miércoles, 31 de agosto de 2016

550. Interrupters, carreras y otras vicisitudes a la espera de Piter

Bueno, varios seguidores me han llamado para congratularse de encontrarme tan contento y casi eufórico, y también para preguntarme de dónde he sacado a los Interrupters esos, que son cojonudos. Lo son ciertamente. Se trata de un grupo formado al amparo de la casa Hellcat Records, la discográfica que mantiene en LA el gran Tim Armstrong. Este señor, ahora de gran barba negra, fue uno de los fundadores del grupo Rancid, un clásico del punk-rock de segunda ola, los que no cayeron en los excesos de los pioneros y han podido llegar a mayores con buena salud y la cabeza bien amueblada. Hellcat Records se dedica a reunir a músicos jóvenes con talento a los que les facilita un estudio de grabación y la posibilidad de editar su música. Se ve que las nuevas generaciones tienen cultura rockera mamada desde que nacieron.

Los Interrupters ya han sacados dos álbumes y son de los más persistentes de la galaxia Armstrong. El grupo está formado por la cantante Aimee Allen y los hermanos Bivona, dos de ellos tocando bajo y batería y el tercero multi-instrumentista, que lo mismo te toca la guitarra que cualquier teclado. Pero la idea de la discográfica es reunir a varios amigos y formar grupos eventuales, a lo mejor para un solo tema. Por ejemplo, aquí les traigo al grupo Witchita, que prácticamente sólo se han reunido para esta canción. Reconocerán a los ubicuos hermanos Bivona y tal vez al cantante, que es Max Schneider, conocido actor de cine y series de TV. En el post anterior les decía que nada como el punk para los momentos de subidón. Bueno, pues el soul tampoco se queda atrás, cuando se interpreta con talento y con la energía inagotable de las jóvenes generaciones. La canción es un clásico: Mrs. Magoo. Para escucharlo han de pinchar AQUÍ. Merece la pena que lo pongan en pantalla grande y le suban el volumen.

Bien, pues así de contento estoy yo, sólo me faltan tres soul-dancers tan guapas como las que salen en el vídeo. La pregunta es: ¿por qué no habría de estarlo? He empezado a correr y, por ahora no me duele la espalda. Ya saben que el año pasado empecé a correr con una faja en la cintura, por consejo de mi amigo Juanmi el Guitarrero. Lo que pasa es que antes de Navidad me volvió a cantar la parte baja de la espalda (algo más arriba de donde pierde su casto nombre) y dejé otra vez el deporte de forma temporal. ¿Saben en qué momento me dejó de doler la espalda? Exactamente, han acertado. En el segundo 1 después de romperme el brazo ya no me dolía ninguna otra cosa.

Este verano tenía yo la ilusión de iniciar la temporada en la fecha que más me gusta, el quince de agosto. Pero tuve la precaución de comprarme una faja mejor. La de antes era de esas que usan determinadas señoras para bajar barriga y estaba ya medio podrida después de un año de uso. La nueva es elástica, potente y king-size. No vean lo bien que voy con ella por el Retiro. Seguramente será una situación transitoria. En cuanto intensifique el entrenamiento y estire los recorridos volveré a tener problemas. O no, que diría el señor Rajoy. Hablando del rey de Roma, qué espectáculo el que están dando los políticos en su conjunto. Uno pone la tele e inmediatamente cambia a ver la Vuelta a España, aunque no le guste el ciclismo. Lo otro es insufrible. Me temo que vamos a las terceras elecciones, cuyos resultados probablemente los canten los niños de San Ildefonso, como sugiere mi amiga Inmaculada.

La gente pasa del tema. Esta tarde, aprovechando que hemos suspendido el grupo de inglés, me he tomado un par de vinos blancos con un amigo en una de las terrazas de la plaza de Santa Ana. Nadie hablaba de política, todo el mundo estaba a lo suyo, incluido el acordeonista rumano con su murga habitual. Y en eso hemos visto pasar a Alberto Garzón, caminando por el centro de la plaza, con una mochila al hombro, supongo que venía del Congreso. Me ha producido una sensación rara, como si se tratase de una aparición sobrenatural, como si se hubiera escapado del mundo irreal que muestra la televisión, como aquel personaje que se salía de la pantalla en La Rosa Púrpura del Cairo. La vida sigue fuera de Las Cortes, pero estos tipos están en su mundo, no se enteran de nada. Eso sí: parece que se lo pasan de cojones con sus absurdas esgrimas, con sus ironías y sus peleillas. Yo creo que Garzón es bastante conocido. Pero nadie de los presentes ha reparado en él, nadie le ha ovacionado ni abucheado.

Recuerdo ahora el detalle de Pablo Iglesias (que entonces me pareció simpático) de regalarle al rey la serie Juego de Tronos. Luego me ha tocado ver algunos capítulos de una de las temporadas y ahora me explico muchas cosas. La serie está bien filmada, es impactante, mis hijos la siguen con veneración, pero en el fondo muestra un universo medieval, bárbaro, despiadado y primitivo, que a mí no me atrae especialmente. Si al menos lo que se cuenta fuera cierto, tendría un valor histórico pero, encima, es imaginario. Hay detrás un equipo de guionistas que, cuando la cosa se pone fea, tiran de dragones que sobrevuelan el ejército de los malos, les vomitan fuego y los achicharran. Y a otra cosa, mariposa. A mí la Edad Media no me gusta, me parece un período tenebroso, menos mal que llegaron el Renacimiento y las revoluciones. Esto de Juego de Tronos no lo veo muy diferente de las Crónicas de Narnia, o los Juegos del Hambre. Fantasía de consumo para adolescentes. Sin duda, Iglesias me caería mejor si le hubiera regalado al rey Los Soprano (la mejor para mí, con diferencia), o True Detective, o The Wire (esta no la he visto, pero todo el mundo me dice que es muy buena). 

Pero estábamos en por qué estoy tan contento. Además de la vuelta a las carreras, la situación de mi brazo evoluciona. Tengo dolores y molestias importantes, pero me dice Juanmi El Guitarrero que lo que me duele no es el hueso sino lo que le rodea, que esas molestias son independientes de que se esté pegando o no, algo que no se podrá saber hasta el día 9, cuando me hagan una nueva radiografía. Que las molestias me durarán meses y luego se me irán quitando en función de que siga haciendo ejercicios de rehabilitación, dirigidos o por mi cuenta. Me lo dice alguien que se ha roto tantos huesos que dejó de contarlos a partir del número doce. Así que, en principio, vamos bien (por si acaso no es así, ya me las he arreglado para pedir el alta laboral antes, que no me fío ni un pelo de Gárate).

Por nada del mundo querría perderme el viaje a Piter. No sé si lo he contado, pero conozco Tallin y Helsinki, las dos ciudades que custodian la entrada del Golfo de Finlandia, al fondo del cual está construida San Petersburgo. Incluso he cruzado de una a otra en el ferry nocturno que las comunica. San Petersburgo es la ciudad barroca perfecta, construida en el lugar más inadecuado, unas marismas insalubres y de suelo poco firme, como resultado del capricho y el empeño del zar Pedro el Grande, un tipo que deja chiquito al barón Haussmann (no digamos a Gallardón). Pedro el Grande quería hacer una ciudad europea, que fuera como una ventana a Occidente, que permitiera la entrada de aire fresco en el mundo cerrado de la Rusia interior, cuya alma rústica y abnegada odiaba profundamente el zar. Para ello se trajo a ingenieros alemanes y arquitectos italianos que la diseñaron a lo grande. Se cuenta que en la corte del zar se habló francés durante mucho tiempo.

Tenía muchas ganas de visitar San Petersburgo y ya saben que esto de los congresos me gusta como a un niño un caramelo. No es una mala forma de reincorporarse a la vida activa, después de seis meses interrupted. Por mi experiencia en eventos similares, sé que, hasta que tenga lugar mi intervención, estaré tenso y concentrado, sin mirar mucho más allá de mi cabeza y mi ordenador. Una vez liberado, me relajaré y hasta puede que pase olímpicamente de los eventos finales del Congreso (salvo la clausura) para dedicarme a ver un poco la ciudad. Porque no me sobra mucho tiempo para esto. Les tendré al tanto de lo que vaya pasando.

lunes, 29 de agosto de 2016

549. ¡¡¡QUE ME VOY A PITER!!!

¡Menuda sorpresa que les tenía preparada! El próximo día 10 de septiembre me voy una semana a San Petersburgo a participar en el Congreso Bienal de la Organización Internacional del Urbanismo Subterráneo. Abajo se lo cuento con más detalle, pero lo cierto es que llevo todo el mes de agosto preparando el asunto, lo que pasa es que ya saben ustedes que este blog tiene algunas normas que se siguen a rajatabla y una de ellas es que no se anuncia ningún evento hasta que está confirmado al 100%. A mí me faltaba un detalle clave: el visado para entrar en Rusia. Es un tema que se me complicó, como les contaré en un post aparte, pero por fin esta mañana he pasado a recogerlo. En cualquier caso: mis disculpas. Esto que les cuento despejará algunas de las incógnitas que se hacían mis seguidores más desconfiados o despiertos: por qué hablaba tanto de Rusia últimamente, o para qué pedir el alta laboral una semana antes de mi consulta con el doctor Gárate.

Esta consulta es el día 9, la víspera de mi partida, y yo quiero presentarme ante el cirujano sin darle margen para que me fastidie los planes. Este señor debe opinar en el terreno estrictamente médico. En lo demás mando yo. Ya me han tenido 6 meses fuera de juego, encerrado en la Comunidad de Madrid salvo salidas clandestinas, y pienso resarcirme en lo que queda de año, como tendrán ocasión de comprobar. Es curioso: en mis momentos de bajón, llegué a pensar en cambiar mi perfil de blogger sustituyendo lo de corredor veterano y viajero recalcitrante, por ex-corredor de fondo y viajero ocasional. Pues, en este momento, casi debería replantearme lo de funcionario menguante y poner funcionario renacido como el Guadiana. Porque mi situación en el Ayuntamiento ha cambiado, algo que me ha costado reconocer, y que ya no me esperaba después de casi cinco años de exilio interior.

