sábado, 27 de octubre de 2018

782. Atacama

El desierto de Atacama es el lugar más seco del mundo y está situado a una altura de unos 2.500 metros sobre el nivel del mar. En el pueblo principal de este lugar árido, San Pedro de Atacama, llevo tres días alojado y voy a intentar esta vez hacer un tipo de relato más por áreas temáticas que ordenado cronológicamente como suelo contar mis viajes. Me limitaré a contar como prólogo que el pasado día 24 salí de Madrid en avión para un trayecto de unas 10 horas, hice una escala en Bogotá de otras 2 y luego volé a Santiago de Chile durante otras 5,5 horas más. La diferencia horaria con Bogotá es de 7 horas, pero al ir a Santiago recuperas 2. Así que 5 horas, que a partir de esta noche serán sólo 4 por el maldito cambio horario que sólo se practica en la vieja Europa y esperemos que por poco tiempo.   

Anteayer, llegamos a San Pedro, cogimos el coche alquilado, nos instalamos y visitamos el Valle de la Muerte y el Mirador de la Roca del Coyote, sobre el Valle de la Luna. Ayer estuvimos en la laguna Chaxa, viendo los flamencos, y luego subimos a los pueblos de Toconao y  Socaire, para seguir a las lagunas de Miscanti y Miñique, ambas a unos 4.500 metros. Hoy nos hemos levantado en plena noche para salir a las 5.00 en dirección al campamento geotérmico del Tatio, en donde hay géiseres y fumarolas muy activas durante la noche, cuando la temperatura está a unos 7 grados bajo cero (en el invierno austral baja hasta los -27). A medida que va amaneciendo y sube la temperatura, la actividad se va calmando, porque lo que hace salir el agua a presión es precisamente la diferencia térmica con el exterior. Así que hay que verlos al amanecer. Y el campamento está a 100 kilómetros de San Pedro.

Después hemos bajado al pueblo y hemos hecho la visita completa del Valle de la Luna, que es impresionante. En esos momentos estábamos a unos 35 grados. Después hemos comido algo de lo que traíamos de España en un comedor que tiene el hotel, nos hemos echado una siesta y ahora tengo un margen para escribir un poco, hasta las siete de la tarde en que hemos quedado para dar un paseo por el pueblo, de donde regresaremos mañana en un vuelo a mediodía a Santiago. Diré que, de los tres grandes brazos de la Cruz del Sur que teníamos previsto dibujar sobre el mapamundi, el de Atacama era a priori el que menos atractivo me resultaba, pero me está resultando muy impresionante. Las grandes diferencias de temperaturas y de alturas, inducen un escenario muy brutal y primitivo, pero lleno de atractivos. En esta zonas, no se vé más que indios, apenas hay blancos. Las diferentes tribus que conviven por aquí están al cargo de la administración y gestión de sus recursos, incluido el turismo, como una compensación conseguida al Gobierno chileno, a cambio de largas luchas y reivindicaciones.

Por aquí hay quechuas, aymaras y muchos otros pueblos, con lenguas propias arcaicas, aunque todos manejan un español muy aseado y hacen gala de un humor indio muy peculiar. Siempre están sonrientes, son sociables y se interesan por los visitantes. Les encanta darte unas explicaciones muy prolijas y tediosas, que chocan con la ansiedad proverbial del hispano. Ellos tienen que darte la receta completa. Al llegar al hotel, nos explicaron cómo entrar de noche, tanto en coche como a pié. Cada explicación era del tipo: “usted se para frente a la puerta. Verá un botón rojo. Lo pulsa. Entonces nosotros preguntamos quién llama. Usted ha de decir el número de su habitación y salimos a abrirle, Así que debe memorizar su número de habitación para no tener problemas”. El viajero le interrumpe con cuestiones como a qué hora se abre el comedor para desayunar, y el tipo levanta una mano e, invariablemente, responde: “ya llegaremos a eso”.

Pero siempre amables, serviciales y untuosos. A pesar del físico de algunos, que da verdadero miedo. Por ejemplo, los indios toconaos son negros como el carbón, cheposos y sin cuello. Pero uno ve con que ternura tratan a sus hijos pequeños y se queda pasmado. Nos han ofrecido diversos platos que estaban cocinando para ellos, en pequeños restaurantes populares de los pueblos, que llaman cocinerías. Platos a los que no le ponen nombre. Si les preguntas, te contestan que se trata sólo de un guiso de pollo con patatas, o de un caldo con verduras. También hemos probado platos de la cocina chilena en algún restaurante local, como la chorrillana, que se hace con carne de vacuno y chorizo, todo ello guisado con abundante cebolla y papas fritas. O el lomo al pil-pil. Que no tiene nada que ver con el español, sino que es picante.

El grupo con el que voy está formado por seis personas, incluyéndome a mí, todas por encima de los 60, animosas y divertidas, y dispuestas a admirar todas las maravillas naturales o de cualquier tipo, que ofrece este extraño país de 4.300 kilómetros de largo y nunca más de 180 de ancho. Los Andes presiden esta zona de altiplanicie, con numerosos volcanes, presididos por el Licancabur, que se ve desde todas partes. Nos movemos los seis con una furgoneta grande, de la que yo soy uno de los dos conductores declarados. Las carreteras, exceptuando la Austral que recorre el país de norte a sur, son en su mayoría de tierra apisonada, lo que se conoce en muchas partes del mundo como macadam y aquí llaman ripio. No me queda ya mucho margen para escribir, así que les dejo algunas fotos. Ustedes mismos pueden imaginar a qué corresponde cada una. Sean buenos.













martes, 23 de octubre de 2018

781. La Cruz del Sur

Aquí me tienen otra vez en capilla; mañana cojo un vuelo a tierras lejanas a las 9.30 de la mañana, y he de estar en el aeropuerto dos horas antes, así que me voy a poner el despertador a las 5.45. Que sí, que sí, que ya les voy a decir a dónde, un poco de paciencia. Mi post anterior tiene una continuación en el excelente artículo de Javier Cercas en el Dominical de anteayer de El País, cuyo descubrimiento y lectura debo al amigo Alfred, que puntualmente me avisó de él a través del blog. AQUÍ el artículo. Es extraordinaria la forma de escribir de este señor y me conforta ver que mis puntos de vista coinciden al 100% con los suyos. Efectivamente, el momento actual se asemeja mucho a la situación previa a la Primera Guerra Mundial y esperemos que el desenlace no sea tan dramático. Observen también cómo, para este señor y sus fuentes, el movimiento catalán comparte costado ideológico con el Brexit, el señor Trump o los ínclitos Bolsonaro, Putin, Erdogan o Duterte. Un paso atrás de todos ellos, se sitúa el caballero Mohamed bin Salmán, príncipe heredero saudí, todavía en la Edad Media.

Que suceda un caso como el del asesinado Kashoggi, indica lo desconectado del mundo real que está el régimen de este señor. ¿De verdad pensaban que iban a poder hacer eso sin que se armara la mundial? Les recuerdo el caso. Un periodista crítico, que no disidente ni opositor, vinculado además con las familias dominantes del país, se va voluntariamente a Estados Unidos y empieza a escribir en el Washington Post unos artículos en los que de forma difusa pide una mayor libertad de expresión en el mundo árabe. Nada muy radical que justificara un odio africano tan letal como el que parece haber generado. En esas conoce a una señora turca, muy creyente y veinte años más joven, que le aborda tras una de sus conferencias en Occidente. Se enamoran y deciden casarse para hacerlo todo correctamente, dentro de los principios del Islam.

Y resulta que el tipo ha estado casado antes, por lo que necesita un certificado de soltería que debe pedir en su país, pero puede conseguir también en cualquiera de sus embajadas. Elige la de Estambul, donde vive la familia de su prometida. Acude un día, lo tratan con amabilidad, pero le dicen que le falta una póliza (es un decir), por lo que lo citan para una fecha fija posterior. El día de esta segunda cita, Kashoggi acude a la puerta de la embajada con su novia. Antes de entrar, visiblemente nervioso, le da sus dos teléfonos a la mujer y se despide de ella, supongo que con un beso. Y le dice que, si no ha salido en una hora, avise a todos sus conocidos y dé la alarma. Ese día, han llegado a la ciudad 15 altos funcionarios saudíes en dos aviones y han entrado en la embajada antes que Kashoggi, entre ellos un siniestro forense encargado de supervisar o perpetrar su descuartizamiento, no se sabe si todavía vivo o ya muerto. Vienen provistos de los necesarios serruchos, baldes para la sangre y hasta un equipo de música, para que no se oigan los alaridos del pobre hombre. También se han cuidado de darles el día libre a todos los empleados turcos.

