viernes, 29 de septiembre de 2017

674. Mientras tanto, en la Tierra...

De esta forma empezaban algunos capítulos en las novelas de la mejor tradición en el mundo de la ciencia-ficción. A dos días de que el cohete espacial del independentismo irredento alcance el séptimo cielo que ha prometido a sus crédulos seguidores, en vísperas por tanto del fin del mundo, echo un vistazo a mi página de gestión del blog y caigo en la cuenta de que, desde que terminé de contar mi propio viaje espacial por la costa oeste norteamericana, he publicado cinco post, cuatro de ellos centrados en el prusés. Lamentable. Hora va siendo de que retome el relato de mis propias peripecias. Porque, fuera de Cataluña, aquí en la Tierra firme, la vida sigue con normalidad y yo continúo con mis actividades de secretario del Foering Office.

Ya les he dicho que últimamente se me pasan volando las horas en el trabajo, una sensación recobrada bastante reconfortante después de años de ostracismo. Estoy muy ocupado en tareas que no les voy a detallar aquí, porque no me parece prudente ni oportuno. Pero esa ocupación cotidiana no me impide continuar atendiendo delegaciones extranjeras que vienen a visitar Madrid Río, o a compartir sus experiencias con nosotros, o a que se les cuente la historia y la actualidad del urbanismo madrileño. Lo que pasa es que en los últimos años esta tarea llegó a ser la principal en mi desempeño municipal y ahora ha vuelto al segundo plano que nunca debería haber abandonado. Pero estas visitas siguen siendo un vivero de anécdotas divertidas que sí pueden contarse en el blog.

El día 12 de este mes, por ejemplo, me cité en Casa Mingo con un grupo numeroso de alemanes jubilados comandados por mi amigo de Leipzig Michael Schölz-Hansen, el hombre que me invitó hace dos años a dar tres charlas en sendas universidades del este de Alemania. Michael, catedrático de Historia del Arte, es también un enamorado de España y viene por aquí con frecuencia, pero no nos habíamos visto desde entonces, porque sus anteriores visitas me pillaron en Japón y en Birmania. Ese día venían de ver diferentes iglesias y acababan de visitar la Ermita de San Antonio de la Florida con los frescos de Goya. De ahí lo de ir a Casa Mingo, que está al lado. Nos lo pasamos muy bien, bebimos sidra en abundancia y luego nos fuimos a recorrer Madrid Río en horario de tarde. Fue un paseo lento y no muy largo, a pesar de la buena disposición inicial de los jubilados, porque ya saben que los juanetes no perdonan.

Este lunes, día 25 de septiembre, tenía una cita con unos coreanos (del sur, desde luego), de los que les quiero hablar más en detalle. Hace unos meses, mi concejal recibió una carta de un tal señor Chung, que se identificaba como ingeniero de la empresa estatal KDI y anunciaba su intención de venir a Madrid, en compañía de dos colegas, para estudiar y visitar todo lo relacionado con los proyectos M-30 y Madrid Río. Ahora mismo todo el Ayuntamiento sabe que soy la persona idónea para atender estas visitas, así que la carta llegó a mis manos y me puse en contacto con Chung para definir la jornada. Tras cambiar dos veces de fecha, cerraron el viaje para el pasado fin de semana y la cita conmigo para el lunes. Habían contratado a una intérprete que se llama Mía, está casada con un español y vive en Alicante. Con ella concreté por teléfono los últimos detalles. Aproveché para hacerle saber que me encantaría que me trajeran un paquete de té de ginseng rojo coreano, que es muy difícil de encontrar aquí.

El día de autos me reuní con Mía en el lobby del hotel en donde se hospedaban los visitantes, que venían con su paquete de té para mí. Desde allí cogimos un taxi de gran cabida para trasladarnos a la sede de Madrid Calle 30. En compañía de mi amigo Samuel Romero, consejero delegado de la empresa, mantuvimos con ellos un encuentro de casi dos horas en el que les contamos todas las particularidades de los proyectos que les interesaban y respondimos a sus dudas. Después, en otro taxi, nos desplazamos hasta la Junta de Distrito de Arganzuela. Allí nos esperaban los jefes del equipo de mantenimiento del parque, con dos de los cochecitos eléctricos que utilizan para su trabajo. Subidos en los juguetes, recorrimos el parque hasta el Puente de Toledo, algo que hizo las delicias de los visitantes. La delegación la componían el señor Chung Woo-hyun, el señor Song In-ho y la señorita Sa Ji-won, ya saben, supongo, cómo es la estructura de los nombres coreanos, que ponen en primer lugar el apellido (una sílaba) y luego un nombre compuesto (dos sílabas, la segunda con minúscula y unidas por un guión).

Completaba el grupo la pequeña Mía, una coreana menuda a la que restaban tres meses de embarazo para parir a su primer hijo español y una intérprete excelente, que apenas tomaba notas aunque debiera traducir largas parrafadas. Como ya se ha comentado en el blog, los coreanos suelen ser gente muy amable y educada, al estilo de los japoneses, pero con un punto informal y un poco gamberro que les hace ser menos envarados que los nipones y mucho más divertidos. Estos respondían al estereotipo. Eran además gente brillante, que planteaba dudas de altura. Me explicaron que tenían mucho interés en conocer los pros y los contras de nuestra operación para estudiar la posibilidad de hacer algo parecido en su tierra. Los tres hablaban un inglés bastante aseado, pero habían recurrido a la intérprete para mayor comodidad. En cuanto a la señorita Sa, he de decir que se manejaba con ellos en un plano de igualdad total, opinaba de todo y hablaba con mucha seguridad. Eso no impedía que fuera guapísima. Qué quieren que les diga, estaba como un yogur griego con frutas del bosque, y disculpen la comparación gastronómica. Así que no pude evitar pedirle que se hiciera una foto conmigo. Juzguen por ustedes mismos.



En el Puente de Toledo, los del mantenimiento se fueron con sus cochecitos y yo me quedé con los coreanos, con la idea de acompañarles hasta un taxi y largarme a casa en el Metro. Entonces me dijeron que si quería comer con ellos. Dije que vale, pero que yo me pagaba mi comida, porque ellos estaban pagando los taxis y demás gastos. Me contestaron que ni de coña. Que su agencia les pagaba todos los gastos, para lo que debían guardar todos los tickets, y que yo era su invitado. Entonces –repuse–, cuando yo vaya a Corea a visitarles, me tocará a mí invitarles a todo. Escucharon a la intérprete y negaron vivamente con la cabeza:  –No, no, en Corea también pagamos nosotros. ¿Y cómo es eso? –Pues porque los coreanos somos así (grandes risas).

Les pregunté dónde pensaban comer. No tenían ni idea. Donde yo les llevara. Así que les sugerí Casa Mingo, en donde ya me van a considerar cliente premium. Nada más sentarnos, el señor Song levantó una mano y gritó ¡Tinto de verano! Llevaba apenas dos días en España y ya se lo había aprendido. Los demás bebimos sidra de grifo bien fresquita, elaboración propia. Les encantó todo lo que comimos: pollo asado, tortilla española, croquetas de Cabrales y chorizos a la sidra. No acabamos cantando Asturias, patria querida, porque no se la sabían. Caminamos hasta el centro comercial de Príncipe Pío y rematamos con un café en el Starbucks, que insistí en pagar. Allí les dejé, porque tenía cita con el dentista. Nos despedimos con grandes abrazos, quedamos en contacto y prometí llamarles si un día se me ocurre aparecer por Corea.

Me dieron sus tarjetas del KDI, Korean Development Institute. En la esquina superior derecha, figura el anagrama de esta empresa estatal y debajo reza: Korea’s leading think tank. O sea, el primer think tank de Corea. Al día siguiente consulté un ranking mundial de think tanks, un Global Index que elabora anualmente la Universidad de Pennsylvania. Y descubrí con sorpresa que el KDI es el sexto de la lista mundial (excluyendo USA). ¡Joder! Es que Amnistía Internacional figura en octavo lugar. Transparencia Internacional es el noveno. Los dos españoles mejor situados, el CIDOB de Barcelona y el Instituto Elcano de Madrid están en los puestos 28 y 46. Y el KDI es el sexto. Por supuesto, es el líder de la lista asiática. Si tienen curiosidad, pueden consultar el documento AQUÍ. Pues con una avanzadilla de tres ingenieros de esa institución de primer nivel mundial estuve yo bebiendo sidra, haciendo risas y compartiendo fotos.

Pero aun me queda otra historia por contar. En una de estas, apareció por Madrid un arquitecto colombiano que ha trabajado durante años para el Ayuntamiento de Medellín y que viene a hacer un doctorado (una maestría, como dicen ellos). La transformación urbanística que ha sufrido Medellín es una actuación modélica que ha recibido numerosos reconocimientos internacionales. Hace diez años, Medellín estaba entre las diez ciudades más peligrosas del mundo. Mediante la construcción del Metrocable, un teleférico que une las dos partes de la ciudad, separadas por una gran hendidura natural, se han integrado los dos mundos antagónicos que antes formaban la ciudad. Cada estación del Metrocable en la mitad más depauperada de la ciudad, se ha transformado en un polo de regeneración urbana, convirtiendo a Medellín en una urbe segura y reequilibrada, un modelo de calidad de vida y un polo de atracción de turismo. Nuestro hombre formó parte del equipo de arquitectos municipales que trabajaron en el proyecto. Y está deseando contarlo, como me pasa a mí con Madrid Río.

