domingo, 30 de octubre de 2016

569. Alí y Nino

Dejaremos hoy mis nostalgias japonesas para hablar de un libro que les recomiendo a pies juntillas. Alí y Nino (Kurban Said, 1937), editado por Libros del Asteroide, pueden conseguirlo en cualquier librería un poco al día. Esta novela está unánimemente considerada como el libro más importante de la literatura de Azerbaiján, como lo puede ser El Quijote de la española o el Ulises de la irlandesa, pero, igual que estas, trasciende de la realidad local para tratar de temas universales. Y, además, nos da una idea del trasfondo en que discurre la historia, una región, la Transcaucásica en la que conviven tres países, tres etnias y tres religiones secularmente enemistadas, en un enfrentamiento que continúa a día de hoy, como se puede ver contemplando simplemente el mapa. Hablo por supuesto de Azerbaiján (musulmán de la rama chií), Armenia (católica de Roma) y Georgia (ortodoxa).

Ese enfrentamiento que hunde sus raíces en la noche de los tiempos, se ve acentuado por dos factores que no pueden dejar de tenerse en cuenta. UNO, en Azerbaiján hay petróleo en abundancia. Basta excavar someramente en cualquier esquina del país, para que el oro negro brote incontenible. DOS, al norte de la cordillera del Cáucaso, está nada menos que el gigante ruso, que a lo largo de la historia ha controlado la región, con el pretexto de evitar que se peguen entre ellos y una razón adicional, relacionada con la existencia de crudo prácticamente en superficie. Les recuerdo además que el gran coloso ruso no se anda con tonterías cuando ha de hacer de gendarme, como se ha visto por ejemplo en Chechenia, un enclave musulmán al norte de estas regiones.

La acción del libro transcurre en la segunda década del siglo XX, de hecho la historia se ve alterada por el estallido de la Primera Guerra Mundial. La zona salió bastante dañada de esa guerra, los armenios fueron masacrados en un genocidio que los turcos aun se niegan a reconocer. En 1920, las tres repúblicas se adhirieron a la URSS, en donde estuvieron hasta su derrumbe en los 90. El petróleo azerí tuvo un papel decisivo en la Segunda Guerra Mundial. Pero el fuerte nacionalismo de las tres etnias sobrevivió a este largo período y brotó en cuanto llegó el señor Gorbachov. Ahora mismo, Azerbaijan tiene un enclave en territorio armenio, Najichevan, y Armenia tiene un enclave en territorio azerí, Nagorno-Karabaj. Esta historia violenta y atormentada explica que no se conozca la identidad del autor de Alí y Nino (Kurban Said es un seudónimo), novela publicada en Alemania en 1937, tiempos convulsos también.

Pero, en 1913, cuando la historia comienza, Bakú, la capital azerí a orillas del mar Caspio, es una ciudad en donde corre el dinero, consecuencia del petróleo, en donde hay ópera y teatro y en donde las veladas terminan en fiestas con champán y vestidos de noche. En ese medio se desarrolla la historia de amor entre Alí Kan Shirvanshir, un joven musulmán de familia acomodada, y Nino Kapiani, una adolescente georgiana de una belleza extraordinaria. En ese tiempo, las tres etnias conviven en la cultivada Bakú sin excesivos problemas, aunque la sangre le tira a cada uno para su lado. Prueba de esa tolerancia es el hecho de que Alí está terminando sus estudios en un Instituto secular no musulmán, de los que el Imperio ruso tiene distribuidos por todos sus dominios.

La historia de amor entre ambos jóvenes tiene algo de Romeo y Julieta pero, en mi opinión, supera ampliamente el modelo, al tratarse de una historia casi contemporánea y con un contexto sociopolítico muy bien reflejado. Además de la pareja protagonista hay un ramillete de personajes secundarios inolvidables, como el gordo armenio Najararyan, el mentiroso compulsivo Arslan Aga, o el campesino Seinal Aga, en cuyas tierras brota petróleo, lo que lo convierte en un multimillonario atormentado por el convencimiento de que ese destino afortunado tiene que tener una contrapartida, que sobre su cabeza pende una terrible amenaza que antes o después se manifestará. No me resisto a trascribirles el arranque de la novela, sus primeros párrafos, en los que ya está condensado todo el conflicto que subyace en la historia. Les prevengo que las comillas iniciales no son mías, sino del libro. Destacan, por tanto que se trata del discurso de alguien que está hablando.

«Europa está rodeada de mar por el norte, el sur y el oeste. Las fronteras naturales del continente son el océano Atlántico y el mar Mediterráneo, y el océano Ártico al norte. El extremo septentrional de Europa, según la ciencia, es la isla de Mageroya; el extremo meridional es Creta y el occidental, el archipiélago de Dunmore Head. La frontera oriental de Europa se extiende a lo largo de los Urales por el Imperio ruso y, cruzando el mar Caspio, atraviesa Transcaucasia. Sobre esto la ciencia aún no se ha definido. Algunos estudiosos piensan que la región situada al sur de la cordillera del Cáucaso pertenece a Asia, pero otros opinan que estas tierras han de considerarse Europa, especialmente si se tiene en cuenta su desarrollo cultural. Así que, niños, el que nuestra ciudad haya de pertenecer a la avanzada Europa o a la atrasada Asia va a depender en parte de cómo os comportéis vosotros.»
El profesor sonrió, satisfecho. Los cuarenta alumnos de tercer curso del Instituto de Bachillerato de Humanidades del Imperio Ruso, de la ciudad de Bakú, en Transcaucasia, nos quedamos sin respiración ante este saber tan profundo y ante el peso de nuestra responsabilidad.
Éramos treinta musulmanes, cuatro armenios, dos polacos, tres sectarios y un ruso, y estuvimos un rato callados. Entonces Mehmed Haidar levantó la mano desde la última fila y dijo:
«Perdone, profesor, pero es que preferimos quedarnos en Asia.»

Estarán de acuerdo conmigo en que es un pasaje delicioso. La historia está contada por Alí en primera persona. Alí es un personaje atormentado, desgarrado entre el mundo laico que representa Nino, en donde se bebe champán y se va al teatro, y la tradición chií que le transmite su propia familia. Son reveladores los consejos que le dan tanto su padre, hombre tolerante, como su tía que viene de visita desde Persia con sus cuatro esposas. Ambos destacan el hecho de que Nino sea demasiado estrecha de caderas para darle hijos, o que se exhiba en las fiestas medio desnuda (se refieren a los escotes y a los brazos descubiertos). También le recuerdan que un buen musulmán no debe nunca perdonar, que eso de perdonar es una mariconada de infieles. Y que la mujer carece de entendimiento, no es más que un trozo de la propia tierra, aunque no se la debe pegar cuando está embarazada.

Esta ideología no ha cambiado, cien años después y el libro es útil para conocerla desde dentro. Alí se debate entre el mundo de sus raíces y la modernidad europea que representan los georgianos. Sin embargo, Nino es un personaje femenino extraordinario, de una pieza. Ella se siente europea, pero también está segura de su amor por Alí, al que quiere tener a su lado, ya sea en un mundo avanzado y europeo o en un lugar de costumbres diferentes. Es un personaje que sorprende por su modernidad en una historia de hace cien años. No olvidemos que se trata de una niña que está todavía en el colegio. Juntos, Alí y Nino están descubriendo sus cuerpos y su sexualidad. Y la historia contrapone también los frondosos bosques de Georgia con el desierto implacable que rodea a la ciudad de Bakú.