La novia, que ya tenía organizada toda la parafernalia de una boda por todo lo alto, da la alarma, se monta el pollo que se ha montado y el régimen dice sucesivamente lo siguiente. Que Kashoggi salió al rato por su propio pie. Que no saben qué pasó, ni tienen idea de dónde está Kashoggi. Que está muerto pero como consecuencia de una pelea que generó el propio fiambre al abalanzarse sin motivo contra los funcionarios de la Embajada. Que murió accidentalmente al resistirse a que lo secuestraran. Y, lo último: que fue un funesto error, que sólo habían mandado a un tipo a que le hiciera cosquillas y al hombre se le fue la mano. Por Dios, no sé en que mundo vive esta gente si cree que la opinión pública occidental se va a creer cualquiera de esta bolas. Ahora podemos entender que bombardearan autobuses escolares en el Yemen. En fin, voy a callarme, no sea que la próxima vez que tenga que ir a renovar el carné de conducir me pille un escuadrón de la muerte y me saque por la trasera de la DGT convertido en pincho moruno.

El mundo, atónito frente a una crueldad no vista en décadas, ha sido largamente informado de esta atrocidad, así que no hay que insistir más en ello. Yo solamente quiero subrayar el hecho de que esta gente vive en un universo tan cerrado que creen que un asesinato con premeditación y alevosía como ese puede colar más allá de las fronteras de Arabia. Los mundos cerrados son muy tóxicos y te llevan a perder la noción de la realidad. Algo así pasa en Cataluña y, por favor, nada más lejos de mi intención que comparar ambos universos. Me estoy refiriendo a lo que sucedió hace unas semanas en el teatro de la Ópera de Madrid y se lo recuerdo. Se abre la temporada de ópera de este año con presencia del Rey y con una versión de Fausto que dirige un miembro de La Fura dels Baus. Éxito apoteósico. Al final, todo el mundo puesto en pie aplaudiendo a rabiar. Hasta el punto de que los artistas hacen salir al estrado a los técnicos responsables de que todo haya salido de maravilla.

Y entonces los aplausos viran a un abucheo masivo. ¿Por qué? Pues porque dos de los técnicos han salido al escenario con sendos lazos amarillos en la camisa. ¿Qué explicación le damos a esto? Pues yo estoy convencido que estos dos buenos señores no pretendían molestar ni provocar a nadie. Llevaban el lazo porque muchos de estos afectados por la ameba comecerebros del independentismo sólo se quitan el lazo amarillo para ducharse y algunos ni eso (yo creo que duermen con él y todo). Simplemente, están tan aislados en su mundo irreal que no son conscientes de la irritación que produce fuera de su tierra el lazo amarillo o el hecho de que hablen catalán a voces y no te contesten si les preguntas algo en castellano. La desconexión que pretenden los movimientos retrógrados enumerados en este y el anterior post, busca ensalzar las señas de identidad de cada cuadradito de tierra y es una reacción contra el vértigo de la interconexión total que comporta la globalización.

El artículo de Cercas nos presenta un futuro amenazado por negros nubarrones. Ya saben que yo soy un optimista crónico, pero creo que debemos estar vigilantes. Porque nos acechan otros peligros globales, como los desafíos climáticos, que sólo vamos a poder combatir si estamos todos unidos. Si nos olvidamos de las puñetas locales y los paletismos excluyentes que sólo sirven para hacernos perder tiempo y energía mental. Y lo dice un forofo del Deportivo, la cerveza Estrella Galicia, el lacón con grelos y el caldo gallego. Lo uno no quita lo otro.

A modo de punto y aparte, les voy a poner un vídeo que más o menos ilustra estos conceptos. La iniciativa Playing for Change, tocando por el cambio, se dedica a descubrir músicos callejeros, vagabundos y correcaminos con sentido musical. Pone a su servicio equipos de sonido y grabación muy potentes y les propone interpretar una misma canción muy conocida. Luego mezcla las pistas de sonido e imagen y consigue unos productos muy vistosos. El vídeo del archiconocido Stand by Me es maravilloso. Una metáfora de este mundo global unido, cantando y tocando por el cambio. Por un cambio político, social y de mentalidad. Por cierto, el músico que inicia la ronda, lo hace en la calle Tercera de Santa Mónica, por donde yo anduve hace poco escuchando a juglares como él y viendo cómo la gente se lanzaba a bailar (se contó en el blog). Les recomiendo que lo pongan en pantalla grande y lo sigan con atención antes de seguir leyendo: es emocionante. Viendo esto no tengo ninguna duda de que ganaremos.



Bien, este era un punto y aparte, porque ya les voy a desvelar a dónde me voy. Mañana, a las 7.30 de la mañana me encontraré con mis cinco socios de Ciudad Real en el mostrador de Avianca de la T-4, donde dos horas después tomaremos un vuelo a Bogotá de diez horas. Allí haremos una escala de otras dos, para tomar un segundo vuelo de la misma compañía, esta vez de unas cinco horas y media. ¿A dónde? Pues a Santiago de Chile. Vamos pues a territorios del hemisferio sur, en donde no es posible ver la Osa Mayor por las noches, sino la fastuosa Cruz del Sur. Y vamos a hacer también una gigantesca cruz sobre el mapa, que recorremos a lo largo de tres semanas de aventuras. Para desplazarnos recurriremos a vuelos interiores, si bien también alquilaremos algún coche grande para movernos los seis en algunas etapas. El primer brazo de la cruz es, obviamente, el viaje Madrid-Santiago. A continuación volaremos al norte para visitar San Pedro de Atacama, el desierto y varias zonas situadas a gran altura sobre el nivel del mar.

De vuelta en Santiago nos dirigiremos ahora hacia el sur, para visitar Chiloé, Punta Arenas, Puerto Mont y las Torres del Payne, entre otros lugares, incluyendo la visita a un glaciar austral. Así que ya tienen ustedes el enigma descifrado. ¿Cómo? ¿Que les he dado pistas falsas? No, no. Recuerden: cruzando amplios mares, escalando altas montañas, descendiendo los glaciares. ¿No es suficiente referencia? Vale, me rindo. Es que todavía me falta por contarles el cuarto brazo de la cruz: la misteriosa Isla de Pascua, a 3.000 kilómetros de la costa de Chile, exactamente en medio de la nada. Esa era la pista correcta. El regreso está previsto para el 13 de noviembre. Intentaré irles contando algunas cosas, pero ya saben que voy en grupo, que he de compartir habitación y que mis compañeros, a los que conozco de Birmania, son incansables y no sé si podré encontrar algún instante de privacidad como para poder cumplir adecuadamente con ustedes, mis queridos lectores.

Así que esto es lo que hay. Tal vez no cargue nuevos contenidos hasta la vuelta. Así descansan un poco de esta  presión a la que les tengo sometidos. Pórtense bien. Y no descuiden la guardia. Hay que estar muy atentos para defenderse y no dejarse avasallar. Si estamos todos en línea, codo con codo, podremos afrontar mejor los retos del futuro. Vean si no la foto que me mandan mis colegas de Ciudad Real. Esta pancarta salió a la calle hace unos días en esa ciudad, que aparentemente está también en medio de la nada. La globalización económica, cultural y anímica es imparable.


sábado, 20 de octubre de 2018

780. Guerra fría y carpas para la Wehrmacht

Aludo en el título a una película y un libro que me han gustado especialmente y de los que les hablaré más abajo. Ambos constituyen testimonios de lo que era el mundo en tiempos no muy lejanos, y conviene tener estos recuerdos frescos, porque nuestro mundo moderno y global está ahora mismo amenazado con retroceder a dinámicas que creíamos definitivamente superadas. A mí me preocupa especialmente el caso del brasileño Bolsonaro, que roza la victoria con la punta de los dedos y que dentro de unos días se va a poner al frente de la novena economía mundial con un ideario abiertamente retrógrado y fascista. Mis colegas del último workshop, Marcelo y Gisele, estaban convencidos de que perdería, de que en la segunda vuelta todas las fuerzas democráticas se unirían contra él, como sucedió en Francia con la señora Le Pene. Olvidan que antes de eso, un caballero llamado Adolf Hitler se hizo con los mandos de la poderosa Alemania con este mismo procedimiento y trayectoria previa, entre la indiferencia de la población más culta de su país, que hasta el último momento estuvieron seguros de que eso nunca sucedería. Creo que lo mejor es ver una foto de este señor.

Es una imagen demoledora. Observen al tipo de las gafas negras que lo lleva a hombros y recuerden que en semejante postura andaba cuando le apuñalaron hace unas semanas (a saber si eso no fue parte de la escenografía: te damos un pinchacito y tus votos subirán como la espuma). El ex-presidente Fernando Henrique Cardoso da algunas claves de esta historia en un artículo de hoy en El País. Por supuesto que en Brasil hay muchísima gente ignorante y sin la más mínima formación política y ciudadana. Entre ese sector de la población prende el anzuelo, por ejemplo, de los evangelistas, que han extendido sus redes por toda Latinoamérica y, en España, entre la comunidad gitana. Ellos fueron decisivos en el resultado del referéndum colombiano, que finalmente decantó al país contra el proceso de paz con las FARC. Pero esto no basta para explicar el ascenso de Bolsonaro, que encuentra también muchos apoyos en las clases medias y, sorprendentemente, entre las mujeres.

