sábado, 30 de diciembre de 2023

1.263. Stuck in the middle with Tarik

Sí, señor. Aquí me tienen un año más, dispuesto a pasar la fiesta de fin de año totalmente solo en casa, aunque este año con la impagable compañía de mi querido gato, cuya aparición en mi vida es sin duda la novedad más trascendente de todas las que se han suscitado en este año que termina, cuyo resumen ya haré en algún post posterior, si es que tengo ganas. Para empezar, quiero recordarles la canción cuyo título parodia el de este texto. Stealers Wheels fue una banda efímera de rock surgida en Escocia a comienzos de los 70, es decir, hace más de 50 años. Formaron esa banda dos compañeros de escuela y amigos de la infancia: Joe Egan y Gerry Rafferty. Debutaron en 1972 y se disolvieron para siempre en 1975. En ese breve lapsus, lograron algunos éxitos notables y sobre todo esta canción que ha pervivido a lo largo de los tiempos. Escúchenla; se la pueden dejar de fondo sonoro, si lo prefieren.

Después de publicar algunas maravillas como esta, ambos músicos se pelearon y disolvieron el grupo, lo que les llevó a una lucha de varios años por los derechos. Luego, Rafferty emprendió una exitosa carrera en solitario, con hitos como el archiconocido tema Baker Street, con su inolvidable riff de saxo, que ya les puse en el blog con motivo de mis andanzas londinenses. Hace ya varios años que se murió este rockero de voz tenue y extraordinaria sensibilidad. La trayectoria de Egan es totalmente opuesta: sacó un par de discos en solitario que pasaron sin pena ni gloria, tras de lo cual abandonó la música y pasó a trabajar para el grupo editorial que regenta su familia, del que creo que actualmente es una especie de director ejecutivo (este no se ha muerto).

La canción, las armonías, el arreglo, la voz desmayada de Rafferty, suenan como si estuvieran grabadas en estos días. Sin embargo, tienen más de 50 años. Es que los de mi quinta tenemos que asumir que somos muy mayores, que nuestras referencias se hunden en los 60 y 70, que hace unos días el gran Keith Richards cumplió nada menos que 80 años. Yo inicié este blog hace más de once años, cuando no me consideraba para nada viejo y, a lo largo de sus años de desarrollo ustedes han podido asistir en directo a mi asunción progresiva de la vejez y la conciencia precisa de que más o menos estoy en el final del camino. Keith Richards dice que, cada vez que cumple años, se sorprende de no haberse muerto todavía. Y que le encanta hacer el amor a estas edades, porque uno no sabe si va a llegar al orgasmo o a un infarto. Genio y figura. Otros no parecen tan felices. Vean una imagen del homenaje que se le hizo a la memoria de John Lennon en Central Park, como cada 8 de diciembre. Se trata de tres rockers excelsos que se sumaron al homenaje. A ver si los reconocen.

¡Qué van a reconocer! Les digo: de izquierda a derecha, Graham Nash, Judy Collins y Art Garfunkel, este último con la cachaba y la gorrilla de los jubilados neoyorkinos. De alguno, tal vez ustedes pensasen que estaba muerto. Y hasta puede que estuvieran en lo cierto, y perdón por el humor negro. Esto no hay quien lo pare y cada Navidad es para mí otro período que hay que pasar como se toma uno un medicamento. Hace años que vengo organizando en mi casa la Fiesta del Solitario, para lo cual empecé por poner diferentes excusas: que no tengo con quién, que no me apetece ver a determinada gente que me acogerían con gusto. Algún año me he hecho un pulpo a la gallega con cachelos, otras veces unos simples huevos fritos y este año aun no he decidido cómo festejarlo, salvo las doce uvas que ya tengo compradas. Mis hijos se han largado, Lucas a Murcia con su chica y Kike algo más cerca con su madre, o sea que podría venir a comerse las uvas conmigo pero entiendo perfectamente que tenga planes más atractivos.

Esta diáspora filial se completa con la realidad de que, por mucho que sueñe, es prácticamente imposible que encuentre una pareja, tarea en la que he puesto empeño en años anteriores y ya casi no en este. Las mujeres son para mí una demostración viviente de la teoría algebraica de los conjuntos disjuntos, como ya les conté. En álgebra se considera conjuntos disjuntos a aquellos grupos de elementos que no tienen ningún punto en común, ni siquiera de tangencia. Pues las mujeres forman dos de esos conjuntos disjuntos. De un lado, están las que me gustan, algo inevitablemente ligado a una cierta lozanía, como la de las flores. Para las mujeres de este conjunto, yo no existo. Es que ni me ven por la calle y no las puedo culpar por ello. El otro conjunto es el de las que se interesan por mí, me hacen ojitos, me ríen las gracias, etc. El problema con estas es que no me gustan, como tampoco me gustan las flores marchitas. Disculpen que sea tan crudo.

¿Que puede que un día encuentre un punto de tangencia entre ambos conjuntos? No es probable, pero sí posible, yo soy un solitario sociable, simpático y amable y tampoco soy demasiado exigente dadas las circunstancias. Así que no cerremos ninguna puerta. Pero seamos realistas. Aunque este año, me ha venido a surgir una disculpa perfecta para no tener que dar ninguna excusa a los bienintencionados que insisten en invitarme a sus saraos: el famoso trancazo que les relataba el otro día, todavía no se me ha curado y continúa jodiéndome minuciosamente la existencia. Hace como veinte años que no me pillaba un constipado como este, que me dura ya once días contando este sábado 30 de diciembre. He hablado con un médico de primaria amigo mío que me ha dado la siguiente explicación.

Después de los años en que los catarros se habían reducido por las medidas preventivas anti-Covid y la predominancia del propio Covid que se comportaba como un matón de colegio, este año estamos sufriendo el contraataque. Por un lado nos hemos descuidado, dicen, pero es que además, el frente de los virus tiene tres agentes activos: la gripe A, el propio Covid y el llamado virus sincitial, o VRS. Yo me vacuné de los dos primeros antes de viajar a Londres, pero no tenía ni idea de que había un tercero. Mi hijo KIke, nada más bajarse del avión, me anunció lo que me esperaba, porque era lo mismo que le había pasado a él. La cosa, que dura al menos diez días, empieza con una tos seca irritativa sin mocos aparentes. Lo que pasa es que a mí esa tos ya me impedía dormir y eso de no dormir, te va minando poco a poco.

A continuación, te deja de picar la garganta y empiezas con mocos de nariz muy líquidos. Luego esos mocos se van espesando y van bajando a la garganta, pecho, vuelta a la garganta, vuelta a la nariz. Conmigo el jodido VRS se está dando un guateque prolongado. La cosa puede ser grave en bebés (donde degenera en bronquiolitis severa) y en ancianos que están muy pochos, digamos, como Joe Biden, el mejor contrincante que el Partido Demócrata tiene para oponer a Trump, que manda cojones. Este virus puede cursar con episodios de fiebre o no; en mi caso no creo haber tenido fiebre. A mí, lo que me mata es que no duermo, unos días por la tos que me desvela y otros porque la mucosidad que tengo en las vías altas me induce el miedo a no poder respirar, por lo que intento eliminarla por todos los medios, con resultados mediocres. Llevo sin dormir adecuadamente más de diez días. Mis noches son totalmente toledanas y el bueno de Tarik está seriamente preocupado.

Pero ya mi amigo médico me ha dicho esta mañana que se trata del VRS, virus respiratorio sincitial y, desde que lo sé, me estoy sintiendo bastante mejor; ponerle nombre a una dolencia es el primer paso para curarla, sabido es el poder terapéutico de la Onomástica, que así se llama la ciencia de ponerle nombres a las personas o cosas. A todo esto, yo le añadiría un factor más. Este año no ha habido otoño. Yo me fui a Londres en pleno verano o veranillo y regresé a un invierno crudo, con temperaturas que no se habían sufrido en Madrid desde hace años. De hecho, estoy usando el jersey que me compré en San Petersburgo cuando me perdieron la maleta, aventura que se relató detalladamente en el blog. Es un jersey de lana gruesa, que normalmente no me puedo poner en Madrid, porque me aso.

Son las consecuencias del cambio climático. Si Vivaldi hubiera vivido en estos tiempos, su obra más conocida no sería Las Cuatro Estaciones, sino Las Dos Estaciones. En fin, que ya es bastante coñazo la Navidad, como para encima pasarla entera con este desagradable VRS. Pero, como saben que yo trato siempre de ser positivo, la cosa tiene una ventaja: es la excusa perfecta para borrarme de las citas a las que no me apetece acudir. Ya la he usado en la comida del día de Navidad y en un concierto de flamenco al que me invitaba a ir Henry Guitar, porque el cantaor es hijo de un amigo suyo. Y la he esgrimido ya para la cena de mañana. Sin embargo, la enfermedad no me ha impedido salir al yoga un par de veces, seguidas de la correspondiente cena en el Ricla, y para el concierto que dio anoche el grupo Eclectia Project, del que les pongo un pequeño clip que grabé.