Podría ponerles algún otro extracto maravilloso, pero no quiero alargar más este post. Es un libro escrito en una prosa como mágica, con un punto épico, que recuerda a Las Mil y Una Noches, que está todo él bañado en un fatalismo que amaga siempre con destruir la belleza de una historia enmarcada en un contexto destinado a desaparecer. Los diálogos entre los personajes son enfáticos, conscientes de su trascendencia, como el libreto de una ópera. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con un libro, como con este Alí y Nino. Con él inauguramos la temporada del club de lectura Billar de Letras el pasado lunes (yo me lo había leído entre el viaje de ida y el de vuelta a Japón). Mi compañera, escritora y amiga Pilar Mañas, planteó en el club la posibilidad de que detrás del seudónimo se escondiera una mujer, porque es realmente sorprendente que un narrador masculino capte tan  bien la sensibilidad de la protagonista.

En fin, no sé a qué esperan para bajar a una librería y comprárselo. Alí y Nino es un clásico, como el Quijote o Los Miserables, sólo que más corto. Una historia de amor universal, en un contexto complejo que hoy no ha variado nada, como vemos en las noticias de cada día. Parece que se han hecho dos películas sobre la historia, una antigua y otra por estrenar. Y, en Georgia, en la ciudad costera de Batumi, con sus playas bañadas por el mar Negro, la escultora georgiana Tamara Kvesitadze ha erigido una estatua metálica de 8 metros a esta pareja inolvidable. La estatua se mueve a lo largo del día, escenificando su acercamiento y alejamiento. Les dejo un vídeo donde pueden ver esta estatua. Que disfruten del puente. Yo me voy a Marsella y escribiré mi siguiente post desde allí. ¿Que no lo sabían? Bueno, pues así se llevan la sorpresa.



viernes, 28 de octubre de 2016

568. Tokio blues (con Reikiavik en la mente)

Casi finalizando mi semana de trabajo, he de compaginar mis informaciones japonesas, más que nada para que no se pierdan en el olvido, con la actualidad rabiosa del día a día. Y no me refiero a la investidura de Rajoy, por Dios, qué tema más aburrido. Después del harakiri del PSOE, estaba claro que tenían que abstenerse. ¿Por qué? Pues porque la alternativa era ir a unas terceras elecciones en las que, con toda seguridad, bordearían un ridículo histórico. Julio Llamazares lo explica con una metáfora precisa: el PSOE es como esos boxeadores que ya ven imposible ganar y se abrazan al contrario para perder por KO técnico, evitando el bochorno de perder por KO absoluto. Una imagen cruel pero certera. Así que lo que Rajoy les ofrece no es el abrazo del oso, sino otro muy diferente: un abrazo misericordioso al boxeador sonado.

Con estos sobresaltos, casi nadie se ha enterado de que en Islandia hay este sábado unas elecciones generales cruciales. Ya saben que me encanta tirarme el moco cuando me adelanto a alguna noticia. Pues nada menos que en el pasado mes de julio dediqué un post a este pequeño y poco poblado país, con motivo de la meritoria participación de su selección de futbol en la Eurocopa que se estaba entonces celebrando. Pueden comprobar AQUÍ que en tan temprana fecha ya les hablaba yo del Alpingi, el parlamento islandés, y de la presencia en él de una representación del Partido Pirata, encabezada por la señora Birgitta Jónsdóttir, un hecho ciertamente singular en las naciones europeas actuales. Bueno, pues la señora o señorita Jónsdóttir parece tener serias posibilidades de alcanzar el poder en Islandia, en una posible coalición de todos los grupos de izquierdas, entre ellos uno que se llama Futuro Brillante.

Si piensan que les miento, pueden consultar AQUÍ  AQUÍ una precisa información al respecto del portal de noticias Telam. Verán que Birgitta Jónsdóttir es una conocida poetisa y colaboradora de Wikileaks, bastante guapa en mi opinión, que encabeza un grupo de anarquistas, hackers, antisistema y frikis diversos. Desde julio han sucedido muchas cosas en Islandia, entre ellas la aparición en los Papeles de Panamá de la esposa del primer ministro, que se vio obligado a dimitir de su cargo (como nuestro ministro Soria), lo cual llevó a la convocatoria de las elecciones de este sábado. Si realmente ganan los piratas, será un hito mundial (existen partidos piratas en toda Europa, incluida España). De todas formas, habrá que esperar, que yo no me fío nada de las encuestas.

Los islandeses son un pueblo que me resulta muy simpático. Bueno, la verdad es que ahora mismo, con la excepción de los catalanes, casi todos los pueblos del mundo mundial me resultan simpáticos y atractivos. Incluidos, por supuesto los japoneses. Nada más llegar al país y tras 60 kilómetros de conducción por la izquierda, nos vimos sumergidos en la metrópolis por antonomasia. Tokio tiene 13 millones de habitantes en su término municipal y 35 en el total del área metropolitana, lo que la convierte en la mayor aglomeración de población del mundo. La metrópolis incluye, por ejemplo, a Yokohama, la segunda ciudad del país por número de habitantes, que está junto a Tokio sin solución de continuidad. En centro de Tokio es una masa de rascacielos a cuyos pies circula una multitud abigarrada y festiva, con diferentes disfraces según las distintas tribus urbanas, entre el bombardeo permanente de mensajes publicitarios que te atacan por todos lados y una iluminación nocturna ciertamente generosa. 

Caminando por Tokio, uno se siente como si estuviera en medio de la película Blade Runner (Ridley Scott se inspiró en Tokio para crear sus escenarios), a falta sólo de los vehículos voladores. Y de los robots llamados replicantes, aunque de esta ausencia no estoy tan seguro. El centro de la marcha nocturna, el botellón, la prostitución y los rockeros con chaqueta de cuero, es el barrio de Shinjuku, en la zona Oeste del centro urbano. Y allí estaba precisamente nuestro hotel para cuatro noches en Tokio: el Gracery Shinjuku Hotel. Y se preguntarán ustedes: es posible que exista un lugar tranquilo para dormir en pleno centro del mogollón? Pues sí. Porque el Gracery está situado en un rascacielos, cuyas primeras siete plantas están ocupadas por unos cines Imax. La entrada al hotel da a un pequeño hall, con unos ascensores que sólo paran en los pisos 1 y 8. En la planta 8 del edificio están la recepción, la cafetería y una pequeña azotea, en donde hay una cabeza gigante de Godzilla vigilando a los botellónidos. Otro ascensor te sube desde allí a las habitaciones, a las que no llega ruido alguno (la mía estaba en la planta 15). Aquí unas fotos del hotel.




El primer día llegamos a mediodía con un jet lag de la leche y, para conjurarlo, nos fuimos a recorrer la ciudad en cuanto hicimos el chek-in en el hotel. Visitamos el barrio de Ginza, en la zona Este, más próxima al puerto. Es éste un barrio elegante, donde se concentran las tiendas de las marcas más prestigiosas. En las horas centrales, algunas calles se reservan a los peatones, y luego se abren a los coches al anochecer. Abajo les dejo otras fotos, porque ya saben que una imagen vale más que mil palabras. Basta con unas fotos para expresar lo que es Tokio mucho mejor que con algo que yo les escriba. De todas formas, nada comparable a estar en el centro del lío. Las fotos no muestran la escala real de los espacios.





Esta última imagen corresponde a la marca Uniqlo, que confecciona unos plumas extraordinariamente ligeros. Hace años que llevan diciendo que esta marca va a abrir una tienda en Madrid (ya las hay en París, Roma y otras ciudades europeas), pero no se acaba de concretar. Yo me compré una chamarra en la tienda de Kyoto y la he llevado puesta toda esta semana. En Ginza está el teatro Kabuki en donde sufrí la agresión culera de la que les hablé. La visión del espectáculo es ciertamente pintoresca (vimos una obra de media hora). En un escenario limpio, con un telón atrás que representa un paisaje hay dos filas de músicos a los lados: cuatro cantantes, cuatro percusionistas y cuatro que manejan una especie de charamitas. Entre todos componen un marco sonoro hipnótico, a cuyo ritmo se desenvuelven los actores, totalmente maquillados y con falsas calvas, que van saliendo de un biombo en la parte trasera.