Aquí inciden las explicaciones de Cardoso. Tanto la izquierda de Lula y Dilma Roussef, como los partidos clásicos de la derecha, se han visto afectados por unos escándalos de corrupción terribles. Todos estaban pillando, mientras el país no salía de su polarización social, con unas diferencias tremendas entre una élite rica y una masa enorme en torno al umbral de pobreza. Mucha gente honrada del país apoya a Bolsonaro para expresar su indignación frente a una clase política corrupta y degenerada. Bolsonaro ofrece orden, un concepto que muchos echan de menos y ansían recuperar, aun a costa de que venga acompañado de un cierto autoritarismo de ribetes fascistas, machistas y racistas.

Pero hay un tercer factor y no sé si lo voy a saber explicar. En este mundo conectado en tiempo real por Internet, hay mucha gente a la que le ha entrado el miedo, el vértigo de esta globalización que no se sabe a dónde va. Y están reaccionando frente a este fenómeno arrasador. He usado el verbo con toda intención: reaccionando. Hay una resaca contra la globalización que es profundamente reaccionaria. Retrógrada. Los paletos de todo el mundo se acojonan frente a las redes que se están creando entre las gentes de todos los países y se vuelven a sus propias señas de identidad, a su cultura, a su lengua, a sus tradiciones. Eso explica tanto lo que está pasando en Brasil, como el Brexit, el triunfo de Trump, los nuevos aires en Polonia, o en Hungría. Y, por supuesto, el prusés: no creo que quede nadie que dude del sentido ideológico del movimiento independentista catalán. Todos estos fenómenos cuestionan la globalización y tratan de volver hacia atrás, a la seguridad de su pequeña comunidad desconectada. Y luego está el caso terrible del periodista Kashoggi. Arabia Saudí está todavía en la Edad Media. Ni siquiera ha llegado a la modernidad contra la que reaccionan  en otros lugares.

Señales preocupantes de un retroceso en el progreso mundial. Negros nubarrones que nos amenazan. Habrá que estar muy atentos y defendernos; la razón está de nuestro lado. Aunque eso no sea una garantía de que vayamos a ganar esta guerra. Se aprende mucho de los libros y las películas que retratan períodos recientes más oscuros. En ese sentido les recomiendo la película Cold War (Guerra Fría), de Pawel Pawlikowski (2018). La anterior película de este señor (Ida, 2013) ya me pareció maravillosa y así se consignó en el blog. Luego ganó el Óscar a la mejor película de habla inglesa. Yo creo que este premio le espoleó a Pawlikowski a hacer algo aun mejor. Cold War es una película extraordinaria y verla es una experiencia inolvidable.

La historia narra un amor arrebatado, demoledor, imposible (cuál no lo es) y tanto la música como la imagen en blanco y negro son de una perfección que casi hace daño, por no hablar del guión, los diálogos y la interpretación de los actores polacos. Pero a mí me interesa hablar aquí del contexto que retrata, que es el fondo en el que trascurre la historia. Recién terminada la guerra mundial, el nuevo estado comunista organiza una compañía de coros y danzas para ensalzar los valores de la Polonia auténtica. Recuperan las canciones tradicionales de todas las zonas rurales del país y empiezan a ensayar. Y después empiezan a calzarles las escenografías importadas, las loas a Stalin y al comunismo más rancio. Es increíble la cantidad de paralelismos que podemos captar los que vivimos en el franquismo. No les cuento nada más, porque no quiero fastidiarles la visión de un film que les recomiendo sin dudarlo.

Si siguen el día a día de la prensa cultural, habrán oído hablar ya de esta película. No creo que sea el caso, en cambio, del libro Carpas para la Wehrmacht (Ota Pavel, 1971). En realidad, yo lo estoy leyendo porque es el libro que analizaremos el martes día 23 en el club Billar de Letras, si no jamás lo hubiera encontrado. Ota Pavel fue un escritor checo de origen judío con una historia ciertamente singular. Pertenecía a una familia acomodada que se desenvolvía bien en los felices 30. Cuando llegan los nazis su vida cambia. Su padre y sus dos hermanos mayores son enviados a campos de concentración. La madre se libra por ser católica y el pequeño Ota también por ser demasiado joven. Todos sobrevivirán a duras penas y podrán reunirse luego. Ya de adolescente, Ota se convierte en un joven fuerte que practica varios deporte, como el hockey sobre hielo. Y después empieza una exitosa carrera como periodista deportivo.

Así como un hobby, escribe un par de novelas, que se publican y se venden un montón en la Checoslovaquia comunista. En 1964, acude a Innsbruck (Austria), para cubrir la información de las Olimpiadas de Invierno. Y allí, cómo decirlo de otra manera, se le va la olla. Enloquece y tienen que ingresarlo de urgencias. De vuelta en Praga es internado en un psiquiátrico. Está deprimido, confuso y hecho polvo. Afuera, sus dos novelas se venden cada vez más. Y sus amigos no le dejan de lado. Van a verle, le cuentan de sus éxitos de ventas, tratan de animarle. Uno de ellos le lleva un cuaderno de renglones y un bolígrafo y le exhorta a trabajar. Y de ahí surge Carpas para la Wehrmacht y otros dos libros. Todos de relatos breves y todos bastante bien vendidos en su tierra.

El libro del que hablamos es un conjunto de relatos centrados en sus recuerdos familiares y, en especial, en la figura de su padre, un judío ciertamente curioso. Las historias de este personaje son hilarantes y positivas, para nada son los recuerdos de un loco depresivo. Pero lo importante para lo que estoy contando en este post es también el retrato preciso de los tres contextos sucesivos: los felices 30, el período nazi y el período comunista. También les recomendaría que se consigan este libro y lo lean. Es una colección de textos bastante cortos y ligeros, sin pretensiones y de fácil lectura.

Como he dicho en algún punto de este post, los movimientos retrógrados están creciendo, alimentándose del miedo de los paletos a este mundo globalizado que tenemos hoy en día. Un mundo en el que yo me siento como pez en el agua. El miércoles estuve reunido con el Alcalde de Santo Domingo (República Dominicana) y su equipo de asesores urbanísticos. Estuvimos dos horas hablando sobre los proyectos de nuestras respectivas ciudades y constatamos la similitud de los retos que afrontamos. El jueves me pasé todo el día con mi jefa en una jornada organizada por diversas universidades francesas como colofón de una colaboración de la que saldrá un libro sobre Madrid en el que ambos hemos colaborado. En el almuerzo me senté con un profesor de urbanismo de la Universidad París-8 y nos entendimos muy bien.

La jornada tenía una continuación el viernes a la que yo no fui, que se terminaba a media tarde. A esa hora la mayoría de los franceses que habían venido cogían sus aviones de vuelta. Pero mi nuevo amigo, que se llama Alain se quedaba todo el fin de semana. Así que quedamos para cenar juntos y de allí saqué la posibilidad de que me inviten a dar una clase en su asignatura. En todo caso sería el año que viene. Me despedí de él y volví a casa. Allí me encontré a mi hijo Lucas, que ha venido de Lille para una semana de vacaciones. Viene con tres amigos franceses que se instalaron en mi casa y durmieron por los sillones y por donde pudieron. Mientras tanto, mi otro hijo Kike está otra vez en Mumbai. Este nuevo mundo interconectado es imparable, pero tenemos que defenderlo de los que se lo quieren cargar. Buen fin de semana.     

miércoles, 17 de octubre de 2018

779. Entre Groenlandia y la línea de sombra

Vaya, tenía yo prisa por terminar la serie sobre Chicago, porque ya enseguida salgo de viaje otra vez, a un lugar todavía por desvelar, y tengo que darles un margen para jugar al bonito juego de las adivinanzas aunque, al final, siempre lo acierta Paco Couto. Así que me he dejado una serie de cosas en el tintero, que tal vez vaya contando intercaladas en los sucesivos textos. Lo que sí quiero es que comparen las fotos de grupo de los workshop: el del año pasado en Portland y el de este año en Chicago. Véanlas, y seguimos.




Les traigo estas dos fotos para que se fijen en un detalle. En el grupo del año pasado, con el que sigo bastante en contacto, había al menos dos personas por encima de los 60, los brasileños Antonio Carlos Velloso, segundo por la derecha en la fila de atrás, y Liana Vallicelli, justo detrás de la guapísima Clare Haley, en el centro de la imagen. Yo me encontraba algo más arropado, por no hablar de la señora china de edad indescifrable, pero probablemente por encima de los 50. Este año, en cambio, como les dije, yo era el más veterano y le sacaba unos 25 años al segundo más viejo. Hay una cosa clara: yo me encuentro muy bien con la gente más joven y me entiendo con ellos a la perfección, porque comparto muchas de sus vivencias. Cierto que me gustaría tener 20 años menos, pero, como no se puede, pues no me voy a hacer mala sangre por ello. En cualquier caso, ya les conté que no desmerecí de la edad media del grupo, que salí a correr con los más esforzados y madrugadores y mantuve el tipo con los más noctámbulos.