Sin embargo, hoy a mediodía mis amigos Henry Guitar y Críspulo me han llamado para ver si me iba a tomar el aperitivo con ellos al Dolmen, el bar gallego de Vallecas Villa donde ya hemos celebrado diferentes eventos, y les he dicho que me disculparan. Tengo que descansar y reponerme y no puedo entrar a todos los trapos. Pero el yoga entiendo que me va bien, puesto que se tonifica el cuerpo, se suda y se sale uno del encierro casero. Y la música en directo tiene también efectos curativos, como comprobé anoche. De todas formas, ustedes que me conocen, no se sorprenderán de la serie de mecanismos paliativos con los que estoy combatiendo al jodido VRS. Los médicos me han dicho que no hay nada para eso más que esperar a que se pase y que un antibiótico no sería indicado al tratarse de un virus. Así que les detallo los remedios que estoy usando, por si les resulta de utilidad.

           1.- Un omeprazol por las mañanas, como protector gástrico de las demás cosas.

2.- Ibuprofeno de 400 pautado cada ocho horas (al levantarme, después de comer y antes de irme a la cama).

3. Vahos periódicos con hojas de eucaliptos recién hervidas, con una toalla sobre la cabeza, como me enseñó a hacerlo mi padre.

4.- Infusiones de jengibre y limón, remedio de la medicina ayurvhedica para las molestias de garganta, se venden en sobrecitos en herbolarios.

5.- Caramelos de regaliz para los picos de tos, de la marca Fisherman’s friend, que se venden sólo en gasolineras.

6.- Beber mucho líquido, agua con gas, zumos, etc.

7.- Escuchar a todas horas mis maravillosos discos de Samantha Fish.

Con esto voy tirando, en espera de tiempos mejores. He visto a Samantha Fish este año por cuarta y quinta vez en París en mayo y en Bexhil on Sea en octubre y me reafirmo en mi admiración hacia esta mujer, que ha terminado el año con varias buenas noticias para su carrera. Primero, Eric Clapton la invitó personalmente a participar en el festival Crossroads, que se celebró en septiembre en LA. Lo hizo por mail y la chica se creyó que alguien le estaba gastando una broma y estuvo a un tris de eliminar el mensaje como spam. Después, su último disco Death Wish Blues, con Jess Dayton, está ahora mismo nominado al Grammy al mejor disco de blues contemporáneo de 2023. Y por último, ha hecho de telonera en parte de la gira de la Steve Miller Band. Este Steve Miller (80 años) es un dinosaurio del rock cuya producción nunca me gustó especialmente, pero es un valor consagrado. Y en los conciertos la hacía subir al escenario a Sam para tocar la propina juntos.

Esta chica lleva un camino imparable al estrellato y se acordarán de mí cuando la gente empiece a hablar de ella en todos los medios. Les dejo de propina el vídeo grabado del final de uno de los conciertos de la Steve Miller Band. Ella, que llevaba pañales cuando Miller ya tenía grandes éxitos en las listas del Billboard, ahora se ve en la tesitura de darle réplica en directo, y lo hace con la brillantez acostumbrada. Así que nada, que aprovecho para desearles un próspero 2024. Que al menos no sea mucho peor que este. Sean buenos, si quieren. 

sábado, 23 de diciembre de 2023

1.262. En el vórtice del huracán

El vórtice, como sin duda saben, es ese punto central de la espiral eólica que llamamos huracán, en el que se genera una especie de calma chicha sin vientos apreciables, que depara una falsa sensación de tranquilidad, amenazada por peligros reales o potenciales, o incluso imaginarios, que amenazan con arrasarnos en segundos. Mañana domingo, mis hijos viajan con su madre a reunirse en el norte de Lugo con su familia materna y pasar juntos la Nochebuena. Yo, un año más, me veré acogido en la casa de mi hermano Antonio, a donde tendré que acudir andando o en Metro, porque mis hijos, como de costumbre, me han pedido el coche para su viaje a las tierras del norte. Ayer empaqueté y envolví perfectamente el regalo que me ha tocado hacer para el amigo invisible y hoy he pasado por el mercado de Antón Martín para hacerme con una buena provisión de gambas de Huelva ya cocidas, que aportaré a la cena familiar como cada año.

En la pescadería, donde hace unos días constaté que no pensaban abrir el día de Nochebuena por ser domingo, había esta mañana una cola espectacular, que atestaba la acera de los impares de Santa Isabel, de modo que los peatones debían salirse a la calzada para seguir su camino. He estado en la cola casi una hora. En estas condiciones, yo creo que es fundamental el orden y estar muy pendiente de lo que va pasando, como estoy yo en general a todas horas. Pero, al momento de llegar, pregunté quién daba la vez y nadie me lo sabía decir. Hube de rastrear uno a uno: a ver, ¿usted a quién se la ha dado? Mi pesquisa terminó cuando alguien me señaló a una señora que estaba en el rincón derecho abstraída en la contemplación del móvil. Le pregunté y me dijo que sí, que la última era ella. Esto ya me molestó porque, si llegas a un sitio en el que hay semejante bochinche (agudizado por la incertidumbre de que se acaben las gambas o lo que vayas a comprar; el año pasado, el siguiente a mí en la cola se quedó sin gambas) y te dan la vez, no es de recibo que te abstraigas en tu mundo privado y no estés atenta a los que vienen detrás y piden la vez a voces.

Ya me cayó mal la señora en ese momento, pero la cosa siguió su curso. Cuando terminaron de atender al cliente anterior y el pescadero empezó a llamar a gritos al siguiente, le dejé un poco de margen a mi antecesora pero, ante su absentismo clientelar, la avisé: señora, que ya le toca. Sin mayores apuros, la doña guardó el móvil y empezó a pedir el pescado que buscaba. Ni las gracias me dio (yo podría habérmela saltado sin que se enterara), ni se disculpó con los demás o con el pescadero. En fin, hasta aquí todo entra en lo que podemos considerar normal o previsible; hay gente despistada y no tiene mayor importancia, a veces los atropellan o les roban o les adelantan en la cola, pero es problema de ellos. Lo peculiar es lo que viene ahora. Porque la señora pidió un pescado que no tenían en ese momento y el pescadero llamó a gritos al mozo para que le trajera uno de la cámara frigorífica. La señora tenía que esperar y entonces deslizó su comentario venenoso: –No importa, espero lo que haga falta y así le puede usted ir atendiendo a este señor, que está tan ansioso.

Hay que tener mala uva. Perfidia típicamente femenina y no quiero ofender a la mitad del género humano (porque para mí, el único género que existe es el humano; lo otro son sexos, como se precisaba en los formularios antiguos: sexo, V o M). Yo no estaba ansioso, pero sí me estaba poniendo un poco nervioso la pachorra de esta señora a un móvil pegada, así que no podía dejar correr un comentario tan inconveniente. Con la mejor de mis sonrisas le dije: –Señora, yo no estoy ansioso, sólo estoy pendiente de lo que sucede a mi alrededor, por respeto a los demás clientes. Debería haber añadido “y no abstraído en lo que me muestra el móvil, como hacen otras”, pero esa maldad no se me ocurrió hasta después, como suele suceder, y casi mejor, porque habría sido como ponerme a su altura de vieja amargada. La doña cerró la controversia con una media sonrisa, antes de enfrascarse de nuevo en la pantalla de su aparato, mientras el pescadero pesaba mis gambas y el resto de clientes me hacían llegar un silencio que quise interpretar como aprobatorio de mi conducta y mano izquierda.

Un incidente nimio para aderezar estas horas previas al primero de los vórtices del huracán navideño, porque no debemos olvidar que luego viene la Nochevieja y los Reyes. No saben cuánto deseo que se acabe todo esto para que las calles de mi barrio vuelvan a estar practicables, se reanuden el yoga y las clases de guitarra y mi vida se normalice para afrontar el año venidero. En estos días de preparación he cumplido con mis compromisos, estuve viendo a Osi y el Chikitín en la Bombonera de Vallecas, cené con mis amigos en La Llorería, donde creo que cada vez se come mejor, eché la mañana del miércoles en Torrelodones adonde subí a hacer una serie de gestiones que no les detallo, comí luego en el Matilda, fui a mi clase de guitarra y por la noche acudí a la T4 a recibir a mi hijo Kike. Lucas llegó al día siguiente y abajo ven cómo les ha recibido el gran Tarik Marcelino.


Para recibir a mis hijos, hice varias compras, como por ejemplo un champú a la altura de los que requiere Kike, que no se lava la cabeza con cualquier cosa. También me preocupé de tener la despensa bien surtida y de cosas como cortarle las uñas a Tarik, para que no las use como cuchillos contra ellos, en sus frecuentes juegos. Pero sobre todo, adquirí un pandoro en El Corte Inglés, después de chequear en la información de la OCU que es el más saludable de todos los que se venden por ahí. El pandoro es uno de los bollos más prestigiados de Italia, aunque menos conocido internacionalmente que el panettone. El pandoro no tiene tropezones de pasas ni frutas de ningún tipo, es un simple bizcocho bien cargado de mantequilla y con aroma de vainilla. Pero lo que más me gusta de él es que conlleva una liturgia específica.

