lunes, 30 de septiembre de 2013

180. Filípica

A falta de otros incentivos para revitalizar este foro, ya demostrados como fallidos, hoy les voy a regañar a conciencia, que ya está bien de tanta complacencia. Ya saben que el nombre “filípica” viene de las broncas que le echaba Demóstenes a Filipo de Macedonia, el padre de Alejandro Magno. Inicio mi línea argumental, como de costumbre, con una anécdota. Como les conté, a primeros de septiembre me pasé una mañana con un grupo de arquitectos daneses y españoles, con los que terminé comiendo en el Matadero y hablando de temas diversos de actualidad. Creo recordar que ya les hablé de mi agotamiento tras una mañana intentando entenderme con los daneses en inglés, algo que, a mi nivel, exige una concentración continua.

Pero no es de esto de lo que les quiero hablar, sino de una conversación que tuve con ellos. En un momento dado, abordamos el asunto de la corrupción en España, Bárcenas y cómo Rajoy elude hablar de este tema sobre el que todos los periodistas del mundo le piden que se explique. Los daneses estaban informados al respecto, y el resto de mis paisanos mantenía un discurso crítico homogéneo, en el sentido de “somos la leche, nuestro país es impresentable, etcétera”. No me gusta esa, digamos, autocomplacencia en la mezquindad y la mediocridad, y menos en presencia de extranjeros. Por eso busqué en mi mente alguna forma de defender la marca España, algo que me salió de forma natural.

Es como si usted, querido lector, es consciente de que tiene un hijo tonto (disculpe) y se encuentra en medio de un foro en el que hay gente de su familia y gente de otras. Y de pronto, los “otros” atacan al chico, y usted comprueba estupefacto que el resto de sus familiares están de acuerdo en admitir que es gilipollas. ¿No le saldría a usted la vena de defender las buenas cualidades de su hijo, aunque sepa que es un imbécil? Pues eso es lo que me sucedió a mí con los daneses. En medio de esa especie de unanimidad en la certeza de que somos un país de impresentables, me descolgué con un razonamiento que ya he desarrollado varias veces en este blog a lo largo de su año de funcionamiento.

Me refiero al hecho indudable de que nuestros políticos están a años luz de la sociedad civil española, en capacidad, preparación, sentido cívico y talla personal. Estoy (o estaba) convencido de que esto es así.  Les comenté a los daneses que en España, los políticos son gente que empieza su carrera en las juventudes de los diferentes partidos, que luego va poco a poco medrando en la estructura de dichos partidos, a base de peloteo, seguidismo, obediencia y adulación, hasta que ya han acreditado un nivel de sumisión suficiente como para que les den algún cargo de responsabilidad. Entonces demuestran su falta de brillantez, su mediocridad y su desconexión con la sociedad a la que supuestamente representan (entre otras cosas, porque nunca han hecho un trabajo diferente del de políticos).

Respuesta de mi interlocutor: en Dinamarca es exactamente igual; los políticos empiezan en las juventudes y los partidos se van deshaciendo de los más críticos y se quedan con los más sumisos. Acojonante ¿no? Mi primera reacción fue de cierta satisfacción, en todas partes cuecen habas, y todo eso. Pero el tema tiene mucho más trasfondo y no he dejado de pensar en ello desde entonces. Porque supongo que ustedes, como yo, conocen los países nórdicos, Alemania, Holanda o Inglaterra. Pregunta: ¿creen que en cualquiera de estos países se consentiría un espectáculo como el que estamos dando nosotros, o los italianos? Pienso que no. Al Rajoyson o Rajoysen de turno ya le habrían dado una patada en el culo. Pero resulta que sus políticos son exactamente como los nuestros. Qué es lo distinto entonces. Pues si los políticos son iguales, lo distinto habrá de ser la sociedad civil. Es decir usted y yo.
 
En Dinamarca y otros lugares, los políticos son tan mediocres e impresentables como los nuestros, pero la sociedad civil no les consiente un nivel de pasotismo y cinismo como el que vemos por estas tierras del sur. La sociedad de esos países está estructurada, es solidaria y trabaja para la colectividad. Mi cuñada alemana me cuenta que en su pequeña ciudad natal se limpiaba el bosque una vez al año para evitar incendios, alimañas, etc. Era una tarea en la que colaboraba todo el mundo de forma entusiasta, hasta los niños. Aquí no hacemos eso. Aquí dejamos que el bosque se llene de zarzas, hacemos barbacoas y no las apagamos bien, tiramos colillas y papeles estrujados. Y hacemos lo mismo en las ciudades.

Así que (aquí viene el regaño) no me vale eso de que los de la sociedad civil somos cojonudos y tenemos unos políticos que no nos representan y no sabemos de dónde han salido. Ese rollo no cuela. Nosotros también tenemos delito y mucho. Nosotros no estamos estructurados ni organizados. Somos individualistas, por vagancia y dejadez. Estamos en nuestro cascarón y no nos movemos por nada. No vamos ni siquiera a las reuniones de comunidad. ¿Pertenece usted querido lector a alguna asociación de vecinos, o entidad cívica? No, ¿verdad? Es mucho más cómodo decir que son un coñazo, que sus dirigentes son unos incompetentes y sus reuniones soporíferas. Mientras, usted se queda en su casa, abre una lata de cerveza y se pone a ver un partido por la tele, o a escuchar las bobadas que dice su señora (disculpe otra vez, pero no creo que sean de mucha más enjundia que lo que se debate en las reuniones de comunidad a las que usted no va nunca).

Eso si, de vez en cuando nos indignamos con alguna indecencia denunciada por los periódicos, nos vamos al bar, proclamamos que somos un país de mierda, invitamos a una copa más y nos vamos a casa satisfechos, pensando: que majo soy; si a mi me dejaran, lo haría mejor que el ministro X o el alcalde Y. Arreglamos el mundo en la barra de un bar y nos retiramos ufanos a nuestro redil. Allí conectamos la alarma antirrobo y nos sentimos a gusto dentro de nuestro castillo, al fuego de la chimenea, con las zapatillas puestas y la sensación de que somos unos cracks. Afuera, la calle está sucia porque nadie la limpia y la gente tira papeles y colillas, se mea en las paredes y deja cagar a sus perros libremente. Pero a quién le importa.

¿Dirá usted ahora que no se ha indignado adecuadamente con el discurso de la Alcaldesa, el del café con leche? No niegue que bajó al bar a sumarse a las risotadas groseras al respecto. Pero, ¿se ha esforzado usted en hablar un poco de inglés? Lo dudo. Porque, si así fuera, sabría que “café con leche” es algo que les hace mucha gracia a los angloparlantes, igual que “dos cervezas por favor”, “huevos fritos con salchicha” y otras expresiones que se aprenden de memoria. Si usted supiera más inglés del que presume, a lo mejor estaría al tanto de que la “o” se pronuncia en inglés “ou” y se habría reído más al ver cómo la señora Alcaldesa decía todo el rato “and so” pronunciándolo como si mandara frenar a su caballo.