Han de saber que el Kabuki es el estilo más popular del teatro japonés. El otro, el llamado Teatro No, es el preferido de las élites y, al parecer, es mucho más abstruso e ininteligible para un occidental. El Kabuki gusta a todo el mundo, como comprobamos a la salida del teatro. En la explanada frente al edificio se veía salir a tipos con aspecto de ministros, encorbatados y solemnes, que caminaban hasta unos coches no menos imponentes, en donde les sujetaba la puerta un chofer, con aires de miembro de la Yakuza, con uniforme y guantes blancos. Además, salían abuelas arrugaditas y encorvadas, acompañadas por sus parientes más jóvenes. Estas abuelas se habían puesto de tiros largos para la función, como las negras de Harlem cuando van a misa. Y todo el mundo se conocía y se saludaban sonrientes con series interminables de reverencia. La salida del Kabuki es como la de los toros en España a comienzos del siglo pasado.

Tengo cientos de fotos de Tokio, esto es sólo una selección. Ya saben que me gustan mucho las ciudades grandes y aquí me encontré en mi salsa. Además de los barrios citados, conviene saltar una noche a la isla Obaida, una antigua zona portuaria reconvertida en zona de ocio. Y visitar los numerosos monumentos de la ciudad (cualquier guía les seleccionará los más destacados). Me fui con pena de Tokio, una ciudad que merece pasar allí más de cuatro días. La siguiente parte del viaje se desarrollaba por zonas más rurales, interesantes para hacer turismo, pero a mí lo que me gusta es el asfalto. Me compensó luego la estancia en Kyoto, un lugar interesantísimo. Pero tengo todavía el Tokio blues. Algún día volveré, como vuelvo siempre a New York. Les dejo con unas imágenes nocturnas. Que pasen un  buen finde.

 

  


martes, 25 de octubre de 2016

567. Religión, trabajo y cagaderos en Japón

Antes de nada les aviso que he creado dos nuevas etiquetas, Rusia y Japón, para individualizar los posts relativos a estos países, sacándolos de la etiqueta genérica Países lejanos en que estaban hasta ahora, igual que hice en su día con Rumanía o Polonia. Me adelanto así a la previsible cascada de textos relacionados con mi viaje a la tierra del sol naciente, de cuyo jet lag aun me estoy reponiendo, tarea a la que no ayudan ni la lluvia ni los resultados del fútbol de ayer. El Dépor perdió con el Celta, lo cual no es una gran sorpresa, si tenemos en cuenta que se enfrentaban un equipo muy malo, el mío, con otro superior y más conjuntado. También cayó el Aleti, del que es forofo mi hijo Kike. La única alegría en este terreno fue que al equipo de Mourinho le metieron 4-0. Ya saben que Mourinho me parece, además de un personaje siniestro, un mal entrenador que ha llegado a donde ha llegado a base de potra. Sueño con que un día tenga que volverse a Portugal a entrenar al Paços Ferrreira o similar.

Hecho este preámbulo, sigo con Japón. En realidad, el nombre con el que se le conoce en Occidente es una derivación de la denominación malaya Ja-Pang. Los japoneses llaman a su país Nippon, el nombre que les pusieron los chinos y que significa precisamente País por donde sale el sol (China ha dominado culturalmente toda esta región de Asia desde hace milenios; el propio nombre China significa de forma reveladora El país del centro). Como les conté en el post anterior, Japón mantuvo una estructura política feudal hasta la revolución Meiji, a finales del Siglo XIX. Entonces el país se abrió al mundo y se incorporó a la modernidad. Salieron de la Edad Media y tomaron un camino equivocado, que les llevó en poco más de 50 años a sufrir dos bombas atómicas y tener que empezar desde cero. Japón estuvo ocupado militarmente por los USA hasta 1952, lo que no le impidió arrancar y convertirse en el gran país que es hoy.

Esta historia no se explica sin la existencia de una sólida filosofía colectiva, la misma que les permite superar los numerosos terremotos que sufren, al estar todo su territorio en zona sísmica del grado más alto. Los japoneses en su inmensa mayoría se rigen por una religión sincrética del budismo y el sintoismo. No son dos religiones, sino una sola que resulta de la incorporación de los principios de la filosofía budista al sintoismo que practican desde siempre. El sintoismo es una forma de animismo, con multitud de dioses provenientes de la naturaleza, a los que se hacen ofrendas para conseguir objetivos prosaicos: que me aprueben el examen, que me asciendan en el trabajo, que fulanita se fije en mí y me acepte como pareja. No se pide por la paz mundial o por los refugiados del mundo. Y si la cosa no sale, puedes abandonar a ese dios concreto y recurrir a otro de los muchos que pululan por los campos adelante. 

El sintoismo era, pues, una tendencia eminentemente práctica, que incluía una serie de normas de conducta aplicables a la vida cotidiana, que se aplicaban a rajatabla los samurais (élite de soldados al servicio del Emperador), pero que impregna el bushido por el que se rige la mayoría de los japoneses. Pero al sintoismo le faltaba una explicación de temas más trascendentes: de dónde venimos, a dónde vamos, cuál es el propósito de nuestra existencia, qué hay después de la muerte. El budismo, oriundo de la India y llegado a través de China, vino a completar ese vacío. Aunque ahora componen una sola religión, la realidad es que sobre el terreno se diferencian los templos budistas de los santuarios sintoistas (aunque a veces están mezclados en un solo lugar), identificándose los segundos por la presencia de un Torii en la entrada, como el que ven en la foto de abajo. 



La forma de relacionarse con el trabajo está directamente determinada por estos códigos de conducta. El japonés ve el trabajo como una forma de realización personal y una contribución a la prosperidad de su país. Jamás se siente cansado, nunca regatea esfuerzos, de forma natural hace horas extra, independientemente de que las cobre o no y se toma muy pocas vacaciones. De hecho, el Gobierno hubo de sacar hace unos años una Ley por la que se obligaba a los trabajadores a disfrutar de sus vacaciones reglamentarias, porque mucha gente renunciaba a ellas. El japonés trabaja por objetivos y subordina toda su vida al trabajo. Es normal que una persona trabaje toda su vida en una misma empresa, algo muy valorado socialmente (en USA, por el contrario, puntúa más el haber tenido una gran movilidad laboral). Sin embargo, eso de la huelga a la japonesa, a base de trabajar más, es una leyenda urbana. El japonés, sencillamente no hace huelgas. Y no puede esforzarse más de lo que ya se esfuerza.

Además, el trabajo en las empresas está fuertemente jerarquizado. El jefe es alguien cuyas decisiones no se discuten. A veces, el jefe decide salir a cenar, o directamente a beber y todos han de seguirle. Si alguien no sigue la pauta, porque no le apetezca salir esa noche, se le tacha de raro y se le critica a sus espaldas. En esas ocasiones, el jefe suele pagar las copas de todos. Y, cuando el jefe deja de comer, está mal visto que alguno de los presente siga comiendo. Para cualquier tipo de oficio se requiere una cualificación específica, en cuyas pruebas se valora la capacidad y la vocación del sujeto para ese trabajo concreto. Hasta los últimos oficios resultan así vocacionales. Por ejemplo, hay conductores de rickshaws, en los que se montan dos turistas o los novios de una boda, que han de pasar unas pruebas bastante duras. Son todos hercúleos y guapos, generalmente estudiantes que se ayudan a pagar sus estudios.

Se fomenta mucho el trabajo en grupo, por el carácter motivador del esfuerzo colaborativo. Se ven muchas cuadrillas de trabajadores encargados de la limpieza de las calles o del mantenimiento de los parques, donde sacan una a una las malas hierbas, o las agujas secas de los pinos. Puede decirse que el paro está en el nivel cero. Además, la inmigración está severamente restringida. Sólo se permite establecerse en el país a los inmigrantes cualificados, como ingenieros, financieros o empresarios. Entrar al país como camarero o lavaplatos es imposible. Para eso tienen a los japoneses, piensan, en una clara diferencia con Occidente, donde los locales no quieren asumir los trabajos más duros, que se nutren de la inmigración. La impresión que te llevas es que todo el mundo está ocupado en tareas dirigidas a que todo funcione correctamente. En el Metro hay gente dirigiendo a los pasajeros, que a veces han de empujarlos al vagón y que hacen las señas al conductor para que cierre puertas y arranque.