El pandoro viene en una bolsa de plástico y fuera trae un sobrecito de azúcar glas. Antes de estrenarlo, hay que verter el contenido del sobrecito en la bolsa, cerrarla de nuevo y agitarla vigorosamente en el aire como una coctelera, para que el azúcar se reparta uniformemente por todo el exterior del bizcocho. Y de esta tarea, se encarga tradicionalmente el padre de familia, lo mismo que de descorchar las botellas de prosecco o del caldo que beba la familia italiana de turno. Ayer, primer día en que estuvimos los tres para desayunar, me hice cargo de la ceremonia, como corresponde a un buen padre, aunque no sea italiano. Lucas no conocía todo esto, pero le encantó el bollo y, en apenas dos días, entre los tres hemos dado cuenta de más de la mitad del pandoro, como atestigua la foto que acabo de hacer y que les muestro. 

La bolsa de plástico es clave para una adecuada conservación de varios días, como ya se imaginan. Pero es hora ya de que les cuente que llevo unos días con un trancazo importante. Es ese catarro que al parecer está sufriendo media España, que empieza con una tos irritativa seca, luego continúa con mocos nasales y luego parece que va bajando a los bronquios. Digo parece porque yo no he llegado a esa fase. El tema apuntaba ya cuando acudí al aeropuerto la noche del miércoles y, por instancia de Kike, me hice la prueba del Covid al día siguiente, prueba que salió negativa. Vale, hay muchos virus sueltos por ahí, dicen los médicos y corroboran los epidemiólogos, que hablan de la revancha de los catarros de toda la vida contra la pandemia que los tuvo arrinconados unos años (cuando no nos quitábamos la mascarilla ni para lo que ustedes están pensando ahora mismo y no hace falta que les detalle).

Todo eso está muy bien. Pero yo tengo una interpretación paralela, más acorde con la línea místico-poética de este blog. Es la siguiente. Yo vengo estando un poquito justo de ánimos en los últimos tiempos, desde el bajón subsiguiente al regreso del fabuloso viaje a Londres que quedó aquí profusamente detallado, como ha detectado un lector anónimo sagaz que me envía ánimos al post anterior. Por unas cosas o por otras, he dejado de correr. No es para siempre, espero, pero esto del running requiere una cierta continuidad; no se puede bajar a correr hoy, y volver a hacerlo dentro de una semana. Entre el viaje y otros asuntos, llevo tres meses sin bajar a correr al Retiro. También estoy escribiendo menos en el blog, una tribuna que empieza a dar algunos signos de agotamiento, aunque en este caso espero revitalizarlo pronto.

El caso es que, una vez vuelto de Londres, me quedé directamente expuesto a la llegada de la Navidad, una historia que ya saben hace años que no es muy de mi gusto. Otros años, tenía muchos apoyos para pasarla con cierta dignidad, pero este año, dos de mis principales apoyos me están fallando. Ni corro ni afronto el mantenimiento del blog con demasiada ilusión, después de haber perdido este año a dos de mis más fieles, entusiastas y queridos lectores. Así que, entiendo que he bajado un poco la guardia, en dos temas cuya asiduidad o no, se realimenta sola. He bajado los brazos. Y cuando yo bajo los brazos, me suelo poner malo. No recuerdo cuándo fue el último catarro que me pillé. Hace una eternidad o, como dicen los ingleses: once upon a time. En resumen, que llevo tres días sobreviviendo a base de ibuprofeno. Y por supuesto, de escuchar a Samantha Fish. Mi hijo Kike me filmó ayer en el noble arte del samanthing, para dejar constancia, en el vídeo que les pongo abajo.

Los millennials como Kike suelen hacer estos clips muy cortitos y espontáneos, no como los más largos que idean los boomers como yo. Ya ven que estoy envuelto en ropa para conjurar el frío que se me mete en los huesos, mientras mis hijos andan por aquí en camiseta. El caso es que hoy, aparte de bajar a por las gambas, no he salido. Kike se ha ido con la bufanda del Atlético de Madrid a encontrarse con sus amigos fans y acudir al Wanda a ver el partido, que era a las cuatro. Lucas ha desaparecido también, sin decirme adonde iba. Así que me he quedado solo con Marcelino, rumiando mis penas. Y me he puesto, una vez más a escribir para ustedes. A pesar del trancazo, sigo al tanto de la actualidad política, a pesar de lo aburrida que es, al menos la española. Me preocupa mucho la deriva argentina, el tal Milei me parece un mastuerzo, que no les puede traer nada bueno. Al menos, desde que ganó ya no sale con la motosierra, pero sigue pareciendo igual de bruto.


No me produjo ese efecto, por ejemplo, la llegada al poder de la señora Meloni, de derecha profunda y conservadora, pero muy preparada, algo que no se puede decir de este fantoche porteño (ni de Abascal). Son países, en cualquier caso, no centrales. En donde de verdad nos lo jugamos todo es en las elecciones USA de dentro de menos de un año. Si Trump llegara al poder, sería una verdadera catástrofe. Y es penoso que los demócratas no tengan a nadie un poco menos anciano que Biden, al que cada día se le ve más gagá. Al lado de esto, nuestras mínimas escaramuzas son pecata minuta, o como decía el señor Caneda, a la sazón presidente del club de fútbol Compostela, pataca minuta. Por ejemplo, resulta que el otro día Ortega Smith le tira una botella de agua a uno de Más Madrid, durante el Pleno (eso se dice al principio). Luego el propio agredido precisa que el agresor lo que hizo fue dar un manotazo en la mesa, lo que provocó que la botella saliera volando, sin darle al agredido ni de refilón.

El incidente empezó porque Ortega, tras dar uno de sus discursos habituales, pasó al lado del otro, quien masculló para sí mismo la frase Qué asco, lo que desató la respuesta de matón del tipo. Y el agredido lo reconoce así. Desde luego, estos de la izquierda es que no aprenden. Hace poco, la señora Ayuso, tildó a Pedro Sánchez de hijo de puta, tal como captaron las cámaras. Pero esta señora no lo reconoce y dice que dijo me gusta la fruta. Y MAR, que es un genio, ha llenado los actos posteriores del PP de cestos de fruta que se regalan unos a otros. El ahora agredido (no me voy a aprender su nombre), podría sostener que dijo me gusta el tabasco. O me pica y me rasco. O menudo fiasco. O vengo de un atasco. O aquí hay que ponerse casco. O toma del frasco Carrasco. O me voy a comer un churrasco. Pero, nada; que no aprenden.

Con estas minucias, lo lamentable es que la gente no se fije en que el señor Almeida está utilizando los Plenos municipales, no para tratar de los temas de Madrid, sino para atacar a Sánchez, en sintonía con Ayuso, lo que le viene muy bien para que no se hable de los árboles que está talando por centenares en Madrid Río y en el Barrio de Comillas. No sé de qué se quejan en esta ciudad, que lo ha votado por mayoría absoluta hace cuatro días. Ahora que se jodan si les cierran el Retiro un día sí y otro también, o si les despluman el parque Madrid Río como un pavo para la Navidad. Ya ven que, sólo con ponerme a escribir para ustedes, me voy poco a poco reanimando, primer paso para curarme del trancazo, según mis parámetros blogueros. Prometo empezar a escribir con más asiduidad.

Por lo demás, aquí en España seguimos ocupando nuestro puesto en el mundo globalizado. No somos Francia, ni el Reino Unido. Ni siquiera Italia. Pero vamos tirando a nuestro buen saber y entender. Mucho peor están en dos tercios del globo, incluyendo toda África, Latinoamérica y buena parte de Asia. Sin irse muy lejos, en Marruecos sufrieron un tremendo terremoto este año. La cosa fue tan grave que el rey Mohamed tuvo que venir apresuradamente de París, donde pasa la mayor parte del tiempo, para dirigirse a la población y darles ánimos. Vean de que guisa se presentó y juzguen por ustedes mismos. 

Hombre, yo entiendo que no se pudiera limpiar las legañas o afeitarse un poco, pero al menos podría haberse quitado el pijamón, para disimular. No es de extrañar que la gente del otro lado del estrecho se suba a las pateras. Y los que se adaptan bien a nuestro mundo, lo pasan bien y les queda margen para mandar dinero fresco a sus familias. Así que es tontería que nos quejemos: estamos donde estamos y ojalá el año que viene podamos decir lo mismo. A ver si se calma un poco la cacofonía del facherío, jaleada por fachapobres y cayetanos, y nos dejan vivir tranquilos. El año pasado les felicité las navidades en coreano. Pero ya que hemos hablado de África, esta vez les dejó con la felicitación de los niños del Masaka Kids Africana, un grupo radicado en un refugio solidario de Uganda. No cabe duda de que por allí es por donde nació la música y el ritmo. Lo dicho, que pasen una feliz Nochebuena, seguimos a la vuelta.

viernes, 15 de diciembre de 2023

1.261. Hibernando

Exactamente eso es lo que estoy haciendo desde mi regreso de La Coruña el pasado martes. Estuve en mi tierra con un clima extrahúmedo y cálido que hizo las delicias de mis narices, ojos y garganta, pero regresé aquí a un ambiente frío y seco que me tiene bastante encerrado en casa, salvo las habituales salidas al yoga y a la academia de guitarra. Menos mal que tengo al lado a mi maravilloso gato Tarik Marcelino Martínez que me recibió con regaños generalizados por haberlo dejado solo cuatro días. La verdad es que me parece mentira que haya podido vivir tantos años sin un compañero tan cariñoso, zalamero y regalón como Tarik. Además es fotogénico como ya han podido comprobar. Vean abajo uno de sus últimos retratos.