Pero es una realidad que el tiempo pasa implacable, como le preocupaba a Joseph Conrad, que escribió todo un tratado al respecto en su novela La Línea de Sombra (1916), en donde desmenuza la obsesión de un joven marino por saber en qué momento atravesará esa difusa línea de sombra que separa la juventud de la madurez. Para Conrad, esa transición no tiene vuelta atrás. He de decir que yo nunca he tenido la sensación de haber atravesado totalmente esa frontera y, tal vez por eso, las diferentes mujeres con las que he tenido una relación más íntima han terminado por tacharme de inmaduro. Lo que sí he estado es mucho tiempo, digamos, en el lado oscuro, en diferentes períodos. Cuando inicié este blog, estaba más o menos en una de esas zonas de penumbra, de la que me defendía precisamente escribiendo y publicando mis reflexiones.

Por cierto, con este trajín que llevo, se me ha olvidado completamente referirme al sexto aniversario del blog, primera vez que me pasa en estos años. En efecto, este blog se inició con el Post #1 “Hágase la luz”, el 19 de septiembre de 2012, y ya me he pasado siete posts (que no siete pueblos) de la fecha del sexto aniversario. Cualquiera que me haya seguido más o menos fielmente en este tiempo, habrá diferenciado nítidamente los cinco primeros años, de este sexto en el que cabalgo desbocado cual surfer sobre ola favorable, tras un proceso que he contado en detalle en la serie Recovering myself, que he escrito casi por explicármelo a mí mismo. Tal vez podría presumir de haber cruzado de vuelta esa línea de sombra para volver a esta especie de segunda juventud. Pero mejor será que no presuma demasiado, que las cabalgadas de los surfers a menudo terminan en trastazo sobre el mar.

Todo esto tiene que ver también con el hecho de que no me miro demasiado al espejo y, cuando lo hago por descuido, la primera idea que acude a mi mente es: –Quién es ese señor tan mayor que me observa desde el azogue. Así que, haciendo un contraplano desde el cielo más inmediato, no es difícil deducir que así es como me ven los demás. Algo sin remedio, porque no estoy dispuesto a teñirme el pelo, hacerme implantes como Bono, ni peinados a cortinilla como Anasagasti, ni estirarme la cara como Paul McCartney. Pero la vejez no la trae sólo la imagen, sino también otros matices, como el olor y aquí viene a cuento la noticia que les comento a continuación. Investigadores del CSIC han descubierto y demostrado científicamente que el olor a viejo no tiene nada que ver con asearse poco, o con no lavar la ropa ni llevar las chaquetas a la tintorería. No señor. El olor a viejo lo produce una bacteria que, para más inri, se instala en el cuerpo humano a partir de los 30 años. Lo que pasa es que a edades más tempranas, los anticuerpos que genera nuestro organismo la neutralizan y por eso la gente de edad intermedia no huele demasiado.

Bueno, algunos sí, a todas las edades. En el Colegio Mayor teníamos un compañero al que apodábamos El Tigre. Y, cuando alguien nos preguntaba por qué, apostillábamos: –Porque se perfuma con dinamita. Un chiste para cinéfilos veteranos y forofos del cine negro francés, que mis seguidores más jóvenes no podrán entender. En el Metro pilla uno a veces unos efluvios que tumban al más pintado. Pero el olor a viejo es algo muy característico (por cierto, para los que no se crean lo que cuento, AQUÍ pueden consultar esta que no dudo en calificar como una de las noticias del año). En realidad, yo conozco a muchos tipos que, con 20 años, son verdaderos ancianos mentales, incluso huelen a viejo y todo. Pero, a lo que iba. Mi aspecto físico no tiene mucho remedio, pero la cuestión olfativa sí. Nadie me ha dicho todavía que huela a viejo pero, desde que leí la noticia, he empezado a perfumarme compulsivamente. He encontrado en mi casa un frasco de Zara Sports que se dejó mi hijo Kike de cuando vivió conmigo. Y cada mañana y cada noche renuevo mis aromas corporales con un par de toques de spray a ambos lados del cuello.

Ayer fui a cenar a casa de mi hermano mayor Antonio (83). Mi cuñada Gundi (también 83) lo notó al abrazarme y me preguntó a qué se debía, si estaba enamorado o algo así. Le respondí con una galantería (llevamos más de 50 años coqueteando). Quiero decir que le aseguré que me había perfumado por visitarla a ella. En fin, volviendo a la noticia yo creo que posiblemente la vejez en general tal vez sea creada también por una bacteria, lo que pasa es que todavía no la han descubierto los del CSIC. Sólo así se explicaría que haya ancianos de 30 años y tipos como yo que siguen manteniendo el tipo, al menos mentalmente. Estamos en un mundo en el que cada vez aparecen más explicaciones laicas a asuntos que antes se atribuían a una divinidad. Yo aun sigo creyendo en la existencia de un dios travieso que tira los dados, pero, por ejemplo, tengo claro que el nacionalismo no se debe a un virus, como he sostenido largo tiempo en este blog, sino a una variante especialmente agresiva de la ameba comecerebros.

Además es una cosa progresiva. Los dirigentes independentistas cada vez están más infectados y desligados de la realidad. Aunque esto se deba también a que, como se van designando sucesivamente a dedo como los presidentes norcoreanos, pues la calidad personal va degenerando de forma irreversible. Si tú nombras un sucesor a dedo, es por fuerza alguien de menor categoría que tú, al que piensas que vas a poder manipular y si no que se lo pregunten a Aznar. A ver por qué escogió a Rajoy por delante de Rato y Mayor Oreja. Bien, pues Pujol nombró a dedo a Artur Mas, alguien de muy inferior talla personal y política (en este caso fue un premio por lo bien que miraba para otro lado como conseller de Hacienda). Años más tarde, Mas nombró por el mismo procedimiento a Puigdemont (segundo estadio de degradación). Y Puigdemont ha superado a todos los anteriores poniendo en la Generalitat a un robot, un verdadero androide al que manejan desde Bruselas con un algoritmo.

Pero bueno, que yo no quería hablarles del embrollo catalán, sino de la línea de sombra y de Groenlandia. ¿Cómo? ¿Que si me voy a Groenlandia? No, no. Por favor. En realidad me estoy refiriendo a la canción Groenlandia, el gran tema de los 80 que firmó Bernardo Bonezzi con el grupo Los Zombies. Bonezzi fue un tipo realmente singular. Fue un niño prodigio que formó el grupo citado cuando tenía 13 años y escribió su canción maravillosa con 15. Sólo alcanzó a publicar dos discos a comienzos de los 80 y luego derivó su virtuosismo hacia la composición de bandas sonoras, trabajo por el que fue nominado a los Goya cuatro veces y ganó una. También fue el directivo más joven de la historia de la SGAE. ¿Cómo aplicar a este hombre los parámetros de juventud, madurez o vejez? Con 15 años, Bonezzi ya había traspasado la línea de sombra que tanto preocupaba a Conrad.

Hablo en pasado porque este gran músico tuvo un final bastante desdichado. Con 48 años se hartó de hacer bandas sonoras y decidió retomar su carrera y publicar un disco de pop. Firmó un contrato y hasta empezó una gira de promoción. Tal vez le pasaba como a mí, que no era consciente de que estaba gordo y tenía una pinta de señor mayor bastante poco adecuada para un cantante pop. El caso es que su disco no lo compraba ni el Tato y que tuvo que suspender la gira porque nadie iba a escucharle cantar. Todo esto sucedió en 2012. Bonezzi no llegó ni al otoño de ese año. El 29 de agosto dejó en su Facebook un mensaje escueto, con un juego de palabras muy cinematográfico: I’m fading to black (estoy fundiendo a negro). Todos sus amigos lo entendieron. Al día siguiente apareció muerto en su casa. Otra forma de traspasar una línea de sombra.

Pero yo quiero que escuchen hoy Groenlandia, que es un himno a la vida, a la curiosidad geográfica y a la potencia de la juventud, un período de la vida en que nos sentimos inmortales y capaces de llegar a cualquier rincón del mundo. Les traigo una versión con la letra sobreimpresa, porque esa letra tiene una serie de referencias que les pueden servir para adivinar a dónde voy a volar el próximo día 24. Obviamente no voy a ir a los cráteres de Marte, ni a los anillos de Saturno, ni a Japón, donde ya he estado. Pero, también en mi caso, todas las secuencias han llegado a su conclusión y me dispongo a llegar, volando, hasta el espacio exterioooooooor. Sean felices.





viernes, 12 de octubre de 2018

778. Chicago take three

Los días 3 y 4 de octubre no tuvieron un contenido tan singular como la primera jornada del Workshop de Chicago. Fueron dos días clónicos en los que repetimos un esquema de programa similar. No me parece necesario contarlos cronológicamente, así que lo voy a hacer por temas. También me referiré al día 5, el de mi viaje de vuelta, de modo que terminemos aquí esta mini-serie, que no hay motivos para estirar más. Empezamos por el resumen del programa. El día 3 asistimos a las presentaciones de Gisele Medeiros, de Curitiba, en un inglés excelente; Luis Zamorano, que decidió hacerla en español, a pesar de que maneja un inglés no inferior al de su colega brasileña, y Tina, la mujer de Acra (Ghana). El día 4, los oradores especiales fueron Shannon y Horacio, el barcelonés que no se llama Horacio. Además hubo múltiples actividades cruzadas, sesiones clínicas y ejercicios diversos. Al final hicimos balance y empezamos a esbozar un documento de conclusiones.