Así que menos comodidad y más ayudar. ¿Cómo? No lo sé. Tal vez dando dinero a alguna causa solidaria. O acudiendo a ayudar a algún grupo de los que reparte comida entre los indigentes. O montando una brigada de voluntarios que limpie su trozo de acera. O simplemente extremando su conducta cívica por la calle y afeando la de los que no lo hacen. Si ve usted a un tipo meando en la pared, échele una bronca. Puede que se dé la vuelta y le parta la cara, pero todo tiene su riesgo. O apúntese usted a una asociación vecinal o cívica. O vaya a su reunión de comunidad y participe activamente, con iniciativas. Ya se han dado cuenta de que me estoy regañando a mí mismo, no sólo a ustedes. Me molesta la autocomplacencia en la indignidad colectiva, en paralelo a la dejadez y pereza individual. Que la gente diga: “los españoles semos así” y se quede tan tranquila pensando que ya ha hecho bastante. Los españoles semos así, yo no; yo soy cojonudo. Pues eso ya no vale.

El otro día les decía que Artur Menos está llevando a su pueblo a la tristeza colectiva y les hablaba de los serbios. Otro pueblo que se lame las heridas, pensando que su situación no tiene remedio, es el checo. Estuve en Praga justo después de que se convirtiera en “viral” un vídeo de su presidente firmando un tratado con Chile y escamoteando luego la pluma con que había firmado, para mangarla con disimulo (si lo recuerdan, primero la escondía bajo la mesa, después se la cambiaba de mano por debajo, pensando que nadie se daba cuenta y, finalmente, se la guardaba en el bolsillo izquierdo de la chaqueta, con cara de pillo). Pregunté su opinión sobre este incidente a gente con la que coincidí por la calle o en bares (en Praga el personal es muy sociable y abierto) y la respuesta más frecuente que encontré fue encogerse de hombros, esbozar una media sonrisa y decir: “es checo”. No pasaba nada. Ni siquiera hicieron una manifestación de repulsa delante del palacio de gobierno.

Ese tipo de actitudes son las que me sublevan. Así que hala, a arrimar el hombro, que esto lo tenemos que levantar entre todos.  

jueves, 26 de septiembre de 2013

179. La sardana de Artur

El llamado “problema catalán” me pilla ya un poco cansado. Mi opinión sobre el nacionalismo la he dejado muy clara en sucesivos posts que quien quiera se puede repasar, si tiene ganas. Hablo de mis entradas nº 25, 34, 40 y 50, específicamente dedicadas al asunto, así como las nº 24, 94, 109, 134, 151 y 162, que tocan también el tema. Por resumir:

1.- El nacionalismo es un virus que ataca a determinados pueblos, sustituyendo las opiniones individuales de sus ciudadanos por una opinión común, dirigida desde sus líderes, de la que no se puede discrepar, porque ello supone que te tachen de anticatalán, antivasco o anti-lo-que-sea. Los afectados por el virus llegan a creerse que lo blanco es negro, si se lo dicen sus líderes. Y estos son capaces de decirlo sin rubor, si tal falacia “suma” para el objetivo final.

2.- Ideológicamente, el nacionalismo es retrógrado desde su misma definición, supone la vuelta a la caverna, es reaccionario, fascista, antidemocrático. Hablar de nacionalismos de izquierdas es una contradicción en sus términos, cuando no desemboca en fórmulas peligrosas (nacional-socialismo). El verdadero progresismo está en el mestizaje y el cruce de culturas. Sin embargo los nacionalistas suelen creerse muy avanzados (ya he citado el ejemplo del señor Otegui, que hasta se pone un pendiente para que se vea lo moderno que es).

3.- Desde el punto de vista jurídico, la posibilidad de que una región, por su cuenta, se segregue de un país miembro de la ONU, está regulada por la Clarity Act de 2001, del Supremo de Canada, cuya historia ya he contado varias veces en los posts citados, y que es admitida en todo el mundo como jurisprudencia internacional. A esa Ley se ajusta el proceso escocés, pero no el catalán. No sé por qué la prensa no incide más sobre esto. Para mí es un factor clave.

4.- Desde el punto de vista económico, las perspectivas de un país como la eventual Catalunya independiente serían ruinosas, tanto dentro, como fuera de Europa. Ya hemos visto cómo se trata a Chipre, o qué peso internacional tienen Eslovenia o Croacia, frente a lo que suponía la antigua Yugoslavia. En el mundo de la economía global, los países pequeñitos son los más vulnerables y expuestos a los vaivenes del mercado financiero.

Dicho esto, en los últimos días se han publicado dos artículos que me parecen esclarecedores. Aquí les pongo el link a las opiniones de dos escritores, Javier Cercas y Mario Vargas Llosa. El primero vive en Barcelona y revela mucho coraje al concluir que no se puede ser demócrata y, a la vez, defender el derecho a decidir. Por mucho menos se tuvo que largar Boadella, y otros como él. Vargas cuenta que vivió en una Barcelona cosmopolita, en la que los nacionalistas eran minoritarios y todo el mundo los tenía por gente de derechas. Conocí esa Barcelona y dudo mucho de que ahora mismo siga existiendo.

Después de estos dos artículos, poco queda que añadir. Es de valorar el que todavía queden intelectuales capaces de decir lo que opinan. Echo de menos esa misma claridad en personajes como Bernardo Atxaga o mi paisano Manuel Rivas. Excelentes escritores los dos, no les he oído pronunciarse sobre el fenómeno del nacionalismo. Mi sensación es que miran hacia otro lado. Después de leer sus novelas dudo que fueran capaces de escribir algo a favor del nacionalismo, sin que se les cayera la cara de vergüenza. Pero tampoco lo hacen en contra. En cuanto a gente como Xavier Rubert de Ventós, en mi opinión no pueden ser considerados intelectuales.

Por lo que respecta al pueblo catalán, pues qué quieren que les diga: que me dan mucha pena. Han llegado a tal punto de comedura de tarro que sólo tiene dos salidas posibles: o consiguen la independencia, o se quedan como están. En ambos casos les espera el desánimo y la tristeza. Si no consiguen la secesión, por el bajón que te deja intentar algo y no conseguirlo. Si se segregan finalmente, por el horror que sufrirán cuando se den cuenta de la tontería que han hecho y cómo incide en su vida cotidiana. Y la tristeza colectiva de los pueblos es muy difícil de borrar (pienso en los serbios, por ejemplo, ya hablaré de ellos otro día).

¿Cómo se ha llegado a este despelote? Pues por los manejos del señor Artur Menos, aprendiz de brujo pseudomaquiavélico, más la pasividad de los señores Zapatero, cómplice desde la ingenuidad, y Rajoy, permisivo desde el pasotismo de Estado. Ahora que Mourinho ha desaparecido de nuestra actualidad, el señor Menos es el personaje más insultable que nos queda. Hay que aprovechar. Cuando pienso en el señor Menos, el adjetivo que me viene a la mente es “botarate”. Para mí un botarate es un tipo pequeñito que regaña a voz en grito, de forma colérica, con voz aguda y poniéndose de puntillas. Sin embargo, la definición del DRAE no dice nada de que deba ser pequeño. No sé de donde he sacado esa idea. Para mí, un tipo que grita y regaña, pero es grandote, no es un botarate. Es un energúmeno. Cosas mías.

