domingo, 28 de junio de 2015

397. TR#4. Erfurt, una hermosa ciudad de provincias

Ya ven que no cargo mucho material en el blog. Es por falta de tiempo; he estado ocupado estos días, sin margen ni energía para ponerme a escribir nuevos posts. No obstante, llevo conmigo una libretita color naranja, con un bolígrafo a juego, de mi sindicato CITAM, que me permite ir anotando algunas cosas para que no se me olviden. Continuemos, pues. Poco hay que contar del martes día 23. Estuvo diluviando todo el día, seguía el frío y mi catarro bien agarrado a la garganta. Anunciaban subida de temperaturas para el jueves, pero el miércoles debía ir a Erfurt para la primera conferencia. Traigo mi traje oscuro de las grandes ocasiones, pero necesitaba algo para ponerme encima. Le dije a mi hijo Kike que me trajera de Madrid un abrigo, cuando viniera el jueves. Y negocié con Lucas que el miércoles me prestara el suyo, el que hube de comprarle en Navidad para sustituir al que le robaron en Lille, la noche en que yo lo visitaba.

El martes, tras desayunar, subí a mi cuarto a trabajarme las imágenes de la presentación, que tenía que elaborar a partir del material enviado por África. A mediodía salí a la calle, aprovechando una tregua de la lluvia. Me acerqué a la Hauptbahnhof a comprar el billete de tren para Erfurt y caminé al centro. En un puestecito callejero me compré una thüringer rostbratwurst, una salchicha de Turingia de tamaño natural, pero tuve que comérmela en unos soportales, porque apretaba otra vez el aguacero. Luego entré en el bar que hay debajo del Altes Rathaus (el Ayuntamiento viejo), para tomarme ein kleine biere, es decir, una cerveza pequeña. Aquí, si no especificas que la quieres kleine, te la ponen de medio litro. Por la tarde, estuve practicando mi presentación en inglés y afinando los últimos detalles de las imágenes.

Lucas vino cuando terminó en la Universidad. Trajo su abrigo, me lo probé sobre el traje y me quedaba bien. Con eso no pasaría frío. Salimos luego, en dirección a una zona nueva que quería enseñarme: el barrio que se estructura en torno a la Karl-Liebknechtstrasse, la calle dedicada al político comunista de principio del siglo XX, compañero de Rosa Luxemburgo, que fue asesinado con ella en 1919. Es éste un lugar lleno de restaurantes y bares chic, por donde la gente pululaba con paraguas aprovechando que la lluvia se había convertido en llovizna. Cenamos en una crêperie y regresamos caminando al centro. Dormí aceptablemente y el miércoles me dispuse a viajar a Erfurt bien pertrechado con el abrigo de Lucas.

A unos 100 kilómetros de Leipzig, una hora de tren, Erfurt, capital de la Turingia, tiene varias particularidades interesantes que justifican visitarla. Hay vestigios de la existencia de esta ciudad desde el siglo VIII y cuenta con una de las universidades más antiguas de Alemania, fundada en 1392. A comienzos del siglo XVI el prestigio de esta Universidad era tanto que el padre de Martín Lutero, un acomodado comerciante, le envió allí a estudiar Derecho, dado que el chaval acreditaba tener “luces”. Lutero entra en la Universidad en 1501, pero ha de obtener un par de grados previos al ingreso en la Facultad de Derecho: el Bachillerato, que aprueba en 1502, y el Magister, en el que se gradúa en 1505. Aquí interviene ya la leyenda: sorprendido por una tremenda tormenta, en la que le caen rayos a diestro y siniestro, promete ordenarse fraile. Yo me creo completamente esta leyenda: el otro día, cuando me cayó el rayo que sobresaltó mi corazón, no me metí a fraile porque no se me ocurrió.