¿Qué puedo decir del contenido técnico del workshop? Pues que, como el año pasado, la aportación que me pareció más interesante fue la que explicó Shannon. Entonces era sólo un proyecto, pero este año ya han empezado a aplicarlo. Se trata de fomentar la densificación controlada en determinadas zonas de la ciudad. Un tejido urbano tan extendido y bajo en densidad como el de LA (y el de la mayor parte de las ciudades norteamericanas) es tremendamente ineficiente desde el punto de vista medioambiental y energético, y no genera vida urbana ni lazos de comunidad. En el urbanismo ya está todo inventado y está científicamente demostrado que hay un intervalo correcto de densidades, que es el que diferencia a la ciudad compacta y plena de actividad urbana, siempre con mezcla de usos, de modo que la gente se pueda mover a pie o en bicicleta a los lugares de trabajo, al pequeño comercio o a los equipamientos urbanos. Por debajo de ese intervalo, tenemos ciudades ineficientes, pensadas para el automóvil (modelo americano) y, por encima, nos encontramos con ciudades congestionadas, como las grandes urbes del tercer mundo.

Los servicios técnicos de Los Ángeles han decidido empezar a densificar, pero esto es algo que ha de hacerse controladamente, porque la gran industria inmobiliaria está al acecho. ¿Y cuál es la idea? Pues trazar unos círculos alrededor de las paradas del transporte público e incrementar la densidad autorizada dentro de esos círculos, imponiendo la mezcla de usos y otras condiciones que garanticen una mínima sostenibilidad ambiental y energética. La idea está ya aprobada, en marcha y puede suponer una revolución en el urbanismo americano, porque todas sus ciudades siguen con atención lo que hace Los Ángeles. Si estas zonas ofrecen unas condiciones de vida urbana que no se dan en el resto de la ciudad, la gente se irá trasladando allí. Por otro lado, es una forma de movilizar la inversión privada en un sentido marcado por el interés público. Desde luego, es una propuesta con muchos riesgos, pero algo hay que hacer en ese sentido, si no queremos cargarnos el planeta. Shannon no es quien ha inventado esto; ella es, como yo, una comunicadora y, por cierto, una oradora brillante que habla con pasión, se apoya en gesticulaciones amplias, intercala bromas y seduce al auditorio.

En el otro extremo, Tina, la mujer de Ghana, nos mostró un caso en una de las sesiones de City Clinics. Se estaba construyendo en Acra un centro de negocios a la orilla del mar y al lado había una enorme zona de chabolas. La pregunta era: ¿Se pueden aprovechar las plusvalías de esta operación para mejorar el barrio de al lado? Yo le pedí datos de las condiciones de ese gigantesco barrio insalubre. Respuesta: allí viven 160.000 personas. No tienen electricidad, ni agua, ni alcantarillado, ni calles asfaltadas. Ante eso, mi comentario fue que no se puede hacer absolutamente nada. Con un asentamiento como ese, sólo se pueden intentar políticas a largo plazo, que empiecen por reforzar los lazos de comunidad, mejorar la enseñanza e ir poco a poco implantando unas infraestructuras a costa de los presupuestos públicos, si es que los hay. Le pedí disculpas por ser tan bruto, pero lo contrario hubiera sido mentir. LA y Acra, extremos de la diagonal de este mundo desigual.

Vamos a otro tema. Las visitas de campo de esos dos días fueron a la zona denominada Fulton Market y a un área de la periferia donde había ciertas actuaciones de tipo cooperativo con la población para crear huertos comunitarios, cultivos solidarios, etc., sin mayor interés para el blog. El área de Fulton Market, en cambio, es una actuación a medio camino entre el SoHo de Nueva York y el 22@ de Barcelona. Es decir, una zona industrial y de almacenaje, con bonitos y sólidos edificios de ladrillo, que se queda en el centro de la ciudad y en la que el Ayuntamiento promueve un cambio de uso a comercio, restaurantes y empresas digitales. El problema es que se ha convertido en la zona de moda, han desembarcado los hipsters y los precios se han disparado. Pero para visitarla es cojonuda; aquí están los bares más enrollados y los restaurantes más cool de la ciudad.

De hecho, ambos días tomamos algo por la zona (excepto los que se fueron a descansar al hotel) y luego cenamos también por allí. El primer día la copa fue en una terraza en la azotea de un edificio renovado, donde Shannon y yo nos pedimos unos spritz aperol, en honor a su origen italiano. Luego cenamos en el Beatrix, un lugar de comida moderna, tirando a medio vegetariano pero con una cerveza estupenda. Y por último, algunos nos tomamos todavía una copa en un lugar de cócteles de aire hawaiano. Shannon nos dejó después de cenar, porque había quedado con unas amigas de Chicago que no veía desde la universidad, y algunos se fueron a dormir. La banda de los revientanoches la seguimos todavía un poco más, comandados por Eric, el negrazo de Washington, que es un crack y nunca tiene bastante.

El último día, cenamos en una pizzería monstruosa y súper ruidosa de Fulton Market, que ocupaba toda la planta baja de un edificio y dos o tres carpas gigantescas adosadas. Esa noche nos tomamos la última en uno de los bares del hotel. Allí Marcelo, el hombre de Sao Paulo, y yo nos obsequiamos con sendos bourbon, sin agua ni hielo, o sea: straight, como se lo tomaban John Wayne y Lee Marvin. Y allí terminamos la noche los de la banda más juerguista (salvo Eric, que había volado de vuelta esa misma tarde). Aquí tienen unas fotos de algunos de estos saraos. Creo que son más divertidas que las de las sesiones de trabajo (de esto les basta con la mía).


En la terraza de la primera copa del día 3. Ese día hacía bastante calor. De izquierda a derecha, Sandra, la chica de Portland de origen boliviano, el gran Eric, dos chicas de Chicago, Eleanor en segundo plano y Abbey Monroe, una mujer bastante guapa, a la altura de su sugerente nombre. A la derecha, Shannon brindando conmigo, que salgo cortado, con nuestros spritz aperol.

Ya con bastante alcohol al cuerpo: Zain el sudafricano, Shannon, Gisele, Daniel (de Río de Janeiro), Eric, Carlos Colombo, de Buenos Aires y Marcelo, el hombre de Sao Paulo.


Aquí listos para empezar la cena del día 2 en el Quartino: Luis Zamorano, Shannon, el joven Joshua, Flavio Coppola y, por el otro lado, Zain, Sandra, Gisele y yo con mi jersey: todavía no se me había pasado el frío del barco.


Y aquí el selfie en el ascensor del hotel, cuando regresábamos de tomarnos unos bourbon y otras bebidas en la última noche: en la diagonal izquierda yo, Horacio y Carlos Colombo. En la diagonal central Flavio medio cortado, Marcelo, Daniel y Luis Zamorano. Y a la derecha las chicas: Shannon, Gisele, Laura Jay y Tina.

Otro tema. Algunos personajes. Ya he hablado de Zain, de Joshua, de Laura Jay, de Horacio, de Luis Zamorano y (mucho) de Shannon. He de centrame ahora en los brasileños. Con tres representantes, era el país con mayor presencia, después de los USA (españoles, éramos dos). Y no es casualidad: en Brasil hay una tradición de teoría y práctica del urbanismo, probablemente la más importante de Latinoamérica. Daniel, el hombre de Río, es ligeramente soso, pero Gisele y Marcelo son un encanto. Y, además, con los tres tuve la oportunidad de practicar el portugués dulce de Brasil, algo que me fascina. Gisele es una mujer grande, con un corazón proporcionado a su tamaño. De edad mediana, divorciada, con una hija de 12 años de la que habla todo el tiempo, se maneja en inglés como Shakespeare y contó algo muy interesante sobre los llamados derechos del aire, un sistema que han desarrollado en Curitiba para financiar las operaciones urbanísticas y que el año pasado nos explicó Liana Vallicelli, con la que luego coincidí en Vancouver. Ya quedó dicho entonces en el blog que la otra intervención que me había impresionado era la de Liana. Gisele me explicó que, en Curitiba, el urbanismo tiene tres grandes oficinas: planeamiento, gestión y comunicación. Todo el mundo empieza en planificación, pero luego se pasan a gestión (donde está ella) para terminar en comunicación (donde está Liana).

En definitiva, el mismo trayecto que yo recorrí. Como varios del workshop del año pasado: Shannon, Tantri o Antonio Carlos Velloso. Todos somos comunicadores, vendedores de motos o, como me dijo un francés, pedagogos urbanos. Por lo demás, el cargo actual de Gisele es Jefa del Departamento de Pesquisa e Planejamento Urbano. Maravilloso. Gisele, además de grande, es una mujer dura, literal y no figuradamente. De joven se dedicó a la natación, a nivel casi profesional. Lo dejó por la carrera, pero sigue nadando y está como una piedra. Es una mujer soñadora, vitalista, cariñosa, con un punto de saudade muy atractivo. El último día me despedí de ella con un abrazo, como con el resto, pero me la volví a encontrar otras dos veces y repetimos la despedida. La última vez, se lo dije abiertamente: –Gisele, disculpa, pero es que me encanta abrazarte, porque estás dura como una piedra. Sus carcajadas debieron de escucharse por todo el lago Michigan.