El unurabla señor Menos fue elegido secretario general de su partido de derechas, para que continuara con el sainete de la política catalana desde la transición. Una política consistente en amagar con marcharse, para que el gobierno central ceda otro poquito a favor de sus reivindicaciones económicas, y luego decir: ”bueeeeeeeno, pues nos quedamos”. En ese juego, se le ha ido la mano, ha abierto la caja de Pandora de los sentimientos excluyentes, y luego ya no lo ha podido controlar. En Cataluña hay el mismo malestar que en el resto de España por la crisis económica y el desmantelamiento del estado de bienestar. Lo que pasa es que allí ha aparecido el señor Menos y les ha convencido de que la culpa de esta situación no la tienen los poderes financieros, sino España. Y que segregándose de España se arregla todo. Van dados. Ese descontento lo ha capitalizado Esquerra Republicana, los independentistas de verdad, a los que las encuestas sitúan ya por delante del partido del señor Menos. En cuanto a éste, ha de seguir adelante, para que no se descubra el desastre de su política económica.

He dicho aprendiz de brujo. Creo que hay una comparación mejor. Me refiero a una escena de la película Tiempos Modernos, de Chaplín. Charlot es un vagabundo que callejea por un barrio pobre de una ciudad deprimida tras el crash del 29. A su lado pasa una camioneta que transporta una larga viga que sobresale de la caja, por lo que lleva al final el preceptivo trapo, que presuponemos rojo (la peli es en blanco y negro). Al pasar, el trapo se desprende de la viga y cae al suelo al lado de Charlot. Entonces, éste lo recoge y corre tras la camioneta agitándolo en alto y  gritando: ¡que se os ha caído esto! En ese momento, de una calle lateral desemboca una manifestación de obreros airados. Charlot sigue corriendo agitando el pañuelo rojo, al frente de una masa vociferante que lo toma por un líder. Eso es ahora el señor Menos. Un falso líder que huye hacia delante agitando el trapo de la independencia, seguido de una masa de gente enfervorizada que lo ha tomado por su guía hacia la felicidad, y que antes o después se dará cuenta de que se trata de un impostor.

La posición de Artur es, en estos momentos, delicada y debe ser cuidadoso. Su juego es dar un pasito a un lado, para no cabrear al Estado, y otro al lado contrario, para que no se mosquee Esquerra. Una auténtica sardana. No tengo nada contra los catalanes, me encanta la butifarra y el fuet y el salchichón de Vich. En Madrid controlo varios lugares donde comer robellons y calçots en temporada, y no me pierdo una obra del Teatre Lliure. Pero no me digan que la sardana no es el baile más soso del universo.

Bueno, miento, hay otro aun peor: la derivación balear de la sardana, que llaman El Parao. En esta, como su propio nombre indica, es que ya ni se mueven. El estribillo de El Parao de Valldemosa repite cien veces: “porque me paro, me llaman el parao, porque me paaaaaro”, mientras los bailarines, cogidos de la mano en círculo, se limitan a arrastrar lateralmente los pies un poquito, a un lado y luego al otro. ¡Hala! díganme otra vez que soy un exagerado. Llegados a este punto, les dejo con una de las estrofas de La Santa Espina, una de las sardanas más populares. Sean buenos.

Som i serem gent catalana
tant si es vol com si no es vol,
que no hi ha terra més ufana
sota la capa del sol.

martes, 24 de septiembre de 2013

178. Sobre onomástica y otras paridas

Contento me tienen con tanta economía y tanto comentario de actualidad. Está sucediendo justo lo que yo quería evitar, que este foro se convierta en unidireccional. Aquí ya no se habla más que de los temas sociopolíticos y económicos que inundan nuestra prensa diaria y cada vez nos reímos menos. No puede ser. Vale, mantengo mi promesa de explicarles lo que está pasando en la economía, si es que logro primero entenderlo. Pero, mientras, vamos a hablar de otras cosas, que el mundo no es sólo economía. Por ejemplo, hablemos de la onomástica, entendida como ciencia o arte de ponerle nombre adecuado a las cosas, las personas o los organismos. Un nombre mal puesto puede tener consecuencias catastróficas, como saben los del Ministerio de Hacienda, que la cagaron con el famoso Banco Malo, traducción automática del inglés Bad Bank, que inmediatamente suscitó la hilaridad nacional (aquí mi post al respecto de hace casi un año, no se lo pierdan si es que no lo leyeron en su día: http://tiomilu.blogspot.com.es/2012/10/el-banco-malo.html). Para terminar con el choteo, rápidamente le cambiaron el nombre por el acrónimo SAREB.

Estaba yo intentando aclararme con esto de la deuda pública, el rescate bancario, el enfriamiento del mercado de deuda, el crowdfunding, la visita de los hombres de negro y la madre que los trujo. Entonces, en medio de la hojarasca, me sale al paso un organismo de nombre peculiar que, al parecer, es básico en este guirigay: el FROB. El FROB es el vinagre de todas las salsas. Veamos algunos titulares de los últimos días. Cisma total entre el Banco de España y el FROB a cuenta de las Cajas nacionalizadas. La Generalitat pide al FROB un trato igualitario en el ERE de Catalunya Banc (mucha cadena y mucha hostia, pero la pela es la pela). El FROB cree que sería positiva la entrada de inversores extranjeros en Nova Caixa Galicia.

El FROB es un organismo, designado también con un acrónimo, al que ya ven que se le atribuye hasta la facultad de creer cosas, en un claro ejemplo de lo que en retórica se conoce como prosopopeya. Dice la Wikipedia que el FROB se creó para paliar la crisis económica de 2008 (en la que aun estamos). El Estado acopió 9000 millones de euros (de los que nos sacan a ustedes-vosotros y a mí), para dotar a este organismo de margen para cumplir su propósito: salvar de la quiebra a los Bancos y en especial a las Cajas, gobernadas con preclara inteligencia por esclarecidos prohombres de la tierra patria, como Rodrigo Rato. Creado el invento, había que ponerle nombre y los expertos del Ministerio en onomástica llegaron a este: Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB).

¿No le ven nada raro al nombrecito? Pues también aquí hay algunas figuras retóricas clásicas. En primer lugar, el fin de este organismo era lanzar un salvavidas a la gran Banca, poner orden en ese gallinero, tapar agujeros financieros, frenar la sangría, acabar con el desmadre de los sobresueldos y muchas cosas más. Llamar a eso “reestructuración” es un evidente eufemismo. Pero, luego, la reestructuración es, encima, “ordenada”. ¡Joder, no iba a ser caótica! Esta es una forma clara de pleonasmo, figura también conocida como redundancia. ¿Han visto ustedes algún arquitecto que se anuncie como Estudio Ordenado de Arquitectura? ¿O una Clínica Dental Ordenada? ¿Tal vez un Departamento de Gestión Ordenada de Recursos Humanos?

El adjetivo “ordenada” sobra, es evidente. ¿Por qué, entonces, lo añadieron? Pues yo lo tengo clarísimo: si no llegan a ponerle esa “o”, el organismo se hubiera llamado el FRB (onomatopeya de pedorreta). Hablo completamente en serio. Los gobernantes han de cuidar estas cosas; les recuerdo que el engendro se crea en los últimos tiempos de Zapatero, no estaba la cosa para bromas, ya nos reíamos bastante del pobre hombre. ¿Se imaginan la escena? Sale Zapatero a la tribuna, tan serio como siempre, y proclama solemnemente: para arreglar la crisis galopante, que nos aflige y amenaza con arrollarnos, ya hemos dado con la solución; hemos creado el FRB. Las carcajadas se habrían oído hasta en Bruselas.

Pensarán que exagero; ya han tenido numerosas muestras de mi gusto por la hipérbole, pero no la estoy utilizando en este caso. Los nombres son condición indispensable para triunfar en este mundo, donde la información circula “en tiempo real” (otro pleonasmo). Un nombre mal elegido te puede llevar al fracaso. Les pongo algunos ejemplos contrastados de casos reales en los que el nombre tuvo una influencia decisiva.

