lunes, 29 de abril de 2013

120. Un tributo al Bar El Avión

El amigo Groucho, que hace un tiempo que no prodiga por aquí sus comentarios, me pidió en uno de los últimos que escribiera algo sobre el Bar El Avión, de Madrid, uno de los lugares míticos de los 70, donde solíamos acabar la velada los noctámbulos urbanos, en esa época crepuscular del franquismo más tardío, en que los estudiantes de provincias estirábamos la escueta paga, intentando captar algo del ambiente alcohólico y decadente de una capital aislada del mundo, en los albores de la improbable y nebulosa transición que se intuía.

Eran, aquellos, años de interregno entre el racionamiento y el estraperlo felizmente olvidados y la explosión de la democracia, entonces apenas vislumbrada. Años en que la cosmopolita Barcelona iba por delante en todos los ámbitos culturales, incluido el mundillo del rock and roll (yo hice dos viajes en tren a Barcelona para escuchar respectivamente a Elvis Costello y Bruce Springsteen, que sólo tocaban allí). La capital se rezagaba en un marasmo de inmovilismo casposo y carcunda, en el que reinaban personajes como Don Camilo José Cela, Gloria Fuertes, Umbral o los directores del cine del destape. A todos ellos era frecuente encontrarlos en El Avión.

Con la democracia, cambiaron las tornas, la capital se embarcó en la llamada movida y Barcelona cayó en las garras del nacionalismo más provinciano, del que huyeron personajes como Loquillo o Boadella y, sobre todo, el gran Jaume Sisa, asfixiado (en sus propias palabras) por la cantidad de señas de identidad que flotaban en el ambiente. El Avión sobrevivió, según leo en las escasas referencias que he encontrado en Internet, hasta el año 1994, en que se cerró de forma definitiva. Hace casi veinte años ya. No he conseguido ninguna foto del interior de aquel lugar, donde también se tropezaba uno a Sabina, Víctor Manuel, Ana Belén y otros elementos ligados a la progresía y el runrún antifranquista.

Porque, si algo distinguía a este lugar único, era su carácter mixto, el pelaje mezclado de sus clientes fijos y esporádicos. Allí coincidían fachas de gabardina con izquierdistas de taberna, jóvenes ávidos de nuevas sensaciones con viejos bujarrones y actores retirados, estudiantes de Bellas Artes con opositores a notarías, rojos represaliados con supervivientes de la División azul, monosabios y banderilleros con suecas y norteamericanas relucientes. Y todos ellos se toleraban y, a veces, se animaban a cantar a coro, sobre el fondo de piano del gran César, un virtuoso al que un desgraciado accidente de juventud apartó de los grandes salones de la música clásica y recluyó en aquel antro de borrachos, en donde sonreía y fumaba todo el rato mientras sus manos volaban gráciles sobre el teclado.

Desconozco la historia anterior de El Avión; se cuenta que durante la guerra era lugar de reunión de los aviadores republicanos y por eso estaba decorado con avioncitos de hojalata que colgaban del techo en algunos rincones, y viejas láminas amarillentas con imágenes de los primeros aeroplanos. Pero no he podido confirmarlo. Lo que sí parece cierto es que su penúltimo desempeño fue como puticlub de medio pelo, en sinergia con los cercanos antros de la calle de las Naciones, a que hace referencia Cela en alguno de sus libros. 

El Avión estaba en los impares de la calle Hermosilla, una vez cruzada Conde de Peñalver. Se accedía al local por una puerta velada con un pesado cortinón de terciopelo rojo que daba fe de su antiguo carácter de templo del vicio y la lujuria. Empujando el cortinón, se entraba en un escueto hall al que ya llegaban los alegres sones del piano. A la derecha, estaba el perchero, regentado por una señora mayor bastante pintada, que te vendía tabaco y recogía tu abrigo a cambio de una ficha de latón. Enseguida ingresaba uno en el ambiente de las viejas películas en blanco y negro, como Casablanca. El lugar tenía un punto colonial, con sus butacones desgastados, su luz mortecina, sus paredes pidiendo a gritos una mano de pintura y sus viejas láminas de aviones. Había un ruido considerable, porque allí ya llegaba la gente bastante cargada de alcohol y, en las horas punta, el personal seguía entrando aunque no hubiera sitio y se apretujaban sin dejar de vocear y fumar en un ambiente espeso en el que no se pasaba frío. Tal vez tenía ventiladores de techo, no estoy seguro. Lo que sí puedo afirmar es que el concepto “aire acondicionado” era por entonces sólo un sueño, de cuya veracidad se dudaba.

La gente venía cenada, porque lo único que había para comer eran inmensos platos de pipas y kikos. En esos años la cerveza no se tomaba como copa de después de cenar. En El Avión, lo normal era pedir gin-tonics y cubatas, ambos de un garrafón infernal. Lo que pasa es que por allí recalábamos también algunos estudiantes y poetastros de escaso pecunio, que pedíamos tímidamente una cerveza y nos abalanzábamos sobre las pipas, porque nos habíamos saltado la cena. Las cáscaras se tiraban al suelo, que era de madera vieja, de esos en los que se echaba serrín por las mañanas después de fregarlo con lejía.

César merecería un post exclusivo para él. Era mayor, de frente despejada, pelo escaso bien planchado, pantalón gris y chaqueta azul marino de codos brillantes. Tocaba una tras otra melodías clásicas, estándares americanos, foxtrots, boogies y lo que le pidieran. No miraba nunca el teclado, sobre el que sus manos volaban con el virtuosismo de un Renato Carosone. Sostenía un sempiterno cigarrillo en la comisura de la boca, sonreía medio guiñando un ojo por el humo y solía tener las perneras nevadas de ceniza. Siempre estaba contento, aunque cargaba a sus espaldas una historia trágica. Se contaba que había sido el número uno de su promoción en algún conservatorio de prestigio. Pero un día resbaló subiendo a un tranvía y las ruedas le segaron una pierna. El accidente truncó su carrera, la novia que tenía le dejó y su vida se vio arrasada en un naufragio que dio con él en las costas de la noche madrileña.

Tocaba medio de costado, porque tenía una pata de palo. De vez en cuando se tomaba un descanso, ponía un disco de vinilo y salía a la calle a tomar el aire fresco. Pero sucedía que el habitáculo del pianista estaba al lado de la barra y, para salir de él, no había más remedio que pasar por una gatera bajo el mostrador, cubierta con un tablero levadizo, a menudo lleno de platos y copas y clientes apoyados. En esas ocasiones, César avisaba que salía, se ponía de espaldas al hueco, se agachaba y sacaba primero la pata de palo en horizontal, lo que provocaba que tropezaran con ella los clientes poco atentos, con resultado de maldiciones y cagamentos estentóreos del afectado que, una vez fuera, recuperaba la sonrisa y se dirigía renqueante al exterior en busca del aire puro de la acera, en donde enseguida encendía otro pitillo.

A medida que avanzaba la noche, los borrachos tardíos pedían melodías conocidas e improvisaban letras apócrifas del estilo: “y todo a media luz / y sin ventilación / mujeres en pelotas / bailando el rocanroll”. Se cuenta que algunas noches César alcanzaba tales niveles de genialidad que era sacado a hombros por la puerta, y paseado por la calzada de Hermosilla con la pata de palo apuntando al cielo. Cuando la noche decaía y uno tiraba la toalla en el empeño de tener algún encuentro mágico, era el momento de salir afuera, canturreando por las aceras desoladas, en busca de una cama fría en una habitación barata que apestaba a tabaco, donde se gestionaba la resaca del garrafón en espera de un día con mejor suerte.

El bar cerró en 1994, cuando la veterana pareja que lo regentaba perdió el pleito que sostenía con los propietarios, que no querían renovar el alquiler, seducidos por oscuros intereses inmobiliarios. Intereses que parece que finalmente no llegaron a buen puerto. Porque, según comprobé hace unos días, en el lugar sigue habiendo un solar, cerrado con un murete anterior a la actual crisis. Las fotos que ven las saqué con mi móvil. César murió cinco días después del cierre. No pudo soportarlo. César era El Avión y El Avión era César. Su amigo el cantautor Ricardo Cantalapiedra le dedicó la sentida necrológica que aquí les adjunto.
http://elpais.com/diario/1994/04/16/madrid/766495492_850215.html
No se pierdan tampoco el homenaje que le hace otro amigo, "Espérame en el cielo", al que pueden acceder pinchando en el link que aparece en el lado izquierdo del artículo de Cantalapiedra.

