno y refresqué el Google Maps con el mismo resultado. Entonces, paré en el acceso del taller con el doble intermitente puesto, bajé y me dirigí al tipo que parecía dirigir el cotarro, un sujeto grande, con prestancia y autoridad, enfundado en un mono veterano lleno de manchas de diferentes aceites. La conversación empezó de la siguiente forma.

               Disculpe, es que estoy buscando un Norauto y el Maps me ha traído aquí.
               Buenos días.
               ꟷEn realidad, yo lo que necesito es un cristal para el retrovisor, que se me ha                   roto, me vale igual si es Norauto o cualquier otro que lo tenga.
               Buenos días.
               Jajajá, disculpe, es que no me estaba dando cuenta: buenos días.
               Muy bien, así se empieza una conversación, ahora cuénteme qué le pasa.

A continuación me dijo que no sabía por qué, desde hacía unos quince días, estaba viniendo gente como yo con la misma historia de Norauto; él llevaba toda su vida en ese taller y podía jurarme que allí nunca había estado Norauto, tal vez alguien les había gastado una broma pesada. Le prometí informar al Maps de que ese Norauto que anuncian no existe. El taller de este caballero era sólo de neumáticos y no tenía espejos. Me dijo que ese remedio del adhesivo puede servir para salir del paso, pero es una chapuza y los adhesivos no acercan la imagen como el espejo reglamentario, lo que puede inducir a confusión en un adelantamiento. Su consejo era que, para eso, casi mejor conducir con el espejo astillado, que es una incomodidad, pero al menos mantiene el efecto de acercamiento.

Entonces, me dijo que por qué no probaba en otro concesionario de Toyota. Le contesté que yo había comprado el coche en Supragamboa y que pensaba que el taller de todos los Toyota de Madrid estaba centralizado en Aguacate, donde ya me habían dicho que no lo tenían. Me informó entonces de algo que yo no sabía: que Gamboa no es el único vendedor de Toyota en Madrid, que también está Llorente. El mundo Gamboa y el mundo Llorente no tienen nada que ver. En concreto, en la misma calle de Bravo Murillo, sólo que más arriba, hay un concesionario de Llorente. Ya que estaba tan cerca, por qué no iba y preguntaba. Así lo hice, para lo que tuve que subir por Santa Engracia hasta Cuatro Caminos y bajar de nuevo hasta dar con la tienda. El jefe del concesionario me mandó al mostrador de recambios. Allí, un tipo de aire educado y servicial consultó su ordenador y me dijo que le salía que había uno en Federico Rubio, pero tenía que llamar para comprobarlo.

Llamó y confirmó. Y les dijo que en unos minutos iba a ir un cliente que se llamaba Emilio, que por favor no se lo vendieran a otro. Federico Rubio está relativamente cerca, conozco la calle. Llegué y ya tenían el cristal preparado, envuelto en plástico de bolitas. Tuvieron que hacerme una ficha de cliente, rellenando todos los datos. Le aclaré que yo no era cliente, porque pertenezco al universo Gamboa e imaginaba que no se llevaban bien con la competencia. Me precisó que se llevan estupendamente, pero no pueden compartir información de sus clientes por las leyes de protección de datos. Pagué lo estipulado y pregunté si me lo ponían. Para eso tenía que ir al taller, que está enfrente y pedirlo como un favor. Así lo hice y tuve que esperar a que tuvieran un hueco entre los clientes que iban viniendo con cita previa on line. Esperé como media hora y les pagué 17€ por la instalación (en realidad podría habérmelo puesto yo mismo, pero prefiero que estas cosas me las haga un profesional). Y me volví a casa feliz, con el enojoso problema finalmente resuelto.

La reflexión que se me ocurre al respecto es que, cuando te empeñas en una cosa, a menudo la consigues, no siempre, hay en esta historia un factor suerte, pero la suerte hay que buscarla y trabajársela y ayuda mucho tratar a la gente como a iguales, con empatía. El hipster del moñete y el jefe del taller de neumáticos, me dieron consejos que no estaban obligados a darme y me ayudaron a ir acercándome a tientas a la solución, como en una prueba de orientación. Y, como bien está lo que bien acaba, esta historia ha conseguido la vitola positiva que se requiere para ser contada en un blog que de ninguna manera quiero dedicar a quejarme de los problemas cotidianos que me vayan surgiendo. Aquí se viene llorado, como suele decirse.

