miércoles, 30 de abril de 2014

249. De furgol y otras frivolités

Escribo a la carrera que tengo una prisa de la hostia. Que sí, que vale, que tengo el blog abandonado, pero no se preocupen: no me pasa nada especial, sólo que no tengo tiempo para cultivar mi jardín literario; ya les expliqué que esto de trabajar es que te parte la mañana, ya no puedes hacer nada y, por las tardes, estoy desarrollando una vida social tan intensa que sólo me deja libres las últimas horas de algunas tardes y, en ese momento, pues qué quieren que les diga, que prefiero agarrarme una cerveza de 50 cl. y ponerme a ver el partido de fúrgol del día, que prácticamente todos los días hay un partido interesante que ver. ¡Qué estrés! Menos mal que no me gusta el basket, si no, no me quedaría tiempo ni para dormir.

Lo del furgol es básicamente para sufrir, pero este año está siendo un poco excepcional. Como saben, soy del Depor y, mientras mi equipo esté en segunda, también del Rayo y del Aleti. Bueno, pues el Rayo está ya salvado y, porque la liga se acaba ya, que si no, se mete en Europa fijo. El Depor está ya prácticamente en Primera. De vez en cuando pierde un partido de manera estrepitosa, como el otro día (0-3 con la Ponferradina de Zapatero), pero en esas ocasiones sus rivales directos se ponen de acuerdo y pierden también, todos a una, así que la cosa yo la veo bastante segura.

Queda el Aleti. La Liga la tiene a huevo, esperemos que no pinche. Más difícil tiene lo de la Champions. Para empezar, esta noche le van a preparar una encerrona buena. De un villano como Mourinho, es normal esperar todas las marrullerías, trucos y comportamientos antideportivos posibles. El problema es que la UEFA se los va a consentir, porque no le gusta que jueguen la final dos equipos de la misma ciudad. Estas finales son negocios, viajes, agencias, tour operators, comisiones, mamoneos. Si los finalistas son del mismo país (algo que ha pasado varias veces), parte de ese negocio se esfuma. Si ayer hubiera perdido el Madrid, mi Aleti tendría más chances esta noche. Así que me temo que se la van a preparar gorda.

Ese es mi pronóstico y lo pongo por escrito, sabedor de que soy un pésimo pronosticador, que siempre me equivoco. Pues a ver si esta vez me equivoco también. De todas formas, si el Aleti pasa a la final, la perderá con el Madrís. Yo creo que al Bayern de Pep le podríamos haber ganado la final (no por cuatro, desde luego). Pero el Madrís es ahora mismo invencible. Ayer tuve la suerte de ver un partidazo (el primer tiempo es de lo mejor visto en años), y tengo que decir que me alegré por el Madrís, ganador merecido (yo voy siempre con los equipos españoles, cuando juegan con un extranjero). Debo también confesar un sentimiento, supongo que no demasiado presentable, pero lo sentí nítidamente y por eso lo cuento: me alegré de que perdiera Guardiola. No digo que esté bien (ni mal), sólo que lo sentí así con claridad meridiana. Intentaré explicarlo.

El Bayern de Munich es un equipo que me cae muy bien, de una ciudad que adoro, en donde he probado las mejores cervezas de mi vida (excepto por lo que concierne a la Estrella de Galicia). Tiene jugadores extraordinarios, de los que me dio pena que perdieran, como Javi Martínez, o Gotze (Guardiola no los pone nunca de titulares) y, por encima de todos, el gran Schweinsteiger, el prototipo de jugador alemán, cuyo nombre vuelve locos a los locutores de TV españoles, incapaces de pronunciarlo correctamente. La pronunciación correcta es Sch-vains-taiguer,  con la sch alargada como gusta a los teutones; yo creo que no es tan difícil. El tipo que narraba ayer el partido, le llamaba todo el rato Sues-téguer, emulando al inefable Camacho que siempre se refiere a él como Suístener, con acento en la i.

El Bayern me cae bien, y además pensaba en él como un rival más asequible en la final para mi Aleti. Y, encima, según mi teoría, si ayer llega a perder el Madrís, la UEFA no le hubiera tolerado a Mourinho las conductas rastreras que me temo esta noche. Mi alegría de ayer fue triple: porque ganó un equipo español, porque ganó el que se lo mereció y porque perdió Guardiola, único culpable de la debacle, defendiendo las faltas y corners tan mal como las defiende el Depor este año. Así lo ha entendido el Bild, principal periódico alemán, que titula: El Real Madrid destroza a Guardiola. Precisión germánica.
 
En los años de la gran pelea Guardiola-Mourinho yo estaba, como no podía ser de otra manera, del lado del Barça, un club en donde hay tipos encantadores como Puyol, Xavi, Iniesta y tantos otros. En esos años, mis amigos más forofos del Madrid, me decían: tienes razón, Mourinho nos avergüenza como madridistas, pero no te equivoques, Guardiola tampoco es trigo limpio; es un falso: toda esa corrección es mentira, es un falso bueno, en realidad no es mejor que el otro. Yo creía entonces que esa interpretación era producto del forofismo, de la frustración de ver que, por muchas marrullerías que pusiera en liza Mou, no conseguía ni despeinar a los educados contrincantes del elegante Guardiola.

Ahora creo que tenían razón. ¿Por qué? Pues muy sencillo: porque un tipo que ha vivido un año en Nueva York y habla inglés y alemán fluido, no debería de apoyar la campaña secesionista del paleto Artur Menos. No le pido que se pronuncie en contra. Pero podría quedarse callado, como hacen los susodichos Xavi y Pujol, que en cada final que ganan se envuelven en la bandera catalana, lo que me parece muy bien, y que aman a su tierra tanto como la puede amar un secesionista. Pero Guardiola ha participado en los vídeos promocionales de la consulta próxima y ahí es donde yo veo la falsedad. Seguro que Artur Menos y sus compinches le han pagado una cantidad sustanciosa, que dan por bien empleada porque el hombre tiene más ascendencia que nadie en Cataluña, y su presencia en esos vídeos habrá convencido a más de uno y más de ciento.

Si quiere ser independentista, está en su derecho. Pero entonces, que no salga a dar ruedas de prensa en alemán. Que hable en catalán. Su demostración de plurilingüismo es tan extemporánea como el pendiente que se pone Otegui. Yo creo que debería dar sus ruedas de prensa tocado con barretina y con una butifarra en la mano. En fin, como los catalanes se independicen, detrás vendrán los bretones, los normandos, los corsos, los padanos y los bávaros. Europa se convertirá en un enjambre de reinos de taifas, como los que existían antes de la llegada de los musulmanes. Ahí está la causa de que conquistaran media Europa en ocho años (un plazo gallardónico) y luego costara ocho siglos echarles.

A lo mejor ese es el futuro que nos espera. Vendrán los moros, nos darán por culo y les pondrán un velo a nuestras mujeres. Nos lo tendríamos bien merecido. Además, se acababa la crisis de un plumazo, y las mujeres se ahorrarían todo el dinero que se gastan ahora en pinturas, modelitos, la operación bikini y todo lo demás. Ya saben que Blas Piñar decía que él acababa con el paro en 24 horas: a partir de mañana, trabajo obligatorio para todo el mundo.

Me voy pitando a Granada. Ya les cuento. Sean buenos.
    

miércoles, 23 de abril de 2014

248. Lunes de Pascua

Día extraño para mí, este Lunes de Pascua, laborable en Madrid, festivo en otros lugares, como Cataluña o Francia. Esto de las fiestas a la carta es un verdadero cachondeo, en unos sitios es fiesta el Jueves Santo, en otros el Lunes de Pascua y en otros los dos, y así no hay quien se aclare. Por cosas como esta, mi anciana tía Lola se acababa haciendo un lío con el refrán ese de “Tres jueves hay en el año, que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christie y el día de la Ascensión”. Ella, que era muy refranera, se daba importancia, tomaba aire, levantaba el dedo índice, se perfilaba y arrancaba: “Tres jueves hay en el año, que relucen más que el sol: Jueves Santo, Viernes Santo…” Ahí se quedaba atascada, porque intuía que algo iba mal, lapsus que aprovechábamos sus sobrinos-nietos para rematar: “¡¡Y Domingo de Resurrección!!” Permanecía entonces un rato pensativa, antes de susurrar: “Pues así será…”

El caso es que, después de unos días de no tener que venir a la cárcel esta en la que nos desenvolvemos (eso sí, en régimen abierto, o sea, con pase pernocta), pues como que venía yo un poco descolocado, más que la mayoría de los lunes, sensación acentuada por el hecho de que tampoco había colegios y el tiempo era desapacible, lo que hacía que tampoco esta vez hubiera nadie fumando en la puerta. Subí a mi despacho-o-lo-que-sea y me apresuré a saludar a unos cuantos colegas, no fuera que, desventurado de mí, me hubiera convertido otra vez en muerto viviente (si no saben de qué hablo, pinchen aquí). Como suele suceder cuando uno está unos días sin aparecer por el trabajo, había un inesperado montoncito de asuntos a resolver con prisa, que no podían dejarse para los días venideros. Así que no tuve un rato de descanso hasta cerca de las dos de la tarde.