En su libro Museo de Cera (Renacimiento-2002), José María Álvarez le dedica el poema Suicidio en un café cantante con estos versos de métrica emboscada:

A don César
pianista de El Avión
que al verme entrar, tocaba
“As time goes by” o “Lili Marlene” y cuando me veía
muy borracho, “Blues en Si bemol”
como Fats Waller

Mi blog está abierto a cualquiera que haya tenido la suerte de visitar este lugar único y quiera entrar a relatar sus recuerdos o sus anécdotas. Y que me indique si algo de lo que cuento es erróneo. Ya digo que en Internet no hay casi nada y mi memoria me juega a veces malas pasadas. 

sábado, 27 de abril de 2013

119. El chocolate de Matías López

Como saben, una de mis ocupaciones recientes y más celebradas es la de conferenciante, en especial en la tarea de explicar y difundir algunos de los proyectos municipales desarrollados en los últimos años. Uno de los que más veces he tenido que contar es, lógicamente, el Madrid Río. Tengo una presentación en power point, con imágenes que explican completamente la génesis, desarrollo y resultado de este proyecto tan interesante. La presentación me la he hecho yo mismo, la voy actualizando con fotos nuevas y, normalmente, la dejo correr e improviso mi conferencia comentando esas imágenes.

En la parte central de dicha presentación hay una serie de parejas de fotos aéreas, de antes y después del proyecto, tomadas desde el mismo punto de vista, que suelen ser el tramo de mi intervención que resulta más impactante para el público. Es realmente asombroso el cambio operado en esa zona de la ciudad. Pues bien, en una de mis conferencias, sabedor de que en ese momento venía lo mejor, se me ocurrió decir: “Bien, lo que van a ver a continuación es la versión moderna del lema Antes y después de tomar el chocolate de Matías López”.
Resultado: nadie se rió. El cien por cien del público se quedó con cara de póker. Es algo que me pasa a menudo: hago un chiste en público y no se ríe ni Dios. Lo que pasa es que, en este caso, no era porque la cosa no tuviera gracia. Es que nadie más que yo había oído jamás una palabra sobre ese señor. No le busquen más explicaciones, están leyendo el blog de un tipo demasiado viejo, cuyas referencias están tan anticuadas que muchas veces van más allá de los recuerdos de los más veteranos entre la gente que anda por el mundo asistiendo a conferencias.
Me lo confirmó un amigo al terminar mi charla: “Oye, cojonudo, tío, pero ¿qué era esa mierda del chocolate que has dicho?”. En fin, he buscado en las wikipedias y he encontrado información abundante sobre este caballero de finales del XIX, que fue realmente un adelantado a su tiempo. No creo haber probado nunca el chocolate que fabricaba este señor, pero a menudo escuché hablar de él a mis padres y a mi tía-abuela Lola que vivía con la familia y mantenía vivo el recuerdo de unos tiempos ya por entonces superados en la fase final del franquismo. Por si ustedes comparten la ignorancia de mi público de ese día, aquí les hago un resumen de lo que he podido recopilar al respecto. Sirva también como tributo a un tipo que, cien años antes de que empezara a usarse el término, fue un verdadero emprendedor. 
Matías López fue un empresario chocolatero nacido en 1825 nada menos que en Sarria, provincia de Lugo. Con 19 años emigró a Madrid y entró de aprendiz en una chocolatería de la capital. Poco después fundó su propia empresa y empezó a fabricar un chocolate excelente, del que llevaba personalmente muestras a las tiendas de Ultramarinos y Coloniales de Madrid, para que su calidad se conociera por el boca a boca. Su industria fue creciendo y, en 1875, adquirió una antigua fábrica refinadora de azúcar de El Escorial, en quiebra y medio abandonada, por la que pagó 75.000 pesetas por los terrenos y 125.000 por el edificio y la maquinaria. Y allí construyó una fábrica digna de las imágenes que aparecen en la película “Charlie y la fábrica de chocolate”, que tal vez hayan visto.
Pero si por algo pasó a la historia la fábrica de chocolates de Matías López, fue por haber sido la primera empresa española que utilizó técnicas de marketing, creando un cartel y envase publicitario que alcanzó una gran popularidad en todo el país. Como se ha dicho, Matías López empezó vendiendo su excelente chocolate personalmente por las tiendas y cafés de la capital. Pero su suerte cambió cuando conoció por la calle al publicista Francisco Ortego y Vereda, que hasta ese entonces se dedicaba entre otras cosas a dibujar caricaturas satíricas de Isabel II y algunos de sus ministros, lo que le costaba pasar frecuentes temporadas en la cárcel. A pesar de que tenía fama de republicano, Matías López, monárquico convencido, lo contrató por 8 pesetas, y le encargó que dibujase unos cartones de anuncio del chocolate, que pasaron a la historia como los primeros carteles publicitarios de España. Aquí algunas imágenes.



Conocido popularmente en todas las ciudades españolas, el anuncio del chocolate de Matías López significó una auténtica revolución en el mundo de la publicidad. López fue también pionero en la costumbre de añadir su foto a los envases, con una advertencia de que el auténtico chocolate de López era el que llevaba su foto. Como ven en esta otra imagen, pedía en esa advertencia que por favor se fijaran en el nombre de Matías, porque había otros fabricantes que también se llamaban López.
Matías López fue un hombre inteligente, cordial y trabajador. Su empresa daba trabajo a 500 empleados, que disfrutaban de casas dignas y espaciosas y a los que ofrecía formación gratuita para sus hijos en la escuela de la fábrica. Estableció un sistema de planes de pensiones para sus empleados y fue uno de los principales impulsores de la creación de la Cámara de Comercio de Madrid. Sus cuantiosas aportaciones a la Hacienda de la época motivaron que Alfonso XII le nombrara senador vitalicio. Al cumplirse 120 años de su muerte, el periódico El Correo Gallego le dedicó el artículo que aquí les adjunto y cuya lectura les recomiendo.

martes, 23 de abril de 2013

118. Mi aventura de escritor II

A partir de La Espalda del Hombre Dormido, escribí unos cuantos relatos más o menos largos, que también distribuí entre los amigos. Y empecé a presentarme a concursos. Mi relato nº 8,  titulado La llamada de África, contaba una historia de amor entre un ingeniero de los que construían los túneles de la M-30 y una negra guapísima del Senegal. Lo presenté al Premio de Novela Corta Encina de Plata 2008 y fue elegido finalista. No ganó, pero me propuse escribir un nuevo relato diseñado específicamente para ganar la siguiente edición de ese premio, del que había comprobado que “no estaba dado”.

Ese fue el origen de mi relato nº 9. Se titula Uno puede, por ejemplo, imaginar un personaje y habla de la difícil convivencia entre un viejo musulmán, que vende sus productos en el mercadillo de la plaza de Atocha, y su nieta nacida en España y completamente integrada en el mundo occidental. Es una historia que se va enrevesando hasta derivar en un final dramático. La propia estructura radial del entorno de la plaza de Atocha deviene en elemento central, inductor de un cierto fatalismo que lleva a todos los personajes a confluir en ella en la escena final, una forma de unificar literatura y urbanismo. Acabé su redacción agotado.

Entonces, para descansar del esfuerzo de escribir una historia tan dura y difícil, recuperé una vieja idea: contar desde dentro una carrera popular. Ese fue el origen de mi cuento nº 10 La Human Race cuyo borrador completé en unos cuantos días. Cuando se abrió el plazo de presentación del Encina de Plata 2009, tenía los dos relatos listos. La Human Race no llegaba por los pelos al tamaño requerido por las bases, así que lo estiré como pude con algunas reflexiones sobre la soledad urbana. Y los presenté los dos. El resto ya lo saben: La Human Race ganó el premio y se publicó en 2010. Estuve dos días firmando ejemplares en la Feria del Libro de Madrid, y uno en la de Badajoz. La noticia del premio salió en los periódicos coruñeses y en uno hasta me hicieron una entrevista telefónica. Un paréntesis: mi relato del moro de Atocha fue tiempo después uno de los tres finalistas del último premio Salvador García Aguilar, pero tampoco ganó: debe de estar gafado.

Pasados los momentos de gloria, algunos de mis lectores más forofos me dijeron que por qué no escribía una novela más larga. Encontré tema para ello en una visita que había hecho a mis amigos del norte de México. Me puse tranquilamente a ello, pensando que, si escribir un cuento me costaba un par de meses, pues una novela sería cosa de unos seis. Es posible que sea así para alguien que no tenga otra cosa que hacer, que se dedique a escribir de forma profesional. A mí me ha llevado tres años. Todo el tiempo sufría interrupciones por motivos personales o profesionales y, en cada ocasión, tenía que retomar el tema empezando por releer lo escrito, para acordarme de lo que ya había contado o no. En fin, los autodidactas caemos en todas las novatadas habidas y por haber.

Aproximadamente el verano pasado conseguí dar por terminada la enésima versión. La hice en un formato e-book para facilitar su lectura y no asustar a los lectores con el tamaño, porque otra de mis novatadas es que me ha salido larguísima. No caí en la cuenta de lo larga que era hasta que le di a la tecla imprimir. Por el agujero de la impresora empezó a salir una serie interminable de folios, que crecía y crecía de forma monstruosa (ya saben que al principio las hojas se inflan, que luego se aplastan y ya no parece tanto). La impresión que me llevé todavía no se me ha pasado. Tres años dedicados a un empeño y de pronto te das cuenta de que te has pasado, que te ha salido una animalada imposible de manejar y gestionar, que has perdido la medida y ese mínimo detalle convierte en inútil todo tu esfuerzo.