Quizá ustedes no lo recuerden, pero el euro se llama así sólo desde el 1 de enero de 1989. La moneda única había sido creada, sin embargo, casi diez años antes, con el nombre de ECU, otro acrónimo, en este caso de European Currency Unit. A finales de los 70, la Unión Europea estaba bastante equilibrada entre Francia y Alemania, y los franceses, amantes de las abreviaturas, impusieron esa denominación aséptica. Pero en los 80 los germanos ya cortaban el bacalao de manera predominante. Y en Alemania no gustaba nada el nombre de ECU, porque sonaba a Eine Kuh (Una Vaca). Así que impusieron el cambio. Y los franceses tuvieron que tragárselo, a pesar de lo difícil que les resulta pronunciar “euro”, con la boquita afilada que hay que poner para hablar bien el francés. Por más que se esfuerzan, les suena algo así como ughóoo. A alguno hasta le ha dado la tos y todo, intentando pronunciar “euro”.

Otro caso. Uno de los futbolistas brasileños más prometedores del arranque de siglo, era Elano, fino extremo del Santos, equipo con el que ganó dos campeonatos nacionales. En 2005 estaba listo para dar el salto a Europa y su nombre se barajó como fichaje estrella de varios de los equipos punteros españoles, como el Atlético de Madrid. Después de varios intentos fallidos, acabó por irse al Shaktar Donetsk de Ucrania. De allí pasó al Manchester City y luego al Galatasaray turco, antes de volver a su tierra, en donde juega todavía. Elano, cuyo nombre completo es Elano Ralph Bruner, nunca consiguió jugar en España. ¿Por qué? ¿Y ustedes se lo preguntan? ¿Se imaginan un equipo de fútbol español cuya estrella se llamase Elano?

Entiendo que se rían, pero todo lo que les cuento es real. Las marcas comerciales tienen muy en cuenta estas cosas. Algunos ejemplos. Los japoneses comercializan desde hace años un modelo de automóvil llamado Mitsubishi Pajero. El pajero es un felino salvaje, mitad gato y mitad leopardo, muy apreciado en Japón por su bravura, por lo que decidieron llamar así a uno de sus más potentes todoterrenos. Por motivos obvios, en España y Latinoamérica el nombre del modelo se cambió a Mitsubishi Montero. Y el jabón Rexona se llama así en todo el mundo, menos en Portugal, en donde se cambió a Rexina. Para que los portugueses no digan: Rexona para la cona. Podría hablarles también del choteo que sufren los directores de cine argentinos que vuelven a su tierra premiados con la Concha de Oro de San Sebastián. Pero lo dejaremos aquí. En el siguiente enlace, un colega bloguero recopila un catálogo de productos bautizados con nombres inadecuados, seguramente por comerciantes que no sospechaban la coña que se iba a montar a su costa:  http://beatsauland.blogspot.com.es/2013/04/nombres-inadecuados-de-marcas.html

No me digan que esto no es más divertido que la economía y la política. Lo que pasa es que no hacéis ustedes-vosotros más que venga de presionarme y venga de presionarme, joé, que si la situación de Egipto, que si la olimpiada, que si los catalanes. ¡Ay, señor! ¡Qué hartura de actualidad! Y ahora quieren nada menos que les explique la crisis económica. Tendré que responderles con uno de los anacolutos más celebrados del siglo XX, el que proclamó Lola Flores a voz en grito: ¡¡Si me queréis, irse!!

sábado, 21 de septiembre de 2013

177. Lo que va de ayer a hoy

                                                                                                                  Lo que va de ayer a hoy
                                                                                                                  (Que le dijo Paco a Pocho)
                                                                                                                  Que siendo ayer diecisiete
                                                                                                                  Hoy estamos a dieciocho

Estoy un poco nostálgico con esto del aniversario y me ha venido a la memoria esta antigua chirigota en octosílabos atípicos, que hacía reír a mi padre en aquellos tiempos sin móviles ni ordenadores ni gepeeses. Ha pasado un año de blog y han cambiado algo las cosas. Han dejado de asustarnos con la prima de riesgo, que por entonces acababa de rozar los 650 puntos. Ahora andamos por debajo de los 240, llevamos quince días con mejores cifras que Italia, que sigue pagando los desmanes del sapo Berlusconi. Y lo acojonante es que esto de que hayamos superado a Italia en fiabilidad económica no es noticia. ¿Ustedes lo han visto en algún diario? Yo no. Lo que pasa es que tengo un programa en mi smart phone, que me avisa en tiempo real de cómo va la prima de riesgo. Me lo pasó Lisardo antes de enfadarse conmigo.

La prima de riesgo ya no supone un gran idem para el país, pero igual estamos jodidos. Ahora nuestros problemas son tres: el déficit público, la deuda pública y la deuda privada. Váyanlo memorizando, que estoy preparándoles un texto al respecto. Sólo que, primero, necesito entenderlo yo y no es nada fácil, se lo puedo asegurar. Respecto al déficit público, ya saben, la diferencia entre el gasto anual de todas las administraciones públicas de un país, y sus ingresos no financieros, pues resulta que Bruselas (ese ente fantasmagórico que está en el origen de todos nuestros males) se está repensando la manera de computarlo. Parece que ahora están valorando la posibilidad de hacerlo contando por los dedos, lo que podría ser muy favorable para esta España de nuestras desdichas. ¿Se creen que estoy de coña? Bueno, un poco sí. Pero no del todo. Aquí tienen el link de la noticia y les pido que la lean. http://www.expansion.com/2013/09/20/economia/1379678193.html?a=9ee8c99375e8e0a3940df3ef43f6c4b4&t=1379756591

Es una noticia de ayer que, si se confirma, podría aliviar la necesidad de que el señor Rajoy y sus adláteres sigan jugando a Eduardo Manostijeras. Les he pedido que lean la noticia, no que la entiendan. Eso ya sería para nota. A mí me suena a que, viendo la avería que nos están haciendo con los recortes, han pensado que a lo mejor, si cuentan el déficit por el sistema de un-dos-tres-patito, salimos un poco menos mal. No me digan que todo esto no les suena a camelo planetario. Nos dicen que tenemos que hacer recortes como terapia para curar nuestras tres lacras (déficit público, deuda pública y deuda privada). Pero los recortes aumentan el paro y nos estropean la sanidad y la educación públicas que tanto nos había costado conseguir. ¿Es posible que no hubiera otra medicina? A ver si conseguimos entenderlo y hablar de ello con propiedad.

Esta noticia tampoco la van a encontrar en la prensa de información general (ha salido sólo en la prensa económica, ya ven que me estoy tomando trabajo para entender el galimatías). La prensa generalista está entretenida con la cadera del Rey, las últimas baladronadas del unurabla Artur Menos y otras minucias. El curso se presenta cansino y hasta la Liga de futbol es un aburrimiento supino, por la diferencia que hay entre Madrí y Barça y los demás. El año pasado, por lo menos podíamos cagarnos en Mourinho, que siempre era más divertido. 