El cambio se nota en pequeños detalles. Por ejemplo: un día salgo de mi casa en dirección al restaurante La Pitarra, donde pienso comer y, a medio camino, en un bar que tiene unos barriles en la calle en torno a los que se congregan los clientes, diviso nada menos que al concejal de Urbanismo que se está tomando una caña con un grupo de gente. Nada extraño hasta aquí. Lo raro es que el hombre me ve venir y se separa un instante de su grupo para saludarme con la mano extendida: –Hombre, Emilio, qué tal tu brazo. Hablamos brevemente, le digo que voy mejor y me explica que acaba de salir de un acto en el Caixaforum que está al lado. Me despido y sigo mi camino, totalmente alucinado. La sorpresa es triple. UNO: el concejal me conoce. DOS: sabe mi nombre. TRES: sabe que me rompí un brazo.

No sé si son conscientes de mi alucine. Creo que nunca había hablado con este concejal. El día en que pasó saludando por los despachos, yo estaba en Alemania contando el proyecto del río en Lepzig y otros lugares. Luego nos hemos visto así como de pasada y tal vez me ha dado la mano de forma rutinaria al saludar a un grupo. Y no olviden que a su antecesora, la concejala inane y maruja que me marginó en las navidades de 2011, sólo la vi en directo en una ocasión y, en concreto, de espaldas. Alguien me dijo: –Mira, aquella que va por allí es nuestra concejala. Y no pude evitar el comentario: –Joder, si sólo le falta la cesta de la compra… Y ahora me pasa esto con el nuevo concejal. ¿Tanto han cambiado las cosas para mí? Con este tipo de situaciones hay que ser cauteloso, porque hay un sentimiento muy pernicioso que se te cuela por donde menos lo esperas: la vanidad.

Así que, entré en La Pitarra, pasé a los aseos, me miré en el espejo y me dije: –Emilio, calma, por favor, eres exactamente esa imagen que te devuelve el azogue sobre el lavabo, un abuelo de 65 años, medio calvo y canoso, que ya nunca va a ser nadie en el Ayuntamiento. Por cierto que, unos días más tarde, le comenté el incidente a mi nueva jefa y me dijo: –Claro, es que yo, cada vez que me aprietan las tuercas, digo que lo que me piden no se puede hacer, porque como no está Emilio… Bueno, pues ya tengo una explicación. Pero la cosa no acaba aquí. Porque, unos días más tarde, llego a mi oficina (voy al menos una vez por semana, después de la rehab) y descubro que en mi mesa de despacho ya no están mis cosas, sino las de otro funcionario. Con el corazón en un puño (¿me habrán denegado al final el reenganche y no me he enterado?), le pregunto a la vecina del chiquero de al lado. Me dice que las cosas me las han llevado al nuevo despacho.

Alucinado, entro en el cubículo, cierro la puerta desde dentro y me siento. La pared que me separa de la pradera es de cristal, pero el silencio es impresionante. Tras más de 30 años disfrutando de despacho propio, cuando nos desterraron al Campo de las Naciones hace más de tres años, me tocó chiquero, con la espalda a resguardo, dos altas estanterías separándome de sendos vecinos y el frente abierto a las conversaciones y marujeos del personal que habita la pradera. Ya se me había olvidado cómo era eso de tener despacho. Me cuentan algunos compañeros que hubo hostias por este despacho, desde que se quedó vacío. Pero yo no hice nada. Yo estaba en mi casa. Ha sido mi jefa la que ha decidido que me instalen allí. Nuevo ataque de la vanidad, pero ya me pilla prevenido: está claro que yo ya no voy a mandar nada en el Ayuntamiento (ni quiero: qué responsabilidad, qué estrés), pero parece que ahora hay una gente que valora lo que yo ya hacía antes y me tratan con el cariño y la reverencia que se deben a una vieja gloria empecinada en no retirarse.

Además de mi nueva jefa, hay otra cosa que ha evolucionado durante mi tiempo de baja y que tal vez influya en este cambio de situación: yo ya no soy un funcionario normal, sino un reenganchado, un chusquero. Y un chusquero se puede ir cuando quiera, en cuanto alguien le toque las pelotas, sólo con avisar con 3 meses de antelación. En fin, en este contexto, viene el tercer motivo de alucinación. Resulta que hay una Asociación Internacional del Urbanismo Subterráneo. Resulta que este año prepara su congreso bienal en Piter. Resulta que alguien de dicha asociación está al tanto de que en Madrid existe un proyecto bastante singular llamado Madrid Río. Entonces, los organizadores del congreso le piden al Gobernador de Piter que le escriba una carta a la señora Alcaldesa, invitándola a acudir y contar el proyecto, o bien designar a alguien que lo haga. Y entonces, desde el propio gabinete de la señora Carmena, le escriben un correo a mi jefa donde cuentan todo eso, dicen saber que hay una persona que cuenta Madrid Río muy bien (con nombre y apellidos) y piden que se me pregunte si quiero ir, dado que estoy de baja, etc…

Debería haberme hecho un selfie cuando acababa de leer este correo. Yo creo que se me debieron de poner los pelos de punta, como si hubiera metido dos dedos en un enchufe. El caso es que dijimos que sí y, desde el gabinete de Alcaldía, se escribió una carta de respuesta en la que ya daban mi nombre, teléfono y dirección de mail. Esto fue a finales de julio. Pasaron luego dos largas semanas, en las que nadie se puso en contacto conmigo. Aquí debo insistir en que soy zorro viejo, que sé que muchas veces estas cosas se las lleva el viento. De pronto, lo vi claro: o me movía, o me pasaba como al famoso camarón que se duerme. Tampoco tengo yo los nervios templados ni la paciencia suficiente como para quedarme quieto en semejante situación. Así que busqué en Internet y encontré la Web del congreso, donde había una dirección de mail del manager general. Le mandé un breve correo, adjuntando la carta de la señá Alcaldesa, donde aclaraba que yo era la persona elegida para ir, por lo que me ponía a su entera disposición. En una hora tenía respuesta. Por supuesto que contaban conmigo. Enseguida me contactarían diversas personas de la organización para concretar los detalles.

Estoy convencido de que, si no llego a moverme, la cosa no hubiera salido. Esa misma tarde me escribieron tres señoras, por nombres: Olga Borisova, Svetlana Bukreeva e Irina Dimnina. Cada una tenía su papel. Contesté a Svetlana y le planteé la cuestión básica. Le dije que soy un congresista veterano, que en mi larga carrera me ha sucedido que la organización pague todos mis gastos de viaje y estancia, o que me paguen una parte, o que no me paguen nada. En el tercer caso, yo puedo revertir mis gastos al Ayuntamiento, que en ocasiones me paga todo, otras veces una parte y otras veces nada (me callé que, en los años de la concejala inane, no sólo no me pagaban, sino que me descontaban los días de mis vacaciones). Le puntualicé que le planteaba esta cuestión previa, únicamente para saber a qué atenerme, porque mi experiencia en todos los casos había sido positiva y fructífera. Al otro día me contestó: la organización me pagaba los vuelos y tres noches en el hotel en cuyo salón de actos se celebra el congreso (que por cierto, dura cuatro días).

Ante eso, le pedí que me sacara los billetes de sábado a sábado, para aprovechar el resto del tiempo para visitar San Petersburgo, ciudad que no conozco. No había inconveniente, siempre que pagara por adelantado las demás noches de hotel. Así lo hice, unos 15.000 rublos, que parece una enormidad, pero son unos 280 €. Debe de ser el precio especial para congresistas, porque son cuatro noches en un hotel de cuatro estrellas. La señora Borisova, por su parte, se ocupa de la organización técnica del congreso. A ésta he debido mandarle una foto reciente, un curriculum, las imágenes de mi presentación y un breve resumen. A la vista de todo ello han decidido hacerme un hueco como keynote speaker, es decir, orador de prestigio, lo que me da media hora para hablar en el salón principal, el día 13. Por comparar, cuando acudí a Nueva York a un evento similar, me colocaron en uno de los llamados panels, especie de mesas redondas paralelas a los plenarios, donde apenas te dejan veinte minutos y la audiencia es menor, porque los congresistas pueden elegir entre varios actos simultáneos.

En cuanto a Irina, es la persona que se ocupó de sacarme los billetes, la reserva de hotel, etc. Se ofreció también a enviarme una carta oficial de invitación para facilitarme la obtención del visado. Pero le dije que ya tenía una, que me había enviado la propia Svetlana. Estábamos ya a mediados de agosto y nunca pensé que el tema del visado fuera tan complejo. La historia del visado se merece un post específico. Por ahora, conténtense con saber que el congreso incluye una Cena de Gala, nada menos que en el Salón de Banquetes del Picadero de la Primera Compañía del Cuerpo de Cadetes. Este acto, para el que se especifica que no es preceptivo el esmoquin, debe pagarse aparte. No me lo pienso perder, por supuesto. En fin, para los momentos de subidón, no hay música mejor que el punk. Así que les dejo con un temazo de los Interrupters, uno de los grupos de ska-punk que parten la pana en estos momentos en LA. La letra es bien explícita: ¿Cuál es tu plan para mañana? ¿Eres un líder, o un pringao? ¿Un luchador, o un acojonao? ES NUESTRO TIEMPO DE RECUPERAR EL PODER. 

Para escucharlo han de pinchar AQUÍ. Y póngansenlo en pantalla grande.
     

viernes, 26 de agosto de 2016

548. Recuerdos de Toots Thielemans desde el más allá

El lunes falleció Toots Thielemans, el más grande armonicista (se dirá así, supongo) de todos los tiempos. Era belga y tenía 94 años. Murió en un hospital de Bruselas, la ciudad en la que había nacido. En su carrera, tocó con los más grandes del jazz: Charlie Parker, Miles Davis, Duke Ellington, Bennie Goodman, Chet Baker; más tarde con Quincy Jones, Diana Krall y otros. Tenía el título de barón, concedido por el actual rey Alberto II y se mantuvo en activo hasta el final. En 2011 recibió el premio del festival de Donosti y, con motivo de ello, El País le hizo una entrevista telefónica en la que cuenta un poco su historia, que pueden consultar AQUÍ y les recomiendo que la lean porque hoy estoy un poco vago, después de mi carrera por el Retiro y mi sesión de rehab, y no tengo ganas de ponerme a buscar en Internet cosas sobre este gigante del jazz, para resumírselas aquí. Arriba tienen una imagen típica de este señor cuya armónica acompañó a los mejores. Toots murió este lunes, pero vivirá siempre en sus maravillosas grabaciones.