El caso es que Martín Lutero, pasa de seguir estudiando y se ordena sacerdote, para enorme disgusto de su padre y sorpresa de sus amigos, que lo tenían por un colega desenfadado y alegre. Lutero entra en los agustinos de Erfurt como novicio en 1505 y, dos años más tarde es ordenado sacerdote y empieza a estudiar teología. En 1514, abandona definitivamente Erfurt para irse a trabajar de profesor de teología a la Universidad de Wittenberg. El monasterio agustino de Erfurt es uno de los monumentos a visitar, aunque yo no lo hice. Al parecer te enseñan incluso la celda en que vivió Lutero. Pero hay otras cosas que ver en esta ciudad, para mi gusto más laico. Pasear por el entramado de callejuelas medievales es una delicia. El casco, excepto algunas calles principales, es íntegramente peatonal, con el empedrado típico de las ciudades centroeuropeas, cientos de ciclistas y unos tranvías enormes, que van bastante llenos.

Erfurt cuenta ahora con 200.000 habitantes, que viven de la Universidad, la agricultura, la artesanía y el turismo. Esta ciudad no fue muy castigada por los bombardeos aliados y también sobrevivió a los planes soviéticos de construcción de autopistas. Cuando cayó el muro, había uno de estos planes que amenazaba con cargarse parte del centro medieval. Los habitantes de Erfurt acogieron con entusiasmo la unificación de Alemania pero, veinte años más tarde, han constatado que sigue habiendo dos Alemanias, que el nivel de vida del Este no alcanza nunca al del Oeste y que siguen dependiendo de ayudas federales. Ese descontento ha llevado al estado de Turingia a votar muy repartido en las últimas elecciones del land. Lo que ha propiciado un tripartito: socialdemócratas, verdes y comunistas.

Desde hace un año, el presidente del land pertenece al partido llamado inequívocamente La Izquierda (Die Linke). Este partido se formó como una especie de Podemos, a partir de los minoritarios comunistas del Oeste, disidentes moderados del Este y radicales de diversos grupos pequeños. Es el primer estado de la República Federal con gobierno de Die Linke, y parece que la valoración del presidente ha subido desde que tomó posesión, dato elocuente y bastante infrecuente. Muchas de estas informaciones me las ha facilitado mi amigo Michael Sholz-Hansel, que es el que me ha metido en este delicioso lio de venir a Alemania. Michael es un eminente historiador del arte, tenido como experto mundial en El Greco y otros pintores españoles. De hecho es el autor del libro sobre El Greco que editó la prestigiosa editorial Taschen con motivo del IV centenario de su muerte.

Michael está ahora haciendo la sustitución de otro catedrático en Karlsruhe, en el otro extremo de Alemania, cerca de Stutgart y Friburgo. Eso le obliga a ir a Karlsruhe los domingos por la tarde y volver los miércoles por la noche. Por ese motivo, no estará en mi charla de Leipzig, porque le va mejor venir a la de Erfurt. De modo que yo saqué un billete de tren sólo de ida, con la idea de volverme con él a Leipzig en coche. Abajo les pondré unas imágenes de la ciudad. Mi contacto en Erfurt era una arquitecta llamada Doris Gstach (no me pregunten cómo se pronuncia). Había quedado con ella a la puerta de un edificio universitario, para llegar al cual me había enviado unas instrucciones precisas (para tontos, como me gustan a mí). He llegado a Erfurt a media mañana y me he dedicado a caminar por sus calles, en medio del ambiente bullicioso y alegre de una ciudad medieval bien conservada, esperanzada en los nuevos tiempos, provinciana, culta y divertida a la vez.

He visitado el Ayuntamiento, he transitado por el Krämerbrücke, el puente con casas a ambos lados ininterrumpidamente, más largo del mundo; he subido a la colina donde conviven la Catedral y la iglesia de San Severo, un conjunto gótico único en el mundo también y por último he visitado la enorme Ciudadela, desde la que se domina toda la ciudad. Luego me he comido una pasta con mucho picante en una terraza de la Fishmarktplatz, aprovechando que el cielo empezaba a abrirse en grandes claros. Hasta aquí no me había sobrado el abrigo de mi hijo. Luego he ido a la plaza Anger para coger el tranvía a la Universidad. En el campus había montada una fiesta de recibimiento al verano, aprovechando la mejora del tiempo, con siete u ocho chiringuitos y un estrado en donde se tocaba funk a buen volumen. Me he hecho con un sombrero de paja de anuncio de Vita Cola y, de esa guisa tocado, he esperado a Doris y a Michael. La Vita Cola es el refresco que crearon los soviéticos, como alternativa a la coca cola. Ahora se ha convertido en una divertida seña de identidad de la gente más hipster, como los muñequitos de los semáforos con sombrero.

