miércoles, 28 de noviembre de 2018

790. De vuelta en la cadena

Así a lo tonto, ya llevo casi dos semanas trabajando y con bastante intensidad, porque el tema del Reinventing no da tregua, lo mismo que las visitas de delegaciones extranjeras y demás tareas en curso. Lo que pasa es que el viaje de Chile se me ha estirado en el blog, porque ha propiciado la ocasión de contarles todo lo que he visto y, de colofón, me ha removido algunos recuerdos que han dado lugar a los dos últimos posts, todo un éxito de crítica y público, según me han hecho saber. Pero este blog no puede mantener indefinidamente ese listón tan alto, esa tensión, ese clímax, así que hoy toca bajar el fuego hasta el mínimo de potencia, para forzar una especie de anticlímax. 

En ocasiones precedentes en que me había venido también arriba, el anticlímax vino de hablar del Deportivo de la Coruña y otros temas aparentemente menores (no para mí). Esta vez aun no tengo muy claro de qué voy a hablar, pero sí que voy utilizar la música, digamos, para desengrasar. Para empezar, como les digo, me he incorporado ya a mi rutina laboral, estoy de vuelta en la cadena productivo-administrativa y ya saben que es esta una cadena que tiene en su extremo una pesada bola. Así lo reflejaban los Pretenders en este precioso tema: Back on the chain gang. Su cantante norteamericana Chrissie Hynde, guapísima, con esa belleza siempre esquiva, desconfiada, como de animal amenazado y en guardia. Escúchenla y seguimos.

Pues así a lo tonto nos hemos plantado casi en Navidad y he de decir que a mí el año se me ha pasado volando, nunca mejor dicho. En junio volé a San Francisco, Los Ángeles, San Diego y Tijuana, en octubre estuve en Chicago y he rematado con tres semanas maravillosas en Chile. No sólo se me ha pasado este semestre volando, sino que encima el período sin plaza de garaje en mi trabajo, que empecé el 1 de junio, está a punto de concluir. Si no me fallan las previsiones, desde el próximo lunes contaré otra vez con una plaza, lo que me diversificará las posibilidades de venir cada día a la Isla de Alcatraz, o más bien de Pascua, porque, como su homónima, está también en medio de la nada. He de decir que estoy encantado con este tiempo otoñal de lluvia fácil y generosa. El otoño es precioso en Madrid, salvo por el detalle del horario de invierno, que espero sea la última vez que lo sufrimos. En esta época del año ya se compran décimos de lotería, se empiezan a reservar lugares para las comidas de empresa y se encienden las luces navideñas en las principales calles de la ciudad.

Este año en Madrid, las luces se han inaugurado al alimón con la nueva sección de la Gran Vía, con más espacio para los peatones y un carril menos por sentido. Es parte del proyecto Madrid Central, sobre el que hay ahora un falso debate, idéntico al que se montó cuando se peatonalizó la calle Preciados, se cerró el Retiro al tráfico, o la Casa de Campo, o incluso cuando se prohibió fumar en los bares. Los agoreros dicen siempre lo mismo: que va a ser la debacle. Pero luego no pasa nada. Y, cuando los partidos de esos agoreros recuperan el poder, ya no dan marcha atrás, porque son medidas que van con los tiempos y ningún político quiere pasar a la historia con la vitola de reaccionario frente al progreso. La Gran Vía ha mejorado, aunque no es perfecta. Por ejemplo, entre Plaza de España y Callao han dispuesto un carril bici en sentido subida, que discurre entre el carril-bus y el único de tráfico. No esperen que me meta yo con mi bicicleta por ese angosto corredor, chupándome los humos de los dos lados. Supongo que no tardaremos en ver cómo se suprime un día esa barbaridad.

La señora Carmena se encamina derechita a un segundo mandato y todo el mundo se ha dado cuenta de ello, menos ciertos elementos de Podemos, que no se enteran. Después de sufrir durante cuatro años la ineptitud de un equipo surgido de unas primarias asamblearias, esta vez sólo pide una cosa: que la dejen hacer una lista cerrada. Entendámonos, ella no está diciendo que quiere imponer sus nombres en esa lista. Por el contrario, estaría dispuesta a negociar una lista de consenso. Pero cerrada. Es decir, que lo que no quiere es primarias, para no tener que aguantar otros cuatro años a personajes como Rommy Arce. ¿Y quién se opone a esa razonable pretensión? Pues el lisiado Echenique. ¿Cómo? ¿Que eso de llamarle lisiado no es políticamente correcto? Pues ustedes perdonen. Mis disculpas. No pretendía insultarle. Es que acabo de llegar de Chile y allí se les llama así. Ni minusválidos ni discapacitados. Teniendo en cuenta que este señor es argentino, no creo que se sienta muy ofendido, dada la vecindad (mi intención no es ofender, en todo caso, sino precisar). Como ya sé que no me creen, aquí les dejo una foto de un céntrico mercado de artesanía de Santiago.

Pues el lisiado Echenique proclama: primarias o primarias. Una argumentación profunda, muy de la época; recuerden: referéndum o referéndum, decía Puch Dem-un. La patata caliente le ha caído a Pablo Iglesias que tendrá que tomar una decisión, a pesar de lo ocupado que debe de estar cuidando a sus gemelos, y digo esto último sin pizca de ironía. De momento los seis concejales de la formación que han trabajado codo con codo con Carmena en estos tres años y medio (y que son los que mejor le han funcionado) se han tenido que dar de baja en Podemos, porque los querían poner de palmeros en la parte final de la lista. Ahora Podemos pueden (qué raro queda eso: Podemos pueden) apoyar la lista cerrada que quiere negociar la señora Carmena. Demostrarán si lo hacen que son un poquito inteligentes, al menos. O bien pueden presentarse a las elecciones con una lista alternativa a la de Carmena. En este segundo caso, harían el ridículo, aunque tal vez fuera lo mejor para que entiendan cuánto apoyo tienen exactamente. Pero es de esperar que la lógica se imponga y se sienten con Carmena a elaborar una lista única. Para eso, Iglesias tendría que dar un puñetazo encima de la mesa y poner en su sitio al lisiado. Si eso sucede, me malicio que la respuesta de este último no será tan elegante como la de Errejón.

En cualquier caso, yo estoy en una posición cómoda, aquí sentado viéndolas venir. Tengo un asiento de primera fila para contemplar el combate que viene. El resultado condicionará mi trayectoria laboral tras las elecciones, pero ya saben que, si me quiero ir a mi casa, me basta con avisar con tres meses. Así que a vivir. El año ha sido bueno y variado hasta ahora y yo suscito la curiosidad, cuando no la envidia, de mis compañeros de curre, que se asombran de la cantidad de viajes y actividades estrambóticas que emprendo. El otro día me tocó atender a una ministra de urbanismo y medio ambiente de Mónaco, que venía acompañada por el Excelentísimo Señor Embajador Extraordinario y Plenipotenciario del Principado. En proporción a su título, llegaron en un Mercedacos del Cuerpo Diplomático, de los que hacía años que no veía. A media charla bajó a saludarles el Concejal y tuvo a bien quedarse luego un rato. Tuvo así ocasión de ver cómo me desenvuelvo en francés con personajes de tanta prosapia. Por cosas como esta, mucha gente piensa que estoy loco, haciendo lo que hago, en vez de estar jubilado aburriéndome en mi casa. Eso me retrotrae a una preciosa canción de John Lennon, la segunda que les voy a obsequiar hoy. Como ya sé que no saben tanto inglés como dicen, les voy a poner la letra y su traducción. Abajo el audio, sobre unas escenas familiares de John con Yoko y su hijo Sean, donde se puede ver cómo va creciendo.

Watching the wheels                                                Mirando las ruedas

People say I’m crazy                                                   La gente dice que estoy loco
Doing what I’m doing                                                  Haciendo lo que hago
Well, they give me all kinds of warnings                     Bueno, me dan toda clase de advertencias
To save me from ruin                                                   Para salvarme de la ruina
When I say that I’m OK                                               Cuando digo que me encuentro bien
Well, they look at me kind of strange                          Ellos me miran un poco raro
Surely you’re not happy                                              "Seguramente no eres feliz
Now you no longer play the game                              Ahora que no juegas más el juego"

People say I’m lazy                                                     La gente dice que soy un vago
Dreaming my life away                                               Toda la vida soñando
Well, they give me all kinds of advice                         Bien, me dan toda clase de consejos
Designed to enlight me                                               Diseñados para iluminarme
When I tell them that I’m doing fine                            Cuando les digo que lo estoy haciendo bien
Whatching shadows on the wall                                 Mirando sombras en la pared
Don’t you miss the big time, boy                                “No pierdas todo el tiempo, muchacho
You’re no longer on the ball                                        No siempre estarás tan a tope”

I’m just sitting here                                                      Y yo estoy sentado aquí
Watching the wheels go round and round                   Mirando las ruedas girar y girar
I really love to watch them roll                                     Realmente me encanta verlas rodar
No longer riding on the on the merry-go-round           No más viajes en el trenecito de la felicidad
I just had to let it go                                                     Es que ya lo dejé pasar

People ask me questions                                            La gente me hace preguntas
Lost in confusion                                                         Perdida en su confusión
Well, I tell them there’s no problem                             Bueno, yo les digo que no hay problema
Only solutions                                                             Sólo soluciones
Well, they shake their heads                                       Bueno, sacuden sus cabezas
And look at me as if I’ve lost my mind                         Y me miran como si hubiera perdido el juicio
I tell them there’s no hurry                                           Les digo que no hay prisa
I’m just sitting here doing time                                     Sólo estoy aquí sentado haciendo tiempo

I’m just sitting here                                                      Y yo estoy sentado aquí
Watching the wheels go round and round                   Mirando las ruedas girar y girar
I really love to watch them roll                                     Realmente me encanta verlas rodar
No longer riding on the on the merry-go-round           No más viajes en el trenecito de la felicidad
I just had to let it go                                                     Es que ya lo dejé pasar
I just had to let it go                                                     Es que ya lo dejé pasar
I just had to let it go                                                     Es que ya lo dejé pasar


Pues así me dispongo yo a sentarme, a ver las ruedas electorales girar y girar. O, si lo prefieren, watching the ships roll’in, como Otis Redding en el muelle de la bahía, en Frisco. En el tiempo en el que he estado missing (con perdón), las ruedas del mundo han seguido girando y hay algunas cosas de las que no me había enterado. Por ejemplo, la entrada en la cárcel de Chema de la Riva, por el caso de las tarjetas black, junto con todos los condenados a más de dos años de prisión, con Rato a la cabeza. Chema de la Riva fue durante años el concejal de la oposición socialista para temas de urbanismo. Eso sí que es un chollo, ser concejal de la oposición. Te levantas por la mañana, acudes a tu puesto de trabajo, proclamas que los del gobierno lo hacen todo mal, todo fatal, todo muy mal, terminas gritando: –¡¡Qué mal lo hacen!! Y te vuelves a casa. Y por eso te pagan un pastal. Nunca le tuve especial aprecio a este señor, pero me impresiona que lo hayan metido al trullo.