Lo primero que hice entonces fue consultar el estado de la prima de riesgo. Ya sé que pensarán que soy un ansioso, pero yo lo miro todos los días (pinchando aquí, tal como me lo enseñó el bueno de Lisardo, hará ya como año y medio), y no respiro tranquilo hasta comprobar que no se ha vuelto a disparar, lo que requeriría una nueva intervención del señor Draghi diciendo alguna obviedad, o tirándose unas cuantas bufas para estabilizar la situación. ¡Ah! ¿Que tampoco saben de que les hablo ahora? Pues muy fácil: no tienen más que pinchar acáacullá. En la página de Infobolsa, las cifras que aparecen sobre los mapitas de cada país de Europa, se actualizan continuamente, durante el tiempo en que los mercados permanecen abiertos. Pero este lunes estaban estancadas en el día 17, Jueves Santo. Horror, otra situación atípica. Volví a saludar a unos cuantos compañeros porque, desde que tuve la terrible experiencia de convertirme temporalmente en ectoplasma, cada vez que constato alguna anomalía en mis rutinas, salgo del cubículo y le pregunto a dos o tres si se encuentran bien, si han dormido lo necesario, si sus hijos progresan adecuadamente. Deben de pensar que me estoy volviendo majareta.

La página de Infobolsa estaba out of office, pero me tranquilicé pensando que seguramente estará gestionada desde Barcelona, así que procedí entonces a colgar mi nuevo post, en el que me choteaba de la supuesta salida de la crisis que nadie nota. Lo había ido escribiendo sin prisas a lo largo de los días de asueto de la Semana Santa, y lo podía haber subido antes, pero lo cierto es que, cada vez que miraba la estadística de visitas al blog, me desanimaba mucho y les imaginaba a todos ustedes desfilando con el capirote del Ku-Klux-Klan bien calado y un cirio encendido de tamaño natural, mientras una gitana con peineta proclamaba desde un balcón su saeta desgarrada, para que no olvidemos que, aunque ya semos europeos, ésta sigue siendo la tierra del ¡vivan las caenas!, la inquisición, la miseria y el atraso secular. Comprendo que a veces hay que cumplir con la familia y regresar por unos días a la España de Paco el Bajo y el Azarías, trabajo ya de por sí arduo, al que hay que sumar los atascos y las caravanas para ir y volver a la periferia. Como para esperar que, encima, se acordasen de entrar en mi blog.

Entre pitos y flautas, me fui de la ofi bastante tarde y, mientras aparcaba el Toyota en mi plaza de residente, recordé que tenía la nevera vacía (modelo Erasmus, según dicen mis hijos) tras cuatro días sin hacer la compra. Mi solución habitual para estas eventualidades: El Brillante. Mi amigo Álvarez estaba, como siempre, al frente de la barra de arriba, vacía de clientes excepto por un tipo con sombrero calado, gafas negras y solapas de su abrigo subidas, que se sentaba en el taburete del fondo. Me pedí un pepito de ternera y una jarra de cerveza de las grandes y esperé. Le pregunté a Álvarez si había salido fuera en Semana Santa y me dijo que no. Que dónde iba a estar mejor que allí, sirviendo bocatas a los guiris.

Sus compañeros me han confesado más de una vez que no entienden por qué no se jubila de una vez (tiene un año más que yo). Pero él no quiere ni oír hablar de retiradas. Álvarez es El Brillante y El Brillante es Álvarez. Me estaba comiendo mi pepito, cuando entró un vendedor de lotería de esos que te meten el décimo delante de los ojos, en la idea de que, una vez que has visto el número, tienes que comprarlo, para que no se te enquiste en la memoria. Pero yo tengo listo mi mecanismo inhibidor, el mismo que uso ante la publicidad de la tele, así que el hombre pasó de largo y fue a darle la murga al tipo con aires de espía. Álvarez mostró cara de escepticismo, mientras limpiaba la barra con su sempiterna bayeta: “A mí, en todos los sorteos del año, me toca el reintegro –dijo. Como no juego…”

Terminada mi colación, pedí la cuenta y Álvarez se dirigió a la caja dándome la espalda. Tras unos movimientos inciertos, se volvió y dijo: “Está usted invitado”. Ante mi gesto de perplejidad, añadió: “El señor del fondo”. Insistí en pagar, pero Álvarez me confió: “Lleva un buen rato esperándole, y no es el primer día que viene”. Así que me acerqué al tipo del taburete del fondo, que mantenía su rostro semioculto. Se dio un cuarto de vuelta y seguí sin reconocerlo. Entonces, su boca marcó el inicio de una sonrisa estilo Clint Eastwood, y ahí si que lo reconocí, un segundo antes de que su boca se abriera para decir: “Qué pasa, don Emilio, que ya no conoce a los amigos de verdad…” Se lo creerán o no, pero allí estaba el gran Lisardo, más de un año después. Era la primera vez que lo veía vestido de calle, sin su uniforme de ordenanza.

Después de los abrazos de rigor, lo convidé a un café asiático, una especialidad de El Brillante, cuya receta pueden consultar pinchando aquí. Le dije que era un cabrón, que era él el que se había enfadado conmigo, que yo no había hecho por buscarlo para no importunarlo, pero que le había echado mucho de menos, como había confesado reiteradamente en el blog. Entonces empezó a regañarme a voces, como solía hacer, con Álvarez a la expectativa por si acaso. Según él, era yo el que había provocado la ruptura, después de desoír todos los consejos técnicos que me daba para el blog, especialmente lo de hacerme una cuenta de Twitter.

Con mucho énfasis proclamó: “Usted tiene una pluma de primera, don Emilio, si me hubiera hecho usted caso, habíamos salido en el Huffington Post y donde quisiéramos, hasta en El País”. Añadió que ya no me iba a insistir más en estos temas, que él había seguido mi blog todo el tiempo y también me echaba de menos y sabía que no íbamos a reencontrarnos hasta que uno de los dos diera el primer paso y, como él sabía que yo no lo iba a dar, porque soy un estirado de mierda, pues lo daba él y ya está, la amistad está por encima de estas minucias. Supongo que tiene su parte de razón. Por cierto, él sí que se ha jubilado y está feliz, porque no tenía ninguna gana de ver cómo se seguía deteriorando el Ayuntamiento. En fin, que me llevé una alegría enorme, que los signos inquietantes que había observado por la mañana, eran en realidad buenas vibraciones que me avisaban de otra resurrección, no la de Dios, sino la de mi personaje más añorado.

Estuvimos toda la tarde por ahí y sólo necesitó 5 minutos para incorporarle a mi blog las mejoras técnicas que yo no sabía añadir. Ustedes, que son tan agudos, ya se habrán dado cuenta de algunas. Ahora sé cómo poner links sin tener que escribir la dirección completa de la Web, sino indicando simplemente “aquí”. Ustedes colocan la flecha del ratón encima del aquí (que se pone azulito del gusto que le da), dan un click y al instante se conectan a la página indicada, que además se abre aparte, por lo que, al terminar de leerla, sólo tienen que cerrarla arriba para volver al post original. Es como mágico. Lisardo me organizó también un sistema de etiquetas por temas, que pueden ver a la derecha, debajo de mi perfil. De modo que, por ejemplo, si ustedes quieren repasar todos los posts relacionados con un tema (Nacionalismo, Rock, Pedos o cualquier otro), pinchan en la etiqueta y les salen todos.

Lisardo me puso sólo una condición para su valiosa ayuda. Que incluyera una etiqueta con su nombre, para enseñárselo a sus nietos. Le confesé que no me esperaba semejante petición, que no le tenía por un tipo tan coqueto. Su respuesta: “Usted no me conoce a mí en la calle”. Una vez aprendido el truco, me tiré media noche poniendo etiquetas. Así que ayer estaba hecho polvo, pero feliz. Comprobé que mi primer leit motiv eran los comentarios sobre las noticias del día, esas que informan de los recortes, la austeridad, la corrupción, los malos políticos y el fin del estado de bienestar en el que los más veteranos hemos vivido toda nuestra vida. Primero pensé en poner a estos posts la etiqueta Actualidad, pero vi que era un nombre inadecuado, porque los temas de hace más de un año, a lo mejor ya no están de actualidad. Así que cambié el nombre por el de La Situación. Todos sabemos a qué se refiere. Como en tiempos de Franco, cuando se decía El Movimiento, o El Partido, y todos sabíamos cuál era.

Que tengan buen día. Y estén atentos, para que no se los coma La Situación. Como dice Dylan: Empiecen a nadar, si no quieren hundirse como una piedra, que los tiempos están cambiando…
   

lunes, 21 de abril de 2014

247. Saliendo de la crisis, o así

Que sí, que vale, que bueno, que ya estoy acá de nuevo, que ya lo sé, que he estado unos cuantos días sin subir nuevos textos, pero es que era Semana Santa, coño, y tendremos que descansar un poco, digo yo. No me vendrán ahora con que ustedes no han hecho ayuno y abstinencia de blog, porque yo entraba de vez en cuando y me encontraba que, en vez de las cifras habituales en torno a las 70/80 visitas diarias, la cosa no pasaba de 10/15. Son cifras engañosas, porque cuenta como una visita cada vez que alguien entra al blog, comprueba que no hay nada nuevo y se sale otra vez. Pero, engañosas y todo, sirven a efectos comparativos. Así que no me acusen de descuidar el blog en fiestas, que ustedes han hecho lo mismo.