Tras esa primera versión en papel, sometí al texto a un par de liftings. La versión e-book sigue siendo larga, pero ya no tanto. La han leído unos cuantos entusiastas que la valoran mucho. Y debo confesar que hay otros que se han atascado por la mitad. Le puse a esta mi primera novela larga un título un tanto pretencioso: Al otro lado del horizonte de sucesos. El título no le gusta a casi nadie, pero alude a una cuestión muy interesante de la física: los agujeros negros y el hecho demostrado de que están rodeados por una superficie que se conoce como horizonte de sucesos. Uno se va acercando a esta superficie y no consigue ver nada, porque al otro lado hay un agujero negro. Pero si la atraviesas, ya no podrás salir nunca de dentro. Y el momento de cruzar el horizonte de sucesos no se nota, porque se trata de una superficie imaginaria.

El motivo me parece muy sugerente y adecuado a la historia que se cuenta. Sin embargo todos mis lectores coinciden en que el título es horroroso y prefieren referirse a mi novela con el nombre del archivo pdf con que la estoy difundiendo: Tijuana Book. Así que estoy tentado de rebautizarla con ese nombre. Desde el verano la he hecho llegar a algunas editoriales, sin ningún éxito por ahora. Es un momento muy difícil y es casi ilusorio esperar que una editorial se lance a publicar el texto de un desconocido añoso, que se ha empeñado en elaborar un ladrillo de semejante dimensión que, admitámoslo, no es el Quijote, ni Los Miserables. Pero yo tengo que seguir peleando, porque es mi naturaleza (como la del escorpión de la fábula).

En septiembre pasado sentí la urgencia de liberarme de la rígida estructura de la novela en que había estado inmerso los tres años anteriores. Y me metí a blogger. El origen de este Blog está, pues, en mi necesidad de escribir textos más cortos y tener una tribuna que me permita esa  relación de proximidad, esa inmediatez que requiere este tipo de escritura. El Tijuana Book está ahora en stand by, pendiente de un último tratamiento de adelgazamiento. El día que lo haga, repasaré mis contactos editoriales y también lo presentaré a algún concurso. Si, como es previsible, no consigo publicarlo ni ganar premio alguno, pues tendré que recurrir a autoeditarme en la red. Para eso acudo a talleres de autoedición.

Aunque con esto del Blog he descubierto una veta que me divierte mucho y que, por ahora, colma mis necesidades creativas, a la vez que me permite practicar y aprender. A lo mejor es que, finalmente, no soy un escritor: sólo un blogger. En cualquier caso, después de lo que les he revelado en estos dos posts, ya se pueden imaginar que no todo lo que cuento de mi vida es cierto. En el fondo, eso es la literatura, entrelazar lo imaginado con lo real, lo trágico con lo cómico, lo serio con lo humorístico, de modo que el lector no acabe de estar seguro de donde empieza y acaba cada cosa. Por ejemplo, en mi post #114, “La camisa de fuerza”, ¿podrían ustedes definir hasta dónde leyeron pensando que el rollo iba en serio?

Sean buenos y no digan mentiras. Y hagan comentarios, coño, que últimamente andan ustedes un poco siesos. ¿Será la primavera?

lunes, 22 de abril de 2013

117. Mi aventura de escritor I

Hace unos días participé en un Taller de Autoedición organizado por la Librería Burma, de Lavapiés. Lo impartía Valerio Cruciani, poeta y editor italiano que explica las cosas con sencillez y proximidad, de forma que resulta muy didáctico e interesante. Acudimos cinco o seis personas, todas mujeres menos yo, que hubimos de presentarnos y contar un poco nuestro perfil y nuestras expectativas. Para mi sorpresa, mi intervención provocó risas generales. No imaginaba que fuera una cosa tan divertida. Así que lo contaré también aquí, para completar mi retrato de blogger, de cuyos otros perfiles he dado ya suficiente cuenta.

La verdad es que hasta el año 2000 no había pensado nunca en dedicarme en serio a la literatura. Cierto que en mi juventud había escrito algunos cuentos muy malos y que tenía una habilidad especial para redactar, demostrada desde el bachillerato, y desarrollada también en mi trabajo, en donde era requerido a menudo a escribir memorias de proyecto, discursos de políticos o cartas de reclamación. Si yo sé con claridad lo que hay que decir, puedo escribirlo con precisión. Pero una cosa es ser un buen redactor y otra muy diferente ser escritor. Para dar el salto hay que tener cosas que merezcan la pena de ser contadas. Y trabajar mucho.

Mi desempeño en el Ayuntamiento de Madrid hasta el año 2000 era bastante rutinario y aburrido. Pero ese año, me vi involucrado en un trabajo de cooperación en Sri Lanka, del que ya les he hablado de pasada en alguna ocasión. El origen de este tema está en un responsable político municipal muy-tonto-muy-tonto-muy-tonto, que se lanza a firmar un compromiso con un programa europeo Asia Urbs, me malicio que sin tener ni puta idea de la trascendencia de lo que estaba firmando, porque entre otras cosas estaba en inglés y dudo mucho que este sujeto se maneje en dicha lengua. Otro día me extenderé en los pormenores de esta historia.

El tonto-muy-tonto firmó ese documento en 1999 y designó oficialmente para hacerse cargo del asunto a uno de mis superiores, que tampoco sabía inglés ni francés. Cuando ya nadie se acordaba del tema, empezaron a llamar de París para organizar la colaboración a tres bandas con Colombo, y encontraron que nadie quería meterse en ese lío. Después de que varios colegas dijeran que no, me llegó a mí la cosa y dije que bueno, que no tenía inconveniente en recibir en mi despacho a un representante del Ayuntamiento de París, escucharle y luego tomar una decisión.

Ahí entró en escena Philippe Billot, a quien no conocía entonces, ni sabía que iba a convertirse en uno de mis amigos más queridos. Le escuché y le dije que no iba a entrar al trapo. Me respondió que allá yo, pero que el Ayuntamiento de Madrid se había comprometido por escrito a aportar un número de horas de sus funcionarios y, si no se cumplía ese compromiso, íbamos a quedar muy mal. Aquí entraron en juego varios factores: mi curiosidad, un cierto espíritu aventurero rescatado de debajo del aburrimiento supremo de mi vida de funcionario y, para qué negarlo, la fascinación que transmite mi amigo Philippe, un seductor nato.

Me aseguré del apoyo del Departamento de Relaciones Internacionales, con el que tenía un contacto fluido, y entré al engaño, a pesar de que mis superiores en el Área de Urbanismo no dejaron de mirar esta aventura con recelo indisimulado. Y así me encontré en octubre de 2000 viajando a Colombo en compañía de Philippe y otro colega francés. No hace falta que diga que, por entonces, yo no sabía más inglés que el derivado de mi conocimiento de las letras de los Beatles y los Stones, ni más francés que el que había estudiado en el bachillerato, aunque siempre había tenido interés por los idiomas y una cierta facilidad.

El caso es que, de la noche a la mañana, me encontré en una ciudad sumida en una cruel guerra civil, con barricadas y checkpoints en las calles, por donde no se recomendaba caminar, consejo que desoíamos cada anochecer, cuando, tras una larga jornada de trabajo con las diversas y enrevesadas administraciones locales, nos poníamos una camiseta y salíamos a cenar y a dar una vuelta por aquel escenario apocalíptico y desolado. El colmo fue cuando un suicida tamil hizo estallar la bomba que llevaba adosada en el pecho, en la puerta del Ayuntamiento de Colombo por la que unos minutos antes habíamos entrado los tres europeos, matando a un transeúnte y al policía que acabábamos de saludar.

Sentí un afán irreprimible de contar todo aquello, tenía que escribirlo para que no cayera en el  olvido. Era casi una necesidad física. Así que empecé a elaborar un diario que cumplimentaba en un bloc cada noche. Al volver a Madrid, pasé a limpio mis notas y alguien me las pasó a máquina. Era una especie de libro de viajes, del que hice varias copias para mis amigos más directos. Y mi sorpresa fue que aquello gustaba, que la gente lo leía, que se lo pasaban unos a otros. Las copias del manuscrito empezaron a multiplicarse hasta reunir un modesto club de fans de unas cincuenta personas.

El proyecto incluyó cinco viajes más a Sri Lanka (un país donde en 2002 se firmó una tregua entre las partes en guerra) y también muchos desplazamientos a París. De vez en cuando, yo resumía cómo iba el proyecto y sacaba un nuevo libro. Ahora me parecen todos malísimos y me gustaría quemar las copias que aun tiene la gente. Yo era un novato que aprendía sobre la marcha. Aun no sabía que el secreto de ser aburrido está en contarlo todo, conocida frase de Voltaire que encabeza el Blog de mi tocayo Emilio de la Peña.