Durante muchos años, en Hollywood, cuando querían incorporar un toque de armónica en alguna de sus películas, llamaban a este señor. Estoy seguro de que les sonarán algunas de estas melodías y lo que voy a hacer es seleccionar unas cuantas de las más inolvidables para que las vayan escuchando mientras les hablo de algunas otras cosas sueltas. Qué decir de Breakfast at Tiffany’s (1961), aquí traducida por Desayuno con diamantes, la maravillosa adaptación de la mejor novela de Truman Capote con Audrey Hepburn más guapa que nunca. Su canción Moon River es uno de los estándares más conocidos de la historia. Pero, para los títulos de crédito, el autor de la melodía Henry Mancini creyó oportuno contar con una armónica y allí estaba el bueno de Toots. Disfruten de ella.


Maravillosa. Pues sí, quiero hablar de otras cosas, porque algunos de mis lectores se quejan de que no hago más que dar el coñazo con los rusos y que qué pasa con el resto de la actualidad. Y que si es que estoy preocupado por el ciberataque que me obligó a cerrar todas mis entradas un par de días y republicarlas de nuevo. Les recuerdo lo que sucedió. De pronto, empezaron a entrarme visitas de Rusia, siempre en número de 21 y afectando a tres de mis posts al azar, pero siempre sucesivos y sin que sus temas estuvieran relacionados. Lo malo es que el fenómeno se aceleraba de forma exponencial, de modo que cada rato había otras 21 visitas de Rusia. Supongo que se debía a alguna anomalía mecánica, pero empecé a borrar entradas y la cosa se cebaba en las que iban quedando abiertas. Así que cerré todo un par de días. ¿Dio resultado mi truco?

Pues he de decirles que, una vez restaurado el blog, volvió a suceder enseguida. Sólo una vez. Y desde entonces no he vuelto a tener una sola visita más de Rusia. Es como si hubiera alguien detrás que me hubiera enviado más o menos este mensaje: vale, te vamos a dejar en paz, pero no por todo ese circo que has montado, sino porque nos da la gana, porque ya ves que podemos volver a hacerlo cuando queramos. En realidad estas cosas me suceden por no tener antivirus. ¿Y por qué no tengo antivirus? Ya lo he explicado en algún post. Porque soy objetor de conciencia de esa engañifa. Porque me niego a pagar para que una serie de mangantes me protejan de algo que ellos mismos han creado. Esto es como lo de la protección de la mafia al pequeño comercio. Así que yo dejo que el ordenador se vaya cargando de virus y, cuando ya va fatal, pues lo formateo y listo. Hago esto, primero, porque sé cómo formatear un ordenador y, segundo, porque, como nunca me descargo películas ni entro en páginas porno o similares, los virus que me entran son pocos y de escaso peligro.

De vez en cuando, mi blog registra una entrada masiva desde un país extraño: 110 visitas de Arabia Saudí, o 140 de Isla Mauricio, pero no le doy mayor importancia, porque es algo que sucede de manera puntual. Me dicen que eso se debe a que alguien captura un grupo grande de mis entradas para repartírselas a sus amigos o a sus seguidores de Facebook. A lo mejor hasta ganan dinero con ello. Bueeeeeeeno, en realidad sí tengo un antivirus, un Windows Defender gratuito, que viene de serie y que le paso de vez en cuando. Todo esto es muy aburrido, así que vamos a recordar otra película extraordinaria en la que sonaba la armónica de Toots Thielemans. Es otra historia muy triste como la anterior y la melodía subraya esa tristeza. Les hablo de Midnight Cowboy (1969). El autor de la melodía es esta vez John Barry.


Me piden que opine sobre la situación política en España. Joder, es que esto es todavía más aburrido que lo de antes. Rajoy intenta llamar a Sánchez y el otro no se pone porque está de vacaciones y ha dejado conectado el contestador. Así que, cada vez que llama Rajoy, un loro mecánico le informa de lo siguiente: este es el contestador automático del PSOE, si quiere hablar de pactos, pulse 1; si quiere fijar una fecha para la investidura, pulse 2; si quiere hablar de reformas constitucionales, pulse almohadilla; para lo demás, espere sentado, que estamos de veraneo (por cierto, cojonuda la foto en que Sánchez finge estar escuchando con interés lo que le dice su esposa en el chiringuito, mientras aprovecha para rebañarle la comida del plato). Rajoy sigue caminando cada día como los pollos de corral cuando les achuchas, mientras imagina jugadas maquiavélicas: ahora pongo la fecha cuando me sale del gorro para que, si hay terceras elecciones, tengan que ser el día de Navidad. Y Podemos y PSOE entran en pánico y pactan un truco para que caigan el día del sorteo de la lotería. Por parte de Podemos, ha salido a la palestra Errejón para confirmar ese pacto. Iglesias sigue hibernado. Yo creo que le dio un amarillo al ver el resultado de las elecciones de verano y ya no se ha recuperado. Es todo muy penoso, parece que sólo Rivera está ingenuamente por la labor de negociar, pero no encuentra con quien. 

A nivel personal y sin ánimo de contribuir a la presión sobre Sánchez para que se abstenga en la sesión de investidura, yo tengo claras dos cosas. UNO, que no quiero votar más. Ya he votado dos veces y es suficiente. Señores míos: arréglenselas como puedan, pero no me pidan que vote otra vez. DOS, de ninguna forma admitiría que se use la representación de los catalanes para cuadrar cuentas. Esos van a lo que van y ya han dado suficientes muestras de deslealtad, como para fiarse de ellos de nuevo. En resumen: hagan lo que sea para evitar unas terceras elecciones pero, por favor, sin los catalanes. Como ya se les habrá acabado el tema anterior, aquí tienen un tercero: The Getaway (1972), aquí llamada La Huida. En las tórridas escenas de amor entre Steve McQueen y Ali MacGraw, que se enamoraron en el rodaje, también sonaba Toots Thielemans interpretando ahora a Quincy Jones.


Triste melodía también, para otra película crepuscular, como todas las de Sam Peckinpah. Se acaba el verano y, como les he dicho, pronto pediré el alta laboral, aunque supongo que tendré que seguir con mis sesiones de rehab en Legazpi. Llevo cinco meses yendo todos los días y podría elaborar un faunario, como el que les conté sobre la gente que iba a nadar a mi piscina. Ya nos conocemos todos los lisiados crónicos y nos hemos hecho amigos. A veces pasan cosas graciosas. Hay unas cabinas en las que te conectan a una magneto que te da microimpactos en la zona dañada, o a unos electrodos que te dan corrientes analgésicas. Te conectan el aparato que sea y te dejan allí, tras correr una cortina. El otro día, una señora de aire recio, rostro que fácilmente permite imaginar el de su padre y que habla siempre muy alto porque debe de ser medio sorda, se quedó dentro y se le desconecto enseguida el aparato. Entonces empezó a dar voces: ¡NO FURRULA! Y, como no le hacían caso, más fuerte: ¡¡¡QUE NO FURRULA!!! Mi rehabilitadora corrió a socorrerla mientras todos nos partíamos de risa.

En fin, minucias insignificantes, mientras vamos pasando este tiempo perezoso antes de afrontar el comienzo de curso. Esta mañana he salido por quinta vez a correr y ya ando cerca de los 33 minutos. Ahora ya no me alcanzaría Rajoy caminando. Incluso empiezo a adelantar a algunas corredoras cuyas caderas podrían dar a luz a toda la tribu de José. Se está bien en el Retiro a primera hora de la mañana, el aire es fresquito y no hay cazadores de Pokemons. Espero que hayan pasado un buen verano. Les voy a dejar con una actuación en directo de Toots Thielemans, en 2009 en Rotterdam, estrella invitada de la gala de unos premios anuales del disco. Tenía pues 87 años. Interpreta aquí una de sus composiciones propias, tal vez la que le procuró su mayor cosecha de derechos de autor. Se llama Bluesette y seguro que también les suena. Estas melodías suelen escucharse en la consulta del dentista y sitios similares. Buen finde, amigos.   




miércoles, 24 de agosto de 2016

547. ¿Quién es DJ Stalingrad?

Bueno, si alguno de ustedes, queridos lectores, no ha podido resistir la curiosidad por este personaje (cosa que dudo), ya sabrán que su identidad hace tiempo que fue desvelada. Se trata del periodista, músico y activista Piotr Silaiev, cuya imagen más actual tienen a la izquierda, nacido en Moscú en 1985 y, por tanto, un niño cuando se produce el derrumbe de la Unión Soviética, del que les he hablado en los posts anteriores. Desde finales de 2010 vive tranquilamente en Finlandia, ejerciendo de periodista, incluso como corresponsal de ciertos medios escritos alternativos de su país natal. En marzo de 2012 obtuvo el estatus de refugiado político. Tan seguro se sintió entonces que, ese mismo verano, hasta se apuntó a una costumbre tan pequeñoburguesa como la de irse de vacaciones a España. Unas vacaciones accidentadas, como veremos, que le obligaron a prolongar su estancia en nuestro país, lo que le brindó la oportunidad de ser entrevistado bastantes veces.