Llevé mi sombrero de paja mientras Doris me presentaba a los veinte o veinticinco asistentes a mi conferencia, pero luego me lo quité, como es lógico. Hablé más o menos hora y cuarto, nadie se durmió ni nadie se fue a la fiesta de fuera. Por el contrario, sostuvimos un largo debate hasta las dos horas que disponíamos del aula. Doris me prometió viajar a Madrid el año que viene con sus alumnos. A las ocho nos incorporamos todos a la fiesta y me pude obsequiar con una gran cerveza, con un bretzel relleno, de aperitivo. Michael se tomó un café, que estaba muy cansado después de conducir todo el día y aún debíamos volver a Leipzig, aproximadamente cien kilómetros. En resumen, éxito completo. Me sentí muy a gusto entre esta gente, como siempre en los ambientes universitarios y entre el público joven. Siento que les interesa mi discurso y además procuro hacérselo divertido. Regresamos en el coche de Michael. En el atardecer se podía ver a lo lejos la torre de Buchenwald, erigida por los soviéticos en homenaje a los presos de ese campo de concentración nazi, en donde recluían a políticos de los países que invadían. Allí estuvo por ejemplo Jorge Semprún, sobre quien escribe hoy Vargas Llosa en El País un artículo estremecedor. Lo tienen AQUÍ. Llegué a mi hotel a las once de la noche. Ahora las fotos. Continuará.

Aunque no se lo crean, las dos primeras fotos son del Ayuntamiento.



Ahora, unas casas tradicionales de la zona, cerca del Krämerbrücker.


Imágenes exterior e interior del Krämerbrücker.



La Catedral, a la izquierda, y San Severo.


Una esbelta puerta de la Catedral


Un detalle de San Severo, desde el lateral de la Catedral.


La entrada de la Ciudadela.


Un detalle pseudo-art-deco, de los magníficos edificios comerciales de la calle Anger.


Y, por último, el senior lecturer, en una terraza de la Fischmarktplatz, dispuesto a tomarse medio litro de cerveza para soltar la lengua en la conferencia. 



jueves, 25 de junio de 2015

396. TR#3. Houston, tenemos un problema

Bueno, ahí nos quedamos el otro día. El problema era gordo, estaba en la parte más oriental de Alemania para dar tres conferencias, basadas en una presentación de power point, y no tenía presentación. Había volado. Llegué a plantearme dar las conferencias sin imágenes; habría sido lo que los calorros llaman una ful, pero en casos así me he visto (casi siempre en Madrid) en mi larga carrera de conferenciante. En más de un lugar, llegué con mi pen-drive y me encontré con que el sistema que tenían era incompatible y no pude poner imagen alguna. Una vez, en la Junta de Usera, en plena explicación del Plan General, me quedé sin voz. Intentaba hablar, pero no me salía más que un ruido ridículo. Pedí un vaso de agua, pero la cosa no mejoraba. Pedí un papel y escribí que me dejaran cinco minutos en silencio porque, si intentaba hablar antes, la volveríamos a joder. Pasado ese tiempo pude continuar y, al final, el concejal me felicitó por mi aplomo en semejante contingencia.

En Nueva York eran tan modernos que habían superado el uso del ratón. No había un solo ratón en el edificio: para señalar estaban los punteros laser. El problema es que me dieron uno que estaba averiado y no daba luz. Mientras iban a buscar otro (que nunca llegó), tuve que hablar señalando con el dedo en una imagen gigante que ocupaba toda la pared. Para mostrar el lugar por donde el río entra en el término municipal de Madrid, al norte del Monte del Pardo, tuve que dar saltos de baloncestista para indicarlo con el dedo allí, casi en el techo. En fin, que ya me ha pasado de todo, incluyendo algún apagón de luz. Pero en estos tiempos, las cosas tienen soluciones, digamos, tecnológicas. A pesar de los cenizos y protestones, este mundo en el que vivimos está interconectado y eso da posibilidades. Como la de que ustedes puedan decir Jesús a un tipo que acaba de estornudar en Australia.