Y sucedió que, como el desarrollo de mis viajes no siempre tenía el mínimo interés como para que mereciera la pena contarlo en un texto, empecé a intercalar morcillas, es decir, escenas falsas inventadas, al principio en un tono realista y poco a poco virando a historias increíbles, sin disimular su carácter fantástico. Pensé que mis lectores me mandarían a la mierda, pero, para mi sorpresa, resultó que todavía valoraban más mis textos. Que el averiguar hasta donde llegaba lo real era un aliciente añadido para muchos. Finalmente, descubrí que era mucho más placentero contar cosas inventadas, que hacer de prolijo notario de una realidad que otra vez había derivado en rutinaria.

Poco a poco, la obligación de ajustarme a historias más o menos reales se convirtió en un corsé del que necesitaba liberarme. En el párrafo final del último de estos libros tan malos, anuncié mi firme propósito de dedicarme a la ficción. Poco después escribí mi primer cuento. Se llamaba La Espalda del Hombre Dormido (2004), y era una historia totalmente fantástica, protagonizada por una mujer que soñaba una realidad paralela que la transportaba precisamente a las playas de Sri Lanka (¿dónde si no?). Era también una forma de despedirme de ese pequeño país donde mi vida había dado un giro irreversible. Y aquí fue donde empezó mi verdadera aventura de escritor. Se la termino de contar en la segunda parte de esta entrada duplicada.

sábado, 20 de abril de 2013

116. Consejos a un maratoniano primerizo

En mi post #80 “Corredor II”, recibí un comentario de un anónimo entusiasta que se disponía a correr su primer maratón y le prometí escribir un texto con consejos. La carrera de Madrid es el domingo 28, estamos ya encima y lo primero que quiero es pedirte disculpas por el retraso, querido comunicante desconocido. Supongo que sigues en tu empeño y con el mismo entusiasmo que el día que entraste en mi blog.

Algunas recomendaciones llegan tarde, a estas alturas ya tendrás hecho el trabajo y casi sólo te falta correr la carrera. No obstante, explicaré algunas cosas por si les sirven a otros para el año que viene. El Maratón son palabras mayores. Es una distancia que requiere una preparación específica, para la que hay muchísimos programas y calendarios en las páginas de Internet especializadas en ello. A edades tempranas se puede hacer la burrada de correrlo sin prepararse adecuadamente, como el que se coge una borrachera o se pega una pasada de cualquier tipo. Quien haga eso, es posible hasta que consiga terminar la prueba. Pero debe saber que puede sufrir bastante en la parte final y que corre el riesgo de hacerse una lesión seria y no poder correr más, aparte otros riesgos mayores.

Quien pretenda correr en Madrid (final de abril) debe tomar la decisión firme en el verano anterior. Si no, lo más normal es que le pille el toro y no llegue ni a inscribirse. En Madrid, el entrenamiento está muy condicionado por la climatología. En lo más duro del verano, es muy difícil encontrar el momento de entrenar. Los únicos ratos un poco frescos son muy temprano, antes de entrar al trabajo (lo que exige una voluntad que yo casi nunca he tenido), o bien a última hora de la tarde, casi de noche, lo que es muchas veces incompatible con tu vida familiar y social. Inevitablemente, en verano el nivel de entrenamiento baja.

Por eso los corredores hacemos lo que llamamos “la temporada”. Empezamos a entrenar en septiembre (o incluso a final de agosto). El objetivo es llegar a Navidad con un nivel base, sobre el que luego intensificar la preparación. Antes de Navidad conviene correr varias carreras de 10 kms, como supongo habrás hecho. Después de Navidad viene bien correr un par de medias maratones, aumentar distancia y número de días de entrenamiento, hacer series de velocidad y correr una vez 30 kms, normalmente quince días antes de la carrera. Porque el domingo anterior, mañana en este caso, conviene ya bajar la distancia, dejarlo entre 15 y 20, y acometer la última semana bajando notablemente el ritmo, por ejemplo, correr martes y miércoles, descansar el jueves y, el viernes, hacer una distancia corta, 7 u 8 kms, para soltar la musculatura. Y el sábado, por supuesto descansar también.

Aquí me centro en los consejos de última hora para ti, querido corredor que vas a afrontar por vez primera la distancia mítica de los 42 kms. y 195 metros. Lo primero que debes saber, es que el Maratón es diferente de cualquiera de las distancias que has corrido hasta ahora. Es algo que tiene un fundamento fisiológico. Hasta 25 kms, la musculatura trabaja en régimen aeróbico. El cuerpo obtiene su energía consumiendo grasa e hidratos de carbono. El músculo no sufre y, si estás medianamente preparado, casi no tendrás agujetas al día siguiente. Pero si sigues corriendo después de los 25, entonces empieza a predominar el régimen anaeróbico, el cuerpo ya no encuentra otra cosa que quemar y se pone a consumir glucosa y el llamado ATP muscular. Lo normal es que al otro día estés baldado y lo notes sobre todo bajando escaleras. Pero no dura mucho y se mitiga saliendo el lunes a hacer veinte minutos de trote cochinero.

También es una prueba diferente para bien. Las sensaciones que tienes al acercarte a la meta no son comparables con las que experimentas corriendo otras distancias. Es como mucho más. Demasiado. No puedo ni explicártelo, ya lo verás tú mismo. Como te decía, el viernes antes de la carrera debes entrenar suave, sin forzar ni hacer nada fuera de tus rutinas. El sábado es un día en el que tienes que estar súper relajado. A mediodía hay que hacer una comida fuerte. Es tradicional la montaña de espaguetis, pero también puedes comerte unas patatas a la riojana. Pasta o patatas, lo importante es ingerir una buena cantidad de hidratos de carbono. Con tu cervecita o tu vino, según lo que tengas por costumbre. Si, como imagino, a tus 29 años no tienes especiales problemas digestivos, entonces adelante: come todo lo que te apetezca. Si tienes digestiones pesadas, cuida un poco que la comida no sea demasiado heavy.

Luego, una siesta en condiciones, mejor de las llamadas “de pijama”. Esa tarde, que no te moleste nadie. Si tus hijos son folloneros, quizá lo mejor es que los lleven con los abuelos. El Maratón es una actividad que hay que afrontar en solitario y así es como debe prepararse también. Tras la siesta, ocupa la mente en algo que te absorba: leer, ver películas de video o deportes en la tele, hacer sudokus o jugar a la nintendo: lo que más te relaje. A ser posible, tirado en un sofá y sin nadie que te dé la murga. No viene mal dar un paseíto corto por el  barrio. Eso sí, nada de alcohol después de mediodía. 

Acuéstate pronto, conviene levantarse con tiempo. Cena algo ligero: por ejemplo, un par de yogures griegos, algo de fruta, como fresas o similar. Si te ves con hambre, un par de plátanos. Y una manzana, con piel al menos la mitad. Lo de la piel de la manzana es muy útil para cagar al levantarte, algo imprescindible. Deja lista la equipación que te vayas a poner, la camiseta (las de tirantes son las mejores) con el dorsal bien fijado con imperdibles y colocado recto, no torcido. Las zapatillas preparadas, unos calcetines usados que te gusten, un pantalón cómodo. Cualquier pequeña incomodidad se hace un mundo en 42 kms. Y ¡hala! a dormir.

Por la mañana, no debes tomar nada sólido, excepto fruta, naranjas, fresas. Y más plátanos. Café, zumos y mucha agua, toda la que puedas. Debes cagar, como se ha dicho, y conviene darse una ducha. Luego te embadurnas de vaselina las axilas, las tetillas, el culo y el interior de los muslos, cualquier zona que pueda rozarse. He visto corredores llegar a meta con alguna de esas zonas rozada y chorreando sangre hasta los pies. Debes ponerte un pegotón de vaselina en los dedos de los pies, antes de enfundarte el calcetín. Imagino que tienes las uñas bien cortadas. Si no, tienes tiempo de cortártelas en estos días, como muy tarde tres días antes de la carrera. Las zapatillas debes atártelas lo justo, ni mucho ni poco. Puedes llevar pastillas masticables de glucosa. Muchos corredores se las toman al pasar la media maratón, para evitar agujetas. No van a mejorar tu rendimiento, sólo te disminuyen las agujetas.

Tienes que llegar con tiempo a la zona de salida. En cuanto te hayas desembarazado de tu mochila, intenta correr muy despacito en torno a un kilómetro, para calentar. Luego, una larga tanda de estiramientos. Y una buena meada, discretamente detrás de algún arbolito. Ya estás listo. Recuerda: es tu primer maratón. No debes obsesionarte con marcas, ritmos o controles. Tus objetivos son dos: terminar la carrera y no dejar de correr en todo el recorrido. Si tienes que pararte porque no puedes más, que sea en un puesto de socorro o de avituallamiento, donde te den un masaje o algo de beber. Y empieza enseguida a correr otra vez; si te pones a caminar ya seguirás así hasta el final.