Pueden encontrar estas entrevistas en Internet sin mucha dificultad. Alguien capaz de escribir Éxodo, es una especie de ídolo, héroe o icono para los medios anarco sindicalistas y antisistema. Hay, por ejemplo, una chica de Barcelona, seguramente de las CUP por lo menos, que le entrevista en un café de las Ramblas. En la introducción, de forma muy sibilina, deja caer que le parece raro que un tipo tan educado, repeinado y tranquilo como Silaiev sea el protagonista de las salvajadas que escribe en primera persona en su novela. Es curiosa esta mitificación de la violencia (y más en una mujer). ¿Qué se esperaba esta señorita, que fuera un animal de pezuña de dos metros apestando a vodka, como los hooligans que se pegaron con los ingleses en Marsella? Tanto en esa, como en las demás entrevistas, hay una pregunta que, invariablemente, todo el mundo le hace: ¿la novela es autobiográfica? Su respuesta es cautelosa: la novela no narra sus propias vivencias, pero todo lo que se cuenta en ella es cierto. Eso alimenta las dudas de la chica de las CUP que parece pensar: este tío es un escuchimizado, que simplemente andaba por allí sin meterse en el grueso de los líos, y luego se hizo el duro contándolo en primera persona. Tal vez esa chica no había visto fotos como esta otra.

















Yo, más bien creo que esa respuesta calculadamente ambigua se debe a que quiere protegerse de los problemas que le supondría admitir determinados comportamientos delictivos en su juventud. Es que hasta podría poner en riesgo su condición de refugiado político, un estatus que se concede a gente perseguida por sus ideas, pero siempre con comportamientos pacíficos. Yo tiendo a creerme la versión de este señor, y más viendo algunas fotos de sus tiempos juveniles, como la que les he puesto arriba, probablemente en un concierto de hardcore music o acontecimiento similar de los que se narran en su libro. Así que, si admitimos que lo que cuenta este hombre es cierto, pues hemos de creer que nació en un medio acomodado y que no entendía por qué su abuelo, catedrático de universidad, era tan pobre; por qué los chicos de su edad esnifaban pegamento por las calles y querían ser gangsters de mayores, o por qué la generación de sus padres se convierte de pronto en una especie de legión de autistas taciturnos, que no quieren participar en una vida pública culturalmente empobrecida y degradada.

Siguiendo el relato de Silaiev, entre 2003 y 2008 se une a un grupo de gente violenta, que se dedican a lo que les describí al final del post anterior, acosados por la policía de Putin, cada vez mejor preparada y con más medios. En 2008, un diputado proclama en el parlamento ruso que hay que acabar de una vez con esa lacra de la violencia callejera. Más o menos por ese tiempo, mueren violentamente dos amigos de Silaiev tal como relata el libro. Entonces el grupo decide disolverse y escapar de Rusia antes de que les pillen y les metan en la cárcel. La mayoría se van a Ucrania, pero Silaiev decide recalar en Grecia, concretamente en Tesalónica, donde tiene un contacto por su actividad como periodista alternativo (el verdadero Silaiev no se dedicaba sólo a zurrarse con neonazis, también desempeñaba otras actividades). En Tesalónica le pillan los tremendos disturbios de finales de año, resultantes de la crisis económica. La gente de la ciudad está en armas y el resplandor de las barricadas incendiadas ilumina las aguas del Egeo. Refugiado en casa de su amigo, percibe como una revelación que la lucha es la misma en todas partes y que él tiene algo que contar al respecto. Es entonces cuando se pone al ordenador y escribe Exodo, así de un tirón.

De vuelta en su tierra, donde no parece tener cuentas pendientes, vuelve a sus actividades más tranquilas, mientras va publicando Éxodo en Internet, manteniendo rigurosamente el anonimato tras su seudónimo, por lo que pueda pasar. El éxito del libro le sorprende, pero no revela su autoría. Ahora su vida de activista ha derivado de manera natural a los terrenos del ecologismo. En 2010, se hace público el proyecto de construir una autopista San Petersburgo-Moscú, un elemento imprescindible para un sistema capitalista que se precie. El problema es que su trazado atraviesa el bosque de Khimki, un paraje de gran valor medioambiental, cercano a Moscú. Se organiza una gran manifestación contra este proyecto y, según la policía, los manifestantes intentan tomar el Ayuntamiento de Khimki por la fuerza. Hay muchos detenidos y Silaiev, que logra escapar, es identificado como uno de los cabecillas que han organizado y dirigido el alboroto, por lo que se dicta una orden de busca y captura contra él. Es entonces cuando escapa a Finlandia, a través de Bielorrusia. La ONG Fair Trial (Juicio justo), radicada en Londres, le ayuda en el proceso de obtención de su estatus de refugiado.

Y en el verano de 2012, se viene de vacaciones a España y se instala en un hostal en Granada, sin saber que hay una orden internacional de busca y captura contra él, a través de Interpol. A la mañana siguiente, la policía española echa la puerta abajo y se lo llevan esposado a Soto del Real, en donde estará 8 días. Los de Fair Trial se mueven, le consiguen un abogado y lo sacan de la cárcel, con prohibición de abandonar el país y obligación de presentarse todas las semanas en un juzgado, hasta que tenga lugar el juicio en el que se decidirá sobre la petición de extradición por hooliganismo (sic). Un juicio que se demora seis meses, durante los cuales nuestro hombre concede entrevistas a diestro y siniestro. Exodo se ha traducido ya al inglés, al francés y al alemán y es valorado en todas partes (más como testimonio que por su calidad literaria, al menos en mi opinión). La Audiencia Nacional deniega finalmente su extradición a Rusia, inclinándose a favor de los argumentos de Fair Trial y nuestro hombre puede regresar a su aburrida vida finlandesa. Por si no han hecho la cuenta, Silaiev tenía en ese momento 27 años (ahora tiene 31).

En España Éxodo no se traduce y publica hasta febrero de 2015, gracias al entusiasmo de la Editorial Automática, que dirige mi amigo Darío Ochoa. Yo escuché hablar de este libro en alguna de las ocasiones en que Darío acudió a nuestro club de lectura, y un día fui a la Feria del Libro del Retiro exclusivamente a saludarle y comprarme un ejemplar, tal como conté en un post. Abajo tienen el vídeo elaborado por la organización Fair Trail sobre el caso. Está en inglés, pero se entiende bastante bien su sentido general. Esta ONG proclama su intención fundacional de colaborar con Interpol, ayudando a evitar que se persiga injustamente a personas pacíficas, de forma que las policías unificadas del mundo puedan concentrar sus esfuerzos en perseguir el gran crimen internacional. Encabezar una manifestación pacífica con un megáfono no puede de ninguna forma calificarse como hooliganismo, dicen. En las imágenes, se pueden ver escenas de la manifestación de Khimki, en donde se reconoce perfectamente a Silaiev con su megáfono. Esto viene a sumarse a la foto de arriba para desmontar la versión de la entrevistadora catalana.

En mi opinión, Piotr Silaiev es un hombre muy listo, que tradujo la insatisfacción por el derrumbe de la URSS en una respuesta violenta en sus años jóvenes, que probablemente no causó daño a nadie, que supo arriar velas cuando se hizo mayor y que luego ha logrado vivir de su facilidad para escribir, sin dejar de luchar por las causas que él entiende justas y saliendo de los diversos apuros en que se ha ido viendo con habilidad, serenidad y suerte. Sólo por eso tiene mi admiración y espero que haya encontrado la paz en la aburrida y ordenada Finlandia. El libro no sé si recomendárselo. No es agradable de leer, pero es bastante impactante. Ustedes mismos. Silaiev logró huir a tiempo del caos, el nihilismo y el absurdo de esa guerra de bandas, ese peregrinar constante a Piter y las demás ciudades rusas para pegarse con grupúsculos neonazis. Otros no tuvieron tanta suerte y acabaron muertos o alcoholizados. Un daño colateral de esos tiempos convulsos que Rusia sufrió hasta que aprendió a organizarse socialmente sobre las bases del capitalismo. Aquí el vídeo citado.



lunes, 22 de agosto de 2016

546. Sobre el derrumbe de la Unión Soviética II

Según establecimos en el post anterior, la URSS estaba ya tan mal económicamente, que tuvo que pedir ayuda a Jimmy Carter para que les mandase toneladas de trigo americano. En esos momentos, el gigante con pies de barro está dominado por una serie de dirigentes ancianos, bastante esclerotizados (Brezhnev, Andropov, Chernenko), a los que, piadosamente, se dio en llamar gerontocracia y que duraban poco porque, literalmente, se iban muriendo. Tuvieron la suerte de tener enfrente a un buenazo como Carter, pacifista, medroso y un poco mandiles. Pero en noviembre de 1980 gana las nuevas elecciones USA un personaje radicalmente diferente: Ronald Reagan. Nadie discute que el nuevo presidente es un tipo inculto, basto y ramplón, cuya experiencia se reduce a una carrera como actor secundario del montón, la presidencia del sindicato de actores y unos años como gobernador de California. Una trayectoria sólidamente enraizada en su religiosidad y un anticomunismo visceral.

Pero todo esto no presupone que fuera tonto. En realidad era un tipo de origen rural, poco leído y no muy refinado, pero con la astucia natural típica de los personajes de ese medio. Y en 1983, poco antes de ser reelegido para un segundo mandato, Reagan presenta de forma solemne su gran idea: la Iniciativa de Defensa Estratégica, basada en la creación de un escudo antimisiles que protegiera todo el territorio americano de un eventual ataque. Era un proyecto carísimo, inviable según los expertos científicos y probablemente inútil, puesto que garantizar la seguridad absoluta es imposible. Los críticos con el presidente bautizaron enseguida este proyecto delirante como La Guerra de las Galaxias. Casi nadie en Occidente se tomó muy en serio este asunto, pero sí lo hicieron los escleróticos dirigentes soviéticos, que se apresuraron a preparar un contraproyecto que emulara al de Reagan, para lo que tuvieron que incrementar de forma suicida los presupuestos de Defensa, precipitando la bancarrota y el cataclismo del sistema soviético.

En 1985, el poder le es entregado al joven Gorbachov, un intento desesperado del sistema por renovarse y quitarse la caspa de encima. Gorbachov enseguida congela los presupuestos de Defensa y se pone a hablar de paz con Reagan. El proyecto de La Guerra de las Galaxias queda arrumbado en un cajón del que ya nunca saldrá. Está unánimemente admitido que fue esta iniciativa de Reagan la que terminó de dar la puntilla a la Unión Soviética. Pero, a partir de esa certeza, hay dos teorías sobre el propio Reagan. Mucha gente sigue sosteniendo que era un patán, convencido en su ignorancia de que el proyecto era posible, y que la jugada le salió redonda por casualidad. Pero hay otros que dicen que este mal actor secundario era un gran jugador de póker y que jugó de farol de forma intencionada y certera. En esta segunda tesis se alinea una excelente película de espías que pasó sin pena ni gloria por los cines españoles, pero que les recomiendo sin dudarlo.

