viernes, 30 de septiembre de 2016

562. Los tópicos nacionales y unos daneses birreros

Viene hoy en El País una referencia a un ranking recién publicado donde se valora la calidad de vida de los expatriados en los diferentes países, elaborado por el banco HSBC Exat, en el que se vierten (literalmente: un auténtico vertido) una serie de tópicos sobre nuestro país, que ya empiezan a ser cansinos; todo eso de la siesta, la impuntualidad, la informalidad, los piropos, etcétera. AQUÍ tienen el artículo en cuestión, por si quieren echarle un vistazo, aunque sea en diagonal, pero ya les advierto que no se van a perder mucho si no lo leen. Esto de los rankings es un asunto muy de moda, hay centenares de ellos valorando distintos conceptos y, detrás de cada uno, hay una empresa cuyo único objetivo es elaborar y mantener ese ranking. Cosas de los tiempos modernos.

Esta tontuna concreta del ranking de ciudades más o menos acogedoras para los expatriados (elaborado mediante encuestas a los propios extranjeros) no se merece una réplica en mi blog, pero se la voy a dar, porque creo que en nuestra ciudad los extranjeros viven muy bien y, los que le cogen el punto, ya no se van nunca. En primer lugar, insistiré en algo que ya dije en el blog: el banco HSBC se esconde tras unas siglas (prueben a buscar su significado en Google y verán qué difícil resulta), porque si dijera su verdadero nombre, nadie en su sano juicio metería allí su dinero. ¿Lo están buscando? ¿A que no sale en ninguna parte? Bueno, pues ya se lo digo yo. Esas siglas corresponden a Hong Kong & Shanghai Banking Corporation. Un nombre que, a mí al menos, me da bastante miedo. Por eso lo ocultan.

Respecto a nuestra informalidad, impuntualidad e ineficiente burocracia, me basta con poner unos ejemplos. El 2 de enero envié una transferencia internacional por valor de 190€ a la Sparkasse de Leipzig, oficina central, para pagar la matrícula de mi hijo Lucas en el máster. Ese dinero nunca llegó a la Universidad. Mi banco lleva desde entonces reclamándoselo a la Sparkasse sin resultado. Lucas tuvo que hacer el pago con su dinero, porque le amenazaban con expulsarle de la Uni por impago. Leipzig es parte de la antigua Alemania del Este, y allí se une la cabezonería tradicional teutona con la ineficacia de un país postsoviético. Respecto a la reclamación a Air France por los gastos derivados de la pérdida de mi maleta en Piter, mucho me temo que va por el mismo camino y ya le dedicaré un post específico cuando tenga ganas. Esos son los eficientes europeos que se permiten mirarnos por encima del hombro.

Y viene a cuento también la historia de los daneses birreros, que me dispongo a contarles. Una historia verdaderamente surrealista. Resulta que, desde antes del verano, la embajada de Dinamarca en Madrid llevaba preparando la visita de un grupo de importantes inversores inmobiliarios de su país que querían que se les contase el contexto del mercado de la vivienda en nuestra ciudad. Su idea inicial era visitar la Operación Chamartín (un erial lleno de vías sin un diseño todavía decidido) pero, a través de nuestro contacto en la embajada, un chaval avispado que atiende por Mikkel, les convencimos de que no era una buena idea y les organizamos un programa distinto para la mañana de anteayer miércoles.

El programa se componía de una primera conferencia a mi cargo, sobre el contexto y la historia del planeamiento en Madrid, una segunda del Consejero Delegado de la EMV contando la política municipal de vivienda, una visita al barrio en construcción de Valdebebas y otra más a Madrid Río. Venían 40 personas y el horario era de 9.00 a 16.00. La comida la resolvían con unos bocatas en el bus, algo llamativo para nosotros, pero común entre los nórdicos. No es la primera vez que me toca acompañar a un grupo que ha encargado un picnic en el mismo parque del río. El nombre del grupo era Realkredit Denmark Delegation, que suena bastante imponente. Así que el miércoles estaba yo en el curre a las 8.45 bien maqueado y compuesto, con mi mejor traje de entretiempo, dispuesto a recibir a tan importantes caballeros de la envidiada Dinamarca, donde sabido es que todo el mundo mea colonia.

A las 9.30 no había noticias del grupo. Llegaron, en efecto, a las 9.45 y empezaron a subir por la amplia escalera del edificio con paso cansino. La mayoría eran tipos de edad mediana, seguramente más jóvenes que yo, del tipo vikingo grandote barrigudo y con bigote, vestidos con camisetas desteñidas, chanclas y bermudas, piernas peludas al aire, medio afeitados hace varios días y a ritmo tropical. Como si vinieran a la playa. Se acomodaron como pudieron y empezó la cosa. OJO AL DATO: ¿saben cuantas mujeres venían en el grupo? Respuesta: ninguna. 40 inversores de la simpar Dinamarca, modelo de igualdad de género: todo tíos. Les pregunté si eran de Copenhague y dijeron que no. Ya lo sabía, era sólo por comprobarlo: eran unos auténticos garrulos. A las 10.15 asomó por la puerta el capitoste de la EMV y me apresuré a cortar el rollo. Estos tipos no se merecían más que una faena de aliño.

Me fui al despacho mientras les hablaba el de la EMV y esperé. Después fueron al baño y bajamos al bus en dirección a Valdebebas, la única promoción que siguió trabajando en los momentos más duros de la crisis, el único lugar de Madrid donde se veían grúas en 2008. En la sede de la promoción, tienen una maqueta muy espectacular y una pantalla donde les pusieron una serie de proyecciones. Me quedé al fondo y allí me abordó uno de los más gordos, que salía a la puerta a fumar. Con su aliento apestoso, me hizo una serie de preguntas bastante insultantes. Cómo se resolvía el suministro de agua a un nuevo barrio. No tenemos problema de agua en Madrid –le dije. Sí, pero es un país muy seco este, por lo que sabemos. ¿Ha probado usted el agua del grifo en su hotel? Es muy buena ¿no? Otra: ¿cómo resuelven la seguridad del barrio? ¿Tal vez van a construir un muro alrededor? No señor, todos esos parques y calles son públicos y están abiertos, este es un país seguro.

Estos paletos tal vez se creían que venían a Sudamérica. A las 12.30 les trajeron los bocatas allí a la puerta del edificio. Había bolsas con cerveza y alguna con agua. Me preguntaron de cuál quería y dije que con cerveza, lo que me valió una pequeña ovación. Cada paso que dábamos suponía un nuevo retraso, era como mover a un grupo de elefantes. Cuando ya nos subíamos al bus, apareció Mikkel con su coche y se disculpó: había tenido que atender otra visita a primera hora. Se ofreció a llevar de vuelta a la oficina a un compañero que había venido a ayudarme y quedamos con él en Príncipe Pío, debajo de la gran bandera europea. Llegamos al punto de encuentro, despedimos al bus y yo me quedé con el teléfono del conductor para llamarle cuando se cansaran, porque ya presentía que no íbamos a hacer el recorrido completo. Mikkel se retrasaría un poco, porque además de dejar al compañero tenía que aparcar, etcétera, así que empecé a contarles el proyecto bajo la bandera.

Al poco, el que ejercía de líder del grupo decidió que empezásemos el paseo sin esperar a Mikkel. Pregunté si lo habían avisado y dijeron que no pero que daba igual. Bajamos al parque y, en el Puente del Rey, hice un pequeño corro para explicar alguna cosa más. Ya allí me pareció que el grupo se había reducido bastante. Enfilamos hacia la Huerta de La Partida y les conté algunos detalles más. El grupo perdía unidades por momentos. Llegamos a la Avenida de Portugal y observé que otros cuatro o cinco se desentendían de mí y se iban hacia el río. Pensé que iban a los aseos de un bar restaurante que hay allí mismo. Pero, cuando bajamos, no estaban. Y fue ver la terraza del bar y ponerse todos a juntar mesas para acomodarse. Llegó el camarero y le pregunté si podíamos ocupar tantas mesas para tomar una cerveza, porque se trata de un restaurante. Sin problemas. Pedimos dieciséis cervezas dobles. Apenas habíamos iniciado el recorrido por el parque y yo tenía el compromiso de seguir con ellos hasta las 16.00, según el programa. Pero no era mi problema si perdían el tiempo.