Era sábado por la tarde y no había mucho más que hacer ese día. Tenía copias de mis presentaciones anteriores archivadas informáticamente en mi oficina. Mi querida África tendría trabajo extra el lunes. La llamé por teléfono y le dije: Houston tenemos un problema. Luego, salí a dar un paseo. Repetí la ruta del día anterior, pero esta vez llegué a la Oranienburgerstrasse. La última vez que estuve en Berlín, allá por el año 2007, esta calle era el centro del bullicio nocturno de Berlín. Y lo más impresionante eran las putas que ofrecían sus servicios en las esquinas, en medio de turistas, hordas de adolescentes de ambos sexos haciendo botellón itinerante, parejas, familias, grupos de niñas disfrazadas celebrando cumpleaños o graduaciones. Nunca he sido muy asiduo de los lugares de prostitución callejera, pero es que aquellas mujeres eran un auténtico espectáculo. Eran hembras de 1,80, que alcanzaban los dos metros con los tacones, supermaquilladas, sonrientes, triunfantes. Ellas eran el centro de la movida, las auténticas reinas de la noche (alguien me dijo luego que la mayoría eran travestis). Mis hijos, adolescentes entonces, estaban tan fascinados como yo.

Siento decir que las cosas han cambiado. La Oranienburgerstrasse sigue siendo un lugar animado, pero no tanto. La marcha debe de haberse desplazado a otros lugares. Quizá contribuye el hecho de que ya no existe el gran centro okupa situado en un edificio enorme al comienzo de la calle, donde había toda clase de exposiciones y venta de productos artesanales y alternativos. Hace un par de años leí que había sido desalojado. Ahora se ve tapiado, con un aire triste, como un vestigio de los tiempos anteriores a la crisis. En cuanto a las putas, conté tres (recorrí la calle dos veces) y eran las tres de mi estatura, tacones incluidos. Y no se veían sonrientes ni triunfantes. Un grupo de chavales le dijo algo a una de ellas en alemán y la chica respondió con una peineta de libro. Lo único que sobrevive en el mismo grado de animación es el restaurante indio Amrit, todo él bajo un tenderete de uralitas seguramente ilegal, lleno de fuentes muy horteras, estatuas de budas sonrientes, potentes estufas de calle, flores de plástico a cientos, música ad hoc y un ejército de camareros al cargo del tema. Una decoración recargada para un lugar donde la comida es excelente. Me comí un curry Madrás para chuparse los dedos.

El domingo recogí mis cosas, desayuné by the face y caminé hasta la Hauptbahnhof. La puntualidad proverbial de los trenes alemanes se basa en unos relojes en los andenes que son cojonudos. El minutero siempre marca una de sus muescas, nunca está en medio de dos. Hay un segundero que gira a velocidad continua pero que, al llegar al doce, parece hacer un esfuerzo suplementario, como para salvar un obstáculo: entonces, el minutero salta a la marca siguiente de golpe. Cuando falta un minuto para la hora, el tipo de la gorra roja toca el pito. Las puertas se cierran exactamente a la hora que dicen los billetes. Y, enseguida, el tren arranca con suavidad. Dos horas y pico más tarde, llegaba a la Leipzig Hauptbahnhof, donde me esperaba mi hijo Lucas, con pantalones cortos y una sudadera fina. Hacía aparentemente más calor que en Berlín, pero era sólo porque había unos minutos de sol.

Caminamos hasta mi hotel, en donde no había (literalmente) nadie. Hay que tener en cuenta que era domingo. Hube de teclear el número de mi reserva para que me franquearan una primera puerta. En la segunda, otro teclado me exigió además el pago de la habitación por adelantado. Sólo entonces me indicó el número de habitación, y un nuevo código de seis cifras que me permitiría abrir todas las puertas del hotel. Funcionó todo como un reloj, aunque con la sensación continua de ser el único huésped. El hotel es nuevecito, es más, está todavía en obras de acondicionamiento de la fachada. La habitación está bien, es muy funcional, en pleno centro histórico y en la sexta planta. En cuanto dejamos mis cosas, salimos a caminar un rato, para que Lucas me enseñara un poco la ciudad.