En cambio, un concejal de urbanismo que sufrí, del que bastará decir que le pusimos por mote Jaime de Moratalaz, se ha librado de la cárcel de chiripa. ¿Saben por qué? Pues porque, cuando llegó Gallardón, le dio una patada en el culo. Al cesar como concejal dejó de ser consejero de Cajamadrid y ya no pudo seguir usando su tarjeta black, con la que derrochaba el dinero que no era suyo, con prodigalidad aristocráticamente displicente. Eso sucedió en 2003 y el escándalo surgió en 2014. El delito de este impresentable había caducado, al haber pasado más de diez años. Yo hubiera preferido que empuraran a este sujeto y no a Chema de la Riva, pero así son las cosas, qué le vamos a hacer.

Y una de las noticias importantes que se han producido durante mi ausencia es la reconquista del Congreso norteamericano por los Demócratas. Una pena que no hayan pillado el Senado también. USA es ahora mismo un país fragmentado en dos y parece que la mitad más presentable se ha puesto un poco las pilas. Mi amiga Shannon no las tenía todas consigo cuando nos vimos en Chicago, porque todavía no podía entender cómo sus compatriotas habían podido hacer la barbaridad de elegir a Trump, un tema que la ponía muy triste cuando hablábamos de ello. Yo, con mi optimismo inveterado le pronostiqué que los Demócratas ganarían estas elecciones parciales y todo empezaría a cambiar. Supongo que ahora estará más contenta. Sheryl Crow hizo campaña por el voto, como vimos, convencida de que la abstención era lo que había generado la victoria de Trump. Aquí pueden ver qué satisfecha estaba con su chapita que acreditaba que había votado.


En fin, ya que estamos hoy traduciendo letras, pues les voy a hacer lo propio con el tema de Sheryl Be myself  (Ser yo misma). Ya lo he traído al blog, pero no me importa repetirlo, para que esta vez sigan la letra con la traducción al lado. Es mi himno vital en estos últimos tiempos. No les extrañe que esté tan enamorado de esta señora. Una mujer tan guapa, que canta como ella, que toca el bajo tan bien, igual que muchos otros instrumentos y que encima hace letras como esta, pues qué quieren que les diga, que colma todos mis sueños. Abajo tienen letra, traducción y vídeo. Pórtense bien.

Be myself                                                                 Ser yo misma

Saw my shrink today,                                                Vi a mi psiquiatra hoy,
He said: girl I can’t help you                                     me dijo: chica, no puedo ayudarte
I’ve been seeing you so long                                   Te llevo viendo hace mucho tiempo
But nothing has changed                                         pero nada ha cambiado
You tried Adderoll and alcohol                                Has intentado el Adderoll y el alcohol
Sadly the facts remain                                              y por desgracia todo sigue igual
You’re terminally normal, I’m sorry to say            Eres definitivamente normal, siento decírtelo
So I shaved my head                                                 Así que me afeité la cabeza
And I changed my name                                           Y me cambié de nombre
And I gave my pills away                                           Y tire mis pastillas a la basura

‘Cause if I can’t be someone else                           Porque, si no puedo ser ninguna otra persona
If I can’t be someone else                                       Si no puedo ser ninguna otra persona
If I can’t be someone else                                       Si no puedo ser ninguna otra persona
I might as well be myself, myself                            Mejor sera que sea yo misma, yo misma

Hanging with the hipsters is a lot a hard work    Estuve con los hipsters, ese si era un trabajo duro
How many selfies can you take                             Cuántos selfies puedes hacerte
Before you look like a jerk                                      Antes de parecer un idiota
I took an Uber to a juice bar                                  Tomé un coche Uber para ir a un bar de zumos
To hear a new indi band play                                 A escuchar tocar a una nueva banda indi
They got 99 million followers in only one day    Lograron 99 millones de seguidores en sólo un día
Well, I snaped a pic and a made the slip             Bien, tome una foto y me di el piro
I got into a stranger’s car                                        Me subí en el coche de un desconocido
Well, the heels don’t fit and I finally quit            Vaya, mis tacones no cabían y finalmente lo dejé
And I headed back to my favourite bar                Y me volví a mi bar favorito

‘Cause if I can’t be someone else                         Porque, si no puedo ser ninguna otra persona
If I can’t be someone else                                      Si no puedo ser ninguna otra persona
If I can’t be someone else                                      Si no puedo ser ninguna otra persona
I might as well be myself, myself                          Mejor será que sea yo misma, yo misma

Don’t you wanna be your own girl?                      ¿No quieres ser tu propia chica?
Don’t you wanna be your own girl?                      ¿No quieres ser tu propia chica?
Don’t you wanna be your own girl?                      ¿No quieres ser tu propia chica?

If I can’t be someone else…

El estribillo se repite ya varias veces.


domingo, 25 de noviembre de 2018

789. Mi amigo Jordi II

Bien, algunos lectores me apremian angustiados: ¿cómo termina la historia? ¿qué es eso que puede ser más asombroso aún que lo contado? ¿lo tienes escrito? Joder, entonces suéltalo ya, que nos tienes en ascuas. Mi idea inicial era hacer un solo post. Luego me salió enorme y decidí dividirlo en dos partes. Y me pareció que había un punto muy claro por donde partir la historia: el final de ese crescendo dramático que termina con el carabinero deseándole a Jordi buen viaje. Lo que sigue es radicalmente diferente. Y, efectivamente, está escrito. Así que, contraviniendo mi tempo habitual y a riesgo de desanimar a otro lectores que teman enfrentar unos textos tan largos y tan seguidos, aquí va la segunda parte.

Habíamos dejado al bueno de Jordi a este lado de la delgada línea que separa la libertad de la muerte. Regresó a España sin problemas y descansó una temporada larga en su pueblo, donde se reconstruyó física y anímicamente después del duro trago pasado. Y muy pronto volvió a su querida Barcelona, con sus colegas alternativos y la determinación de ganarse la vida como dibujante. Rehizo su vida y fue tirando un tiempo, mal que bien. Joyce había vuelto a su tierra y se llamaban de vez en cuando. Me contó que ella siempre le hablaba con mucho cariño, pero una relación a tanta distancia es imposible de mantener. Dicen que la distancia es el olvido, proclama el conocido bolero. Y entonces, en la vida de Jordi apareció el fantasma de algo que siempre había estado ahí, pero sobre lo que no quería pensar porque era un incordio. Tenía pendiente hacer la mili. Estamos ya en el año 1976 y Jordi ha agotado todas las prórrogas a las que tenía derecho. En el medio alternativo en el que se mueve, alguien le propone un remedio que al parecer le ha resultado útil a otros.

Sólo tiene que ir a una farmacia y conseguirse una medicina concreta, que se prescribe contra los efectos de la silicosis. Tomándote una dosis doble, es posible que se te produzca un desmayo de tipo epiléptico. Lo que se llama en medicina el petit mal. Y la epilepsia es causa suficiente para que te declaren no apto para el servicio. Jordi va a una farmacia. Se compra el medicamento. Se toma una dosis doble. Y no sucede nada de nada. Ante eso no le queda más remedio que incorporarse a filas. Entra en el sorteo ordinario y le toca ¿saben en dónde? Exactamente: en Madrid. En la capital. Yo vivía por entonces en la Calle de la Palma. En el mismo portal, unos pisos más arriba, vivía un compañero de la escuela, que tenía buena relación con colegas de Barcelona y había tenido alojado unos meses a un estudiante de postgrado del mismo pueblo de Jordi. A través de ese contacto, Jordi se convirtió en vecino mío y muy pronto nos hicimos amigos.

Durante un tiempo fuimos inseparables. A partir de que se consiguió el pase pernocta, no nos perdíamos concierto de rock ni sarao alternativo alguno, nos pasábamos los libros que leíamos y salíamos a menudo hasta altas horas de la noche. Allí me empezó a contar que había estado en Chile, que las había pasado canutas y que estaba vivo de milagro. Según mis cuentas, Jordi vino a Madrid en 1977. Tengo algunas fechas en la cabeza. En junio de 1978 entregué mi proyecto fin de carrera. Jordi me hizo unas acuarelas preciosas de los alzados de mi proyecto, que incorporé citándolo como colaborador. En octubre de ese año se licenció y se volvió a Barcelona. En noviembre entre yo, a mi vez, en la mili. Me tocó Infantería de Marina y, tras el campamento en Cartagena, conseguí que me destinaran a Madrid. Después, el pase pernocta y a vivir.