Empezamos a confraternizar. Les pregunté dónde estaban los demás y me dijeron que tenían que descansar para el programa de la noche. ¿Y cuál era ese programa? Pues más de la mitad del grupo iban luego a ver el partido Atlético de Madrid-Bayern de Munich. ¡Pero si hace tiempo que se agotaron las entradas! –dije ingenuamente. No hay problema, nosotros las compramos por Internet hace más de un mes. O sea que venían a eso. La política local de vivienda se la sudaba ampliamente. Les pregunté de dónde eran exactamente. Daneses. Ya, pero ¿son ustedes una especie de asociación de toda Dinamarca? No, no. Somos de un sitio concreto. ¿De cuál? Pues de Uuuudn. ¿Cómo dicen? Uuuudn. En su inglés de acento alemán sonaba así. Pero ¿qué es Uuuudn? –les pregunté– ¿Una ciudad, una región? Respuesta: es una ciudad y es una región y es una isla. Era realmente complicado entenderse con estos patanes.

Saqué un papel y un boli y les pedí que me escribieran el nombre de su ciudad. Era Odense. La ciudad dedicada al dios vikingo Odín. Luego he visto en Google que Odense tiene unos 180.000 habitantes, o sea, que es más pequeño que La Coruña. Pero los coruñeses no somos tan garrulos. Creo yo. Me contaron que su ciudad tiene dos motivos históricos de orgullo. Uno, que allí nació Hans Christian Andersen. El otro, que el Odense Club de Fútbol vino una vez a Madrid y le ganó 0-2 al Real Madrid, eliminándolo de la Copa de Europa, acontecimiento que todavía se recuerda en la región. ¡Y eso que en el Real jugaba Michael Laudrup, el mejor jugador danés de la historia! ¡No es posible! –exclamé. Tiraron de móvil y lo buscaron. Fue en 1994. El Odense, un equipo de ínfimo nivel, venía de perder en la ida 2-3. El entrenador Valdano dio descanso a varios titulares. Hacia el minuto 80 les metieron un gol y en el 90 cayó el segundo que los eliminaba.  

Ya nos habíamos acabado la cerveza, así que llamé al camarero para que nos trajera la cuenta, a ver si empezábamos de una vez nuestro recorrido por el río. El hombre abrió los brazos perplejo y dijo: –¡Pero si me acaban de pedir otras dieciséis cervezas! En fin, yo ya me relajé. Me contaron que los que no iban al partido habían reservado un restaurante junto a la Plaza Mayor para cenar un cordero. Alabaron la cerveza, pero dijeron que la danesa era mejor y entonces decidí tocarles un poco las pelotas. Les dije que la Carlsberg era muy buena, que yo había visitado la vieja fábrica de Copenhague con mis hijos pero que, en mi opinión, las mejores cervezas eran las checas y las belgas. Estuvieron de acuerdo, pero aportaron un dato: Dinamarca es el lugar del mundo donde más cerveza se bebe. Me lo creo.

No me sorprendió que dijeran que no querían ver el río. Ni yo pretendía enseñárselo ya. Pregunté si habían avisado al conductor para que volviera a Príncipe Pío. Se la sudaba; ellos habían decidido volver andando al hotel, que estaba cerca de la plaza de España y lo encontrarían con el Google Maps de sus móviles. Así que le llamé yo al conductor. Nadie le había dicho nada y nos estaba esperando por allí. Le dije que se fuera a su casa, que su trabajo se había terminado. Once de los presentes tomaron el camino del hotel. Eran de los que iban al fútbol y debían recoger sus bufandas, imagino que del Bayern. Los otros cuatro se pidieron una tercera doble, para irse preparando para el cordero. Yo subí hasta la estación de Príncipe Pío y tomé un tren a casa. Eran exactamente las cuatro de la tarde y necesitaba descansar un poco y comer algo antes de mi taller de inglés. Así que ya ven lo que eran estos daneses birreros y paletos. Unos patanes. No me extraña que ninguna mujer quisiera venir con ellos. Eran como esas peñas gastronómicas de los vascos. Y esta es mi moraleja: no se sientan menos que nadie. Los españoles somos una gente cojonuda. Y más educados que muchos extranjeros. Que pasen un buen finde.   

miércoles, 28 de septiembre de 2016

561. Para terminar: las imágenes de Piter

Hoy no tengo demasiadas ganas de escribir y, por otro lado, algunos lectores me han reclamado que ponga más fotos de mi maravilloso viaje a Piter. La verdad es que tengo fotos a cientos, pero me ha parecido más interesante escribir textos y creo que he contado todo lo sucedido bastante fielmente. Pero es cierto que la potencia de la imagen no tiene nada que ver con lo que se puede contar por escrito. Así que les voy a poner una selección de las imágenes que complementan el relato de estos días en la ciudad rusa más cosmopolita y europea. Para empezar, algunas imágenes del Congreso de la ACUUS. En esta pueden ver la primera fila, la de los importantes, aplaudiendo al Presidente de la asociación, el griego con cara de monolito de la Isla de Pascua. De izquierda a derecha, el vice-gobernador de Piter que habló sobre el Metro, el propio Gobernador, Jacques Bessner, el japonés Kishii, mi amigo Yingxin Zhou de Singapur, Clement Demers, de Montreal, Evasio Lavagno y un asiático no identificado.

El Gobernador inaugurando el Congreso


Aquí un par de imágenes del menda lerenda desarrollando el speech totalmente concentrado



Sergei Alpatov y Jacques Bessner siguiendo atentamente mi speech. El segundo con su letrero de 5 minutos preparado para mostrármelo en cuanto me extendiera más de lo acordado.


Yingxin Zhou durante su intervención en la sesión inaugural.


Vladimir Kolotarev, Meritorious Architect of Russia, durante su magnífica intervención en el panel.


El gran Rashid Mangushev.


Evasio Lavagno, aburrido mientras ejercía de moderador del segundo panel.



El equipo de azafatas del Congreso. Mi adorada Svetlana luce pequeña al lado de las dos gigantas que la ayudaban, ambas presuntas jugadoras de basket.


Pasamos ya a algunas fotos de la ciudad. Para empezar, una boda en el Palacio de Catalina la Grande. Se puede observar que algunas rusas no esperan a los 30 y a casarse para ponerse orondas.


Aquí la tienda de Zara en la Nevsky prospect.


Una hermosa fachada de iglesia vista desde la Nevsky Prospect


Y aquí la fachada más de cerca. Resultó ser una iglesia armenia y, por tanto, de culto católico. Entré y asistí al final de una misa con unos cánticos preciosos.


Una estatua de Dostoievsky, en la esquina donde supuestamente vivía Raskolnikov.


La fachada del mítico Money Honey, el primer lugar en que se empezó a tocar rock tras la caída de la Unión Soviética.

Por último, las fachadas de un Burger King y un Macdonalds, con los letreros en ruso. Sean felices.



lunes, 26 de septiembre de 2016

560. Algunas consideraciones sobre Rusia y los rusos

Bien, después de pasar una semana en San Petersburgo, creo que se pueden hacer unas consideraciones sobre lo que he visto (llamarle reflexiones a lo que sigue sería un ejercicio de petulancia). Hace 25 años la Unión Soviética se vino abajo de forma estrepitosa. El país hubo de reconstruirse sobre las bases de un sistema capitalista para el que los rusos no estaban preparados ni formados. El derrumbe del anterior sistema supuso un trauma colectivo del que poco a poco van saliendo. El nuevo sistema conlleva una diferencia de clases que antes no había. Ahora hay una clase alta que está literalmente forrada, y también gente muy pobre, que antes no existía. En el sistema soviético, la gente estaba igualada a la baja, en un nivel de pobreza digno, que te garantizaba trabajo, vivienda, salud y educación. Ahora todo esto hay que peleárselo, como en cualquier otro sitio del mundo.

La desigualdad es también geográfica. En Moscú y en Piter se vive bastante bien, pero el resto de Rusia está bastante depauperada, tal como me contó mi amigo Alexander, el ruso de Sigüenza. Colectivamente, el país progresa, pero hay gente joven de provincias, como este Alexander, que quieren vivir bien ya, no pueden esperar. Por eso emigran a las dos grandes ciudades y, el que puede, se va fuera, algo que no es nada fácil. Y, dentro de las dos grandes ciudades, me comentaron que Moscú es un lugar mucho más duro, donde hay muchos más mendigos y te roban o te atacan con más facilidad. En Piter, te puede pillar algún mangushev que te robe la cartera sin que te enteres. Pero no es un lugar violento. Así que, realmente yo he estado en un lugar que es la crême de la crême. Del resto del país no puedo opinar, porque no lo conozco.