Mis días en La Coruña fueron gratos. A mí ese clima húmedo me va muy bien, además de la paz que te transmite la proximidad del mar, ese mar precioso que rompe contra los diques y los muelles de la ciudad. No teniendo esta vez ningún amigo local para que me acompañara a callejear por los barrios céntricos que tanto quiero, dividí mi tiempo en recorrer el paseo marítimo arriba y abajo con mi hermano por las mañanas y salir solo por las tardes/noches, con las correspondientes paradas a tomar algún ribeiro en la calle de los Olmos o alguno de los excelentes vermús de la marca Yzaguirre en el Agarimo o en la Vermutería Martínez, entre las masas de gente que llena las calles, inmune a la lluvia continua. Esa humedad extrema que a mí me suaviza las mucosas y las entretelas, no le va tan bien a algunas de las casas, que los constructores coruñeses se empeñan en revocar en color cemento. Este tipo de revestimientos hay que repintarlos cada año, si no se quiere que se pongan como estas.

Tengo ese tipo de imágenes ancladas en mi memoria en blanco y negro de los años cincuenta, cuando era un niño que luchaba por encontrarse a sí mismo en una ciudad en la que a mediados de septiembre se ocultaba el sol y ya no volvía a salir hasta abril. En unas décadas, Galicia va a ser la región española más habitable, por mor del cambio climático y la subida de temperaturas medias, si antes no la anega ese mar que la rodea por casi todos los lados. La Coruña es ahora una ciudad muy distinta de la que yo viví hasta los diecisiete y de la que huí en dirección a Madrid para no volver más que de visita o vacaciones. Ahora, por ejemplo, la fundación que regenta Marta Ortega, la heredera del imperio Zara, está reutilizando las antiguas instalaciones del puerto para montar unas exposiciones de fotografía espectaculares. Unas muestras que se pueden visitar gratis, como los museos de Londres, y a las que viene gente de todo el mundo. La primera estuvo dedicada al enigmático fotógrafo yanqui Steven Meisel y ya fue reseñada en el blog. La segunda, que está abierta en estos días, se centra en Helmut Newton, el australiano que mejor fotografió el cuerpo de la mujer. Vean esta espectacular sala con cinco imágenes a tamaño natural que se puede ver en la expo coruñesa.

La sociedad local siempre ha tenido un punto sofisticado y encaja este tipo de exposiciones con naturalidad. A todas horas, la muestra se llena de gente de todas las edades comentando las fotos de Newton a la vez que las malas noticias del Dépor o las previsiones meteorológicas, siempre desfavorables. Me siento a gusto cuando visito mi tierra, donde últimamente he encontrado un alojamiento cómodo en casa de uno de mis sobrinos que me deja su cuarto de invitados, me da una llave y me deja libertad para hacer lo que me dé la gana. Así que sólo necesito una mínima excusa para volver. En verano fue el 50 cumpleaños de otro de mis sobrinos coruñeses, en donde se reunió toda la familia. Ahora era el cumple de mi hermano Pepe, al que le han caído 81 tacos. El año pasado me presenté por sorpresa en los festejos del cambio de década, pero este año les avisé con tiempo. Aquí una foto de nuestro encuentro. 

Esta vez me desplacé en tren, que es muy cómodo. Yo me acerqué a la estación de Atocha, pedí dos billetes, ida y vuelta para los días y horas que me convenían. Y me vendieron uno de ida con parada en Orense para cambiar de tren y otro de vuelta, directo. Y la paradoja es que el primero tarda tres horas y media, mientras el directo tarda cuatro. Tiene una explicación. El AVE ha llegado sólo a Orense. Allí, uno se baja del tren y tiene al otro lado del andén un Alvia que va a La Coruña. En cambio el directo es todo el tiempo Alvia. Estos Alvia, además de ser más lentos, son menos cómodos y peor conservados. Pero los horarios de unos y otros se van alternando y yo quería el sábado llegar a comer a La Coruña y el martes a cenar a Madrid.

Otra paradoja o hecho curioso, que tal vez ustedes ignoren, aunque ya lo comenté en el blog hace una eternidad. Estamos a las puertas de vivir el día más corto del año, el del solsticio de invierno, que será el próximo 21 de diciembre. Sin embargo, las tardes ya empezaron a estirar hace dos días, el 13, Santa Lucía. En Galicia dicen: por Santa Lucía, mengua a noite e crece o día. Es decir, que los atardeceres ya han empezado a retrasarse desde anteayer, pero la noche se sigue alargando por las mañanas en un margen de tiempo que compensa la variación contraria de las tardes. Eso sucede durante ocho días, hasta el 21. En esa fecha transcurre el día más corto. Luego, durante otros ocho días hasta el 29, las mañanas se siguen retrasando pero menos de lo que ganan las tardes. Y el día 29 ya empieza a crecer el día por sus dos extremos. ¿Y por qué sucede eso? Pues por la desviación del eje de rotación de la Tierra respecto a su eje de traslación, lo que se llama la eclíptica, que los astrónomos de la antigua Grecia lograron medir con toda precisión: 23 grados y 51 minutos.

Lo cierto es que llevo once años contando cosas como estas en mi blog y prácticamente creo que ya no me queda nada por contar. Por eso me dedico a utilizar esta tribuna como diario en el que quedan reseñadas mis peripecias cotidianas, o al menos las que se pueden contar. Tal vez al año que viene tenga que buscar algunas variantes para no perder el interés de mi público que, como en cada Navidad o mes de agosto, se reduce notablemente y me temo que algún día no vuelvan a leerme. Por lo demás, este no ha sido un año bueno para mí, por la muerte de dos de mis mejores seguidores, a los que debo sendos retratos que tengo pendientes. Cosas como estas, más el habitual bajón navideño, justifican en parte que, por ejemplo, este post se publique diez días después del anterior.

El resto de mis excusas se apoyan en el hecho cierto de que estoy dando prioridad a vivir, sobre la compulsión de contar lo que vivo. Pero estos días de hibernación post viaje, no he tenido muchas ganas de escribirles, la verdad. En estos próximos días ya tengo unos cuantos eventos programados. El domingo, después del yoga mañanero y el correspondiente desayuno en La Casa de Las Torrijas o en el Four, me acercaré a Vallecas, al Metro Portazgo para asistir a una sesión vermú con Osi, el de los Osidados, esta vez en versión acústica, acompañado por diversos músicos locales. El asunto tendrá lugar en el bar La Bombonera de Vallecas, en donde me encontraré con Críspulo, Henry Guitar y los demás del grupo. Vean el cartel anunciador del evento.

El martes he quedado de nuevo a la hora del vermú con mi antiguo jefe de los tiempos de la Oficina del Plan, Luis Rodríguez Avial, que hace algunas semanas presentó un libro que acaba de publicar, en un acto al que no pude asistir. El objeto de nuestro encuentro es que me haga entrega del ejemplar que tiene guardado para mí y que me dedicará como de costumbre. Por la noche he quedado a cenar en La Llorería con una pareja de amigos arquitectos a los que les quiero enseñar el lugar. Y el miércoles acudiré a mi clase de guitarra en coche, como suelo hacer últimamente desde que llevo la guitarra eléctrica. Desde Palomeras seguiré a encontrarme con una amiga para tomar una cerveza y por último me acercaré al aeropuerto a recoger a mi hijo Kike que llega de París. Lucas vendrá de Londres al día siguiente jueves y ya les iré contando cómo se desarrolla el programa de festejos navideños.

De momento, me he quedado por aquí en casa en estas jornadas frías, en compañía de mi gato y escuchando los dos últimos discos de Samantha Fish que adquirí tras su concierto en Bexhill on Sea. Creo que son los dos mejores de su carrera; recuerden que hasta ahora les decía que sus discos no eran extraordinarios, que lo bueno es su directo. Bueno, pues su directo es extraordinario, yo la he visto ya en cinco ocasiones, tres el año pasado y dos este, pero estos dos discos son muy buenos, están muy bien grabados y son de una producción y un sonido exquisitos. La musa de este blog está dando pasos importantes en su carrera. Para empezar, Eric Clapton la invitó personalmente a participar en su festival Crossroads. Lo hizo por mail y dice ella que al principio se creyó que era una broma y estuvo a punto de eliminarlo como spam.