Cuando decimos “Bruselas” deberíamos decir “Señora Merkel”. Ella tiene las riendas bien sujetas. Y mañana volverá a ganar por goleada. Mi peluquero y amigo Jurgen está muy esperanzado en que los liberales se vengan abajo y la doña se vea obligada a reeditar Die Grosse Koalition con los socialdemócratas del Ober Lehrer Steinbrück, lo que podría forzar una política más social para toda Europa. Y digo yo: qué mal debemos de estar para que nos tengamos que agarrar a semejante clavo ardiendo. El modelo socioeconómico que propugna el antipático Steinbrück es idéntico al de Merkel. Si quisiera cambiar la sociedad se aliaría con los Verdes y con los izquierdistas Die Linke (y tendría mayoría). Pero si dijera eso en su programa, no le votaría nadie, sería tan minoritario como ellos. Los alemanes están a gusto como están y no quieren aventuras. La señora Merkel les garantiza la continuidad del modelo y por eso ganará.

Todo va a seguir igual, nos seguirán apretando y seguiremos intentando entender por qué. Hoy he salido por el barrio y me lo he encontrado invadido por la feria de antigüedades que llaman Decor-Acción, promovida por la revista Nuevo Estilo. Como cada año, las tiendas se engalanan y las calles se ven invadidas por la gente más cool de la ciudad. Durante estos cuatro días, el barrio adquiere un punto Carnaby Street, que es una pena que no dure todo el año. He vuelto a casa a por mi máquina de fotos y he hecho el reportaje que les enlazo aquí. Verán que la cosa es similar a la del año pasado, con modelitos más veraniegos porque hace menos frío.

Es curioso ver que a ciertas clases sociales no parece afectarles la crisis (otro indicativo de que más que crisis es estafa). Dice mi amigo Luis, dueño del restaurante La Pitarra, que esta gente tan fisna no entra en su local, porque piensan que un lugar tan barato no puede ser bueno. Otros bares se esfuerzan cambiando sus carteles de churros y porras por otros con ofertas de brunch y delicatesen para el break-coffee. Y en las tiendas de ropa aparece la palabra mágica: vintage. De pronto, todo el mundo tiene cosas vintage. Me he infiltrado entre este pijerío, cuyas actitudes y vestuario me remiten a la fauna del hipódromo, y puedo certificar que

            1.- Los tipos llevan camisas con sus iniciales y jersey sobre los hombros.
2.- Las mujeres son mayoría y llevan melenita clara bien peinada. No hacen un solo ademán brusco, mantienen el gesto lánguido y observan.
3.- Abundan los niños rubios vestidos de domingo y los perros recién salidos del coiffeur. En cuanto alguno se caga recogen la mierda con dos deditos enfundados en una minibolsa de plástico verde (esto es de agradecer).
4.- No se ve un solo negro ni asiático ni aceitunado
5.- No se ven tatuajes ni piercings. Como mucho un arete fino en aleta de nariz.
6.- Nadie dice tacos, ni escupe, ni se tira pedos, ni ha olvidado el desodorante.
7.- Suena música clásica en algunos lugares. Nada de rap, ni reggaetón.

Lo que no sé es adonde se habrán tenido que trasladar estas tres noches los clochards astrosos que plantan sus reales por las esquinas de las plazas de mi barrio, ahora ocupadas por la creme de la creme. Supongo que antes de montar la feria, habrán tenido que desinfectar de piojos y pulgas ciertos rincones. Para ello habrán tirado de los empleados de la limpieza municipal. Con lo que se ha ahorrado este verano la señá Alcaldesa en esta partida, habrá tenido bastante para dejar el barrio como una patena. Cualquier esfuerzo es poco para que esta gente pueda seguir desarrollando su entretenimiento favorito, fuera del mundo de los mortales agobiados por crisis y angustias varias. ¿Crisis? Oye, de verdá, qué ordinariez eso de las crisis, tía. Es SUPER fuerte, oyes. Es que pones el telediario y todo el día con lo mismo: venga y venga con la crisis. Hija, te digo: NO-LO-SOPORTO. Me voy a la cama y me pongo tapones de cera. Como lo oyes: tapones de cera, tía.

Que pasen un buen domingo.

jueves, 19 de septiembre de 2013

176. Aniversario

Hoy hace un año que se abrió este blog. No recuerdo muy bien cómo fue que empezó la cosa, ni por qué me dio por meterme en semejante lío. Como ya les he contado, es posible que todo partiera de cuando empecé a tomar diariamente Artilane, un producto de parafarmacia que evita el deterioro de los cartílagos rotulianos, que yo ya tengo bastante agujereados y llenos de goteras. Es el mismo producto que toma el rey Juan Carlos, según me dicen, así que es factible que tenga efectos secundarios imprevisibles, mayormente para la pelota, que lleven a unos a cazar elefantes y a otros a escribir posts como locos. No sé. 

Lo que puedo asegurarles es que, hace un año, no tenía ni idea de dónde me estaba metiendo. No me corresponde a mí hacer valoraciones sobre la calidad del producto, lo que puedo decirles es que a mí me sigue divirtiendo el tema y por eso sigo. Y sí se pueden hacer algunas consideraciones numéricas. Por ejemplo, este es el post #176. Si multiplicamos esta cifra por 2, obtenemos 352. Un número bastante cercano a los 365 días del año transcurrido. Es decir, que he mantenido un ritmo cercano a un día sí, otro no. Si tenemos en cuenta que la primera quincena de agosto me la tomé de vacaciones de blog, pues puede decirse que, en la práctica, he mantenido una media de un post cada dos días. 

Es algo sin duda meritorio. Revela una tenacidad quizá relacionada con la experiencia de haber corrido maratones, algo para lo que se necesita un tipo concreto de resistencia anímica, o de cabezonería, que no todo el mundo tiene (de hecho, sé de algún seguidor que tuvo que dejar de entrar en el Blog, porque era incapaz de leer a la velocidad que yo escribo). Desde el primer día proclamé mi intención de primar la cantidad sobre la calidad. Algunos colegas blogueros a los que sigo, se rigen por el modelo contrario. Escriben un post cada tres meses. No se deciden a colgarlo hasta que está perfecto. Niquelao. Yo busco algo más ágil. Textos que no pasarán a la historia, que a los pocos días se han quedado viejos. Literatura de usar y tirar. Cercana al proyecto de Dieguito, chupatintas del Ministerio, para cuando se jubile (hablo de Luces de bohemia): “una hoja volandera, un periódico ligero, festivo, espuma de champaña, fuego de virutas”. 

Yo busco en mi cabeza o en la prensa una idea sobre la que se me ocurra algún comentario, me informo, busco en Internet, leo lo que puedo. Y cuando estoy listo, escribo de un tirón. El Word me corrige la ortografía y procuro parar en torno a los dos folios. Cuando termino, le doy una o dos relecturas con mentalidad de lector anónimo, detecto las cosas que suenan mal, afino la sintaxis y ¡hala!, a colgarlo. Si sale con alguna errata y alguien me lo dice, la corrijo sin ningún problema. Y si alguien me advierte de un error de fondo, como ya ha sucedido varias veces, pues no lo corrijo: dejo allí el comentario y mi contestación admitiendo que tiene razón.

Empecé arropado por una serie de colaboradores que, por distintas circunstancias, han ido desapareciendo de este foro. El entrañable Lisardo, el ordenanza de planta con aires de banderillero, que me regañaba a voz en grito, ya no está en el mismo edificio que yo. Lisardo pertenece al gremio de Funcionarios de Ceremonial y Asistencia Interna (antiguo de Maceros, Porteros y Ordenanzas), un colectivo que está sujeto al albur de que los trasladen de acá para allá. De todas formas, antes del traslado nuestra relación ya se había distendu, incluso degradé (je suis desolé), porque yo me negué en redondo a hacerme una cuenta de Twitter, algo, según parece, imprescindible para que el Blog adquiera la categoría de viral, condición sine qua non para cumplir mi sueño inicial de aparecer en el Huffington Post.