Estas fiestas no me producen tanto rechazo como las de Navidad, porque son más cortas. Una semana de lapsus es un tiempo tasado y razonable, que viene muy bien después del trimestre de invierno y no es tan hartizo como las tres semanas de la zambomba. Las procesiones son un festejo arcaico, aburrido, que cada vez suscita menos fervor, como las corridas de toros, pero los veteranos como yo hemos conocido tiempos en que no había muchos más acontecimientos sociales, y las procesiones y desfiles eran lugares de esparcimiento mixto, donde alternar y pegar la hebra con la gente. Uno pillaba sitio y, mientras esperaba la llegada de los pasos, intercambiaba miradas y guiños con las mocitas del otro lado, a ver si se reían o se ruborizaban o mandaban de vuelta alguna señal esperanzadora. Entre la gente diez años mayor que yo, hasta sé de algún caso que acabó en matrimonio.

No he salido fuera en estos días de fiesta, lo que me ha permitido disfrutar de la ciudad sin atascos ni aglomeraciones, porque, después de varios años de crisis, esta vez sí que se ha ido mucha gente a la playa o a donde sea. Hay que tener en cuenta que este trimestre de invierno ha sido largo, sin puentes y con un tiempo tirando a gallego (yo he estado encantado). Y, por primera vez en años, no ha diluviado en Semana Santa. Mira que la iglesia se empeña en jugar al escondite con el calendario, de forma qué es imposible saber cuándo va a caer la Semana Santa. Pues, a pesar de ese truco, Dios les manda regularmente un diluvio, para dejar claro que no le gusta nada esa exhibición de idolatría que son las procesiones. Todos los años los telediarios nos muestran la misma murga de los cofrades llorando porque no pueden sacar a pasear las imágenes, después de estar todo el año preparándose.

Yo creo que este año Dios se ha despistado y no ha mandado el diluvio hasta la noche del último día, cuando ya estaba todo el pescado vendido. O a lo mejor, es que los ha dejado por imposibles, después de dos milenios de procesiones pasadas por agua. La cosa es que el tiempo era perfecto para salir y la gente tenía mucho síndrome de abstinencia. Se ha notado, no sólo en el Madrid vacío, sino en la vuelta de los atascos kilométricos y el aumento del número de accidentes. Pero los de siempre se apresuran a decir que éste es un síntoma más de que ya estamos saliendo de la crisis. Es curioso ese empeño del gobierno de Rajoy en asegurar que ya estamos fuera, que todo va viento en popa, cuando en la calle nadie lo nota.

Vean aquí al lado la interpretación de Forges, genial, como siempre. No es el único que se chotea del asunto. Miguel Ángel Aguilar, siempre agudo y preciso, dice en un artículo reciente, que nadie ve esas supuestas mejoras de la macroeconomía, ni siquiera los miembros del gobierno. Lo que sucede es que estos últimos las barruntan. En este momento desde el gobierno nos insisten en que ya se ve la salida del túnel, pero nosotros miramos a todos lados y no vemos nada. Este curioso fenómeno me trae a la memoria las dos historias que les cuento aquí abajo.

La primera, me remite a una persona muy querida, que no voy a identificar, que en un momento dado se pilló una depresión de caballo, de las llamadas endógenas (sin un motivo identificable), por la que tuvo que ser ingresada en un hospital. Sus amigos íbamos a visitarla con regularidad y apreciábamos sus progresos semana a semana. Los apreciábamos, digo, en su forma de hablar y en el brillo creciente de sus ojos, porque su discurso era siempre el mismo: estoy fatal, tengo una depresión de caballo. Al principio, nos lo decía con ojos opacos y un hilo de voz. Más adelante, con serenidad y sosiego. Después empezó a sonreírnos y a decírnoslo con una especie de resignación esperanzada. Ella se seguía viendo igual, pero su tono era cada vez más alegre, enérgico y animoso.

La última vez que la visitamos en el hospital, nos recibió a carcajadas. Apenas podía hablar de la risa. Fijaos si son mantas estos médicos –consiguió decirnos –que dicen que ya estoy curada, ja, ja, ja, y yo tengo una depresión de caballo, ji, ji, desde luego es que no se enteran, ju, ju, ju, curada, dicen, con la depresión que tengo. Al día siguiente le dieron el alta. Ya saben que soy un optimista inveterado y recalcitrante, pero a mí esto de la supuesta mejora de la economía española me da la misma risa que a la persona de que les hablo. Ojalá el resultado final sea el mismo.

La otra historia (me la contaron como cierta, aunque tiene pinta de ser una leyenda) nos remite a los tiempos de la mili, cuando los reclutas de la milicia universitaria debían recibir clases de diversas materias para completar su formación antes de acceder al grado de alférez. Las clases eran de materias variadas, como Física, y, en ocasiones, la falta de profesores bien cualificados llevaba a la tarima a algún sargento autodidacta que daba lecciones cuando menos pintorescas. Se cuenta de cierto chusquero que solía explicar el concepto físico del momento de inercia con el siguiente ejemplo práctico:

“Imaginen ustedes que viajan en un autobús a toda marcha. El autobús se mueve, y también ustedes, dentro de él, a la misma velocidad. Pero, de pronto, el conductor da un frenazo, porque observa un obstáculo próximo, como un perro que se cruza. El autobús se para bruscamente, pero ustedes se siguen moviendo hacia delante, unos instantes, hasta que se paran también. ¿Por qué? Pues por efecto de la inercia. Es decir, que hay un MOMENTO en el que el autobús ya está parado, pero los pasajeros se siguen moviendo, por efecto de la inercia. ESE es el momento de inercia” –concluía satisfecho.

Lo dicho: estamos ya saliendo de la crisis. El gobierno lo barrunta. Pero nosotros no lo notamos por culpa del momento de inercia. Les mando mis mejores deseos.

martes, 15 de abril de 2014

246. España no os roba: CiU os estafa

Los políticos suelen incurrir en un síndrome típico de la gente que pilla poder: el de creerse que todo vale, que se van a salir siempre con la suya y que sólo tienen que ser lo bastante cabezotas para forzar la realidad y acomodarla a sus intereses. Eso los lleva con frecuencia a perder el contacto con el mundo real. Es un síndrome que comparten con los asesinos en serie, con perdón (a los asesinos). Quiero decir que, a veces, cuando se encuentran en un apuro, se les va la olla pa’ Camboya y, cuanto más lo quieren arreglar, más la joden. Antes era más fácil conseguir que todo el mundo se creyera que lo blanco era negro. Ya saben, supongo, la maña que se daban los retocadores de fotos de Stalin a la hora de eliminar de ciertas imágenes a los tipos que iban cayendo en desgracia. Sin photoshop ni nada. Pero ahora, la gente va con sus smartphones, toma fotos y al momento las están viendo hasta en las antípodas.

No hay derecho, hombre, esto no mola, los poderosos tenemos que cogérnosla con papel de fumar y ya no podemos ir avasallando al personal libremente, ahora tenemos que tener un cuidado de la leche, porque, al menor descuido, te fotografían en un mal paso y te hunden la carrera política. Acabo de leer que a Luis Bárcenas lo han castigado en la cárcel a 140 días sin paseo, por insolentarse sucesivamente con una serie de funcionarios y guardias civiles que procedían a llevarlo al hospital penitenciario a petición propia. Parece que le intentaron poner unas esposas, como manda el protocolo, y el tipo se resistió al grito de: “¿Saben ustedes con quién están hablando? ¡Que yo no soy un delincuente, hostias!”

Las cárceles ya no son lo que eran. Hace 36 años Albert Boadella pidió también que lo trasladaran al hospital penitenciario. Entonces no había ni protocolo ni nada. Una vez en el hospital, el tipo se disfrazó de enfermera, maquillaje incluido, salió por la puerta y se largó a Francia. Eran años en que los catalanes y los maquetos como yo, nos carcajeábamos al unísono con historias como esta. Fíjense cómo han cambiado las cosas, que el señor Boadella ya no puede volver a Barcelona ni vestido de lagarterana. A los catalanes y a los maquetos ya no nos hacen gracia las mismas cosas. Boadella, que era una especie de héroe de la transición, se ha tenido que venir a Madrid y pedirle un puesto a Esperanza Aguirre.

Nunca he dudado de que Esperanza es (o era) muy lista. Hace falta un cierto sexto sentido para saber que Boadella aceptaría su oferta de trabajo, en una alianza que no aporta beneficio alguno a la imagen del cómico, y sí, muchos, a la suya propia. Unos meses antes, nadie en su sano juicio podía imaginar que Boadella aceptaría semejante puesto. Sin embargo, ella lo supo. Antes que nadie averiguó que detrás de ese rasgo burlón había un fenicio dispuesto a vender su alma a cualquiera que le pagase por hacer lo que le gusta; alguien a quien su imagen pública le importa un rábano, un bufón capaz en su día de vestirse de Gracita Morales para evitar los dos años a la sombra que tuvieron que pasar los demás miembros de su compañía.