En el post anterior les conté que se circula por la izquierda y que los enchufes son diferentes a todos. Pero lo realmente peculiar son los wáteres. Si en España es la casa Roca la que lidera ese sector, en Japón la marca puntera es Toto, que se anuncian como los sanitarios del futuro e intentan difundir su modelo a otros países. En cuanto uno abre la puerta, de forma automática se inyecta un líquido caliente dentro de la tapa, de forma que uno se sienta en calentito. Una vez cumplida la función específica del lugar, uno dispone de una serie de botones, que pueden ver en la imagen.



En el hotel, los wáteres de la habitación tenían una tecla más, marcada con una nota musical. Pensé que tenía por objeto amenizarte la cagada con una música de Vivaldi pero, cuando la pulsé, únicamente simulaba una falsa descarga del agua. Pensando sobre ello, llegué a la conclusión de que su único objetivo era camuflar el ruido de los pedos. Al fin y al cabo, se trata de habitaciones dobles. Aquí a la izquierda pueden ver el tablero de mandos de un modelo más antiguo, que encontramos en un bar. Está escrito sólo en japonés y el despiste que causa a los turistas extranjeros ha obligado al dueño del local a suplementarlo con un adhesivo en la pared indicando de manera inequívoca dónde está el botón de descarga de la cisterna.



Parece que este tipo de sanitarios es relativamente reciente y la marca los anuncia como western-style toilet, es decir, wáteres de estilo occidental. Antes, los japoneses se las arreglaban con las típicas tazas turcas. En zonas rurales es frecuente encontrar cuadros de instrucciones de uso, para que los campesinos los utilicen correctamente. Ya saben que a los nipones les encanta encontrar instrucciones precisas para todo, que les permiten disfrutar del placer inherente a la sensación de estar haciendo lo correcto. Abajo tienen uno de estos hilarantes anuncios. Queda claro que no hay que subirse en la taza, ni ponerse cara a la pared. Que el papel higiénico se tira en la taza, pero los pañales, papeles, compresa y demás deben ir a la papelera. Y que, después del uso, hay que tirar de la cadena.



En Tokio, en el barrio de Ginza, está el principal teatro Kabuki de Japón. Es éste un tipo de teatro en el que una serie de músicos y cantores marcan el ritmo de una especie de danza que interpretan los actores principales, todos varones y mayores, incluso en los papeles femeninos. En el Youtube tienen ejemplos a cientos de este arte, casi ininteligible para los occidentales. El día que llegamos a Tokio lo vimos por fuera (es un edificio precioso) y nos picó el gusanillo de asistir a una representación. Y otro día, después de una jornada agotadora de visitas, nos acercamos y nos pusimos a la cola (no se pueden hacer reservas anticipadas). Cuando nos llegó el turno, sólo quedaban entradas de pié en el gallinero. Entramos y me fui a los aseos.

Con el cansancio del día, no me fijé en los botones y pulsé el símbolo de la ducha culera, para ver si el masaje acuoso en tan sensible parte del cuerpo aliviaba un poco mi agotamiento. Pero se conoce que el anterior usuario del excusado era un vicioso del tema, porque lo había puesto a la presión máxima. El daño que me hizo el puto chorro es algo ciertamente indescriptible, y eso que enseguida le di al stop. Es como si me hubieran taladrado con una Black&Dekker. Accedí al salón principal del teatro totalmente dolorido, hasta el punto de que mis dolores de brazo, y otros que me afligen habitualmente, habían desaparecido por completo. Menos mal que mi localidad era de pie, que si me tengo que sentar las hubiera pasado canutas.

Sean felices. 

sábado, 22 de octubre de 2016

566. Japón en cuatro brochazos

De regreso a casa después de un viaje fantástico, aquí me tienen recluido en casa, vestido con el kimono que me compré en Kyoto (en realidad se trata de una yukata, una especie de bata de andar por casa), helado de frío tras volver de un lugar donde hacía diez grados más y lucía el sol con frecuencia. Japón es un país fascinante, adonde es posible viajar ahora en vuelo directo de Iberia, de una duración de 13 horas. Nosotros ya teníamos contratado un vuelo de KLM, con escala en Ámsterdam, lo que estira la cosa hasta las 16 horas, un trayecto interminable que te deja exhausto en la terminal del aeropuerto de Narita, desde donde hay unos 60 kilómetros hasta Tokio. Aquí empiezan las primeras sorpresas, porque en este país, cosa que yo no sabía, se circula por la izquierda, como en Gran Bretaña, la India, Indonesia, Australia, Nueva Zelanda y algunos otros países africanos y asiáticos.

Enseguida se topa uno con algunas peculiaridades similares. Para enchufar el cargador del móvil, como cualquier otro aparato eléctrico, ha de emplearse un adaptador, que convierte el enchufe español en una doble clavija plana, diferente de las requeridas para USA o Gran Bretaña. Yo hube de comprar una en unos grandes almacenes, tipo Media Mart, en donde el vendedor, que no sabía una palabra de inglés, me explicó por señas que, si no me funcionaba el invento, podía ir a cambiarlo cuando quisiera, solamente enseñando el ticket de compra. Prueben ustedes, queridos lectores, a explicarle algo semejante a un amigo por señas, y verán que no es algo sencillo. Aquí ha aparecido ya una característica de los japoneses: son súper amables. Basta quedarse parado en una estación de Metro o desplegar un plano en una esquina de cualquier calle, para que enseguida vengan tres o cuatro peatones a ayudarte.

El japonés es un pueblo muy organizado y disciplinado, que disfruta haciendo las cosas correctamente, para lo cual tiene todo el espacio público sembrado de carteles con instrucciones de conducta, en las que dejan claro lo que no se puede hacer. A la izquierda pueden ver uno de estos carteles explicando las cosas que están prohibidas en una calle por donde a veces pasa alguna geisha. La tontuna del turismo masivo lleva al papanatismo de esperar horas en la zona para ver si aparece una de estas geishas, para acribillarla a fotos y selfies. Ni que decir tiene que las geishas se defienden de ese acoso saliendo por la puerta trasera y montándose rápidamente en algún taxi o coche particular que las espera en el lugar adecuado. Bueno, pues para los que tengan alguna duda, el cartel lo deja claro: está prohibido tocar a las geishas, sentarse o apoyarse en las barandillas frente a sus puertas para esperarlas, fumar, comer por la calle, tirar papeles al suelo y hacerse selfies con palo.  

Los japoneses se rigen por unos códigos de conducta muy rígidos, cuyo origen está en el bushido, el código de conducta de los samuráis. El bushido bebe de cuatro fuentes: el sintoísmo y el budismo, que componen la religión sincrética de Japón, y además las enseñanzas de Confucio y los principios del zen. La tradición del bushido se plasma en una serie de principios que impregnan todas las costumbres cotidianas de los japoneses, como son la necesidad casi compulsiva de hacer lo correcto, el coraje frente a cualquier circunstancia negativa, la benevolencia, la cortesía y la hospitalidad, la sinceridad y el andar por el mundo de forma confiada, seguros de que todos los demás hacen lo mismo. Cuando uno se desvía de ese camino correcto, se le censura, se le margina socialmente y se murmura a sus espaldas. El que incurra en ese error, ha de disculparse veinte veces y aun así no tiene garantía de que se le readmita en la sociedad.