Fue un año perdido para mí, pero no me lo pasé mal; ya conocen mi capacidad de hacer de la necesidad virtud. Aquello era como ir a una oficina. Lo único es que tenía que ponerme cada día el uniforme (azul oscuro en invierno e inmaculadamente blanco en verano). Y madrugar mucho para coger el Metro, atravesar todo Madrid y llegar a tiempo a la formación para el izado de bandera. Cada mañana, salía de casa casi de noche vestido de esa guisa y desayunaba en un bar canalla de la plaza, donde coincidía con la chusma alcoholizada que a esa hora terminaban la noche y que ya me conocían. Me hacían diversas reverencias chuscas sin soltar la copa de coñac y me decían: –Buenos días, almirante. Y, después de casi un año de mili, por los canales en los que yo me informaba del mundo del rock, me enteré de la inminente visita a España de Elvis Costello, por entonces una referencia obligada de las nuevas tendencias musicales (yo tenía un par de discos suyos). Pero venía sólo a Barcelona. El promotor de conciertos Gay Mercader (por cierto, sobrino del asesino de Trotski) era la persona que traía a España a los músicos punteros del rock y por aquellos años sólo los traía a Barcelona, de donde era.

Necesitaba pedir un permiso a mis jefes del cuartel, así que les planteé que, como arquitecto, tenía muchísimo interés en visitar el Construmat, una feria de la construcción que jamás me ha interesado lo más mínimo y que coincidía en el tiempo con el concierto de Costello. Me dieron el permiso correspondiente y me saqué la entrada. Pero me quedaba por resolver el alojamiento para un par de noches. Llamé a Jordi y me ofreció dormir en su casa. Él vendría conmigo al concierto, con una chica nueva que tenía. Así que por primera vez me cogí el tren del rock a Barna (fuerte olor a porro en los vagones). Me presenté en su casa con dos regalos para él. Un libro de Eduardo Mendoza: El misterio de la cripta embrujada. Y un vinilo de Bruce Springsteen: Darkness on the edge of the town. Me confesó no conocer ninguno de los dos y luego me contó que le habían encantado. Jordi vivía con más gente en un chalet antiguo de dos plantas, bastante céntrico. El concierto fue el 13 de diciembre de 1979 y actuaron como teloneros Radio Futura, en lo que fue su primera aparición fuera de los circuitos alternativos madrileños (yo ya los había visto en la sala MM).

En abril de 1980 me licencié de la mili y poco después conseguí matricularme en el máster del IEAL, hoy INAP, que dos años después me permitiría entrar en el Ayuntamiento. Y, a comienzos de 1981, se anunció la venida a España por primera vez de Bruce Springsteen, sólo a Barcelona, para el concierto del que les hablé al comienzo de esta serie de dos posts. Llamé a Jordi por teléfono y, nada más descolgar me soltó: –Qué pasa, que vienes a ver al Boss. Fue la última vez que nos vimos. Seguía viviendo en la misma casa con un montón de gente. Tenía una chica diferente de la anterior, que vivía con él, y que le estaba presionando para que aceptara un empleo de administrativo en la empresa familiar de ella, porque el oficio de artista gráfico y dibujante de comics no daba para establecerse en condiciones y formar una familia. Fue, como dije, la última vez que nos vimos, aunque todavía hablamos por teléfono varias veces, porque recuerdo haberle contado que había entrado en el Ayuntamiento, algo que no sucedió hasta octubre de 1982.

Pero vamos a recobrar ahora el otro cabo suelto de esta historia. Joyce regreso a los Estados Unidos y allí la esperaba el padre de Charly (que era hijo único). El padre de Charly se llamaba Ed Horman; hasta ahora no he mencionado el apellido para no dar pistas antes de tiempo. Joyce y Ed se embarcaron en una empresa común: desvelar el destino de Charly, desentrañar el misterio y llegar a saber dónde estaba su cuerpo que nunca apareció. Y, por supuesto, denunciar a sus asesinos y llevarlos ante la Justicia. Fue una lucha titánica de ambos, a la que dedicaron su vida desde entonces. Ed tenía mucho dinero y creó una institución, la Fundación Charles Horman, desde entonces consagrada a los desaparecidos en los distintos países del mundo. A denunciar a sus asesinos y a apoyar a sus familias. Joyce se convirtió en la presidenta de la fundación, cargo que todavía ostenta. Ed y Joyce llegaron en sus investigaciones a determinar que a Charly lo habían matado porque tenía las pruebas de la implicación de Kissinger y la CIA en el golpe de Pinochet. Unas pruebas que le habían llegado por casualidad y por la indiscreción de sus contactos en Viña del Mar. Alguien se dio cuenta del descuido y decidió actuar. Y, de alguna forma, desde el lado yanqui llegó algún tipo de conformidad con su desaparición. Y una de sus primeras tareas al frente de la Fundación fue escribir un diario de toda su peripecia, antes de que se les olvidaran los detalles. Y ese diario se convirtió en novela, publicada en 1978.

Desde el primer momento se contempló la idea de que esa novela fuera a la vez el guión de una película que denunciara los hechos. Había dinero suficiente para ello y la empresa recibió el apoyo firme de los sectores más a la izquierda del Partido Demócrata. En Estados Unidos, el cine es una industria muy poderosa. Y tiene sus rutinas. Un tipo se encargó del argumento, tras horas de entrevistas grabadas con los dos principales protagonistas de la historia. Inmediatamente, un equipo de guionistas de los más prestigiosos de Hollywood se puso manos a la obra. Y aquí viene lo más asombroso. Los guionistas tenían el encargo de hacer una película de denuncia, en la que se trataba de que el espectador empatizara con los personajes centrales para que se sintiera concernido. Y encontraron que esa historia del matrimonio falso, sólo para que a Joyce la dejaran marcharse de su familia con 24 años, era un tema que no iba a gustar al espectador americano medio. Iban a pensar que eran unos tramposos y, por un mecanismo inconsciente, a considerar que en parte les estaba bien empleado todo lo que les pasase. Un pensamiento muy calvinista: el que hace una trampa, al final la paga. Para el objetivo de denuncia, para llegar al máximo número de espectadores y conmoverlos de verdad, era mucho más eficaz mostrarles como un matrimonio normal. Y, desde esa lógica, el personaje de Jordi les sobraba.

Y lo eliminaron de la historia. Así, sin más. Pero había un pequeño problema. No podían ocultar que Charly se había ido a pasar el último fin de semana de su vida con Terry, su pareja en la vida real. Pero también para esto encontraron una solución ad hoc los avispados guionistas de Hollywood: la cosa podía camuflarse como una pequeña infidelidad, nada muy grave, pelillos a la mar. Y decidieron que eso sí era algo que podía entender y asumir el espectador medio yanqui (tiene cojones la cosa). Así que a mi amigo Jordi-que-no-se-llama-Jordi, lo suprimieron de la historia, como hacía Stalin con los miembros del partido que iban cayendo en desgracia (incluso los eliminaba de las fotos con un procedimiento precursor del Photoshop). De esta manera, mi amigo pasó a formar parte del elenco patrio de los antihéroes, al lado de Sancho Panza, el buscón Don Pablos, el Pijoaparte, o el delirante protagonista de El misterio de la cripta embrujada. Sólo que él no dispuso de un Cervantes, un Quevedo, un Marsé o un Mendoza que hicieran la loa de sus aventuras. En parte yo estoy escribiendo esto para solventar ese olvido histórico. Y porque creo que la verdad siempre merece ser contada. Pero ¿todo esto es verdad? He ahí el quid de la cuestión.

Para la película se buscó un director comprometido (Costa Gavras) y unos actores fabulosos: Jack Lemmon y Sissy Spacek en los papeles centrales. El film se llamó Missing y fue presentado en Cannes-82, donde se llevó sin discusión la Palma de Oro. Ciertamente es una película extraordinaria, tremenda, sobrecogedora. Una obra maestra. Yo sigo viéndola de vez en cuando y me sigue poniendo los pelos de punta. La interpretación de Jack Lemmon es inconmensurable. Joyce no quiso que su personaje se llamara Joyce, porque no estaba segura de que finalmente estuviera de acuerdo con la forma en que se presentaba la historia en pantalla. Su personaje se llama en consecuencia Beth. Luego, cuando la vio, la película la convenció plenamente. Se quedó impresionada, como todo el mundo. En 1981, cuando estuve en Barcelona, o tal vez después por teléfono, le pregunté a Jordi por las asombrosas coincidencias entre lo que cuenta la película y lo que él me había revelado en sus confidencias. Y fue cuando me lo cantó todo. Que no eran dos historias parecidas, sino una sola. Que los guionistas habían tenido a bien eliminar su personaje. Y que él ya no quería saber nada más de todo aquello.

Ahora vamos con las dudas. ¿Es cierto lo que Jordi me contó? A decir verdad, ya no lo sé con certeza absoluta. Alrededor de la figura de Charles Horman se ha creado un personaje, acorde con la forma en que lo presentan en la película. Y mi historia no casa con eso. En una larga declaración escrita, publicada en 2013 con motivo del 40 aniversario de los hechos, Joyce, que tiene ahora 74 años, reveló que, en la última conversación que tuvo con Charly, habían hablado de volver a Nueva York, dejar aquella vida tan agitada y formar una familia. No puedo imaginarme a una persona tan altruista como Joyce inventándose de la nada un detalle como ese. Tal vez 40 años después de aquellos terribles sucesos, a fuerza de repetir la versión que se dio en la película, se la ha terminado por creer. Pero yo creo más probable otra explicación. Estoy bastante convencido de que Charly y Joyce eran realmente un matrimonio, en el que habían decidido mantener una relación abierta. Y tener cada uno por su lado sus experiencias, hasta que se cansaran. Pero, en el fondo, estaban unidos por un vínculo mucho más profundo e imperecedero. Eso dejaría a mi amigo en un cierto papel de pardillo.