He puesto “es (o era)”, porque nuestra ex presidenta es un caso claro del síndrome del que hablaba al principio. Ya conocen la historia, el asunto ha sido tremending topic y los periodistas han aguzado su ingenio para buscar titulares adecuados al despropósito: “Aguirre, la cólera de Dios”, “Tocata y fuga de Esperanza” “Aguirre and Louise” y otros similares. Está claro que esta señora ha perdido la relación con la realidad. Después de tantos años de moverse en coche oficial, ha vuelto a circular con su Toyota y resulta que la ciudad  ya no es la misma de hace veinte años. Ahora hay lugares donde no sólo está prohibido aparcar, sino también detenerse. Y si un policía te está multando, no puedes largarte y menos tirarle la moto. Encima, en su paranoia, se embarcó en una sarta de explicaciones delirantes. Sólo le faltó decir que el policía era un ultraizquierdista camuflado, miembro en sus ratos libres de los Bukaneros del Rayo. Menos mal que estaba en Madrid y no en Barcelona. Allí la hubieran “reducido” los Mossos d’Esquadra, que tienen un peligro acojonante.

Al final acabamos siempre en Cataluña, qué hartura. Artur Menos y sus huestes han perdido también la relación con la realidad y huyen hacia delante. Sólo eso explica que se hayan creído el informe de los expertos que ellos mismos han pagado, y que se analiza en el artículo que les pongo aquí: http://blogs.elpais.com/cafe-steiner/2014/04/secesion-de-terciopelo-adhesion-de-terciopelo.html. Cuando a uno le encargan un informe, bien se cuida de hacerlo al gusto de quien le paga por él, que la pela es la pela, escolti, aquí y en Barcelona. Aunque no se lo crean, yo ya estoy bastante relajado con este tema. Quiero decir que ya ha entrado tanta gente de peso a dar opiniones en sintonía con lo que yo vengo repitiendo desde el inicio del blog, que queda poco por añadir. Los fundamentos históricos  o culturales del secesionismo son falsos, y a nivel práctico es una barbaridad que se separen, pero allá ellos. Si son tan cortos como para que el señor Menos se los lleve a una ratonera, como el flautista de Hamelín, pues adelante.

Aún me queda un resto de esperanza (que no Aguirre) en el seny del pueblo catalán. Ejemplos no les faltan. Los quebecoises, una vez que han conseguido el máximo grado de autonomía política y financiera posible, han votado mayoritariamente contra la separación del Canadá. Y los flamencos, a las puertas de conseguir lo mismo (el próximo mes de julio), ya han anunciado, por boca del presidente del principal partido separatista, que renuncian a la independencia. Los catalanes están ya bastante cerca de ese nivel, les faltan sólo algunos flecos financieros y fiscales. Y lo rebasan ampliamente en el tema lingüístico: en ninguna parte del mundo se prohíbe la enseñanza en el idioma que hablan mayoritariamente sus ciudadanos. Ni siquiera en Letonia se prohíbe la enseñanza en ruso. Por lo demás, el IRA entregó sus armas a cambio de un nivel de autonomía menor que el que tiene aquí cualquier comunidad.

El problema es que los catalanes iban por la misma senda que flamencos y quebecoises y, en esa hoja de ruta, aprobaron un estatuto de autonomía en el que el señor Zapatero les dijo que pusieran lo que quisieran, que él lo apoyaba. Y tuvo que venir el PP a dar por culo con el recurso, logrando que los catalanes se cabrearan como monas y abrazaran las tesis del independentismo, el Catalonia is not Spain y el España nos roba. Y el señor Menos, se puso al frente, como Chaplín en Tiempos Modernos cuando recoge el trapo rojo del suelo y todo el mundo se cree que lleva una bandera, escena que ya se ha comentado en este blog. Y ahora, con Rajoy haciendo de Don Tancredo, lo único que estamos consiguiendo es ensanchar la herida. Ya está todo dicho, pero hay dos matices que no he encontrado en ninguna parte, salvo en mis propios textos, así que insistiré en ellos.

UNO. Ya se ha repetido hasta la saciedad que el nacionalismo es algo retrógrado, reaccionario, que vuelve a la caverna y pone diques a la tendencia natural del hombre hacia el universalismo (que es, no lo olvidemos, una propuesta propia de cualquier tesis progresista, desde Jesucristo y Buda). Pero es que el de los catalanes tiene un punto más de falta de ética, que lo hace aun más impresentable. Veamos. Llega la democracia. Año 1975, o 78, si lo prefieren, por aquello de la Constitución. Y se les pregunta a los catalanes: “A ver, vosotros ¿qué cojones queréis?” Respuesta de los interpelados: “Nosaltres volem llibertat, amnistía i estatut d’autonomía”. A lo que el Estado español les contesta: “Como éstas. Ahí lo tenéis todo”. Pasan los años y  los tipos disfrutan de la nueva situación, en la que tienen todo lo que han pedido. Hasta implantan una política lingüística y educativa única en el mundo y nadie les dice nada, salvo cuatro fachas. Pero siguen cabreados. ¿Por qué? Pues porque dicen: “escolti, nen, no nos emboliquen, es cierto que nos han dado todo lo que pedíamos, pero es que también se lo han dado a los demás y eso no mola nada. ¿Qué payasada es esta? ¿Qué pintan los gallegos y los andaluces y los extremeños con sus autonomías? Nos han engañado, nosotros lo que queríamos era ser más que los otros y resulta que lo que nosotros pedimos ahora se lo dan a todos, vaya estafa, España nos roba”. En fin, el calificativo, desde el punto de vista ético, a esta conducta, póngaselo el lector.

DOS. Las grandes empresas multinacionales dominan el mundo, es algo fuera de toda duda (no serán tan ingenuos de creer que Obama o la señora Merkel pintan algo en el zoco universal). Y esas grandes empresas están encantadas de que los países se disgreguen por tensiones nacionalistas, porque los estados grandes como Francia o Alemania son los únicos que pueden ponerles algún freno, en defensa de sus ciudadanos. Los países pequeñitos están en manos de la Coca Cola y el McDonalds (esa fue mi sensación cuando visité Croacia, por ejemplo). Ahora mismo, esos poderes en la sombra están encantados con lo que está pasando en Ucrania: de puta madre, primero el negocio de la venta de armas, y luego el chollo de la reconstrucción. Así que no es muy aventurado pensar que, detrás de estos movimientos secesionistas hay alguien que los anda financiando por detrás, porque para liar la que están liando los catalanes hace falta mucho dinero. No tengo pruebas de esto que digo (si las tuviera estaría cagado de miedo), pero estoy convencido de que es así.

Ya dije en algún post anterior que para mí los escoceses y los flamencos tienen un fundamento para los procesos en que se han embarcado, fundamento que también reconozco a los del Québec y que no veo en la enloquecida deriva catalana. Pues hoy, para seguir dando musho por culo, añadiré que lo de los ucranianos del este tiene también una lógica. Ellos no pretenden la tontería de ser un país pequeñito. Ellos quieren integrarse en la gran Rusia, donde piensan que sus derechos y su lengua van a estar mejor salvaguardados que en esa Ucrania pro-occidental de la que no se sienten parte.

En fin, Serafín. Dar musho por culo es función propia de bufones como yo o como Boadella, con quien me identifico completamente. ¿O es que creen que si Esperanza me pagara por hacer un blog como este, iba yo a rechazar el dinero? Sean buenos. 

sábado, 12 de abril de 2014

245. Las lenguas de Babilonia

El otro día les dejé al grito de AUPA ALETI a las 20.43 y, dos minutos después, provisto de una cerveza Mahou de 50 cl y un paquete de pipas de calabaza (fundamentales para el cuidado de la próstata), me puse a ver el partido en el que mi segundo equipo le dio un baño soberano al decadente Barça. Como no tengo canal plus, lo tuve que ver pirateado en el ordenador, con una calidad mediana y narrado en portugués. El Aleti salió en tromba y a los veinte minutos el locutor ya no podía más y exclamaba extasiado: Minha mae!! Eu fico louco!! A equipa du Atltcmdrid ‘sta a ganhar tudas as bolas!!

El portugués hablado tiene determinadas peculiaridades, que hacen, por ejemplo, que un locutor deba acelerarse momentáneamente para comprimir el nombre de un equipo de fútbol comiéndose todas las vocales menos la última. El portugués escrito es relativamente sencillo de entender, especialmente para un gallego como yo, pero para hablarlo hay que poner una entonación especial, mantener los labios prácticamente inmóviles y dejar salir una sonoridad gutural, que parece venir del estómago. Supongo que saben que, en Portugal, los sordomudos especialistas en leer los labios de los hablantes las pasan canutas, porque los portugueses apenas los mueven. Cosa muy diferente sucede en Brasil, donde la pronunciación es relajada y cadenciosa. Allí los mudos no tienen más problemas que en cualquier otro país.

