domingo, 30 de diciembre de 2012

68. Por un calendario sin meses

Nada, que con esto de las fiestas y el fin de año, uno llega a autosugestionarse y pensar que, en el momento del cambio de año, está traspasando una especie de frontera entre un tiempo y otro, tránsito que subrayamos atragantándonos con las uvas, chocando nuestras copas de champán y pensando que “to er mundo e’ güeno”. No quiero ser aguafiestas, pero no deben olvidar que el tiempo es un fluido que transcurre de manera continua, indefinida e implacable. La manía de fragmentarlo para medirlo, ha llevado al humano a establecer divisiones, que luego conforman un calendario, algo que no es sino una convención que todos aceptamos, similar al trazado de fronteras sobre un territorio que, antes de eso, era también continuo.

La prueba de que es una convención es que nuestro calendario no es el único, como saben. Nuestro calendario, usado en todo el mundo occidental, es el llamado gregoriano, vigente desde 1582, año en que lo aprobó el Papa Gregorio XIII, corrigiendo ligeramente el calendario juliano, establecido por Julio César unos años antes de Cristo. Los chinos, por ejemplo se basan en el año lunar, de modo que el día de Año Nuevo cae cada año en una fecha (gregoriana) diferente. El Año Nuevo chino lo marca la luna nueva más próxima al día equidistante entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera. En 2012, fue el 23 de enero. En 2013 será el 10 de febrero. Esa es la forma en que se fija también la Semana Santa, una fiesta cristiana anterior al actual calendario. Por otra parte, los chinos están ahora en el año 4710, a punto de  entrar en 4711. Cuentan desde el momento en que se estableció ese calendario, más de 2500 años antes de Cristo. Su artífice fue Huang Di, a quien  llamaban el Emperador Amarillo.

Los años chinos se agrupan en docenas y se dedican a doce animales diferentes, que se van repitiendo. El 23 de enero pasado tuve ocasión de asistir a la celebración de la llegada del Año del Dragón, invitado por la Delegación de Hong Kong en Europa, con cuyos representantes en Madrid tengo relación hace años. Me contaron que, en ese momento, había aumentado mucho el número de embarazos en todos los países que se rigen por el calendario chino (Corea, Japón, Vietnam y otros, además de China). Todo el mundo quería tener un hijo nacido en el Año del Dragón, algo que garantiza toda clase de buenaventuras. Y lo que más molaba era que nacieran al principio, porque entonces les toca la cabeza del dragón que es lo mejor de lo mejor. El próximo 10 de febrero entraremos en el Año de la Serpiente.

Por su parte, los judíos están ya en el año 5773. Su calendario, que también es lunar, se inicia con el Génesis, el día de la creación del primer hombre, según está escrito en la Torá. El día de Año Nuevo varía también con la luna, pero en este caso cae en el mes de septiembre. Los ultraortodoxos, esos que llevan tirabuzones colgando junto a las orejas, creen que en el día del Año Nuevo hebreo se predestinan los hechos que habrán de suceder a lo largo de todo el año. Por eso deben portarse bien y, entre otras cosas, no trabajar ese día. Es curiosa la costumbre judía de celebrar las fiestas a base de no trabajar nada. Así lo hacen cada sábado. Los viernes desarrollan una actividad febril, para comprar todo lo necesario para la fiesta del Sabbath.

Y luego está el calendario musulmán, que parte de Mahoma, por lo que está ahora en 1434. Éste tiene unos años más cortos y otros más largos intercalados, se basa en el sistema sumerio de medir el tiempo y también se ajusta a los ciclos lunares. Se compone de series de 30 años, tras los cuales vuelve a coincidir con el nuestro. El mes sagrado del Ramadán se va retrasando y por eso cada año se celebra en una fecha diferente del calendario occidental. Los años que pilla en agosto, los cumplidores estrictos del ayuno las pasan canutas, sobre todo si están en occidente y han de realizar algún trabajo físico, como los futbolistas.

Seguro que todas estas variantes les parecen una antigualla y una cosa arcaica y absurda, pero les puedo jurar que nuestro calendario no es mucho menos absurdo. El calendario gregoriano es tan acientífico como los otros. Me explico. Los días tienen un fundamento (una rotación de la Tierra). Los años también (una traslación de la Tierra). La semana tiene una correlación con el movimiento de la luna (el ciclo lunar dura 28 días justos). Pero ¿los meses? Los meses no responden a ninguna lógica matemática. Son una división arbitraria del año. Tienen 28, 30 o 31 días, al aliguí. Si usted quiere averiguar qué día de la semana es una fecha concreta, debe consultar su calendario, un ábaco al fin y al cabo, porque no podrá deducirlo por ninguna regla matemática. ¿Sabe usted qué día caerá el 12 de marzo? No. Para saberlo debe consultar el ábaco de 2013, que ya habrá comprado, como hizo los años anteriores.

Algunos científicos han propuesto variantes más lógicas, pero ninguna ha triunfado. Es algo similar al esfuerzo del esperanto, una idea maravillosa, que no tuvo ningún seguimiento. El esperanto no lo habla ni Dios y no ha conseguido ser lengua co-oficial en ningún país. Con el ánimo de promover una iniciativa igualmente absurda, maravillosa y condenada irremediablemente al fracaso (lo que la hace todavía más interesante), les voy a proponer un nuevo calendario, basado en premisas matemáticas. Estoy convencido de que sería mucho más práctico que el vigente, al menos para la gente “de ciencias”. Es un calendario muy sencillo, con vocación de convertirse en universal, como el sistema métrico decimal.

La idea es basarse en la semana, un intervalo que va al compás de la luna y está impreso en la mente humana desde la creación divina, con su séptimo día de descanso.  La semana sirve  para medir los embarazos, las mareas y la programación del trabajo de las empresas. La semana es cojonuda. Sin embargo, descartaremos el concepto de mes, ese invento posterior sin ningún fundamento científico. ¡Fuera los meses! El año tiene 365 días, o sea, 52 semanas. 52x7=364. Es decir, tendríamos un año de 52 semanas y nos sobraría un día. Ese día podría considerarse el Día Cero, lo sacaríamos del calendario y sería el día perfecto para hacer la gran fiesta de Fin de Año. Nos quedaría, entonces, un año de 52 semanas justas. Pero 52 es divisible por 4 y eso nos lleva a un año con cuatro trimestres idénticos, de 13 semanas cada uno.

Para hacerlo aún más lógico, propongo hacer coincidir el Día Cero con el solsticio de invierno, entroncando con las tradiciones de las que les hablé en la entrada nº 52. Eso hará que los cuatro trimestres coincidan con las estaciones: trimestre de invierno, de primavera, de verano y de otoño. Las semanas se numerarán por trimestres: segunda semana de invierno, séptima de otoño ¿No me digan que no es perfecto? Una verdadera máquina. 

El problema de los años bisiestos se soluciona haciendo ese año un Doble Día Cero, una fiesta de 48 horas. Al eliminar los meses, podríamos prescindir de los calendarios, los días se llamarían con un número del 1 al 364 y, para establecer una cita, bastaría con saberse la tabla del 7. Por ejemplo, un amigo te dice: quedamos a cenar el día 129. Un rápido cálculo mental: 129:7=18 y me sobran 3. Te están hablando del tercer día de la semana 19 del año, es decir, el miércoles de la sexta semana de primavera.

Como les anuncié, es un empeño sin posibilidad de hacerse realidad, pero ¿no me digan que no es sugerente? A lo mejor, a partir de cambiar de calendario, iniciábamos una verdadera revolución mental y acabábamos con los políticos y demás especies que nos hacen la vida imposible. Piénsenlo.

Mientras se implanta el nuevo calendario, les deseo un muy FELIZ AÑO NUEVO.

viernes, 28 de diciembre de 2012

67. Cañete y el vino de Jerez

Bueeeeeeeeeeeeeno, no se me molesten, ya sé que no están todo el día tocando la zambomba y escuchando villancicos con cara de arrobo. Ha sido automático: les he pinchado un poquito, a cuenta de su absentismo bloguero navideño, y han vuelto a dispararse las visitas. Ya veo que, como el bebé de la historia que les contaba en mi última entrada, no habían abandonado la buena costumbre de entrar en mi Blog, sólo estaban descansando. Como premio, voy a dejar a un lado mi propósito de esperar a que pasen las fiestas, y vamos a empezar ya a dar caña. ¿Por qué no? Y, para dar caña, nada mejor que Cañete.