Arranca despacio, busca tu ritmo y tu sitio en la carrera y disfruta: hasta el km. 25, va a ser como un paseo y, si todo va bien, el resto también. No dejes de beber en TODOS los puestos de avituallamiento, cada 5 kms., aunque sea un traguito. Debes haberte estudiado un poco el perfil de la carrera, para saber dónde están las cuestas. En este primer maratón, tu cuerpo tiene que interiorizar la distancia, conocerla, registrarla. La próxima vez será diferente, ya habrás tomado medida de la distancia. No fuerces en las cuestas arriba y déjate llevar en las bajadas. Sigue tu ritmo, no te piques con nadie, eso se paga después. Procura mantenerte concentrado y disfruta. Y cuando te acerques a la línea de meta y veas a tu familia y a tus amigos, aprovecha el subidón, acelera, lánzate, obedece al corazón.

Luego, una buena ducha en cuanto puedas, un baño bien caliente si tienes bañera, recuento de daños si los hay, y masajes (los de la meta suelen ser buenos). Come lo normal, con tus cervecitas, y descansa por la tarde. Esa noche puedes salir al cine o adonde quieras con los colegas. Eres el rey del mundo, aprovecha tu día. Por la noche dormirás como nunca. Y el lunes, vida normal. Si trabajas, tus colegas te mirarán como a Supermán. Tendrás agujetas, pero se llevan bien. Y se combaten con veinte minutos de trote súper lento al atardecer. Es algo muy recomendable, aunque ya no corras más en toda la semana.

Es todo. Valor, suerte y a por ello. Aquí tienes un foro abierto para ti, donde puedes contar tus impresiones de la carrera, si quieres. Un abrazo y que la fuerza te acompañe.
 

miércoles, 17 de abril de 2013

115. Un día triste

Estamos a miércoles y aun me cuesta olvidar las imágenes de la meta del Maratón de Boston. Estuve por allí este verano. Nos alojamos en el Hotel 140, que está situado en ese número de la Clarendon street. Cada día, salíamos del hotel hacia el lado izquierdo, rodeábamos la torre Hancock y doblábamos a la izquierda antes de la Trinity Church, para atravesar en diagonal la Copley place en dirección a la Avenida Boylston. Allí rebasábamos la Biblioteca Pública de Boston, para echar a andar por el lugar donde el domingo estallaron las bombas. Escribo esto mientras escucho el Famous Blue Raincoat de Leonard Cohen, una canción adecuada para este día triste. Aquí la tienen, por si quieren ponérsela mientras siguen leyendo.


Hay que ser muy mal nacido para planear y ejecutar un crimen como este. El Maratón es una fiesta urbana, en la que los ciudadanos de a pié se apoderan por un día del espacio urbano. Es una verdadera heroicidad terminar un Maratón y se lo digo por experiencia. Requiere una preparación mental de un año entero y casi seis meses de entrenamientos duros, alternando jornadas de simple rodar, con series muy duras, carreras de tamaño medio, farlek (que ya les explico otro día lo que es), una planificación minuciosa de los descansos, la alimentación y casi toda tu rutina diaria.

Es algo que a veces resulta difícil de compatibilizar con una vida familiar o profesional un poco exigentes. Pero todo se da por bueno el día en que corres la carrera de una maldita vez y terminas con un asunto que resulta muy absorbente. Y adictivo también, porque, aunque todas las veces juras que ya no lo vas a repetir, poco después empiezas a preparar el siguiente. Para las familias y los amigos es algo que suscita curiosidad y solidaridad. Por eso van a las tribunas o se sitúan estratégicamente en lugares con buenos puntos de vista, en donde aguantan el coñazo de ver pasar a miles de personas anónimas en condiciones climáticas muchas veces adversas, para acompañarte en el medio minuto de gloria en que te ven pasar.

Desde el punto de vista del corredor, la zona de meta es un lugar en el que uno saca fuerzas de donde no hay y esprinta de manera inesperada, lo que muchas veces te afecta a la cabeza, de forma que alucinas, ves cosas raras, de pronto escuchas con precisión inusitada lo que un espectador le susurra a su vecino a cien metros de ti, o te parece que te mueves a cámara lenta, o ves una imagen lejana con una nitidez sorprendente, en medio de una bruma que te difumina el entorno. A mí me ha sucedido ver a una amiga animándome, saludarla y verla otra vez cincuenta metros más adelante, vestida de otra manera. A día de hoy no sé cuál de las dos era la de verdad. Que alguien ponga una bomba llena de metralla en medio del público en ese punto, es algo que excede de mi capacidad de lenguaje. No tengo palabras.

No tengo tampoco palabras para describir la emoción que me produce ese corredor Bill Richard, sindicalista del barrio de Dorchester, cuya familia estaba en la tribuna. Su hijo Martin, de 8 años, es una de las víctimas mortales. Su hija Jane, de 6, ha perdido una pierna. Su mujer, Denise, tiene daños en el cerebro. No puedo imaginar, qué haría yo en su lugar. Supongo que el cuerpo me pediría convertirme en un asesino obsesionado para siempre en la venganza. Pero este hombre tendrá que reprimir ese deseo, porque ha de cuidar de sus dos heridos y del hijo mayor que le queda sano. Parece que estaban en la primera fila, como hacen los niños en estas ocasiones. La explosión les sorprendió desde atrás.

No tengo grandes dotes de adivino (ha quedado demostrado en este blog en varias ocasiones), pero a mí esto me huele a asesino loco aislado, al estilo Unabomber. Inicialmente se dijo que este tipo de atentados indiscriminados son más típicos de los islamistas, que los nazis del interior buscan matar de forma más selectiva. Pero esta teoría no se sostiene. Piensen en el noruego que mató a tanta gente hace unos veranos. Y tengan en cuenta también que se trata de un par de bombas artesanales, hechas con pólvora y tornillos apretados dentro de una olla a presión. Por eso la explosión es con humo blanco. Parece que la goma 2 y los explosivos plásticos generan una humareda más negra.

En el vídeo del instante de la primera explosión, se ve caer al suelo a un corredor veterano a punto de llegar a la meta. Allí se queda un rato, junto a los policías que pasan a la carrera, en esta imagen que ha dado la vuelta al mundo. Se trata de otro Bill. En este caso, Bill Iffrig, de 78 años, que corría su tercera Maratón. Al principio uno piensa que le ha derribado la onda expansiva. Pero al rato se levanta y sigue renqueando hacia la meta que está al lado. Tiene una herida superficial en la rodilla producida por una esquirla de metralla que le ha rozado. Por eso se ha caído. Este tipo de bombas artesanas no tienen apenas onda expansiva, como evidencia el hecho de que los otros corredores que le rodean no se caen, sólo se sobresaltan. Historias individuales del horror colectivo.

A día de hoy, nadie ha reivindicado el ataque. Otro indicio en el mismo sentido. Los islamistas no suelen tardar tanto en hacerlo. Así que yo apuesto por la autoría de un colgado yanqui (uno más de la larga serie de los Tim McVeigh y los dos de Columbine). Veremos si se averigua algo. De momento, mucha gente piensa lo mismo que yo. Sólo los de El Mundo no se pronuncian. Están a la expectativa. Tienen aquí una oportunidad de oro para adherirse a una nueva teoría conspiranoica, como la que montaron en torno al 11-M. Dos años dando el coñazo con la mochila de las narices. Abría uno el diario y ¡hala! otra vez la puta mochila. 

En fin. Discúlpenme este paréntesis melancólico. El objetivo de este foro es mantener vivo el ánimo y el sentido del humor. Lo siento pero hoy no he querido ajustarme a esos parámetros. Creo que era obligado hacer un pequeño tributo a esas familias destrozadas por la locura irracional. Como las de Siria y tantos otros lugares. Sólo que estas me pillan anímicamente más cerca. Les prometo que en el próximo post recuperaré el hilo.

lunes, 15 de abril de 2013

114. La camisa de fuerza

Hace unos días, El País publicó unas fotos del presidente gallego Feijoo montado en un yate en compañía de Marcial Dorado, reputado gangster de amplia trayectoria como narcotraficante. Las fotos tienen unos veinte años y el presi luce mucho más joven, pero ya muestra el gesto serio y convincente que años después lo auparía al más alto escalón político regional. Me llama la atención que haya salido a dar tantas explicaciones, contraviniendo el estilo de su jefe nacional que, en ocasiones similares, suele optar por las estrategias de no decir nada, negar la evidencia, o bien salir por el plasma a decir que lo blanco es negro, sin que se le caiga la barba de vergüenza.