De ese festival, que vi entero en diferido, no les comenté nada, porque me cabreó que a Sam y al gordo Kingfish les relegaran a papeles colaterales, muy por debajo de su valía. Pero al final es un buen punto a poner en el currículum. Después, su último disco, a medias con Jess Dayton, que a mí me gusta menos que los anteriores, ha sido nominado al Grammy al mejor álbum de blues contemporáneo de 2023. Sería cojonudo que lo ganara, aunque no es fácil. Pero de momento ya tiene una nominación al Grammy, que ya era hora. Su casa discográfica ha sacado pecho de la nominación con la publicación que ven abajo. 

Esta mujer no para y estos días está actuando de telonera de la Steve Miller Band. Este Steve Miller es un rockero veterano, 80 años, que a mí nunca me gustó especialmente, pero es también un buen punto en la carrera de Sam. En el primero de los conciertos, Miller la hizo subir al escenario al final a tocar un largo blues con su grupo. Poco a poco, esta mujer va acercándose al papel que se merece. Para el año que viene no se anuncia de momento ninguna gira europea, aunque sí una por Australia en mayo. A pesar de que no para, entre gira y gira a veces tiene tiempo de descansar un poco y vean qué foto publicó no hace mucho, tomándose un aperol spritz (una bebida que a mí también me encanta) en una terraza frente al puente Golden Gate de San Francisco.

Y ya que ha salido el Golden Gate, les diré que la administración de San Francisco de la que depende, ha accedido a colocar a su alrededor una red metálica para evitar los suicidios de la gente, como las mamparas de cristal que protegen de suicidas el Viaducto de Madrid. La protección del Golden Gate era una antigua reivindicación de las asociaciones de familiares de suicidas de los USA, pero contaba con la oposición de los protectores de la arquitectura y la estética. Lo mismo sucedió en Madrid, donde la secta de los conservacionistas del patrimonio puso verde al alcalde Álvarez del Manzano. Se dice que desde el Golden Gate se han suicidado más de 2.000 personas desde su inauguración en 1937. Entre ellas, algunos famosos, como el director de cine Tony Scott, hermano de Ridley y autor de algunas películas notables como Enemigo Público, que se tiró desde el centro del puente. Vean una imagen de la protección que le han puesto.

Este tema de los suicidios merecería un post en exclusiva, que tal vez escriba más adelante, en función de mi estado de ánimo. De momento baste decir que el suicidio es en España la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 30 años, sólo superada por el cáncer. Que el tema se ha agudizado desde la pandemia y sus encierros. Y que, por ejemplo, el último grito de la arquitectura de Nueva York, el edificio Vessel cerca de la línea verde del High Line, ideado por un arquitecto de prestigio y recientemente inaugurado, que es simplemente una escalera por donde se sube a ver unas excelentes vistas de la ciudad, ha sido cerrado al público tras el suicidio del tercer joven que se tiró desde el nivel más alto. Vean la imagen del edificio.

En fin, que esté aquí encerrado en hibernación, no quiere decir que no esté al tanto de lo que está pasando en el mundo. Por cierto, no sé por qué hibernación se escribe con be, cuando viene de invierno que es con uve. No me interesa especialmente la bronca patria, me entristecen las guerras en curso y me han llamado especialmente la atención dos noticias. El presidente del club de fútbol turco de Ankara, asistió a un partido en el que su equipo iba ganado 1-0, hasta que después de siete minutos de alargue, el equipo contrario empató y se acabó el match. El presidente bajó al campo rodeado de varios de los directivos del club y literalmente le forraron al árbitro a puñetazos y patadas. Resultado, además del tipo con un ojo a la virulé, que al presidente lo han metido a la cárcel, desde donde ha presentado su dimisión y que la Federación Turca ha suspendido todas las competiciones.

La otra noticia bomba es la del torero que se iba a casar y, media hora antes de la ceremonia, con la novia y todos los invitados en la iglesia, dio lo que se llama la espantá. Desde aquí le expreso mi solidaridad, eso de casarse es muy malo y a más de uno le hubiera merecido la pena dar una espantá como esa, antes de sufrir las penurias posteriores. Yo estoy aquí feliz con mi gato y mis discos de Samantha, a la espera de los nuevos festejos que me esperan y que me gustaría que ya se hubieran pasado. Con este frío, el bueno de Tarik ha optado por arrimarse al radiador de calefacción. Captado el mensaje, le he puesto delante su camita, lo que ha aprovechado para pasarse largas horas allí al calorcito. Les dejo las fotos de nuestro amigo. Sean buenos.


martes, 5 de diciembre de 2023

1.260. Si seis fuera nueve

Con una agenda como la que les detallé en el último post, no les extrañará que no haya tenido tiempo de escribir algo más para ustedes en estos días. Les diré que cumplí todos los ítems de mi programación de festejos prenavideños, fui y volví a Ciudad Real y, nada más bajarme del AVE de vuelta, cogí el coche para subir a Torrelodones a comer con mi amigo el Padre de Corro, con quien nos despachamos sendas raciones de rabo de toro estupendas, amén de unos entrantes de arroz caldoso de bogavante, lo que nos llevó de cabeza a su casa para una reglamentaria y merecida siesta. Pero de vuelta en Madrid, tampoco pude siquiera parar un rato en mi casa, porque seguí de largo para recoger a una amiga y acudir juntos al mercadillo en el que mi amiga portuguesa Tato vende su producción de cerámicas artesanales, cada año por estas fechas. La verdad es que el mercadillo está muy bien y compré unas cuantas piezas en prevención de necesidades de futuros regalos de estos próximos días.

Mi gato se alegró mucho de que apareciera por casa tras dos días de ausencia y caí de cabeza en la cama bastante cansado después de tanto sarao. El sábado reanudé mis rutinas con una sesión de yoga y mi desayuno habitual en La Casa de las Torrijas. Pero no tuve demasiado margen de descanso, porque a las ocho de la tarde estaba en la puerta del Rincón del Arte Nuevo, calle Segovia 17, ya cerca de pasar por debajo del Viaducto. Es este un lugar clásico, donde solían tocar Krahe y Sabina entre otros y donde hacía años que yo no entraba. El sábado actuaba el dúo Sin Porvenir, que está formado por Ángel, el pianista de la big band vallecana y del Colectivo La Palmera, con un amigo medio poeta, medio juglar bastante gracioso. Tenían el apoyo eventual de Henry Guitar y otro guitarra para algunos temas y allí que nos constituimos Críspulo y yo para apoyar a nuestros colegas. Vean un clip que les grabamos. Apenas habían ensayado, pero se puede ver lo buen guitarrista que es mi maestro Henry.

Al acabar el concierto nos acercamos a un viejo bar del entorno, fuera del radar de los turistas, en donde toda la peña de músicos y adláteres cenamos a gusto con bien de cerveza. Le comenté a Henry que el mercadillo de Tato merecía la pena, lo que me llevó al día siguiente a recogerlo con su mujer y llevarles al citado mercadillo, que ya se cerraba a mediodía y en el que hicieron también sus compras correspondientes. Desde allí nos movimos a la Villa de Vallecas a tomar el vermú con Críspulo y su gente, sarao que rematamos ya cerca de las cuatro de la tarde. Dejé a mis amigos en su casa y me fui a dormir la mona a la mía, para lo que directamente me puse el pijama. Medio adormilado vi el partido del Dépor que finalmente ganó. Pero ya no me quedaron ganas de ponerme a escribir. Y, ayer lunes, tenía cita matutina con el podólogo, que me tenía que hacer algunas reparaciones de chapa y pintura.

Estaba ya descansado y con las fuerzas recobradas, así que decidí volver caminando, desde la clínica que está en la calle Galileo hasta mi casa, un buen paseo por una ciudad que, en lunes por la mañana, podía recorrerse sin que estuviera petada de turistas y compradores de regalos. De paso, entré en El Corte Inglés a comprarme la agenda Moleskine del año que viene y me llevé también un pandoro para alegrarles el desayuno a mis hijos cuando vengan a casa por Navidad. Por la tarde tuve yoga de nuevo y al salir me acerqué al bar en el que habíamos estado el sábado en donde me tomé unos huevos rotos con jamón bastante bien preparados. Esta mañana he tenido clase de inglés y por la noche asistiré a la sesión de cierre del año de Billar de Letras, a ver si me da tiempo de terminar este post y publicarlo.

Este recuento minucioso de mis andanzas urbanas, a mí ya me resulta algo bastante rutinario y sin grandes sorpresas pero, por lo que me dicen las cifras de visitas al blog, es lo que más le interesa a los lectores, cuyo número dio un bajón explícito y sin matices en mi reciente post sobre los fachapobres y cayetanos. Entiendo que mi audiencia prefiere que les relate mis peripecias cotidianas, con un punto de morbo, para ver si digo algo del tipo: me picaba el culo, así que me paré a rascármelo (dicho esto sin ánimo de insultar a mi distinguida y fiel banda de seguidores del blog). Yo tengo que ser, a mi vez, fiel a este sentimiento que capto, aunque por mi gusto me hubiera limitado hoy a contar la única actividad que se salió un poco de lo habitual y en la que me centro a partir de este punto y aparte.