El problema es que yo ya no quiero salir en el Huffington Post, y que eso de los fenómenos virales me da mucho miedo. Volvamos a los números. El post que ha registrado más visitas en este año, es el #64, “De escoceses y otros estereotipos”, 215 hasta ahora, y creciendo todavía. No tengo ni idea de a qué se debe este éxito. Esta semana he batido algunos records. El post #173 ha recibido hasta 8 comentarios, 16 si se cuentan mis respuestas. Y el día 17 de los corrientes alcancé mi mejor cifra de visitas en un solo día, en concreto 108, debido al éxito fulgurante de mi último post “El abuelo del Planetario”, colgado el día antes, y que en apenas tres días lleva ya cosechadas más de 90 visitas. Tampoco sé la causa de estos éxitos puntuales, supongo que, de vez en cuando, un post concreto le gusta tanto a alguien, que se lo pasa a todos sus amigos.

Cosas como estas me han sucedido varias veces, pero las dimensiones del fenómeno han sido siempre discretas. Si yo me hiciera una cuenta de Twitter, cada vez que escribiera un post, podría anunciarlo en dicha cuenta. Inmediatamente entrarían 2000 o 3000 tipos a leerla. Eso es lo que me da miedo. Dudo que pudiera escribir con la misma libertad, sabiendo que lo que escribo lo van a leer al instante 3000 personas. Entre otras cosas, ¿quién me garantiza que entre esa legión de cotillas no hay alguno que le va con el soplo a la cúpula municipal de la que depende mi sueldo a fin de mes? No creo, por ejemplo, haberme cebado más de la cuenta con el discurso olímpico perpetrado por quien ustedes saben, pero no quiero líos. Quita, quita. Ya sé que es muy cool eso de tener una cuenta de Twitter, oyes, pero yo ya tengo bastante con mi modesto rango de audiencia. Si no llego a viral, me quedaré en bacteriano.

En cuanto al resto de mis colaboradores, se han evaporado también. Sagrario Pérez, mi asesora económica, ha visto cómo reducen la plantilla del periódico para el que trabaja. Estuvieron a punto de incluirla en el ERE y se salvó por los pelos. Ahora hace el doble de trabajo, cobra menos y llega a su casa cada día a las 10 de la noche, exhausta. Y encima, agradecida de conservar el curre. Javier Viñales, experto en historia, se ha jubilado y no sé nada de él. La única persona que sigue conmigo es África, mi agregada cultural, que me sopla cosas como lo de la triscaidecafobia, pero prefiere no salir demasiado en el Blog, porque es tímida. De todas formas, después de un año de bloguero, ya me las voy arreglando solo.

Echo de menos a Lisardo, no obstante, y no sólo por el lado humano, sino porque ya no tengo a nadie que me optimice técnicamente la página. A mí me gustaría, por ejemplo, incluir los llamados hipervínculos, de forma que un post pudiera relacionarse con todos los de su misma temática, con un simple click. Me sería útil, sin ir más lejos, relacionar entre ellos los textos sobre el nacionalismo, tema sobre el que no les sorprenderá saber que estoy preparando una nueva entrada. No sé cómo hacerlo, pero espero averiguarlo.

Algunos de mis seguidores habituales, calculo que tienen algún sistema que les avisa cada vez que cuelgo un nuevo post. A veces subo un texto, le doy un último repaso en busca de erratas y, cuando termino ya hay uno de Estados Unidos que lo está leyendo. Esto de mis seguidores en el extranjero todavía me asombra. Supongo que se trata de emigrantes españoles. Personas que hablan castellano, en todo caso. No consigo que me manden un comentario anónimo, haciéndome saber por qué me siguen (¡Venga, hombre, anímense!). Los más numerosos son los de USA, Rusia y Alemania. A continuación mexicanos, franceses, argentinos, holandeses (estos me sorprenden menos). ¡Y bastantes ucranianos! (tal vez es uno solo que entra muchas veces). Ya sé que esto no es una página de contactos, pero un comentario oportuno podría ser el inicio de una gran amistad, como la que se pronostica en la última frase de Casablanca.

En fin, reflexiones ligeras para conmemorar el primer aniversario. Disculpen este inciso un poco nostálgico y autocomplaciente. Ya volveremos a dar caña a partir del siguiente texto. Seguiremos mientras el cuerpo aguante, no sé si al mismo ritmo o doucement, que dicen los franceses (a modiño, que decimos en mi tierra). Disfruten de este tiempo otoñal tan agradable.

martes, 17 de septiembre de 2013

175. El abuelo del Planetario

Acabo de llegar de dar una vuelta al Retiro a trotecito suave. Si han ido siguiendo este blog, sabrán que es algo que conviene hacer al día siguiente de cualquier carrera, sea maratón, media o de diez kilómetros. De esta forma se destensan los músculos después del esfuerzo de la prueba, se eliminan molestias, se combaten las agujetas y, para el miércoles, uno está listo para continuar el entrenamiento normal. Esto del trote se hace los lunes al atardecer, porque la mayoría de las carreras son en domingo por la mañana temprano, para aprovechar la fresca.

No es el caso de La Melonera, que se corre el sábado a las 18.30, vaya usted a saber por qué, pero para el caso es lo mismo. Tengo ya que decirles que cubrí objetivos. Después de tanto tiempo sin participar en una prueba popular, mis objetivos eran dos: 1, llegar a la meta sin daños en las rodillas y 2, llegar a tiempo de comerme un par de rajas de melón. La última vez que había corrido esta carrera, llegué cuando los melones ya se habían acabado, y les juro que da mucha rabia. La marca que hice no es muy vistosa (1 hora y 2 minutos), pero hay que decir que, según mi smart phone, la temperatura al momento de la salida era de 30 grados a la sombra y que la mayor parte del trayecto transcurría bajo un sol poniente todavía veraniego.

Hoy he consultado la página de clasificaciones y he comprobado que llegué en el puesto 1665, de un total de 2000 inscritos. No está ni bien ni mal: es lo que hay, estoy cerca de cumplir 63, es la primera carrera de la temporada y confío en mejorar mis registros en las siguientes, con más fresquito y por la mañana. Tengo que añadir que el recorrido ha mejorado. Han suprimido unas cuestas criminales que te amargaban la segunda parte del trayecto, sustituidas por un cómodo recorrido de ida y vuelta por el parque Madrid Río. Así que no puedo escudarme en que la prueba es dura, etcétera. Se corre a 30 grados, pero no es tan dura como antes.

No es eso lo único que ha cambiado. Como les conté, la carrera sale de la Avenida del Planetario, frente al Museo de Ángel Nieto y termina en la Junta de Arganzuela, donde está la meta y se distribuyen las rajas de melón de Villaconejos. Esta mañana en el curre, cuando he comentado con los compañeros la historia que estoy a punto de contarles, he descubierto con sorpresa que muchos no sabían que existía un Museo de Ángel Nieto. Eso me ha llevado a dudar de mi estabilidad mental, a concebir la sospecha de que mis recuerdos eran falsos, como los implantes de memoria que les grababan a los replicantes de Blade Runner.

