domingo, 30 de diciembre de 2012

68. Por un calendario sin meses

Nada, que con esto de las fiestas y el fin de año, uno llega a autosugestionarse y pensar que, en el momento del cambio de año, está traspasando una especie de frontera entre un tiempo y otro, tránsito que subrayamos atragantándonos con las uvas, chocando nuestras copas de champán y pensando que “to er mundo e’ güeno”. No quiero ser aguafiestas, pero no deben olvidar que el tiempo es un fluido que transcurre de manera continua, indefinida e implacable. La manía de fragmentarlo para medirlo, ha llevado al humano a establecer divisiones, que luego conforman un calendario, algo que no es sino una convención que todos aceptamos, similar al trazado de fronteras sobre un territorio que, antes de eso, era también continuo.

La prueba de que es una convención es que nuestro calendario no es el único, como saben. Nuestro calendario, usado en todo el mundo occidental, es el llamado gregoriano, vigente desde 1582, año en que lo aprobó el Papa Gregorio XIII, corrigiendo ligeramente el calendario juliano, establecido por Julio César unos años antes de Cristo. Los chinos, por ejemplo se basan en el año lunar, de modo que el día de Año Nuevo cae cada año en una fecha (gregoriana) diferente. El Año Nuevo chino lo marca la luna nueva más próxima al día equidistante entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera. En 2012, fue el 23 de enero. En 2013 será el 10 de febrero. Esa es la forma en que se fija también la Semana Santa, una fiesta cristiana anterior al actual calendario. Por otra parte, los chinos están ahora en el año 4710, a punto de  entrar en 4711. Cuentan desde el momento en que se estableció ese calendario, más de 2500 años antes de Cristo. Su artífice fue Huang Di, a quien  llamaban el Emperador Amarillo.

Los años chinos se agrupan en docenas y se dedican a doce animales diferentes, que se van repitiendo. El 23 de enero pasado tuve ocasión de asistir a la celebración de la llegada del Año del Dragón, invitado por la Delegación de Hong Kong en Europa, con cuyos representantes en Madrid tengo relación hace años. Me contaron que, en ese momento, había aumentado mucho el número de embarazos en todos los países que se rigen por el calendario chino (Corea, Japón, Vietnam y otros, además de China). Todo el mundo quería tener un hijo nacido en el Año del Dragón, algo que garantiza toda clase de buenaventuras. Y lo que más molaba era que nacieran al principio, porque entonces les toca la cabeza del dragón que es lo mejor de lo mejor. El próximo 10 de febrero entraremos en el Año de la Serpiente.

Por su parte, los judíos están ya en el año 5773. Su calendario, que también es lunar, se inicia con el Génesis, el día de la creación del primer hombre, según está escrito en la Torá. El día de Año Nuevo varía también con la luna, pero en este caso cae en el mes de septiembre. Los ultraortodoxos, esos que llevan tirabuzones colgando junto a las orejas, creen que en el día del Año Nuevo hebreo se predestinan los hechos que habrán de suceder a lo largo de todo el año. Por eso deben portarse bien y, entre otras cosas, no trabajar ese día. Es curiosa la costumbre judía de celebrar las fiestas a base de no trabajar nada. Así lo hacen cada sábado. Los viernes desarrollan una actividad febril, para comprar todo lo necesario para la fiesta del Sabbath.

Y luego está el calendario musulmán, que parte de Mahoma, por lo que está ahora en 1434. Éste tiene unos años más cortos y otros más largos intercalados, se basa en el sistema sumerio de medir el tiempo y también se ajusta a los ciclos lunares. Se compone de series de 30 años, tras los cuales vuelve a coincidir con el nuestro. El mes sagrado del Ramadán se va retrasando y por eso cada año se celebra en una fecha diferente del calendario occidental. Los años que pilla en agosto, los cumplidores estrictos del ayuno las pasan canutas, sobre todo si están en occidente y han de realizar algún trabajo físico, como los futbolistas.

Seguro que todas estas variantes les parecen una antigualla y una cosa arcaica y absurda, pero les puedo jurar que nuestro calendario no es mucho menos absurdo. El calendario gregoriano es tan acientífico como los otros. Me explico. Los días tienen un fundamento (una rotación de la Tierra). Los años también (una traslación de la Tierra). La semana tiene una correlación con el movimiento de la luna (el ciclo lunar dura 28 días justos). Pero ¿los meses? Los meses no responden a ninguna lógica matemática. Son una división arbitraria del año. Tienen 28, 30 o 31 días, al aliguí. Si usted quiere averiguar qué día de la semana es una fecha concreta, debe consultar su calendario, un ábaco al fin y al cabo, porque no podrá deducirlo por ninguna regla matemática. ¿Sabe usted qué día caerá el 12 de marzo? No. Para saberlo debe consultar el ábaco de 2013, que ya habrá comprado, como hizo los años anteriores.