Ese código hace que no sea correcto besar a una mujer en ambas mejillas, a la manera occidental, puesto que ni siquiera las parejas lo hacen en presencia de terceros. Los saludos mediante inclinación y reverencia se hacen a todas horas. Llega el revisor a un vagón de Metro y lo primero que hace es una reverencia a todos los viajeros. Luego pide los billetes a cada uno, haciéndole una reverencia individual, y al final, antes de salir, se da la vuelta para un último saludo colectivo de despedida. Todo ello con una sonrisa en la boca. Aunque las parejas no se besan en público sí es frecuente ver a gente cogida de la mano, incluso sin ser pareja. Las tarjetas, tanto de visita como de pago, se entregan siempre sujetándolas con las dos manos y se reciben de la misma forma. En el caso de tarjetas de visita es descortés recibir una y guardársela en el bolsillo sin mirarla primero detenidamente y ponderar los valores del cargo del que te la da.

Esa forma de ser hace que Japón sea un lugar seguro, donde hay muy pocos robos, donde no se piratea en Internet, donde no hay top manta y la gente suele dejar el móvil o la cámara de fotos en la mesa del restaurante, para guardar el sitio o para ir al baño, sin miedo a perderla. Si te olvidas cualquiera de tus pertenencias en un bar o un vagón de Metro, puedes estar seguro de que nadie se la va a apropiar. Además de todo eso, se guarda escrupulosamente la cola para cualquier actividad. En los andenes de tren y Metro están pintados en el suelo los lugares en que debe guardarse la cola para entrar en el vagón que te corresponde, sin estorbar a los que han de salir. Y en las tiendas, si el anterior cliente está guardando las vueltas o estudiando la factura, no puedes adelantarte con la ansiedad típica española y empezar a explicar lo que quieres comprar. Has de esperar a que el otro termine, haga su reverencia y se vaya.

Para explicar la pervivencia de estos códigos hay que conocer la historia del pueblo de Japón. Un pueblo, por cierto, que tiene un origen común con el chino, puesto que en los tiempos de la prehistoria, las islas japonesas estaban unidas al continente. La figura del Emperador, se hunde en la noche de los tiempos y es similar a la de nuestros Papas, puesto que se le considera heredero de los dioses. El Emperador es una especie de figura decorativa, intocable por su condición divina y su carácter de jefe religioso, pero solía delegar el poder político y militar en los shogunes que, al no tener carácter divino, podían ver puesto en cuestión ese poder. Hasta el siglo XVII, Japón está dividido en una especie de reinos de taifas, todo el tiempo guerreando entre ellos. Acaba con ese desmadre el gran shogun Tokugawa Ieyasu, que se hace con todo el poder en 1603 instaurando el shogunato Tokugawa, que se mantendrá en el poder hasta la llamada revolución Meiji, en 1868, hace cuatro días, como quien dice.

Tokugawa Ieyasu unifica Japón y mantiene el orden a base de no fiarse de nadie. Su residencia, el castillo de Nijo, que puede visitarse en Kyoto, es un catálogo de medidas de precaución para que nadie lo atacara o lo envenenara. El shogun recibía a sus gobernadores desde una zona elevada por un escalón y con un niño al lado encargado de tocar una campana para avisar a la guardia en cuanto viera algo raro. Sin embargo, el castillo no está rodeado por una muralla insalvable. Ieyasu no temía a los enemigos externos sino a los internos. Este personaje clave de la historia de Japón era a la vez hombre culto y moderno, que mantenía el comercio exterior y representa a un Japón más abierto al mundo. Sin embargo sus sucesores en la dinastía Tokugawa, cerraron el país al exterior, prohibieron el comercio internacional y prohibieron el catolicismo, entre otras manifestaciones del mundo occidental.

Los cristianos empezaron a ser perseguidos bajo pena de muerte (los amenazaban con crucificarlos) y pasaron a ser clandestinos. El problema se presentó cuando se verificó que había samuráis cristianos. A estos se les dieron tres opciones: la muerte, la conversión al budismo-sintoísmo o el exilio. Algunos de los que eligieron esta tercera solución acabaron desembarcando en Andalucía, en tiempos de Felipe III, concretamente en Coria del Río, donde se estableció una importante colonia japonesa. Como tenían unos apellidos tan difíciles, los funcionarios andaluces encargados de registrarlos los llamaron a todos Japón, apellido que todavía es frecuente en Andalucía (los futboleros recordarán al reciente árbitro Japón Sevilla).

Hasta casi finales del XIX, Japón se manejó como una tierra completamente aislada, gobernada con mano de hierro por el shogun Tokugawa de turno, al que el Emperador debía pedir permiso hasta para salir de su casa. La revolución Meiji, en 1868, restauró en el poder a un Emperador con mando, que abrió el país al exterior e inició una época de imparable crecimiento económico. A comienzos del siglo XX había en el mundo dos ideologías nacientes, que acabarían implantándose en numerosos países: el fascismo imperialista y el comunismo. Japón se apuntó de forma entusiasta a la primera y empezó a extenderse conquistando Corea y Manchuria, en donde hicieron verdaderas barrabasadas. Los chinos y coreanos fueron reclutados como prisioneros para encargarse de los trabajos más duros y las mujeres como esclavas sexuales.

Pero, apenas habían empezado a asomar la cabeza fuera, cuando les soltaron encima dos bombas atómicas. Y los americanos les dictaron una nueva constitución, que el general Mac Arthur les obligó a firmar, en la que abrazaban la democracia parlamentaria, con el Emperador como figura decorativa, a la manera de las monarquías occidentales. Es un resumen apresurado de una historia milenaria, pero que explica muy bien el carácter de los japoneses. Con una ideología que proclama la vergüenza y la disculpa pública de los que se han desviado del camino correcto, la culpa colectiva del pueblo japonés, inherente a su mala elección hasta el final de la segunda guerra mundial, les llevó a ser lo que son hoy: una gente disciplinada y animosa, que de su país arrasado por la guerra emergieron hasta convertirse en la segunda potencia económica mundial (hoy son la tercera, tras ser rebasados por China), a base de trabajo y tenacidad.

Esto del trabajo a la japonesa se merece un texto específico y esta entrada ya se me está saliendo de dimensión. Tengo muchas cosas que contar de Japón y por lo que voy viendo, la actualidad de nuestro país (y la del mundo, hasta las elecciones USA) no ha evolucionado mucho en estos casi quince días de mi visita al país del sol naciente. Lo dejamos por hoy. Que sigan disfrutando de este finde lluvioso y fresquito.  

sábado, 8 de octubre de 2016

565. Rumbo a Japón

Bien, esta es la sorpresa que les tenía reservada. Mañana domingo vuelo a Tokio. Mi vuelo sale a las 12.50 y tarda unas 16 horas, incluyendo una escala en Ámsterdam (volamos con KLM). Teniendo en cuenta que la diferencia horaria es de 7 horas, hemos de añadir esa diferencia a las 16 horas de vuelo, lo que nos da 23. Es decir, que llegaremos a Tokio el lunes a eso de las 11.50, hora local, con un jet lag de puta madre, porque supongo que saben que lo que más despista al cuerpo es viajar contra el sol. Cuando yo viajaba a Sri Lanka, teníamos el jet lag allí, y apenas lo notábamos a la vuelta. Sin embargo, si uno viaja a USA o México, el jet lag lo sufre al volver. Me espera un viaje de 13 días, en el que vamos a visitar Tokio, Kamakura, Niko, Takayama, Shirakawago, Kanazawa, Kyoto, Nara, Hiroshima, Mishayima y Osaka, en cuyo aeropuerto tomaremos el avión de vuelta, otra vez vía Ámsterdam.