El actual ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete, ya visitó esté Blog en la entrada nº 2, a cuenta de sus viejas declaraciones explicando que un camarero marroquí nunca tendría el mismo salero que uno nacional, a la hora de servir un desayuno como Dios manda, porque no lograría entender si el desayunando quiere la tostada con crema, con manteca colorá, con boquerones en vinagre o con tomate.

Bien, pues este orondo señor ha vuelto a abandonar el anonimato de la segunda línea del Rajoy team, para felicitarse públicamente por la reciente sentencia de la Audiencia Nacional que anula las sanciones impuestas por la Comisión Nacional de la Competencia (CNC) entre 2009 y 2011 al Consejo Regulador del Vino de Jerez, por sus presuntas prácticas monopolísticas. Aquí tienen el link al Diario de Jerez, en donde se da cuenta de las declaraciones del señor Cañete. 

Muy bien. Algunas reflexiones al respecto. Las prácticas monopolísticas tienen una amplia tradición en España, en donde mucha gente se proclama liberal (como Esperanza Aguirre), pero luego arrima el ascua a su sardina, familiar o gremial. Ser liberal está muy bien, yo me proclamo liberal, estoy convencido de que la competencia es buena dentro del sistema de libre mercado en el que nos movemos, y para el que ya no parece haber alternativa desde el derrumbe del mundo soviético. Pero yo no soy un liberal-esperancista, uno de esos que dicen que mucha libertad, pero para que yo, desde el poder, favorezca a mis amigos o mi familia.

La libre competencia se basa en la existencia de unas normas que regulan el funcionamiento de los mercados, mientras que el liberal-esperancismo se basa precisamente en la eliminación de esas normas, en lo que se ha dado en denominar con el palabro “desregulación”. En esta sociedad tan hipócrita en la que vivimos, se desarrolla una lucha continua entre los que vigilan el cumplimiento de unas mínimas normas de libre concurrencia en los mercados, y los que tratan de burlarlas. Es como la carrera permanente entre el doping y el anti-doping.

La CNC es un organismo estatal creado para defender la posición en esa constante pelea. La CNC tiene una página Web: www.cncompetencia.es. Si entran en ella y pinchan sobre la palabra “Noticias”, se sorprenderán de la cantidad de expedientes que este organismo tiene abiertos, desde las empresas eléctricas, cuya aparición reciente en el programa Salvados casi le cuesta la barba al bueno de Jordi Évole, hasta las empresas mayores de telefonía (Moviestar, Orange y Vodafone), que directamente incluyen en sus balances anuales una partida para pagar las multas de la CNC, y siguen cebando su monopolio. Pasando por la Asociación Nacional de Criadores de Caballos, o lo que la propia CNC denomina "el cártel del material de archivo”. Increíble, pero cierto.

En ese marco, es donde hay que situar la sanción al que también podríamos llamar “cártel del vino de Jerez”. Su verdadero nombre es: “Consejo Regulador de las denominaciones de origen Jerez-Xérès-Sherry, Manzanilla de Sanlúcar de Barrameda y Vinagre de Jerez”. Parece ser que la CNC investigó durante años las prácticas que este organismo desarrollaba desde 1991 (y se supone que desde antes), y decidió imponerle unas multas superiores al medio millón de euros, que ahora ha anulado la Audiencia Nacional.

Las prácticas del Consejo suponen un sofisticado sistema de fijar los precios del mercado de la uva, y manejar a su antojo la oferta de mostos y caldos de la región que controlan. La Audiencia basa su decisión en dos argumentos: que la Junta de Andalucía estaba de acuerdo con el sistema y que se le había dado publicidad suficiente. Es como si un proyecto urbanístico contrario al planeamiento vigente se convirtiera en legal sólo porque lo respalde un organismo oficial y se publicite a los cuatro vientos.

Bien, hasta aquí, nada demasiado escandaloso. El vino de Jerez es un patrimonio nacional que se debe proteger, cuyos orígenes se remontan a los tiempos antes de Cristo, cuando los fenicios plantaron las primeras viñas. Su historia la encuentran ampliamente relatada en la Wikipedia y no hace falta que se la reproduzca aquí. En Inglaterra ya apreciaban el jerez en el siglo XII. El auge definitivo de esta industria viene del siglo XIX y se debe a una serie de cultivadores ingleses: Sandeman, Terry, Domecq, Osborne, Garvey, Duff-Gordon y tantos otros que les sonarán de las estanterías de los bares. Y González-Byass (o González by ass,  versión chusca que no hace falta que les traduzca, que todos ustedes entienden el inglés elemental).

La legislación en que se basa la creación de la CNC, intenta proteger al consumidor de las prácticas monopolísticas, y podríamos llegar a entender que el Gobierno quiera, en estos tiempos de crisis, proteger más al productor que al consumidor y, por tanto, subvencionar esa industria, relajar los controles anti-monopolio y salvar un sector productivo del que viven tantas familias y que además es patrimonio nacional, etcétera. Tengamos en cuenta también que el vino de Jerez no es un artículo de primera necesidad, no es como si la Audiencia adoptara una resolución similar con el trigo, por ejemplo. Incluso podríamos entender que el señor Cañete, como Ministro de Agricultura, quiera velar por la pujanza de un importante sector productivo, por encima del cumplimiento estricto de las leyes de la libre competencia.

Pero la clave del asunto la encontramos en la propia Wikipedia, sólo buscando la referencia personal de don Miguel Arias Cañete. Transcribo directamente: Arias Cañete está vinculado a Jerez de la Frontera por su matrimonio con Micaela Domecq y Solís-Beaumont, novena hija de Juan Pedro Domecq Díez y de Matilde de Solís-Beaumont y Atienza (hija de los marqueses de Valencina), con la que tiene tres hijos. Ha sido, por tanto, cuñado del ganadero Juan Pedro Domecq. Este hermano de su esposa, hasta su fallecimiento en 2011, estaba casado con la condesa del Asalto, María Teresa Morenés y Urquijo, a su vez prima de otro ministro del gobierno de Mariano Rajoy, Pedro Morenés. Fin de la cita.

Pues, como suele decirse, sobran los comentarios.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

66. A mitad de travesía

¡Qué más quisiera yo, que se hubiera ya pasado la mitad de las navidades! Apenas hemos cumplido la mitad de la primera de las tres semanas de parada del mundo y yo ya estoy hasta los cataplines. En el Blog no entra ni Blas, imagino a todos tocando la zambomba, comiendo polvorones a dos manos y poniendo cara de arrobo con los villancicos. Especialmente han bajado las visitas desde el extranjero (USA y Alemania, sobre todo), lo que me confirma en mi idea de que mis seguidores son casi todos emigrantes nacionales, que han venido a pasar las vacaciones a casa, al olor del polvorón y el ternasco.

Los pocos que entran se van como cuervos a la entrada nº 58, “No me gustan las Navidades”. Ya sabía yo que la tristeza vende bien, por la cosa del morbo. Pero yo sigo erre que erre con mi reivindicación del optimismo y el sentido del humor, como salvavidas en los tiempos difíciles que nos tocan. Lo de la entrada 58 fue sólo un lapsus. Tengo en mente una serie de temas para escribirlos y colgarlos, pero voy a esperar a que se acaben las fiestas y suba la expectativa de lectores potenciales. Si se creen que estoy levantando el pie del acelerador por falta de temas que contar, están muy equivocados. Tengo cuerda para rato.

Me viene a la memoria un viejo chiste o historieta de posguerra. Aquella del niño pequeño que tiene un berrinche morrocotudo y está venga berrear y berrear desde hace horas, y toda la familia tiene ya un dolor de cabeza enorme, porque el niño no cede y han decidido dejarle llorar hasta que se canse, antes que ceder a lo que quiere. En un momento dado, el escándalo se interrumpe súbitamente y todos reciben el increíble silencio con una inefable sensación de alivio. Entonces entra la abuela y le dice ¡¡¡Ay mi niño, qué guapo, que ya ha parado de llorar!!! Y el niño, sobreponiéndose a esos suspiros triples de los bebés, que parece que les suben desde los pies, consigue decir de manera entrecortada: “Si no he parado, abuela, es que estoy descansando”.

Pues eso. No se crean que he parado de escribir entradas de este Blog. Como el bebé de la historia, sólo estoy descansando. En realidad son ustedes los que están descansando. Yo me adapto a esta costumbre católica de parar el mundo tres semanas y respeto su felicidad y sus villancicos.  Cuando hayan terminado con el roscón reanudaré mi ataque, que hay muchos temas pendientes.