Algunos científicos han propuesto variantes más lógicas, pero ninguna ha triunfado. Es algo similar al esfuerzo del esperanto, una idea maravillosa, que no tuvo ningún seguimiento. El esperanto no lo habla ni Dios y no ha conseguido ser lengua co-oficial en ningún país. Con el ánimo de promover una iniciativa igualmente absurda, maravillosa y condenada irremediablemente al fracaso (lo que la hace todavía más interesante), les voy a proponer un nuevo calendario, basado en premisas matemáticas. Estoy convencido de que sería mucho más práctico que el vigente, al menos para la gente “de ciencias”. Es un calendario muy sencillo, con vocación de convertirse en universal, como el sistema métrico decimal.

La idea es basarse en la semana, un intervalo que va al compás de la luna y está impreso en la mente humana desde la creación divina, con su séptimo día de descanso.  La semana sirve  para medir los embarazos, las mareas y la programación del trabajo de las empresas. La semana es cojonuda. Sin embargo, descartaremos el concepto de mes, ese invento posterior sin ningún fundamento científico. ¡Fuera los meses! El año tiene 365 días, o sea, 52 semanas. 52x7=364. Es decir, tendríamos un año de 52 semanas y nos sobraría un día. Ese día podría considerarse el Día Cero, lo sacaríamos del calendario y sería el día perfecto para hacer la gran fiesta de Fin de Año. Nos quedaría, entonces, un año de 52 semanas justas. Pero 52 es divisible por 4 y eso nos lleva a un año con cuatro trimestres idénticos, de 13 semanas cada uno.

Para hacerlo aún más lógico, propongo hacer coincidir el Día Cero con el solsticio de invierno, entroncando con las tradiciones de las que les hablé en la entrada nº 52. Eso hará que los cuatro trimestres coincidan con las estaciones: trimestre de invierno, de primavera, de verano y de otoño. Las semanas se numerarán por trimestres: segunda semana de invierno, séptima de otoño ¿No me digan que no es perfecto? Una verdadera máquina. 

El problema de los años bisiestos se soluciona haciendo ese año un Doble Día Cero, una fiesta de 48 horas. Al eliminar los meses, podríamos prescindir de los calendarios, los días se llamarían con un número del 1 al 364 y, para establecer una cita, bastaría con saberse la tabla del 7. Por ejemplo, un amigo te dice: quedamos a cenar el día 129. Un rápido cálculo mental: 129:7=18 y me sobran 3. Te están hablando del tercer día de la semana 19 del año, es decir, el miércoles de la sexta semana de primavera.

Como les anuncié, es un empeño sin posibilidad de hacerse realidad, pero ¿no me digan que no es sugerente? A lo mejor, a partir de cambiar de calendario, iniciábamos una verdadera revolución mental y acabábamos con los políticos y demás especies que nos hacen la vida imposible. Piénsenlo.

Mientras se implanta el nuevo calendario, les deseo un muy FELIZ AÑO NUEVO.

4 comentarios:

  1. Lo malo es que los de letras nos vamos a desorientar. No me veo diciendo que mi cumpleaños es el día doscientos y pico, me van a fallar la mayoría de pringaos que se esfuerzan en alegrarme las pajarillas con un regalito que siempre me gusta... No acabo de verle el aliciente a este apaño. Aunque hay que reconocer que te ha quedado "niquelao", brillantísimo, tú.

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    1. Era sólo un juego. De todas formas, yo creo que nos adaptaríamos rápido, como al euro y otras normalizaciones que nos ha tocado sufrir. Otra cosa es cómo se lo tomarían los no occidentales. Seguro que fatal.

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  2. Lo que está clarísimo es que mañana entramos en Kalendis Ianuariis. Y....que viva....el papa...!!!!
    Feliz any a tots vosoltres amic.

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    1. Yo con matrícula de Barna y tú felicitando el año en román catalino (en el que suele el caganer fablar a su vecino). Esta claro que ya han llegado los marcianos, como se veía en mi entrada 50.

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