Y no olvidemos una pequeña discordancia temporal. Si Missing ganó la Palma de Oro en Cannes 82, no se estrenó en España hasta finales de ese año. Entonces, ¿cuando tuvo lugar mi conversación con Jordi en la que me hizo la gran revelación? ¿No seré yo, y no Joyce Horman, quien se ha liado con la historia, terminando por perpetrar una fabulación incontrolada? ¿Es posible que el paso del tiempo me haya hecho entremezclar los datos, embrollar las informaciones y creerme lo que más convenía a mi relato novelesco? Honradamente no sé que pensar. Lo que para mí no cuela es que la historia de Charly con Terry fuera una pequeña infidelidad de fin de semana. En tal caso, Terry y Joyce no hubieran podido trabajar codo con codo desde el primer momento. La verdad sólo la sabe ahora Joyce, suponiendo que a su edad se acuerde. A comienzos de este siglo, yo me dediqué brevemente a la literatura y, tras mi premio de novela corta, pasé un tiempo buscando historias para una segunda novela. Siempre he tenido el convencimiento de que redacto bien, pero me faltan historias que contar, algo fundamental para hacer literatura. Estuve buscando a Jordi para preguntarle qué le parecía que pusiera por escrito su relato. No lo encontré y desistí. Y dejé de ser un novelista presunto para convertirme en un blogger.

Ahora he tenido serias dudas de si contar o no esta historia en un foro público como este. Hasta me puedo buscar un lío, en el caso de que esto llegue a oídos de la Fundación, algo improbable pero no imposible. No es eso, sin embargo, lo que más me preocupa, sino la posibilidad de hacer daño a una persona, Joyce, a la que admiro, que ha construido toda su vida alrededor de una versión concreta de los sucesos de los que fue víctima. Para nada querría molestarla o fastidiarle sus últimos años de vida. Si eso sucede, desde ya le pido encarecidamente disculpas. Mi objetivo no era remover los recuerdos de nadie, sino contar algo que tenía dentro y que nunca había contado a nadie. En el pasado también me preocupaba Jordi, pero ahora estoy bastante en la idea de que ya no vive. Pero Joyce y su Fundación siguen en pie. Por eso mi insistencia en que todo esto es falso. Créanme, por favor: todo lo que he contado en estos dos posts es mentira: me lo he inventado de principio a fin. Jordi nunca existió. Tengamos la fiesta (de difuntos) en paz. 

viernes, 23 de noviembre de 2018

788. Mi amigo Jordi I

Hasta el último momento he tenido serias dudas de si escribir lo que voy a escribir o no. Si no lo hubiera anunciado en el post anterior, creo que me hubiera echado para atrás de nuevo. En realidad se trata de algo que me contaron hace mucho y ni siquiera sé si es cierto o no. La memoria es muy mentirosa y lo que voy a contar contradice o matiza algo que se ha dado por cierto durante mucho tiempo y detrás de lo cual hay gente real que se puede sentir ofendida. Así que lo voy a englobar en la etiqueta Relatos. Declaro formalmente que todo lo que voy a contar es falso, producto únicamente de mi imaginación calenturienta, una fabulación cocinada por mi incierta memoria y adobada por el paso del tiempo. Dejémoslo así. En ocasiones he dicho que, si yo fuera capaz de imaginar una trama como esta, sería un novelista de éxito. Pero no quiero hacer daño a nadie. Mi viaje a Chile ha removido los posos de esta historia que, vuelvo a repetir, es completamente falsa.

Mi amigo Jordi, que no se llama Jordi, es o era un tipo cojonudo. Con pocas personas en mi vida he llegado a conectar a tal nivel. He dicho es o era porque no estoy seguro de que viva. Lo he buscado muchas veces pero parece como si él también hubiera desaparecido. La última vez que lo vi fue con ocasión del primer concierto de Bruce Springsteen en España, Barcelona, 21 de abril de 1981. Yo me cogí el llamado tren del rock en Atocha y me desplacé a Barna, en donde me alojé en casa de Jordi. Luego pasaron años y le perdí la pista. En aquellos tiempos no había móviles ni correo electrónico. Yo tenía su correo postal y su teléfono fijo. Unos seis o siete años después intenté conectar con él y ya no estaba en ninguno de los dos. La carta que le escribí me fue devuelta y el teléfono correspondía a otro abonado. Después tuve dos hijos y la vida me fue llevando por derroteros lejanos de aquella Barcelona cosmopolita de los primeros 80. La penúltima vez que intenté contactarle fue con motivo de mi premio de novela corta Encina de Plata. Quería mandarle un ejemplar, pero no lo pude encontrar.

Ahora existen Google, Facebook, Linkedin y otras redes. Le he buscado en todas sin éxito. Sé cuál es su nombre real y sus dos apellidos. En Google no existe. Por eso creo que tal vez se haya muerto. Un tipo tan creativo como él es muy raro que no haya abierto una página en Facebook. Jordi fue siempre muy catalán (de pueblo) y muy catalanista. Hablaba español con un acento cerradísimo. Y no me extrañaría lo más mínimo que, si vive, sea independentista. Aunque, en tal caso, lo más normal es que tuviera un perfil en Facebook lleno de esteladas por todas las esquinas. La historia que voy a contar parte de una confidencia que me hizo probablemente al final de una noche de borrachera, cuando ya no se lo pudo callar más. Repasando cronologías, creo que tuvo que ser en Barcelona, en esa última vez en que coincidimos, tal vez la noche antes del sensacional concierto de Springsteen. Jordi, que no se llama o se llamaba Jordi, es uno de los mejores amigos que he tenido nunca. Vamos con el relato.

Mi amigo Jordi nació y se crió en algún pequeño pueblo de Cataluña que no logro recordar. Allí hizo el bachillerato y se llegó a sentir tan asfixiado que experimentó una necesidad imperiosa de huir. No quería ir a una universidad, pero no era esa la única posibilidad de escapar de su pueblo. Jordi tenía una curiosidad enorme por temas como la literatura, el arte, el rock o conocer nuevos mundos. Y tenía una cualidad innata: era un gran dibujante, que hacía cómics y se atrevía con otras variantes más serias del arte pictórico. Con apenas 17 años recaló en Barcelona, donde se buscó un trabajo alimenticio para poderse costear la matrícula en una escuela de Bellas Artes. Hablamos de la Barcelona metropolitana, abierta y cosmopolita de finales de los 60. En aquellos años, la gente joven se movía entre diversas tendencias. Estaban los artistas, los activistas políticos, los rockeros y toda clase de gente alternativa. Y menudeaba la droga, especialmente el haschís, de manera bastante generalizada.

Ese fue el mundo acelerado, arriesgado, apasionante y maravilloso en el que Jordi se integró, totalmente fascinado y convencido de que había dado un paso de gigante desde su realidad pueblerina original. Un salto muy parecido al que yo di al venir de La Coruña a Madrid en 1968. Por eso conectamos tan bien cuando nos conocimos muchos años después. Este pequeño universo activo, revolucionario y divertido, estaba al tanto de lo que sucedía en todo el mundo, con especial atención a los lugares donde se desarrollaban escenarios especialmente rompedores. Y en 1969, uno de esos lugares era Chile. Allí se preparaban elecciones para el año siguiente. El gobierno democristiano de Eduardo Frei, padre, estaba muy debilitado y desprestigiado por diferentes escándalos de corrupción, con la guinda de la matanza de los campesinos okupas de Puerto Montt (ya comentada en un post anterior) y se veía la posibilidad de vencerlo si la izquierda conseguía unirse (algo casi consustancialmente imposible en las izquierdas del mundo). Por una vez, en Chile podía lograrse lo imposible.

Los partidos de la izquierda consiguieron un acuerdo amplio, que englobaba a socialistas y comunistas con otra serie de grupos menores y el apoyo explícito del MIR, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, en el que estaba la gente joven más concienciada del país. Todos ellos constituyeron una candidatura única a las elecciones generales, que se dio en llamar Unidad Popular. Para presidirla, el Partido Socialista propuso al médico y senador Salvador Allende. Y el Partido Comunista, el otro socio mayoritario, ¿saben ustedes a quién propuso? ¿A que no? Pues nada menos que al poeta Pablo Neruda. Con sorpresa he descubierto en mi viaje que la figura de Neruda es más controvertida en Chile que a nivel internacional. Antes de las primarias, Neruda se retiró y dejó el camino expedito a Allende. Según sus partidarios, fue un gesto altruista. Según sus detractores, todo se debió a que le soplaron que tenía serias posibilidades de conseguir ese año, como así fue, el Premio Nobel, posibilidades que pondría en riesgo si insistía en continuar en política. El caso es que Allende fue el candidato y logró derrotar a Frei por un margen muy estrecho. Y empezó a gobernar.

Por entonces, Jordi se movía ya como pez en el agua en los medios trostkistas y de la extrema izquierda. Y, en ese momento, la ocasión que se abría en Chile era un caramelo para ser degustado. Tal vez siguiendo la estela de algún amigo, Jordi se fue a Chile. De esto quiero decir algo también. En ese momento yo era bastante joven y no estaba muy al tanto de estas historias. Pero estábamos en los últimos años del franquismo y, en 1968, mucha gente del rollo antifranquista se fue a París, a vivir la revolución de mayo. Luego, en los primeros 70, la gente se iba a Chile. Y en 1974, muchos se fueron a Portugal a vivir la revolución de los claveles. Aquí ya estaba yo un poco más engagé y vi como algunos amigos míos se iban. En 1975 se murió Franco y ya no hubo que viajar para vivir intensamente nuestra transición finalmente pacífica.