El raca-raca de los catalanes no ha hecho más que empezar y es un asunto muy peligroso (están a punto de empezar a tirar piedras a las lunas de Cajamadrid, o de la Mutua Madrileña del Automóvil, por ejemplo). No saben cuánto me alegraría equivocarme en mis pronósticos. Estoy preparando entradas sobre Yugoslavia y Sri Lanka, donde cosas como ésta terminaron en estallidos muy violentos. Cierto que en ambos casos había diferencias de religión y eso si que es peligroso. Que si Artur Menos fuera simplemente mormón, las hostilidades ya se habrían desatado hace tiempo.

El amigo Monti ha dicho que estará encantado de seguir siendo presidente de Italia, pero no quiere presentarse a las elecciones. Natural, como que es el heredero de los antiguos condottieri, ya se lo contaba yo en la entrada 38. Europa espera expectante. Y Obama aun no ha logrado librar a su país del “abismo fiscal” al que le llevan los republicanos en su tozudez. Tiene sólo hasta el 1 de enero. Veremos qué pasa.

Y quiero contarles algo de Siria, un país que visité en 2004 y por eso me duele más su negro presente y su incierto futuro. De los países árabes que han pasado revoluciones, los que aparentemente están mejor son  Túnez y Egipto, y no parece que hayan avanzado mucho en el camino de la normalización democrática. Las  mujeres siguen subsistiendo en un escalón intermedio entre animales y personas. En ninguna parte están peor las mujeres que en el mundo musulmán.

Y aquí al lado, digamos que a la puerta de nuestra casa, los yihadistas han instaurado un régimen islámico radical que se ha apoderado de más de la mitad del territorio de Mali, el país de mi admirado Salif Keita. En la zona que controlan está la ciudad de Tombuctu, un lugar en el que había 16 mausoleos islámicos de la rama sufí, en donde se guardaban importantes manuscritos medievales, sobre temas como astronomía, medicina y filosofía. Los yihadistas los están destruyendo por considerarlos contrarios a su interpretación radical del Corán. Estaban declarados Patrimonio de la Humanidad, pero me temo que ya quedan pocos. En Youtube pueden encontrar vídeos de estos salvajes atacando los  monumentos con picos y azadones al grito de Allah Akbar.

Así que miren si hay cosas de que hablar. Aprovechando el parón de las fiestas, el Área municipal para la que llevo treinta años trabajando, está siendo trasladada, con navideñidad y alevosía, a una nueva sede en la que no cabe ni la mitad de la gente que vamos a ocuparla. Sí, sí, ya sé que no debo hablar de mi trabajo, perdonen, se me ha escapado. Lo cierto es que estoy viviendo el proceso como un verdadero desahucio. Después de treinta años de trabajar en un edificio, que te echen para derribarlo te hace sentir como los monos de las selvas amazónicas, ante el avance de los madereros.

Frente a esto voy a hacer dos cosas. Uno, volver a jugar a la lotería, a ver si me toca el premio de El Niño, y puedo mandar a ciertas personas a freír churros. También voy a informarme sobre la Bonoloto y el Euromillones, para probar otras alternativas. Dos, proponer una distribución de los puestos de trabajo como la que se ve en la foto de abajo, buscando una optimización del espacio laboral disponible, en aras a una mayor eficiencia y productividad, inducida también por el aprovechamiento de las sinergias, que sin duda se producirán, para potenciar el rendimiento laboral sobre la base del esfuerzo compartido.


Sean felices y no se pasen de comer perdices.
   

domingo, 23 de diciembre de 2012

65. El mundo se para tres semanas

Decían algunos estúpidos que si se acababa el mundo el otro día. Bueno, estúpidos los que se lo creyeron en serio, no me parece mal como juego y tema de conversación un poco más lúdico que todos estos de la crisis que nos han agobiado este año. Como siempre, algunos chistes realmente ingeniosos, por ejemplo, el siguiente. Sobre una imagen institucional, típica de los anuncios del Gobierno, se escucha una voz en off que, con toda seriedad, dice: “Se comunica a toda la población que el día del fin del mundo queda aplazado sine die en nuestro país, hasta que los españoles paguen las tasas establecidas para el Juicio Final. Ministerio de Justicia. Gobierno de España”.

Pues el mundo no se ha acabado pero, como cada año, todas las rutinas se interrumpen durante tres semanas. Pongo algunos ejemplos. El otro día bajé a cortarme el pelo al local de mi amigo Jurgen y, como siempre, hablamos de lo divino y lo humano. Observé que tenía una de las tres sillas de peluquero de que dispone arrumbada en un rincón y tapada con una toalla. Parece que alguien se sentó en ella con brusquedad y le quebró una de las patas con rueda. Jurgen pidió el recambio a la empresa que las fabrica, y le contestaron que no se lo podían mandar hasta enero, porque la empresa de suministros cerraba por Navidad.

Otro ejemplo. Hace unos años me diagnosticaron rotura de menisco con derrame en la rodilla izquierda a primeros de diciembre. Tenían que operarme ya, pero me dijeron que eso no era una urgencia y, con los turnos de vacaciones, etcétera, me dieron una fecha de finales de enero. Los que presentan un proyecto para licencia urbanística en los primeros días de diciembre, ya saben lo que les espera. No hablemos de los juicios, las sesiones parlamentarias del Congreso y todo lo demás. Jurgen dice que en Alemania no es así, pero yo me sospecho que no será muy diferente. Excepto que no celebran la fiesta de Reyes y tal vez paran dos semanas en vez de tres.
  
Estos días, periódicos y televisiones también se dan un descanso. Por ejemplo, en el día de ayer uno podía poner cualquier emisora de radio o televisión y encontrarse las mismas noticias del año pasado: el Gordo ha estado “mu repartío”, para variar, y nos asaltan las imágenes de tipos alelados de felicidad porque les ha tocado un premio grande. Ya les dije que este año no jugaba ni un céntimo, en respuesta a la supresión de la paga de Navidad, pero los anteriores, en los que jugaba dos o tres décimos y unas diez o doce participaciones, mi sensación era la misma. Vale, es la noticia del día, pero no hace falta que le dediquen medio telediario. 

Además, conociendo cómo funciona la televisión, yo no me creo que los premiados salgan a la calle y se pongan a hacer el mono de forma espontánea y que, casualmente, aparezca por allí la televisión a filmarles. La cosa es justo al revés. Los de la tele buscan en dónde ha tocado algo, encuentran a unos tipos sin duda felices, preparan el aparataje y les dicen: hala, salid ahí fuera, descorchad una botella y decir alguna gilipollez. Y los tipos obedecen. Sólo así se explica la falta de naturalidad y la homegeneidad de las escenas con que cada año nos acribillan por estas fechas.

Teniendo en cuenta que el mundo no se acaba, pero se paraliza tres semanas, yo también tendré que reducir mis entradas en el Blog, porque el descenso de audiencia que ya noto normalmente en los fines de semana, se va a agudizar en estos próximos días (ya lo estoy notando). Comprendo que todos ustedes están muy ocupados con la organización de cenas, compra de regalos, elaboración del arbolito de Navidad y el Belén, consumo de cava, digestiones pesadas y todo lo demás. En el fondo, el hecho de que podamos celebrar estas fiestas y parar el mundo tres semanas es un indicativo de que el desmantelamiento del Estado de Bienestar que hemos sufrido sistemáticamente este año, no ha acabado con todo.

Hemos llegado hasta aquí sin pedir el rescate, a pesar de que hasta El País lo reclamó en un editorial, y a mí me parece muy bien, porque, como dije en la entrada 55, entiendo que los países rescatados están bien jodidos y el rescatado dos veces (Grecia) está jodido al cuadrado. Por cierto, qué ironía la de las agencias de calificación que han decidido subir la nota de Grecia de “mierda menos” a “mierda más”. No sé cómo no les da vergüenza. 
  
El pobre Obama está en las mismas que en la legislatura anterior. Los republicanos continúan “dando musho por culo” y lo están empujando hacia el “abismo fiscal” que no sé lo que es, pero suena fatal y me temo que los que lo sufriremos seremos los europeos. El señor Berlusconi amagó con presentarse, subió la prima de riesgo y enseguida se apresuró a decir que no lo tenía tan claro y la prima se relajó otra vez. Ya saben: el bailecito del reggaetón que les explicaba en las entradas 2 y 5, y unos cuantos brokers que se forran con la subida y luego con la bajada, entre ellos quizá el propio Berlusconi, que no creo que esté por la labor de volver a ser presidente, cuando va a casarse con una de 27 y puede seguir divirtiéndose en la sombra y dando sustos de vez en cuando: ¡Ojo que vuelvo! Cómo se lo pasa. Y mientras, mi admirado Monti deshoja la margarita y se hace querer. Hace bien. Si quieren que siga, que le garanticen que Berlusconi no va a andar todo el rato amagando con salir de la nevera.