Estoy hablando de la visita del máximo director de planeamiento de la ciudad de Shanghái, a quien di un paseo por Madrid Río, breve, porque era de estos tipos importantes que se cansan rápido, aunque intenso. Este asunto me llegó a través de mi amiga Cr. que me puso en contacto con los arquitectos Lucía Cano y José Selgas, jefes de un estudio de arquitectura de mucho postín, que trabaja habitualmente en esa ciudad china. Yo tengo diferentes discursos sobre el Madrid Río, en función de que los visitantes sean arquitectos, gestores o directamente políticos, como era el caso. Además imaginaba que la visita sería corta, así que condensé mi discurso en unas cuantas cuestiones base, coste del proyecto, forma de financiarlo, grandes magnitudes, programación de las obras, forma de vender el tema a los ciudadanos. El gran hombre venía acompañado por un séquito de ocho personas y yo creo que se interesaron mucho por el tema, pero querían abreviar, porque se iban a ver Toledo, lo que sugiere que venían a hacer turismo por occidente para aprovechar el presupuesto para viajes de trabajo del que seguramente disponen.

Los dos arquitectos de la élite les acompañaron en la visita e hicimos buenas migas, si bien quedó claro en todo momento que yo no pertenezco a su clase, algo que se evidenció cuando en los días siguientes no me mandaron ningún mensaje de agradecimiento, ni tampoco a la querida amiga que les facilitó mi contacto. Esto no es algo que me moleste especialmente, siempre he tenido claro que no pertenezco a la familia de los arquitectos. Un grupo en el que hay grandes sagas y lazos familiares: los Cano Lasso, los Moya, los de la Hoz, los Lamela. Yo he tenido mala relación con ellos desde la Escuela, en donde era obvio que se les trataba con consideración especial. En realidad, tras terminar la carrera, no volví por la Escuela, hasta que fui un poco conocido como explicador de proyectos y, sobre todo, cuando llegó al claustro una línea disidente, con la que yo me identifico mucho más, en las personas de Ester Higueras, José Miguel Fernández Güell, Patxi Lamikiz, Julio Pozueta, Eva Gil o Sonia de Gregorio.

Hasta la llegada de esa hornada, yo recibía a grupos de estudiantes extranjeros en la antigua Gerencia de Urbanismo, a menudo traídos por profesores de la Escuela, que se limitaban a presentarme a la audiencia y luego me dejaban solo ante ellos, porque aprovechaban la visita para subir a la tercera planta a encontrarse con Ezquiaga, Lasheras o Díaz Sotelo, que sí pertenecían al clan de profesores. Yo prefería que se fueran porque así les contaba a los estudiantes foráneos lo que me daba la gana. Esto se acabó el día que Julio Pozueta (que, por cierto, es ingeniero de Caminos), me dijo que él se quedaba a escucharme. Me dio mucha vergüenza, pero seguí adelante y al final me felicitó y me dijo que mi discurso era muy interesante, precisamente como contrapunto de lo que les cuenta la mayoría de los profesores. Eso me vino muy bien al ego profesional y fue la primera de las puertas que se me abrió, seguida de las veces que fui a la Escuela y los demás disidentes descubrieron que existía.

Tengo muy claro que no pertenezco a la familia de los arquitectos, no sólo a los de la élite, sino a la de todos, de arriba y de abajo. Porque yo sólo he pertenecido en mi vida a una familia, aparte la biológica: la del rock and roll. Mi única patria, como ya les dije, mi única familia y el único clan al que pertenezco es el del rock, como ya han comprobado ustedes, porque es realmente el único tema del que hablo con una cierta autoridad. Lo que pasa es que los de esta familia estamos ya muy mayores y les aporto un dato. El pasado 27 de noviembre, el gran Jimy Hendrix hubiera cumplido 81 años. Acojonante. Los mismos 81 años que está a punto de cumplir mi hermano Pepe, a quien iré a acompañar a tan grato festejo en La Coruña, esta vez sin aparecer por sorpresa en su fiesta, como hice el año pasado por el cambio de década.

Jimy, por cierto, nació en Seattle, en donde le recuerda una estatua callejera que les fotografié para el blog en uno de mis viajes más interesantes. Jimy es para mí el mejor músico de rock de la historia, como guitarrista desde luego, pero también como compositor y cantante. En la guitarra se le han acercado algunos como Eric Clapton, Rory Gallagher o Stevie Ray Vaughan. Pero Jimy era el más grande. Y no ha cumplido estos días 81, porque murió en Londres, ahogado en sus propios vómitos tras haberse pasado un poco de alcohol y otras sustancias. Se ha sabido que Jimy estaba de gira por el UK, que tenía una novia que se había quedado en los USA, que estaba en un hotel con una chica diferente y que la chica se puso nerviosa al verlo inconsciente y perdió un tiempo crucial para avisar, que podría haberle salvado la vida. Y que ambas mujeres tuvieron luego una larga lucha por los derechos del músico en los tribunales, con acusaciones cruzadas y muchos tirones del moño, metafóricamente hablando.

Tenía Jimy 27 años, la edad maldita a la que sucumbirían en cascada Janis Joplin, Jim Morrison y Brian Jones, en apenas dos años. Más tarde se sumarían al club Kurt Cobain y Amy Winehouse entre otros. Pero Jimy fue el primero. Sucedió el 18 de septiembre de 1970 y tengo un recuerdo preciso de ese día, porque para mí ya era el máximo referente del rock. En esos años, yo ya me había dado cuenta de que la arquitectura no era lo mío y llevaba la carrera bastante a rastras, para disgusto de mi padre, que no aprobaba mis pelos largos, mis vaqueros baratos o de segunda mano, ni siquiera mi manera de andar, que sólo aprobó cuando volví de la mili, donde me habían enseñado a desfilar, lo que cambió mi forma de caminar por la calle. Y en los veranos, cuando yo volvía con varias asignaturas suspendidas, mi padre montaba una tragedia enorme y me encerraba en casa todo el día a estudiar para remediarlo en septiembre.

Y yo me buscaba un pretexto para escaparme de ese confinamiento asfixiante, consistente en irme a Madrid, con la excusa de que allí iba a concentrarme mejor para estudiar. Mi padre accedía porque esa estancia en Madrid estaba tutelada por mi hermano Viti, arquitecto recién acabado, que me ofrecía alojamiento en unas literas en su estudio, por entonces en la calle Orense. De verdad, yo estudiaba más cómodamente allí, sin la vigilancia permanente de mi padre, mientras mi hermano y su colega de estudio Aurelio trabajaban en la sala de al lado. La noche del 18 de septiembre de 1970, terminamos nuestras distintas actividades ya a las nueve de la noche y bajamos los tres a cenar a un restaurante al lado. Allí tenían la tele puesta. Una tele en blanco y negro en la que sólo había dos canales: la 1 y el UHF.

En la 1, a mitad del programa de variedades de los viernes, su director José María Íñigo dio la noticia: Jimy Hendrix había sido encontrado muerto en un hotel de Londres. Y yo me quedé lívido, desolado, hecho polvo, hasta el punto de que mis contertulios se preocuparon en saber quién era el tipo y por qué me afectaba tanto. Aurelio, con su retranca asturiana habitual, me preguntó si era Dios o algo así. Con un hilo de voz le respondí: no, Dios es Eric Clapton, lo que acrecentó aún más la brecha generacional, a pesar de que ellos tenían apenas seis años más que yo. Es que esa es la brecha cultural básica: antes y después del rock. Por cierto, José María Íñigo, que también era consciente de la importancia del personaje, trajo al programa de manera no prevista en el guion a un músico que andaba por Madrid por entonces, el gran Taj Mahal que, con una simple guitarra acústica, improvisó un par de temas en homenaje al maestro.

Así que ya lo ven: en 1970 yo ya tenía claro que mi universo mental más íntimo era el rock. Y he de decirles que Hendrix era también un gran compositor, con unas letras sintéticas y eficaces como disparos. Y tal vez una de las más significativas fue la que da título a este post: Si seis fuera nueve, un tema publicado en 1967. Me he tomado la molestia de traducirles la letra, ciertamente un coñazo con la aplicación del blog desde que alguien tuvo a bien cambiarla. Abajo la tienen. Y luego les pido que escuchen el tema. Para mí es un auténtico himno. La canción tiene sólo dos estrofas, que les he puesto en negro, y una serie de versos susurrados que les he resaltado en rojo. 