En Piter, la gente joven trabaja y está contenta. Las mujeres rusas gustan de casarse jóvenes, antes de volverse feas (luego profundizaremos en esto) y tienen niños en cuanto pueden. Se ven muchas parejas vestidas de boda haciéndose fotos junto a los monumentos. Esta gente  casi no conoció la situación anterior y están libres de traumas. Entre los jóvenes con los que pude hablar (Svetlana, Natasha y algunos otros), se capta un sentimiento de admiración y orgullo por la vieja Rusia imperial, por el esplendor de los zares. Y se habla del período soviético con mucha naturalidad, como algo que sucedió y hay que asumirlo. Nada que ver con nuestra relación con el franquismo, que nadie quiere mirar de frente, parece que nunca sucedió y se echa en falta un acercamiento riguroso, que analice de forma desideologizada un período que tuvo sus cosas buenas y malas. Los rusos hablan con la misma naturalidad de los actuales oligarcas, mafiosos y gangsters, como algo que está sucediendo y hay que admitirlo.

Y, sin excepción, la gente adora a Putin. Es la persona que ha restaurado el orgullo patrio. Este señor, incluso ha conectado con la heredera de los zares, la gran duquesa María Vladimirovna Romanova, que vive en Madrid donde nació, y a la que Putin invita a los actos protocolarios de mayor alcurnia y tronío. No sólo eso, sino que a su hijo Jorge le ha buscado una colocación como representante ruso en Bruselas. AQUÍ pueden consultar una entrevista con esta señora, que ya anticipaba su acercamiento al gobierno ruso, acercamiento que, me consta, se ha producido ya. Algo parecido ha sucedido en Rumanía, con el heredero del trono, un anciano que vive en su país desde hace bastante tiempo. El sueño de Putin es devolver a Rusia a su posición dominante en el mundo.


La gente joven de Piter es activa, trabaja, vive la vida, se divierte. La ciudad está en los circuitos. Hay buenos clubes de jazz, como el Jimmy Hendrix Club, y lugares míticos del rock, como el Money Honey, que se abrió en 1994, por lo que presume de ser el club de rockabilly más antiguo de Rusia. Lo vi una de las tardes en que anduve rondando la plaza Senaya y era muy bonito, pero los conciertos empezaban muy tarde para mi horario de turista solitario. Y luego está la gran discoteca A2 Club, en donde se celebran los mejores conciertos de rock con artistas internacionales (la ciudad estaba llena de carteles anunciando al grupo americano Garbage para el 15 de noviembre). Esa misma gente joven, alternativa y animosa son los que han rebautizado la ciudad, con ese nombre abreviado que algunos de mis lectores más desconfiados piensan que me lo he inventado. Les diré que la emisora que escuchan todos los conductores de bus y taxi se llama Piter FM. Y aquí tienen la imagen sobre la sudadera que le compré a uno de mis hijos. Está en ruso, pero se lee perfectamente: I love Piter.


En cuanto a los rusos, pues ya quedó dicho que son algo secos, que no tienen por costumbre sonreír a un desconocido y uno puede pensar que están siempre enfadados. Pero, una vez rota la coraza de las convenciones, pueden resultar entrañables, dentro de su estilo rudo y bárbaro. Y nos queda hablar de las rusas. Aquí tengo que reseñar una discrepancia doctrinal entre mis dos gurús. Parece claro que las rusas, hasta los 30 son una preciosidad, de las mujeres más bellas del mundo. Y luego se estropean. Según mi amigo Juanmi el Guitarrero, esto se debe a dos causas: el frío y la mala vida que les dan sus hombres, que son unos brutos. Es decir, que, si yo me trajera a una rusa aquí al calorcito del sur y la tratara con amabilidad, seguiría siendo guapa para siempre.

Mi amigo X niega la mayor. Dice que las rusas después de los 30 se afean, cierto, pero no porque se agosten, sino porque engordan y se ponen como botillos. Así que, si te traes una a España y se forra a paellas, pues igual se pondrá cual foca. El Guitarrero no está de acuerdo. Dice que, efectivamenmte, las rusas se estropean después de los 30 porque engordan. Pero eso se debe también al frío. Para contrarrestar temperaturas de veinte bajo cero, han de hacer una comida muy grasa y abundante. Así que, si te traes una a España, le vigilas que haga una dieta mediterránea y se guarde del caldo-puchero, pues puede que la cosa resulte, joder, que el que algo quiere algo le cuesta. ¿Cómo? ¿Que no saben lo que es el caldo-puchero? ¿O sea, que no se enteraron del atentado que se preparaba en Sevilla durante la fallida visita de Obama? ¡Cómo se nota que no leen El Mundo Today! Abajo tienen la reseña del suceso en esa divertida Web que subvierte la realidad sin ataduras.

viernes, 23 de septiembre de 2016

559. La Cena de Gala y el final del viaje

Bueno, hora es de que vayamos terminando con el viaje de Piter, no voy a estar hablando de ello hasta Navidad. Llevo ya una semana trabajada, he sobrevivido a la rentrée y mañana sábado estreno la temporada senderista con una excursión por el entorno de la antigua central nuclear de Zorita, en proceso de desmantelamiento, incluyendo un paseo por el poblado donde vivían los trabajadores, construido según los planos elaborados por mi admirado Antonio Fernández Alba. Bueno, admirado como uno de los mejores profesores que he tenido, y también como arquitecto, al menos hasta que puso su firma a la salida de Metro de la Puerta del Sol que la gente llama el comebolas, y hasta que salió en la prensa a defenderla, síntoma inequívoco de envejecimiento y pérdida de neuronas, que me resultó bastante patético.

El domingo tengo también un par de saraos, que me ocuparán casi todo el día de este otoño que ya hemos iniciado y que, como otros años, es la estación más hermosa en Madrid. El jueves al atardecer salí a correr por un Retiro atestado de runners (yo ansío que se pase ya esta moda estúpida, porque estamos como piojos en costura) y el miércoles me reincorporé al taller de conversación inglesa, ya de nuevo en el Martínez Bar de la calle del Barco, con una dura sesión sobre los fraseal verbs, algo que me resulta bastante arduo, aunque no es más que una cuestión de memoria. Así que he de recuperar el retraso de mi narración, que la realidad cotidiana no perdona. Retraso provocado, como ya les dije por lo mal que iba el Internet por las noches en mi ya añorado Park Inn Pribaltiyskaya Hotel. Nos habíamos quedado en que subí un rato a descansar y luego me vestí para la Gala Dinner. El Salón de Banquetes de la Primera Compañía de Cadetes no es cualquier cosa, así que me vestí en consecuencia. Abajo pueden ver mi aspecto. Daba gloria verme.  


Todos íbamos bien maqueados, a la altura de las damas con sus trajes de noche y fue cosa de ver la subida al bus que debía llevarnos al otro extremo de la isla Vasilyevskiy, donde estaba el salón de marras. Bueno, la excepción era Arik Glazer, el israelita de los cementerios. Este desagradable personaje, que había hablado por la mañana con traje y corbata, se presentó con unos vaqueros viejos y un jersey atado a la cintura. Primero creí que era una forma de protesta por el boicot informático en su conferencia, que le cambiaba de imagen cada vez que iba a señalar algo. Luego pensé que tal vez se iba desde allí directamente al aeropuerto. En cualquier caso, una falta de educación de este sujeto, que no hablaba con nadie y tomaba silenciosamente su copa de champan en una esquina del jardín, mientras consultaba su móvil. Ya lo he dicho, los aperitivos nos los sacaron en el jardín, con bien de champán. Anduve mosconeando por allí con Jacques Besner, Evasio Lavagna, Vladimir Korotaev y otros veteranos. También con mi adorada musa, la pequeña Svetlana Bukreeva, que me contó que había cena para 150 cubiertos. Ante mi sorpresa, me dijo que, entre panels y sesión plenaria, habíamos intervenido más de 60 oradores. Más la organización, los asistentes al Congreso que se habían apuntado pagando 100€ y un buen número de fuerzas vivas.

El salón para la cena estaba iluminado con una luz morada de discoteca y había un escenario con micrófonos. Las mesas eran redondas y grandes, como para diez comensales. Jacques, Evasio y sus señoras se ubicaron en la presidencia con Sergey Alpatov, más el griego con cara de estatua de la Isla de Pascua y otros. Yo acabé haciendo corro con mis amigos asiáticos, con los que ya había empezado a darle al champán en el jardín: Ian Li, de Hong Kong, el japonés Kishii y los dos de Singapur, el profesor pasota y gran bebedor Chee-Kiong Soh y la ardilla con aires de maletilla Yingxin Zhou. En la mesa había ya unas copitas de vodka y otras de vino, más la de champán que nos trajimos de fuera. Y los camareros  te las rellenaban todo el rato. Se nos sumó también al austriaco joven, que le daba al vodka que te cagas, lo que no tenía ningún efecto en su melancolía. La comida fue muy copiosa, con una serie interminable de nuevos aperitivos y un plato fuerte a elegir entre carne y pescado.