Así que, ni corto ni perezoso, le escribió una carta a la señora Carmena ofreciendo ir a mostrarle una presentación que tiene preparada para explicar el proyecto. Ya saben en manos de quién acabó la carta. El hombre se llama Mauricio Faciolince. Le llamé por teléfono, le dije que estaríamos encantados de que viniera a contarnos la historia de Medellín y el Metrocable y hablamos largo rato. Es un tipo estupendo, basta una conversación telefónica para deducirlo. Pero su apellido no es precisamente muy corriente y durante toda la conversación estuve mordiéndome la lengua por no hacerle la pregunta que finalmente le hice: –¿Me permites una cuestión de tipo personal?  –Por supuesto.  –¿Tú tienes algo que ver con Héctor Abad? Pude notar su estupefacción a través de la línea. Tras una breve pausa, me contestó: –Sí, señor. Es primo hermano mío y además estamos muy unidos. Lo último que esperaba es que lo conocieras.

Si llevan tiempo siguiendo mi blog, tal vez recuerden que ya reseñé que entre mis escritores favoritos hay dos jóvenes colombianos: Juan Gabriel Vasquez, de Bogotá, y Héctor Abad Faciolince, de Medellín. El segundo de ellos es autor de al menos dos libros que leí con fascinación. El olvido que seremos, el más conocido, es una narración estremecedora centrada en la figura de su padre, médico, ensayista y luchador infatigable por los derechos humanos, que fue asesinado por paramilitares en pleno centro de Medellín, cuando Héctor era apenas un niño. Si no lo conocen, les recomiendo encarecidamente su lectura. El otro libro que he leído de este señor se llama Angosta y es una historia con un componente urbanístico innegable (Angosta es, obviamente, el Medellín anterior a la construcción del Metrocable).

El mundo es un pañuelo. Y todos los temas de los que se habla en este blog están interrelacionados. La literatura, el urbanismo, el cine, la reflexión sobre la actualidad y, por supuesto, el rock’n roll y la cerveza, son en realidad la misma materia. Los temas de mis textos vienen a mi encuentro, yo me limito a escribirlos. Mi vida es un blog, como ya les dije hace unos días. Que lo pasen bien. Y tengan cuidado, que viene el fin del mundo.

martes, 26 de septiembre de 2017

673. El cascabel del gato

Me rindo. He intentado librarme del prusés pero parece que, en pleno transcurso del pronosticado choque de trenes, no queda más remedio que hablar del tema. Estos días hay una especie de sentimiento general acongojado, de buenas gentes desoladas que se echan las manos a la cabeza y dicen que esto es una tragedia y que vamos a salir todos escaldados. Esa sensación de circunstancia funesta sirve de prólogo para llamamientos bienintencionados a que hablen, a que dialoguen, a que se pongan de acuerdo para desatascar la situación. Bienvenido sea el desatasque si es que llega a producirse, pero yo no veo a nadie con la suficiente talla política como para ponerle el cascabel al gato. No sé si estas atribuladas personas esperaban que el choque de trenes se produjera de forma menos dramática; a mí, ya he dicho que no me sorprende.

Rajoy se ha movido, como de costumbre, demasiado tarde. Tarde, mal y a rastras. Esto es como cuando pillas a una pareja follando. Si llegas demasiado tarde, aunque la que está debajo sea tu mujer, por muchos aspavientos que hagas, el tipo que se la está tirando seguirá moviéndose, porque ya no puede parar. Aunque intentes detenerlo a bofetadas. Los catalanes están ya tan cerca del orgasmo/votación que van a seguir, sea como sea, hasta llegar al instante supremo y eyacular su voto, aunque no sea en una urna sino en una caja de cartón de Mudanzas Demetrio. Es posible que la cosa no sirva de nada, que sólo les reconozcan como estado el Kosovo y Transnistria, pero ahora se trata de consumar el acto sexual/electoral. Lo demás da igual. Los catalanes han visto que se ponía en duda su capacidad para follarse a la soberanía nacional y necesitan reivindicar su hombría.

A mi edad cada vez dudo más de los conceptos absolutos, de las teorías que todo el mundo admite como ciertas. Sin embargo, en cuanto al tema del nacionalismo, sigo teniendo las cosas muy claras. Antes me sentía muy solo; ahora me encuentro muy bien acompañado, en un barco en el que comparto cubierta con personajes como Marsé, Mariscal, Serrat o Sabina. Y Lidia Falcón, por supuesto. Y todos los que han firmado el manifiesto de la intelectualidad progresista de este país. Y a mi alrededor encuentro opiniones muy sesudas al respecto, como las que formula el historiador catalán Gabriel Tortella en ESTA entrevista que les recomiendo encarecidamente que lean. Por supuesto que yo no soy Dios y no estoy en posesión de la verdad absoluta, pero cada vez me reafirmo más en mis opiniones sobre este controvertido asunto.

Es cierto que ha habido también un manifiesto de más de 600 escritores a favor del referéndum, creo que ninguno de fuera de Cataluña y la mayoría muy conocidos en su pueblo y alrededores, y he de confesar que me produce una cierta tristeza encontrar entre ellos a Andreu Martín, Quim Monzó, Biel Mesquida y algún otro. Finalmente, el asunto se juega en la calle, en donde los indepes intentan montar un Maidán, por ahora con buenos resultados. Diría que van ganando por goleada. La situación es peligrosa, pero la consigna de ambos bandos es exponer las mejillas respectivas a ver si les cae una hostia, para luego jugar, los unos al victimismo, que tanto les gusta, y los otros a la violencia terrorista, que tan bien les vendría que surgiera. Y la consigna es exponer las mejillas todo lo que se pueda pero, por Dios, no dar la primera hostia. El primer mártir, sea manifestante o guardia civil, condicionaría la imagen final de modo irreversible.

Confiemos en que no llegue la sangre al carrer.  Por mi parte, me sumo a la idea que me transmitió mi amigo Thabang, de Johannesburgo: if they want to go, let them go. O sea: si se quieren ir, que se vayan (a tomar por culo, esto ya lo añado yo). Como he dicho más de una vez, llegados a este punto habría que escuchar lo que dice el honrado pueblo. A mí, en general, los catalanes me generan una cierta desconfianza. Me parece lamentable que un pueblo deje crecer en su seno un movimiento como este. Y soy muy feliz de vivir en un lugar en donde no están todo el día dándome la matraca de las señas de identidad. Es algo que te deja mucho espacio mental para dedicar a temas más interesantes.

En su día dije que esto era una almorrana que nos había salido a España como nación. Lo cierto es que a quien le ha salido la almorrana es a Europa, algo que en parte me tranquiliza. Si no estuviéramos integrados en la Unión Europea íbamos dados. Se me ocurre ahora una comparación aun más ofensiva. ¿Han oído hablar ustedes de la nueva superbacteria que infecta a los olivos? Después de arrasar los olivares italianos, ha saltado a las Baleares y aparece ya por Alicante. Cuando llegue a Jaén va a ser una ruina. Si no tienen conocimiento de esta nueva amenaza, pinchen AQUÍ. ¿Han visto cómo se llama la bacteria? Xylella fastidiosa. Algo así está sufriendo Cataluña. El pueblo catalán se ha dejado invadir por la independentella fastidiosa, inoculada por diversos insectos, como Pujol, Más y Puigdemont.

Y luego está la guerra de los porcentajes. De un lado se proclama que un 80% de los catalanes quieren votar su futuro. Del otro se dice que un 61% querrían seguir en España. Después de leer lo que opina Borrel al respecto, creo que podemos dar por buena la caracterización que les explico a continuación, una visión por supuesto desde fuera, aunque también les he dicho más de una vez que examinar los problemas desde fuera te da una mayor perspectiva. Según esta teoría, en Cataluña hay aproximadamente un 20% de independentistas puros, un porcentaje no mayor al que presentan Galicia y otros lugares. Son el grupo que encabeza Junqueras, un señor que ha declarado que es consciente de que en los primeros tiempos de la independencia su pueblo pasaría grandes penurias económicas, pero le da igual. Y que, aunque España fuera como Suiza, ellos se querrían separar igual.

En segundo lugar hay otro 20% de lo que Borrel llama independentistas tácticos, es decir, que quieren independizarse para conseguir un objetivo concreto diferente: seguir chupando de las subvenciones, controlar mejor determinados mercados o ámbitos culturales, o desarrollar sus negocios en condiciones más favorables. Estos no son fanáticos, pero la independencia les conviene. Tal vez Mas y Puigdemont representen esta tendencia. A ellos dos se les ve felices en las fotos, mientras que Junqueras no disimula una cierta incomodidad en compañía de semejantes impresentables. Entre ambos sectores redondean un 40%, que integra a mucha gente del medio rural y de cierta edad, supongo. Y a estos hay que sumarles un porcentaje de gente cabreada con la situación económica, que canaliza su frustración de esta manera.

Desde este lado, se tiende a pensar que existe un cuarenta y muchos por ciento de partidarios de la independencia y un cincuenta y pocos de gente que se quiere quedar en España. Nada más falso que este segundo sumando de la ecuación. Entre la mayoría silenciosa que no sale a la calle con banderas, hay un pequeño porcentaje de pro-españoles, eventuales votantes del PP o de Ciudadanos. Pero la gran mayoría de este segmento lo que están es hasta los huevos del tema, lo que quieren es que se acabe de una vez la murga, que cese ya la tortura, que gane uno de los dos bandos, el que sea, pero que, por favor, dejen de dar el coñazo. Una vez que haya un vencedor claro en esta guerra, ellos se sumarían sin apuros al nuevo poder, porque en el fondo les da igual, no es su problema, ellos hablan indistintamente castellano y catalán y tienen otras preocupaciones más urgentes. No le tienen mucho cariño ni a España, ni a estos nuevos ricos del independentismo que finalmente resultan tan pesados.