A Marcelo, el hombre de Sao Paulo, ya lo conocía del estupendo webinar que nos dio en julio, el anterior al nuestro. Y tenía de él un concepto como de un tipo bastante serio. Pero es un perro (en el buen sentido). El más perro del grupo (después de Eric, por supuesto). Es de estos tipos que siempre proponen tomar una copa más. De hecho, por él averigüé cómo se designa en Brasil esa copa extra, que en España llamamos la penúltima, y en México la espuela. Pues en Brasil se la denomina a saidera, que viene de saida (salida). O sea, es la de ya irse. Marcelo se manejaba en inglés regular, como yo, y, al final de una de las noches, me confesó, arrugando la nariz, que isso de falar en inglés tudo o día e bastante cansativo. Y yo asentí: –E muito cansativo. Este es un adjetivo que se incorporará por derecho al lenguaje del blog.

Y luego está el tema de que, en realidad, uno se mueve por una capa del mundo en la que todos se conocen. Era previsible que Gisele fuera amiga de Liana Vallicelli, que Zain conociera a Thabang, que Luis Zamorano supiera quién es Érika Kulpa, o que Daniel haya trabajado con Antonio Carlos Velloso. Pero es que resulta que, encima, Luis Zamorano conoce a Diego Moreno, mi amigo de Tijuana. Coincidieron en algún curso de arquitectos y Diego le regaló El hombre que vino del Sur, dedicado personalmente. Nos hicimos una foto juntos, para mandársela a Diego, quien me contestó que no se acordaba ni le sonaba la cara. Espero que no esté perdiendo memoria. Pero la moraleja es obvia: el mundo es un pañuelo lleno de mocos, como suele decirse.

Un párrafo sobre Chicago. Es una ciudad maravillosa, aunque apenas tuve tiempo de echarle unos vistazos. Hay arquitectura de primer nivel por todas las esquinas, rascacielos fastuosos de Mies van der Rohe, un tour por las afueras para ver los chalés de Frank Lloyd Wright (entre ellos la Casa de la Cascada), obras de la llamada escuela de Chicago. Y el Marina City, el emblema de la ciudad, un ejemplo de puesta en práctica de los principios de la Bauhaus. Es una doble mazorca con una serie de plantas de aparcamiento (abiertas y con una mínima barandilla), una doble altura para marcar la separación y, arriba, los apartamentos. Decir también, que debe de haber un rollo musiquero extraordinario, centrado en el blues y el jazz, algo que no alcancé ni a catar. Todo eso se queda para una próxima visita. Y que debe de hacer un frío de pelotas, con temperaturas de menos 20 en enero y febrero, con el lago Michigan helado. Por cierto, uno de los días entró un aire caliente que subió la temperatura a cerca de 30 grados. Y al otro día volvió a bajar. Comenté algo sobre el cambio climático, pero me dijeron que no, que era algo muy típico, en una ciudad tan batida por el viento, y que hasta tiene un nombre, como el de nuestros veranillos: el Indian Summer, el verano indio. Aquí unas fotos al azar.








Para cerrar, algo sobre el último día. Habíamos quedado en salir a correr, Luis Zamorano, Marcelo y yo. Pero amaneció lloviendo fuerte. Así que nos fuimos a desayunar a la Game Room, donde nos reunimos casi todos. Luego fuimos haciendo las maletas, desfilando por el lobby y despidiéndonos con abrazos (tres, en mi caso, con Gisele). Algunos se iban a dar una vuelta porque volaban más tarde. Eché de menos a Shannon y le mandé un whatsapp. Me dijo que tenía un trabajo urgente de última hora, que tenía que escribir a la carrera un discurso para el alcalde, en cuya oficina trabaja, y que se iba a quedar toda la mañana en la habitación, porque no volaba hasta la tarde. Así que decidí dejar las maletas en la recepción y salir a dar una vuelta por la ciudad. Prometí llamarla a la vuelta para despedirme. Ya había parado de llover y salí en busca de un par de edificios de Mies, que no estaban lejos. Me impresionó especialmente el Kluczynski Building, con la famosa estatua de Calder en la plaza. Me hice un selfie para mandárselo a Paco Couto, que pueden ver aquí.


Crucé el río y vi por detrás las torres de Marina City. Anduve callejeando al azar y hasta me tomé un café americano con un muffin. Finalmente regresé al hotel, recuperé mis maletas y avisé a Shannon de que estaba abajo. Entonces llegó Carlos Colombo, el gran Subsecretario de Planeamiento de Buenos Aires. –Qué hacés por acá todavía. –Pues estoy esperando a Shannon para despedirme de ella. En fin, se lo creerán o no, pero el gran preboste local porteño me miró con extrañeza y dijo: –¿Shannon? ¿Quién es Shannon? Los políticos, definitivamente, son otro tipo de gente, diferente del resto de los mortales, y viven en su mundo. Al menos tuvo la delicadeza de quitarse de en medio y dejarnos solos, en medio del looby del hotel. Nos dimos un abrazo y, sin separarnos del todo, me miró a los ojos y me dijo que le había gustado mucho que fuera a visitarla a Los Ángeles y que, de alguna manera, entendía que ahora la pelota estaba en su tejado y le tocaba a ella venir a verme a Madrid. Sabido es que las palabras se las lleva el viento, pero no dejó de ser un detalle bonito. 

Todo esto se me va quedando cada vez más lejos. Después de una semana (corta) de trabajo intensivo, estoy un poco de bajón, aunque han sido unos días de avances decisivos en nuestra lucha contra la burocracia en el tema Reinventing. Una lucha decididamente cansativa. Pero Chicago es ahora un recuerdo que se va desvaneciendo, el de unos días fabulosos que ya empecé a añorar nada más volver. En sintonía con mi estado de ánimo, voy a incumplir mi norma de no repetir músicas en el blog y les voy a rescatar esta maravilla de Amy Winehouse, que ya les puse en su día. Esta mujer era realmente muy grande. Que disfruten del fin de semana.


martes, 9 de octubre de 2018

777. Chicago take two

Un día largo, intenso, inolvidable, el 2 de octubre. Y eso que había dormido fatal la noche antes, despertándome cada poco. Antes de que sonara mi alarma a las 5.45 ya tenía los ojos como platos. Me vestí con mi equipación de corredor y bajé al lobby. Era noche cerrada. Fueron llegando mis compañeros. Laura Jay, el joven Joshua, el mexicano Luis Zamorano y un quinto corredor inesperado: Zain Ally, el hombre de Johannesburgo, amigo y colega de Thabang, aunque trabaja tres pisos debajo de él. Pero, al contrario que Thabang que es un negro fino, educado, elegante, con un humor exquisito, a quien el año pasado catalogué cariñosamente de negro zumbón, Zain es un tipo mucho más tosco. Musulmán, se levanta cada día con tiempo para hacer sus oraciones (o sea que madrugó más que yo), si bien en cuanto puede te confiesa entre grandes risotadas que no tiene inconveniente en beber alcohol en buenas cantidades, algo que pudimos comprobar en estos días. Me pregunto si hará lo mismo cuando esté en medio de su comunidad.

Salimos a la calle, cruzamos la Michigan Avenue y nos internamos en el Millennium Park en la penumbra del amanecer. Laura Jay marcaba el ritmo, con una zancada implacable y yo me mantenía a su lado, que ya les he contado que este año estoy otra vez bastante en forma. Luis y Zain nos seguían algo más atrás y Joshua cerraba la marcha, por un prurito de proteger al grupo. Porque Joshua es un corredor de fondo, fino como un espárrago, que correrá su primer Marathon en Nueva York el próximo 4 de noviembre. Por tanto está muy preparado y podría habernos dejado atrás a todos. En cuanto a Laura Jay, es una mujer cuadrada, maciza y desprovista de todo sex-appeal, lo que no le impide ser una persona cordial y asumir tareas de apoyo a Flavio con eficacia, mano izquierda y un punto maternal. Alcanzamos la orilla del lago Michigan y tiramos hacia el lado derecho. Había ya muchos corredores y del agua subían hilos de niebla dispuestos a disolverse en cuanto saliera el sol. Aquí tienen el selfie que nos hicimos a media carrera.


En ese punto Laura preguntó si seguíamos o no. Según su reloj llevábamos milla y media; si queríamos hacer 5 kilómetros como habíamos dicho, debíamos darnos la vuelta. Todos votamos por seguir un poco más, hasta un cabo donde se ampliaba la vista. Regresamos entonces y Joshua se emparejó ahora conmigo. Le había dicho que había corrido 10 marathones y quería escuchar mi consejo, porque unos le decían que saliera fuerte y otros que se reservara. Le dije lo que ya escribí en este blog en una ocasión similar, a petición también de un principiante. La primera vez tienes que cuidarte, porque ni tu cuerpo ni tu mente conocen la distancia ni la tienen, digamos, aprendida o interiorizada. En tu primer marathon has de salir a disfrutar, a un ritmo que te proporcione la sensación de que puedes continuar indefinidamente. Eso te llevará hasta el km. 25. Es entonces, entre el 25 y el 35, cuando se juega la carrera, cuando compruebas si el entrenamiento que has hecho es el adecuado. Después del 35 ya todo es una lucha por sobrevivir, en la que lo más importante es un cierto grado de cabezonería. 