En estos días de espera, entre uno y otro concierto de Samantha Fish, nuestra diva ha seguido su minigira europea, tocando en diferentes lugares de Dinamarca, Estonia, Hungría e Italia. En concreto, en Budapest no tuvo ningún problema en ejercer de telonera de Gary Clark jr. un músico de blues muy respetado y con fama de persona muy honrada y concienzuda con su trabajo. Sam tocó pues en la primera parte con su banda y luego Gary dio un recital fabuloso. Cuando toda la audiencia le aclamó pidiéndole una propina, sucedió lo que van a ver en el siguiente vídeo. Que Gary invita a Sam a sumarse a su banda para dicha propina y entre ambos montan un espectáculo apoteósico, con las guitarras fluyendo en una espiral de distorsión realmente impactante. Sam demuestra que sabe también ser bien mandada (en realidad disfruta con estas cosas como un niño con un chupa-chups gigante). Veanlo. Pantalla grande y volumen al máximo, porfa.

Espectacular. Ya ven que Sam no se achanta en absolutamente ninguna situación, siempre que tenga su guitarra a mano. Por lo demás, en estos días de calor extremo, he seguido más o menos al tanto de las noticias del mundo, incluyendo la dimisión de Boris Botejohnson, un tipo cuyo fracaso no me produce ninguna pena, es un capullo y un frívolo. Y encima parece que estaba al frente de un gobierno de puteros. Allá se pudra en su deshonor, pasará a la Historia como el mamporrero que ayudó a perpetrar la barbaridad del Brexit, llevando a los británicos de vuelta a su aislamiento secular, a que sus jóvenes se queden fuera del Erasmus, a que conseguir allí un contrato de trabajo como extranjero sea prácticamente imposible, a que los supermercados tengan problemas de desabastecimiento. Para mí el Botejhonson está en el mismo lado del espectro ideológico que Trump, Putin, Bolsonaro, Erdogan, Salvini, la señora Meloni, la señora Le Pene y tantos otros. Y Puigdemont, por supuesto, que comparte muchos rasgos con Johnson, ambos vienen del periodísmo y son igualmente frívolos, amorales y maniobreros.

Aislarse en un mundo globalizado es un error, y eso se sabe desde que Franco intentó seguir con su política de autarquía tras el final de la Segunda Guerra Mundial. ¿Que no saben de qué hablo? Eso les pasa por no haber venido a mi conferencia en el Ateneo, en donde explicaba esta y otras cuestiones de interés. Pero los nacionalistas quieren aislar a su gente para mangonearlos mejor. Por eso los catalinos tratan de imponer su lengua, bloquear el castellano y ningunear el valenciano y el balear. Además, todo nacionalista es un imperialista en potencia, cualquiera que piense que es mejor sólo por ser de una determinada zona, tenderá antes o después a imponer su cultura a sus vecinos más próximos. Los catalinos están empeñados en que el habla de los valencianos y baleares no existe como entidad propia, que el único idioma que se habla en esas zonas es el catalán. Llevan tiempo proclamándolo. Ya les traje en su día el mapa de los territorios que reivindica el nacionalismo catalán (y que cualquier secesionista conoce), pero no tengo inconveniente en repetírselo.

Respecto a esto de los idiomas o dialectos de la zona levantina, yo tengo la suerte de contar con un testimonio de primera mano. Mi tía Lola, que ejercía de abuela en mi familia, era oriunda de Orihuela, como ya se ha contado en el blog y hablaba en primer lugar valenciano y en segundo término castellano. Quiero decir que ella pensaba en valenciano y ese era el idioma que usaba cuando hablaba sola o se enfadaba por algo. Mi madre, nacida en Alicante en un medio más acomodado, hablaba en cambio castellano en primer lugar, pero se manejaba perfectamente tanto en valenciano como en catalán. Y mi madre, que no es de ninguna forma sospechosa de dejarse sesgar las ideas o las opiniones por ninguna tendencia externa política o ideológica, siempre sostuvo que el catalán y el valenciano eran dos idiomas diferentes.

Mi madre era perfectamente capaz de leer libros en catalán (en valenciano no los había por aquellos tiempos) y por ejemplo había leído en su idioma original la gran novela de Mercé Rodoreda El espejo roto (1974), en donde se disecciona la historia y la esencia de la burguesía catalana de antes de la guerra civil. Pueden conseguir ese libro maravilloso a través de Amazon o en cualquier librería de viejo, es una novela coral que recorre tres generaciones de una familia barcelonesa con una prosa magnífica que no pierde fulgor en su traducción al castellano. Pero, a lo que íbamos. El título de esta novela en catalán es El mirall trencat. Sin embargo, en valenciano se diría El espill romput. Para muestra un botón. Sean buenos, que pronto remitirá este calor insoportable.