Las particularidades de los diferentes idiomas hacen difícil su manejo excepto por su práctica continuada. La verbal communication es algo que sólo se adquiere hablando, no basta con  estudiar. Yo conozco gente que ha estudiado mucho más inglés que yo, que entienden y traducen textos con facilidad y, sin embargo, no se lanzan a hablarlo. Yo es que tengo mucho morro y poco sentido del ridículo, como saben. Eso me lleva a ponerme, por ejemplo, delante de un grupo de unos veinte alumnos de un curso Athens, soltarles un rollo en inglés, contestar a sus preguntas y luego irme con ellos en bicicleta a lo largo del parque Madrid Río, para seguirles colocando las batallitas que ya he contado cientos de veces. Otro en mi lugar diría “qué coñazo, con lo bien que estaría yo en mi casa descansando”. Pero yo no pienso en eso. La pereza no está entre los inputs por los que se rige mi transitar diario por la vida. 

Motivos como ese me llevaron este miércoles a acudir a una comida en el Restaurante del Golf, en el Club de Campo. Resulta que los coordinadores en España del Programa Athens, conscientes del esfuerzo que hacemos los profesores que participamos de gratis en las clases a los grupos de alumnos europeos, suelen compensarnos invitándonos a una comida conjunta al final de cada ciclo, en la que se juntan unas cuarenta o cincuenta personas, la mayoría profesores de la Politécnica. De todos ellos, el único que yo hubiera podido conocer de antemano, era mi amigo Pedro, el director del curso en el que llevo unos años participando, que no podía venir ese día. Otro en mi lugar hubiera dicho: “vaya rollo, ir a una comida en la que no conozco a nadie”. No es ese mi caso. A mí me dan una cerveza y empiezo a hablar con todo el mundo, no necesito que nadie me presente. Le calzo mis reflexiones sobre lo divino y lo humano a todo el que pille al alcance y no me corto con nadie.

Reconozco que acudo a estos saraos con una motivación adicional: la de hacer un poquito de networking/lobbying que decimos los elegantes, es decir, repartir tarjetas, hacer contactos y extender mi red en busca de peces que piquen y, en suma, abrir posibilidades de relación con personas de todos los ámbitos y todas las regiones del mundo, que ya saben que es mi entretenimiento favorito. En ocasiones, a través de comidas de este tipo, me han salido ofertas de escribir artículos o participar en congresos o actividades lectivas de todo tipo. Esta vez, entre otras personas con las que hablé, conecté con Papy Silvain Nsala, congoleño con el que acabé hablando de la necesidad de recuperar la franja de ribera del río Congo en Kinshasa, ciudad desde la que se ve enfrente el caserío de Brazzaville, la capital del otro Congo, que se erige en la otra margen. Parece que esa ribera está pidiendo una actuación estilo Madrid Río.

Pero no es de esto de lo que quería hablarles, sino de la conversación que ocupó la mayor parte de las dos horas y media de comida. Porque tras el rato de alternar de pie con unas cervezas, nos sentamos a las mesas (redondas, de unas ocho personas) y yo fui a caer en una mesa donde todos hablaban varios idiomas y la conversación se centró casi todo el tiempo en las peculiaridades de las lenguas de esta Babilonia en la que vivimos. Los idiomas reflejan en cierta manera el carácter de los pueblos que los crean. Por ejemplo, el alemán, del que yo sé bastante poco, es una lengua de cabezas cuadradas, en la que todo se declina. En alemán no existe la palabra más larga, porque siempre se puede añadir un matiz adicional. Por ejemplo, nosotros podemos decir: el capitán del barco que cruza el Rhin en el turno de noche con una gorra blanca. En alemán, eso se dice con una sola palabra, construida de forma más o menos inversa: el nocheturnoRhincruzadorbarcogorrablancacapitán. Uno puede siempre hacer una palabra más larga, añadiendo por ejemplo que la gorra blanca tiene un adorno rojo.

También en el alemán son básicos los ritmos y el juego de aceleraciones y pausas. Si usted viaja a Alemania y quiere agradecer las atenciones de sus anfitriones, ya sabe que la expresión correcta es Danke shoen. Pero debe pronunciarlo todo junto, casi como un estornudo: dankshén. Porque, como se le ocurra subrayar con una pausa el vacío que se escribe entre ambas palabras, el sentido cambia completamente y, si la interlocutora es una jovenzuela en sazón, lo normal es que se ponga muy colorada, porque le acaba usted de decir: gracias, bonita. Algo parecido sucede en el País Vasco. Usted debe dar las gracias con la expresión eskarrikasko pero, como se coma la primera ese, habrá dicho ekarri kasko, a lo que el euskaldún zumbón le responderá invariablemente: “vale, ahora te traigo un casco”.

Los lugareños de todas partes se ríen las tripas con las cosas que dicen mal los extranjeros. Igual que hacemos los españoles. Las primeras veces que salí a correr con mi amiga holandesa R. me sorprendía diciéndome: “vamos a parar un poco a estrechar”. Entre los anglófonos que vienen a nuestro país a aprender español, se escuchan cosas tan graciosas como “el bufando” o “el papel jiguiénico”. Por eso son muy valorados los profesores que explican las frases corrientes de la calle, esas que no vienen en ningún libro. Mi amigo B., americano de California, se dedicaba a apuntar todas las expresiones de ese tipo que iba escuchando a lo largo del día, como “la cabeza me duele un huevo, tío” o “este vino está que te cagas”. Entre las que más valoraba: “a fulanita se le hace el culo agualimón”. Apuntaba también refranes llamativos, como “al que nace gordo, tontería que lo fajen”.

Mi amigo regresó a su tierra hace ya unos años, con la intención de poner una academia de idiomas (también recopilaba expresiones de otras lenguas) en donde se pusiera el énfasis en ese tipo de expresiones coloquiales que facilitan la verbal communication. Poco antes de su marcha me lo encontré un día por la calle, con gesto un poco torcido. Le habían dado un golpe por detrás en el coche y tenía una pequeña molestia en la espalda. Le pregunté cómo había sido el accidente y empezó a contarme: “Yo iba bien, pero el otro conductor… el otro conductor…espera, he anotado lo que ha dicho un señor en la calle”. Buscó su bloc de notas hasta encontrar la expresión que buscaba. Su cara se iluminó cuando proclamó: “el otro conductor LLEVABA UNA CASTAÑA COMO UN PIANO. Sencillamente extraordinario”.

En fin, cambiando de tema (o no), resulta que la noticia más leída hoy en El inMundo es la que informa de que a Kim Kardashian le han conseguido hacer una foto del culo. La estadística da una idea precisa del nivel de ese periódico y de sus lectores. Aquí tienen la foto de marras.



A esto se le llama culo en una denominación impropia, aunque todo el mundo la use, porque lo cierto es que la palabra culo se refiere propiamente al agujero. Esto son unas nalgas, o unas cachas, hermosa expresión caída en desuso, excepto en su derivación “estar cachas”, por estar muy fuerte. En Francia, por ejemplo, se distingue “le cul” de “les fesses”. Para decir “quedarse con el culo al aire” ellos dicen avoir les fesses à l’air. Jacques Dutronc buscaba el doble sentido en su canción L’Hôtesse de l’air (La azafata), 1970, aquella que decía Toute ma vie j’ai rêvé d’avoir...d'avoir...les fesses on l’air… Todo está en el lenguaje, en las lenguas de Babilonia. Les dejo con esa vieja canción de Dutronc.


miércoles, 9 de abril de 2014

244. A perfect weekend

Bueno, ha sido contarles mis aventuras ciclistas del viernes con una guapa rubia quebecoise y generarse una expectación desmedida acerca de cómo terminó la cosa, no sólo por parte de un comentarista cachondo que me vacila al respecto, sino de varios compañeros/ñeras del curro, que dicen descubrir una luz especial en mis ojos esta semana, que me ven inusualmente contento, de lo cual coligen que todo eso que digo de la primavera y la luz de la ciudad son en realidad simples metáforas de una especie de beatitud o plenitud interior, próxima al nirvana, en el que habría entrado tras mi encuentro con la señora Lemieux.

Desde luego, cuidao que sois ustedes cotillas y malpenzao’, joé, cagüen mis muertos. Está bien. Les cuento. La señora Lemieux trabaja en el Área de Cultura del Ayuntamiento de Québec. Lógicamente, su programa incluía El Matadero y otros centros, como La Tabacalera, un lugar alternativo ligado, digamos, a una especie de cultura okupa tolerada. Quería visitarlo por la tarde, después de comer, y yo me ofrecí a llevarla en coche hasta la puerta (a mí no se me ha perdido nada en la Tabacalera). Me dijo que no, que necesitaba caminar, y la entendí perfectamente: se había tomado dos copas de vino blanco helado con la comida, y eso le había inducido que se le viniera encima todo el cansancio del viaje transoceánico, la estancia en Granada y aquella larga mañana de actividades.

Así que buscamos en el Google Maps la ruta a pie a la Tabacalera y salimos a Legazpi. Allí le indiqué dónde arrancaba el Paseo de las Delicias y nos despedimos con un abrazo de colegas. Luego cogí el coche, me fui a casa y me eché una siesta merecida, tras cuatro horas de esforzarme en entender el francés quebecois cerrado de mi guapa interlocutora, que no paraba de hablar ni subida en la bicicleta. Necesitaba también la siesta para coger fuerzas para el weekend de verdad, que empezaba justo después y en el que me lo pasé muy bien y tuve momentos de especial felicidad y alegría, que no les voy a detallar aquí porque corresponden al nivel de intimidad que no se comenta en este foro público (momentos que son el motivo principal de que esté tan contento estos días, y no los que algunos de ustedes se maliciaban, so listos). Como ya he dicho otras veces, el que quiera cotilleos, que se compre el Hola.