Continuamos adelante, si bien Zain se quedó atrás con la disculpa de hacer algunas fotos. Joshua, pendiente de todo, se quedó a acompañarle, no se fuera a perder. Los otros tres llegamos al Frijol y nos hicimos la típica foto contra el espejo de su superficie plateada. La tienen al lado. Habíamos completado seis kilómetros de carrera a buen ritmo. Subimos a ducharnos, vestirnos y desayunar en la Game Room. Luego, ya con todos, caminamos los tres minutos que nos separaban del Chicago Cultural Center, donde tendría lugar el workshop.

El Chicago Cultural Center es un edificio precioso, inaugurado en 1897, donde el alcalde de la ciudad recibe a reyes y presidentes. Nos habían reservado la Millennium Park Room, en la quinta planta y con vistas al parque. Allí hicimos algo de tiempo hasta las 9.00, en que llegó un político local trajeado en gris, que nos hizo la típica bienvenida protocolaria. Abordé a Flavio en ese ínterin y le dije que había introducido varios cambios de última hora en las imágenes de mi presentación. No fue una sorpresa para él, le dí el pen-drive y la copió en el ordenador del evento. Me dijo que contaba con mi veteranía y mi capacidad para improvisar y que por eso no me había apretado más en cuanto a que le mandase el texto de mi intervención. El político trajeado terminó y se fue enseguida, como suelen hacer este tipo de personajes. Entonces Flavio y Laura Jay hicieron una larga presentación dando la bienvenida a todos y centrando el contexto y los objetivos del workshop.

Descubrí algo que no sabía. Había traducción simultánea al/del español, dado que había muchos hispanos entre los participantes (más los tres brasileños, que se entendían bien en español, lo mismo que Flavio, Sandra, de Portland, que es de origen boliviano y hasta Shannon, que entiende todo pero casi no se aventura a hablar, aunque yo la animé todo el rato). La traductora era una mexicana que vive en Chicago, se llama Paula y es muy graciosa; se esfuerza tanto en su traducción que gesticula en ocasiones de forma mucho más enfática y expresiva que el orador. Tras la pausa para el primer café vinieron las intervenciones de Portland y Buenos Aires. Por parte de esta última ciudad intervino nada menos que el arquitecto Subsecretario de Planeamiento Carlos Colombo, que habló en castellano porteño, frente a un atril, con papeles que iba pasando y con los ademanes formales de un político que se dirige a un auditorio afín.

Después me tocaba intervenir a mí y, como se imaginan, había sido casi incapaz de comer nada en la pausa anterior. Le comenté en privado a Flavio, que yo prefería pasar del atril y tener el micro libre en una mano y el mando para pasar las imágenes en la otra, cultivando mi vena de showman. Me dijo que yo mismo. Así que, cuando me anunciaron, subí entre los aplausos y me pasé un buen rato desenredando el cable del micro, que estaba fuertemente apretado en torno a su mástil, como para que no se escapara. Llegué a escuchar algunas risitas nerviosas, pero ya se esperaban de mí cualquier cosa, después de saber que había salido de madrugada a correr, siendo como era el más viejo del grupo y con una diferencia de unos 25 años respecto al segundo. En fin, hablé en inglés, la cosa salió bien, me ajusté a los 15 minutos que tenía y luego tuvimos un largo rato de coloquio, en el que me ayudó puntualmente la traductora Paula. Lo mejor es que vean una imagen, en donde se pueden apreciar los ventanales sobre el Millennium Park.



Me senté y escuché al hombre de Washington DC, un negro grandote, explícitamente gay, listo como el hambre, que responde al nombre de Eric y es el director de Planeamiento Metropolitanno. A continuación, nos distribuyeron en tres mesas, para hacer unos talleres paralelos, llamados City Clinics. Alguien cuenta la enfermedad de su ciudad y los demás discuten con él soluciones posibles, desde su experiencia. Los enfermos eran Seattle, Chicago y Río de Janeiro y los doctores íbamos rotando entre las tres. Son estas un tipo de dinámicas en las que no te puedes quedar fuera, porque te preguntan directamente y encima tienes un traductor. A las 15.00 dimos por terminada la primera sesión de trabajo y nos acercamos un momento al hotel para cosas como lavarse los dientes, cambiarse de ropa, etc. A las 15.30 nos reunimos en el lobby y salimos caminando hacia el embarcadero del río, donde nos sumamos a un boat trip.

Recorrimos el río entero, primero en el tramo que delimita el Downtown por el lado oriental, que está lleno de rascacielos. Y luego hasta la salida de la ciudad, atravesando una serie de polígonos industriales enormes, algunos en transformación mediante operaciones de cambio de uso. Hacía un frío de pelotas en el río pero ya nos habían avisado e íbamos preparados. Llevábamos un guía chino que nos iba contando lo que veíamos y no paraba de dar la paliza, secundado por Paula que traducía con su gesticulación generosa. Yo estaba un poco superado, pero me dediqué a hablar con los que empezaban a tener una proximidad conmigo: Luis Zamorano, Horacio el barcelonés, Flavio Coppola. Y por supuesto Shannon. Mi amiga de LA y yo bajamos del barco juntos y volvimos caminando hacia el hotel. Me contó que su madre es italiana y que por eso tiene una cierta facilidad para los idiomas latinos. Yo le conté que había presumido mucho de mi foto con ella en el Bradbury, que le habíamos mandado a todo el mundo. –Yo también –me confesó. Entonces le propuse hacernos una igual de emblemática, para colgarla en el whatsapp del grupo de Portland. Ella eligió el lugar: frente al Marina City. Le pedimos a un colega que nos la hiciera y aquí tienen el resultado.


































Enseguida nos llegaron los mensajes de Clare Haley, de Tantri, de Valeria, de Erika y de Antonio Carlos Velloso, nuestros añorados colegas de Portland. El ritmo del programa dejaba entonces un rato libre que una parte de los asistentes utilizaba para descansar en el hotel, y el resto aprovechaba para tomarse una caña o un cóctel antes de cenar. Por una vez y sin que sirviera de precedente, me fui a mi cuarto. Tenía una sensación, más que de cansancio, de relax. Había cumplido tres de mis retos de este viaje: correr por el Millennium Park, intervenir en el workshop y hacerme una foto maravillosa con Shannon. Ya casi como que me podía volver a Madrid. No obstante, a las 19.00 me reuní con todos a la puerta del hotel. Nos dirigimos andando hacia el restaurante italiano Quartino a veinte minutos a pie, aunque ofrecieron ir en Metro por la línea roja, para dos paradas, pero yo me sumé a los caminantes. Tenía mucha hambre y me empapucé de pasta italoamericana, bien regada con cerveza IPA. Confraternice un rato con Horacio y acabamos hablando del problema catalán. Dice mi amigo que cree que el soufflé se está empezando a pinchar, pero que ha llegado a sentirse muy incómodo y, después de ver un documental sobre la destrucción de Yugoslavia, francamente acojonado. Hablamos del conflicto vasco que ambos vivimos en directo. Dice Horacio que ese fue un tema que estaba muy claro y se puede resumir en una sola frase: Cagüendios, para qué nos vamos a poner a hablar o negociar, si podemos resolverlo a hostias.

Ante eso, la solución era más sencilla. En cambio, lo de Cataluña es, según mi amigo, una lluvia fina, que lleva cayendo desde hace mucho tiempo y que se ha dejado llegar muy lejos. La verdad es que me tranquiliza que exista todavía gente normal en Cataluña, que no sea independentista, ni esté dispuesta a apuntarse a Ciudadanos y salir a la calle con banderas españolas. Regresamos también a pié al hotel. Eric el negrazo gay de Washington propuso subir a la terraza del hotel donde hay un Cindy's Bar con una vista fabulosa. Yo subí para ver la panorámica nocturna del Millennial, con el lago al fondo y los enormes rascacielos. Pero no me quedé a tomarme nada más. Los corredores, Carlos el argentino y la mayor parte de las mujeres se bajaron a sus habitaciones. De las chicas, sólo Shannon y Gisele Medeiros, de Curitiba, se quedaron con los juerguistas. Yo estaba muy cansado, tenía como he dicho la sensación de haber cubierto objetivos y quería dormirme despacio pensando en mi deliciosa amiga de la Costa Oeste, una auténtica LA Woman. Sean felices.


sábado, 6 de octubre de 2018

776. Chicago take one

Escribo frente a la puerta de embarque de mi vuelo de vuelta a Madrid, donde tengo casi una hora antes de subir al avión. Todo ha salido a pedir de boca y voy a intentar resumir mi participación en el workshop presencial de la red Land Use Planning, que me ha ocupado estos últimos días. Como tal vez recuerden, mi vuelo de ida salía el lunes 1 de octubre a media mañana. El día antes, domingo, intenté hacer el check-in on line desde mi casa, pero no pude: estaba bloqueado. Llamé a un teléfono de atención y me dijeron que era algo frecuente. Que, en tal caso y tratándose de un vuelo a USA y en la T-4, donde todo es más largo, me recomendaban estar en el aeropuerto con 3 horas de antelación. Así lo hice y no tuve mayores problemas. Conseguí mi tarjeta de embarque, pasé el primer control de seguridad, ese en que hay que quitarse casi hasta los calzoncillos; afronté entonces un control de pasaportes específico para Estados Unidos y por último un examen extra de detección de drogas y otras sustancias peligrosas, para el que fui seleccionado de forma aleatoria. Aún me sobró algo de tiempo, que dediqué a mandar whatsapps y hacer algunas llamadas de última hora.