Yo me temía que los micrófonos eran para discursos, pero estaba equivocado. Los discursos se reservaban para la sesión de clausura del día siguiente, jueves. Esta noche tocaba fiesta a lo grande y muy pronto empezaron a salir cantantes de diversos estilos, que actuaban con convicción sobre un fondo orquestal enlatado. Empezaron por una serie de conocidas arias de ópera, y hasta algunas habaneras entre las que creí reconocer un bonito tango de Albéniz. Pero enseguida subió la temperatura y pasaron a las chicas con look de malota imitando a Tina Turner. A mi derecha, Chee-Kiong Soh daba palmas y gritaba ¡bravo, bravo! A mi izquierda, Ian Li hablaba a ratos conmigo y a ratos con el austriaco, que sólo sabía hablar de trabajo. Entre los vapores alcohólicos, Ian Li me dijo que había hecho unos cálculos financieros, según los cuales lo mejor era que se muriera a los 69 años, porque a partir de los 70 iba a ser una carga para su familia, que viviría mejor de su pensión de viudedad. El alcohol es lo que tiene.

La verdad es que con el estruendo no se podía hablar mucho. Se trataba de comer y ver las actuaciones. Y beber, por supuesto. En un momento dado, Chee-Kiong Soh echó la silla un poco para atrás, se repantigó y se quedó profundamente dormido (no vean cómo roncaba). Eso me permitió hablar un poco con su compatriota Yingxin, que me dijo que en la Universidad uno puede beber y eso no le impide dar unas clases de puta madre. Intentamos despertar a nuestro colega con diversos sistemas, de resultado efímero. El más eficaz fue cuando Yingxin, muerto de risa, le acercó la copa de vodka a la nariz. En una de esas, Chee-Kiong se quedó con los ojos abiertos, fijos en el infinito y roncando a la vez, algo que nunca había visto. Al final estábamos todos bastante pedo y empezamos a levantarnos a visitar las otras mesas, para las despedidas y los abrazos húmedos con olor a vodka.

Sergey Alpatov, descamisado y sudoroso, me arreó un achuchón que me hizo temer por la integridad de mi brazo aún tierno. A su lado, su traductor perfectamente sobrio me explicó que Sergey insistía en que yo era su amigo y podía volver a San Petersburgo cuando quisiera, sin congreso ni nada, que él me haría los honores y me llevaría a todas partes. La música había terminado y ya estábamos todos saliendo lentamente, entre abrazos y besos. Agarré a Jacques por los hombros y le dije: –¿Sabe qué? Que creo que la idea de invitar a alguien de Madrid a contar el proyecto del río fue de usted; ese es mi feeling. Respuesta: –Su feeling es bastante certero. Y me quedaba despedirme de Svetlana, el alma del congreso, la encantadora chiquilla que corre todo el tiempo como un pájaro. Nos pusimos cariñosos y nos pilló Ian Li con su cámara de fotos, así que no nos quedó más remedio que posar. Abajo les pongo la foto más enseñable, junto con algunas otras. En el interior del local, con la luz morada era imposible hacer fotos.

Ese fue el momento culminante del congreso de Piter. Porque el jueves la cosa decayó un poco. El panel al que me apunté a primera hora estuvo centrado en aspectos técnicos de las excavaciones, que a mí no me interesan especialmente. Intervino Vladimir Korotaev por segunda vez y Evasio Lavagno hizo de moderador con su indolencia proverbial. Tras el break koffee, la cosa no remontó. Lo mejor fue la discreta ceremonia de clausura, para la que ya no contábamos con el salón de plenos, ocupado por otro congreso, y tampoco con los traductores simultáneos, que se despidieron justo antes, cosas de los contratos. Sergey Alpatov, visiblemente agotado, hizo un discurso muy emotivo y no muy largo, condicionado por la traducción no simultánea de su escudero habitual. Le falto poco para lanzarnos besos a todos. Le dio réplica el griego Kaliampakos, que remató con una de sus bromas habituales: daba las gracias a Alpatov, que había dirigido el congreso con la ilusión de un niño pequeño y la energía del gran oso ruso. El aludido estaba ya para poca broma, poquita broma.

Y no nos dio tiempo ni a comer, porque a las 3 de la tarde nos esperaba un bus para llevarnos a Pushkin, la otra visita guiada que yo había pagado. Ya adelanto que me equivoqué. Yo pensaba que sería un recorrido por el propio Piter, por el barrio donde había vivido el escritor. Pero se trataba de salir a una pequeña ciudad, a 22 kilómetros, así llamada porque Pushkin estudió allí y los soviéticos la cambiaron de nombre. Lo que íbamos a ver era el palacio de Catalina la Grande, que es ciertamente impresionante, pueden ver imágenes en Internet. Pero se tarda una hora de carretera, dos horas más para verlo y cerca de hora y media para volver, por el atasco de la hora punta, todo eso sin comer. De haberlo sabido, me había quedado callejeando por Piter. Lo mejor, los comentarios de la guía, de edad mediana y un punto melancólica.

En el viaje de ida nos fue describiendo los barrios de vivienda pública de la era soviética que íbamos atravesando y nos explicó que, en estos momentos, los más valorados a nivel de mercado inmobiliario eran los de la época de Stalin, más grandes, bien construidos y con los techos más altos. Después, el señor Kruschev tuvo que empezar a hacer economías, y los del tiempo de Brezhnev eran directamente una porquería. En cuanto al palacio de Catalina, los nazis lo arrasaron y tardó mucho en reconstruirse. Lo hicieron los soviéticos, que no lo pudieron abrir al público hasta los sesenta. Ahora se usa para alojar jefes de Estado y hacer recepciones importantes y conferencias internacionales. Y con la misma naturalidad que nos estaba contando lo anterior, añadió que también lo usaban los oligarcas y mafiosos para sus fiestas; que Elton John había tocado para ellos al menos dos veces.

Bien, volví a mi restaurante del hotel y me tomé otra de mis sopas y un plato de pasta de buen tamaño, con medio litro de cerveza checa. Y el viernes lo dediqué a callejear por la ciudad. Visité la fortaleza de San Pedro y San Pablo, al  norte del Neva, que fue utilizada como cárcel hasta 1917 y en donde estuvieron presos, nada menos que Bakunin, Trotsky y Dostoyevski, entre otros ilustres. De allí crucé caminando a la isla Vasilyevskiy y al centro. Recorrí los lugares y los barrios que ya conocía, me senté en los almacenes Eliseus a tomarme un Ivan chai, que es el té más típico de los rusos, con un pastelito de limón, hice varias compras de souvenirs y me volví a cenar al hotel. Y el sábado, tenía vuelo por la tarde, pero debía dejar la habitación a las 12. Dejé las maletas en la recepción y me fui a caminar por la isla Vasilyevski, una zona suburbial, donde la gente circulaba ocupada haciendo compras y llevando a los niños a sus actividades deportivas de sábado.

Me tomé el último té en una terraza frente al Neva y regresé. A las 14.30, como un clavo, me esperaba en la puerta un taxi contratado por Svetlana el día antes. Mi amiga me explicó que ya no me podía poner a una azafata que me acompañara, porque el congreso se había acabado y el contrato de las chicas también. Y añadió que, si tenía el menor problema, la llamara al móvil y la pasara con el conductor para que le cantara las cuarenta. No fue necesario y llegué al aeropuerto, donde hube de pasar cuatro controles de seguridad antes de llegar a la zona impersonal de todos los aeropuertos, con tiempo de tomarme un bocata con una Heineken. La escala, esta vez en Ámsterdam, fue sin ningún problema y llegué de anochecida a Madrid. Tal vez en unos días les resuma algunas conclusiones e impresiones generales sobre Rusia. Entre tanto, que pasen un buen fin de semana. Les dejo con las fotos prometidas de la gran Cena de Gala.

Con mi amigo de Hong Kong, Ian Li, a la puerta del Salón de Banquetes de la Primera Compañía de Cadetes. Al fon do, al otro lado del Neva, la Catedral de San Isaac.


Mis amigos de Singapur y colegas de mesa: Chee-Kiong Soh antes de quedarse dormido y Yingxin Zhou brindando con él con sus dedalitos de vodka.


Antes de salir, junto con Kishii el japonés y el bueno de Evasio Lavagno.