Aquí a la izquierda tienen un meme que ha recorrido recientemente nuestros whatsapps y que expresa ese hartazgo de una parte sustancial del pueblo catalán. Porque el chiste proviene indudablemente de la zona levantina: en el resto de España no se le llama el higo a eso. Ciudadanos podría haber estructurado políticamente a esta masa de indiferentes, pero a Rivera le pudo la ambición, dio el salto a Madrid y se acercó demasiado a las posiciones del PP. Arrimadas intenta cubrir su hueco, por ahora sin demasiada fortuna. ¿Y que podemos decir de la gente de fuera de Cataluña? Para los indepes, cualquiera que no comulgue con la rueda de molino del prusés es considerado automáticamente como nacionalista español. Yo ya he dejado claro que no soy nacionalista español. Que soy gallego, carallo. Pero eso no quiere decir que por aquí no haya nacionalistas españoles. Aunque yo no les llamo así; yo les llamo directamente fachas. Hay muchos, sobre todo en Madrid. Pero quiero creer que no son mayoritarios. Que, si el PP ha ganado tantas veces en el Ayuntamiento y la Comunidad, es por la endeblez de sus contrincantes socialistas.

Estoy convencido de que, a nivel estatal, si surgiera una figura, digamos de centro-izquierda, con un mínimo de talla política, arrasaría. Porque la gente está harta de Rajoy y su forma de hacer política como un autista. Y el tema de la corrupción le tiene bastante tocado. ¿Por qué no espabila Pedro Sánchez? Éste podría ser su momento. Él podría ser el que le pusiera el cascabel al gato. Pero no se le ve muy decidido. Se muestra dubitativo, se arrima y se aleja de Pablo-Pablito-Pablete, a quien este tema del prusés ha desnudado ideológicamente, lo mismo que a Colau. ¿Por qué no se libra Errejón  de estos incómodos compañeros de viaje y monta una corriente con Carmena, Rita Maestre y otros de ese talante?  Entre esta gente y el PSOE menos susanista podrían montar una alianza muy interesante. Sueños húmedos. Como el de unirse a Portugal.

Cataluña como estado independiente sería una ruina para los catalanes. Y España sin Cataluña bajaría muchos enteros en su peso específico europeo. No lo pasaríamos tan mal como los catalanes, pero nuestra economía se resentiría. Y, en el mundo capitalista en el que nos movemos, estas cosas las pagan siempre los mismos: los de abajo. El que avisa no es traidor. Si usted, querido lector, tiene problemas para llegar a fin de mes, una nueva crisis como la que induciría la secesión catalana le llevaría a pasar directamente hambre. Así que, flaco favor se hace a sí mismo apoyando aventuras como la de Puigdemont. Si la ruptura se consuma, él y Junqueras seguirán disponiendo de butifarras y salchichón de Vich en abundancia. El que va a pasar hambre es usted.

viernes, 22 de septiembre de 2017

672. Los algoritmos nos vigilan

Bueno, había prometido no hablar más del prusés y voy a ver si lo consigo. Nada me impide, sin embargo, hablar de las siglas LGTB, a las que ya se han dedicado diversos posts en este blog. Qué tendrá que ver la velocidad con el tocino. Tranquis. Se lo desvelo más adelante. Porque hoy de lo que quiero hablar es de los algoritmos. ¿Cómo? Que no saben ustedes lo que es exactamente un algoritmo. No se preocupen: yo tampoco. Tradicionalmente, un algoritmo era un concepto matemático, un procedimiento comprobado que permitía llegar desde un problema A a una solución B, de forma reglada y chequeada, de modo que a la persona que lo aplicaba no le quedaban dudas sobre su eficacia, o su exactitud. ¿Cómo dicen? ¿Algoritmos neperianos? No, no. Eso son los logaritmos, que no tienen nada que ver. Los algoritmos remiten más bien a lo que suele llamarse un paso a paso. O lo que antiguamente se llamaba un guiaburros. Uno llegaba de novato a un trabajo, le encargaban una tarea nueva y preguntaba: y esto cómo se hace. Inmediatamente aparecía el compañero bondadoso que te sacaba del apuro: no te preocupes, yo tengo un guiaburros y te lo paso enseguida.

También tiene algo que ver con los protocolos, en términos médicos. Es decir, usted se rompe el húmero (Dios no lo quiera), acude a un hospital e inmediatamente entra en un protocolo. Y, una vez ingresado en una rutina protocolizada, no se le ocurra proponer salirse de ella. Por ejemplo, si usted tímidamente levanta un dedito y dice: me gustaría tomarme un ibuprofeno, es que me va muy bien para los dolores, sabe usted, inmediatamente  se enfrentará a una enfermera que con rostro severo le dirá: el ibuprofeno no lo tiene pautado, caballero; según el protocolo, le corresponde un gelocatil dentro de dos horas. Frente a una afirmación de ese tenor, apenas queda otra respuesta que agachar la cabeza y esperar. La burocracia es una especie de secta que infiltra todas las capas de nuestra sociedad. Y yo nunca me he llevado bien con los de esa secta. Llevo casi 35 años trabajando para una institución fuertemente burocratizada y, desde el día que entré, me he dedicado a burlar sistemáticamente las rigideces de esa estructura, siempre en beneficio del administrado, nunca en el mío propio. A esa tarea se la llama comunmente gestionar.

La cosa es que en el moderno mundo de la informática y la cibernética, la palabra algoritmo ha cobrado un  nuevo significado. El algoritmo es ahora un ente inconcreto y evanescente, que adopta determinadas decisiones que inmediatamente se convierten en incuestionables, tarea en la que ha sustituido al tradicional trabajador de carne y hueso que toda la vida había desempeñado esa función, lo que supone un ahorro notable para las empresas (el algoritmo no cobra sueldo, ni exige trienios, ni se le pone la madre enferma, ni pide vales de comida ni nada). Yo empecé a tener conciencia de estos entes intemporales, a partir de la aparición de la nueva frase mágica que emplean ahora todos los burócratas y que les explico a continuación.

Tradicionalmente, uno se presentaba en una ventanilla con la prolija documentación que se exige para cualquier mínimo permiso o autorización y asistía acojonado al escrutinio del funcionario de turno. Después de examinar detenidamente la documentación aportada, el tipo te miraba con condescendencia, antes de decir: le falta la póliza (o el conforme del jefe de negociado, o el certificado de idoneidad sostenible, por decir algo). Siempre había algo que faltaba. Y luego estaba el subtipo del burócrata sádico, que te decía tal frase con una sonrisa sardónica inconfundible. Pero, desde la introducción de la informática, los funcionarios de manguitos han encontrado la respuesta mágica, a modo de piedra filosofal: el sistema no me deja hacerlo. Suele ir acompañada de un encogimiento de hombros y un gesto con la mano abierta hacia el omnipotente ordenador. Y uno puede imaginar a un enanito camuflado dentro del aparato, con la encomienda de impedir que se haga algo contrario al sistema, ese poder difuso que todo lo vigila. En plan purista, creo que los funcionarios no han encontrado la frase más apropiada. Deberían decir: el algoritmo no me deja hacerlo.

Más adelante, cuando aun compraba la prensa escrita, advertí la presencia ominosa de los algoritmos, sustituyendo al corrector de toda la vida. Por ejemplo, yo que soy futbolero, encontraba crónicas absurdas de los partidos. Se comían todo el espacio útil contando en detalle la primera parte del partido y cortaban bruscamente la narración a poco de empezar la segunda. Un algoritmo había decidido cortar por ese lugar, en base al espacio destinado a esa noticia en función de su importancia. En fin. Ahora me van a decir ustedes que no han notado la presencia de los algoritmos en su vida cotidiana y que no saben de lo que les hablo. Yo sí. Y tengo varias pruebas de su presencia que me dispongo a contarles.

Un primer ejemplo. Como saben, acabo de visitar Portland, Seattle y Vancouver. Hace más de un mes que volví pero, cada vez que abro un ordenador con mis claves, la pantalla se me llena de anuncios de hoteles en esas tres ciudades. No creo que vuelva nunca por esa zona pero, cada vez que abro El País, o El Mundo, o la Voz de Galicia, los márgenes entre las noticias aparecen llenos de ofertas de alojamiento en Vancouver, o de vuelos a Seattle. Y lo mismo me pasaba cuando viajé a Japón o a San Petersburgo. Eso sucede porque hay un algoritmo que, a partir de mi estancia en un lugar determinado, deduce que seguramente volveré y me bombardea con tales mensajes.

Peor es lo de Change.org. Se me ocurrió firmar determinadas campañas promovidas por esa página, en general relacionadas con injusticias médicas o sociales, y ahora me tienen atufado. Últimamente suelo eliminar sus mensajes sin leerlos, pero cada día me llegan varios del siguiente tenor: Emilio, mi hija de diez años estornudó y se le cayó un ojo al suelo. Y ahora los de Adeslas no me quieren pagar el ojo de cristal, porque dicen que nadie le mandaba estornudar. O esta otra: mi madre se cayó por las escaleras y se rompió diecisiete huesos, y dice la Seguridad Social que sólo me cubre el tratamiento de doce. Y, cada viernes, me llega un mensaje que reza: Vaya semanita, Emilio, en donde se recogen todos los comentarios que se han suscitado en torno a las campañas que un día apoyé con mi firma.