Hablo de El Caso Farewell (Christian Carion-2009). La película, basada en una novela, y por tanto obra de ficción, cuenta la historia de un coronel del KGB que se da cuenta de que el sistema soviético es una mierda y toma la arriesgada decisión de hacer llegar a Occidente la base de datos de las personas que componen la amplia red de espías rusos que trabajan por todo Estados Unidos. Lo hace a través de un ingeniero francés al que conoce por casualidad, el cual transmite la información a Mitterand, quien a su vez se la pasa a Reagan. Y éste, en vez de desactivar esa red, lo que hace es darle una serie de informaciones falsas sobre lo avanzado que está ya el montaje del carísimo sistema de escudo antimisiles. Los ancianos dirigentes rusos se tragan el anzuelo y empiezan a preparar una respuesta simétrica, lo que acelera la ruina de su anquilosado sistema. Esta película, un thriller apasionante, tiene el atractivo adicional de ver al gran Emir Kusturica, en uno de sus escasos trabajos como actor, interpretando al frustrado y atormentado coronel del KGB.

Lo que sigue es una especie de voladura controlada. 1985: llega Gorbachov y pone en marcha la Perestroika y la Glasnost. 1989: los países del Pacto de Varsovia caen como fichas de dominó, se derrumba el muro de Berlín y se apuntan todos a la OTAN. 1991: los comunistas ortodoxos intentan un golpe de estado, aprovechando que Gorbachov está de vacaciones en Crimea, pero el golpe lo aborta Yeltsin, presidente de Rusia, antiguo alcalde de Moscú y desde entonces hombre fuerte del país, que disuelve formalmente la Unión. 1993: Yeltsin cambia la Constitución de Rusia, que deriva hacia un régimen presidencialista. Todo este cataclismo, visto desde Occidente con indiferencia irónica, generó unos años de caos, de desorden, de desmantelamiento de un sistema que llevaba funcionando casi un siglo, lo que dejó a los rusos despistados, deprimidos, asustados, acomplejados y con el orgullo por los suelos. Hasta que, en 2000, llega a la presidencia el señor Putin, que ya no se moverá de ahí y que pone las bases para una restauración gradual del orgullo nacional perdido.

Es en esos años de caos cuando surgen las mafias, los nuevos potentados, la violencia callejera, los grupos de jóvenes neonazis que se retan con los redskins, antifascistas radicales, en auténticas batallas campales, mientras las gentes de mediana edad se refugian en sus casas, de donde les da miedo salir, en un ejemplo típico de lo que suele llamarse el exilio interior (Rusia es el país donde más aumentó el consumo de Internet en esos años). Esta gente de mediana edad han estudiado en buenas universidades, son ingenieros, químicos, astrofísicos, pero han de plegarse a trabajar en empleos de subsistencia para poder dar de comer a sus familias. Los más ancianos, por su parte, sobreviven malamente, entre el vodka y la nostalgia de los pasados tiempos gloriosos. Pero entre los más jóvenes brota una rabia que se canaliza en esos movimientos violentos.

Ese es el caldo de cultivo en el que se desarrolla Exodo, la novela de DJ Stalingrad de la que ya les he hablado. Jóvenes hijos de esa especie de clase media soviética, bien educados y acostumbrados a un mejor nivel económico, se van de casa y se integran en esas milicias antifascistas cuyo objetivo cotidiano es darse de hostias con el enemigo (para ellos, todos los demás son neonazis). Se aprovechan de una ventaja: están conectados por las incipientes redes sociales, lo que les permite burlar con mucha facilidad al anquilosado y mal pagado sistema de policía soviético, continuamente superado por unos acontecimientos para los que no están preparados. El libro está narrado en primera persona. El protagonista se levanta cada día sin otro objetivo que ponerse hasta arriba de vodka, probar toda clase de drogas y zurrarse debidamente con otras pandillas de etiqueta ideológica opuesta.

Todo ello en unas condiciones de miseria económica, caos social y con un frío de la hostia. De pronto reciben una consigna de que hay que ir a alguna parte (Rusia es muy grande). Pues allá que se van, en vagones de carga de trenes súper lentos, en donde se congelan de frío. Luego han de dormir en establos o similares que les facilitan sus amigos del lugar y en donde han de abrazarse todos juntos para darse un poco de calor. Todo para acudir al otro día a un partido de fútbol, a un desfile, o a un concierto de hardcore music, en el que acaban a bofetadas, con la cabeza abierta de un botellazo o con heridas de navaja. Hay escenas como la de uno de los colegas que sale afuera a cagar y acaba vomitándose encima y quedándose dormido. Cuando lo echan de menos han de trabajar con piquetas para despegarlo de la mierda, la sangre y el vómito helados. Un día acaban de volver, digamos, de Yaroslavl y no les da ni tiempo a descansar porque enseguida les llega la consigna de que han de viajar ahora a Piter (así llaman los antisistema a la rebautizada San Petersburgo). Cualquier excusa es suficiente para viajar en condiciones lamentables, a zurrarse con una tribu rival.

La novela explica perfectamente el nivel de nihilismo de esta gente, la glorificación del No Future al que les ha llevado la situación de su país. La violencia deja de ser un instrumento y se convierte en un fin en sí mismo: se vive para luchar. Como hacen los hooligans británicos y algunas bandas lamentables en cualquiera de nuestros países. Con todo esto acabará Putin a partir de 2000, a base de leña, como hizo Giuliani en una Nueva York no menos violenta. Antes de esto, el protagonista de la novela tiene una especie de revelación que le hace retirarse de esa dinámica suicida. Él es un hombre preparado, con aptitudes para ejercer de periodista o de músico, que puede seguir siendo un antisistema, pero pacífico. La muerte violenta de dos de sus colegas tiene una influencia decisiva en ese cambio. Pero antes ha de dejar constancia de cómo han sido esos años de locura y escribe esta especie de memorias de juventud.

La novela aparece primero en sucesivas entregas en Internet pero, ante la avalancha de visitas que recibe, una editorial alternativa de Moscú se anima a publicarla. Estamos en 2009, Rusia es un país en el que ya existen este tipo de grupos críticos que desarrollan su labor de forma pacífica, trabajando mucho y vigilados de cerca por la policía del régimen. La novela es un bombazo y todo el mundo se pregunta: ¿Quién se esconde tras el seudónimo de DJ Stalingrad? La solución en el próximo post.       


viernes, 19 de agosto de 2016

545. Sobre el derrumbe de la Unión Soviética I

Agotado tras mi segundo día de correr por el Retiro y hacer luego mi sesión normal de rehab. Como ya sabía, el segundo día es el peor, por la cosa de las agujetas. El primer día, entre el estado virginal de tu musculatura y la ilusión que te hace recuperar las sensaciones perdidas, se lleva más o menos bien. Hoy, salir ha sido el resultado de un esfuerzo heroico y, me creerán o no, pero, cuando he llegado a la Castellana y me he tenido que parar ante un semáforo en rojo (menos de un minuto de carrera), la parte de mi cuerpo que menos me dolía era mi fracturado brazo izquierdo. Luego, se va entrando en calor y la sensación mejora. He de confesarles algo bastante deshonroso. ¡Ay, qué vergüenza! Ya he contado que suelo correr con alguna melodía rockera en mi cabeza, que me ayuda a mantener un ritmo uniforme. ¿Saben cuál es la que he llevado en mi mente estos dos días? Pues el Rum and Coca Cola de las Andrew Sisters. Eso les dará una idea del ritmo aplatanado y vergonzante que he seguido en esta mi rentrée al mundo de las carreras.

Tras descansar un rato, leo la prensa digital y descubro que hoy, 19 de agosto, se cumplen 25 años del final de la Unión Soviética. Tal día como hoy, Boris Yeltsin, subido encima de un tanque frente al Kremlin, se puso farruco y dio por disuelto el invento. No consta que le fuera practicado ningún control de alcoholemia, que hubiera seguramente roto el medidor. Siempre he tenido bastante curiosidad por saber de primera mano cómo era la vida en Rusia antes y después de ese momento. Y, en ese sentido, acabo de terminarme un libro bastante divertido. Su nombre es Pequeño fracaso y se trata de la autobiografía del escritor y periodista neoyorkino Gary Shteyngart, autor de tres novelas publicadas con anterioridad y bien valoradas por la crítica. Este buen hombre es un judío, con el típico humor que caracteriza a esa raza, que vino a nacer en 1972 en la ciudad entonces llamada Leningrado, hoy San Petersburgo. El nombre con el que fue inscrito en el registro era Igor y pequeño fracaso es la forma en que su madre le llamó durante mucho tiempo, además de mocoso y otros apelativos similares, porque el chaval era un niño enclenque y medio enfermo, un verdadero desastre. La vida de este chico se desarrolla en Leningrado hasta los siete años y la parte del libro que abarca ese período es muy curiosa e ilustrativa sobre cómo era la vida cotidiana en la Unión Soviética.

Hablamos de una familia urbana, cuyo padre es ingeniero y que vive en una de las dos principales ciudades del país. Sin embargo, la familia pasa bastantes estrecheces económicas, la madre ha de hacer colas ante las tiendas para conseguir comida y la ropa que pueden ponerse todos ellos es uniforme y gris. Digamos que sobreviven dignamente a base de hacer economías, con la ayuda de los abuelos, pero, eso sí: el nivel económico es igual para todo el mundo, no hay privilegiados y la gente vive en un grado de pobreza digno, con sus necesidades principales cubiertas, y con una enseñanza y una sanidad universales, públicas y de calidad, a la espera de una mejora global que les haga progresar como colectivo (no olvidemos que la llamada dictadura del proletariado se planteó como fase provisional, necesaria para alcanzar la ansiada democracia, aunque, una vez en el poder, ya se quedó indefinidamente). El problema es que esa mejora global no llegará nunca, porque en 1989 el sistema colapsará, como las Torres Gemelas.