Y aquí con la encantadora Svetlana.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

558. El Congreso de Piter II

Bueno, aquí me tiene reincorporado a la rutina laboral. El lunes llegué a la hora, pasé mi tarjeta de fichar por el lector de códigos y los tornos se abrieron para mí. Era el 19 de septiembre, siete meses justos tras mi accidente en el Metro. Mi sensación en ese momento fue que el 19 de febrero, día de mi 65 cumpleaños, salí de mi casa en dirección al trabajo, con mi bolsita de chocolates Cadbury y me había costado siete meses llegar a mi destino. Por ahora las cosas van bien. Me sorprende lo largas que son las mañanas y lo que cunden. Y hay algunas novedades positivas. Tengo despacho propio. A mi horario le han quitado la media hora extra que nos impusieron en el marco de los recortes de Rajoy, que no servía para nada pero daba por culo, como he explicado mil veces. Por ejemplo, si ahora llego un día a las 8.15, me puedo ir a casa a las 15.15, una hora civilizada. También nos han devuelto la reducción horaria veraniega durante tres meses, aunque yo no la disfrutaré hasta el año que viene. Dicho esto, continúo con el relato de mis aventuras petersburguesas, que tengo a medio contar.

El jueves 14, como ya sabía que hasta las 10 no empezaban las conferencias, me quedé remoloneando en la cama y no bajé a desayunar hasta las 9.30. Mi sorpresa fue que en la breakfast room me encontré a la mayor parte de mis colegas: los canadienses con sus señoras, Evasio el italiano también con señora, los dos de Singapur, mi amigo japonés Kishii y hasta los dos vieneses, que desayunaban juntos con su gesto tétrico. Todos habían tenido la misma idea. Por cierto, al mayor de los dos vieneses, el calvo, ya no lo volví a ver más, yo creo que se volvió a su país después de desayunar. Este segundo día era en formato panel, es decir, que había tres series simultáneas de speakers, cada una en una pequeña sala, equipada con traducción simultánea, pero sin la solemnidad del salón de actos. Los conferenciantes de los panels contaban sólo con 15 minutos. Menos mal que a mí me catalogaron de keynote speaker; yo con 15 minutos no tengo ni para empezar.

Elegí el panel 1, siguiendo la sugerencia del israelí de los cementerios subterráneos y me encontré que todos mis amigos del día anterior habían hecho la misma elección, tal vez era el más interesante. Prescindo de contarles todas las intervenciones y me centraré en cuatro de ellas. El moderador y primer interviniente, era un ruso de aire respetable, satisfecho de su propia respetabilidad, completamente rapado y con una papada digna de Manuel Azaña. Se llama Vladimir Korotaev y en el programa figuraba como meritorious architect of Russia. Estaba allí sentado el primero, enfundado en un traje gris impecable, con una pierna cruzada sobre la otra y mostrando una cierta impaciencia por empezar, trufada de miradas irritadas a los que seguían entrando retrasados, como yo.

Localicé a mi amigo de Hong Kong, Ian Li Kam Wa, me senté a su lado y me puse los auriculares de la traducción simultánea. A mi otro lado llegó el japonés Kishii Takayuki y Korotaev lo fulminó con una mirada glacial, antes de decir en inglés que empezaba ya, porque estábamos perdiendo un tiempo precioso. Vladimir Korotaev hizo una presentación magnífica, en un ruso sonoro y grave, con imágenes de operaciones en Moscú, sobre todo, pero también en otras  partes del mundo, entre ellas una larga mención a Madrid Río, que presentó como ejemplo de buen resultado urbano. Creo que la traductora no conseguía transmitir la complejidad de los razonamientos de este señor, sobre todos los aspectos del urbanismo subterráneo.

Aspectos legales y normativos, inserción en el planeamiento urbanístico, retos técnicos, resolución de los temas de seguridad y otros. Korotaev no duda de que la ciudadanía ha de ser consultada y que la administración ha de controlar el diseño del espacio recuperado en superficie, pero (pregunta clave) ¿debe la administración financiar estas operaciones? Lo de los aspectos normativos es curioso. En España, todo el espacio subterráneo que queda debajo de un edificio se considera parte de la propiedad del inmueble. Pero el número de plantas que se permite construir hacia abajo suele estar limitado a cuatro. En cambio, en Rusia tú puedes construir todo lo que quieras, pero a partir de 5 metros de profundidad es propiedad pública. Si quieres profundizar más  de 5 metros, has de pagar por ello a la administración titular.

Cuando terminó, me acerqué a felicitarle y le di las gracias por mencionar el proyecto de Madrid (ya es raro que un tipo de tan lejos sepa algo de una ciudad española que no sea Barcelona). Hablamos un rato (maneja un inglés excelente) y me dio una tarjeta suya, en la que se lee: Vladimir Korotaev, Meritorious Architect of Russia. Debe de ser un nivel honorífico que se concede oficialmente. Korotaev siguió como moderador muy pendiente de los tiempos de cada speaker. Entre los oradores, el bueno de Evasio Lavagno. Este caballero italiano entrado en años, tenía su presentación escrita en imágenes sucesivas y se limitaba a leer lo que salía en la pantalla. Cuando terminaba de leer una imagen, pasaba a la siguiente y también la leía. No añadía ni quitaba nada. Hacía años que no veía una conferencia así, propia de los primeros usuarios de power point, que no dominaban este medio. El resultado para el oyente es soporífero. No obstante, al final le felicité, porque me cae bien y me suscita una cierta ternura. Espero que no me creciera mucho la nariz.

También intervino el gran Raschid Mangushev, que desarrolló con su voz tronante y su talante apasionado una presentación llena de imágenes de obras desmesuradas, con enormes máquinas trabajando. Se iba a la pantalla a señalar algo con el dedo y su voz se seguía oyendo sin micrófono, apoyada por gestos expresivos de sus manazas, que parecían emular el trabajo de las excavadoras. Y, finalmente, el israelí Arik Glazer, con su pinta de comercial de empresa de pompas fúnebres, salió a la palestra a contar su historia. Este tétrico personaje, trabaja para una empresa privada que ahora mismo está construyendo un enorme cementerio subterráneo en Jerusalén, donde parece que ya no tienen sitio libre para honrar a sus muertos. Además, se ve que les sobra el dinero, porque la obra es muy cara.

Y ahora sé que me abordó después de mi speach, de forma totalmente interesada, para intentar venderle el invento a la ciudad de Madrid, porque ya me ha escrito diciéndome que quiere venir aquí a hablar conmigo y con algún responsable de cementerios. Estamos nosotros como para endeudarnos otra vez con semejante idiotez, con la cantidad de suelo libre que hay por La Mancha adelante. Ya veré cómo me lo quito de encima. Por lo demás, la presentación le salió fatal, porque le fallaron los medios, era el último y tal vez el aparato se había recalentado, porque las imágenes cambiaban solas a toda velocidad, adelante y atrás, sin que él tocara nada. Tal vez eran máquinas inteligentes y le boicotearon adrede. El tipo mostró su fastidio con gestos bastante desagradables: él estaba por encima de estas minucias.

Svetlana andaba por allí todo el tiempo, atenta a todos los detalles del congreso. Svetlana se mueve siempre corriendo de lado a lado con sus pasitos cortos y llevando unas cuantas carpetas sujetas contra su pecho. A veces ha de pasar por delante del conferenciante de turno y entonces corre agachadita para no estorbar la proyección, como un gorrión estremecido. En una de esas pasadas, me encontró y me dijo que la visita al Ermitage, que yo había pedido y pagado, era a las 12. Me llevé una alegría, porque así me libraba del resto de panels del día, ya había tenido bastante con el primero. Así que, después del break coffee, me fui a la recepción. Y allí estaban otra vez todos: los dos matrimonios canadienses y el italiano, mi amigo Kishii y hasta el triste austriaco joven, ya liberado de su cenizo compañero el calvo.

Repetimos con Natasha de guía, que nos enseñó el edificio principal del museo a lo largo de 2 horas, seleccionando los cuadros a su gusto. Allí hay de todo: Goya, Velázquez, Murillo. Los italianos: Fra Angélico, Botticelli, Leonardo. Una sala entera de Rembrandt. El Ermitage es la segunda colección de cuadros más extensa del mundo, después de la del Louvre. El edificio es precioso, puesto que se trata nada más y nada menos que del famoso Palacio de Invierno, el que asaltaron los bolcheviques al mando de Lenin y Trotsky en la Revolución de octubre de 1917, obligando a salir por piernas a Kerensky, que a su vez había echado a los zares en febrero de ese año. El palacio, perfectamente restaurado, está también entonado en blanco, añil y oro. La pena es que no vimos la colección de arte moderno, impresionismo incluido, que está localizada al otro lado de la gran plaza donde estaba la concentración de camiones rojos.