If six was nine

Sí, canta una canción, hermano.                            Yeah, sing a song, Bro

Si el sol se niega a brillar                                        If the sun refuse to shine
No me importa, no me importa                               
I don't mind, I don't mind                    Si las montañas cayeran al mar                              If the mountains fell in the sea          Déjalo estar, no es asunto mío                                let it be, it ain't me                            Yo tengo mi propio mundo para mirar                'cos I got my own world to look through  Y no voy a imitarte                                                   And I ain't gonna copy you

Ahora si el 6 se convirtió en 9                                 Now if 6 turned out to be 9              No me importa, no me importa                                I don't mind, I don't mind                  Si todos los hippies se cortaran el pelo          Alright, if all the hippies cut off all their hair  me la bufa, me la bufa                                             I don't care, I don't care                Porque tengo mi propio mundo para vivir           'cos I got my own world to live through    Y no voy a imitarte                                                   And I ain't gonna copy you    

Conservadores de cuello blanco                             White collared conservative    desfilan por la calle                                                  flashing down the street                Señalándome con su dedo de plástico                   Pointing their plastic finger at me Esperan que pronto los míos caigan y mueran     They're hoping soon my kind will drop                                                                                  and die                                              Pero voy a flamear mi bandera freak muy alto     But I'm gonna wave my freak flag high

Flamea, flamea                                                       Wave on, wave on

Que caigan las montañas                                       Fall mountains                                  Sólo que no caigan sobre mí                                  just don't fall on me                            Que le caigan al hombre de negocios                    Go ahead on Mr. Business man    Que no puede vestirse como yo                             you can't dress like me

Tengo mi propia vida para vivirla                            I’ve got my own life to live                  Y seré el único que se muera                                 I’m the one that’s going to die              Cuando llegue mi hora                                            When it’s time for me to die                Así que déjenme vivir mi vida                                  So let me live my life                      De la forma que yo quiero, sí                                  The way I want to, yeah

Canta Brother, toca baterista                                 Sing on Brother, play on drummer

Impresionante. Así que ya lo saben. En 1970, con diecinueve añitos yo era ya quien soy. Y de rock es de lo que más me gusta hablar, aunque ya sé que ustedes prefieren que les cuente mis andanzas por calles y tabernas de la ciudad de Madrid, o mis peripecias en los viajes a otras ciudades. Muy bien. Hemos contado hasta hoy y, como de costumbre, les resumo mi plan para estos próximos días y meses. No tengo un programa cerrado para los dos días festivos del macropuente; mañana creo que me quedaré en casa, para evitar los festejos del Día de la Constitución, como de costumbre consistentes en que se reúnan de nuevo los fachapobres y cayetanos para cagarse en la madre de Pedro Sánchez a voz en grito. Tengo pertrechos y comida como para no tener que salir de casa ni a comprar. El jueves tendré inglés por la mañana y yoga por la tarde. Ese día volveré a tomarme algo en el Ricla, a cuyos propietarios les he recomendado que adquieran para su bodega el vino cuya imagen les pongo abajo.

Salvado el viernes festivo, el sábado me subiré temprano al AVE a La Coruña, en donde estaré hasta el martes 12 para participar en los festejos del 81 cumpleaños de mi hermano Pepe. Después, dejando de lado otros asuntos menores, los días 20 y 21 vienen mis hijos a casa, desde París y Londres, para pasar conmigo la Navidad. El 7 de enero viene a Madrid mi querido colega parisino Alain Sinou, como el año pasado acompañado de su amiga octogenaria Victoria y he sacado tres entradas de senior para ir a visitar el recién inaugurado Museo de Colecciones Reales, actividad que les he sugerido yo porque tengo muchas ganas de conocerlo. Ellos se van el 9 pero, como el año pasado, le dejaremos a Victoria una mañana libre para reunirnos nosotros dos y concretar el contenido de la clase que iré a dar a su master de la Université Paris Huit en el mes de febrero.

Porque de nuevo este año Alain me invita a París y he de aprovecharlo, a la vista de que en junio ya se jubila de la Universidad. Ya hemos fijado la clase para el viernes 16 de febrero, de modo que se superponga con mi cumpleaños. El año pasado, después de las dos clases que finalmente di, mi hijo Kike y señora se subieron conmigo a un tren a Lille donde celebramos mi cumpleaños con Lucas. Este año, la idea es que Lucas venga de Londres para celebrarlo en París. Y, tras la Semana Santa, Alain vendrá a Madrid una semana con los alumnos del máster, ocasión en la que he de acompañarlos como hice el año pasado. Y ya les digo que, a partir de mediados de abril, estoy despejando mi agenda para la posibilidad de emprender una aventura que aún no tengo decidido hacer, pero que implicaría incluso cambios en el blog.

Así que no se confíen conmigo. En estos días navideños, la cifra de visitas al blog baja notoriamente, igual que en agosto, pero yo voy a seguir mi propio camino, escribiendo lo que me dé la gana y cuando me dé la gana. Porque If six was nine es mi himno y, parafraseándolo, les digo desde aquí:

Si seis fuera nueve

No me importa, no me importa

Si todos mis seguidores

Dejan de visitar mi blog

Me la suda, me la suda.

Porque yo tengo mi propio camino mental

Y pienso seguirlo hasta el final


En fin, que pasen unas buenas fiestas, que se porten bien, que no se pasen de comilonas o, en caso contrario, recurran como yo al Pankreoflat, que nos toque la lotería a ser posible (no hace falta que sea el Gordo). Y que la Fuerza nos acompañe.

domingo, 26 de noviembre de 2023

1.259. Empieza el aquelarre navideño

Sí señor, falta un mes todavía para la Nochebuena pero ya las calles de mi barrio están petadas de gente con cara de arrobo y montones de bolsas colgando de los brazos con los regalos que acaban de comprar, personal venido de todos los pueblos y ciudades del entorno para ver las luces navideñas, escuchar los villancicos omnipresentes, quedarse de piedra viendo la instalación Cortylandia, hacer colas de horas para comprarse el décimo de Doña Manolita o tomarse un bacalao rebozado en Casa Labra, y sobre todo pasear arriba y abajo, las familias completas, con el padre con gesto indisimulado de vaya coñazo me estoy tragando, las madres con un aire de determinación y la satisfacción en el bigote de que por una vez se está haciendo lo que hay que hacer y los niños abrigados con los típicos verdugos de lana, en ocasiones con orejitas de oso de peluche, bien agarrados de la mano para que no se despisten.

Esto obliga a redoblar la dotación de la policía municipal, cortar determinadas calles a las horas punta, cerrar estaciones de Metro como la de Sol e impedirme a mí acceder a mi garaje, salvo mostrando el DNI que certifica que vivo allí al agente de movilidad correspondiente. La obligación de estar muy contentos y exteriorizar todo el rato esa especie de felicidad impostada, es algo bastante agotador y yo ya expresé hace once años, en mis primeras navidades del blog, lo cargante que me resultaba todo esto. Pasados los años, he suavizado un poco esta percepción, sobre todo por el hecho de que mis hijos han tomado la costumbre de venir a pasar las fiestas conmigo, lo cual es siempre motivo de gozo y además procuro encontrarme con amigos y conocidos para desearnos mutuamente un feliz año nuevo.

Pero este año, la cosa me vuelve a resultar bastante estomagante (expresiva palabra que forma parte de nuestro léxico), porque no es más que un grado superlativo del coñazo que me toca vivir cada fin de semana por el Barrio de Las Letras, en donde el viernes noche se empieza a abarrotar el espacio público de turistas, dispuestos a ver miles de cosas y escuchar horas de textos semi-inventados por guías de tres el cuarto, como si no hubiera un mañana, en ese fenómeno que se ha agudizado al volver de los encierros de la pandemia. Qué bien nos vendría que nos decretaran un confinamiento selectivo, en el que encerraran sólo a los pedorros y gilipollas; la ciudad quedaría en exclusiva para los demás.

Además, este año, he perdido a unos cuantos amigos, en especial dos de los seguidores del blog más fieles y constantes, y el alcalde Almeida ha ganado por mayoría absoluta dejando el urbanismo en manos del inefable Borja Carburante, que lo primero que ha hecho es cesar a mi querida jefa, tal vez una de las personas más brillantes del urbanismo local. Las luces de Navidad, que Gallardón dotó de un punto moderno y estilizado, con esta panda vuelven a ser de nuevo horteras y cada vez más ridículas. En la esquina de Gran Vía y Alcalá se solía colocar una bola del mundo muy vistosa, a la que la gente acudía en manada para hacerse selfies. Pues este año, han decidido sustituirla por una supuesta flor de pascua gigante, cuya imagen les pongo abajo. El saber popular rápidamente ha procedido a asignarle un nombre chusco de mucha precisión: el monumento al mojito de fresa.

Pero, en fin, la Navidad he venido, nadie sabe cómo ha sido, y hay que intentar disfrutar de la parte buena, de quedar con los amigos y ponerse al día que, como les digo siempre, a los amigos hay que cuidarlos si se los quiere mantener, igual que a las plantas hay que regarlas: si se las deja secar, luego ya es inútil regarlas otra vez. Y yo estoy este año en una dinámica de salir y encontrarme con amigos y conocidos para mantener viva la llama, dinámica que ni siquiera he interrumpido durante mis dos semanas en Londres. Lo malo es que, en nuestra sociedad, esos encuentros están inevitablemente unidos a la cuestión gastronómica, de modo que, para ver a los amigos has de pegarte unas comilonas que pueden dejarte hecho polvo, sobre todo por la reiteración. Para esas tesituras, yo tengo un remedio magnífico; se llama Pankreoflat y lo venden en las farmacias sin receta. Mi madre no salía a comer fuera de casa sin llevarse su cajita de Pankreoflat en el bolso, y yo hago exactamente lo mismo.