La cosa tiene poco que explicar. Las fotos no mienten y están tomadas en un momento en que Dorado ya estaba inmerso en el proceso que le llevaría a la cárcel donde aún permanece encerrado. Toda Galicia sabía a qué se dedicaba este señor. Pero a mí me interesa especialmente otro matiz. Feijoo parecía hasta hace poco el delfín mejor situado para sustituir al ya quemado Rajoy (achicharrado, diría yo). Entonces, la pregunta instantánea: ¿Por qué salen a la luz ahora esas fotos? ¿Quién las ha sacado de debajo del colchón justo en este momento? En un primer nivel, aparecen tres explicaciones que ya se han comentado en la prensa:

1.- Ha sido el PSOE. Tiene lógica. Con Rajoy el trabajo ya está hecho. Basta dejarlo tranquilo y que él solito se vaya diluyendo poco a poco en la inanidad de sus decisiones, en la ausencia de respuesta a ninguno de los retos que se le plantean. Hundiendo a su delfín, los socialistas imposibilitan la continuidad, en una estrategia similar (con perdón) a la de los etarras que mataron a Carrero Blanco.

2.- Ha sido el PP. También es factible. Feijoo representa una tendencia moderada, centrista, dialogante. Una vez que Gallardón se ha borrado para siempre de la carrera sucesoria con sus decisiones antiaborto, etc., el ala más extremista del PP podría estar detrás de la maniobra de desprestigio del único contrincante que podría hacerles sombra.

3.- Ha sido Bárcenas. Tampoco sería de extrañar. Últimamente, a Luis el Cabrón se le echa la culpa hasta de las inundaciones. En los tiempos más recientes, Feijoo se había distinguido por sus críticas al ex tesorero del partido. Como éste debe de tener material comprometido hasta del Papa Emérito, puede que se haya hartado de aguantar las descalificaciones del señorito galaico y haya querido hacernos ver que no está tan limpio como podría deducirse de sus críticas.
   
Pero, por la misma regla de tres, estas explicaciones podrían ser falsas y presuntamente (¡toma ya!) estarían siendo difundidas por determinados sectores o elementos interesados en que nos las creamos.  Eso nos lleva a un segundo nivel de posibilidades que les detallo:

1.1.- Lo de que la culpa la tiene el PSOE lo está difundiendo el PP. A pesar del deterioro de la imagen de Rubalcaba (el hombre de Cromañón), los peperos más recalcitrantes no se fían y querrían hundirlo del todo, tarea para la que tienen garantizada la adhesión incondicional de pedrojotas, sanchezdragós y demás corifeos.

1.2.- El rumor podría provenir del interior del propio PSOE, en concreto de los partidarios de Chacón, que siguen rumiando su derrota y pidiendo a gritos una regeneración encabezada por su jefa.

1.3.- También podría estar detrás Rosa Díez, que aun tiene cuentas pendientes con sus ex. Esta señora ha demostrado ya una notable habilidad en el arte de levantar polvo y aprovechar la ceguera momentánea del espectador para calzarnos cualquier teoría.

A su vez la versión 2 tendría estas derivaciones:

2.1.- Lo de que la culpa es del PP, puede provenir en primer lugar del PSOE, interesado en trasladar a la ciudadanía la imagen del PP como una jaula de grillos ingobernable.

2.2.- No descartemos la posibilidad de que esta especie haya sido difundida desde el entorno de la señora Merkel, que se entendía mucho mejor con Zapatero y a la que la indefinición de Rajoy confunde e impacienta. Zapaterro ist viel vernünftiger!! proclama indignada la dama.

2.3.- Por el mismo motivo, la cosa podría venir del siniestro abogado de Urdangarín, disgustado con la falta de apoyo gubernamental, como estrategia complementaria en su línea de echar fango sobre las pistas, de forma que su defendido pueda escurrir el bulto hacia Qatar.

En cuanto a lo de Bárcenas, esta teoría abre otras tres posibilidades:

3.1.- Que la cosa provenga de Ángel Sanchís, el anterior tesorero, para que la investigación no se extienda al período fundacional de Alianza Popular.

3.2.- Que el rumor venga  por el lado de los banqueros suizos, que por culpa de este señor ven en peligro el secreto bancario, cuya eliminación sería la ruina de Suiza.

3.3.- Que el autor de este infundio sea el señor Mourinho, como forma de forzar al jeque del Chelsea a doblar la oferta.

A su vez cada una de estas variantes de segundo grado está en el origen de un tercer nivel de posibilidades que me propongo desarrollar más abajo. Pero discúlpenme un minuto, que están llamando a la puerta.

Son unos señores muy raros, van vestidos de blanco y me están apremiando a que meta los brazos en una extraña camisa, provista de correas de cuero. Me he negado y entonces han intervenido un par de tipos de dos metros que me están sujetando con fuerza.¡¡¡SOCORRO!!!

jueves, 11 de abril de 2013

113. Por cerrar el tema de la prensa/Algunos datos sobre Ifni

Algunos seguidores me advierten por mail de que me he cagado en la prensa de forma absoluta y universal (#111), en un post de título impactante que ha leído mucha gente y, sin embargo, luego he rectificado con la boca pequeña, en la mitad más escondida de una respuesta a un comentario de un seguidor anónimo. Que debo darle a mis disculpas una visibilidad similar a la de mi descalificación global. Vamos a ello.

La actitud de El País me sigue pareciendo impresentable. Ya sé que cada día hay muchas noticias, que hay que seleccionar y que esa selección se hace por procedimientos digitales automatizados. Pero creo que el décimo aniversario de la muerte de Julio Anguita Parrado se merecía al menos unos renglones. Quiero creer que esa omisión se debe a que la calidad del diario es cada vez menor, porque a su cabeza no hay nadie con dos dedos de frente cuidando de estas cosas. Pero cualquiera podría pensar que no han dicho nada de Anguita Parrado, porque era redactor de El Mundo y que se joda. Precisamente por eso deberían haber sido más cuidadosos y publicar una mínima referencia. Para que nadie pensara que, además de mantas, son unos sectarios. 

La actuación de El Mundo es, en cambio, impecable. El día 7, aniversario de Anguita Parrado, ceden un espacio a su compañero y amigo Carlos Fresneda. El día 8, aniversario de Couso, ceden un espacio a su compañero y amigo Jon Sistiaga. Lo que pasa es que yo leí la edición del día 7, la comparé con El País de ese día, e imaginé una simetría en la bajeza y en la villanía, que me hizo publicar mi exabrupto. Esa simetría solo existió en mi cabeza y, por tanto, mis disculpas a El Mundo, cuya línea editorial no comparto, aunque reconozco que, en algunos sectores, supera de largo a El País, por ejemplo en lo referido a la información local de Madrid.

Es una rectificación necesaria, aunque nadie puede dudar de mi admiración por el periodismo de verdad, después de mi encendida loa a Manuel Chaves Nogales (#112). El martes acudí a la presentación del libro que recopila las crónicas de este señor sobre la toma de posesión de Ifni por la República, y me enteré de algunas cosas. Parece que el dominio sobre Ifni se le adjudicó a España en el Tratado de Wad Ras (1860), que hubo de firmar el sultán derrotado por los españoles en la (pomposamente) llamada Guerra de África. España se quedó en propiedad (además de Ceuta, Melilla y una serie de peñones), un pequeño enclave costero, de 80 kilómetros de largo por 25 de profundidad, un poco al norte del Sahara Occidental (que no está incluido en el tratado y no será oficialmente español hasta unos años más tarde). 

El motivo de incluir ese enclave minúsculo y deshabitado de la costa atlántica, era la tradición de que, por esa zona, hubo en tiempos de Isabel la Católica una base pesquera española, llamada Santa Cruz de la Mar Pequeña. No hay constancia de ello, mucha gente sostiene que se trata de una simple leyenda. Y está claro que, si existió, estaba en otro punto de la costa. Porque en Ifni no había nada. Ni ruinas. La cosa tenía también un motivo estratégico: el establecimiento de una base de apoyo militar a las islas Canarias, entonces amenazadas por una difusa reivindicación marroquí. Pero la toma de posesión se fue retrasando y, cuando España se apropió del amplio territorio del Sáhara Occidental, Ifni perdió su valor estratégico.

A comienzos de 1934, el Estado Español decide acometer el cumplimiento del viejo deber de hacerse cargo de Ifni. Estamos en pleno Bienio Negro y el gobierno Lerroux-Gil Robles pretende distraer la atención de una población acosada por una crisis económica severa y un clima de polarización política y recrudecimiento de la violencia sectaria que desembocará en la Revolución de Octubre en Asturias y, dos años más tarde, en la Guerra Civil. El 4 de abril llega frente a las costas de Ifni el cañonero Canalejas. De él desembarcan en un bote el coronel Capaz, un teniente y el señalero del buque, acompañados de algunos periodistas. Les reciben los indígenas, que ya les esperaban y que invitan a todos a comer cordero en una jaima en un monte cercano. Y así es como tan sólo tres militares toman posesión de un territorio desértico, en el que no hay ni una mísera choza. 