Natasha es una mujer feliz, está siempre sonriente, hace bromas todo el rato, que ella misma celebra con sonoras carcajadas con su voz potente, lo que no le impide estar muy pendiente del grupo que pastorea. El bueno de Evasio estaba bastante despistado, flotaba en el museo entre la inevitable masa de chinos ruidosos e invasivos y se quedaba retrasado, absorto en algún cuadro. Un par de veces me quedé en un recodo para levantar una mano e indicarle por dónde había seguido el grupo. Al final, salimos a la calle por la fachada trasera, junto a la orilla del Neva. Natasha hizo recuento y faltaba uno. Salió corriendo hacia adentro a buscarlo. La esperamos un buen rato. Todos estábamos preocupados por Evasio, menos su señora, que estaba impasible. Seguro que se había visto más veces en similar tesitura. Cuando llegaron, Evasio le echó una sonora bronca en italiano a su mujer, que ni se inmutó: Che cosa succede? Tu dici: andiamo vedere queste rivistine, riesco a guardare le rivistine e poi, non eri più.

Me senté adelante con Natasha en el autobús de vuelta y hablamos de varias cosas. Me contó que trabaja para una empresa dedicada al turismo, con la que habían contactado los del congreso. Al día siguiente no nos acompañaría, porque libraba. Ahora venía con nosotros al hotel para liquidar lo que le debían. Le di las gracias por toda su atención con nosotros y dije que al día siguiente echaríamos de menos sus informaciones, sus risas y su alegría. Me contestó que la que la iba a sustituir era también muy buena. Al bajar del bus, le propuse que nos hiciéramos un selfie juntos y dijo ¿por qué no? Le di dos besos de despedida y, cuando se iba, le grité desde atrás: ¡keep being as you are! Sin volverse, respondió: I will.

Ahora disponía de un rato para descansar, antes de la Cena de Gala en el Salón de Banquetes del Picadero de la Primera Compañía del Cuerpo de Cadetes. Esto de la cena ya se va a quedar para el post siguiente. Les dejo de despedida la imagen de mi selfie con Natasha. Sean buenos.  


domingo, 18 de septiembre de 2016

557. El Congreso de Piter I

Esto de los congresos es un mundo aparte dentro del mundo real, por el que se mueve gente especializada que se lo pasan de puta madre, se saludan con afecto, porque ya se conocen de anteriores eventos y tienen desarrolladas unas rutinas con las que dominan todas las situaciones que puedan presentarse. Es algo así como el mundillo de los políticos, salvando las distancias: los políticos son mucho más dañinos, mientras que estos resultan al final bastante inofensivos. Para mí en general es un universo en el que me siento a gusto y que me permite observar conductas y personajes y sacar conclusiones sobre la vida y la condición humana. El martes, 13 de septiembre, me afeité, me duché, me puse mi traje negro y una de mis mejores corbatas, me tomé un té de ginseng rojo coreano, bajé a desayunar y me sumé al circo.

Entre 9 y 10 de la mañana, había un tiempo para enredar por allí, brujulear, ver la exposición aneja (bastante escueta, pero correcta), saludar y darse a conocer. Svetlana me acompañó al puesto de los técnicos para que copiaran mi presentación, que llevaba en un pen-drive. Saludé a Jacques Besner, que me presentó a Clement Demers, un colega suyo de Montreal, también veterano, aunque menos llano que Jacques, bastante estirado y todo el rato hablando de la cantidad de trabajos simultáneos que desempeña en la Universidad, la Administración y una empresa de comercio mundial (¿qué hay de las incompatibilidades?). Estaban todos preocupados porque esperaban la llegada del gobernador de San Petersburgo, que debía participar en el acto, y yo me dije: –Coño, al final voy a conocer al autor de la carta a la señora Carmena, que inició todo esto.

Un movimiento de los presentes, como si se les atrajera de pronto un polo magnético, anunció que el Governor había llegado. ¿Saben quién era? Sí. Han acertado. El  mismo que el día antes escuchaba las explicaciones técnicas sobre los camiones, excavadoras y barredoras en la plaza del Ermitage. Mantenía el gesto grave, esta vez escuchando a Sergey Alpatov, el entrañable oso director del congreso, que a duras penas lograba mantener el paso con sus tobillos maltrechos. Entramos al gran salón de actos y empezó el solemne acto. A Sergey tuvieron que ayudarle a subir al estrado, por una escalera de peldaños tamaño Piter. El saludo, de apenas 5 minutos, lo dio al alimón  con Dimitris Kaliampakos, un griego con cara de estatua de la isla de Pascua, que es el presidente de ACUUS. Por lo que vi después, este griego es como la figura política y representativa, mientras que Jacques es una especie de gerente ejecutivo. 
     
El gobernador hizo los honores, con un breve speach institucional. Estaban luego anunciados tres discursos de honor, de 20 minutos cada uno, pero el primero, alguien de Kenia, no se presentó. El griego Dimitris salió a la palestra y dominó la escena con una intervención que hubiera firmado el mismísimo Lawrence Olivier sobre la importancia de las construcciones subterráneas. Empezó proyectando una imagen de cuerpo entero de una mujer y preguntando retóricamente: –Cuál creen ustedes que es la parte más importante de esta preciosa criatura? Por un momento me temí que aludiera a los subterráneos interiores (y sus puertas de acceso). No. Lo más importante eran las piernas. La parte de abajo. Una persona no puede sostenerse sin unas buenas piernas. Todo su speach fue de ese tenor. Salvando el componente machista, he de reconocer que la intervención de este tipo tan pagado de sí mismo (con quien no crucé una sola palabra en todo el congreso), resultó eficaz para suavizar la tensión y la rigidez de los discursos anteriores.

Salió después un vice-gobernador de Piter que explicó la estructura del Metro de la ciudad y nos fuimos al break-coffee. Yo tenía que intervenir después y en ese momento era incapaz de ingerir nada que no fuera agua. Me preocupaba un tema. El atril del orador estaba de cara al público y la pantalla gigante (había otras cuatro menores en los laterales), quedaría a mis espaldas. Pero yo quería mostrar planos e imágenes y marcar en ellos determinados puntos o zonas. La primera posibilidad era que me dejasen un ratón. Pero no había ratones, este es un práctico adminículo que, no sé por qué, tiende a desaparecer. Plan B: un puntero laser. Tenían un mando combinado de tres botones, que da adelante y atrás, y enciende el laser. Me lo dejarían en el propio atril. Perfecto, pero subsistía un problema. Si yo me vuelvo a la pantalla para apuntar con el laser, mi boca se apartará del micrófono fijo y mi voz se perderá. A menos que me mantenga callado al volverme, lo cual es un coñazo para mí y para los presentes.

La solución: un micrófono de mano. Si yo tengo un micro en la zurda y el mando múltiple en la derecha, puedo salirme del atril y caminar por el escenario sin dejar de hablar, potenciando mi componente de showman. Había dos de esos micrófonos, preparados para las preguntas del público, pero necesitaban una autorización para darme uno. Busqué a Svetlana y se lo conté. Me dijo que no me preocupara. Un rato después vino un técnico y me dio el micro. La segunda parte empezaba con un discurso al alimón entre Jacques y Raymond Sterling, un profesor emérito de la Universidad de Louisiana, bastante mayor y cascado, ambos en calidad de cofundadores de ACUUS. Fue una intervención nostálgica en la contaron la historia de la asociación, con fotos de los sucesivos congresos, en las que se les veía bastante más jóvenes. Y llegó la hora de los keynote speakers, lista que encabezaba el que suscribe.

Salí a la palestra y hablé tranquilo. Desarrollé mi discurso sin prisa pero sin pausa, fui pasando mi presentación y todo fue como la seda. Jacques, desde la presidencia, me mostró un folio en el que había escrito “5 minutos”, cuando me podían faltar unos 10. Le di un poco de velocidad a la cosa pero sin apresurarme ni ponerme nervioso y acabé con una frase que ya he usado en otras ocasiones. Para desarrollar un proyecto de esta envergadura, además de un buen equipo técnico, se necesitan tres cosas: liderazgo político, capacidad de gestión y dinero en cantidad. Tal vez ustedes crean que lo más difícil de conseguir es el dinero. Desde mi experiencia les diré que no es así. Lo más difícil es el liderazgo político. Con un líder que tenga la idea y tire del tema, lo demás se consigue, de una u otra manera (¡Ay! si yo les detallara esto de las maneras). Cerré con bolshoi spasibo y recibí los aplausos discretos del público. Porque, en esta tierra, no se dan grandes ovaciones; aquí los aplausos son cortos y casi sin ruido.