Pero todo esto pasa a segundo plano durante tres semanas en las que vamos a aparcar los problemas, vamos a agarrar una zambomba y ¡hala! a cantar villancicos, empancinarnos de turrón y polvorones, gastar más de lo debido, hacer regalos, mandar mensajitos de felicitación y christmas protocolarios y celebrar que el Gordo ha vuelto a estar mu repartío. Como no quiero hacer de cenizo, rebajaré el ritmo de mis entradas y les daré un poquito de cuartel. Por cierto, ya me han avisado de que, si quiero ser lo suficientemente cool para que mi Blog salga en la portada del Huffington Post , tengo que dejar de hablar de “entradas” y decir “posts”.  Casi que voy a seguir como estaba.

Sean felices, quieran a los que les quieren y disfruten del lapsus de tres semanas. Confiemos en que estas fiestas preludien un año no tan malo. Por lo menos, no perdamos el sentido del humor. Yo voy a descansar un poco, pero seguiré aportando mi granito de arena para que la gente se tome la crisis con menos dramatismo. Ya saben que nunca ha sucedido que después de llover no escampe (lo dije en mi post, perdón entrada, número 1, la que inauguraba el Blog). Hay que seguir peleando. Hay muchos frentes abiertos y la lucha es lo que le da sentido a la vida. Felices fiestas.     

viernes, 21 de diciembre de 2012

64. De escoceses y otros estereotipos

Ya sé que generalizar es una estupidez, que en todos los países y en todos los pueblos habrá santos y asesinos, tontos y listos, solidarios y egoístas, estresados y pachorrones, generosos y roñas. Pero convendrán conmigo en que hay características específicas de los pueblos, que impregnan su forma de ser colectiva y los hacen reconocibles desde fuera. Los catalanes son de una manera muy concreta; los vascos y los asturianos, lo mismo, y a los de Toledo se les reconoce a la legua, sobre todo al volante de un automóvil.

Hoy les voy a hablar en primer lugar de los escoceses, los paisanos de Sean Connery. Un pueblo de actualidad por el referéndum soberanista que preparan. Entre los anglosajones, los escoceses tienen fama de agarrados, lo que es origen de numerosos chistes. Algo de verdad debe de haber, cuando tienen esa fama. Aunque no se lo crean, también tengo un amigo escocés, al que hace años que no veo. Mi amigo se llama Geoff Keogh y, si no se ha jubilado, debe de continuar como profesor titular (senior lecturer) de la Aberdeen Business School, una prestigiosa y exclusiva escuela privada de negocios, en la que se forman los jóvenes cachorros de todos los países, que salen de allí preparados para comerse el mundo inmobiliario.

Lo conozco porque, dentro de su asignatura, hacía algunos viajes de estudios y solía recalar por Madrid a que le mostráramos los proyectos urbanísticos en marcha en nuestra ciudad, tarea en la que, como saben, se ha contado conmigo durante años. Geoff es mayor que yo (por eso dudo de si no se habrá jubilado). Es un hombre alto y delgado, completamente calvo, de cabeza apepinada, gafas de montura fina y aire doctoral. Lleva siempre la misma gabardina, camina encorvado a grandes zancadas y parece continuamente ensimismado en alguna reflexión profunda. Es también una persona muy cariñosa y atenta, que no habla una palabra de castellano. Desde su primera visita, hicimos amistad porque le gustó mi forma de explicar el urbanismo de Madrid a sus alumnos.

A partir de esa primera visita, adoptó la costumbre de contactar conmigo primero para que yo revisase el programa de su viaje y las distintas conferencias. Entonces aparecía al frente de su grey portando una botella de whisky escocés para mí, siempre de marcas diferentes, imposibles de conseguir en España. Tengo que decir que nunca en mi vida he probado un whisky como esos. El último año que vino, traía apenas seis o siete alumnos, con mayoría de orientales y negros. Me confesó que la crisis estaba afectando severamente a la Business School, que se estaba quedando sin estudiantes. Y ya no volvió más.

A lo que voy. El día que apareció con la primera botella, muy educadamente me sondeó para asegurarse de que sabría hacer buen uso de ella. Con aire despreocupado, le dije que lo serviría en un vaso alto con hielo y me lo bebería. Palideció y me dijo muy serio: si eso es lo que va usted a hacer, me la llevo otra vez. Entonces me explicó las tres reglas básicas para utilizar adecuadamente su regalo y me hizo prometer que no cometería el sacrilegio de hacerlo de otra forma. Estas fueron sus indicaciones:

            1.- No le ponga jamás hielo ni lo meta en la nevera.
2.- Utilice una copa ancha de coñac y bébase una al día, antes de acostarse, mientras escribe o lee. Si le resulta muy fuerte, puede añadirle un chorrito de agua del grifo.
3.- (La más importante) Si un día hace una fiesta en su casa, escóndalo. Los amigos seguro que harían un mal uso del licor, le pondrían hielo y todo eso, y además se lo terminarían enseguida. Este es un regalo mío muy personal para usted. No es para que lo comparta.

Le comenté esta historia a mi hermano Antonio, anglófilo declarado y buen conocedor de las tribus británicas, quien me dio la siguiente explicación: “Eso que te ha dicho, deja bien claro que es escocés. Un irlandés, por ejemplo, jamás te hubiera hecho tal recomendación”. Ya ven por dónde voy. Los escoceses, como cualquier otro pueblo, tienen ciertos rasgos exclusivos que caracterizan su forma de ser colectiva. No conozco Escocia, el pasado verano tenía el plan de visitarla, pero se cruzó la invitación a participar en el congreso de New York y lo dejé para otro año. Desconozco la fecha de la consulta que van a organizar, inspirada en la Clarity Act del Québec (ver entrada nº 40). Londres ya les ha dado el permiso para hacerla.

Y hablando de escoceses, les recomiendo la última película de Ken Loach, quizá aun en cartel, que se llama La Parte de los Ángeles. Es muy buena. Si van a verla, apreciarán la belleza de sus paisajes y aprenderán todo sobre el proceso de fabricación y selección del whisky y el mundo de los concursos de catadores. El whisky es una seña de identidad del pueblo escocés, como el kilt, la popular falda de los hombres. Como aperitivo les traigo aquí una de las canciones que suenan en esa película, firmada por el grupo escocés The Proclaimers (el video muestra imágenes de otra película que también la utilizó). Este grupo, que lideran dos hermanos gemelos, tuvo un gran éxito hace unos diez años con este precioso tema, que rebosa optimismo. Súbanle el volumen y anímense: a Rajoy ya sólo le quedan tres años.



Sobre esto de las características de los pueblos les voy a contar un viejo chiste del que, para que lo pongan en contexto, les aclaro que lo escuché en un ambiente de sindicalistas agrestes y veteranos. Resulta que está Dios acabando la obra magna de la Creación, y sólo le falta eso de lo que estamos hablando: distribuir las señas de identidad por las que cada pueblo va a ser reconocido para siempre. Y para hacerlo, lógicamente, convoca a los delegados sindicales de los pueblos y empieza el reparto. Los franceses van a ser seductores y artistas. Los griegos serán negociantes y pendencieros. Los escoceses, roñosos y buenos bebedores. Los italianos, románticos y ligones. Los turcos, rudos y nobles. Los alemanes, tenaces y sistemáticos.

Pueden alargar esa parte del chiste todo lo que quieran. Como pueden imaginar, nuestro país es el último de la lista y Dios concluye así su parlamento: Y los españoles van a ser inteligentes, buenas personas y del PP. Entonces el delegado de Francia se pilla un mosqueo regular y pide la palabra: “Qué passa, Dios, joder, de qué vas con esa distribución. O sea, ¿que todos vamos a tener dos cualidades y estos pringaos tres? No es justo”. Duda Dios, porque comprende que el franchute tiene razón, pero por otro lado ya nos ha concedido las tres cualidades y piensa que quedaría feo quitarnos alguna.