Y, para colmo, como si no tuviera bastante con estas cosas, más el estirón del Deportivo hacia la primera división, más el subidón de la primavera y todo lo demás, ayer me entero de los resultados de las elecciones del estado de Québec y la victoria holgada de los partidos que defienden el federalismo, frente a los paletos separatistas que pretendían fragmentar el Canadá. Y no puedo dejar de pensar que, al menos la parte más inteligente y avanzada de nuestro mundo desigual, camina en la dirección correcta. A pesar de lo que está pasando en Ucrania. Los malpensados que siguen mi blog seguro que creen que es mucha casualidad que justo ahora salga este tema, pero les juro que yo no sabía nada de que el domingo hubiera elecciones en el Québec. Por lo que leo, los resultados han sorprendido a todo el mundo.
 
Este tema, y su relación con el llamado conflicto catalán, se merece un post exclusivo que dejo para otro día. Porque algunas de las cosas que he vivido en este bonito fin de semana de primavera, sí que se pueden contar, ya que son atribuibles al personaje protagonista del blog, ese que me esfuerzo en interpretar cada día. Ya saben, ese tipo inasequible a la vejez y al desánimo, que no se arredra ante ninguna dificultad, al que no le pasan putadas, ni se le mueren personas queridas, ni se lleva disgustos de ningún tipo. El sábado noche, por ejemplo, asistí a la presentación de la novela Todo lo que existe, que mi amiga Ángeles Sánchez ha logrado publicar y que desde aquí les recomiendo vivamente. Creo que no es un libro que se venda en todas las librerías; para hacerse con él hay que pedirlo a través del Círculo de Lectores, o por alguna página como ésta que les pongo a continuación y que incluye una reseña bastante precisa de la historia que se narra.

Conocí a Ángeles a través de su marido, mi colega Billy de la Calzada, arquitecto y bluesman de altura y todavía mejor persona, a quien está dedicada la novela. Es una dedicatoria escueta, desnuda, que no requiere otras explicaciones o detalles: uno abre el libro y en el centro de su primera hoja dice “A Billy de la Calzada”. Hace más de un año leí un borrador del texto. Y el otro día le compré cuatro ejemplares, uno para mí y tres para regalar dedicados a personas que creo que sabrán apreciarla. Que una colega haya conseguido el difícil anhelo de ver su primera obra larga en papel, es otro de los motivos por los que estoy tan contento.

Ángeles es una mujer dulce, cariñosa, maternal, próxima, siempre sonriente, y sorprende un montón empezar a leer su libro y encontrarse en medio de una trama angustiosa, descarnada, crispada, de mafiosos agresivos y violentos, de gente que se rige por la ley de la calle, y encima contada desde el punto de vista de un adolescente que intenta orientarse en ese medio difícil, un tipo con la confusión típica de esos años en que uno se ve de pronto encerrado en un cuerpo de adulto, urgido por unas hormonas que no dan tregua y teniendo que descubrir las claves de cómo moverse en el mundo de los mayores sin salir dañado. La autora logra con éxito meterse en la mente de ese personaje, con su típico lenguaje chulesco, de ribetes incluso machistas, en un esfuerzo creativo admirable.

Lo curioso es que Ángeles presentó el libro al concurso del Círculo de Lectores, donde fue seleccionado por el Jurado junto con otras dos novelas, que se colgaron en la Web del club, para que los socios las leyeran y votaran por la que les pareciese más merecedora del premio. No es por pasión de amigo, pero las otras dos novelas eran mucho peores. Sin embargo, el premio fue a caer a uno de esos bodrios, y mi amiga se llevó un disgusto grande. Yo también me enfadé mucho y el fallo me hizo replantearme la validez de estos concursos resueltos por el voto popular. Pero, unas semanas después, los del Jurado telefonearon a Ángeles. Le dijeron que no estaban de acuerdo con el veredicto popular, que no tenían duda de que su novela era la mejor, y que, por primera vez en la historia del premio y en contra de sus propias bases, iban a recomendar la edición de un finalista. A partir de aquí, todo fue sobre ruedas.

Así que no sé a qué esperan para hacerse con la novela. Es un relato con un comienzo demoledor, cuya tensión no cede hasta el final. Ya sé que no hacen demasiado caso de mis recomendaciones, pero yo soy tozudo y siempre les insisto. Por ejemplo, el otro día les hablé de la película El mundo es nuestro y seguro que aun no se la han comprado. Yo sí, el domingo en la FNAC, vale sólo 5€ y les repito que van a tener que verla al menos dos veces, porque en la primera las carcajadas propias y ajenas no les van a permitir entender completamente todos los diálogos. Yo sé lo que les puedo o no recomendar. Por ejemplo, el domingo fui al cine a ver una película cojonuda. Se llama Ida y es polaca. Es en versión original subtitulada, en blanco y negro y en un formato cuadrado bastante pequeño. Quien vaya a verla debe saber estas cosas.

Lo cierto es que, como dice Carlos Boyero, la historia que se narra no podría contarse en color y con una fotografía menos minimalista. La historia es tremenda, habla de dos mujeres, tía y sobrina, en los años sesenta, que se ven en la tesitura de investigar el pasado de su familia, para determinar por qué los jodieron como los jodieron. Eso lleva a una conclusión terrible: que algunos polacos aprovecharon la invasión nazi para delatar a sus vecinos judíos, bien por cobrarse viejas afrentas o por pequeñas desavenencias vecinales, o simplemente para quedarse con sus casas y sus tierras. Es un asunto universal. ¿O acaso creen que no pasó lo mismo en nuestra guerra civil? 

En fin, los demás autores de Blog se mueren de envidia, porque el mío es el mejor, y lo que no entiendo es por qué entran ustedes a otros foros. Me dicen que les han visto entrando en otros blogs y no puedo tolerarlo, la gente se va a reír en mi cara ¡¡¡NO PUEDEN HACER ESO!!! ¡¡¡YOU CAN’T DO THAT!!! ¿Que de qué va este último párrafo enloquecido? Pues seguro que más de uno ya lo ha identificado. Es una transposición de la letra que cantaba John Lennon en You can’t do that, extraordinaria canción incluida en el álbum A hard day’s night. Hoy se cumplen 50 años de su publicación. Y luego dice el amigo Groucho que si vamos velliños… Les dejo con esta melodía estimulante. ¡Ah! Y, por supuesto: ¡¡AUPA ALETI!!


lunes, 7 de abril de 2014

243. Lo que hice el viernes

Había yo colgado dos posts al principio de la semana con intención de aumentar el ritmo de publicación de textos en el blog, que lo tengo algo descuidado, pero es que no hay manera, llevo desde el jueves sin venir a la oficina y a ver de dónde voy a sacar yo tiempo para escribir, con la intensa vida social que desarrollo cuando no tengo que estar siete horas y media aquí encerrado. Nada, que, hasta que esta mañana he puesto mi trabajo al día, he mirado el reloj y he visto que aun me sobraba la mitad de la jornada, no he encontrado un hueco para ponerme a desgranar mis reflexiones.

No puedo negar que también me ha afectado la llegada de la primavera, estación maravillosa en Madrid, y más tras un invierno de muchas lluvias, fríos y vientos. El sol ha lucido espléndido, el aire es limpio, los cerezos están en flor y el personal sale a la calle, como hacen los caracoles y los lagartos después de una tormenta prolongada. El cambio de horario alarga las tardes, las plazas se llenan de gente, los bares extienden otra vez sus terrazas, los tarzanes lucen sus bronceados bíceps circulando en camiseta y las mujeres ¡¡Ah, las mujeres!! En fin, para describir esto no conozco frase más precisa que la del amigo Groucho (no Marx, sino el comentarista del blog): estos días, las mujeres se quitan la ropa de abrigo y se ponen las tetas. Y luego está la luz de Madrid, una luz única, que le da al cielo un tono que se ve en pocos lugares.

Supongo que ya saben que el dicho “de Madrid al cielo” es en realidad una derivación de la parte final de un largo refrán que iba enumerando lo mejor de una serie de lugares. No me lo sé, pero era algo como: de Toledo, el río (por decir algo), de Segovia el cochinillo, de Albacete, las navajas, de Ávila, la muralla… y de Madrid, el cielo. Pues eso, que sube la temperatura y sopla la brisa de la sierra y uno sale a la calle y encuentra algo muy parecido a la felicidad. Como el viernes no vine a la ofi, pues me siento como si hubiera pasado un largo puente, repleto de momentos muy gratos, algunos de los cuales se los cuento a continuación. Y para colmo, ganó el Deportivo, perdieron todos sus rivales para el ascenso, y ganaron también el Aleti y el Rayo, que ya he dicho que, mientras el Dépor esté en segunda, son mis equipos.