En cuanto al vuelo, poco que contar. Mis últimos viajes a USA habían sido con Delta Airlines, compañía que te trata muy bien y que intenta que no te aburras forrándote a comida. Esta vez era un vuelo directo sin escalas, de la compañía American Airlines, pero operado por Iberia. Compañía ésta que, últimamente, hace honor a la forma en que pronuncian su nombre los americanos: hay-birria. Una birria de trato, una birria de comida. Eso sí, el menú de películas es amplio y variado. Y además dobladas al español de verdad, no a ese venezolano-cubano tan irritante de otras líneas. Aproveché para ver Sin rodeos, el film que dirigió Santiago Segura el año pasado, con una Maribel Verdú espléndida y una acción enloquecida muy divertida. También vi otra película, pero se me ha olvidado cuál, así que no debía de ser muy buena.

Había salido de Madrid como a las 12 del mediodía y estaba en Chicago a las 14.30, después de 9 horas de viaje, por el descuento de la diferencia horaria de 7 horas. Eché otras dos horas en pasar la seguridad de la entrada en Estados Unidos y una más en el tren al centro, el medio más rápido, barato y ecológico de llegar al hotel. Así que me perdí la visita turística que Flavio Coppola había programado para las 16.30. Avisé por whatsapp de que no llegaba a tiempo, que me incorporaría directamente a la cena. Mi amiga Shannon Ryan de Los Ángeles mandó un mensaje similar: su vuelo tenía un retraso considerable. El Chicago Athletic Association Hotel tiene una situación magnífica en la ciudad, en la Michigan Avenue, enfrente del Millennium Park, al otro lado del cual está el enorme lago Michigan, que es casi como un mar. Es la antigua sede de un club deportivo privado y tiene un aire general de castillo de Harry Potter, todo en madera y bastante en penumbra. Las habitaciones son magníficas, aunque me tocó una que daba a un patio interior: por la ventana podías ver un muro de ladrillo casi delante de la nariz.

Salí a dar una vuelta por el Millennium Park antes de que anocheciera. El Millennium Park es un jardín pequeño, apenas 10 hectáreas (el Retiro tiene 120) pero muy bonito y en el centro de la ciudad. Incluye dos hitos escultóricos característicos: el doble cubo del barcelonés Jaume Plensa, en cuyas caras interiores enfrentadas se proyecta la doble imagen digital de la cara de un negro, que gesticula a cámara superlenta y de cuya boca sale un chorro de agua de vez en cuando, y la forma plateada ideada por el escultor indio Anish Kapoor, que se ha convertido ya en la imagen icónica de la ciudad, ante la que todo el mundo se hace fotos y selfies. Esta escultura es conocida entre los hispanos como El Frijol. Abajo tienen las mejores fotos que pude sacar de ambas en el atardecer del lunes. A las 19.35 estaba en la Game Room del hotel, un lugar en penumbra, lleno de futbolines, mesas de billar y otros juegos de madera y bastante abarrotado de gente bebiendo y hablando alto. Miré por allí y pero no reconocí a mi grupo.



Salía otra vez hacia el lobby, cuando llegó Shannon. Nos dimos un abrazo de los que se dan los amigos que se aprecian de verdad y estuvimos un rato contándonos nuestras novedades, como en un oasis sónico en medio del barullo que montaban los grupos que había por todos lados. En ese preciso momento me vino a la mente un pensamiento nítido: si por cualquier circunstancia me dijeran que tenía que volverme ya a Madrid, lo haría con la sensación de que había merecido la pena hacer 7.000 kms. para vivir esos instantes mágicos. Volvimos juntos a la Game Room y encontramos ya a los demás. Flavio Coppola estaba exultante, a poco de comenzar su primer workshop para C40, si bien tiene experiencia en saraos similares para otras redes. Había pedido unas cosas de comer para todos, a las que nos invitaba la organización, así como a las bebidas no alcohólicas. Las cervezas y el vino corrían a nuestro cargo. Y allí empecé a conocer a mis nuevos compañeros.

A toro pasado creo que los workshoppers de este año no llegan al nivel personal de la gente que se reunió conmigo en Portland el año pasado. Es difícil superar al grupo que formaban Clare Haley, Radcliffe Dacanay, Tantri la indonesia, Thabang de Johannesburgo, más Shannon, Érika Kulpa del DF, Valeria de Chile y Antonio Carlos Velloso, de Río de Janeiro. Pero había también gente muy interesante. Por ejemplo, Luis Zamorano, arquitecto y Director General de Desarrollo Urbano del DF, que ya no es DF, según pude averiguar. Resulta que la estructura que tanto me gustaría a mí para Madrid, consistente en eliminar la Comunidad Autónoma y sustituirla por un organismo de coordinación metropolitana, exclusivamente técnico y dependiente directamente del Estado, tenía fallos de funcionamiento en México, si bien funciona perfectamente en Guadalajara, en las cuatro ciudades mayores de China y en otros lugares. Resulta que Ciudad de México no tenía Alcalde electo, sino designado a dedo por el presidente federal. Y todo eso ha cambiado hace pocos meses: Ciudad de México es ahora una ciudad-estado, con un primer Alcalde electo y hasta una Constitución, que ha requerido un largo proceso de consenso (ya ven: en el Estado Federal Mexicano, cada estado tiene su Constitución). Y los capitalinos, conocidos en el resto de México como chilangos, han vivido este proceso como una conquista democrática irreversible.

Luis es un tipo estupendo, bastante joven, educado, brillante, simpático y buen colega. Estudió un máster de un año en la Escuela de Arquitectura de Barcelona y ha vivido también en otros lugares de Europa. Y, hablando de Barcelona, teníamos también un workshopper de allí y yo lo esperaba con una cierta prevención, por si resultaba ser uno de esos dos millones de infectados por el extraño virus del independentismo. Recuerden que, cuando visité el Pabellón de Barcelona en el MIPIM de Cannes, me recibieron unos tipos que me daban la mano haciendo un difícil escorzo para meterme por la nariz el lazo amarillo que les adornaba la pechera. Pero mi colega de la capital catalana, resultó ser un vasco que había ido a estudiar a la escuela de Barna y ya se había quedado allí. Diré que se llama Horacio, no voy a decir su verdadero nombre, que a este blog entra más de un infiltrado y no quiero que este hombre tenga dificultades para vivir en su tierra, por lo que yo pueda desvelar aquí sobre sus opiniones sobre el conflicto catalán, no muy diferentes a las mías, como les iré contando.

Por lo demás, nos trajeron diversos platillos con comidas de raíz claramente mexicana y buenas ensaladas y yo las regué con dos pintas de cerveza IPA de presión, que ya saben que es uno de los factores clave que hacen que me guste tanto venir a los Estados Unidos. Acabamos todos contentos, hablando muy alto y brindando por el éxito del workshop y, antes de irnos a dormir, surgió algo que no esperaba. Flavio tenía varios ayudantes de C40 que le serían de mucha utilidad para la logística del evento. Entre ellos, dos que habían llegado ese mismo día de Nueva York: Laura Jay y Joshua Gardner. Y ambos propusieron salir a correr al otro día por el Millennium y la orilla del lago. Para quien quisiera, por supuesto. La cita sería a las 6.15, una hora muy temprana, pero el horario del workshop no nos dejaba otra alternativa. Se apuntaron varios y yo me sumé con entusiasmo, para sorpresa de todos, porque era de largo el más viejo del grupo. Shannon se había traído sus zapatillas just in case (por si acaso, o por si es caso, que decimos los gallegos), pero proclamó que no estaba segura de sumarse. Y yo supe en ese momento que no vendría. He conocido un poco mejor a Shannon en este viaje y una de las cosas que he descubierto de ella es que es más búho que alondra. 

Y nos fuimos a dormir. Estaba cansado, después de la paliza que supone un día con un suplemento extra de siete horas, pero tenía una habitación espléndida en un hotel magnífico y disponía de todas las condiciones para dormir bien, aunque pocas horas, porque me puse el despertador a las 5.45. No contaba, sin embargo, con el jet lag, pero esto ya lo dejaremos para la toma dos.