Reflexiona Dios un rato y, finalmente, comunica a todos su decisión: se mantienen las tres cualidades, pero sólo podrán disfrutarse dos al tiempo. Qué difícil es eso, dicen todos. Pero Dios les aclara que es muy fácil. Simplemente, esa distribución genera tres clases de españoles. 

                1.- Las buenas personas del PP (que no son inteligentes)
                2.- Los inteligentes del PP (que no son buenas personas)
                3.- Los inteligentes y buenas personas (que no son del PP)

Tal como lo escuché, se lo he contado a ustedes. Que pasen unas felices fiestas. Se lo deseo de todo corazón.
  

jueves, 20 de diciembre de 2012

63. El día del solsticio

El invierno entra oficialmente mañana, día 21 de diciembre, a las 12.12 del mediodía. Quiere esto decir que el día siguiente, el 22, ya será un pelín más largo, apenas imperceptible. De hecho, estos días son casi idénticos, el sol alcanza su declinación más austral, y se mantiene prácticamente en la misma posición, de ahí el nombre de solsticio, que significa “sol inmóvil”.

El concepto de declinación es algo que no todo el mundo conoce con exactitud y hay que enmarcarlo en el contexto de la astronomía tradicional, la de Ptolomeo y los egipcios, que creían que la tierra estaba inmóvil en el centro del universo y, a partir de ese convencimiento, desarrollaban todas sus observaciones, que les permitían, por ejemplo, predecir los eclipses. Esta teoría estaba tan arraigada en la humanidad, como para que Galileo fuera torturado como hereje por decir que era la Tierra la que giraba alrededor del sol y no al revés. 

Cuando uno es niño y le enseñan en la escuela el dibujo de la elipse que la Tierra dibuja alrededor del sol durante 365 días, puede pensar lo siguiente: si la tierra recorre esa elipse, en algunos momentos estará más cerca del sol y en otros más lejos. Ese sería el origen de la diferencia térmica entre verano e invierno: cuando estamos más cerca del sol hace más calor; cuando estamos más lejos, hace más frío. Error total. La elipse que describe la tierra es muy poco alargada y la incidencia de la distancia al sol en la intensidad de su radiación es irrelevante. Lo fundamental aquí es la inclinación de los rayos del sol: la declinación.

Todo proviene de que el eje de rotación de la tierra tiene una inclinación fija, en relación con el plano de la elipse que describe en su movimiento de traslación. En el momento del solsticio de invierno, la inclinación de los rayos del sol sobre la superficie del hemisferio norte es mínima y por eso hace más frío. Sin embargo, en el hemisferio sur es al contrario: justo mañana empieza el verano austral. En Argentina, por ejemplo, mañana será el día más largo del año, y la noche más corta. No hace falta que lo entiendan “al milímetro”, basta con que lo intuyan.

Otro efecto de la inclinación del eje de rotación de la Tierra es el hecho cierto de que la hora del atardecer empieza a retrasarse mucho antes del día 21, de hecho lo hace en torno al 10 de diciembre. De ahí el refrán: por Santa Lucía, mengua la noche y crece el día. Santa Lucía es el día 13. Lo que pasa es que ese aumento de tiempo de luz por la tarde no compensa lo que se sigue perdiendo por la mañana, porque el amanecer sigue perezosamente retrasándose hasta el 5 de enero en que se suma a la recuperación. Por eso el día más corto en el hemisferio norte es mañana, en el centro de ambos puntos de inflexión. 
 
Los conocimientos de astronomía son tan antiguos como la humanidad. Y, desde luego, la fiesta de Navidad está íntimamente relacionada con el momento del solsticio, con tradiciones previas al nacimiento de Cristo, cuyo origen hay que buscarlo mucho antes. Es sabido que Jesús no nació en Belén, sino en Nazareth (ver entrada nº 43 y artículo de Juan Arias a que hace referencia). Seguramente tampoco nació el 25 de diciembre. Sus seguidores lo establecieron así para aprovechar la fiesta que desde hacía siglos se venía celebrando en esas fechas. Los romanos  bebían, comían y lo demás, de forma torrencial y desordenada, en las llamadas “saturnales”, que tenían lugar en diciembre. También están acreditadas fiestas precolombinas, como las de los mexicas, y celebraciones similares en los pueblos bárbaros del norte de Europa. Pero yo quiero remontarme aun más atrás.

Ahora nos parece muy lejano, pero en términos de Edad de la Tierra, no hace ni dos días que el hombre primitivo vivía en medio de la naturaleza, sin ordenadores, sin luz eléctrica, sin escritura, sin otra preocupación que la de la propia subsistencia. Cuando descubrió el fuego y logró domesticarlo, encontró un medio para calentarse de vez en cuando, pero nada comparable al efecto del sol, cuando tenía a bien aparecer en el cielo. El ponerse al sol para calentarse es uno de los instintos más primitivos del animal humano. Vean si no, lo que les gusta a los gatos y a seres tan elementales como las lagartijas. 

Resulta ahora muy difícil imaginar la mente de ese hombre primitivo, que no había llegado ni a intuir los primeros conceptos filosóficos o éticos, que vivía en cuevas, que apenas alcanzaba los treinta años, porque en cuanto empezaba a declinar lo arrasaba la dureza del medio, que antes de eso se quedaba sin dientes, porque tampoco había dentistas. Yo creo que su mente debía de ser muy cercana a la de un animal. Listo, pero un animal al fin y al cabo. Seguramente no tenía una noción muy elaborada del transcurso del tiempo, vivía en presente, no planificaba nada y olvidaba al instante lo que le sucedía.

Saben que los perros, por ejemplo, no tienen el concepto del futuro y no pueden pensar en lo que les pasará mañana. Por eso, al pobre animal que olvidan sus amos en una gasolinera se le viene el mundo encima, porque cree que ya nunca van a venir a por él. Y, si el amo regresa, se lleva una alegría desmesurada. Pues eso mismo le pasaba al hombre primitivo, cuando veía que el sol iba perdiendo fuerza y cada vez calentaba menos. Lo mismo había sucedido un año antes, y todos los anteriores, pero él no se acordaba y, si se acordaba, no estaba seguro de que esta vez el sol no fuera a alejarse definitivamente dejándolo morir de frío.

Aquí aparecía la figura del hechicero, que proclamaba que, con determinadas prácticas mágicas (a veces incluso con sacrificios humanos), él podía garantizar que el sol daría la vuelta, empezaría a acercarse otra vez y llegarían los gozosos días del verano. Cuando el hechicero (que ya tenía conocimientos empíricos de astronomía) comprobaba que el sol detenía su deriva y daba la vuelta, la tribu organizaba una celebración de la buena nueva, en agradecimiento al sol por su regreso, mediante una festividad que se prolongaba en diez días de desenfreno, antes de retomar la dura tarea cotidiana de buscarse el sustento (precedente de la cuesta de enero).

Y esa fiesta cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos ha ido pasando por todas las culturas hasta llegar a la tradición cristiana. Así que, olvidémonos por un momento de la Iglesia, de El Corte Inglés y de los villancicos. Pongámonos en la mente de ese hombre primitivo refugiado en su cueva, atemorizado por el frío y amenazado por mil peligros. Y celebremos simplemente el solsticio. Porque hoy, mientras ustedes leen esta entrada, el sol ha dejado ya de alejarse y está detenido descansando de su largo viaje. Y muy pronto emprenderá el camino de retorno. ¡¡Aleluya!! 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

62. Incidente de tráfico

Calle Velázquez, hora punta de la mañana. Noche cerrada. Atasco considerable. Neblina húmeda. Como de costumbre, voy por el carril de la izquierda, de los cinco que hay, con mi CD de Antología de Creedence Clearwater Revival a todo trapo, atento a la fila de coches aparcados a mi izquierda, no se vaya a abrir alguna puerta o algo parecido. Normalmente es el carril más rápido a esas horas pero, si alguien aparca en doble fila, se ralentiza hasta pararse. Entonces hay que intentar salirse al siguiente carril, en cuanto haya un hueco, y seguir por él hasta superar el obstáculo.

Algo debe de haber hoy por delante, porque la fila se está parando. A mi derecha, ligeramente atrás, un Audi grande rueda tranquilo, dejando ante sí un amplio espacio libre. El conductor es un hombretón de edad mediana, aire bovino, pelo crespo, bigote negro, boca entreabierta, caída de ojos de perdonavidas y gesto general displicente. Lleva su ventanilla abierta y el brazo colgando fuera, con un pitillo encendido. Pongo el intermitente derecho e inició la maniobra de cambio de carril. El tipo se sobresalta visiblemente y acelera para no dejar que me meta, pero no le da tiempo, porque ya le he ganado la posición, y entonces tiene que frenar bruscamente para no darme un golpe, algo que no sucede por milímetros. 