El viernes empecé el día llevando mi Toyota Auris a la revisión del primer año. Parece que fue ayer cuando me lo compré y ya ha pasado un año. Esto va a toda leche. La primera revisión hay que hacerla a los 15.000 kms. y yo llevo ya 18.500, así que me regañaron moderadamente, porque el coche está bien cuidado y le prodigo todos mis mimos. Por ejemplo, el día que me lo cagó el cigüeño, lo llevé a lavar enseguida, que la cagalera de cigüeño es corrosiva. La gente dice que la culpa de tales desaguisados la tienen esas grandes palomas torcaces que andan por los parques hace años, pero créanme: lo que encontré sobre mi Toyota una mañana en que lo dejé durmiendo al raso, sólo puede ser la deposición de un cigüeño descompuesto. 

Les he avisado varias veces que no lean mi blog mientras cenan. Si no me  hacen caso, más no puedo hacer. Volviendo al Toyota, aprovechando la revisión, me compré un Kit Adiós Rayones, que es como el champú Fructis Adiós Daños que anuncian en la tele. Se compone de dos frasquitos del formato del antiguo Typex, con el que corregíamos los escritos en los tiempos prehistóricos anteriores al ordenador. Con pincelito y todo. Para su correcto uso, se recomienda lavar primero la rozadura con Politus o similar, para quitar los restos de goma y de otras chapas, y dejar limpio el arañazo. Luego secarlo perfectamente con una bayeta Spontex antes de darle el primer producto, la pintura, blanca en mi caso. Y, una vez seca la pintura, aplicar el barniz incoloro que viene en el otro frasco. Ya ven qué apañadito soy.

Con el Toyota revisado, me acerqué al Centro Cultural El Matadero, donde me esperaba la señora Julie Lemieux, miembro del Consejo Municipal de Québec City, cuya foto les pongo aquí al lado, para que vean qué guapa es. Julie es también una mujer inteligente y agradable. Québec City es la única ciudad al norte de la frontera mexicana que está declarada Patrimonio de la UNESCO. Me dicen que es una ciudadela francesa amurallada preciosa, que alberga las dependencias administrativas del Estado de Québec, cuya capital económica es Montreal. Esta señora había viajado a Granada, a una reunión de ciudades patrimonio de la UNESCO, y había decidido pasar un par de días en Madrid, ciudad por la que tenía gran interés. Acababa de visitar el Matadero, cuyos responsables nos prestaron un pequeño despacho y un ordenador y me dejaron con ella.

La idea era que yo le mostrase mis presentaciones sobre el crecimiento histórico de Madrid y el proyecto Madrid Río, para después dar un paseo por los jardines del nuevo parque fluvial. Le dije que podía contárselo en francés o en inglés y ella prefirió el francés. Al final, me preguntó si me importaba que el paseo lo diéramos en bicicleta y le dije que estupendo, que así podíamos recorrer el parque entero. Descubrí ese día que allí mismo alquilan unas bicis holandesas estupendas, de esas grandes de paseo que no tienen barra superior. Hasta ahora, para mis paseos oficiales por el parque, había recurrido a mi propia bici, o a las que alquilan en el extremo norte, que son más corrientes. Estas holandesas tienen además cubrecadena, con lo que no te manchas ni te destrozas las perneras. Así que pueden imaginar lo chulo que me sentí pedaleando al sol de la primavera madrileña, con mi traje oscuro impecable en compañía de una rubia quebecoise.

Porque yo me pongo traje siempre que tengo que recibir a un visitante extranjero, sea hombre o mujer, y sea ésta guapa o fea. Y trato a todos con la misma amabilidad. Acabamos nuestra excursión a las 3, y comimos juntos en el restaurante del Matadero, un lugar grato con muy buena relación precio calidad. Allí hablamos de lo divino y lo humano y descubrí que mi guapa invitada era una especie de alma gemela mía. Me contó que había tenido antes otros puestos de mayor responsabilidad en el Ayuntamiento de Québec, de los que la habían descabalgado sin motivo aparente y que, desde entonces, aprovechaba para hacer contactos y viajes de este tipo, a la espera de tiempos mejores. Por supuesto que no dejé de decirle que yo estaba en situación parecida y que me encantaría viajar a Québec, si tienen a bien invitarme.

De manera totalmente intencionada llevé la conversación a dos temas sobre los que me interesaba conocer su opinión. Uno el de las Olimpiadas. Yo tenía idea de que los Juegos de Montreal, en 1976, habían sido un fracaso organizativo y económico que había generado una deuda para la ciudad que, casi 40 años más tarde, aun seguían pagando. Me confirmó todo eso, punto por punto, pero me dijo algo aun más tremendo. Que, como en toda empresa que sale mal, se hicieron auditorías y revisaron minuciosamente todas las cuentas. Que esa revisión descubrió que determinados responsables públicos se habían llevado el dinero a manos llenas. Que eso generó un escándalo de proporciones descomunales, que propició una especie de catarsis colectiva, concretada en varios tipos procesados y encarcelados, una renovación completa de la clase política y la promulgación de normas estrictas que evitasen que cosas así se repitieran.

Yo no imaginaba que en Canadá sucedieran este tipo de cosas. Ya ven que en todas partes cuecen habas. A lo mejor la cosa viene de la cultura francesa, mediterránea al fin y al cabo. Y aquí viene mi reflexión al respecto: salgan bien o mal estos saraos, hay una serie de gente que se forra con ellos. Lo que pasa es que, cuando salen bien, nadie lo investiga. La señora Lemieux me confesó que, sea cual sea su resultado, a ella no le gustan estos eventos que requieren un esfuerzo inversor desmesurado a las ciudades, que, tras quince días de esplendor, reciben una herencia en forma de deuda e instalaciones inútiles imposibles de rentabilizar.

El otro tema que le suscité, ya se lo imaginan y se lo pregunté directamente: ¿estaba o no a favor de la independencia del Québec? Se entristeció visiblemente y me dijo que por supuesto estaba contra la secesión, que consideraba que el Québec tenía toda la libertad del mundo para desarrollar su cultura y sus derechos en un estado federal, que ellos estaban integrados en la Francofonía (la Commonwealth de los franceses) a todos los efectos, pero creían que, asociados con la parte anglófona, tenían un peso mayor en el concierto internacional y podían defenderse mejor.

Que en su estado los separatistas habían llegado a rondar el 50%, pero precisamente se trataba de la gente más rural y menos culta. Que menos mal que el Tribunal Supremo se había implicado en el tema, que si no, podían haber acabado como los yugoslavos. Que tenía un par de amigas en la amplia comunidad de refugiados bosnios musulmanes de Canadá, que le habían contado atrocidades impensables, y que le parecía absurdo lo sucedido en Yugoslavia entre pueblos étnicamente idénticos que comparten incluso el mismo idioma: el serbocroata.

Ahora entienden por qué les digo que el viernes encontré un alma gemela.
  

miércoles, 2 de abril de 2014

242. Los conciertos de rock de 1980, en Madrid

1980 fue un año clave para el rock en directo en la capital. En aquellos tiempos primigenios de nuestra recién recuperada democracia, la llamada Movida estaba aún en mantillas. Los colegas de los barrios seguían con veneración a los grupos ruidosos y esforzados del heavy metal local, como Barricada, Obús, Ñu, Burning o Leño. Madrid estaba fuera del circuito internacional, todavía superada por una Barcelona cosmopolita, donde los nacionalistas eran vistos como unos tipos de derechas bastante ridículos (Vargas Llosa, que vivía allí por entonces, lo cuenta en el artículo, ya comentado en el blog, cuyo link les pongo otra vez). El principal promotor nacional de conciertos de rock, un barcelonés llamado Gay Mercader, llevaba a los mejores grupos a su ciudad pero no a Madrid, donde no había expectativas de negocio.

Así sucedió con el flamante Elvis Costello, que a finales de 1979 vino sólo a Barcelona. Yo estaba en la mili y, para que me dieran un permiso de tres días, tuve que pretextar la celebración del CONSTRUMAT, una Feria Inmobiliaria que, en mi condición de arquitecto, no debía perderme de ninguna manera. Con el permiso en mi poder, cogí un tren para ver al nuevo prodigio. Por esas fechas, a Madrid sólo venían conjuntos extranjeros veteranos en plena decadencia, con sus cantantes gordos y sebosos. Los grupos de la Movida ya existían pero no se les conocía. En el concierto de Elvis Costello, por ejemplo, los teloneros fueron los para mí desconocidos Radio Futura, que tocaron apenas veinte minutos.

En febrero de 1980, entre los colegas se extendió por el boca a boca (no había redes sociales entonces) la convocatoria de un concierto que se iba a celebrar en el salón de actos de la Escuela de Caminos y que nadie debía perderse: el homenaje a Canito. ¿Y quién es Canito, tío? Y yo qué sé, tronco, creo que uno que se ha matao con un buga, tío, ni puta idea de quien era. Con escepticismo mal disimulado asistimos a una procesión de músicos que tardaban un montón en cambiar y afinar sus instrumentos entre grupo y grupo, total para interpretar dos o tres canciones blanditas, cantadas con voces anémicas, con un sonido horrible y muy poca energía en el escenario.