El centro es bastante pequeño, todo peatonal; hasta los ciclistas han de bajarse de la bici para cruzarlo, excepto por la noche. Leipzig es una ciudad muy extensa, llena de parques y pequeños lagos, conseguidos a base de rellenar los agujeros de antiguas minas. El ambiente es tranquilo y con bastante vida callejera. Comimos algo en un kiosco de un parque, en donde tocaban músicos improvisados que se iban rotando. Luego pasé a ver dónde vive Lucas y creo que en mi vida había visto un caos igual. Mi hijo me dijo que es que él y otro estaban de mudanzas, intercambiando sus habitaciones. Pero las de los que no estaban de mudanzas, no se diferenciaban de las demás. En medio del caos había un chaval alemán enganchado a algún juego on-line, que ni se levantó para saludarme. Me fui a descansar al hotel y quedamos después. En ese rato le escribí a África Houston una guía paso a paso para que localizase mi archivo de presentaciones, eligiera una de ellas y me la enviara por un Wetransfer, porque mis power points están llenos de fotos, pesan muchas megas y no se pueden mandar por mail.

Por la noche, otra vez hacía un frío que pelaba. Mi hijo se iba encontrando diferentes amigos de los de su panda: un par de nepalíes, una pareja de malagueños, una chica de Madrid que es hija de un amigo mío. A esas edades, la gente se busca e intercala sus planes para verse por la noche. Yo lo hacía también a sus años. Al final terminamos todos en un tenderete callejero con mesas al aire libre, en el que daban unas hamburguesas estupendas. El problema es que hacía mucho frío, que llovía a ratos y que, finalmente yo no he venido preparado para estas temperaturas que no me esperaba. El Accu Weather hablaba de calor hace unos días. Además, ya vengo bastante acatarrado de Madrid, problema que había pasado a un segundo plano con mis historias cardíacas, y se me había agravado tras pasear a los dos yanquis por el río bajo un sol implacable. El sobrecalentamiento del cartón es algo muy malo para un acatarrado. Por abreviar: pasé un frío horrible. Los colegas de Lucas me arroparon con mantas del bar y la chica malagueña se quitó su chal y me lo puso por la cabeza. De esa guisa me hicieron una foto, que concentra la esencia de mi ancianidad y desvalimiento. No me la han dado aún, pero no sé si la colgaré en el blog. Tal vez ninguno de ustedes volvería a leerme. Doy bastante pena.

El lunes diluviaba y seguía el frío. Bajé a desayunar a una panadería artesanal, cerca del hotel, y subí a esperar el envío de mi nueva presentación. África Houston, con la ayuda de otra compañera (Mónica) lo hicieron a la perfección y hago constar aquí mi agradecimiento a las dos. Evalué el trabajo que me quedaba y vi que no era mucho. Bajé a dar un paseo, con mi paraguas, a pesar de que estaba muy desapacible. A la hora de comer, entré en una pizzería y me obsequié con una sopa de tomate ardiendo, riquísima, y unos espaguetis aglio, ollio, peperoncino, súper picantes. Buena dieta para el caminante constipado y aterido. A mí el picante me hace sudar de manera masiva, lo que es bueno para descongestionar los pulmones. Además, por donde más sudo es por el cuero cabelludo, como los bebés, lo que también ayuda a lubrificar el cartón achicharrado en Madrid Río.

Por la tarde, me fui a la habitación a escribir mi post sobre Spandau. Ya tenía una presentación sobre la que trabajar y no quería pensar más en el tema. Por la noche, volví a quedar con Lucas, que había trabajado todo el día. Compartimos un snitzel gigante y una ensalada y nos fuimos a dormir.

lunes, 22 de junio de 2015

395. TR#2. Spandau village

Escribo desde Leipzig donde estoy instalado desde ayer, pero hoy quiero contar lo que hice el sábado en Berlín. Como sólo tenía un día efectivo, y dispondré luego de otro día y medio a la vuelta, dediqué una parte de mi jornada a visitar el antiguo pueblo de Spandau, absorbido por el gran Berlín en su crecimiento. No lo conocía y tenía curiosidad por ver un lugar tan lleno de historia, sobre el que había leído que conserva el pequeño núcleo medieval original. Desde ya les digo que no es algo para caerse de culo de la impresión. Si ustedes no lo conocen, mi opinión es que no merece mucho la pena llegar hasta allí, al menos en comparación con otras cosas que hacer en Berlín, mucho más interesantes.