De todo eso son responsables los algoritmos. Por ejemplo, yo abro el Youtube y lo primero que me salen son los vídeos con los goles del Deportivo, los de Bruce Springsteen y los discursos de Donald Trump. No soy del tipo paranoico, pero hay por ahí, a lo largo del universo-mundo, unos entes llamados algoritmos, que saben perfectamente lo que me interesa y de qué pies cojeo y hasta aventuran mis próximos movimientos presuponiendo que, como he estado en Seattle, algún negocio tendré por allí y por lo tanto voy a volver y por eso me machacan con ofertas de hoteles. Lo malo de los algoritmos es que presuponen que, si haces algo una vez, lo vas a seguir repitiendo indefinidamente. Y, en cualquier caso, eso de sentirse vigilado, aunque sea por una especie de robots, no es una sensación para nada placentera.

Otro ejemplo más. Abro el Facebook y, ante mis ojos se despliega la imagen que ven a la izquierda. Todos los hombres fueron creados iguales, pero sólo los mejores nacieron en febrero. Eso dice la camiseta que lleva Roger Federer, uno de los deportistas que más admiro. Y yo, que soy un ingenuo, me lo trago y pienso: qué demasiao, resulta que los de febrero somos los más cojonudos. Y aquí el menda sin saberlo. Estaba ya a punto de meter la pata de forma clamorosa escribiendo un rollo sobre la supremacía de los nacidos en febrero, cuando me llegó una segunda imagen, la que ven abajo, en donde ese actor mediocre y cachas importante que se llama Gordon Stachan aparece con la misma camiseta. Rápidamente entré a consultar en Google y encontré lo que se imaginan: que hay una marca de camisetas que ha ideado esta imaginativa campaña y que está fabricando modelos, no sólo de febrero, sino también de marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre, diciembre y enero. Y que, para promocionarse, ha logrado que participen en su campaña un montón de famosos nacidos en cada uno de los doce meses del año. No sé en qué mes nació Guardiola pero seguro que, si le pagan, saldrá en el anuncio correspondiente.

Pero, a lo que íbamos. A mí sólo me llegan los anuncios de los famosos nacidos en febrero. ¿Por qué? Pues porque hay un algoritmo que sabe que ese es mi mes de nacimiento. Los algoritmos lo saben todo de nosotros. Si somos independentistas o anti, qué tipo de mujeres preferimos, que vino nos gusta más, qué tipo de música escuchamos, cuantas veces vamos al baño al día, si al salir del despacho nos rascamos el culo o no. Es la contrapartida de estar interconectado. Para evitarlo, uno puede darse de baja en Facebook, en Linkedin y en Whatsapp, pero igualmente le seguirán vigilando. Es como el ojo del Gran Hermano (el de Orwell, no el de Telecinco). El algoritmo que todo lo ve y todo lo sabe.

Así que sólo me queda aclarar el acertijo del principio de este texto. Había planeado ponerles la solución al final pero, si se lo llego a advertir, todos se hubieran tirado como locos a buscarla en este párrafo. Por eso he dicho que lo explicaría más adelante, así de forma más sibilina. Atención, pregunta: ¿Saben ustedes a qué se refieren las siglas LGTB? ¿No lo saben? Pues es bastante obvio: Lérida, Gerona, Tarragona y Barcelona. Los que más dan por culo, sin duda. No se atraganten de la risa, que nadie les manda leer mis textos mientras cenan. Vaya, como finalmente no he podido evitar el tema maldito, pues AQUÍ les dejo una lectura de fin de semana. Ya les anticipé mi idea de que el nacionalismo acaba por arrasar a las izquierdas, como un terremoto. Iglesias y Colau nunca volverán a ser lo mismo. Que ustedes lo pasen bien. 


martes, 19 de septiembre de 2017

671. Cinco años de blog

Se dice pronto, pero ya llevamos cinco años de blog. El 19 de septiembre de 2012 abrí esta tribuna con el Post #1 Hágase la luz. Lo releo ahora y no veo que mi punto de vista haya cambiado sustancialmente. Suscribo lo que decía entonces, en los años tenebrosos de la crisis, cuando nos tenían asustados con la prima de riesgo y otros parientes amenazantes. El escenario es ahora diferente, ya no tenemos tanto miedo, el cielo no amenaza con caérsenos encima de la cabeza y sin embargo algunas cosas no han cambiado en esencia. Lo básico permanece y, a la vez, la actualidad va a toda hostia; estamos en un mundo dinámico, que evoluciona mediante flujos siempre cambiantes, lo que hace muy difícil averiguar lo que está por venir, o hacer pronósticos.

Mi posición ante esta realidad líquida acelerada es la del observador atónito, que procura entrar a los temas sin el lastre de prejuicios ideológicos o políticos y que intenta contar de forma más o menos amena o humorística el resultado de esta observación con pretensiones de imparcial, aunque siempre apasionada. Intento cumplir los requerimientos autoimpuestos de formato de mis textos, pero nunca sucede que se me queden cortos; en general tengo que cortarlos yo, al superar el tamaño crítico. Intento no repetirme demasiado, aunque a veces es inevitable. Hay temas que son tan cíclicos que parecen sacados de la película El día de la marmota. Por ejemplo, el Deportivo de la Coruña vuelve a arrancar en los puestos de cola y empieza su travesía de la Liga con el agua al cuello. Pero hay asuntos impensables, como que el Atlético de Madrid haya estrenado un estadio puntero.

Quién me iba a decir a mí que me iba a romper un brazo, que me lo iba a pasar de puta madre durante los seis meses de baja, que iba a reengancharme y recuperar la ilusión por el día a día laboral, que iba a mantener mis actividades viajeras al nivel que he desarrollado en el último año. Mi periplo por Portland, Vancouver y Seattle, último, por ahora, de mis viajes, ha colmado todas mis expectativas vitales. Tampoco imaginaba que iría al Bernabeu a ver a Bruce Springsteen en compañía de mi amigo X, por citar un hito bloguero de importancia. Cinco años después, aquí sigo al pie del cañón, corriendo por el Retiro, bebiendo cerveza a litros y escuchando rock and roll. Lo fundamental no cambia. Pero el mundo evoluciona. Ya les hablé en profundidad del tema del cambio climático. Y les precisé que nadie niega que la temperatura del planeta está subiendo; lo que dicen los negacionistas es que eso no se debe a la acción del hombre y, por tanto, no tenemos que cambiar nada en nuestras vidas.

No creo que tengan ustedes dudas de que la ferocidad de los huracanes de estos días pasados está directamente ligada al cambio climático. La razón es clara: el agua del Caribe estaba este verano a cerca de 30 grados. Eso, frente a los primeros aires fríos del otoño es una bomba. Esperemos que nuestras regiones de Levante no sufran demasiado. Los que han estado este verano por esas costas me cuentan que nunca en su vida se habían bañado en un mar tan caliente. A mi amiga J. le pilló el Irma en el interior de Cuba, viajando con su compañero. Les aconsejaron refugiarse en La Habana y allí se alojaron en el hotel Nacional, un lugar caro, pero que tenía grupos electrógenos propios, lo que garantizaba que hubiera luz (toda la isla estuvo sin luz cuatro días). Allí sobrevivieron sin poder salir a la calle los dos primeros días (el ejército lo impedía) y luego sin ascensor (estaban en la octava planta) porque el ascensor no era prioritario frente a las cocinas, por ejemplo, necesarias para alimentar a la gente, por cierto a base de frijoles y arroz.

Pasado el huracán hubieron de quedarse una semana más por la incompetencia de la administración cubana, en un hotel más barato, que los roñas de Iberia no les pagaron, por considerar que se trata de un desastre natural, del que la compañía no tiene la culpa. Si me llega a pasar a mí algo parecido, tengo para escribir un año. El mundo afronta grandes retos y hay que estar preparados. Y seguir cuidando el pequeño reducto de la vieja Europa, tan frágil frente al oleaje cósmico. Para ello es importante que sigamos unidos. El Brexit es una calamidad, tal como yo lo veo. Y lo mismo el independentismo catalán. Esperen un momento.

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Me he dado todas esas bofetadas, porque prometí no hablar más del prusés y no lo he cumplido. Es que, realmente, el tema es adictivo como el alcohol o la heroína. Lo confieso: soy un yonqui del asunto. Hoy que estamos de conmemoraciones, rastreo mis textos y descubro que el tema aparece ya en el Post #24 en el mes de octubre de 2012. En los primeros años de mi blog, la gente se extrañaba de mi postura, esperaban que yo estuviera a favor del derecho a decidir, ese eufemismo tramposo que hasta hace poco pretendía camuflar las pretensiones de estos impresentables. Poco a poco lo fui explicando y me cabe la satisfacción de haber convencido a más de un lector. Mi tesis ya la saben: desde un punto de vista progresista o de izquierdas (suponiendo que esa expresión siga significando algo), no es asumible ningún nacionalismo.

Las cosas que yo llevo denunciando cinco años han empezado ya a suceder y a mí no me ha pillado de sorpresa el esperpent del parlament los días 6 y 7 de septiembre, las sesiones de la vergüenza. Y me llena de alegría el manifiesto de la gente de izquierda que se ha publicado este domingo y al que yo me he adherido con mi firma. Pueden ustedes, si lo desean, hacerlo aquí: http://estafaantidemocratica.cat/. Me encanta ver entre los firmantes a Marsé, a Cercas, a Mariscal, a Rosa María Sardá y a tantos otros. Hasta Lidia Falcón lo ha firmado. No creo que le queden ya dudas a nadie respecto al asunto. Sí, ya sé que el apoyo al prusés es grande y posiblemente se acaben separando de España. Pero el hecho de que una idea sea apoyada por mucha gente no la convierte en correcta.