Les detallo el recorrido por si quieren reconstruirlo en un mapa durante estos días, como entretenimiento alternativo a la lectura de mi blog, en el que les voy a dar descanso durante este tiempo, porque no tengo previsto llevarme el ordenador portátil, en parte por aligerar de peso mi equipaje, pero sobre todo por una razón fundamental: no voy solo y me parecería una falta de educación con mis acompañantes dejarlos de vez en cuando tirados para irme a mi cuarto a escribir un post. Es muy diferente cuando viajo solo, como en el caso reciente de San Petersburgo. Si estoy solo en una ciudad, a menos que tenga algún plan que conlleve trasnochar, no pinto ya mucho en la calle una vez que se ha hecho de noche. En los meses en que la noche es larga, dispongo de mucho tiempo en la habitación de hotel, que puedo dedicar a escribir. Lo que sí me llevo es el Ipad, para enterarme de las noticias y de los resultados del Deportivo, pero el Ipad sólo me permite subir al blog textos sin formatear, sin fotos ni vídeos. No creo que suba nada, aunque no lo descarto al 100%. Eso sí: tomaré notas para contarles luego mi excursión a la tierra de Haruki Murakami.

El viaje lo llevo preparando mucho tiempo, lo que viene a corroborar algo en lo que siempre les insisto: aunque parezca lo contrario, yo no cuento en el blog todo lo que me pasa, ni todo lo que hay en mi cabeza. Sólo lo que me parece que puede ser adecuado para escribir dos folios y subirlos a la nube. La posibilidad del viaje me surgió en marzo, cuando acababa de accidentarme y no tenía ni idea de que la recuperación se alargaría tanto. El viaje lo organiza una empresa de actividades culturales que se llama Aularte. Me apunté y fui pagando los diferentes plazos en que se divide el coste del viaje, que es alto, como se pueden imaginar. El otro día tuvimos una primera reunión para los últimos detalles, dudas y consejos. Componemos el grupo 16 personas, un número bastante abarcable y grato. Viene con nosotros desde Madrid una persona de Aularte, experta en cultura japonesa, y en Tokio nos espera un amigo suyo que vive allí, casado con una japonesa. Los dos han diseñado el recorrido y nos acompañarán durante todo el periplo.

Así que, contra lo que creía mi amigo X, estos días estaba exultante, pero no por haberme reincorporado al trabajo, sino por mi programa de viajes, en los que me voy a resarcir de mi encierro de seis meses y medio en la Comunidad de Madrid, que me hicieron hasta plantearme cambiar mi perfil personal de blogger, eliminando lo de viajero recalcitrante. Este va a ser mi primer viaje de vacaciones del año, así que no me tengan envidia, que estoy seguro que la mayoría de ustedes se han ido a la playa en verano, si no a sitios más lejanos. Ya les he contado que el nuevo equipo de gobierno del Ayuntamiento (ya lleva año y medio), sabe que existo y valora mi trabajo de difusión de la marca Madrid allí donde me manden. El año pasado salí a contar Madrid a tres universidades alemanas, último viaje de mis años de penuria administrativa, que me financié yo mismo, y con cargo a mis días de vacaciones. Desde entonces he viajado a Hamburgo, a Londres y a Piter. Y ya tengo un cuarto viaje apalabrado para primeros de noviembre, esta vez a Marsella, que ya les contaré más en detalle, pero que ya les puedo anunciar. Así que bastante recalcitrante, como pueden ver.

Entre los viajes de trabajo, el de Piter ha sido especialmente grato y no creo que el de Marsella lo supere. Me sentí muy a gusto por allí, el congreso fue interesante y tuve la sensación de que estaban encantados con mi presencia. Mi intervención resultó bien y pude conocer a una serie de personas con las que he intercambiado correos y espero seguir en contacto, como Jacques Besner, Ian Li Kam Wa y Ray Sterling el hombre de la Universidad de Louisiana. Sergey Alpatov me ha enviado una carta oficial de agradecimiento, que alguien le habrá preparado, porque no sabe ni patata de inglés. Es una misiva formal, que he incorporado a mi colección. Y luego está Svetlana Bukreeva, con quien he intercambiado fotos y que me ha escrito una carta más personal, en la que dice que por supuesto que me llamará si viene algún día a Madrid, algo desgraciadamente bastante improbable en los próximos tiempos. Y concluye con una frase que me encanta: your presence at the conference made it for me more joyful. Mi presencia hizo que la conferencia resultara más grata para ella. A mí me sucedió a la viceversa.

En cuanto a Japón, es una tierra que hace tiempo tengo ganas de conocer. Los japoneses son una gente muy especial. Son educados, corteses, hospitalarios, confiados. Les gusta cumplir sus programas con puntualidad y disfrutan haciendo lo correcto. He recibido a muchos grupos de japoneses, que se diferencian mucho de las otras delegaciones extranjeras. Si, por ejemplo, tienen una cita programada de 11 a 12 de la mañana, les encanta que empieces a hablar a las 11 en punto. Escuchan con suma atención en silencio. Y, a las 11.45, se puede ver que empiezan a consultar sus relojes y se ponen un poco nerviosos. Quieren estar a las 12 en punto subiendo a su autobús, por cortesía con el conductor (quizá un garrulo de cualquier zona interior de España) y necesitan cinco minutos para saludarte y darte las gracias. Para ello forman una cola y cada uno te hace una reverencia y te hace un pequeño obsequio de su tierra, como un pin, un llaverito o un imán para la nevera, o simplemente  te da su tarjeta de visita, siempre con las dos manos, que has de mirar con atención y ponderar debidamente, es de muy mala educación guardártela sin mirar.

Nos contaron que en Japón está prohibido fumar por la calle, pero puede hacerse en cualquier espacio cerrado. Al revés que aquí. Se hace eso por mantener el espacio público impoluto y sin colillas. Eso supone que en los hoteles sigue habiendo habitaciones de fumadores y no fumadores. En todas las ciudades que visitaremos nos han reservado habitaciones de no fumadores, pero nos advirtieron que no nos mosqueáramos si olía a tabaco, porque allí fuma todo el mundo donde le da la gana, excepto en la calle. Parece que tampoco hay papeleras, por lo que no es muy recomendable sacarse, por ejemplo, un café del Starbucks Coffee, porque te quedas con el vasito todo el día. Además de Murakami, tengo especial debilidad por los Ramen Bar y los diversos tipos de tabernas en las que entras y te sacan unas tapas. Los japoneses comen poco y muchas veces hay que insistirles en que quieres repetir.

Y luego está el tema de la religión. El sintoísmo es una especie de animismo oriental en la que hay multitud de dioses y es compatible con el budismo, que se entiende más como una especie de filosofía. Entre la multitud de dioses, tú eliges uno, porque te lo recomienda tu familia o algún amigo o conocido, al que le ha ido bien con ese dios. Entonces le pides que te salga bien el examen de física, o que te asciendan en el trabajo. Para ello has de hacerle una ofrenda. Pero, si no te da resultado, lo mandas a la mierda y te buscas otro dios más diligente y dispuesto a ayudarte. La religión es, pues, un concepto transaccional.

El viaje se desarrolla íntegramente por la isla de Honshu, la más grande del país y por la que nos moveremos en diversos transportes públicos, como el famoso tren bala. Vamos a visitar numerosos templos, ascender a los llamados Alpes japoneses y hasta asistir a una fiesta del sake, en la que se celebra la producción del primer sake de la temporada. Les prometo tomar notas y hacerles luego unos posts de resumen. Pórtense bien en estos días y aprovechen, que sin mi blog se vive estupendamente.

Sayonara…

jueves, 6 de octubre de 2016

564. Acerca de la trazabilidad

Dice mi amigo X que me ha sentado muy bien volver al trabajo, que se me nota despierto y activo. La verdad es que mi período de baja no lo he llevado tan mal, ha sido más largo de lo esperado, pero finalmente estoy mejor trabajando, aunque sea sólo por una temporada (ya les conté mis fechas-zanahoria). Este lapsus en mi carrera funcionarial presenta algunas simetrías. Mi accidente fue al día siguiente de volver de Londres de contar el proyecto Madrid Río en un congreso internacional. Y, al día siguiente de mi alta me fui a un evento similar, esta vez en Píter, como les he relatado en detalle. Así que en cierta forma mi sensación ha sido de decíamos ayer como la de Fray Luis al volver del trullo. Para subrayar el final de mi baja, el otro día le mandé un ramo de flores gigante a mi rehabilitadora Sara, con instrucciones de que se lo entregarán allí, en el gimnasio, delante de todos los lisiados. Me llamó encantada con el detalle y feliz de que el local oliera mejor de lo habitual.