Pero vayamos por partes. Me levanté, me duché y bajé a desayunar al comedor del hotel. Mi habitación era sin desayuno. Así que fui a recepción y pagué 6,90€ a cambio de un pequeño ticket, que luego nadie me pidió. Consecuencia obvia: al día siguiente, domingo, desayuné by the face. Cualquiera de ustedes, latinos como yo, hubiera hecho lo mismo. A continuación caminé hasta la cercana Hauptbahnhof para sacar mi billete de tren para Leipzig. Había una oferta especial: 38€, ida y vuelta, con la única condición de que no se puede cambiar. Lo compré y también uno de Metro para Spandau, ida y vuelta. En Berlín, como en todas las ciudades grandes de Alemania hay dos sistemas: el U-bahn, que es un Metro y el S-bahn, que es una especie de suburbano o ferrocarril de cercanías, y va en superficie.

A Spandau se puede llegar con los dos, pero el S-bahn es más directo desde la Estación Central. Por cierto, viéndolo escrito, uno podría pensar que Hauptbahnhof se pronunciaría algo así como Jau-Ban-Jof. Pues no, dicen Aubanó, con una o final tenue, casi una u, para la que hay que poner una boca muy redonda y ayudarse elevando las cejas. Lo que no se sabe es para qué tanta consonante, para terminar diciendo Aubanó. El tren de la línea S-5 circula elevado bordeando el Tiergarten hacia el oeste y luego cruza el elegante barrio del Kurfürstendamm, donde vivía la gente acomodada del Berlín occidental, una especie de barrio de Salamanca, cuyo nombre han simplificado los berlineses jóvenes, convirtiéndolo en el Kudamm. Todavía hoy conserva un cierto caché, en relación con las zonas populares y bulliciosas del antiguo Berlin Este, y el Kreuzberg, especie de Malasaña, situado al sur. 

Spandau, al extremo oeste de la aglomeración berlinesa, tiene un pequeño centro urbano peatonal, bonito y agradable, vertebrado sobre dos calles más o menos paralelas: la Carl-Schurzstrasse y la Breitestrasse. Al bajar del Metro, llovía bastante. A lo largo de la mañana se alternaron ratos de lluvia con otros de sol muy agradables. Pasando ante el Ayuntamiento se inicia la Carl-Schurzstrasse, toda ella ocupada por un mercadillo donde los campesinos vienen a vender los productos de su huerta. Hay fresas y espárragos espectaculares. Abajo unas fotos. El letrero de la calle, con caracteres góticos como los de La Voz de Galicia. Al fin y al cabo, los celtas compartimos origen con los teutones. Un abuelo vendía sus kartoffeln pesándolas con una báscula tradicional. Y, ante la iglesia evangélica St-Nikolaikirche, naturalmente situada en la Reformationplatz, el tipo de la estatua que ven es nada menos que el gran Joachim, el Kurfuster de Brandenburgo, antiguo land al que pertenecía Spandau. Lo de kurfuster, debe de ser algo así como el baranda, o el nota que cortaba el bacalao.




Para llegar al Kolk, que es el lugar del asentamiento medieval más antiguo, hay que cruzar una carretera. Apenas quedan un par de casas originales y realmente no merece la pena visitarlo. Lo que sí es muy interesante es la Ciudadela, una fortaleza del siglo XVI, construida sobre una isla fluvial del río Havel, del que es tributario el Spree, que atraviesa el centro de Berlin. Esta ciudadela pasa por ser la fortaleza militar renacentista mejor conservada de Alemania. A mí es que me gustan mucho los castillos. El secreto de que esté intacta es el que les cuento. Al final de la Segunda Guerra Mundial, los rusos llegaron a Berlín por el Este, pero rodearon la ciudad hasta el Oeste, como en una pinza. El castillo de Spandau, era un punto clave de la defensa de la capital alemana y los rusos podrían haberlo destruido con bombas. En vez de eso, lo rodearon y aislaron y pidieron hablar con el jefe de la guarnición. Imaginen la conversación. Lo tenéis todo perdido y no tiene ningún sentido que nos peguemos aquí, destrocemos esta fortaleza y seguramente perdamos ambas partes muchas vidas. El sentido común se impuso.