Los únicos que me gustaron algo fueron un grupete que respondía al nombre de Mario Tenia y los Solitarios, que al menos eran simpáticos. Ni siquiera reconocí en la supermaquillada lideresa del grupo Alaska y los Pegamoides, que cantaba subida en unos coturnos king size, a la adolescente gordita con falda vaquera cuadrada que aporreaba una guitarra rítmica junto al batería de Kaka de Luxe, un grupo infame al que había visto en la sala MM unos años antes. Ninguno de los conjuntos de aquella tarde me pareció superior a Radio Futura, que tampoco me habían impresionado mucho en Barcelona. Sin embargo, todo el mundo coincide en considerar ese concierto como la fecha mítica fundacional de la Movida.
  
Algo se empezaba a cocer en la ciudad y el avispado Gay Mercader, que tenía un olfato de lince para los negocios, se decidió por fin a empezar a traer a sus músicos a la capital. Uno de los primeros en anunciar su visita fue Lou Reed, cuyo primer concierto en Madrid se programó para el 20 de junio, en el Campo del Moscardó, en Usera. El Moscardó es un equipo de fútbol creado en los cuarenta para los chavales de la Colonia Moscardó. Con motivo del nombre franquista y con ayuda de un presidente entusiasta, el club empezó a crecer y se construyó un campo muy grande, que enseguida se reveló desmesurado. En los setenta, el equipo llegó a jugar una única temporada en Segunda División, que terminó colista. El club existe todavía y juega en la Preferente madrileña, pero el campo está cerrado y abandonado. En los 80 se pensó recuperar una parte de la inversión comprometida, alquilándolo para conciertos. El lugar era amplio y permitía montar grandes escenarios, pero los accesos eran horrorosos, era imposible aparcar cerca y la gente de Usera no veía con buenos ojos que de vez en cuando se les llenara el barrio de melenudos que dejaban las calles hechas una pena.

El concierto suscitó la expectación de los colegas, atraídos por el malditismo y el discurso suburbial de Reed, un tipo capaz de pincharse en escena, fíjate, qué demasiao, tío. Y eso que, según la prensa, se acababa de casar con Laurie Anderson, su tercera esposa, y ese era un dato que descolocaba un poco al personal, que no cuadraba con su perfil. El concierto fue un completo fiasco. Para empezar, el camión del equipo de sonido se vio retenido en Legazpi por una huelga de transportistas, algo normal en aquella época convulsa. Dos horas después de la anunciada, la cosa seguía sin arrancar y la basca estaba irritada y caliente, porque nadie nos explicaba la causa del retraso. Y el propio Reed estaba aun más cabreado de lo habitual.

Empezó finalmente el concierto, en medio de los silbidos y abucheos del personal, ante un Lou Reed bronceado y con buen aspecto, que estaba hasta un poco gordito, cantaba sentado y no hacía nada por empatizar con el público. Menudeaban los insultos: hijoputa, gordo cabrón, pringao y (el peor de todos) ¡¡CASAO!! Entonces empezaron a tirarle cosas. Algo le dio en la cara, según unos una moneda, según otros un pitillo encendido. Con gesto serio, el tipo se bajó de la silla, dio media vuelta y se largó. No hubo forma de convencerlo de que continuara el concierto, que había durado unos diez minutos. Cuando los técnicos empezaron a desmontar el equipo se armó la mundial. En casos como este, como sabe la policía, lo mejor es recuperar la música, porque el personal cabreado la puede liar parda. Pero Lou se negó a volver.

Yo salí pitando como pude. Luego supimos que los exaltados asaltaron el escenario, echaron a los técnicos a bofetadas, se llevaron los instrumentos y lo destrozaron todo. El escritor Ray Loriga, otro que cultiva la imagen de malditismo suburbial, presume de que fue un amigo suyo quien se llevó la batería, que conserva en su casa como un tesoro. La escasa policía presente se vio desbordada y no pudo parar el tsunami, que luego se extendió por todo el barrio. Hubo carreras y cargas. Las turbas arrasaron con farolas, papeleras, vidrieras de comercios y contenedores de basura. Los habitantes de Usera, distrito obrero por excelencia, asistieron atónitos a unas escenas que creían ya superadas con la desaparición de los grises, cuyo uniforme se acababa de sustituir por otro de tonos marrones (por entonces, quien llegaba a Bilbao en tren encontraba frente a la Estación una pintada gigante, que rezaba: GRISES O MARRONES, IGUAL DE CABRONES).

Gay Mercader se negó a devolver el dinero de las entradas, porque dijo que la culpa de lo sucedido la tenía el público. La prensa condenó unánimemente el incidente, desde el ABC hasta el Mundo Obrero, órgano oficial del PC, que venía a decir en su artículo de fondo que ese entretenimiento de señoritos que eran los conciertos de rock, mejor que se llevara fuera de los barrios obreros. Ante el follón montado, el Gobernador Civil decidió prohibir el siguiente concierto a celebrar en el Campo del Moscardó: nada menos que el gran Bob Marley. Las entradas estaban ya todas vendidas y, esta vez, Gay Mercader tuvo que admitir su devolución. Pero el mejor artista jamaicano de todos los tiempos se quedó sin actuar en Madrid, donde nunca llegaría a debutar porque, como saben, moriría de cáncer de pulmón un año más tarde. Sí lo hizo en Barcelona, y lo había hecho dos años antes en Ibiza, en un concierto que los asistentes califican de memorable.

Más adelante, volvieron los grupos al Moscardó (yo he visto allí a Roxy Music y a Police). Pero por entonces, no estaba el horno para bollos. En esa tesitura, se planteó la posibilidad de traer a Madrid a los Ramones, el grupo precursor del llamado punk-rock, un movimiento que, musicalmente, se limitó a copiar lo que hacía este mítico grupo neoyorkino. Los Ramones venían a Barcelona, a participar en la fiesta del PSUC, y el avispado Gay pensó que ahí había negocio y organizó el concierto para el 26 de septiembre en la plaza de toros de Vista Alegre, conocida como La Chata, un lugar con mejores accesos, que años después sucumbiría a la especulación inmobiliaria, siendo demolida y sustituida por un Palacio de Deportes y un Hipercor. El concierto suscitó una expectación previa considerable. No sabíamos entonces que los Ramones, sorprendidos por la acogida, el cariño y el éxito apoteósico, tomarían la costumbre de volver a Madrid casi todos los años, hasta que se disolvieron.

¡El primer concierto de Los Ramones! ¡Cuántos recuerdos asociados! Allí estaba la peña al completo, ante la perspectiva de ver a un grupo puntero en plena expansión, sin tener que esperar a que sus componentes estuvieran viejos y acabados. Actuaron como teloneros Nacha Pop (joder, qué nombre), un grupo más adelante hipervalorado en el contexto de la Movida, que por entonces ofrecía un sonido indecente, unas voces destempladas y una música banal, totalmente inadecuada para la ocasión. Bien es cierto que el personal le prestaba menos atención que al cuarto toro en Sanfermines. Quiero decir que los colegas estaban de espaldas al escenario, comiendo bocatas de caballa, bebiendo latas de cerveza y liando los últimos canutos. Se escuchaban conversaciones del siguiente tenor: ¿De dónde han salido estos pringaillos? No sé, tío, creo que son unos pijos del barrio de Salamanca que están empezando. Lo que están empezando es a tocarnos las pelotas, a ver si acaban de una vez.

Apenas hubo aplausos para los teloneros y, tras una larga preparación, con cambio de casi todo en el escenario, salieron en tromba Los Ramones con toda su parafernalia de banderas con águilas y bates de béisbol en negro sobre rojo, humos de colores y una avalancha de sonido a todo volumen al grito de ¡¡Hey Ho Let’s Go!! y aquello fue la locura. Joey, el cantante, tenía una voz atronadora y agarraba el micro a dos manos contorsionando su humanidad de 2 metros sin mover los pies del suelo, mientras guitarra y bajo, uno a cada lado, daban saltos como grillos y abrían el compás de sus piernas en ángulos imposibles. Cantaban sus canciones de 2 minutos igual que en los discos, sin alargarlas ni añadir adornos, si bien enlazaban cuatro o cinco sin parar y luego hacían pequeñas pausas en las que valoraban el entusiasmo del público, atónitos ante el hecho de que la gente se supiera sus canciones. Tras cada pausa, Joey miraba a su derecha y hacía una señal (la 7, la 10, la 11 y la 14) y volvía la avalancha de sonido. Eran profesionales y dieron todos los bises que se les pidieron, hasta acabar agotados.

Agotados terminamos también los agradecidos colegas, tras más de una hora de disfrutar en la arena de la vieja Chata de Carabanchel dando saltos tan altos como los de los músicos, levantando puños y vociferando hasta quedarnos roncos. Asistíamos a un evento que jamás olvidaríamos. El mundo del rock madrileño no volvió a ser el mismo. Ahora estábamos en el circuito. Ya no tendríamos que viajar para ver buenos conciertos, ni limitarnos a escuchar a veteranos en el ocaso de su carrera. Francisco Umbral, escribió la crónica del concierto cuyo link les pongo abajo y les recomiendo que lean. Hay que ver qué bien escribía este señor tan insoportable. Por cierto, Julito el Eléctrico era amigo mío. A saber qué ha sido de él.