El siguiente, Clement el quebecquoise, me pidió el micro y el mando cuando se cruzó conmigo; le había gustado mi invento, como es lógico. Su intervención, contando las operaciones de regeneración urbana en Montreal, fue bastante espectacular, con un apoyo gráfico muy bueno. Le siguió un tipo calvo con pinta de amargado, profesor de tecnología de Viena, que seguramente repitió una de sus clases, con imágenes llenas de fórmulas matemáticas que nadie entendía. Y de allí al lunch. Un lunch al que casi no llego, porque fuera estaba la prensa y tuve que dar un par de entrevistas, asistido por el intérprete principal de la conferencia, más otra a una televisión local. También se me acercaron varios asistentes no identificados a felicitarme. El último era un tipo con aire entre vendedor de El Corte Inglés y agente del KGB, tal como los pintaba Hitchckok. Con gesto un poco siniestro, me deslizó una tarjeta y me dijo que era de Israel (el Mossad fue lo primero que se me vino a la cabeza), que le había encantado mi discurso y que estaba seguro de que el suyo, en uno de los panels del día siguiente me iba a interesar mucho, porque trataba nada menos que del tema de los cementerios subterráneos.

Pasé al lunch, en donde me senté frente a un ruso sanguíneo, iracundo, desbordante. Me dio su tarjeta y supe que se trataba de Rashid Mangushev (los nombres son otro tesoro de estos saraos), profesor de geotécnica de la universidad de Piter. Mangushev es de esos tipos que hablan muy alto y se te echan un poco encima al hablar, de forma intimidante. Le había gustado mi speach, que le traía recuerdos de su visita a Madrid hace unos años. La zona que usted ha enseñado no está muy lejos del estadio del Real Madrid, ¿NO ES ASÍ? –me gritó echándose hacia adelante.  –No, es el campo del Atlético de Madrid. –¿Y YO QUÉ HE DICHO? (su  nariz estaba a unos centímetros de la mía). –Usted ha dicho Real Madrid y es Atlético de Madrid, son equipos diferentes. –Ah, usted perdone. Esto último lo dijo en el mismo tono que hubiera usado para cagarse en mi padre.

Antes de entrar, aun tuve que dar otra entrevista a un periodista alternativo, llamado Alexander Lobanovskiy, que fue el que me hizo más preguntas y las más inteligentes, sobre cómo se había tomado la ciudad un proyecto como ese. Era un tipo joven, con un corte de pelo punkie y aires de estrella del rock. Le dije que el proyecto M-30 se había planteado en 2003, antes de la crisis, cundo la sociedad española vivía feliz pensando que podían seguir creciendo indefinidamente. Ahora sería inviable, y no sólo económicamente.

La sesión seguía con el discurso de Yingxin Zhou, un tipo de Singapur, que es uno de los vicepresidentes de ACUUS. Es un asiático de pelo completamente blanco, edad indefinible y que habla como si se la sudara todo, al borde de la frivolidad. Mostró unas secciones verticales imaginarias, de edificios que eran verdaderos rascacielos hacia abajo, explicando que, si en Singapur no hay terreno libre, a ver para dónde coño vamos a crecer, pregunta retórica que apoyaba con un gesto repetido de abrir los brazos. Un segundo austriaco, tan raro como el anterior, pero más joven, explicó el Metro de Viena, con el tono y los gestos de alguien que estuviera contando algo muy triste.
Un segundo orador de Singapur, con aires de maletilla, joven, espabilado y listo como una ardilla, que responde al nombre de Chee-Kiong Soh, puso el contrapunto al speach de su compatriota, con una intervención realista en la que contó las obras que tiene en marcha la empresa a la que pertenece. Cerró la tarde un blanco de Hong Kong que explicó las oportunidades que el urbanismo subterráneo ofrece a su ciudad, que sufre el mismo problema que Singapur. Seguía después la asamblea de socios de ACUUS, de la que yo estaba exento, así que me subí un rato a descansar. A las 20.00 tenía uno de los actos paralelos, al que estaba invitado en mi calidad de speaker: la Board Reception.

Era ésta un paseo nocturno por los canales y ríos de Piter, con cena de pinchos y segundos platos calientes, bien regada con vinos españoles, champán, vodka y lo que quisiéramos. Un autobús nos llevó al embarcadero. La vista de los palacios y grandes edificios de la ciudad desde el barco merece de verdad la pena. Svetlana venía con varias chicas y una guía muy guapa y risueña, que dijo llamarse Natalia, aunque la podíamos llamar, como todo el mundo, Natasha. Mi amigo X me había avisado de que fuera bien abrigado a este sarao, porque lo bonito es quedarse en la cubierta, donde corre un gris importante. Dentro del barco estaba el alcohol en todas sus formas y pronto empezamos a brindar al grito de ¡Nash Dorovia! Yingxin Zhou, el singapurense pasota, se agarró un pedo importante y no paró de beber. Acabó cantando diversos himnos, como la Internacional, pensando que le hacían gracia a los rusos, craso error.

Yo me asocié con el singapurense listo y mi amigo japonés Kichi, y los tres nos lo montamos más tranquilamente. Los canadienses venían con sus esposas, lo mismo que un italiano bastante mayor, que se llama Evasio Lavagno. Las tres doñas se habían pasado el día por el centro y a una de ellas le habían robado el bolso. Cuando pensé que había cenado suficiente me salí afuera, con Svetlana y otros. Entonces se puso a caer una especie de aguanieve muy fina. La mayoría de la gente se refugió en el barco, pero ya saben que un coruñés, etc. Svetlana me preguntó si iba a entrar y, al oír mi respuesta, se caló la capucha y se quedó conmigo. Me temo que no le hacían demasiada gracia los excesos alcohólicos y los cantos de los del barco.

Natasha era la que más les seguía el rollo, ella no se quedaba atrás con el vino blanco y seguía contándonos cosas de Rusia con su micrófono, llenas de bromas que ella sola se reía con su voz de contralto. Acabamos tarde, pero Natasha se despidió en el embarcadero y se fue caminando al Metro. Es esta una ciudad en la que una mujer sola y guapa puede caminar sin peligro a altas horas de la noche. La temporada alta en Piter es en junio/julio. Ahí la noche casi no existe y se producen las llamadas Noches Blancas, nombre sacado de una novela de Dostoievski. A la una y cuarto levantan los puentes del Neva hasta las cinco y media para que entren al río los barcos más grandes, con una bajada intermedia, entre tres y tres y media, para que crucen los coches retenidos. Las parejas jóvenes, esas que ponen candaditos por todas partes, se suelen quedar al espectáculo, ahora más deslucido por la invasión del turismo masivo, sobre todo de chinos, a los que les incluyen una noche blanca en el pack. Sin embargo, nos han contado que este verano ha llovido prácticamente todos los días.

Y así fue mi primer día efectivo, y el más intenso, del Congreso de ACUUS. Escribo ya desde mi casa y les puedo adelantar que no hubo más cosas raras en el viaje, ni tuve que hacer transfers a la carrera, ni me perdieron la maleta, ni nada. Mañana empiezo a trabajar y ya veremos cuando tengo tiempo de contarles el resto de mi viaje. Desconozco cómo será mi adaptación al régimen laboral, después de casi siete meses de libertad. Y, desde luego, den por seguro que no voy a poder escribir tanto en el blog como en ese largo período. Que pasen un buen domingo.               

sábado, 17 de septiembre de 2016

556. Holgazaneando por Piter II

El lunes me levanté, desayuné y me acerqué por la entrada del congreso. A partir de las 9 podía registrarme y recoger la documentación, que venía en una bolsa de mano conmemorativa muy elegante. Andaba por allí, cuando me saludó un tipo de aspecto agradable, que se presentó como Jacques Besner, de Quebec City. Hablamos un rato: –¡Ah! así que es usted el hombre de España, etc. Jacques es de mi edad, pero cumple 66 en octubre. Comprobé con él que yo no tenía nada más que hacer en el congreso hasta la recepción oficial, que tendría lugar en el hall del hotel a las 6 de la tarde. Le dije que pensaba que el proyecto de Madrid encajaba perfectamente en la temática del congreso, centrado en situar en espacios subterráneos usos que estorban en superficie, como aparcamiento, almacenaje o incluso determinadas oficinas, liberando suelo para usos de espacio libre y servicios.