Esta semana pasada ya he tenido un anticipo del aquelarre digestivo que nos espera. El miércoles, quedé a comer con cuatro ex-compañeras del trabajo con las que suelo encontrarme de vez en cuando, aunque llevábamos sin vernos desde antes del verano. Comimos en Casa Carmen, un restaurante nuevo frente al edificio del Ayuntamiento en Cibeles en el que trabajan algunas de ellas, en la calle Alcalá, un lugar de bastante buena relación precio calidad. Por la tarde, subí a Palomeras para mi clase de guitarra y después cayeron también unos cuantos botellines en el bar de al lado. El jueves, salí de mi sesión de yoga a las nueve de la noche y me dirigí al Ricla, donde Ana, la dueña, me había guardado un plato de cocido del día anterior, que estaba extraordinario, de los mejores cocidos que he comido nunca. Me habían convocado el día anterior a mediodía, pero ya tenía la cita con mis amigas.

El viernes tuve un poco de alivio gastronómico, pero el sábado me tocó ayudar a mi amiga a terminar de montar los muebles de IKEA, lo que comportó acudir otra vez a la tienda a por unas piezas que nos faltaban, ocasión que aprovechamos para comernos una hamburguesa doble en un Friday, que es una cadena bastante mejor que las habituales americanas. Y por la noche, bajé a coger el tren hacia Entrevías, para asistir al concierto de Navidad del Colectivo La Palmera, en el local de la asociación de vecinos, conocido como La Tacita de Plata. Allí cayeron también unos cuantos tercios de cerveza Estrella, acompañados por patatas fritas, que me zampé con Henry Guitar, Críspulo, El Bruja y los demás, mientras se preparaba el concierto.

La primera vez que me acerqué al mostrador a pedir cerveza, el chaval que atendía la barra me recordó que no se puede pagar con tarjeta. Rebusqué en los bolsillos y encontré exactamente 2,30€. La cerveza valía tres, pero el chaval me dijo que le diera lo que llevaba, que daba igual. Era un joven sonriente y muy amable, con los dientes delanteros muy estropeados, lo que le daba un aire de drogadicto rehabilitado. La Palmera, es un colectivo en el que entran y salen músicos, hasta un total de quince, que se reunieron para los bises. Hacen un jazz-bossa bastante meritorio, con diversos saxos, trompetas, flautas y fiscornos, apoyados en la guitarra de Henry, el contrabajo de Christian el alemán de Carabanchel, los teclados de Ángel y la batería de Crispulo. Estos cuatro se suelen situar detrás de los metales, pero son los que dirigen la cosa. Como siempre, les grabé un pequeño clip, de un tema en el que no participó mucha gente y que les pongo abajo. No me dio margen a grabar la parte de la trompeta, que, en este tema, ejecutaba la única mujer del grupo, que es buenísima.  

Pedí dinero a mis amigos para las siguientes cervezas y volví donde el joven de la dentadura en ruinas. Le ofrecí pagarle 3,70€ por la segunda, pero no quiso cobrarme más que los tres de rigor. Con su sonrisa rota, puntualizó: tú y yo estamos en paz; estábamos en paz desde el principio. Cuando fui a por la tercera, con un montón de monedas, le dije que había estado en la puerta pasando la gorra a los que entraban y se partía de risa. La afluencia de público no fue exagerada, yo creo que estaba todo el mundo en el centro comprando regalos y viendo las luces. Pero los músicos se llevaron unas merecidas ovaciones y pararon porque el lugar tenía que cerrar. Ayudé a Críspulo a recoger sus tambores y me fui en el primer coche que salía para la academia de música, porque a esas horas ya no hay tren y en Palomeras se puede coger el Metro hasta la una y media.

Nos tomamos el vino de cierre, un rioja joven en mi caso, en un bar que no conocía. Se llama el Papalaguinda y es un lugar de copas muy recomendable, con pantallas de tv en las que estaban dando el partido del Rayo Vallecano y diversas actuaciones musicales. A la una y cuarto, caminé desde allí hasta el Metro Alto del Arenal, bajo una niebla fría bastante insidiosa, para volver a casa con mi querido Tarik Marcelino, que ya me echaba de menos. Esta mañana he acudido al yoga y luego he atravesado la masa de turistas de la Plaza Mayor para ir a desayunar a la Casa de las Torrijas. Después me he recogido en casa, a descansar de las comidas excesivas y seguir los partidos de fútbol por la radio, mientras escribía para ustedes. Porque el programa de la semana que entra es de auténtico aquelarre pantagruélico.

Se lo resumo para que vean que no exagero. Mañana lunes, he de encontrarme en Madrid Río a media mañana con una delegación de planificadores urbanos de Shanghái, que viene con Lucía Cano, una arquitecta de primera línea que desarrolla parte de su trabajo en esa ciudad china, y a la que una amiga común le ha dicho que nadie como yo para contar el proyecto del río. Veremos cómo me arreglo, porque parece que los chinos, que son ocho, no hablan ni una palabra de ningún otro idioma que no sea el chino. Si todo va bien, volveré a casa a comer algo ligero. Porque por la noche he quedado con mi sobrina Eva a tomar unas cervezas con algo de tropezón para que entren mejor. El martes comeré un sándwich en casa para ir con el estómago vacío a la sesión vespertina de yoga, tras la que seguramente me comeré algo en la Cervecería Santa Ana, dado que el Ricla cierra ese día.

El miércoles he quedado a comer en la Casa de Campo con la madre de mis hijos (es decir, la madre que los parió) con quien me veo con frecuencia para charlar y tratar de nuestros negocios comunes. Por la tarde noche vuelvo a mi clase de guitarra, no sé si esta vez seguida de piscolabis o no. El jueves, tengo clase de inglés por la mañana y luego tengo comida con mi jefa defenestrada y mi querida compañera M. a ver si consigo que se animen un poco. La semana pasada fui un día al edificio APOT y se me cayó el alma a los pies. Nuestra antigua Dirección General de Planificación Estratégica ha sido desmantelada. MI jefa está ahora en el Área de Obras en la calle Alcalá. Una de las dos subdirecciones que teníamos ha pasado al Área de Vivienda. Y el equipo de confianza más próximo a mi jefa y a mí, incluyendo todo el team de delineación, ha sido desterrado a una planta diferente, en donde los han colocado en una hilera infame en el centro, estabulados como burros en un establo.

Tal vez recuerden lo que yo sufrí cuando me defenestraron y me enviaron a un chiquero, delimitado lateralmente por dos muebles bajos, en el que me veía obligado a escuchar las conversaciones de todas las secretarias que poblaban la llamada pradera. Pues esto es peor, porque ni la espalda tienen resguardada. Así que el jueves tengo esa comida que les he dicho. Sin demasiado tiempo para una larga sobremesa. Porque a las 18.15 tengo que tomar en la estación de Atocha un AVE a Ciudad Real, en donde tengo la cena anual del grupo de viajeros veteranos con los que fui a Madagascar, Birmania y Chile. Este grupo está ahora mismo al ralentí, a la espera de que se reponga uno de los elementos clave, que tuvo un problema de espalda y no acaba de estar bien. Pero además, todos ellos forman parte de una ONG que se llama SOLMAN y que desde Ciudad Real desarrolla determinados proyectos sociales en África. Esta ONG es la que organiza la cena anual, en donde se reparte lotería, calendarios y demás merchandising.

Y el viernes, tras bajarme del AVE de vuelta, cogeré el coche para acercarme a Torrelodones a comerme un rabo de toro con mi querido amigo A. también conocido en el blog como el Padre de Corro, junto con mi sobrina Eva, el único amigo o seguidor del blog que tuvo a bien asistir a mi conferencia sobre Palomeras en el Ateneo de Madrid, que no se crean que se me ha olvidado la ofensa que sentí ante su escasa respuesta a la convocatoria. Como ven, he de llevar la caja de Pankreoflat lista para tamaña serie de eventos gastronómicos. El sábado y domingo podré descansar un poco, pero esto no ha hecho más que empezar. Lo que pasa es que del programa de la semana siguiente ya daré cuenta en entradas posteriores.

Por lo demás, basta que en el post anterior dijera que estaba encantado con el hecho de que cada uno de mis textos registra más de cuarenta visitas, para que ese post en concreto se haya quedado en 36. Y eso que muchos me reclamaban para que me pronunciara sobre la situación política. Como les pronostiqué, los cayetanos ya se van cansando de acudir cada noche a Ferraz con la que está cayendo y Sánchez ha empezado fuerte, que lo que hace falta es que trabajen y callen bocas. Yo espero que no lo hagan tan mal y que dejen sin argumentos a la derechona y a fachapobres amargados, podemitas resentidos y catalinos hiperventilados. En estos días hemos visto cómo triunfa esa nueva ultraderecha populista en Argentina y hasta en Holanda. Hemos de estar bien atentos, que la lucha continúa. Les dejo de propina una imagen de una pintada ultra, hábilmente retocada. Un ejemplo de esa lucha cotidiana en la que debemos seguir perseverando. Sean buenos.