Todo eso era relativo. Quiero decir que esa uniformidad en la pobreza digna abarcaba a la mayoría de la población, pero no a todos: por encima estaban los del Partido, que tenían toda clase de ventajas. En cuanto a la calidad de la maravillosa sanidad universal, hay una de las hilarantes historias que se cuentan en el libro que yo creo que da la verdadera dimensión del nivel de dicho sistema. Resulta que Igor ha nacido con un asma severa, estornuda y se ahoga todo el rato y sus padres, angustiados y sin saber lo qué le pasa, llaman a los servicios de salud para solicitar una consulta. Les dan cita para dos meses después, pero aquello es una urgencia y entonces piden que venga una enfermera a ayudarles, algo a lo que tienen derecho. Naturalmente, están todas ocupadas. No hay ni una libre. La madre, desesperada, clama por teléfono: –Mi hijo se está ahogando, no para de estornudar ¿qué hago? Respuesta desde el otro lado del hilo telefónico: –Dígale Jesús.

Ni que decir tiene que, en cuanto esta familia cruza el llamado telón de acero y llega a Viena, visitan a un doctor privado que les cobra cuatro duros por la consulta y les proporciona un inhalador. Y se acabó el problema. Parece que el sistema sanitario que atendía a la sociedad soviética más urbana carecía de estos inhaladores. Un dato revelador. Diré que, cuando yo nací, en el mundo había dos sistemas sociopolíticos diferentes, que competían entre ellos y se descalificaban mutuamente. Tiempos de la guerra fría. El universo soviético generaba cierta admiración entre el mundillo antifranquista, basada, creo, en el desconocimiento de la realidad de lo que pasaba al otro lado del telón. Yo viajé por Bulgaria y Yugoslavia, de vuelta de Estambul, y vi unas sociedades empobrecidas y entristecidas, bajo el yugo de sistemas muy autoritarios. De entonces recuerdo también algunas de las últimas películas de Hitchcock, como Topaz o Cortina Rasgada, que el rojerío rechazaba por anticomunistas, tachando a su director de facha. A mí me parecían (y me lo siguen pareciendo) buenísimas.

Recuerdo también que mi padre hablaba de Rusia con una apenas disimulada admiración. Mi padre, hombre moderado y de orden, sentía una alergia natural por el rock and roll, los melenudos, los hippies, las drogas o las pintadas. A ese conglomerado, que tanto asco le daba (y que a mí me atraía como a las moscas la mierda), siempre le contraponía el mundo de Rusia, tal como él lo imaginaba, con una juventud trabajadora, aseada, bien vestida, educada, con corbata, y unas calles seguras, limpias y sin pintadas (es posible que eso fuera en parte cierto, pero también era un mundo gris, aburrido e impuesto por la fuerza). Tuve tiempo de discutir con él, respetuosamente y con mucha cautela (porque estos temas le ponían muy nervioso), a cuenta de cosas como el mayo del 68, o la invasión soviética de Praga. Por todo esto, yo viví el posterior derrumbe del sistema soviético con emoción y un inevitable alborozo (aquellas imágenes de la demolición del muro de Berlín), pero a la vez con una curiosidad sobre qué fue lo que precipitó ese colapso, que aún conservo.

Sesudos analistas tienen la cosa muy clara: el sistema de economía centralizada, de propiedad pública de los medios de producción, basado en una gran industria pesada en manos del Estado, no supo adaptarse a los nuevos tiempos, a la carrera de las nuevas tecnologías. En los 80, cuando yo crucé Bulgaria, casi no había ordenadores en nuestro mundo occidental, pero hasta la última tienda de ultramarinos disponía del sistema de código de barras. En Sofía subsistían los viejos teléfonos de bakelita en los que se marcaban cuatro cifras. Como en mi infancia coruñesa, hasta que a todos los números les pusieron el 2 delante. Este tipo de detalles son los que yo busco. Por eso me ha gustado la primera parte del libro del que les hablo. En 1979, cuando el pequeño Igor Shteyngart tiene siete años, a la familia le surge la oportunidad de pasarse a occidente. ¿Por qué?

Pues resulta que las cifras macroeconómicas de la Unión Soviética amenazan en ese momento con una debacle y la posibilidad de que la población empiece a pasar verdadera hambre empieza a resultar muy creíble. En Rusia, aun recuerdan la terrible hambruna que causaron las medidas de colectivización de la agricultura decretadas por Stalin (sólo en Ucrania murieron de hambre entre seis y siete millones de personas) y no quieren que eso se repita. El presidente Leónidas Brézhnev suscribe un acuerdo con el americano Jimmy Carter. Los Estados Unidos suministran trigo en cantidades enormes a la Unión Soviética, a cambio de una serie de condiciones y contraprestaciones. Entre ellas, que se deje salir del país a las familias judías que lo deseen. La mayoría de las familias beneficiadas por el acuerdo aprovecharán para irse a Israel, pero los padres de Igor tienen unos parientes en New York y se instalarán allí para siempre.

Nada más llegar a Viena, desde Berlín adonde han sido llevados en avión, el niño Igor descubre un mundo en technicolor, que contrapone al blanco y negro de su vida anterior. Ha de quitarse de la cabeza su complejo de culpa (al principio piensa que sus padres lo han llevado al lado de los malos, de acuerdo con lo que le han enseñado en la escuela). El chico es un desastre en todo, pero ya despunta como escritor. Entre sus lecturas infantiles está El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, el libro por el que le dieron el premio Nobel a su autora Selma Lagerlof, que cuenta el viaje de un niño a lomos de un ganso. Tras leerlo a los cinco años, el pequeño Igor ha escrito una novelita que se llama Lenin y el ganso mágico, en la que es el propio Vladimir Ilich Ulianov el que viaja por toda Rusia a lomos de un ganso mágico. A tan temprana edad ya apuntaba maneras el chico.

Tengo ya cubierto el tamaño normal de mis entradas y todavía me quedan cosas que contar, así que habrá un post II. De momento les apunto que, en el libro de Shteyngart, la parte de su nueva vida americana es igual de hilarante. Nada más llegar e instalarse en un apartamento en Queens, les llega una carta en la que les informan de que acaban de ganar 12 millones de dólares. Se ponen todos muy contentos y hacen cuentas sobre la nueva casa que se van a comprar en un barrio más elegante, el nuevo coche, etc. Nadie sospecha que pueda ser una estafa, aunque la misiva va dirigida a los señores Shitengart, o sea, Mierdengart. Al final, la cosa consiste en que han de suscribirse a una revista mensual, lo que les vale para participar en el sorteo de los 12 millones, que por supuesto pierden. Ya han entrado en el mundo del capitalismo.

Gary empieza a estudiar en una escuela hebrea, pero luego pasa a una laica en Manhattan, en donde se convierte en un adolescente hippie, melenudo, porrero y bebedor, que se pasa el día medio pedo, mosconeando entre ligue y ligue. La escritura le libra de acabar en la calle como un homeless alcoholizado. La verdad es que es un escritor cojonudo. Les voy a dejar de propina la transcripción de la descripción que hace de una de sus novias, Pamela. No creo que, tras leer esto, resistan la tentación de comprarse el libro. A la espera del estreno del Dépor en Liga esta noche, les deseo que pasen un buen finde.

Empezaré describiendo su aspecto. Tiene dos cuerpos. Uno es su aristocrática mitad superior, que mis antepasados petersburgueses probablemente hubieran calificado de “cultivada”, con unos hombros pequeños que caben en los huecos de mis manos, una cara muy bien proporcionada de aire inglés (aquí el diminuto pimpollo de una nariz, allá unas orejas que no pasan de una tentativa minimalista), y todo el bonito conjunto coronado por cincuenta centímetros de pelo rubio muy espeso. Pero a la luz de las velas aparece un segundo cuerpo tan arcilloso y real como el interior de nuestro país: unas piernas muy, muy fuertes que superan con facilidad las colinas de Brooklyn en las que vive (Cobble y Boerum Hills, para ser exactos); unas caderas lo suficientemente amplias como para dar a luz a toda la tribu de José; y un trasero en el que uno se puede perder, una festoneada, ondulada y blanquirrosada oda a los sencillos placeres de la lujuria. Y cuando ella extrae esta segunda mitad corporal de unos vaqueros muy ajustados, me debato dolorosamente entre lo biológico y lo refinado: ¿le agarro el culo o le beso el pimpollo de la nariz? ¿Me lanzo sobre la corona dorada de su cabellera o me zambullo en la obvia promesa de sus muslos?    
   

miércoles, 17 de agosto de 2016

544. Getting better

Bueno, empiezo por ponerles la canción homónima de los Beatles, cuyo título viene a decir precisamente eso: que vamos de puta madre. Se la traigo para que la dejen de fondo y sigan leyendo.


Pues sí, vamos mejorando. Ya les conté que me estaba quitando/me estaba quitando de los analgésicos, también llamados calmantes. Por cierto, ¿saben con qué palabra se designan normalmente estos productos en el idioma inglés? ¿A que no? Pues se llaman nada menos que painkillers, es decir: asesinos del dolor. Durante la semana pasada pasé a tomarme un asesino del dolor en vez en cuando/en vez en cuando y el viernes cayó el último. Desde entonces, nada de nada. Eso no quiere decir que no tenga dolores. Sólo que ya son de un grado soportable. Teniendo en cuenta que pasado mañana se van a cumplir seis meses de mi accidente, pues no creo yo que sea muy bueno para el cuerpo estar tanto tiempo ingiriendo asesinos de dolores, por mucho que vayan acompañados de un protector gástrico, tipo Omeprazol, del que también estaba hasta los huevos. Casi mejor ser asesino de pokemons, como gran parte de los jóvenes de hoy en día.