En Santiago, Jordi se integró rápidamente en la vorágine. Encontró ocupación como diseñador de carteles para las convocatorias de los diferentes actos prerrevolucionarios. Estaba permanente ocupado. Cada día llegaban consignas. Hoy hay que cortar el tráfico en la avenida O’Higgins. Después hay una performance frente al Ministerio del Interior. Después a comer algo en cualquier esquina. Deprisa, porque hay nuevas historias vespertinas. Que si hoy okupamos un piso o hacemos unos grafitti. Que si una sentada en la universidad. Que si un concierto solidario con Víctor Jara. Y luego las fiestas hasta la madrugada, la cerveza corriendo libre y también la marihuana. Una delicia para un joven con una curiosidad infinita. Conocen, supongo, la frase atribuida a Talleyrand: Quien no haya vivido antes de la Revolución, no conoce la verdadera dulzura de vivir. Era la frase que dio lugar a la estupenda película de Bertollucci Prima della Revoluzione (1964). Y sucedió lo que siempre ocurre en estos casos: que surgió el amor. Muy poco después de llegar, Jordi tenía ya una novia norteamericana, con la que se fue a vivir en un cuarto, parte de una comuna. Se llamaba Joyce y era también activista trotskista.

Pero la contrarrevolución también avanzaba. Con el país acorralado por el bloqueo económico decretado desde el primer día por Nixon y Kissinger, el régimen hacía aguas por todas partes. La clase media empezaba a estar muy asustada, entre la actividad permanente de la extrema izquierda y los milicos mordiendo el freno. Y los que estaban más disgustados eran la clase alta, lo mismo que sucedería después en Venezuela con Chaves. Pero Jordi estaba en la gloria y vamos a ver muy pronto que era un tipo nada dogmático. En medio de esa vorágine, la marihuana era un elemento clave y Jordi empezó a comprar. Y entonces conoció a un chaval de la clase más alta de todas, que le compraba al mismo camello. Hicieron amistad y el tipo empezó a invitarle a su mansión de vez en cuando y le llegó a coger mucho cariño (Jordi era ciertamente adorable). Cuando me contó todo esto, Jordi se refería a él como mi amigo el facha. Ojo con él porque tendrá un papel central en la historia. Mi amigo iba a casa del facha a descansar de la vorágine. Allí dejaban correr el tiempo fumando y charlando tranquilamente.

Ahora hay que hacer un largo flashback para conocer de dónde había salido Joyce, la flamante novia de Jordi. Nacida en Minnesota de padres de origen noruego que regentaban un ultramarinos, estudió en la universidad local donde ya se vinculó a grupos trotskistas. En esos grupos conoció a Charly, un joven periodista con grandes ideas sobre cómo arreglar el mundo. Como todo izquierdista de verdad, Charly concebía el mundo como una sola patria. Y viajaba todo el tiempo, a donde se pudiera apoyar alguna causa perdida o hubiera una noticia que investigar y vender a los medios afines. Joyce le admiraba pero no era su pareja (siempre en la versión de Jordi). Y se planteó la posibilidad de que la chica se integrara en el núcleo duro del grupo, el que se iba a los países más lejanos. Pero Joyce se encontró con la oposición frontal de su familia, muy conservadora y bastante preocupada por la deriva de su hija. Ante este bloqueo, Charly y Joyce decidieron casarse. El padre de Charly era un magnate neoyorkino y tuvieron una boda por todo lo alto. Sucedió esto en 1968. Charly tenía 26 años y Joyce 24.

Comenzaron entonces una vida nómada de acá para allá. Y, en 1971, llegaron a Chile con su grupo. Según Jordi, eran un matrimonio sólo en el papel y eran libres de buscarse otras relaciones. Poco después, Joyce vivía con Jordi y Charly con su nueva novia Terry, también norteamericana. Fue un tiempo maravilloso para todos. Pero la situación se deterioraba por días, paso a paso, de forma irreversible. Y llegó el 11 de septiembre de 1973. He de aclarar que a los militares no les gustan estas cosas. Ellos actúan cuando se ven requeridos por una oligarquía que ve peligrar su mundo financiero y social. Llegan para poner orden en el desorden. El problema es que sólo saben hacerlo de una manera. Nuestra Guerra Civil fue un golpe militar fallido que se enquistó durante tres años. Una vez alcanzada la victoria, los ganadores se dedicaron a poner orden. Está demostrada la cifra de 200.000 asesinados ya en tiempo de paz. Lo de Chile (como lo de Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay y tantos otros lugares) fue igual de terrible, aunque en ninguna parte se llegó a cifras ni parecidas. 

El 7 de septiembre era viernes. Charly y Terry se fueron a Viña del Mar. Un amigo americano les invitó a pasar el fin de semana y les habló de que andaban por allí unos compatriotas recién venidos de USA. Charly confraternizó con ellos y estuvieron tomando cervezas. Y llegó a una conclusión: los tipos eran de la CIA y estaban allí preparando los detalles técnicos del golpe a punto de darse. El 11 de septiembre era martes. Charly y Terry seguían en Viña del Mar y pudieron ver por TV las imágenes del bombardeo de La Moneda. El 15 pudieron regresar y refugiarse en su casa de Santiago. Pero ya se había puesto en marcha la maquinaria de las desapariciones. El 17 por la noche una patrulla llegó a casa de la pareja y se llevó a Charly. A Terry no la molestaron, porque este tipo de partidas de la porra suelen ser bastante machistas. La guerra es cosa de hombres. Un testigo siguió al jeep en su coche y dijo que lo habían llevado al Ministerio de Defensa. Lo mataron al día siguiente y su cuerpo nunca apareció.

A Jordi le fue a buscar otra patrulla esa misma noche. O tal vez la misma. Joyce estaba sola en casa y los milicos venían a por Jordi. No lo encontraron y se fueron. ¿Dónde estaba nuestro héroe? Sí. Han acertado. Jordi se había refugiado en casa de su amigo el facha y estaba intentando pasar tan duros tragos con la ayuda de la marihuana. Joyce le avisó por teléfono de que le estaban buscando, con nombre y apellidos, y de que se habían llevado a Charly. Ese mismo día, Joyce y Terry empezaron a investigar qué le estaba pasando a Charly, aunque tenían los peores presagios. Contaron su historia en la Embajada Americana, donde les apoyaron en lo posible. Pero la situación era terrible. Cada día desaparecían unas docenas de jóvenes. Joyce y Terry buscaban desesperadas por todos los lugares posibles. Jordi fumaba aterrorizado, bajo el amparo de su amigo. La situación se estaba enquistando y estaba claro que, antes o después, lo acabarían encontrando. Entonces decidió intentar un órdago. Él era español y tenía su pasaporte en vigor. Podía comprarse un billete de vuelta a su tierra e intentar romper el bloqueo.

Y así lo hizo. El día D dobló la ración de marihuana antes de que su amigo le llevara en coche al aeropuerto. Pasaron varios controles antes de llegar a destino. Su amigo lo abrazó, convencido de que no podría salir del país. Muerto de miedo, se internó en el caos de la muchedumbre que abarrotaba el aeropuerto. Llegó al mostrador de los carabineros. Examinaron largamente su billete y su pasaporte. Jordi estaba a punto de explotar o ponerse a dar alaridos. Entonces, como en un sueño, el carabinero le plantó un sello en el pasaporte, le deseó buen viaje y le franqueó el paso. ¡¡De pronto, estaba del otro lado!! El lado de la libertad. Caminó como un sonámbulo sin tenerlas aún todas consigo. Y no se relajó hasta que el avión despegó. Entonces estalló en llanto.

Ya sé que esta parte del relato es increíble, pero tiene una explicación. En aquellos años, no existía Internet. La idea de la transmisión instantánea de la información era algo que ni se soñaba. Les recuerdo que los billetes de avión eran entonces una especie de talonarios con muchas hojas que nunca entendí para que servían. Los milicos estaban buscando a Jordi por todo Santiago. Con nombre y apellidos. Pero, en el caos de esos primeros momentos, no habían cruzado todavía sus datos con los carabineros del aeropuerto. No puedo imaginar otra explicación. Terminaré mi relato en un segundo post que voy a escribir enseguida. No se lo pierdan. Aún queda lo más asombroso.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

787. Y yo pisé las calles finalmente

Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue Santiago ensangrentada
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes
De una canción de Pablo Milanés

Escribo ya desde Madrid, como en el post anterior, y hasta ahora he dado una versión amable de la realidad chilena. Va siendo hora de que contemplemos otros perfiles más críticos. Es cierto que me ha encantado visitar este país hermoso, variado y acogedor, pero he hablado mucho con sus gentes y me he podido hacer un retrato más completo que el que se lleva el simple turista. Algunos lectores me dicen que esto cada vez se parece más a la Guía del Trotamundos y reclaman alguna tonalidad menos almibarada. Vamos con ello. Nada más aterrizar en Santiago, uno recoge sus maletas y sale fuera en busca de algún taxi o transporte que le lleve al centro, un trayecto de unos 17 kilómetros. Y, en cuanto atraviesa la última puerta de cristal, aquello es el caos.