Un paréntesis. En la situación inversa yo jamás hago eso. Entiendo que si alguien quiere cambiarse de carril no es por un capricho y procuro frenar de primeras para facilitarle la maniobra, sobre todo si me indica previamente lo que va a hacer usando el intermitente, que está para eso. Pero mucha gente desnuda su verdadera naturaleza cuando tiene un volante entre las manos. Este tipo ha intentado evitar que yo me meta delante de él, y se ha definido como persona haciendo una maniobra que, encima, le ha salido fatal: ha quedado mal para nada y ha estado a punto de provocar un accidente con su acelerón de última hora.

Miro por el retrovisor central y descubro un gran despliegue teatral: ráfagas de luces largas, brazo izquierdo fuera moviéndose arriba y abajo y gritos que no oigo, todo ello amenizado con un concierto de bocinazos destemplados. Levanto una mano abierta dentro del coche en son de paz, en un gesto casi de disculpa, como pidiendo perdón. Pero el tipo no cede en su indignación: en el siguiente arreón del atasco, se sale bruscamente a su derecha en una maniobra mucho más arriesgada que la mía de antes, y suscita un coro de bocinazos de protesta de los demás conductores. Todo para ponerse a la par conmigo. Se cierra el semáforo y nos quedamos un rato parados, costado con costado. El tipo sigue gesticulando hacia mí, diciéndome que abra la ventanilla derecha. Muy bien, la abro desde mi lado y entonces empieza el diálogo.

–Pero ¿tú de qué vas, tío? (acento marcado de chulo del Foro) ¿Tú crees que puedes echarte encima de los otros coches de esa manera? ¿No te das cuenta de que nos podíamos haber dado una hostia de cojones? ¿En dónde has aprendido tú a conducir?

(Regla de oro: no ponerse nervioso, tranquilidad absoluta, hablar con educación tratando de razonar y no entrar al trapo de los insultos. Así, eres tú el que establece las reglas de la contienda. Y, por supuesto, tratarle de usted, aunque él te trate de tú)

–Perdone usted, no lo he hecho por molestarle, he visto un hueco suficiente, he puesto el intermitente y me he metido. Yo no sabía que iba a acelerar justo en ese momento.

–Pero ¿qué intermitente ni que leches? Te has echado encima y no nos la hemos pegado de puto milagro. Porque he frenado, que si no, nos la damos. En esta ciudad, el que quiere cambiarse de carril, se espera a tener sitio y lo hace sin joder a los demás. A lo mejor en Barcelona se hace de otra manera (mi coche tiene matrícula de Barcelona).

–Tal como yo lo he visto, tenía sitio de sobra. Si usted no llega a acelerar, todo habría ido bien. Y, además, le he avisado con el intermitente (mantengo el tono glacial, pero no consigo sino cabrearle todavía más).

–¡Y dale con el intermitente! ¿Qué pasa, que tú pones el intermitente y, como ya lo has puesto, puedes echarte encima de quien te salga de los huevos, o qué?

–Por si usted no lo sabe, el intermitente se pone también para pedir permiso a los otros conductores, para que te dejen pasar.

–Sí, claro, tú me pides permiso pero, si a mí no me sale de los cojones, no pasas.

 –Bueno, yo he intentado hacer la maniobra educadamente. Usted es el que ha impuesto que la cosa se resolviera por cojones, y… ha pasado lo que ha pasado.

–¿Qué hostias me quieres decir? (una luz de mosqueo asoma a sus ojos).

–Nada, que, como era una cuestión de cojones, yo he pasado y usted no.

–¡¡A que me bajo y te arreo una somanta’palos por gilipollas!! (el tipo está ya fuera de sí, tiene el rostro completamente rojo y sus ojos lanzan destellos de ira).

–Seguro que lo haría, pero no por ello iba a tener más razón (el semáforo está a punto de ponerse verde).

–¡¡Tú lo que eres es un gilipollas de mierda, un tonto y un subnormal!!

–Tiene razón, ya quisiera yo ser tan listo como usted. 

Le doy al botón de subir la ventanilla, porque el coche de delante se ha empezado a mover muy despacio. El tipo tira del freno de mano, se baja del coche, rodea el mío por delante y empieza a dar manotazos en la ventanilla de mi lado. Por supuesto, no se me ocurre abrirla. Tengo espacio delante y acelero para largarme. La imagen del energúmeno se rezaga, pero alcanzo a escuchar su último grito a voz en cuello:

–¡¡¡¡BAJA AQUÍ, PRINGAO, QUE TE ARRANCO EL BIGOTE PELO A PELO!!!!

Atrás queda el coro de claxons achuchando a mi contrincante de los últimos minutos, para que se suba de una vez al coche y deje de estorbar. Regreso al carril izquierdo, que ahora va como un tiro. Subo el volumen de la música y me sumo al estribillo de la CCR: Before you accuse me, take a look at yourself/Before you accuse me, take a look at yourself/You say I’ve spending my money on other women/You’ve been taking money from someone else.

El cielo ha empezado a clarear por el fondo, cuando llego al cruce de María de Molina.

martes, 18 de diciembre de 2012

61. La mala suerte de los negros cool II

Hoy les voy a obsequiar con otra entrada relacionada con el mundo del rock, llena de videos de Youtube, a la manera de las que hacía el perrito Casper Yorke, que visitó mi Blog en la entrada 9, repitió en la 10 y luego desapareció. Echo de menos a este colega bloguero, que reforzaba su anonimato detrás de una doble capa protectora: es obvio que los perros no manejan el ordenador (por ahora) pero, además, en su perfil dice que su amo se llama Leopoldo y yo no conozco a ningún Leopoldo. 

Bueno, conocer, conozco a dos, así de memoria. Uno es Leopoldo Arnaiz, genuino representante del “oe, oe, oe, lo llaman urbanismo y no lo es” (ver entrada 12). Y el otro, Leopoldo María Panero, con quien compartí algunas noches de copas por los bares de la Corredera Baja antes de que su mente emigrara a los terrenos de la locura, donde flota desde hace lustros, lo que no le impide hacer una poesía extraordinaria (les recomiendo, por ejemplo, Danza de la Muerte, poemario editado por Ígitur-poesía en 2004).

Siguiendo con el tema de los negros cool con mala suerte, hoy les traigo en primer lugar la figura de Otis Redding, un cantante que distaba mucho de ajustarse al adjetivo cool, pero que sin embargo es autor de una de las baladas más extraordinarias de todos los tiempos: Sitting on the dock of the bay . Redding murió a los 26 años y, como suele suceder, todo el mundo dice ahora que era una buena persona, solidaria, preocupada por los demás, etcétera. Sin embargo, Diego A. Manrique, el tipo que sabe más cotilleos en torno al mundillo de rock, da una versión algo diferente.

Según Manrique, Redding era un sureño rudo y enérgico que, por más que lo intentaba, no salía del reducido marco de las listas de música para negros. Pero era un buen compositor que se veía capaz de igualar los éxitos de Sam Cooke. Sólo debía rebajar de furia su forma de cantar sus composiciones menos rítmicas. En 1967 se encerró en una boat-house en San Francisco, estudió con atención los últimos discos de los Beatles, y compuso la canción de que les hablo. Pero no pudo disfrutar de su éxito mundial: un mes antes de su publicación se mató en un accidente de avioneta. Diego A. Manrique lo relata en el siguiente link, y yo no me veo capaz de contarlo mejor. Detrás va la canción. http://elpais.com/diario/2007/12/10/cultura/1197241204_850215.html
                                         

Otro negro amante de la música suave, admirador confeso de Sam Cooke y autor de grandes canciones: el gran Marvin Gaye. Su vida estuvo también marcada por la tragedia. Hijo de un predicador (como Cooke y Redding) se especializó en cantar a dúo con jóvenes compañeras, pero su preferida, Tammy Terrel, no llegó a cumplir los 30, fulminada por un tumor cerebral que se manifestó por primera vez en una actuación con Marvin, en la que se desmayó. Corría el año 1970. Aquí una de mis canciones favoritas de la pareja: I heard it trough the grapevine. Esta hermosa expresión, que se traduciría literalmente por “lo escuché a través de la parra”, es la forma en que los americanos dicen “me lo dijo un pajarito”.