El viernes pasado conduje 50 kilómetros a El Escorial, y el lunes otros tantos de vuelta. Cargo el grueso de los movimientos del volante sobre mi brazo sano, pero me muevo con seguridad, y más teniendo como tengo un coche automático. También van remitiendo algunos dolores que convertían en insoportables movimientos tan cotidianos como pinchar el filete hacia abajo con el tenedor, para cortar trocitos con el cuchillo manejado a modo de sierra con la derecha. Cuando me enfrentaba a un filete un poco recio, es que me tenían que ayudar a cortarlo, porque no conseguía sujetarlo adecuadamente. Otra maniobra insufrible: lavarme las manos, en concreto, enjabonarme el dorso de la derecha con un movimiento circular de la zurda. Bueno, pues todo eso está getting better y por fin ayer hice lo que desde hace mucho estaba deseando hacer. ¿Cómo dicen? ¿Pedir el alta laboral? ¿Pero es que no me conocen todavía después de casi cuatro años?

No, señor. Ayer lo que hice fue salir tempranito a correr al Retiro, antes de mi sesión de rehab. Vestido con la tercera equipación del Dépor de este año, esa preciosa camiseta gris inspirada en la primera que usó el equipo hace 110 años, un pantalón cómodo, mis maravillosas Brooks Adrenaline y mi reloj cronómetro puesto a cero, salí a la calle a las 7.30, cerré la puerta del portal y eché a correr, una zancada detrás de otra. El aire era fresquito y había poca gente por la calle. Crucé la Castellana, subí la Cuesta de Moyano y empecé a rodear el parque por el interior de la valla, en sentido norte. Paré en el sitio de costumbre para mi tanda de estiramientos y continué hasta el arranque del Paseo de Coches, por el que volví hacia el sur hasta rodear la rosaleda y empezar la bajada desde la estatua del Ángel Caído, Cuesta de Moyano en sentido inverso y vuelta a casa.

Paré mi cronómetro en la puerta: 37.30 minutos. Teniendo en cuenta que la distancia la tengo medida en 4 kilómetros, eso da una velocidad inferior a los 9 minutos/kilómetro. Lo que quiere decir que, en el caso de que hubiera andado por allí el señor Rajoy con su marcha gallinera, sacando los codos como pollo espantado, me habría adelantado con más facilidad que la que exhibe en el falso vídeo con Usain Bolt. Bueno, qué quieren que le haga. Tengo 65 años, llevo sin correr desde mediados de diciembre, ocho meses justos, y he sufrido vicisitudes varias en ese largo calvario. Pero yo soy un veterano y sé cómo hay que hacer estas cosas. Es fundamental que el ejercicio se vaya incorporando a nuestras vidas de forma gradual. Y mantener una cierta regularidad: si yo no vuelvo a correr hasta dentro de quince días, partiré otra vez de cero (o sea que pienso repetir el viernes y lunes próximos). Sentado esto, es fundamental programarse una distancia y hacerla entera, sin tener que pararse. Si te tienes que parar porque ya no puedes más, es que has ido demasiado rápido. Por el contrario, si no llegas a pararte en ningún momento, es que has sabido regular el ritmo de carrera. Esto es clave. Ya habrá tiempo de irlo mejorando.

Así que yo cubrí objetivos. Al final, anotas tu tiempo y, en la siguiente salida, lo comparas y valoras la mejora. En mis años de corredor de maratones, esta distancia me la hacía yo en 20 minutos, e incluso menos. Ahora tengo que ir poco a poco. Les diré que luego me duché completamente agotado, desayuné como correspondía y me fui a la rehab. Allí se lo conté a mi adorable recuperadora, que me reveló que ella también corre. O sea, que no sólo es fan de Bruce Springsteen, sino que además es corredora. De una de estas le paso el link del blog. Adelantándome a lo que estarán pensando algunos de ustedes, les aclararé que el único riesgo de salir a correr, en relación con mi brazo, es la posibilidad de que me caiga y me lo vuelva a lastimar. Tocaré madera, pero ya conocen mi frase en estos casos: ¿qué es la vida sin un poco de riesgo? A mí correr me sienta muy bien. Hoy tengo unas agujetas de caballo y mañana serán peores. Pero el viernes mi tiempo de carrera empezará a reducirse.

A la vista de la evolución de mi brazo, tengo la intención de pedir el alta en torno al 1 de septiembre. Mi próxima consulta con Gárate no es hasta el día 9, pero tengo ciertas expectativas para ese mes que pronto les contaré (cuando sean seguras) y me conviene incorporarme a mi puesto antes. Si todo va como espero, septiembre va a ser un mes muy interesante. Y con un cierre de altura que, éste sí, les puedo adelantar. El 27 de septiembre, Bruce Springsteen presentará en Nueva York su autobiografía, que se llama Born to run, y que lleva escribiendo siete años, en los ratos libres de su intensa actividad y sin ayuda de negro alguno. Como podría esperarse, se trata de un disco-libro, o más bien un libro y un disco que pueden adquirirse conjuntamente. El disco, que se va a llamar Chapter and verse, estará compuesto por 18 canciones, una por cada capítulo del libro.

Y, lo más sorprendente, las cinco primeras canciones son grabaciones inéditas, maquetas que grabó en su juventud y que no tuvieron difusión alguna. Estas cinco primeras canciones ilustran la parte del libro en que se cuenta su infancia y adolescencia en New Jersey. La editorial Random House tiene los derechos de la edición española y desconozco si se hará un lanzamiento simultáneo en todo el mundo. El Boss, como supongo que imaginan todos mis lectores, es ahora mismo un personaje por encima del bien y del mal, alguien que hace lo que quiere y que controla sus productos con minuciosidad de maniático (siempre lo ha hecho). Es decir, que este hombre no va detrás del mercado vendiéndole a la gente lo que la gente quiere, sino que es un creador ante el que el mercado se pliega y le financia todas sus ideas. Y está en un momento de exuberancia creativa y paz espiritual que es lo que pone ese toque de autenticidad en todos sus productos, convirtiéndolo en un artista único. Abajo tienen la portada de disco y libro.


















Ya ven que, de joven, el Boss no daba ese aspecto de leñador que ahora le caracteriza, resultado de mucho ejercicio y mucho gimnasio. Por el contrario, era un joven con un cierto aire frágil, pero ya con una sensibilidad fuera de toda duda (yo creo que se da un aire a su tía Ida, la peluquera). Como ya hemos entrado en estos terrenos, les voy a dejar con un vídeo de aquellos tiempos. Racing in the streets es una de las composiciones más bellas de todo su repertorio y con un duelo piano-órgano que pone los pelos de punta. Así la tocaba en directo en Houston (Texas) en 1978. Cuenta la historia de una panda que se dedica a recorrer las carreteras para participar con sus coches tuneados en locas carreras urbanas como la que acabó con la vida de James Dean, o la que cierra la película American Graffiti. Lo hacen sólo por el dinero y sin dar importancia al hecho de que se juegan la vida. Al final, el chico encuentra una chica con la que escapa de esa vida, llega hasta el Pacífico y acaban bañándose en el mar. El Boss se permite incluso una morcilla localista sustituyendo el Northeast State de la letra original por un Texas State que levanta la ovación del publico. 

Con el final del túnel a la vista, les deseo lo mejor para el año que empieza. Aquí el vídeo prometido.


   

lunes, 15 de agosto de 2016

543. El nuevo Dépor y los hipopótamos

Bueno, empiezo por ponerles el vídeo de 5 segundos que me pretendía enviar mi amiga Inmaculada, a cuenta del texto introductorio de mi post anterior, para que lo vean y luego seguimos.


Va pasando el verano y, como les decía, estoy bastante desentendido de esta edición de las Olimpiadas (y de Rajoy, y sus tres contrincantes, sin prisas por sentarse a hablar y negociar, todos ellos al sol de agosto, que las vacaciones de verano son sagradas). En El Escorial vi alguno de los partidos de Nadal, por acompañar a mis hermanos, que estaban más al tanto que yo. Pero no me estoy enterando de mucho. En realidad, a mí lo que me interesa es el Deportivo de La Coruña, del que prácticamente no he vuelto a hablar desde poco antes de Navidad, cuando le vi jugar en el estadio del Getafe. En ese momento, el equipo era sexto en la Liga y su entrenador Víctor Sánchez del Amo fue elegido por todos los entrenadores de Primera División como el mejor de la primera vuelta. Los seareiros lo apodaban por entonces Víctor Sánchez el Amo.

Todo se torció a partir del cambio de año. Empezaron a perder partidos, a bajar en la clasificación y, lo que es peor, a pelearse entre ellos y generar grupitos en la plantilla que no se hablaban entre sí. El vestuario se fracturó, como mi húmero, cosas del año bisiesto. Al entrenador, el asunto se le fue de las manos completamente. De hecho, en toda la segunda vuelta, sólo ganaron dos partidos. Uno contra el Levante, gracias a que un jugador de dicho equipo, a poco del final del partido, se metió un gol en propia puerta con el culo, tal como se contó en el blog. El otro, a domicilio, en el campo del Villarreal, equipo que ya no se jugaba nada porque, hiciera lo que hiciera, iba a quedar el cuarto. Ese partido, penúltimo de la temporada, supuso que el Dépor evitara el descenso a Segunda División. El Villarreal, por si no lo saben, es propiedad de Fernando Roig, creador de la cadena Mercadona, un tipo que no da puntada sin hilo, como Amancio Ortega (nunca mejor dicho lo de la puntada sin hilo) y otros magnates de esta España del siglo XXI.

Este mes de agosto, el Villarreal ha sido invitado a jugar el Trofeo Teresa Herrera, el torneo coruñés decano de todos los que se juegan en España en verano. Los jugadores del Villarreal, equipo que no había participado nunca en el torneo, llegaron, se supone que les dieron bien de percebes, nécoras y camarones, jugaron el partido (que volvieron a perder) y se volvieron con viento fresco. ¿Cómo dicen? No, no. Yo no estoy sugiriendo nada. Son ustedes los que son unos malpensados, yo me he limitado a contar los hechos sucedidos, en su orden cronológico. Sea como fuere, este verano tocaba hacer una limpia importante. Y el Dépor la ha hecho. Primero: fuera con el entrenador. En Coruña había pasado a ser apodado Víctor Sánchez del Ano. Incluso se hacía un juego de palabras con el diferente significado de ano en español y en gallego (año). Pasamos do adestrador do ano al entrenador del ano. Por cierto que, poco después, fichó por el Olimpiakos de El Pireo, de donde ya lo han echado también, sin darle ni tiempo de empezar la Liga griega: sus jugadores habían empezado a darse bofetadas entre ellos.