Antes de esa salida hay diferentes mostradores desde los que te vociferan ofertas para ver si les contratas. Nuestra interlocutora del Hotel Vegas nos había recomendado la empresa Transvips. Nos acercamos, contratamos un transporte para seis personas con sus equipajes y nos dieron lo que aquí se conoce como una boleta. Estando en posesión de una boleta, digamos que el caos se fragmenta, uno sólo ha de enfrentar una parte de ese caos, la que corresponde a Transvips. Es decir, en una acera estrecha, se arremolinan los grupos de viajeros enarbolando sus boletas y gritando todos al unísono. Un tipo de la empresa trata de controlar el cotarro, pero de vez en cuando llega una furgoneta y no hay un turno o un orden que sea perceptible: unas se estacionan delante, otras mucho más atrás y al que le pille al lado se sube. Y en ocasiones, aparece un tipo trajeado y con autoridad en el porte, al que se apresuran a atender para que se suba el primero. Los demás han de esperar, veinte, treinta, cuarenta minutos, en medio de tremendo guirigay.

Es un caos propio de los países de Latinoamérica que conozco. Por ejemplo, en Bogotá me tocó asistir a la salida del trabajo de distintas empresas y factorías de una zona industrial y pude ver a los diferentes medios privados remoloneando y coqueteando con los grupos, acercando sus autobuses con una puerta abierta, desde la que el mismo conductor vocea ofertas de rebajas. Todos vehículos muy antiguos, que no conocen el concepto ITV, que contaminan un montón, a pesar de lo cual los mantienen con el motor encendido, mientras cortejan a los potenciales viajeros hasta que los dan por llenos o bien desisten de conseguir más viajeros. Nada parecido a un sistema de paradas y horarios a cumplir. Un inciso: Santiago de Chile es, a día de hoy, la segunda capital más contaminada de América, después de Ciudad de México. El hecho de estar encajonada entre altos cerros tampoco ayuda.

En nuestros siguientes pasos por el aeropuerto de Santiago cambiamos a la empresa Argos, que pareció funcionar un poco mejor la primera vez, pero fue el mismo caos la siguiente. Acabamos recurriendo a ir en dos taxis y, en nuestra última visita, alquilamos una furgoneta, que usamos al día siguiente para ir a visitar Valparaiso. En una palabra: el sistema de transporte colectivo en estos países está en manos privadas y no tiene demasiado control público. Las empresas de transporte se lucran de este caos, que la población soporta con estoicismo, y no hacen nada por mejorar la calidad de su servicio, porque les interesa que se mantenga el caos (en Bogotá, la sabiduría popular ha bautizado los vehículos en función de su tamaño: hay el bus, la buseta y el busetón). Un amigo mío trabajaba para ALSA, una de las primeras empresas occidentales de transportes que implantó sus servicios en la China posterior a Mao. Y me contaba que les había costado un gran esfuerzo que la gente entendiera y asumiera eso de las paradas en lugares fijos y el sistema de horarios. Hasta entonces la gente salía al camino cuando le petaba, se ponía en cualquier curva y paraba con la mano el primer autobús que llegara.

Chile es un país en vías de desarrollo, situado en el lugar 43 del mundo por PIB nominal, sólo por detrás de Brasil, México, Argentina y Colombia, en Latinoamérica. Está indudablemente prosperando, es un país ordenado y organizado. Pero ha de quitarse determinadas lacras de su pasado reciente que desde fuera se ven como indicativas de un cierto grado de retraso. El tema del transporte colectivo caótico y en manos privadas es una de ellas, pero no la única: por ejemplo, en todo el país se ven muchos perros vagabundos sin dueño, que corren libres por las calles (incluso en Santiago). Es un asunto que llegó a convertirse en problema en países como Rumanía. No tanto en Chile, donde no parece haber hambre o escasez por ninguna de las regiones que he visitado. Pero es algo directamente relacionado con la recogida de basuras y las mínimas condiciones de higiene viaria.

Chile, por su forma alargada y estrecha, sería un lugar perfecto para establecer un buen sistema de transporte colectivo norte-sur, mediante trenes o autobuses de titularidad pública. Y lo tuvo, con un tren que recorría el país de punta a punta. En Santiago hay una magnífica estación de ferrocarril, con una marquesina de hierro diseñada por el mismísimo Gustave Eiffel. Pero en 1985, un terremoto destruyó una gran parte de la red ferroviaria, que no ha sido reconstruida. Hoy cubre apenas un trayecto de 400 kilómetros. ¿Por qué no se ha reparado? En parte por desidia y porque requiere una inversión pública muy alta. Pero también por la presión del lobby de los autobuseros privados, que tienen buenas conexiones con los sucesivos gobiernos. Hace unos años, una empresa china ofreció construir una línea completa de alta velocidad de punta a punta. Se quedarían su gestión en régimen de concesión durante diez años y luego se la cederían al Estado chileno en condiciones bastante ventajosas. Pero el Gobierno se lo estudió y dijo que no. Pudieron más las presiones de los lobbies. Lo mismo sucedió con el proyecto de extensión del Metro de Santiago al aeropuerto, ahora mismo pospuesta con carácter indefinido.

Son rasgos de un cierto tercermundismo. Chile no es Birmania, obviamente, pero sus índices de corrupción o de transparencia distan mucho de ser los de un país europeo. Los gobiernos más democráticos tienen una larga lucha por delante para mejorar esos índices. Y habría que hablar también de la polarización social. Hay una clase alta que vive muy bien, descendiente de los españoles que colonizaron el país y una clase baja que vive bastante mal, aunque ya he dicho que no vi hambre ni miseria por ninguna parte. Aquí encuadraríamos a la población india. Los diferentes pueblos que conviven en Chile tienen vagas reivindicaciones étnicas, en algunos casos muy acusadas, como entre los mapuches, que tienen algunos grupos radicales que han llegado a quemar iglesias, porque ellos siguen creyendo en la diosa tierra, a la que conocen como la Pachamama. Entre ambos grupos sociales extremos hay una clase media amplia y urbana que sufre los extremismos de ambos y cuyos votos se inclinan a un lado o a otro del espectro político en función del talante y la personalidad de los candidatos. Es esta una población que vive sobre todo en las ciudades (8 millones en Santiago), que trabaja, madruga, toma cafés a media mañana y discute sobre las noticias de prensa.

Pero tengo que hablarles ahora de un sector muy concreto: el ejército. Chile es un país con un alto grado de militarismo, tal vez inducido por la influencia alemana. Los llamados por la gente milicos son un poder a tener muy en cuenta. En Chile, según nos contaron, un milico (o un policía, o un carabinero) se puede jubilar a los 38 con una pensión de por vida mucho más alta que la de cualquier trabajador por cuenta propia o ajena. Y, lo más escandaloso, puede simultanear esa pensión con un empleo, más o menos encubierto, en ocasiones en el mismo sector de la seguridad en el que antes trabajaba, donde puede hacer valer su experiencia. Determinados gobiernos han favorecido la externalización de ciertos servicios de seguridad a compañías dirigidas o participadas por antiguos servidores públicos. Otro dato que envenena el ambiente y que tendrían que ir corrigiendo.

Los militares y los policías no bromean en este país. Y, por el otro extremo, ha habido muchas veces grupos revolucionarios que se han pasado bastante. Pinochet no era un loco que surgió de la nada. Por el contrario, representaba a un sector de la población que demandaba orden, en un momento en el que consideraban que ese orden estaba en peligro o no existía. Algo parecido dice sobre Franco un historiador que ha estudiado su figura y sobre el que ayer apareció un artículo en El Mundo que me parece muy bueno (pueden leerlo AQUÍ). La historia reciente de Chile supongo que todos la conocen. En 1970 llegó al poder Salvador Allende, médico socialista que formó un gobierno apoyado por la Unidad Popular, una agrupación de partidos de izquierda, más o menos radicales. Era alguien muy popular y muy querido, pero le sucedió lo mismo que a la República española. Que no le dejaron completar su programa. Está demostrado históricamente que Henry Kissinger y la CIA se aprestaron desde el primer día a organizar un boicot económico sistemático, que terminó por asfixiar al país. Allende apenas pudo nacionalizar el cobre y esbozar una incipiente reforma agraria. Además, los sectores más revolucionarios no ayudaban, como suele suceder, iban a su bola y no se bajaban de sus propuestas de máximos.

El 11 de septiembre de 1973, fue un día funesto para Chile y para todo el mundo civilizado. Yo vivía en ese momento en un piso en la urbanización Saconia, después de haber convencido a mi padre de que podía seguir estudiando sin vivir en un Colegio Mayor, algo que mis hermanos mayores no habían siquiera intentado. Recuerdo el día, recuerdo los carteles que pusimos en la Escuela de Arquitectura. Pinochet había dado su golpe, al frente de las tres ramas del ejército, más los carabineros. Todo el mundo en Chile sabe que a Allende lo mataron, tras defender heroicamente el Palacio de la Moneda, sede del Gobierno. Y que también mataron de alguna forma a Pablo Neruda, unos días después. Y que en ese punto empezaron las desapariciones. Más de 3.000 personas fueron ejecutadas hasta que, en 1990, Pinochet dejó el poder tras perder un plebiscito que esperaba ganar a toda costa. Uno de los gobiernos democráticos posteriores organizó una Comisión de la Verdad, que, en sus conclusiones, cifró en 40.000 las víctimas, entre muertos y afectados de cualquier forma.

Frente al Hotel Vegas donde yo me alojé en Santiago, está el edifico Londres-38, el primer y principal centro de detención y tortura de la DINA, la siniestra policía política de Pinochet. Hoy es un centro dedicado a la memoria de estas víctimas, la mayoría jóvenes del MIR. En la calle, frente al edificio hay una serie de placas metálicas intercaladas entre los adoquines del piso con los nombres y las edades de los desaparecidos. El Estadio Nacional fue habilitado como centro de detención masiva (allí estuvo el cantautor Víctor Jara, entre otros, hasta que lo mataron también). Hay detalles de todo esto en los libros de Historia y en las wikipedias. Un asunto que me afectó mucho en su día y que todavía recuerdo con pavor. Por eso me hice la foto que ven abajo, junto a la estatua de Allende, frente al Palacio de la Moneda.