Por cierto, ya que estamos, ¿se acuerdan de cuánto le echábamos en cara a la señora Botella el hecho de que no había sido elegida por los madrileños? En efecto, iba en el número 2 de la lista de Gallardón. Ahora digo yo: ¿en qué puesto iba Puigdemont? Respuesta: en el número 7 de la lista de Girona. Se recurrió a él cuando las CUP se cerraron en banda y no quisieron investir a Mas, que por cierto, era el número 4 de la lista de Barcelona. La estafa antidemocrática viene de lejos. Yo ya les he dicho en algún post que lo que teníamos que hacer, en vez de dividirnos en estados más pequeños, es unirnos con Portugal, el sueño de la vieja Iberia de Saramago.

Los poderes económicos (que no elige el pueblo) son cada vez más multinacionales. Sin embargo, los poderes políticos están cada vez más disgregados y cada vez son más dependientes de los grandes poderes económicos. Un país pequeño es mucho más fácil de manipular. Yo, como ciudadano individual, me siento mucho más protegido en un estado grande y poderoso. Es más, si un día se van todos los nacionalistas a constituir sus estados enanitos, de forma que España se convierta en un país tan débil como Serbia, no descarto pedir la nacionalidad francesa o norteamericana (esto para los que me tachan de nacionalista español). En fin, lo de los catalanes, de aquí a unos meses, va a ser un auténtico coñazo. Hoy he intentado escribir un texto sin hablar del tema, pero no he sido capaz. A ver si en el próximo lo consigo. Es que es realmente lamentable que nos dediquemos a estas puñetas, en momentos en que el mundo afronta graves riesgos. No me extraña que Kim Yong-un se ría de occidente. Les dejo con su imagen, para que vean cómo se descojona. Dando un click en la foto, la pueden ver en más grande. Pero eso ya lo saben mis lectores más fieles. Sean buenos. Y disfruten del otoño. Es la estación más bonita.




viernes, 15 de septiembre de 2017

670. El esperpent (Y DOS)

Que sí, que ya, que vale, que tranquilos; no pasa nada, ya estoy aquí, no me ha secuestrado nadie, ni me sucede nada. Es que les tengo muy mal acostumbrados y ahora mi situación ha cambiado ligeramente. Este blog nació como una reacción al hecho de que en el trabajo me vi marginado y orillado al poco de llegar al poder la señora Botella, y a la vez obligado a cumplir estrictamente un horario. Eso me dejaba un margen de horas muertas que de alguna forma debía llenar para no volverme loco. Y se me ocurrió hacer un blog. Tras la llegada del nuevo equipo de gobierno municipal, las cosas mejoraron, aunque despacio, y pude compatibilizarlo. Pero ahora, como les vengo contando, estoy otra vez muy involucrado en el trabajo, se me pasa la mañana volando y tengo poco tiempo libre, porque mis tareas me ocupan también bastantes tardes. Además estoy en medio de diferentes procesos médicos latosos que ya les detallaré y últimamente no he tenido mucho margen para atenderles debidamente. Excusas a puñaos. Pero no se preocupen: no les voy a dejar tirados.

Les prometí el último día hablar del potencial letal del nacionalismo para cargarse a las izquierdas (Podemos se va a dejar muchos pelos en la gatera, después de su indefinición al respecto) y pensaba referirme a mis recuerdos del conflicto vasco, pero lo vamos a dejar para otro día. Porque ahora el tema del prusés ha eclipsado a todo lo demás y parece que ya no se puede hablar de otra cosa. En poco más de un año nos van a bajar las pensiones a todos, pero de eso no dicen nada los periódicos, ni se habla en los bares, porque la gente no se ha enterado. Sólo se habla del prusés. Por eso he puesto un Y DOS bien grande (si bien, el programa blogger no me deja hacerlo en el titular) porque este es un asunto tóxico, que va a contaminar la actualidad durante los próximos días y seguramente meses, y no quiero que afecte al discurrir de esta tribuna. Este es un foro en el que se habla de rock’roll, literatura, viajes, cine, urbanismo y otros temas estimulantes. Y del Deportivo de la Coruña.

Pero también se habla de la preocupación por el futuro de la Humanidad en un momento crucial. El mundo afronta varios retos en los que se juega ese futuro. UNO, el cambio climático. DOS, la lucha por la igualdad social, por romper la brecha entre países del norte y del sur y por integrar a los desheredados del primer mundo. TRES, el reto de asumir la revolución digital, convertirla en instrumento que ayude a superar los dos primeros desafíos y crear nuevos tipos de puestos de trabajo, transformando el mercado laboral. Y CUATRO, la vigilancia frente a las ideologías excluyentes, supremacistas y, en definitiva, nazis. Por eso se habla tanto aquí del virus incubado en Cataluña. Y seguiré refiriéndome a él, lo que pasa es que ahora voy a callar una temporada, porque ya saben que me gusta ir a la contra y además no me apetece que esto se convierta en un monográfico de tan desagradable asunto. El cuarto reto tal vez sea el menos dramático en estos momentos, pero no hay que descuidarse, porque esas ideologías tienen la habilidad de camuflarse de vanguardismo y de esa forma infectan la mente de personas crédulas y buenas, que se ven arrastradas a actitudes que nunca pensaron adoptar.

¿Qué autoridad tengo yo para hablar de este tema? Pues la que me da el conocimiento de lo que pasó hasta 2009 en el País Vasco, un proceso que viví muy de cerca. Y además, mi seguimiento durante años de diversos medios catalanes, con papel destacado para El Triangle, diario al que nadie puede negar su carácter catalán y catalanista, un sello que le imprime su director Jaume Reixach. Este buen hombre es catalán hasta las entrañas, pero antes que eso es periodista y antes ser humano. Y él, que conoce los intríngulis de la familia Pujol, de Mas y de Puigdemont, los ha denunciado públicamente y ha ido a sede parlamentaria a proclamar las conclusiones de sus pesquisas. Y no se lo perdonan. El Triangle no recibe un solo euro de subvenciones y sus periodistas casi han tenido que ir en sus motos a repartir el paquetito de ejemplares en papel que dejan en cada pueblo, con riesgo de que los payeses les insulten (el peor insulto: ¡español!).

Lo sucedido estos días en el Parlament, da la verdadera medida de la naturaleza de este movimiento que, por fin, asoma la patita debajo del disfraz de cordero. Me preguntaba yo, por qué tanta prisa, tanta ansiedad y tanta pérdida de las formas, incluso poniendo en riesgo su propia imagen de moderados. Y apuntaba a motivos relacionados con el acoso a la familia Pujol. Pero el Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat ha mostrado la falsedad de mi interpretación, de honda raíz conspiranoica. Según sus últimos datos, los catalanes no quieren la independencia, por una exigua mayoría, pero ese porcentaje es más alto entre los sectores más jóvenes. Dos de cada tres chavales serían partidarios de una solución negociada que mantuviera la integración en España. No me fío mucho de estas encuestas y no quiero alegrarme antes de tiempo pero, si esa tendencia se confirma, evidenciaría el fracaso de 30 años de política educativa monocorde y sesgada. Los jóvenes catalanes serían tan transnacionales como los demás. Como mis hijos.

Y eso explicaría las prisas y la ansiedad: es que es ahora o nunca. Si no pillan la independencia en este arreón, el suflé bajará, igual que ha sucedido en Escocia y en el Quebecq. Y esa encuesta vendría también a confirmar que el movimiento independentista catalán está apoyado sobre todo por los viejos y los paletos, como el Brexit o el ascenso de Trump a la presidencia, con los que le unen muchas otras similitudes. Porque ambos fueron movimientos basados en propalar informaciones e interpretaciones falsas, que lograron dividir por la mitad aproximada a sus respectivas sociedades y ganaron por márgenes minúsculos (en USA incluso con menos votos, como en la últimas elecciones catalanas). Y la mitad de sus pueblos que perdió el envite, entró en depresión. Pero no cantemos victoria que las encuestas son muy engañosas.

En cuanto al Padrino Pujol, me cuentan mis amigos catalanes que la prensa afecta al prusés no saca nunca imágenes suyas actuales; que muestran siempre al Pujol rozagante de los viejos tiempos, igual que se hacía en Rumanía con la pareja Ceaucescu. Hay un detalle sobre el que tal vez no hayan reparado ustedes y que da la medida de su verdadera calaña. Jordi Pujol Ferrusola, al que se conoce en Cataluña como Junior, está ahora mismo (mientras ustedes leen esto) en el trullo. Más en concreto, en Soto del Real. ¿Y cómo es eso? Bueno, en abril fue detenido y el juez ordenó prisión sin fianza. Pero en junio, después de examinadas las pruebas en su contra, un nuevo auto le puso en libertad bajo fianza de 3 millones de euros. Calderilla, para el Padrino. ¿Y por qué sigue en la cárcel? Pues porque el Padrino no se estira y no suelta la pasta. Me lo imagino refunfuñando con el mal genio que muestra en la entrevista de Évole: escolti-tú, pero qué se habrá creído este, que hubiera tenido más cuidado; es un fresco, un descuidado y un flojo; a mí me tuvo preso Franco y no hice tantas alharacas, que aguante un poco, que mi fortuna no es para andarla gastando en fianzas; la familia es importante, pero la pela es la pela; que lo suelten gratis y si no, que aguante. Tampoco es difícil imaginar a la señora Ferrusola asintiendo vivamente, siempre desde un prudente segundo plano. Estos impresentables no merecen que les dediquemos más espacio.