Marvin Gaye fue una persona siempre conflictiva, con problemas de personalidad y dado al consumo masivo de drogas, especialmente cocaína. Eso hizo que su carrera fuera discontinua, con ausencias prolongadas y reapariciones exitosas que no se consolidaban. Su disco What’s going on, de comienzos de los setenta es muy bueno, plagado de letras de denuncia sobre Vietnam y otros asuntos de actualidad. Marvin ganó mucho dinero, pero no era feliz. En los 80 se marchó a Bélgica, donde se compró una casa y se recluyó a desintoxicarse. La tranquilidad le hizo componer otra serie de canciones muy bellas, entre las que destaca Sexual healing, que les pongo a continuación.


La canción fue un bombazo, pero el éxito fue su perdición: se vio obligado a hacer una gira por Estados Unidos y recayó en la coca. Sus paranoias se agudizaron y empezó a llevar chalecos antibalas. Al final de la gira se retiró a Los Ángeles, a la casa de sus padres, que él mismo les había comprado. Pero se encontró que sus progenitores estaban de bronca permanente, y la situación se hizo insostenible. Gaye tomó partido por su madre y acabó varias veces a bofetadas con su padre. La víspera de su 45 cumpleaños, el anciano predicador agarró una pistola y lo mató de dos disparos. Cuando lo detuvieron mostró cardenales por todo el cuerpo. Fue condenado, pero le dieron la libertad condicional en atención a su edad.

El siguiente de mi lista es Michael Jackson, el más grande, de cuya vida y milagros les supongo suficientemente informados, pero no puedo dejar de incluirlo en esta entrada. Jacko consiguió el éxito universal que tanto habían buscado sus predecesores, pero no supo digerirlo adecuadamente y se le fue la olla en su afán por convertirse en blanco. Era un gran músico, un gran bailarín y un gran coreógrafo, pero estaba loco. Su faceta de compositor de baladas, es menos conocida, pero aquí tienen una.

Y termino con el menos conocido: Curtis Mayfield, un hombre que logró subirse a la marea del soul en los setenta, y desde su Chicago natal revolucionó la música negra poniendo los cimientos de la tendencia más melodica del nuevo soul, antes de la explosión del rap. En 1990, en medio de una de sus actuaciones, se le cayó encima una torre de altavoces. Se quedó tetrapléjico y malvivió aun otros nueve años en permanente deterioro físico, subsistiendo del dinero que se recaudaba en los numerosos homenajes que se le hacían. Aquí tienen un pequeño homenaje.

Tristes historias todas. La de Sam Cooke es la más sugerente, la que más se presta a una recreación literaria, como la que les hice en la entrada nº 49. Estas otras tienen menos posibilidades narrativas. La desgracia no es divertida. Todos estos artistas acabaron mal. Pero siempre quedará su música, que les ha hecho eternos. Ellos fueron la avanzadilla, los que dieron el impulso que hizo que los actuales músicos negros puedan desarrollar su talento en igualdad de condiciones con los blancos, de modo que sus vidas sean más tranquilas y menos crispadas. Pagaron por ello el más alto de los precios.

lunes, 17 de diciembre de 2012

60. La deuda de Berlín II. Las reflexiones

En la entrada nº 57 está toda la información que he podido recopilar sobre el dato de la deuda de Berlín, y unas primeras valoraciones. Creo que queda claro que España no debe tener ningún complejo de que seamos más chorizos que los demás: en todas partes cuecen habas, todos los países europeos han contraído deudas (estatales, regionales y de las ciudades), en todas partes han funcionado como si uno pudiera seguir endeudándose indefinidamente, que ya vendrían otros detrás a pagar. En todos lados han empleado los mismos trucos de ingeniería financiera, que no han sido ideados por “lumbreras” españoles, sino copiados de los utilizados previamente por espabilados foráneos, entre ellos muchos alemanes, holandeses y finlandeses, esos que ahora arrugan la nariz cuando hablan de nuestro país.

Así que, si les dicen que somos una especie de apestados, y que los alemanes mean agua bendita, no se lo crean, por favor. En algunas cosas sí somos peores (por ejemplo en la legislación que está generando la ola de desahucios, que no tiene parangón en ningún otro país de Europa, o cuando condenamos al juez Garzón), pero de esto ya hablaré otro día. Creo que el hecho de que Berlín-land deba sesenta mil millones de euros es suficientemente escandaloso, como para que pensemos que la súper-correcta sociedad alemana también se volvió loca en los años del boom (sólo la ciudad de Berlín se volvió diez veces más loca que la más despilfarradora de las nuestras: el Madrid de los años de Gallardón).

La reflexión que quiero hacer hoy es otra: ¿Es correcto que las ciudades se endeuden? ¿Hasta dónde? Muy bien, recurriremos al ejemplo de una familia (salvando las distancias; ya sé que en un caso el dinero es privado y en el otro es el dinero de todos). Por ejemplo, la suya, querido lector anónimo. Digamos que necesita usted cambiar de coche y, a partir de su estatus actual, ha decidido que se va a comprar uno nuevo. Digamos que su precio es, por ejemplo, 30.000 €, dinero que usted no tiene en efectivo.

¿Qué hace usted? Imaginemos que abre una hucha o un calcetín y empieza a guardar lo que le sobra a diario, apuntándolo cuidadosamente. Y llega el día feliz: según sus cuentas, ya tiene veintinuevemilnovecientosnoventaynueve y echa usted un euro más. ¡Aleluya! Entonces agarra el calcetín, se va a un concesionario de venta de automóviles, deposita allí sus ahorros y se lleva su flamante coche nuevo. ¿Conocen a alguien que actúe así? Díganmelo, que ahora mismo llamo al manicomio, para que vayan a por él.

No, señor. Usted no hace eso. Usted va al concesionario y suscribe un acuerdo a tres bandas, con el Banco como tercera pata. Normalmente da una entrada en efectivo, firma una deuda a cinco años o a diez y se lleva ya el coche. El Banco paga al concesionario la diferencia entre el precio total y la entrada, y luego le va cobrando a usted mensualidades en las que le detalla cuál es la parte del principal y cuáles los intereses. Así es como se funciona en nuestro mundo actual, para bien o para mal. El que no vaya por esa vía, será socialmente tildado de gilipollas. El negocio conviene a las tres partes: el concesionario cobra el total al instante, usted se lleva el coche y empieza a disfrutarlo, y el Banco arregla las cosas para ganar con los intereses, siempre por encima de la depreciación del dinero corriente.

Yo tengo la suerte de que la crisis me ha pillado sin deudas, pero he comprado muchas cosas a plazos en mi vida. La última un centro de plancha, ofertón de mi Banco, precisamente. En los tiempos en que yo contraje deudas mayores por compra de casas o coches, lo normal era que el propio empleado de la sucursal bancaria que te daba el crédito te aconsejara y te pusiera unos límites: hasta aquí puedes llegar, si no, vas a ir muy justo. Por lo que he oído, en los últimos tiempos las cosas eran muy diferentes: ese mismo empleado te buscaba y te hacía “una oferta que no podías rechazar”. Si no actuaba de esa forma, lo despedían y contrataban a otro con menos escrúpulos. Por ahí entró el tema espinoso y dramático de las participaciones preferentes, del que les supongo bien informados.

Siguiendo con el coche, es posible que la adquisición de ese vehículo le permita recuperar parte del dinero que ha empleado en comprarlo. Por ejemplo, valorando la reducción del tiempo de sus desplazamientos, la seguridad, la comodidad, o la posibilidad de trasladar a su familia o cargar sus bultos en una mudanza. O ayudándole a marcar estatus. Entonces la compra del coche se convierte en una inversión. Cuando yo acabé la carrera de Arquitectura, el primer proyecto que hice fue una casa rural en un pueblo de Segovia. Como no tenía coche, iba en autobús a las visitas de obra. Hasta que el aparejador me avisó: si quieres que te salgan más proyectos en el pueblo, tienes que tener coche propio, no hace falta que sea muy lujoso, pero la imagen de un arquitecto llegando en el coche de línea es muy negativa para ti.

Ya ven a dónde voy. Las ciudades tienen que invertir. Tienen que endeudarse, pidiendo al Banco un dinero que ya le irán devolviendo, para poder con él hacer obra pública y asumir el mantenimiento de los servicios públicos, las calles y los jardines. Por opiniones como ésta que acaban de leer, algunos me llaman keynesiano. En Madrid hemos vivido posiciones extremas en relación con este tema.