Sin conocer esta historia, hablaba yo el otro día de que Chaves Nogales había ido empotrado en una tropa de ocupación. En realidad, fue sólo un testigo de un acontecimiento ciertamente pintoresco y con un punto surrealista. Una vez tomada posesión, España se lanzó a construir allí viviendas. El lugar llegó a contar con 50.000 habitantes, con iglesias, escuelas y hospitales. La historia posterior es más conocida. En 1957 Marruecos intenta reconquistarlo con una fuerza muy numerosa. Pero el apoyo naval desde el océano decanta la guerra del lado español. A partir de ahí, Ifni es declarado provincia de ultramar, regida por un Gobernador y con derecho a elegir procuradores para las Cortes franquistas. Acude a mi memoria la imagen en blanco y negro de aquellos tipos enjutos en sandalias, con sus chilabas al viento, entrando en el palacio de la Carrera de San Jerónimo entre las camisas blancas de los falangistas. En 1969, la presión de la ONU obligo a devolver Ifni a Marruecos. Desde entonces es una ciudad empobrecida y deteriorada, que ha perdido totalmente la lengua y las tradiciones españolas. 

En el acto de presentación del libro de Chaves Nogales, alguien del público ironizó sobre la chapuza que supone la toma de una colonia por sólo tres militares, y derivó en unos comentarios sobre que España es un cachondeo, que cómo nos van a tomar en serio en Europa y todo eso. El tradicional complejo de inferioridad que tanto me molesta. El discurso de la autocompasión, el derrotismo y la melancolía. El director de la Casa Árabe, Eduardo López Busquets, diplomático de larga trayectoria que presidía el acto, rebatió esta apreciación con una intervención precisa, apoyada en un par de anécdotas muy interesantes y divertidas, que les cuento.

La República Popular de Benin, en el golfo de Guinea, se llama de esa forma desde 1975. Antes se denominaba Dahomey, nombre que rememoraba el de un potente reino africano que se enriqueció con el comercio de esclavos en los siglos XVIII y XIX. Este reino es famoso por haber tenido un ejército de feroces amazonas, preferentemente vírgenes y en su defecto con compromiso de celibato, que resultaban imbatibles a la hora de capturar esclavos de otras tribus con destino a Brasil y Norteamérica. Es también la zona de la que proviene el vudú, que todavía se practica. 

En el extremo sur del país, los turistas pueden visitar aun el fuerte portugués de Ouidah, construido en 1721. Los primeros comerciantes de esa nacionalidad habían llegado a las costas de Dahomey en el siglo XV, pero después todo este territorio pasó a engrosar el África Occidental Francesa. Dahomey alcanzó su independencia de Francia en 1960. Pero los portugueses no cedieron el fuerte que conservaban en su poder. Un año después, el recién creado ejército nacional de Dahomey decidió conquistar el fuerte, para lograr la ansiada integridad territorial. Entraron por la fuerza y encontraron que en el interior había exactamente tres ciudadanos portugueses, a los que facturaron en un barco con destino a su tierra.

Por si alguien sigue pensando en la chapuza como algo propio de los países ibéricos, o del sur latino de Europa, aquí va la otra anécdota. La actual Namibia, ese lugar adonde tanto le gusta ir al Rey, fue durante años una colonia alemana. Exactamente desde la Conferencia de Berlín (1884), hasta el final de la Gran Guerra (1918), con el nombre de África Sudoriental Alemana. El canciller von Bismarck consiguió en dicha conferencia la propiedad de ese amplio territorio selvático, lleno de elefantes y leones.

Para formalizar la toma de posesión, Bismarck envió al Coronel Goering, padre del futuro lugarteniente de Hitler. Goering padre se presentó allí, acompañado solamente por un ayudante de campo. Aquellos dos tipos rubicundos, de grandes bigotes enhiestos, tomaron posesión de un territorio de más de 800.000 kilómetros cuadrados, casi el doble que España, en medio de la indiferencia de los salvajes del lugar. Hasta hace pocos años las dos principales avenidas de la capital, Windhoek, se llamaban respectivamente Avenida del Kaiser Guillermo y Avenida de Goering. Los turistas se escandalizaban pensando que el nombre de esta calle hacía referencia al denostado hijo del coronel que plantó sus reales en aquellas lejanas tierras. 

Moraleja: la colonización de África fue un sainete trágico (y la descolonización aun peor), con independencia de que los colonizadores fueran de una nación u otra.  

lunes, 8 de abril de 2013

112. Chaves Nogales, una figura descomunal

Pasado el cabreo de ayer (ver mis respuestas a los comentarios al post #111 y mi rectificación parcial), recupero mi intención de hacer un pequeño homenaje a Manuel Chaves Nogales. El motivo es la presentación, mañana martes en la Casa Árabe, del libro de este autor sevillano “Ifni, la última aventura colonial española”, que acaba de publicar Almuzara, la editorial que dirige Manuel Pimentel, otro sevillano al que admiro, ex Ministro de Trabajo con Aznar que dimitió de su cargo (algo que no hace nadie en este país) por su disconformidad con la participación de España en la guerra de Irak, la misma que costó la vida a Anguita Jr. y Couso.
  
No pretendo descubrir ahora a Chaves Nogales. Andrés Trapiello y Antonio Muñoz Molina, entre otros, llevan mucho tiempo reivindicando su figura. El País le dedicó en 2009 un especial del Babelia. La Feria del Libro de Sevilla le dedicó la edición de 2012. María Isabel Cintas Guillén, catedrática de literatura de Sevilla, lleva décadas compilando minuciosamente los escritos de este señor, dispersos por las bibliotecas de varios países sudamericanos, adonde enviaba sus reportajes por cable o por teletipo, desde su último puesto de trabajo en Londres.

Manuel Chaves Nogales nació en 1897. Su padre, Manuel Chaves Rey, era escritor también, especializado en la historia local de Sevilla, en cuyo periódico El Liberal publicaba sus crónicas. Manuel hijo empezó a ir a la sede del periódico de su padre a los 14 años, y allí mamó los fundamentos de la profesión periodística, que siempre simultanearía con la literatura (estudió Filosofía y Letras en Sevilla). 1920 es un año muy especial para el joven periodista, que ya publica sus crónicas sobre temas mucho más amplios y variados que los de su padre, en La Noche y El Noticiero Sevillano. Ese año se casa con su novia de siempre, Ana Pérez, y publica su primer libro: Narraciones maravillosas y biografías ejemplares de algunos grandes hombres humildes y desconocidos. (Ya deja claro su gusto por los títulos larguísimos).

Sevilla se le queda pronto pequeña y en 1922 parte para Madrid con su mujer y su hija Pilar. Allí será donde desarrolle todo su talento. Empieza trabajando en El Heraldo, donde muy pronto se especializa en viajar a los lugares más lejanos, en donde esté la noticia, para hablar con los testigos de a pie, la gente modesta y humilde, y anotar sus testimonios con los que luego componía sus reportajes. También le servían de base para sus novelas. Chaves Nogales no tenía miedo de embarcarse en las misiones más arriesgadas, como los peligrosos viajes de la naciente aviación. Así surge, por ejemplo, La vuelta al mundo en avión. Un pequeñoburgués en la Rusia roja. La Unión Soviética fue uno de los lugares adonde más viajó. Y desde el primer momento fue súper crítico con el autoritarismo y la crueldad de Stalin y los bolcheviques.

Pero Rusia le fascina y allí desarrolla algunas de sus novelas, como La Bolchevique enamorada, donde aprovecha una historia de amor para hacer una crítica precisa del régimen. O la divertida El maestro Juan Martínez, que estaba allí, en la que se sirve de un antihéroe delirante: un bailarín de flamenco de gira por Europa, al que le pilla la revolución rusa en el momento y lugar equivocados. Tampoco le gustan, como es natural, los nazis y los fascistas. Enviado por su periódico a entrevistar a Goebbels, escribe su reportaje tachándolo de personaje grotesco y ridículo. Nuestro hombre, haciendo amigos por todas partes. Aquí tienen una foto de esa época.

Cuando los partidarios de Manuel Azaña fundan el periódico Ahora, Chaves Nogales no duda en fichar por él. En 1931 se convierte en su director. Pero eso no le impide seguir apuntándose a las misiones más arriesgadas. El libro sobre Ifni que presentan mañana surge de esa forma. Chaves acompaña en 1934 a las tropas españolas que ocupan ese pequeño enclave marroquí  para enviar sus crónicas desde el frente. Es decir, que se trata de un periodista empotrado en una fuerza de ocupación, 70 años antes de que se inventara el término. En 1935 publica la biografía del torero Juan Belmonte, un libro inicialmente destinado al público taurino, que rebasa todas las barreras y supone un auténtico éxito de ventas en la España republicana. Hoy en día está todavía considerado como el mejor libro biográfico español de todos los tiempos.