Pero los nacionalistas son otros. Los nacionalistas son la parte que encabeza Junqueras y les reto a que busquen en el post y medio escrito hasta ahora una sola frase negativa o descalificadora de este sector. No comparto, por supuesto, sus ideas, pero les respeto, o les respetaba hasta ahora. Dicen a las claras lo que piensan y lo que quieren y, con tales planteamientos, siempre habrían sido minoritarios, como sus hermanos vascos y gallegos. Sí hay algo que ahora les echaría en cara es que su nacionalismo les haya llevado a compartir cama con la banda de Pujol, sus enemigos naturales, que representan a la casta más rancia e inculta de la clase alta provinciana, las 300 familias, el colegio Aula y todo su entorno. Pero, para un nacionalista, el fin justifica los medios: si para lograr la independencia han de aliarse con un grupo de corruptos de la oligarquía extractiva de toda la vida, pues adelante. Aún así, sumando ambas tendencias, no llegaban a hacer el kilo justo de la mayoría. Les faltaba la torna de las CUP, que son los traviesos y descarriados de la misma clase alta. Estos simplemente se han sumado al invento, al grito de “al lío” y se han encontrado en una posición que nunca soñaron.

Como les digo, voy a procurar estar un tiempo sin tratar este tema, por pura sanidad mental. Hace cinco años yo sostenía en este blog determinadas teorías y tenía la sensación de predicar en el desierto. Ahora, las cosas que yo proclamaba y pronosticaba están hasta en la sopa, así que no hace falta que insista más. Terminaré con un matiz geográfico que no sé si conocen. En los años duros del conflicto vasco, la ETB daba la información del tiempo sobre un mapa en el que se veía el territorio que los abertxales reivindicaban como suyo. Incluía el País Vasco, por supuesto, pero también Navarra, La Rioja y el País Vasco Francés. Y el Athletic de Bilbao admitía jugadores de todos esos territorios. Además, en las fiestas del norte de Burgos llevaban a sus chistularis e imponían su sello y su parafernalia, con gran disgusto de los locales. Pues bien. Los catalanes también reivindican su territorio: Els Països Catalans. Si no conocían ustedes el mapa, abajo pueden verlo.


Valencia, Baleares y Andorra completas y trozos de Murcia, Aragón, Francia y (el delirio) Cerdeña. Una imagen vale más que mil palabras. Una pregunta malévola: si eso es lo que reivindican, ¿por qué no hacen su referéndum en todo ese amplio territorio. Hombre, qué listo es usted, me dirán: es que entonces lo perdemos. Ellos quieren hacerlo sólo en Cataluña, que es donde está la mayor concentración del virus para, una vez independizados, reclamar lo demás. Por seguir con la geografía, los prusesistas afirman que, con la independencia, serán la Dinamarca del Mediterráneo. Es muy exagerado decir que van a ser el Kosovo, como sostienen algunos, pero yo creo que el modelo sería Croacia. Un país enano, que nunca tendrá el peso estratégico de la antigua Yugoslavia y totalmente en manos de las multinacionales yanquis y los grandes prestamistas. Aunque a lo mejor tenían futuro como paraíso fiscal y así Pujol no se tendría que llevar el dinero fuera.

Y, hablando de Dinamarca, voy a terminar con un link, para dejarles unos deberes (ya sé que en el último post se me fue la mano y les agobié con demasiadas tareas). Es la respuesta del gran Jaume Reixach (¿quién si no?) al delirio ese de que van a ser la nueva Dinamarca. Han de pinchar AQUÍ. Buen fin de semana.

jueves, 7 de septiembre de 2017

669. El esperpento del prusés

Acabada la reseña de mi último viaje, ¿de qué les iba a hablar si no? Tenemos prusés hasta en la sopa, qué hartura. Esto es esperpento, sainete, disparate, adefesio, mamarrachada, hazmerreir y desatino de nivel cósmico: todo el mundo lo está viendo. A nivel internacional, el público se descojona y mueve la cabeza incrédulo: Spain is really different, tenemos el flamenco, los toros y el independentismo.

Nada de lo que está pasando estos días me sorprende lo más mínimo, es coherente con lo que yo llevo casi cinco años contando. No veo necesario repetirlo. Hace tiempo que los secesionistas han dado todas las muestras posibles de deslealtad, de felonía, de pérdida de las formas, de supuesta astucia. Así que todo esto era de esperar. Si acaso sorprende un poco esa prisa que les ha entrado por alcanzar ya la independencia. Después de 30 años de adoctrinar en las escuelas, de enseñar a los niños a no sentirse españoles, sólo tenían que esperar un poco más para que entraran nuevas remesas de votantes y conseguir lo que quieren sin tanto sobresalto. ¿Por qué tanto apresuramiento, tanta precipitación, tanto forzar el marco legal, estropeando su imagen internacional de moderados y pacíficos? Algún día quizá lo sepamos. Pudiera ser que tenga que ver con el acoso judicial a Pujol, Mas y otros corruptos.

En este foro ya se ha contado mi visión sobre lo que ha venido sucediendo. Pujol es el artífice de la actual sociedad catalana. Él imaginaba una nación homogénea, estructurada en torno a la lengua. Inicialmente no se planteaba la secesión, estaba cómodo, apoyaba a Felipe o a Aznar indistintamente y, a cambio, conseguía ventajas para su tierra. El problema es que, detrás de este bondadoso doctor Jekyll patriarcal, había un Mister Hide que estaba amasando una fortuna a cuenta del trespercent, como le dijo Maragall hace una eternidad. Sus hijos despilfarraban a ojos vista y todo el mundo en Cataluña sabía lo que estaba pasando, pero no les importaba (tampoco imaginaban la envergadura de lo acumulado por la familia). El unurabla se preparó una jubilación tranquila, bajo la indulgencia de su pueblo, para él y para su familia. Y le pasó los bártulos a Artur Mas, su ministro de Hacienda, premiado con el puesto de hereu por su eficiente desempeño en la tarea de mirar para otro lado.

Pero surgió un problema. Y precisamente derivado de la gran magnitud de lo desviado y acumulado por la familia Pujol (según un programa reciente de TV3, el monto de lo atesorado en Andorra es más o menos 35 veces la fortuna estimada de Bárcenas). Una cantidad tal de dinero negro no pasa desapercibida para las grandes agencias de seguridad internacionales, como la CIA o la DEA, porque semejantes volúmenes son susceptibles de ser utilizados para blanquear el dinero de la droga, el tráfico de armas, la prostitución y los diversos negocios clandestinos a gran escala. Y sucede que, en un momento dado, estas agencias presionan a la banca andorrana para que dé transparencia a los fondos que guarda. Y Pujol intuye que se va a quedar con el culo al aire y da un giro de timón hacia el independentismo. Una huida hacia delante, bajo el delirio de pensar que una justicia y una hacienda propia le podrían absolver para la Historia. En noviembre de 2015, mientras se ventilaba la investidura o no de Mas, les puse en este blog un link al diario catalanista El Triangle, donde se explicaba todo esto al detalle. No tengo inconveniente en repetirlo AQUÍ.

Jordi Évole ha relatado en entrevistas la sorpresa que se llevó cuando el propio Pujol le llamó por teléfono para pedirle protagonizar un programa de Salvados. Y cómo tuvo en todo momento la sensación de que el unurabla quería utilizar el escaparate de un programa tan popular como el suyo para anunciar algo importante. El programa se emitió el 4 de marzo de 2012 y pueden, si quieren, ver el anuncio de dos minutos que preparó La Sexta. Han de pinchar ACÁ. En ese momento, Pujol tenía todavía la esperanza de mantener su secreto bajo llave, de salir bien librado del apuro. Pero ya se preparaba por si un día se llegaba a conocer su baldón. Moriría matando. Cuando la presión sobre su fortuna se hizo insoportable, hizo finalmente su confesión pública: julio de 2014. En ese momento, ya se había abierto la caja de Pandora de los sentimientos identitarios excluyentes. Sólo quedaba dejarlos expandirse. La decisión del PP de impugnar el Estatut y la posterior anulación del mismo por el Constitucional, alimentaron el incendio. El huevo de la serpiente había roto ya el cascarón y el pollito (pujol, en catalán) volaba libre.

En ese marco general, no sorprende saber ahora que desde la Generalitat se primó la inmigración norteafricana sobre la latinoamericana, por entender que esta última se negaría a aprender catalán (para qué, en una tierra en que todo el mundo les entendería en su lengua). Ese es el origen de que uno de cada cuatro, entre los musulmanes que viven en España, esté en Cataluña (medio millón, de dos). Y que Cataluña no esté tan llena de ecuatorianos como el resto de España. En fin. Como ya está dicho todo en este blog, voy a seleccionarles dos artículos entre los cientos que llenan estos días los periódicos. Les recomiendo que los lean.  ALLÁ el análisis de Sosa Wagner en El Mundo. Y ACULLÁ el de Gloria Lomana en El País. Tras esto, me queda remarcar algunos aspectos colaterales, sobre los que quizá no se ha insistido mucho en este blog.

UNO. Esta gente se cree moderna y progresista, cuando su movimiento es retrógrado, arcaico y conservador. Están al frente de una corriente que trabaja por la vuelta a la caverna, pero se ven a sí mismos como vanguardistas y avanzados. Yo estoy seguro de que Puigdemont, cada mañana, cuando se ajusta la corbata, se retoca la melena ante el espejo y se prepara para salir a la batalla, piensa “cómo molo, nen, que tío más estupendo y más moderno soy”. Es una confusión muy frecuente. Es el mismo mecanismo por el que Otegui se pone un pendiente en la oreja. Sin que se tome como una comparación literal, Hitler se dejaba su, entonces innovador, bigotito, por la misma razón. No olvidemos que el movimiento que encabezaba este señor se llamaba nacional-socialismo (y que Mussolini era también un antiguo militante socialista). 