Algunos chilenos me contaron anécdotas de los últimos momentos de Allende. Aparte de su talla personal y política tenía dos cualidades menos conocidas. La primera, un sentido del humor permanente; estaba todo el día bromeando con sus colaboradores que lo llamaban El Chicho; era un cachondo. Y la segunda: un arrojo extremo; este señor no conocía el concepto de miedo. Eso explica que, cuando empezaron los bombardeos al Palacio, el tipo se calzara un casco y se pusiera al frente de sus defensores. Había otros médicos con él, entre ellos el doctor Gijón, compañero de la facultad. Este ha contado que, en algún momento del asedio, se preguntaron dónde estaba el Presidente; no lo veían por ningún lado. El doctor Gijón lo reconoció finalmente, tumbado en el suelo y asomado por un hueco de la fachada disparando su fusil. Asustado, lo agarró por las piernas y lo jaló hacia atrás a rastras. Allende soltó una puteada: me cago en tus muertos. Luego, al reconocerlo, añadió: –Ay, perdona, Gijoncito. Mira que ya te dije yo que esto era más grande de lo que nos imaginábamos.

Otro de sus colaboradores, el catalán Joan Garcés, que sigue dando conferencias sobre este período de su vida, ha contado que tenían puesta la música y estaban escuchando a Joan Manuel Serrat, cuando alguien trajo la información de que Radio Magallanes no había sido tomada todavía por los facciosos y que tenían conexión directa con ellos. Entonces el presidente se puso al micrófono e improvisó allí mismo su conocido último discurso al pueblo de Chile. Un discurso emotivo que pueden encontrar transcrito en la Wikipedia y hasta en audio en Youtube, y que terminaba con estas palabras: –Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas y por ellas pasará el hombre libre para construir una sociedad mejor. Palabras proféticas, por fortuna. Así que yo pisé las calles finalmente, de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una plaza limpia y soleada, me fotografié ante la estatua del ausente.

Termino con un anuncio. En el siguiente post voy a contar una historia relacionada con ese momento histórico concreto, que atañe a un amigo mío al que hace tiempo perdí la pista. Es algo que no he contado nunca a nadie, porque soy respetuoso con la privacidad de los demás (ya lo era antes de que existiera la Ley de Protección de Datos). Durante años he tratado infructuosamente de comunicarme con él para pedirle permiso para contarlo. Y por fin, tras visitar Santiago, he decidido escribirlo adjudicándole un nombre camuflado. Es un asunto con muchas componentes, pero me parece que todas ellas encajan en la línea de este foro. Y creo que puede ser un auténtico highlight del blog. No se lo pierdan. Y sean buenos.

viernes, 16 de noviembre de 2018

786. El enigma Rapa Nui

Viajar a Isla de Pascua es acceder a un lugar de resonancias épicas, legendarias, fabulosas. Estamos hablando de una isla de 163 kilómetros cuadrados, menos de la tercera parte de la superficie del municipio de Madrid. Y situada en medio de la nada. Dista de la costa chilena unos 3.700 kilómetros y, junto con Hawai y Nueva Zelanda, conforma el gran triángulo de la Polinesia, formado por tres lados de unos 7.000 kilómetros cada uno. El lugar habitado más cercano es la solitaria isla de Pitcairn, a más de 2.000 kilómetros. ¿Les suena de algo ese lugar? Se lo voy a recordar. Tal vez ustedes, como yo, cuando eran casi unos adolescentes, tuvieron la oportunidad de leer la trilogía de novelas que narraban la odisea del motín a bordo del Bounty. 

El primer libro se llamaba Rebelión a bordo y narraba el motín que lideró el marinero Fletcher Christian contra el tiránico capitán Bligh. El segundo, Hombres contra el mar, contaba en detalle la odisea del capitán, abandonado a su suerte en un bote junto con los que se le mantuvieron fieles, con los mínimos alimentos como para vivir unos pocos días. El tercero, La isla de Pitcairn, contaba la deriva de los once amotinados que se llevan el barco, arriban a Tahiti y desde allí se van con algunas novias locales a la isla que se cita en el título. Marlon Brando interpretó a Christian en una actuación inolvidable, en la película llamada precisamente Rebelión a Bordo, que yo vi incontables veces. Incluso intentaba imitar sus gestos todo el tiempo.

Volviendo a la Isla de Pascua, se trata de un lugar cuya única vía de acceso son los vuelos desde Santiago de Chile, uno diario y tres días a la semana reforzados con un segundo. El vuelo, de unas cinco horas, llega a un aeropuerto enano, en el que el piloto desciende casi hasta el mar para apuntar bien y entrar por un extremo de la única pista. Enseguida ha de frenar duro para no salirse por el otro lado y caer al agua. De todas formas, este no es el aeropuerto en el que he pasado más miedo en mi vida aterrizando, honor que sigue ostentando el de Melilla. Toda la Isla de Pascua es parque nacional y Patrimonio de la UNESCO así que, nada más llegar, hay que comprar en el mismo aeropuerto la entrada al parque, que vale 80 dólares y que te van sellando en los sucesivos lugares de interés que se van visitando. Allí nos esperaba Rocío, una chilena que nos puso unas guirnaldas de flores al cuello y nos llevó en una furgoneta a las cabañas Hinariru Nui, donde hicimos el check-in y nos hicieron entrega de dos jeeps para movernos por el lugar. Se nos advirtió que en la isla no hay seguros, por lo que cualquier desperfecto en los coches habríamos de pagarlo de nuestros bolsillos.

Es una advertencia oportuna, porque las carreteras son infernales y por la isla circulan libremente grupos de vacas de la ganadería local y cientos de caballos libres, que cruzan por donde quieren. Se pueden imaginar que, a nivel de suministros, la cosa está bastante cruda. En los supermercados hay una oferta escasa y mala. Los restaurantes tiene mejores productos, pero hay que tener cuidado de que no te estafen. Las montañas son onduladas, la isla es de origen volcánico y pueden distinguirse claramente los tres cráteres de los volcanes que la originaron, generando su forma triangular. Como uno llega al mediodía, te explican un programa para hacer en esa tarde, que es bastante decepcionante. Uno viene aquí a ver los moais y la conclusión de esa primera visita vespertina es como el chiste del cazador: moais, lo que es verlos, no hemos visto ninguno, pero había un olor a moai que echaba para atrás.

El segundo día se hace una segunda excursión en la que se va entrando en contacto con diferentes moais, todos tumbados y con la nariz contra el suelo. Y entonces se llega al lugar denominado Rano Raraku, la cantera de los moais. Y uno se cae de culo ante tanta belleza. Porque este es otro de esos lugares mágicos que, como los glaciares del sur, merecen de largo la pena de viajar hasta un lugar tan recóndito. Es que uno no puede hacerse a la idea de lo que es este lugar a través de fotografías. Como sucede con el Partenón y otros lugares, hay que ir allí y ver el conjunto en su entorno natural, para hacerse una idea de lo grandioso del lugar. No obstante, aquí les pongo una selección de fotos.







Y aquí entra en escena el misterio del lugar. Porque los primeros occidentales que llegaron a las costas de la isla, encontraron a una sociedad depauperada, con la isla arruinada y deforestada, sobreviviendo apenas en cuevas y con graves problemas de alimentación. Y con TODOS los moais derribados hacia adelante, con la nariz enterrada en el suelo. Todos excepto los de la cantera, que están ahora exactamente igual que fueron encontrados. ¿Qué había sucedido? Pues no hay una explicación que pueda darse por cierta, porque sólo se pudo acceder a los relatos orales, siempre confusos, de los nativos empobrecidos que sobrevivieron al desastre político, social y ecológico que parecía haber sufrido la isla. Teorías hay muchas. Una etnia erigió los moais y luego llegó a la isla otra que destruyó esta civilización, les derrotó y tiró abajo los moais para humillarles aun más. O bien, hubo una competición a ver quien los construía más altos y eso consumió los recursos naturales, especialmente la madera, induciendo a la debacle del ecosistema. O llegaron unos extraterrestres que se cargaron a los pobladores originales. O los propios pobladores originales eran extraterrestres y los nativos los combatieron ferozmente hasta acabar exhaustos tras exterminarlos.

Después de ver el lugar y hablar largamente con sus gentes, yo tengo una teoría (que es sólo eso: una teoría, pero de la que estoy bastante convencido). El pueblo rapa nui fue siempre uno solo, que llegó a la isla en canoas precarias, proveniente de algún lugar de la Polinesia (sus rasgos lo confirman). Parece demostrado que esta llegada tuvo lugar en torno al Siglo X. Thor Heyerdhal demostró en 1956 que era posible alcanzar la isla en una balsa de madera, en la famosa aventura de la Kon-Tiki, llamada en la lengua rapa nui Aku-Aku. Parece claro también que la civilización que instauraron y en la que se erigieron los moais, duró hasta bien entrado el Siglo XVI. Los rapa nui tenían al parecer un rey, el ariki, descendiente directo de los dioses. En un primer momento pensé en una especie de revolución laica contra ese poder divino, similar a la que encabezó Amenophis IV en Egipto, el faraón disidente que acabó con todos los símbolos divinos y hasta se rebautizó como Akenathon. Pero la explicación a la que he llegado finalmente es mucho más sórdida y descorazonadora.