Hay que decir también que Hitler había localizado en este lugar inexpugnable su principal laboratorio de armas químicas. Aquí se fabricaban los llamados gases nerviosos, como el sarín, que, por fortuna, apenas se usaron, quedándose en un factor estrictamente disuasorio. Parece mentira que estemos hablando de apenas 70 años atrás. Ahora, el castillo se usa como escenario de conciertos de rock. Eché un ojo a la programación. Dentro de unos días canta Tom Jones (75 años). A final de julio, Van Morrison. Y, atención, el día 2 de julio, justo el día en que vuelvo a Berlín, actúan ZZ Top. A lo mejor me animo a venir a verlos. ZZ Top es un grupo veterano de heavy metal, que nunca han sido considerados punteros. La verdad es que son bastante malos. Pero no deja de tener gracia la barba amish de sus dos componentes más conocidos, creo que hermanos. El que vaya a ese concierto depende de varios factores: que no sea muy caro, que queden entradas, que haga buen día y que no esté muy cansado.



Volví al centro del pueblo y encontré un puesto de curry wurst, el almuerzo que se ha convertido en emblemático del nuevo Berlín. Es una salchicha (wurst), que te dan en una especie de bandejita mínima de cartón duro. Delante de ti la cortan en secciones, le echan curry con un salero, una salsa de tomate espesa con más especias y un tenedorcito de plástico. Con todo ello, te vas a un banco y te la comes, con cuidado de no echarte muchos churretes por la pechera. Aprovechando una tregua de la lluvia, completé mi magro almuerzo (me había obsequiado con un desayuno de buffet en el hotel) con una cerveza local de la marca Spandauer Kurfust. Por cierto, hace días un amigo argentino me descubrió que el nombre de la cantante austriaca barbuda Conchita Wurst es perfecto: combina la concha que nunca tendrá, con la salchicha wurst que sí tiene. Boludo yo, que no me había dado cuenta.

Pero este lugar tiene que ver también con otro hecho histórico reciente. Tras los juicios de Nuremberg, siete nazis condenados fueron enviados a la prisión militar de Spandau. Era ésta una construcción de ladrillo del siglo XIX, con capacidad para 500 presos. Entre los siete había algunos conocidos, como Albert Speer, el arquitecto de Hitler, que cumplió 20 años allí. Otros estaban condenados a 10 y 20 años. Y había tres cadenas perpetuas, una de ellas la de Rudof Hess. Este señor, acababa de protagonizar uno de los hechos más oscuros de la guerra recién terminada, cuya explicación sigue sin conocerse. Veterano de la Gran Guerra, organizador exitoso de los Juegos Olímpicos de 1936 (el estadio olímpico donde Jesse Owens ganó a todos sus competidores blancos para disgusto de Hitler, está al lado de Spandau y se usa todavía, por ejemplo, para finales de Champions), se había convertido en el número dos del régimen nazi.

Ocupaba ese puesto cuando decidió volar solo a Inglaterra, y dejarse caer en paracaídas. Se supone que llevaba un plan de paz, a partir de un cese inmediato de las acciones de guerra. Digo se supone, porque nunca le dejaron explicarse. Los ingleses lo metieron al trullo y lo aislaron. Hitler dijo que no volaba en su nombre, que se había vuelto loco. De ahí al final de la guerra, Nuremberg y la cárcel. En 1966, salieron de Spandau, libres, Speer y el otro condenado a 20 años. Los demás con perpetua habían sido liberados por motivos humanitarios, antes de morir de cáncer. Sólo quedaba Rudolf Hess. Le tocaría pasar allí otros 20 años, como único inquilino de una cárcel para 500 presos. Pidió el indulto un montón de veces, solicitud a la que accedían americanos y franceses. Siempre se opusieron los rusos (normal) y los británicos (sospechoso y significativo). En aquellos años, un preso no podía escribir sus memorias desde dentro; Speer hubo de esperar a quedar libre para hacerlo. Parece claro que los ingleses no querían que este señor largara.