Así que, período cerrado. Hoy me voy a referir por última vez (bastante punta le he sacado ya) a mi caída en el Metro, para explicarles esto de la trazabilidad, una de las características que impregnan el mundo moderno, que a mí ya me ha pillado un poquito mayor, por lo que no puedo evitar contemplarla con una cierta distancia irónica. La trazabilidad es un ítem más a añadir a una larga serie de novedades a las que hay que acostumbrarse para no quedarse desfasado en el trabajo y en la vida. Les pongo algunos ejemplos, ligados al mundo de la arquitectura, que es el que más conozco (por amigos próximos). Antes, cuando un arquitecto quería hacer un proyecto, sencillamente lo hacía y lo cobraba (suponiendo que le pagasen). A partir de un momento dado, hubo que incorporar un Estudio Básico de Seguridad y Salud en el Trabajo porque, si no, no te lo aprobaban. Inmediatamente surgieron una serie de consultings que hacen tales estudios como churros, con un modelo en el que rellenan los datos. Ahora hay que hacer el proyecto y, además, el estudio de marras.

Si tienes la suerte de que te encarguen la dirección de la obra, ya no te basta con dirigirla. Porque ahora existe la figura del Project Manager. Y ahora has de dirigir la obra y, además, hacer todo lo que pida el Project Manager. En la Administración es algo parecido. La penúltima concejala del PP, se empeñó en que nuestro trabajo consiguiera el sello europeo de Calidad. A partir de ahí, además de nuestro trabajo, nos cargaron de nuevas tareas al servicio del control de calidad. Después han llegado la Protección de Datos y, más recientemente la Transparencia. Cada uno de estos conceptos nos obliga a asumir nuevas tareas adicionales. Yo creo que estas cosas nacen de ocurrencias de los psicólogos al servicio de las instituciones europeas, que tienen que justificar su sueldo. Los psicólogos es que son muy peligrosos.

Pues bien, la trazabilidad es otro de estos inventos que llegan de fuera y hay que implantarlos en nuestras rutinas como sea. Para empezar, la palabreja es un anglicismo resultante de una traducción automática: el concepto inglés traceability, viene de trace (huella) y ability (capacidad). Es decir, se trata de que la tramitación de un expediente administrativo o un proceso cualquiera, deje toda una serie de huellas comprobables por un tercero (una especie de auditor), para el caso de que haya alguna reclamación. Si el expediente está desarrollado bajo el principio de trazabilidad, el hecho denunciado en esa eventual reclamación puede rastrearse hasta descubrir en qué momento se produjo la irregularidad denunciada y quién es el funcionario responsable. O defenderse, si todo está bien.

Es decir, se trata de una estrategia defensiva frente a reclamaciones, un procedimiento muy americano (en USA, por ejemplo los médicos, están sometidos a una presión de los pacientes y sus aseguradoras, ante los que les viene muy bien esto de la trazabilidad). Ya sé que todo esto es un poco arduo y abstruso, pero lo van a entender con los ejemplos que les pongo más abajo. El problema es que la trazabilidad, muchas veces está reñida con la agilidad administrativa. Cuando yo (en la prehistoria) me ocupaba de atender un teléfono de atención ciudadana relacionado con las obras de Madrid Río, a veces recibía una queja de un vecino que alertaba de que se había producido un socavón (por decir algo). Inmediatamente, llamaba a los de la obra, que salían pitando a taparlo. Yo podía hacer diez gestiones de esas en la mañana, de las que no quedaba huella alguna. Ahora, sólo podría hacer cinco. Porque, con esto de la trazabilidad, cada pasito que das, has de anotarlo en tres o cuatro sitios. Para dejar huella.

Al final, la trazabilidad impregna todas nuestras rutinas. Y eso se traduce en una serie de impresos con autocopiativo, que el personal ha de rellenar, para que consten las huellas del proceso y en las que siempre te piden que firmes tu conformidad. Y esos impresos tienen abajo una casilla de observaciones, en la que el funcionario de turno da rienda a su mayor o menor capacidad literaria. El día de mi accidente, hube de firmar varios de esos impresos, cuyas copias conservo. Por si no lo recuerdan, yo me caí por echar a correr para no perder el Metro, carrera que fue alterada por un señor que salía consultando su móvil y que me hizo una entrada digna de tarjeta roja. Ya en pié en el andén, consciente de que tenía el brazo roto, eché a correr en sentido contrario, subí y bajé escaleras y abordé a la señora de aire maternal que ocupaba ese día la caseta de la entrada de Metro.

Esta señora llamó al SAMUR y, mientras llegaba la ambulancia, sacó uno de esos impresos con copiativo morado y procedió a rellenarlo con mis datos: nombre, apellidos, dirección, DNI, hora del suceso, etc. Después escribió sus observaciones. Llega un caballero por su propio pie, que afirma tener lesionado el brazo izquierdo por haberse tropezado en el andén con otra persona, al echar a correr para coger el Metro, sin que la compañía tenga responsabilidad en el accidente. Se le saca una silla, se procede a llamar a una ambulancia y se le atiende durante la espera. Y me lo pasó a firmar. Pero yo no podía firmar, porque mi brazo izquierdo colgaba como un trapo desde el punto de fractura. Sin problemas: sacaron una carpeta dura y me la sujetaron sobre las rodillas para que hiciera un mínimo garabato. Luego, arrancaron la hoja de delante. La copia morada era para mí.

En la ambulancia, tumbado en la camilla, se repite la historia. Esta vez tenemos a un literato de verdad. Dice. Recibimos aviso de la estación de Metro de Atocha en relación con un ciudadano accidentado. Llegamos, bajamos la escalera. Encontramos al ciudadano consciente, tranquilo, sentado en una silla. Aparenta lesión ósea importante en brazo izquierdo. Se procede a improvisar un cabestrillo con un pañuelo. Se le ofrece llamar a una ambulancia medicalizada para su traslado a un centro, posibilidad que rechaza. Se le acompaña por la escalera hasta la glorieta, en donde pide ser llevado a la clínica X. Otra vez se me requiere la firma y se me entrega la copia, en este caso verde clarito. Y aquí aparece el componente acuseta y cainita típico de los españoles, que tanto me molesta. Una vez firmado, el tipo, en plan colega, me da un ligero codazo en el brazo sano y, bajando la voz, me dice: –¿Sabe usted que puede denunciar a la compañía del Metro y sacarles una buena indemnización? Mi respuesta seca: –No pienso hacer eso, la culpa ha sido sólo mía. Nadie me mandaba correr.

En el hospital X, donde mi amiga L. ejerce de jefa de los anestesistas, me hacen una radiografía (esa que han visto todos ustedes) y me informan que debo cambiarme de hospital y entrar en el mundo ASEPEYO, si no quiero empezar a cobrar una nómina radicalmente demediada hasta que me den el alta. Antes de salir del hospital X, he de rellenar el tercer impreso de la mañana. Esta vez, el que rellena el apartado de observaciones no se explaya, pero deja claro que el paciente abandona las instalaciones médicas por decisión propia. Carpeta dura, firma, arrancamiento de hoja de delante y copia morada para mí. En fin. Tal vez ustedes no lo habían advertido pero, como yo, están inmersos en el mundo de la trazabilidad. A mí es algo que no me molesta especialmente, siempre que no afecte a la eficacia. La señora del Metro llamó primero a la ambulancia y utilizó el tiempo de espera para cumplimentar el impreso. El ambulanciero lo rellenó mientras íbamos de camino. Y el del hospital mientras esperábamos el coche que me llevó a Coslada.