Yo siempre he creído en el componente internacionalista de la verdadera izquierda, diametralmente opuesto a cualquier nacionalismo. Pero esta gente se siente de izquierdas, sólo porque mimetizan determinados comportamientos asamblearios o populistas. Es curioso, por ejemplo, que utilicen el Imagine de John Lennon en sus mítines. Supongo que habrán advertido que la letra dice imagine there’s no countries.  No pasa nada, ellos pueden transmutarla en imagine there’s no countries (but Catalonia). Esa confusión de términos la sufre por ejemplo Lluis Llach, como pueden comprobar AQUÍ MISMO. Ya ven qué batiburrillo mental tiene este señor. Según su caracterización, yo sería un nacionalista español. ¡Por favor! Yo no he sido nacionalista español en mi vida. Yo soy gallego. Coruñés, por más señas.

DOS. La violencia es consustancial al nacionalismo. La violencia y los muertos llegarán. No digo que vayan a hacer atentados, como los etarras. Pero sí les veo preparados para montar el suficiente pollo callejero. Hasta ahora han tenido bastante cuidado, para buscar una aprobación externa (fuera de España) que no acaban de conseguir. En Europa, saben mucho de esto, han sufrido guerras terribles por movimientos como este y no se dejan engañar. Ellos saben perfectamente que no pueden apoyarles, porque después vendrían los bretones, los bávaros y los padanos. Pero en estas tribus tan heterogéneas siempre hay exaltados. Y la violencia está al caer. Mi admirado Jaume Reixach da unas interesantes pistas al respecto en un reciente y largo artículo en El Triangle. Han de pinchar ACÁ MERO. Ya sé que les estoy poniendo muchos deberes, pero no hace falta que se lo lean todo de una sentada. Es que me gustaría no dedicar muchos más textos a este tema.

TRES. Ojo con las equidistancias. Queda muy bien decir que Rajoy tiene parte de culpa en el fregado que se ha montado. Desde luego que la tiene (aunque me gustaría que alguien me explicara qué otra cosa podía haber hecho), pero no es comparable. Estamos ante un tipo de postura como la de los que en el País Vasco condenaban toda violencia "venga de donde venga", Ponían así en el mismo plano a los etarras y a la policía. Hace poco, al señor Trump se le ha puesto verde de forma universal por analizar en esa clave los disturbios de Charlotteville. La policía nunca se puede poner a la misma altura que unos supremacistas como los que la liaron en esa pequeña localidad de Virginia. Pues el caso de los catalanes es similar. Cierto que no son violentos (por ahora), pero les repito: vigilen las equidistancias. Son repulsivas. 

Hay un tema CUATRO, que debo dejar para un próximo post por cuestión de extensión: el carácter corrosivo de los nacionalismos para cualquier izquierda real. El nacionalismo vasco se cargó a la izquierda en su tierra. En Cataluña ya ha terminado con el PSC y el PSUC y va ahora a por Podemos. Sean buenos. Y opinen, si les apetece. A mí no me van a cambiar de línea. Pero al menos se desahogan.

sábado, 2 de septiembre de 2017

668. Un largo y azaroso viaje de vuelta.

4 de agosto. La alarma de mi móvil suena, inoportuna como siempre. Lo alcanzo a tientas, lo paro y miro la hora: las 3.00. Entonces recuerdo: estoy en el Hilton de Portland (Oregon) y dispongo de media hora para ducharme, vestirme y hacer la maleta, que apenas he deshecho. Bajo a recepción, pago el hotel y salgo a la puerta. A esas horas no está abierto el bar ni nada. Sorprende incluso que haya calles, farolas y semáforos. En la puerta, como un escarabajo gigante agazapado en mitad de la noche, me espera un vehículo de Black and White Cabs. La noche es cerrada, hace calor y el taxi vuela por calles vacías. Llegamos al aeropuerto bastante antes de las 4.

Salir de Estados Unidos es mucho más fácil que entrar. Y el aeropuerto de Portland es pequeño. Mi vuelo, de Delta Airlines, sale a las 6.00 y tiene previstas dos escalas: en Seattle y New York. En el mostrador dejo mi maleta grande, facturada directamente hasta Madrid, paso la seguridad y camino hasta la puerta de embarque. Hay pocos viajeros, algunos trajeados y con maletín de cuero. Aprovecho la espera para acercarme a desayunar un café con un croissant en el único bar abierto. El avión sale puntual. Es un pequeño reactor que no tarda ni una hora en llegar al aeropuerto de Seattle-Tacoma que, al contrario del otro, es enorme. He de coger un tren para ir de una terminal a otra y luego caminar un buen rato hasta la puerta de embarque.

El avión a New York tiene fijada su hora de salida a las 9.30. Consulto un tablero de salidas y encuentro una información inquietante: el vuelo a NY tiene un retraso de al menos hora y cuarto. En el mostrador no hay nadie a quien preguntar. Consulto mi billete. En New York tengo un margen de poco más de dos horas para hacer el transfer. A poco que se retrase un poco más, puedo perder el vuelo. Lo de echar a correr y llegar con la lengua fuera sale una vez en la vida. No puedo ni soñar en repetirlo, mis lectores no se lo tragarían, demostraría ser un pésimo guionista de la película de mi vida. Sigo un rato pululando por el espacio impersonal, estándar, idéntico al de cualquier otro aeropuerto. Curioseo por las tiendas, observo al personal, miro cien veces a los tableros. De pronto se producen dos cambios. El tablero indica ahora que el retraso es ya de 1.45 horas. Y aparece una azafata de tierra que se sienta en el mostrador y enciende el ordenador. Hay otro vuelo que va salir antes desde esa misma puerta.

Me acerco y le planteo mis dudas. Tranquila y amable, busca los datos de mi vuelo, consulta la pantalla y cabecea de forma significativa: tengo razón, el vuelo New York-Madrid ya lo he perdido. Ella no puede hacer nada, tengo que ir a las oficinas de Delta. No están lejos. Allí me atiende otra señora de mediana edad, también avispada y muy amable. Como primera opción, estoy en mi derecho de subirme al avión retrasado y esperar el primer vuelo a Madrid que haya. El problema es que ese vuelo no sale hasta el día siguiente. No hay más vuelos ese día. La compañía me pagaría el alojamiento esa noche. He debido de poner cara de qué bien, tío, una noche en NY, porque enseguida me aclara que sería en un hotel al lado del aeropuerto. Apenas podría ver nada de la ciudad.

Pero, si yo lo que quiero es llegar a casa cuanto antes, ella me ofrece una alternativa: ir por París. Es una posibilidad a considerar. Desde París hay muchos vuelos a Madrid y yo llegaría a casa el sábado 5, como estaba previsto, sólo que por la tarde en vez de por la mañana. No hay más que una pega, me dice. El primer vuelo a París es a las tres y pico de la tarde. No importa, puedo esperar. Pero yo veo otro problema. Mi equipaje se ha facturado para la ruta Portland-Seattle-New York-Madrid. Al cambiar esa ruta, ¿no se perderá? Me dice que no me preocupe, que en cuanto ella haga el cambio de vuelos, los equipajes se redireccionan de manera automática. No me quedo muy convencido, pero no veo otra alternativa. Acepto, teclea un buen rato en el ordenador y me imprime mis nuevos billetes.

El embarque a París será poco después de las 14. Tengo un buen rato de espera. Me siento a tomar un segundo café. El tiempo pasa muy despacio. No tengo ningún libro, me terminé el de Cercas el día anterior. En la librería no hay nada en castellano. Compro un paquete de salmón salvaje del Pacífico envasado al vacío, para regalar. Entonces se me ocurre escribir un post para el blog. Nada mejor para llenar el tiempo. Encuentro un restaurante-hamburguesería con mesas amplias, que me parece adecuado. Pregunto si puedo sentarme a tomar sólo una cerveza. Por supuesto. Un problema: el cable de enchufar el ordenador está en el equipaje facturado, una bobada debida a las prisas al hacer las maletas. He de apresurarme para no agotar la batería. Tengo una idea base: estoy atascado en Seattle como Dylan en Mobile.

Al rato aparece un tipo joven, grandote y jovial que me pregunta si se puede sentar en mi mesa, está todo lleno. Hablamos y confrontamos nuestras peripecias idénticas: es checo, iba a Praga vía New York y ha perdido el segundo vuelo por el retraso del primero. Y también lo han convencido de cambiarse al vuelo de París. Y, por supuesto, comparte mi inquietud por su equipaje. Teme que se lo manden a Australia, dice. Se llama Stanislav y ha venido a Seattle a un congreso del sector de la alimentación, con dos colegas que se han quedado comprando algo y ahora le alcanzarán. Es que él no podía esperar más por una cerveza. Llama al camarero y le pide una como la mía, que tengo terciada. Mi texto está ya enfocado, pero la batería está a la mitad. No puedo seguir hablando con el checo. Le digo que me disculpe, que estoy haciendo el informe sobre mi congreso y me estoy quedando sin batería, porque mi cable va seguramente camino de Australia. Cuando llegan sus dos colegas ya se ha bebido su pinta. Piden hamburguesas y una ensalada de primero, cada uno. La mesa es amplia, así que yo también me pido una hamburguesa.