El domingo vi en la tele la película Una mente maravillosa, que supongo conocen. El personaje que interpreta Russel Crowe (y, con él, los espectadores) descubre que algunos personajes que le han estado acompañando hasta entonces no existen, que son inventos de su mente porque padece esquizofrenia. Así que he pensado: ¿me habré inventado yo el Museo de Ángel Nieto? Al instante, he abierto la wikipedia y he encontrado las imágenes de la vieja Derbi de Nieto, que volaba sobre la acera en la puerta del museo. Aquí tienen la imagen (ya ven que no les engañaba con lo de la triscaidecafobia). Qué alivio.


Porque lo cierto es que cuando llegué al lugar, más o menos media hora antes de la hora de la carrera, allí no había museo, ni moto ni ningún corredor listo para salir. Recapitulemos. Como saben vivo en Atocha. Mi forma de participar en la Melonera  tiene una vieja rutina. Salgo de mi casa vestido de corredor, cruzo la glorieta de Atocha y enfilo hacia el sur por Méndez Álvaro, primero caminando y luego trotando despacio. Llego al punto de salida con la musculatura caliente, allí hago unos 15 minutos de estiramientos y estoy listo para la prueba. Después de la carrera, subo andando hasta mi casa por Santa María de la Cabeza. También imaginarán cómo es un lugar donde se aprietan 2000 personas impacientes por echar a correr. Aglomeraciones, murmullo de voces, altavoces con música, pestazo a réflex y a sobacos agrestes de gama amplia.

Pues nada de eso había en aquel paraje desolado. El edificio del museo tenía pinta de estar abandonado, la pared de ladrillo desconchada, dos muñones metálicos parecían atestiguar la huella de los soportes que sostenían la vieja Derbi. Y ni un alma. Por no haber, no había ni siquiera automóviles, los semáforos cambiaban de tono para nadie, volaban hojas de periódico y una urraca solitaria picoteaba entre las piedras. Pensé con angustia que tal vez me había equivocado de fecha, que la carrera sería otro día. O que me había transportado en el tiempo a una época postnuclear, donde el hombre se había extinguido del todo.

Entonces miré adelante, hacia la entrada del parque Tierno Galván, y divisé al fondo, al cobijo de unos ailantos, una sombrilla extendida, bajo la que se resguardaba del sol un anciano sentado en una silla de tijera, leyendo tranquilamente un libro con una pierna cruzada sobre la otra. Un superviviente de la debacle atómica. –Disculpe –le dije, acercándome– ¿no había hoy una carrera por aquí?  –La Melonera –respondió enseguida. Sus ojos me miraban por encima de las gafas caídas a la punta de la nariz. –¿Y dónde está la gente? Me miró de nuevo, mesándose la blanca barba y preguntó a su vez:  –¿Cuánto hace que no la corre usted?

Por resumir. Hacía cuatro años que la Melonera ya no salía de allí, sino de la puerta del Hipercor de Méndez Álvaro, a unos cinco minutos a buen paso. El abuelo tenía una memoria prodigiosa y era un amante de la precisión: el cambio había sido cuatro años antes, ni tres ni cinco. Le pregunté si le molestaba que hiciera a su lado mi tanda de estiramientos y dijo que en absoluto, que le encantaba tener alguien con quién hablar. Y, desde luego, no paró de rajar en todo el rato. Con la misma precisión me informó de algunas cosas más. El Museo nunca había sido un éxito de público, y había empezado a languidecer cuando Gallardón, que era un cabrón, le había quitado la subvención. Había empezado a cerrar por temporadas y se había clausurado definitivamente en el mes de junio, no de este año, sino del pasado. Hacía unos meses habían venido unos obreros a bajar la Derbi del frontal, porque amenazaba caerse sobre los peatones de puro oxidada. Habían cortado los listones del soporte con una radial.

Me dijo también que se pasaba allí muchas tardes porque estaba más a gusto que en su casa. Que había trabajado en los laboratorios del viejo edificio de Campsa, demolido para construir la nueva sede de Repsol. Que los pequeños edificios de ladrillo, que albergaban el museo cerrado y un par de dependencias municipales, eran los únicos vestigios del barrio que él había conocido. Que vivía en un edificio a expropiar, en la otra acera de Méndez Álvaro, del que se negaba a irse, porque la indemnización que le ofrecía la EMV era una miseria. Sus hijos estaban enfadados con él, porque querían aceptar el dinero y mandarlo a una residencia, pero él había pedido en su día una tasación independiente y le habían dicho que la casa valía 30 millones de pesetas. Y mientras no le dieran eso, no se iba. El único que estaba de su lado era un nieto que se ocupaba de acompañarlo hasta allí después de comer y por la noche de vuelta. 

Antes de irme me enseñó el libro que estaba leyendo. Trataba de la caída de Lehman Brothers. Con una sonrisa de complicidad me confió: –Nos están engañando. Dicen que estamos en crisis porque el Estado tiene un déficit inasumible, que como país estábamos viviendo por encima de nuestras posibilidades y que por eso hay que reducir gastos (casualmente en pensiones, sanidad y educación). Pero es mentira. El déficit no es la causa, sino la consecuencia. La causa está aquí (levantó el libro en alto). –Piénselo –me gritó, mientras me alejaba–, no lo eche en saco roto. El déficit es la consecuencia.

Crucé Méndez Álvaro y, tras doblar la esquina de un rascacielos, me incorporé al bullicioso grupo de corredores. Eché a correr con todos, pasé por el túnel bajo el Parque Tierno Galván sumando mi grito al alarido colectivo y seguí como pude en busca de los melones de la meta. Me encontré a cuatro conocidos a lo largo de la carrera. En realidad me encontraron ellos a mí (cuatro veces escuché: “¡Hombre, Emilio, qué alegría verte de nuevo!”), porque yo iba todo el rato mirando hacia adentro, pensando en Lehman Brothers y en aquel anciano estrambótico del que tampoco estaba seguro al cien por cien de que fuera real. Ayer consulté mis fuentes wikipédicas. Justo ayer se cumplían cinco años de la quiebra de Lehman Brothers. ¿Sería cierto lo que decía el abuelo de la Avenida del Planetario? ¿Es posible que vivamos sumidos en una niebla mediática adormecedora, mientras algunos se siguen forrando? Les dejo con la viñeta de hoy de El Roto. Duerman bien.


viernes, 13 de septiembre de 2013

174. Triscaidecafobia y otras patologías

Escribo en viernes 13 y toco madera por si es caso, que decimos los gallegos. Tranquilizadas las tormentas de días pasados (por cierto, abajo les pongo el link al comentario de Juanjo Millás sobre el gran fiasco, en donde recurre a los pedos como metáfora, para que vean que no soy el único que gusta de esa maloliente temática), toca volver a la rutina del día a día. 

A punto de cumplir mi primer año de bloguero (parece que fue ayer), les voy a hacer una confesión. Ahí va. Resulta que, mucho hablar de correr, de maratones y hazañas bélicas varias, pero lo cierto es que, en todo este tiempo, no he corrido una sola carrera popular. Mi última participación en una de estas carreras de 10 kilómetros que hay en Madrid casi todos los fines de semana, fue en marzo de 2012, en la llamada Carrera del Agua. Después, por diversos motivos, he estado en el dique seco.