Segundo (importantísimo): fuera con el psicólogo del club, Macario me parece que se llamaba. Está claro que, igual que el entrenador, no había hecho bien su trabajo. Es más, en vez de controlar la salud mental del grupo, parece que fue al revés, que los jugadores lo volvieron a él majareta. Bueno, además de todo eso, se han hecho fichajes, se ha conseguido un equipillo muy aseado y yo tengo serias esperanzas de que sean una de las sorpresas de la Liga que está a punto de empezar. En los partidos amigables que ha jugado este verano ha dado bastante buena imagen. Como cuenta John Carlin en el suplemento de El País de este domingo (mis hermanos siguen fieles al ejemplar en papel), todos sabemos que el mundo del fútbol es un nido de la mayor de las corrupciones (cómo es posible que le hayan adjudicado un próximo Mundial a Qatar), pero hacemos como que no lo sabemos porque esto de ser hincha de un equipo es una forma de pertenencia a un grupo en el que te reconoces y te sientes arropado, lo que no es poco en los tiempos que corren. Este año, en el Dépor, vamos todos a una: directiva, entrenador, jugadores, afición, peñas.

Pero esta unidad, que nos hace ser un equipo con simpatías por toda España, estuvo a punto de saltar por los aires hace año y medio, con la violenta pelea que se armó en Madrid Río con los asesinos del Frente Atlético, que acabó con un ultra del Dépor, apodado Jimmy, muerto después de tener que ser rescatado del río. Yo escribí un texto en caliente al respecto, el Post #317 “Hostias en el Manzanares” que mi amigo X dice que es uno de los más agrios y menos divertidos de mi Blog. Y lo malo es que la afición del equipo se dividió en dos bandos irreconciliables. De un lado, los que estaban convencidos de que ambos grupos de ultras se habían retado y citado por Whatsapp. En este bando estábamos la directiva, los estamentos técnicos del club y parte de los seguidores, entre ellos yo, que partí de esa tesis para escribir mi post. La tesis de este bando repartía entre ambos grupos de contrincantes la responsabilidad de lo ocurrido.

En el otro lado estaban los que sostenían que Los Riazor Blues habían llegado ingenua y pacíficamente a ver un partido de fútbol de su equipo y habían sufrido una emboscada premeditada y alevosa por parte de unos nazis (se borraron concienzudamente todas las huellas informáticas de ese intercambio previo de citas). En esta teoría estaban los propios Riazor Blues, La Federación de Peñas y los sectores más nacionalistas gallegos, que encontraban una excusa más para echarles la culpa de todo a los centralistas de Madrid. A mí me entró un comentario en ese sentido y les juro que me hubiera encantado estar equivocado y verme obligado a disculparme por mi texto (algunos seguidores me recriminaron que pusiera verde al muerto, algo muy infrecuente en este blog, en donde se tiende a comprender y disculpar a todo el mundo). Año y medio después, sigo convencido de que el incidente se inició a partir de una quedada y así se ha establecido en las sucesivas sentencias y autos judiciales. Y, a partir de ello, reitero que no sé qué hacía un tipo de 43 años, con pareja y un niño pequeño, en semejantes andanzas.

Por fortuna, la fractura del deportivismo se curó, para lo que fue clave el cese de los dirigentes de la Federación de Peñas, sustituidos por una candidatura de consenso liderada por mi admirada Tania Gómez. Lo lamentable es que, a día de hoy, no hay nadie en la cárcel por su participación en el crimen. Los hubo, pero hay un juez que decretó la libertad de todos ellos por falta de pruebas. Esta deriva judicial alimenta las teorías antiespañolas que sostienen que nuestra Justicia es una mierda y que sería todo mucho mejor si Galicia tuviera una Justicia propia, por supuesto, con las sentencias dictadas en gallego. Yo confío en que algún día se identifique y castigue a los culpables; el sistema es lento, pero no se detiene nunca. Y hay una familia que sigue reclamando la revisión de un caso que sigue abierto.

Sea como sea, tengo claro que los hooligans de todos los equipos forman una infracultura, centrada en la provocación y la violencia, que ensucia el mundo del fútbol y en la que los maestros ya no son los británicos, sino los rusos, como se vio en los incidentes de Marsella, durante el Campeonato Europeo. Estuvieron incluso a punto de echar a Rusia del torneo. Lo que pasa es que este asunto tiene una derivación que requiere un post específico. Los violentos rusos son el resultado de la decepción de una sociedad cuyo sistema (el soviético) colapsó y se vino abajo. Yo he leído un libro que ya he citado varias veces de pasada, escrito desde el interior más sórdido de ese mundo violento, agresivo y machista. Se llama Exodo y su autor se esconde tras el seudónimo DJ Stalingrad. Contaré algo más sobre él en sucesivos textos.

Va pasando el verano y seguimos a la espera de lo que nos depare el nuevo curso. El mundo cambia a velocidad de vértigo. Hay gente que se gana la vida con profesiones que hace nada eran impensables. Por ejemplo, existe la profesión de especialista en la higiene dental de los hipopótamos de los zoos. Para que vean que les digo la verdad y compensarles de un post que no me ha salido demasiado divertido, les dejo un video. Han de pinchar AQUÍ y ponérselo en pantalla grande. Merece la pena. Abrazos y besos. Y que sigan disfrutando del dolce far niente

sábado, 13 de agosto de 2016

542. Tríos femeninos para el ferragosto



Bien, aprovechando esta especie de minipuente del llamado ferragosto, me he subido a El Escorial a pasar estos días con mi familia, mi hermano Antonio y mis cuñadas Gundi y Mini, lejos del mundanal ruido y a unos kilómetros de la isla de asfalto de la metrópoli, pero, eso sí, dentro de la Comunidad de Madrid, no vaya a ser el diablo que. Lo que sí he hecho es subirme hasta aquí conduciendo mi coche, lo cual es un indicativo claro de mis avances en el proceso de creación de la señora Ashton, como lo es también el hecho de que ya he suprimido totalmente la ingesta de Espidifén (últimamente me tomaba uno por las mañanas), porque mis dolores y molestias puedo sufrirlas sin ayudas externas. Ayer me hice estos 50 kms de carretera, prácticamente conduciendo con una sola mano pero, me crean o no, con una mano conduzco bastante mejor que muchos domingueros con las dos. 

La tranquilidad del entorno es proverbial, parece que en estos días el mundo se da una tregua. Llevamos unos días en que parece haber remitido la ola de salvajadas del ISIS (tocaremos madera) y tiroteos y disturbios diversos en USA. Aquí en casa, Rajoy está reflexionando, total qué prisa tenemos, llevamos desde el 20 de diciembre sin gobierno, pero el ferragosto es sagrado y nuestro presidente en funciones ha de dedicar su tiempo a caminar deprisa, sacando los codos hacia afuera, como los pollos cuando los achuchas. Sucedáneo de deporte que algún asesor de imagen le debería de aconsejar que no se dejara filmar y salir en los telediarios. Las Olimpiadas me han pillado esta vez un poco de través y no me estoy interesando demasiado. Mi amiga Cristina A., manchega de pura cepa, físicamente una mezcla de P.J. Harvey y Angélica Liddell y mentalmente aun más compleja, me manda esta imagen para la posteridad. 

























Por no tener preocupaciones, hasta se me ha quitado el miedo a que gane Donald Trump. Yo creo que no hay que hacer nada. Basta con dejarle que hable. Si se estuviera callado, a lo mejor tenía alguna posibilidad de ganar, porque hay mucha gente enfadada contra el sistema (por ejemplo, antiguos obreros industriales en paro, de Detroit o de Michigan) que votarán contra un sistema que les ha decepcionado y arruinado la vida, como sucedió en parte de los votantes pro-Brexit. Si en España se diera la opción de opinar sobre algo, seguro que la gente de las minas de El Bierzo o los astilleros de Avilés votarían masivamente a lo que más jodiera. Lo de Donald Trump es patético. Incluso en USA circula una teoría conspiranoica que sostiene que Trump es un infiltrado en el Partido Republicano para que haga el ridículo y pierda, pagado directamente por los enormes intereses económicos que quieren aupar como sea a la presidencia a la señora Clinton. La portada del último Time  es significativa.


Así que, en medio de esta calma chicha, pues les voy a dejar con algunos archivos musicales para amenizarles el ínterin. A partir del titular Menage a Trump, me vino a la cabeza la larga tradición de tríos vocales femeninos que han triunfado en USA (ya saben que soy un proyanqui ajqueroso), lo que pasa es que me voy a olvidar de los más recientes, como Destiny’s child, en donde empezó la mundialmente adorada Beyoncé, porque ahora la música rock es el resultado de un proceso industrial muy sofisticado, que genera unos productos estándar, que no tiene mayores matices. Yo voy a volver a las fuentes y, además, de adelante a atrás. Así que empezaremos por las Supremes, con Dianna Ross al frente, tal vez el producto más depurado de esta tendencia, antes de que llegaran los nuevos tiempos. Aquí uno de sus éxitos más conocidos.


Extraordinarias, las Supremes. Vamos un poco más atrás. Martha and the Vandellas.


Vamos hacia los primeros sesenta. Quien no recuerda a las Ronettes y su mayor éxito.


Y aquí las sensacionales Crystals


Estamos ya en los cincuenta, con las Chordettes. Estas eran cuatro, pero no importa.


Y las casi propietarias de la patente. En los años 40 las Andrew Sisters, amenizaban los tiempos muertos de las tropas americanas en Europa, con temas como este Rhum and Coca Cola.


Y ya por último, las extraordinarias Ross Sisters, también de los 40, que, además de cantar cosas tan graciosas como esta Solid Potato Salad, eran unas contorsionistas prodigiosas. No se pierdan este vídeo, que no tiene trampa ni cartón, porque en los 40 no existían los efectos especiales. Es que estas chicas eran de goma. Y buen ferragosto.