José María Álvarez del Manzano, no se gastaba un duro de más. Fue nuestro Alcalde durante doce años, cambió muchas veces de concejales pero mantuvo a uno fijo: Pedro Bujidos, su mano derecha, el Concejal de Hacienda, que llevaba las cuentas al céntimo (me dicen que se ha muerto hace poco y desde aquí le rindo mi pequeño homenaje). Manzano no hacía más obras que sus mini-túneles, siempre acompañados de un parking de residentes con cuya venta de plazas sufragaba los gastos de obra. Y, el día que se sentía generoso, se rascaba un poco el bolsillo y colocaba una estatua enana, como la polémica Violetera.

Manzano era evidentemente un antiguo y un roña. Se le podría comparar con el hombre del calcetín, del que hemos hablado al principio. Un caso extremo de esa filosofía fue el dictador Ceaucescu (mis disculpas a Manzano por compararlo con personaje tan siniestro): cuando lo mataron, Rumanía no tenía deudas. Pero la población pasaba hambre a mansalva. En tiempos de Manzano, la ciudad más cuidada de España era también la más endeudada: Barcelona.

Entonces llegó Gallardón y se fue al otro extremo: el exceso de deuda. Es como si usted, querido lector anónimo necesitado de un coche, se compra un Ferrari Testarrosa. Me parece muy bien. Que usted lo disfrute. Pero sepa que corre dos riesgos: uno, que tenga problemas para pagar al Banco las mensualidades y dos, que el mantenimiento del coche le resulte demasiado caro para lo que ingresa al mes. Así estamos en Madrid (y diez veces más en Berlín). Las ciudades que no pueden afrontar su deuda son una calamidad.

En resumen: deuda sí, pero con moderación. Endeudarse en exceso perjudica gravemente su salud y la de los que le rodean.  No lo olvide.

domingo, 16 de diciembre de 2012

59. El nuevo Medialab

Al lado de mi casa han terminado ya las obras de adaptación del edificio de las antiguas serrerías de la Sociedad Belga de Pinares del Paular, para convertirlo, en principio, en la sede definitiva del Medialab-Prado. Quédense con ese “en principio”, que no es un resabio de indefinición gallega, sino una desconfianza básica, también gallega, hacia los nuevos gestores del Área de Las Artes del Ayuntamiento de Madrid, según les explico al final. Hay mucho que contar respecto a este edificio y la sociedad que lo construyó.

En primer lugar, los pinares de El Paular se encuentran en las proximidades del pueblo de Rascafría, en la sierra madrileña, y constituyen una de las masas forestales más importantes del sur de Europa. El bosque del Paular fue tierra comunitaria desde los tiempos de la Reconquista, en que se declaró propiedad de una entidad llamada Comunidad y Tierra de Segovia, que organizaba su disfrute colectivo por la población del entorno. Pero en 1675, el rey de turno decide regalárselo a los monjes que custodiaban el cercano Monasterio de El Paular. El monasterio era cartujo, se había construido también tras la Reconquista, y contaba con un palacio para residencia real. En 1837, llega la desamortización de Mendizábal, el monasterio es expropiado, los monjes expulsados y el pinar vendido en subasta.

El comprador es un tal Andrés Andreu, un espabilado que tres años después se forra vendiéndoselo a los belgas. Estos constituyen una sociedad para explotar racionalmente el pinar, lo que han venido haciendo hasta nuestros días. Para facilitar la comercialización de la madera extraída, adquieren  una amplia finca al comienzo de la calle Atocha, en donde parece que había habido antes un hospital. Allí construyen la factoría que ahora se ha rehabilitado, que funcionó como taller de maderas hasta hace poco más de diez años.

Para ayudar a financiarse, en los cincuenta pusieron en venta la parte de suelo que daba a la calle Atocha. El comprador fue una empresa, que construyó allí el hotel Mercator, un establecimiento destinado a viajeros de paso de la Estación que quisieran un lugar para pasar una noche un poco menos mísero que las pensiones de la calle Tortosa y alrededores. La comunidad de propietarios de la casa en la que vivo solía celebrar allí sus reuniones periódicas y puedo dar fe de que era un lugar impersonal y antipático, con un punto tétrico.

En los primeros noventa, la serrería cierra definitivamente y queda abandonada. En esa situación la compran los propietarios del hotel Mercator, que también eran los dueños del solar de esquina entre Atocha y Alameda, que usaban como parking del hotel. En el 2000 negocian con el Ayuntamiento la posibilidad de ampliar y modernizar el hotel. Se llega a un convenio, en virtud del cual se les permite edificar en el solar del parking, hasta igualar cornisa con el hotel. El nuevo hotel, duplicado en su volumen, pasa a llamarse “Hotel Paseo del Arte”, y es mucho más lujoso que el anterior. A cambio, ceden gratuitamente la factoría al Ayuntamiento. En el siguiente link tienen una historia más detallada del asunto. http://artedemadrid.wordpress.com/2009/01/29/serrerias-belgas/

En cuanto al Medialab, es un centro municipal dedicado a impulsar la creación artística digital, especialmente entre los jóvenes artistas de la ciudad. Es un invento del historiador del arte Juan Carrete, antes director del centro cultural Conde Duque, en donde comenzó a fraguar sus ideas de promover un arte participativo en los barrios de Madrid. Alicia Moreno, la hija de Nuria Espert que rigió el área de Las Artes durante los nueve años de alcaldía de Gallardón, lo promovió a director del Medialab, y desde ese puesto ha desarrollado en estos años una actividad incansable, que ha convertido al Medialab en un centro de referencia nacional del arte por ordenador, a pesar de que estaban en una localización provisional, en el Centro Matadero, a la espera de que terminaran las obras de la sede permanente.

Me llegan noticias de que el actual concejal de Las Artes, esbirro de la nueva alcaldesa, ha cesado al bueno de Carrete. Lo tengo sin confirmar, pero para empezar, en la Web del centro ya no figura su nombre, entre los que se citan en la pestaña “equipo”. Aquí tienen el link. www.medialab-prado.es
 
En cuanto al proyecto de rehabilitación, en 2007 se convocó un concurso internacional de ideas, en el que participaron estrellas mundiales de la arquitectura museística, como la mismísima Zaha Hadid. Sin embargo los ganadores fueron Langarita-Navarro, una pareja de jóvenes arquitectos de Madrid que, según su propia confesión, hasta entonces sólo habían construido un chalet.

Cuando se falló el concurso, nos cayó encima la crisis y los recortes y, por suerte, este es uno de los proyectos en marcha que no se ha quedado a la mitad y ha logrado salir adelante, si bien las obras han durado casi cinco años, cuando normalmente se hubieran ejecutado en uno. Creo que este es un mérito atribuible al equipo de Alicia Moreno y al entusiasmo de Juan Carrete. Cuando han llegado los nuevos, la cosa estaba tan avanzada que no han tenido más remedio que terminarla.

Durante este tiempo, ha estado cubierto con lonas de obra. El jueves lo destaparon y durante el viernes y el sábado han organizado en su interior un mercadillo de arte patrocinado por la revista Nuevo Estilo, similar al que han montado otras veces en las calles del barrio (ver entrada nº 7). Este uso, unido al cese de Juan Carrete, es lo que me tiene mosqueado. Me explico. Si va a ser la sede del Medialab, deberían de amueblarlo, ponerle cortinas, iluminarlo adecuadamente y completar las instalaciones necesarias para el desarrollo de las actividades ordinarias de ese centro de arte digital. El proyecto deja en el edificio grandes espacios diáfanos multiusos, de acuerdo con la moda actual, pero espero que no lo dediquen a lugar de celebración periódica de mercadillos.

De momento, han terminado la obra y, antes de amueblarlo han organizado allí ese sarao para los marchantes de arte y la gente más cool de la ciudad. No me parece mal, siempre que el Ayuntamiento se lleve un dinero por la utilización del edificio, y la cosa no se convierta en crónica. Veremos lo que pasa, les mantendré informados. Pero sería lamentable que fueran dejando deteriorarse el Medialab y dedicaran este bonito edificio tan bien rehabilitado a lugar de celebración de ferias y convites.

Me preocupa otra cosa. El edificio está precioso así, sin grafitis. Me temo que ese aspecto impoluto va a durar dos días. Para evitarlo, tendrían que contratar una vigilancia de 24 horas, con cámaras, similar a la del vecino Caixaforum. Y no creo que el Ayuntamiento actual tenga los recursos y la cabeza suficiente para preverlo.