La Guerra Civil trunca esta trayectoria de esplendor literario. Chaves, reconocido republicano del centroderecha, amigo personal de Azaña y cuyos editoriales en Ahora no dejaban lugar a dudas, se pone al servicio de la República en julio del 36. Pero en noviembre, cuando el Gobierno se traslada a Valencia, decide irse a París con su familia, que ahora cuenta con otros dos pequeños, niño y niña. Chaves está en la lista de personas a fusilar de los milicianos comunistas. Pero parece claro que una persona tan valiente como él, no se marcha tan pronto por eso. En realidad lo hace asqueado por la crueldad de esos milicianos, por la barbarie extrema que desarrollan los combatientes que defienden Madrid, que los iguala a los fascistas sublevados.

Harto de salvajismo, se establece en París, donde muy pronto organiza una agencia de noticias para los exiliados españoles, para que corra la información entre ellos sobre lo que sucede en España. Además empieza a colaborar con agencias francesas y sudamericanas. Recién llegado, publica uno de sus libros más estremecedores A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España.  Nueve relatos de la barbarie, que cuentan desde las sacas de presos de las cárceles de Madrid en dirección a la fosa de Paracuellos, hasta las cacerías de rojos a caballo, organizadas por un marqués andaluz. Pasando por las discusiones bizantinas en un pueblo sobre qué hacer con un moro al que han capturado herido. O la historia de un herrero anarquista que el 18 de julio se va al Cuartel de la Montaña armado con su maza, pero luego regresa con su mujer e hijo asqueado de la crueldad y la imbecilidad de sus compañeros.

Este libro se publicó en Chile en 1937 y Chaves siempre sostuvo que todos los hechos narrados eran ciertos. Los relatos van precedidos de una amarga introducción que Trapiello y Muñoz Molina consideran el texto más lúcido e impresionante que se ha escrito nunca sobre nuestra guerra. En ella, Chaves se define modestamente como liberal pequeñoburgués. Lo era, pero también un demócrata y un luchador por la libertad frente a los autoritarismos de todo signo. Y un profesional del periodismo que quería que la información circulara, que abordaba sus textos a partir de un conocimiento preciso de los hechos y una postura ética y didáctica. Que no adaptaba sus apreciaciones a ningún prejuicio ideológico previo, porque no los tenía.

El último relato de su extraordinario libro cuenta la historia de Daniel, un obrero independiente al que siempre han ninguneado y denigrado los sindicatos de la época, tan mafiosos y clientelistas como los de ahora. Al sublevarse los militares, Daniel se apunta voluntario para defender la República y muere en el frente “batiéndose heroicamente por una causa que no era suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese”, frase demoledora que cierra el libro. 

Su aventura parisina finaliza con la toma de la ciudad por los nazis, que también lo tenían en sus listas. Dos días antes de la llegada de los alemanes, su familia le ve partir con su maleta. Su mujer, otra vez embarazada, y sus tres hijos pequeños contemplan su figura por última vez desde la ventana de su apartamento. Es 1940, y Chaves se establece en Londres, donde también montará una agencia de noticias para mandar sus crónicas a toda Latinoamérica. Antes de partir, le dice a su mujer que destruya sus papeles y que, en cuanto pueda, se vuelva a España. Cuando los nazis llaman a su puerta registran someramente la vivienda y les dejan en paz. Ana emprende el regreso en pocos días. Su cuarto hijo, también una niña, nacerá en Irún y la llamarán Juncal, en honor a la patrona de esta ciudad. Su padre no llegó a conocerla.

Chaves Nogales continuó desarrollando en Londres su tarea incansable de difusión de la información, de denuncia de los extremismos. Igual que había hecho con la guerra española, escribió un documento estremecedor con su testimonio sobre el avance de los nazis: La Agonía de Francia. En 1944, Chaves murió de una peritonitis que no fue atajada a tiempo. Tenía 46 años. Es difícil imaginar un final peor para una persona como él: solo, en una ciudad extranjera en guerra y víctima de una urgencia en un hospital público lleno de heridos. Por unos meses no llegó a vivir el final de la Gran Guerra. Su familia se refugió en la mansión campestre de uno de los tíos de Chaves, desde donde lograron salir adelante. Su hija mayor Pilar, la única que vive todavía (93 años), la que más trato tuvo con su padre, anglófila declarada como él, se fue en cuanto pudo a Inglaterra, se casó con un inglés y allí se quedó. En 2012 volvió a Sevilla para asistir a los actos de la Feria del Libro. Demostró estar en una forma física y mental envidiable. 

domingo, 7 de abril de 2013

111. Me cago en la prensa

Lamento el título, pero es que estoy muy indignado. Tenía pensado escribir hoy algo sobre Manuel Chaves Nogales, sevillano, figura inmensa del periodismo literario, que murió en 1944 a los 46 años y cuyos libros revelan que fue un autor extraordinario que se adelantó varias décadas al llamado Nuevo Periodismo Norteamericano, y un precursor también, entre otros, de Ryszard Kapuscinski. El martes se presenta en Madrid un libro de este señor al que ya se ha redescubierto en España desde hace más de diez años; lo hicieron Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina y otros.

Pero hace un rato que he abierto las ediciones digitales de la prensa de hoy y aun no salgo de mi asombro. Me explico. Hoy hace diez años, las tropas norteamericanas estaban a punto de tomar Bagdad. Hoy hace diez años que un periodista español, Julio Anguita Parrado, cordobés, hijo único de quien ustedes se imaginan, murió alcanzado por un misil de la defensa iraquí, mientras cubría la guerra como corresponsal de El Mundo, empotrado (esta es la palabra que utilizan los corresponsales de guerra) en la Tercera División de Infantería del Ejército de Estados Unidos.

Y mañana se cumplirán también diez años de la muerte del fotógrafo José Couso, ferrolano, alcanzado por un proyectil yanqui disparado por el tanque que intentaba filmar desde una ventana del Hotel Palestina, en donde estaban alojados los periodistas empotrados en la ciudad de Bagdad, para contar la invasión desde el otro lado. En concreto, José Couso cubría la guerra para Telecinco, como cámara del reportero Jon Sistiaga.

Es decir: dos periodistas, dos españoles, dos víctimas civiles en una misma ciudad con un día de diferencia. Dos personas que viajaron al centro del horror para mantenernos informados con sus testimonios de primera mano. ¿No creen que, diez años después, se merecerían un homenaje conjunto, al menos una referencia a dos sucesos trágicos íntimamente relacionados, dos consecuencias deplorables de una guerra absurda, de cuyo origen aún no se nos ha dado una explicación coherente? Veamos que dice la prensa de hoy.

En El País, hay un artículo en portada. Se llama Actos de Recuerdo a José Couso diez años después de su muerte en Irak. Es un largo texto, que me he leído de cabo a rabo. Ni una mención a Julio Anguita Parrado. Para El País, este joven periodista no murió en Irak. Ni siquiera existió jamás, puesto que no le dedican ni un renglón.

Vamos ahora a El Mundo. Nada menos que tres entradas sobre el tema. El primero, Julio A. Parrado, el ejercicio de la honestidad, un emotivo retrato escrito por su compañero Carlos Fresneda. Más abajo, dos reportajes de apoyo, titulados: La era del periodismo acorazado y Periodistas empotrados. He leído los tres (por cierto ni una sola vez escriben completo el primer apellido del recordado Julio, al que se refieren en todo momento como Julio A. Parrado), y lo que se imaginan: ni una referencia a José Couso. El cámara de Telecinco nunca existió para El Mundo.

¿Cabe imaginar mayor villanía? ¿Es esta la prensa que se merecen los lectores españoles? Me parece lamentable. Los españoles sólo queremos que la prensa informe. Y estos dos medios, líderes de la información nacional, no informan. Jalean. Tergiversan. Manipulan.

Me adelanto a lo que seguramente pasará. Supongo que yo no seré el único indignado. Supongo que otros manifestarán su protesta en cartas al director, llamadas, twitters o lo que sea. Imagino que en las dos redacciones habrá gentes que se den cuenta de que se han equivocado. Así que seguramente, por la tarde los dos completarán la información honrando a los caídos del otro. De modo que, cuando entren en las ediciones digitales a comprobar que lo que cuento es cierto, puede que ya no lo encuentren. Pero ahora, antes de colgar mi post, a las 12 del mediodía del 7 de abril de 2013, he repasado las ediciones de los dos periódicos. Están tal como se las he contado.

Queridos seguidores: cáguense ustedes también en esta prensa carroñera, incapaz de elevarse por encima de rencillas minúsculas para informar debidamente del décimo aniversario de la muerte de dos colegas caídos en acto de servicio. Y que quedé aquí mi homenaje más sentido para ambos.