El pueblo rapa nui se dividía en diferentes clanes, a pesar de su origen común. Y surgieron entre ellos las rencillas, el odio y en definitiva, una cruel guerra civil, en la que cada clan derrotó alternativamente a los otros, de forma que finalmente todos acabaron arruinados y con sus moais derribados. Un inciso: derribar un moai no es algo sencillo. Por el contrario, exige un trabajo y un esfuerzo casi igual que el de erigirlo. Esto no fue una casualidad, sino un exterminio mutuo minucioso y sistemático. Una especie de autogenocidio. Cada aldea disponía de una hilera de moais levantados de espaldas al mar y mirando a la propia aldea. Estos moais, honraban a sus difuntos y eran el símbolo del poder del clan. Tenían unos ojos de color blanco, esculpidos en coral, y una pupila roja de escoria de los volcanes. Su mirada no se despegaba de los habitantes de la aldea a los que oficialmente transmitía el mana, la energía vital para seguir viviendo (y supongo que, también, eran un elemento vigilante del mantenimiento del orden y las buenas costumbres). Por eso el furor de los enemigos en derribarlos cara al suelo, para cortar el flujo del mana y derrotar doblemente a sus protegidos. Y por eso no se molestaron en derribar a los de la cantera, que no tenían aun su ojos operativos. Aquí pueden ver un moai reconstruido por completo. Unos ojos realmente inquietantes.


Así que esta es la alucinante historia. En el siglo X unos polinesios arriban a un lugar que es la tercera parte de la ciudad de Madrid y aislado en medio de la nada, a miles de kilómetros de cualquier otro lugar habitado. Llegan a un paraíso y en unos pocos siglos, reproducen en una especie de minúscula maqueta toda la historia de la Humanidad. Desde Caín y Abel, hasta episodios tan siniestros como nuestra Guerra Civil. Se matan entre ellos, arruinan el medio natural, agotan el entorno ecológico y se van a la mierda de forma clamorosa e irreversible. Para hacérnoslo mirar. Hasta dónde puede llegar la locura humana. Y eso es lo que está sucediendo ahora mismo (salvando las distancias) en Podemos Madrid. Realmente deprimente.

Vayamos ahora con algunos aspectos técnicos. Los moais eran tallados in situ en la cantera única de la isla, en donde había una piedra volcánica muy porosa y fácil de trabajar. Pero, en pleno Siglo X y siguientes, estas gentes estaban aún en la edad de la piedra. No conocían los metales. Usaban para esculpir sus gigantescas estatuas una  especie de lascas de basalto muy duro, de las que se conservan muchas, que se pueden ver en el único museo de la isla. Tallada la estatua, había que ponerla de pie, para lo que se recurría a cuerdas trenzadas con lianas de los bosques. Y luego había que trasladarlas a su ubicación definitiva, junto al mar y mirando hacia adentro. ¿Y cómo se hacía esto? Recuerden que estamos hablando de unos bichos de unos 11 metros de alto y más de 80 toneladas de peso (en la cantera se encontró uno a medio esculpir de 21 metros, que es conocido todavía como El Gigante). 

Durante años se especuló con que los rodaban sobre troncos de madera y que de ahí vino la severa deforestación. Ahora se tiende a pensar en otra cosa. Las estatuas tienen unas hendiduras pronunciadas en las cuencas de los ojos y bajo la nariz. Aquí se ajustaban sendas cuerdas de las que  grupos de nativos a ambos lados tiraban alternativamente, induciendo un movimiento similar al que se hace cuando se quiere desplazar una pesada nevera, y parecido también al desgarbado paso de los pingüinos. Un movimiento lento pero que no ponía en peligro la integridad de la escultura, hecha en una piedra de cierta fragilidad. Ya en el emplazamiento definitivo, se le añadían los ojos de coral, las pupilas de escoria y unos tocados altos de la misma escoria, que equilibraban la proporción. En el otro extremo de la isla se puede encontrar la segunda cantera, la de la escoria rojiza, donde quedan sombreros de los moais. Eran cilíndricos, lo que permitía trasladarlos rodando.



Existen también otros lugares de interés en la isla, en donde se han vuelto a poner de pié algunos moais. Thor Heyerdhal levantó algunos. Una expedición científica japonesa repuso una hilera completa en su disposición original, mirando hacia adentro de la isla, que se puede contemplar en Tangariki. Y hay otra hilera más en el lado opuesto de la isla, junto a la playa Anakena, estos tocados con sus sombreros reglamentarios. Aquí unas imágenes de ambos grupos.


Y qué pasó cuando llegaron los occidentales. Pues, como de costumbre, que las cosas fueron a peor. Esclavistas peruanos se llevaron a miles de nativos para venderlos en el puerto de El Callao. La sífilis y el alcoholismo hicieron el resto. En torno a 1890, el Estado de Chile adquiere la isla. En ese momento quedan unos 100 rapa nuis. Chile libró a los nativos de la amenaza de la esclavitud. Pero sólo para confinarlos en una especie de reserva en un extremo de la isla, en donde actualmente están el pueblo más grande, Hanga Roa, y también el aeropuerto. El resto de la isla lo arrendó a una compañía ganadera británica, que la llenó de ovejas. Durante la primera mitad del Siglo XX, Isla de Pascua fue el principal proveedor de carne de toda Latinoamérica, carne que se exportaba primero en barcos y luego en aviones. Durante la Segunda Guerra Mundial, Chile intentó vender la isla al mejor postor, ofreciéndola a los nazis, los japoneses y los yanquis. Todos le concedían una importancia estratégica de primer orden. Pero la codicia y el chalaneo del gobierno de Chile hizo que finalmente los tres compradores potenciales se mosquearan y eso frustró la lucrativa operación. Los rapa nui sólo pudieron librarse de su confinamiento y tener libertad para moverse por toda la isla en 1965. Hasta ese año tan reciente, en las escuelas de la reserva se enseñaba sólo en español.

Es decir, que el pueblo rapa nui se ha librado hace nada de esa calamidad histórica que les perseguía desde que se mataron entre ellos y se derribaron los moais unos a otros. En 1995 la isla fue declarada íntegramente Patrimonio de la Humanidad. Pero el dinero que da la UNESCO para su conservación lo administra íntegramente la región de Valparaíso, a la que está asignada. Los 80 dólares de la entrada al parque sí se reinvierten en su conservación, pero sólo desde hace año y medio. Es entonces cuando se cedió la gestión del parque a la administración local autónómica. Hasta entonces, se cobraba una entrada que valía para tres días. Los rapa nui la han subido mucho de precio, mediante el truco de hacerla válida para diez días (nadie se queda allí diez días) Y permiten repetir todos los enclaves cuantas veces quieras, con una sola excepción: la cantera Rano Raraku, es decir, lo que todos repetiríamos si nos dejasen.

Ahora mismo viven en la isla 8.500 habitantes. Más o menos la mitad son rapa nui. El resto, chilenos, norteamericanos y europeos que gustan de vivir en un lugar como este y no sufren de claustrofobia insular. Estos regentan bares y chiringuitos, viven de los turistas y montan grandes juergas nocturnas, como en cualquier lugar tropical. La gasolina que surte a las dos gasolineras que hay cerca del aeropuerto proviene  de unos tanques que se rellenan periódicamente. Viene un barco petrolero y un buzo se sumerge y le enchufa un tubo directo a los depósitos. Hace apenas dos años que tienen Internet y, como ya les dije, de una calidad bastante mala. No hace falta que diga que los rapa nui no se sienten chilenos para nada, sino polinesios. Sus señas de identidad son ahora respetadas, la enseñanza es bilingüe y todos son moderadamente independentistas, una aspiración legítima (no como la de otros que se inventan que les están puteando). Es algo que te dicen con la boca pequeña y con mucha cautela porque son conscientes de las dificultades que tendrían si siguieran solos. Su prioridad ahora es que la gente joven se forme, acuda a universidades lejos de la isla y practique deportes, porque el alcohol y las drogas son una amenaza cierta y se ve por allí a tipos muy pasados.

Hay muchas más cosas que contar de este lugar tan singular, pero no quiero alargar más este texto. Toda la costa es de altos acantilados, excepto una playa (Anakena) de arena muy blanca, en la que nos dimos un buen baño para probar las frías aguas del Pacífico. Los caballos son libres, tienen pastos para aburrir y forman parte del paisaje de la isla al que le dan un punto de belleza más acentuado. Sin embargo, constituyen un problema en potencia, porque sólo un 10% son utilizados para tiro o para carne y el resto empiezan a estar en situación de sobrepoblación. Me aprendí dos palabras en el idioma rapa nui: Iorana (Hola) y Mauru-ru (Gracias).

Y tuvimos ocasión de participar en el festival anual de la lengua rapa nui, el Mahana Ote Re’o. Allí, al ritmo de los ukeleles enloquecidos, bailan los adolescentes de los diferentes colegios. Es una versión menor del Tapati, el gran festival de la cultura polinesia que se celebra en febrero. Grabé varios vídeos con el móvil, pero no sé cómo subirlos al blog. A cambio, les pongo uno de hace dos años que está colgado en Youtube. Para verlo han de pinchar AQUÍ. Dura media hora y no hace falta que se lo vean entero si no les interesa, aunque es vistoso y deja muy claro que esta gente no son chilenos, sino polinesios. Hay una larga introducción, más o menos hasta el minuto 4. Es el momento en que entra la banda de ukeleles desbocados que inician el baile más frenético. Siguen después diversas canciones y coreografías. Este año la cosa no era muy diferente. Toda la gente se concentraba ante el escenario y coreaba las canciones, entre chiringuitos con fritangas, en una fiesta popular que dura todo el día.

Es cuanto puedo contarles de mi visita al remoto paraje de la Isla de Pascua. Les deseo un feliz y descansado fin de semana de otoño.