Pero esa situación se termina mañana. ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Bieeeeeeeeeen!!!!!!!!!! Acabo de recoger mi dorsal para la Carrera de La Melonera una prueba que se celebra todos los años por estas fechas, dentro de las fiestas del mismo nombre que organiza el distrito de Arganzuela. Es una carrera dura, que tiene lugar muy pronto en el calendario, por lo que constituye un test serio para saber si el entrenamiento que llevamos es el adecuado. Ahora entienden por qué era tan importante para mí empezar a entrenar a mediados de agosto, a pesar del bochorno. Un mes más tarde, ya estoy haciendo un circuito de unos 8 kms tres veces por semana, suficiente para enfrentar una carrera de 10. Así que este año estoy haciendo por fin “la temporada”.

La Carrera de la Melonera sale cerca de Méndez Álvaro, exactamente enfrente del Museo Ángel Nieto. En el primer kilómetro se recorre el túnel viario que discurre bajo el Parque Tierno Galván. Es tradición que los corredores prorrumpan en gritos desaforados al pasar por el subterráneo. La resonancia de ese lugar transforma esos gritos en alarido colectivo, en parte abucheo contra este mundo en crisis que nos toca vivir y en parte celebración tribal de la alegría de poder correr por la ciudad libre de coches. Ambas sensaciones tienen la virtud de impulsarte, de hacerte correr más rápido, de dispararte la adrenalina que tanto ayuda al ejercicio físico.

Después se hace un largo recorrido por los barrios de la Arganzuela, y se termina frente a la Junta de Distrito, sita en la llamada Casa del Reloj, que en su día albergaba las oficinas del Matadero Municipal. Allí te obsequian con una raja de melón que entra estupendamente después de diez kilómetros de carrera. Las chicas de la organización cortan sobre la marcha las grandes rajas de los melones de Villaconejos hasta que se acaban. La última vez que corrí esa carrera, la inscripción era gratuita. El sponsor, que era El Corte Inglés, corría con todos los gastos. Esta vez he tenido que pagar 7€. Otra consecuencia de la crisis.

Hoy viene el dato en la prensa de que la deuda de las Administraciones Públicas de nuestro país (Estado+Autonomías+Ayuntamientos) ha alcanzado ya el 90,3% del PIB. Es un porcentaje que dicen peligroso, aunque países como Japón o los Estados Unidos llevan años por encima de esa cifra sin que pase nada. Lo mismo que Italia, por citar un país similar al nuestro. Cuando arguyes este dato comparativo, los enterados te responden invariablemente: “Hombre, es que esos países tiene otras fortalezas”. ¡Toma ya! Los enterados en cualquier materia me producen una irritación instantánea pero, cuando la materia es la economía, esa irritación se convierte en malestar insoportable.

Empiezo a estar harto de esta crisis y de esperar a ver si aparece la luz al fondo del túnel. Ya dejé claro en mis primeros posts que soy un ignorante en la materia, pero necesito entender qué es lo que está pasando. Me pone nervioso la sensación de formar parte de una sociedad catatónica, dispuesta a soportar lo que haga falta, a dejar que les estafen y les quiten hasta la pensión porque alguien “está haciendo lo que hay que hacer”. No podemos seguir así. Si nos están timando, tenemos que averiguarlo y denunciarlo. Estoy leyendo textos y análisis al respecto y les prometo pronto un post en relación con ello.

De momento, tenemos que la deuda pública está en torno al 90% del PIB; que antes de esta crisis no superaba el 60%, mientras americanos y japoneses la tenían mucho más alta, sin que eso les supusiera ningún quebranto. Que nuestro principal problema es la deuda privada, que anda en torno al 350% del PIB, y eso es una barbaridad (Holanda la tiene más alta y tampoco le pasa nada). Que con esa deuda privada, parte de ella de los Bancos, no podemos volver a crecer. Que por eso el señor Rajoy y su gobierno pidieron el año pasado el llamado rescate bancario, creo recordar que en torno a 60.000 millones, y eso es lo que ha acabado de disparar la deuda pública.

Ahora díganme. ¿No recuerdan ustedes que ese dinero se les daba para que fluyera otra vez el crédito? ¿Están dando crédito los Bancos? Yo creo que no. ¿Y en qué se están gastando el dinero del rescate? Pues, al parecer, en publicidad, en sanear sus estructuras y ¡ATENCION! en comprar deuda de la que emite el propio Estado. Cada vez que sale una noticia de que el Estado ha emitido deuda y la ha colocado toda a intereses muy buenos, ¿quién se creen ustedes que la compra? Y, si esto es así, ¿no les suena a timo del tocomocho? Ya les digo que no estoy seguro de todo esto, que necesito entenderlo yo para poderlo explicar adecuadamente y que les pido un poco de paciencia. De momento les pondré un ejemplo de cómo está el crédito en  nuestra tierra.

Hace unos días pasé la mañana con un grupo de daneses a los que recibí en Cibeles para contarles la historia urbanística de Madrid durante una hora y luego hacer una larga visita por diversos lugares, terminada en una comida en el Matadero. Ellos me contaron esta historia. Resulta que la ciudad de Copenhague ha decidido poner un servicio de bicicletas eléctricas de alquiler, de coger en un lugar y dejar en otro. Resulta que convocaron un concurso para adjudicar la instalación y mantenimiento de ese servicio, y que el concurso lo ganó una empresa española, catalana por más señas, que integran un grupo de jóvenes emprendedores.

Como en todo concurso de concesión, a los ganadores se les pide un aval como garantía, por si luego resultan unos mantas. Bueno pues estos chavales no han conseguido el dinero para el aval. Ni el Estado español les da un duro de subvención, ni por supuesto la Generalitat, tan ocupada ella en organizar y financiar cadenas y otras prioridades de su hoja de ruta secesionista, y desde luego, ni un solo Banco les dio el dinero que necesitaban. Algo insólito, teniendo en cuenta que se trata de los ganadores de un contrato en firme, con una institución tan solvente como el Ayuntamiento de Copenhague. Pues nada. Han tenido que ceder sus derechos a una empresa danesa, que les ha pagado cuatro cuartos por ellos. Como no me lo creía, he buscado informaciones al respecto y aquí tienen una.

Bien, seguiré investigando y prometo un post mejor fundamentado. Mañana a esta hora, estaré frente al Museo de Ángel Nieto listo para mi carrera. Deséenme suerte. Hablando de Ángel Nieto, sabrán que este hombre ganó 13 campeonatos mundiales de motociclismo, pero siempre se refiere a ello como 12+1. ¿Por qué? Pues porque piensa que el número 13 trae mala suerte. Es una manía muy extendida por el mundo. Por ejemplo, en el remoto Sri Lanka, los hoteles no tienen nunca habitación número 13. Hay gente que realmente se aterroriza con el número 13, hasta el punto de que les genera una auténtica fobia. Y supongo que no ignoran que a las fobias se las designa siempre con palabras derivadas del griego clásico.

El terror supersticioso al número 13 se llama triscaidecafobia (se lo juro). Si a esto añadimos la fobia al viernes (hoy es viernes y 13), entonces estamos ante un caso de friggatriscaidecafobia, nombre que, al parecer, alude a una diosa vikinga. Finalmente, el terror al número 666, el distintivo del Anticristo, se denomina nada menos que hexakosioihexekontahexafobia. En fin, como tengo la suerte de no padecer ninguna de estas alteraciones psíquicas, pues aquí me tienen colgando un post en fecha tan poco recomendable sin mayores precauciones. Que pasen un buen finde.