He dicho al principio que con este post cierro el tema de mi accidente. Bueno, en realidad queda una reflexión a modo de postdata, que nos llevará a terrenos más filosóficos y que ya veremos cuando tengo tiempo de colgar. Porque, para la próxima entrada les reservo una sorpresa que no se esperan. No se la pierdan. 

martes, 4 de octubre de 2016

563. La chusma informatizada

Aquí me tienen en mi tercera semana de trabajo (cuarta, si sumamos la de Píter), disfrutando de esta especie de veranillo continuado que el año pasado empezó por estas fechas y duró más o menos hasta abril y que, con esto del cambio climático, no sabemos si se va a repetir este año. Algunos de mis lectores me dicen que echan de menos más comentarios sobre la actualidad política, tan llena de noticias estos días. Es que la actualidad es como para echarse a llorar. Ayer contravine mi costumbre de escribir un post los lunes, por el cabreo que me pillé con la victoria del no en el referéndum colombiano. Inmediatamente pensé en el Brexit y se me apareció la figura de Trump como ganador probable en USA, lo que sería el colofón perfecto para un año bisiesto que está haciendo honor a la leyenda. Encontré fiel reflejo de mi estado de ánimo en el artículo de John Carlin que pueden consultar AQUÍ, y que les recomiendo que lean.

En medio de su cabreo, Carlin pone el acento en un tema clave: el desinterés de la gente en este tipo de procesos, la displicencia y la vagancia de esa chusma informatizada capaz de pasarse tardes enteras en el Facebook, poniendo me gusta en la mayores gilipolleces, y al tiempo incapaz de ponerse unos zapatos y bajarse a la esquina a echar un voto a favor de un asunto clave para su país. En Colombia ha votado un 37,4% del censo. Un porcentaje de vergüenza. No hay comentario posible. En el referéndum del Brexit participó el 72% del censo y ya nos pareció bajo. Allí los jóvenes se quejaron luego de que sus mayores se habían arrogado el derecho de decidir su futuro, precisamente ellos que no tienen futuro. Pero lo cierto es que el nivel de abstención entre los jóvenes fue muy alto. Estaban de vacaciones, dijeron unos. No se podían perder el festival de rock de Glastonbury, añadieron otros. Nunca creyeron que el referéndum se perdería, terciaron otros más. Pues ahora que no se quejen.

En Colombia, como en Gran Bretaña y me temo que en los USA, hay una masa de gente neutra, inculta y pasiva, que no se mueve por nada. Y eso lleva a ganar a otros no menos neutros e incultos, capaces de creerse los discursos manipuladores de determinados personajes. En todo el mundo ha surgido esta nueva chusma, esta canalla, esta gentuza, a la que se le da derecho a voto, cuando no deberían tener más derechos que las vacas, por seguir con la comparación de Carlin. Son los herederos del ¡Vivan las caenas! Con ese personal, con ese populacho, con esa gallofa, casi mejor que no se hicieran consultas. Yo, por mí, prohibiría los referéndums y las consultas. Son muy peligrosos. Cualquier manipulador es capaz de convencer a la mitad de la población de que voten contra sí mismos. Por cerrar el tema de Colombia, les recomiendo también que lean la triste (y certera como siempre) reflexión de Héctor Abad Falciolince. La tienen AQUÍ.

Al lado de esto, el esperpento del PSOE del otro día es un tema menor. Es cierto que Pedro Sánchez se había puesto un poco burro con lo de no es no y no ofrecía una alternativa mínimamente elaborada. Pero el espectáculo de un Comité Federal que se reúne a las 9 de la mañana y a mediodía hay que llevarles unas pizzas porque todavía no han conseguido ni siquiera fijar el orden del día, es algo nunca visto por estas tierras. Yo creo que ahora van a tener que negociar las abstenciones que necesite Rajoy para gobernar porque, como vayamos a unas terceras elecciones, el PSOE va a sacar menos votos que UPyD, suponiendo que exista todavía este partido. Les recuerdo que llevamos desde diciembre sin gobierno. El 30 de diciembre comenzaba yo mi último post del año pasado quejándome del aburrimiento de la política nacional y proponiendo como alternativa hablar de la nave Rosetta y su hijo Philae a millones de kilómetros de la Tierra. Diez meses después, seguimos en el mismo punto. La nave Rosetta ya se ha estrellado contra el cometa. Yo me rompí un brazo, tuve una recuperación más lenta de lo esperado y ya llevo un mes de alta. Se ha muerto gente y ha nacido otra. Hasta se han separado Brad Pitt y Angelina. Y nada: aquí seguimos sin formar gobierno.

Pero a nadie le importa una mierda. La prima de riesgo sigue baja. Los poderes económicos no están inquietos por la situación. Total, el poder político está tan subordinado a los grandes intereses, que da igual que haya gobierno o no. Hace poco escuché a un conferenciante de urbanismo que se felicitaba de que no hubiera gobierno, porque así nadie cambiaba la Ley del Suelo y se podía planificar tranquilamente, sin tener que andar todo el rato adaptando lo planificado a unas leyes continuamente cambiantes. De todas formas, no olvidemos que de lo que se trataba era de echar a Rajoy del poder. Y que hubo una ocasión perfecta para ello a partir del pacto Sánchez-Rivera. Que es comprensible que Podemos no quisiera sumarse a ese pacto pero, joder, sólo tenían que abstenerse. Pero no lo hicieron y esa es una cagada histórica del señor Pablo-Pablito-Pablete. Que lo pagó perdiendo un millón de votos, entre ellos el mío en las elecciones de junio. Lamentable. Desde entonces está callado. Yo si quitaran de en medio a este señor y se impusieran las tesis de Errejón, a lo mejor me hacía de Podemos y todo.

Por intentar ser un poco positivo, esperemos que Rajoy le haya visto las orejas al lobo y forme un gobierno con ministros menos malos que Wert, Gallardón, Ana Mato o Fernández Díaz. En el PP hay gente mejor, bien preparada y con capacidad de hacer una política de derechas digna. Con el espectáculo que están dando las izquierdas, tal vez sea lo mejor para el país en este momento. Además, como no cuenta con los escaños suficientes, si vuelve a hacerlo tan mal, no durará más de un año o dos. Lo que pasa es que la gente está harta de elecciones. Ya antes de las de junio circuló por las redes este gráfico que sigue en plena vigencia.
Resumiendo. Que el panorama es bastante tétrico. Que el poder económico tiene todo bajo control y cada vez se hace más multinacional, las grandes empresas se comen a las pequeñas y se fusionan creando grandes estructuras. Que el poder político (el que podemos elegir con nuestros votos) va en sentido contrario, cada vez más disgregado y débil, completamente entregado a los grandes intereses. Que la gente está embrutecida con tanto móvil y tanto aparatejo, que el personal cada vez es más pasivo y más manipulable. Y que yo estoy acojonado con la posibilidad de que gane Trump, a pesar de que Hillary no me gusta nada. Que ese es el panorama en este otoño camuflado de veranillo. Por eso yo prefiero no hablar de la actualidad y contarles mis historias de Piter y de los daneses birreros, un esperpento este último que no deja de resultar sintomático: los tipos llevaban móviles último modelo y se movían por Madrid con el Google Maps. Palurdos 2.0.

Este es un foro que tiene como objetivo fundacional ser positivos y optimistas. Para eso, en los momentos que corren, no queda otra que abstraerse del contexto. Así que no me pidan que analice la actualidad. Mejor me sigo mirando el ombligo y contándoles lo que vaya observando en su entorno. Como despedida les dejo abajo otra imagen de las que han circulado por ahí estos días. Detrás de ella hay un trabajo muy elaborado. Es posible que el autor de tan minucioso trabajo, si mañana tiene que votar sobre algún asunto crucial para los intereses de la colectividad, se abstenga, o vote contra el sentido común. Pero qué gracioso el montaje. Ja.