Los tres están cortados por el mismo patrón: grandes, colorados, sanotes. Con aire de charcuteros o taberneros. Hablan alto, lanzan grandes risotadas y me incluyen en sus bromas. Tengo que darme prisa con el texto, dentro de nada no va a haber quien escriba con el jolgorio. Llegan sus ensaladas y ya se piden su segunda pinta (Stanislav la tercera). Llegan por fin las hamburguesas, el texto está listo para publicar, me falta enviar mi mensaje al mailing de seguidores y colgarlo en Facebook. Pero ya tengo que sumarme al cachondeo. Me pido una segunda pinta de IPA beer, para pasar la hamburguesa. Mis colegas van por la tercera y cuarta, se han devorado las ensaladas y todo el pan que les han puesto y ahora se terminan sus hamburguesas en un periquete. Entonan una canción popular a dos voces, que suena fenomenal y suscita el aplauso de las otras mesas. Luego me gritan ¡Viva el profesor! y ¡Viva España! Y acaban cantando lo de Y viva España.

Cada uno saca su tarjeta de crédito para pagar. Stanislav se asombra: su cuenta es la más alta. Le han cobrado lo mío también. El camarero se disculpa, creía que éramos amigos. Saco yo mi tarjeta y lo arreglan. Ellos son hiperactivos, pero yo quiero quedarme un rato más en el lugar, a terminarme tranquilamente la hamburguesa, la segunda cerveza, apenas empezada, y mis deberes blogueros. Me levanto a darles unos abrazos y se van. Después repaso mi texto, lo publico y lo difundo por los canales habituales. Las ondas van más rápidas que las personas. El ordenador está en las últimas cuando lo cierro. Y todavía tengo margen para darme un paseo antes del embarque.

El vuelo a París va a ser puntual. Y mi nivel de alcohol en sangre es suficiente como para que me importe todo un rábano. Aun así, le hago una pregunta a la señora, ya sesentona, que está en el mostrador: si yo tengo un ticket de facturación por una ruta, al cambiarla ¿se cambia la ruta automaticamente como me han dicho? Levanta las dos manos, se encoge de hombros y enfatiza: It should...(debería). El avión es enorme. Los checos se han sentado en el otro extremo, parece que ya se les ha pasado el punto. Algunos pasajeros se recolocan y a mi lado queda un asiento vacío. Bueno para tenderse a dormir. Una cuenta rápida: hemos despegado a las tres de la tarde. Eso en París y en Madrid son las doce de la noche. Rechazo la primera comida que me traen, tengo la hamburguesa todavía asomando por encima de la epiglotis. Me calzo un somnífero y me tumbo en mi doble asiento.

Mucho después amanezco entumecido y dolorido. No tengo ni idea de por dónde vamos. Me duele la cabeza. Todas las persianas van bajadas y la mayoría del pasaje está completamente frita. Ya en el horario europeo son como las cinco de la madrugada. Me han dejado al lado del culo un paquetito con la segunda comida. Es una especie de empanadilla con una ensalada insulsa, un cubito de queso y alguna cosa más. Y una botellita de agua. Me lo como, voy al baño, camino arriba y abajo. No tengo sueño. Busco entre las películas y elijo Un golpe con clase. Es aquella película de tres ancianos que deciden atracar el banco que les está extorsionando. Es divertida, los actores son excelentes (Michael Caine, Morgan Freeman y Alan Alda). Y además cuenta con la simpar sonrisa irónica de la gran Ann Margret, conservada a través de los años. Pero no es comparable a Los dinamiteros, con Pepe Isbert. En este momento he perdido ya la noción del tiempo. Me siento como un viajero galáctico perdido en el espacio/tiempo. Podría contarles que me vino a la cabeza alguna música de David Bowie, o de Dylan, o de Nirvana, o de los Stones, en la línea más cool de este blog, pero no les mentiré: lo que sonaba en mi cabeza era un grupo murciano que hace versiones y que se llama M-Clan. Qué quieren que le haga, uno tiene también su vena hortera vernácula. Aquí se la pongo.


Sigue transcurriendo un tiempo interminable y yo soy un cowboy del espacio azul eléctrico, ya ven. En un momento dado dan todas las luces y empiezan a repartir un desayuno copioso. El secreto de Delta Airlines para hacerte el trago más llevadero consiste en forrarte a comida. El avión aterriza sin problemas en el Charles de Gaulle y ya me siento un poco como de este lado. Son las 10.15 de la mañana del sábado 5 de agosto. Y mi vuelo a Madrid es a las 3.40pm. Nuevo tren de conexión entre terminales, nuevas caminatas, nuevos escaparates. Casi al final de mi tiempo de espera me compro una baguette de salchi francés con una lata de Heineken, porque sé que en el vuelo a Madrid no me van a dar nada: este será un vuelo de Air France, que son unos rácanos. 

El vuelo sale puntual, va abarrotado y yo me vuelvo a quedar frito, porque ya no sé ni en que hora me encuentro. El aterrizaje enfrente de la T4 es el más basto que me ha tocado sufrir en todo este viaje. Había turbulencias finales sobre la meseta. Y la azafata, en su mensaje de despedida, dice textualmente: la temperatura en tierra es de 40 grados, lo que suscita una risa nerviosa generalizada. El avión ha de rodar hasta los muelles de la T2, lo que se lleva casi tanto tiempo como el vuelo Portland-Seattle. Y luego hay que caminar un largo trayecto hasta el lugar por donde salen las maletas. Entre ustedes y yo, cada vez que me veo en ese trance y finalmente veo aparecer mi maleta, mi mente se lo toma como el resultado de algo milagroso, de un mecanismo universal prodigioso que hace que cada maleta salga por el agujero correcto.

Esta vez, el milagro no se produjo. Cuando se encendió el letrero "descarga finalizada", caminé con el rabo entre las piernas hasta el mostrador de las reclamaciones, en donde había una cola mediana. Atendían dos personas, una chica joven sonriente y un señor mayor de aire estresado, que además atendía el teléfono. A medida que avanzaba la cola, el hombre se iba poniendo más histérico, hasta que, de pronto, se puso a dar voces destempladas al comunicante de turno: mira, Fulano, tengo que cortarte, que hoy llevamos ya 56 maletas perdidas, 56, no te digo más. Me tocó la chica sonriente. Le expliqué mi problema y se adelantó a decirme que seguramente la maleta estaba en París, que le había pasado lo mismo a otros pasajeros del mismo vuelo. Pero se equivocaba, le pasé mi resguardo, lo metió en un lector y al instante se desdijo: mi maleta estaba en Nueva York. Vendría en el vuelo siguiente, que era el domingo 6 por la mañana, y me la llevarían a casa por la tarde. 

Entonces salí al bochorno madrileño, sin maleta y con una cierta sensación de alivio: el final de mis aventuras estaba ahí, al alcance de mi mano. Decidí que pasaba de taxis. No me gustan los taxistas, no tenía prisa y estaba más allá del cansancio. Me subí en el Metro, viajé hasta Nuevos Ministerios y allí tomé el tren a Atocha. Y, dentro de mi recobrada sensación de relax, decidí no coger el Metro de Atocha-Renfe a Atocha, como hago de costumbre (me rompí un brazo al intentar hacer ese trayecto en sentido contrario). Por el contrario, caminé a través de la estación, que estaba razonablemente fresquita, crucé el invernadero y salí a la plaza. Y allí me aguardaba la última de las anécdotas insignificantes que han conformado el largo relato de mi viaje a Portland.

Circulando por la acera de la estación, se puso verde el semáforo de peatones. No había coches por medio y decidí hacer una diagonal por la amplia calzada, para atajar. Y, nada más pisar la calzada, se produjo un alboroto notable en la acera opuesta. Allí se ponen los manteros, todos de raza negra, y de vez en cuando aparece una moto de policía y los espanta. Suelen tener a uno de ellos apostado para dar el agua. En cuanto el tipo da la señal, tiran de la cuerda, convierten la manta en hatillo y echan a correr como almas que lleva el diablo. Eso fue lo que sucedió en ese momento. Y la prisa extrema les hizo salir de estampida por la diagonal por la que yo caminaba. Se me vinieron encima a la carrera, pensé que podían tirarme y me quedé quieto. Me esquivaron, pero uno de ellos se tropezó ligeramente conmigo y se le cayó a mis pies un sombrero blanco de los que llevaba, con etiqueta y todo. Lo cogí del suelo y salí tras él gritándole: ¡Eh, amigo, que se te ha caído esto! Pero hace años que quedó demostrada la supremacía de los negros en la disciplina de la carrera de fondo. 

Me quedé con el sombrero en la mano, corriendo todavía por inercia hasta pararme. Entonces, desde el grupo de peatones que cruzaban correctamente por el paso de cebra, me llegó una voz: ¡Eh, jefe, déjelos, hombre, quédeselo usted, que seguro que le sienta bien! Usted ya ha hecho lo que ha podido. Miré y vi que todo el mundo estaba pendiente de mí. Me puse el sombrero y me gané una pequeña ovación. ¿Ve usted, hombre? –decía el que me había voceado–, si le queda como un guante... Es como si lo hubieran fabricado para usted. Seguí hasta casa. Dos ideas rondaban mi mente. Una: el tipo me había llamado jefe, igual que mi amiga indonesia Tantri. A medida que me voy haciendo mayor, cada vez mando menos, tanto en mi trabajo como en mi casa y, sin embargo, cada vez me llama más gente jefe. Otra: si me siguen pasando cosas como esta, incluso en Madrid ¿será que las llevo conmigo tanto si estoy de viaje como si no? Mi vida es un blog, aquí y en San Petersburgo. Les dejo la foto con mi nuevo sombrero. Está fabricado en China y es muy cómodo. Un digno colofón para esta serie de textos. ¡Ah! la maleta me la trajeron el domingo por la tarde. Y, haciendo la cuenta en horas reales, desde que salí de la puerta del Hilton de Portland, hasta que abrí la puerta de casa con mi llave, transcurrieron exactamente 30,5 horas. Buen fin de semana.