Así como al despiste, me comentó que nuestro proyecto era similar al que se había hecho en Seúl. Bueno –puntualicé–, sólo en apariencia. Si usted ve las fotos de antes y después, son muy parecidas a las de Madrid. Pero los coreanos, lo que han hecho es echar tierra encima de la vieja autopista para hacer un jardín lineal. No han construido un túnel, sino que les han dicho a los conductores que se vayan por donde puedan. Eso cuesta 300 millones de euros y no 3.000. Muy bien, me extendió la mano y siguió saludando por allí. Ya había comprobado que yo sabía del tema. En ese mismo momento tuve la sensación de que este colega me estaba esperando y conocía los documentos que yo había enviado al congreso, incluida mi presentación y mi foto. Examiné la tarjeta que me había dado y comprobé que era nada menos que el general manager de la organización ACUUS, organizadora del congreso. O sea, que empezábamos bien.

Tenía todo el día libre hasta las 6, así que aproveché para seguir conociendo la ciudad. Como había visto que el Metro es sencillo de entender, esta vez me animé a hacer un cambio de línea y salí directamente a la plaza Sennaya, para seguir hacia el Oeste. Mi camino me llevó muy pronto a la iglesia de San Nicolás de los Marineros una sobria y preciosa iglesia ortodoxa entonada en blancos y añiles que tiene el campanario como 50 metros separado del edificio principal. El conjunto se remata con una serie de construcciones auxiliares, pintadas en los mismos tonos. Tiene dos plantas, la de abajo para los bautizos y los entierros y la de arriba para las bodas y las misas. Estuve un rato dentro, de pié, como se está en los ritos ortodoxos y santiguándome de vez en cuando a la manera inversa, típica de esta congregación, que tengo ya muy ensayada de otros viajes. A ver si consigo hacerme un vídeo y subirlo, para que vean cómo se hace. Aquí alguna imagen de esta bonita iglesia.




Esta iglesia es una muestra del barroco ruso del XVIII, más fino y menos recargado que el de la otra que vi el día anterior. Regresé bordeando el canal Krioukov, perpendicular a los tres principales, vi por fuera el viejo gran teatro Mariinsyi y su nueva ampliación, aun finalizando su construcción, unidas ambas por una pasarela acristalada por encima de la calle. Entonces tomé hacia la derecha la calle de borde del canal Moika, el más cercano al Neva, hasta llegar al bar restaurante El Idiota, cuya fachada pueden ver abajo.


Allí me obsequié con un tentempié, previendo que la recepción de las 6 sería a base de manduca. El Idiota es un lugar en semisótano, lleno de butacas y mesas estilo imperio, que parece amueblado con los restos de alguna casa aristócrata desmantelada. Suena música de jazz tipo dixieland, lo atienden unas señoras de mediana edad y resulta un lugar muy agradable. Me pedí un té Earl Grey y un pancake de caviar rojo de salmón con nata fresca. El pancake era finalmente una filloa, cuya guarnición te sirven al lado, de forma que has de fabricarte tú el rollito. La casa me invitó a un dedalito de vodka, que a la una del mediodía me sentó como Dios. El lugar no era muy ruso, pero éste fue realmente mi primer almuerzo ruso. Salí tan contento y tomé el bulevar Konnogvardeiski (vaya nombrecito), para llegar a la monumental plaza de los Decembristas, a la que da nombre una de tantas asonadas revolucionarias que cada tanto se producían en esta ciudad, cosa que no es de extrañar viendo el lujo que se gastaba la aristocracia y las penurias y el frío que debía de pasar el pueblo.

Hay allí una estatua de Pedro el Grande, que pueden ver abajo. La estatua no tiene mayor interés; lo más bonito es la piedra del pedestal, que además tiene su historia. Resulta que en alguna excavación para regularizar el cauce del Neva, los trabajadores dieron con un pelouro de tamaño natural y se les ocurrió ir a ver a la entonces emperatriz Catalina la Grande, para decirle que qué bien quedaría semejante mamotreto bajo una estatua de su ilustre predecesor. La idea le hizo mucha gracia a la jefa, que rápidamente contrató un escultor para que suavizara un poco las formas de la piedra y procediera a hacer un vaciado de una estatua ecuestre de Pedro. La estatua lo representa pisoteando a la serpiente del mal.


Desde los jardines vi que en la columnata elevada que rodea la cúpula de la Catedral de San Isaac había gente. Se podía subir y la visita es independiente de la de la catedral (yo ya no quería ver más iglesias). Subí los tropecientos escalones y les prometo que la vista merece la pena. Desde arriba se ven todos los ramales del río, canales y edificios monumentales que llenan esta especie de ciudad-museo. En la plaza del Ermitage, se veía una especie de concentración de camiones de color rojo. Bajé y me dirigí hasta allí. Había toda clase de camiones de la basura, quitanieves, barredoras, sopladoras de hojas y máquinas de todo tipo, perfectamente alineadas por grupos. Y, lo más sorprendente: todas tenían al conductor en su puesto y con estaban con el motor encendido. Vean algunas imágenes. 




Pensé que podía ser una manifestación de los empleados públicos de la limpieza, una especie de demostración de fuerza. Pero no era eso. En realidad estaban en posición de revista. Lo comprendí cuando vi acercarse la típica comitiva de políticos rodeando a alguien importante, que les escucha con gesto grave. Paraban en cada grupo y le explicaban al importante las especificaciones técnicas. Los camiones y demás estaban nuevecitos, o sea que debían de ser recién adquiridos. El prohombre en cuyo honor se organizaba la gran parada se acercó lo suficiente como para que le hiciera la foto que ven abajo. Como ven, el bigote no es muy diferente del mío. Creo que yo pasaría perfectamente por ruso y, de hecho, me pararon unos cuantos viandantes para preguntarme direcciones y tuve que decirles que era foreing.


Como ven, otra de las características de San Petersburgo es que todo es desmesurado. Incluidos los bordillos. Hay que andar con sumo cuidado para no escorromoñarse en uno de ellos porque es inimaginable que sean tan altos. En fin, regresé en el Metro, caminé al hotel y a las 6 estaba listo para la recepción del congreso. Como me imaginaba, la cosa era a base de muchos pinchos de todas clases y multitud de copas de champán ya servidas. Luego, la mitad de las copas se quedaron allí, porque la cosa no estuvo muy concurrida. Hice amistad con un chino de Hong Kong, que se llama Ian, y un japonés de Tokio que se llama Kichi. Dos nuevos amigos con los que confraternicé bastante. Y por allí apareció Svetlana Bukreeva, la chica de la organización que había solucionado todos mis problemas previos. Se me presentó directamente, diciendo –Hola, soy Svetlana, como si me conociera de antes; tal vez se había quedado con mi cara en la foto que tuve que mandarle con mi currículum. Y he de decir que no esperaba que fuera tan guapa y tan agradable. Ya les pondré alguna foto suya.

También estuve un buen rato con Jacques, de quien averigüe que es una especie de alma gemela, o soul brother mío: después de muchos años de trabajar en el nivel técnico en el gobierno de Montreal, se pasó al papel de comunicador. Ahora se dedica sólo a eso, incluso se ha jubilado y vive en Quebec City, un lugar más tranquilo. Cuando le dije que mi caso era parecido, me miró desde detrás de sus gafas de montura fina y me dijo: –A lo mejor en unos años le vemos en nuestra asociación organizando congresos como este. También conocí al chairman del congreso, un ruso llamado Sergey Alpatov, una especie de oso enorme que se mueve trabajosamente arrastrando los pies porque debe de tener los tobillos fatal, lo que no le impide desarrollar una actividad frenética, siempre en compañía de un joven intérprete, porque el tipo sólo habla ruso, eso sí, de forma torrencial. En una de sus manazas lleva un gran pañuelo con el que se seca el sudor de la cara todo el rato, precaución más bien ligada a una cierta coquetería, porque con sus cejas estilo Brezhnev, es impensable que le lleguen gotas a los ojos. Sergey pasó una por una por todas las mesas altas dándonos las gracias por nuestra presencia.

Me subí al cuarto y estuve ensayando mi presentación: Como siempre en estas ocasiones, cambié el orden de las imágenes dos o tres veces, incorporé otras y me costó dejarla a mi gusto. Y, también como siempre, en algunos momentos me sumí en la convicción de que me iba a salir todo mal, iba a hacer el ridículo y les iba a echar a los presentes un rollo patatero que no les iba a interesar una mierda. Es algo innato, también me pasaba antes de cualquier examen importante. Los pinchos y el champán me habían revuelto un poco las tripas, así que bajé al mismo restaurante de las noches anteriores y me tomé la sopita de fideos y pollo del primer día, esta vez con una botella de agua, que ya tenía cubierta mi dosis diaria de alcohol con el vodka y el champán. Estaba listo para dormir con mi cuartito de Valium 5.