En 1987, Hess se suicidó (oficialmente) colgándose de un cable eléctrico. Sus familiares no creyeron esa versión: tenía 93 años, estaba casi ciego, artrítico y medio cojo y no tenía fuerzas para hacer algo así, aparte que nunca había tenido tendencias suicidas. Pidieron una investigación oficial y los gobiernos aliados la hicieron. Pero nunca se dio a conocer. ¿Saben por qué? Su publicación fue terminantemente vetada por la señora Thachter, auténtica hija de la Gran Bretaña, a la sazón primera ministra del país. En cuanto los ejércitos aliados se retiraron (1994), Alemania demolió la cárcel. Hoy ocupa su lugar un enorme centro comercial al lado de un parque. Me di una vuelta por allí y no queda una sola referencia. Y, por cierto, el grupo de rock Spandau Ballet, creado en los 80, tomaba su nombre haciendo una broma sobre la situación surrealista de una enorme cárcel para un anciano medio muerto ya, como un espectro que organizara el ballet de un hombre solo. Asunto que nos podría conectar con los tuits del señor Zapata, tema del que ya he dicho que no quiero hablar.

Suficientes razones para una visita a Spandau. Termino diciendo que volví al hotel, me eché una siestecita y luego me dispuse a revisar mis presentaciones para mis próximas conferencias, que llevaba en un pen-drive de 8 gigas, de color negro. Había un pequeño problema: el pen-drive no estaba. Lo busqué por todos lados, infructuosamente. Había desaparecido. Volviendo atrás, creo que debí de perderlo al pasar la seguridad en Barajas. Fue un momento de terror. Era lo único que no podía perder en este viaje. Habrán de esperar al siguiente post para saber cómo afronté esta calamidad sobrevenida. Continuará.  


sábado, 20 de junio de 2015

394. TR#1. El submarino despega

Bueno, aquí me tienen, en Berlín, en mitad de una tarde desapacible, de lluvia, viento y frío, dispuesto a empezar a contar mis aventuras. Los que recuerden mi anterior viaje bloguero, tal vez hayan advertido que he sustituido el TD# de entonces por el TR# de ahora. Aquello era Travel Diary, porque acometí la tarea de escribir un post por cada uno de los días de viaje, como un ejercicio (y un reto, al final completado). Ahora será Travel Report, porque voy a ir escribiendo posts sin un ritmo prefijado, cuando pueda. Es decir, va a ser éste un diario orgánico, en el sentido en que lo era también (orgánica) la democracia en tiempos de Franco. Como muchos de mis lectores son más jóvenes y no pueden saber de qué hablo, lo explico. El régimen de Franco no se definía a sí mismo como dictadura, sino como Democracia Orgánica, diferente de las democracias representativas. Y la gente, que siempre recurre al humor para defenderse de los regímenes autoritarios, completó la oración: teníamos una democracia orgánica, consistente en que Franco hacía lo que le salía de los órganos.

Pues eso haré yo. Voy a estar en parte con mis hijos, he de visitar a mi amigo Michael, que nos invita a una especie de fiesta en su casa y habrá días en que no pueda escribir en el blog. Por lo demás, ayer fui a mi consulta cardiológica y los resultados son espectaculares. No sólo estoy bien, sino que tengo todos los indicadores mucho mejor que el año pasado. Vamos, que mis médicos están valorando la posibilidad de inyectarme en vena un poquito de colesterol, para que los demás pacientes no se desanimen por el agravio comparativo. Fuera coñas, parece que lo que tengo son extrasístoles, patología benigna, para la que no se requiere tratamiento: ni pastillas ni nada. Lo cojonudo es que el holter que me pusieron ha revelado que tengo esas extrasístoles de manera continua, de noche y de día. El hecho de que las note sólo al tumbarme a descansar, normalmente en la cama y por la noche, se debe a que el resto del tiempo hay más ruido y tengo la mente ocupada en otras cosas y no me entero.

Lo primero que me preguntaron es qué tal el día del holter. Bien, les dije, pero no va a servir de nada, porque ese día no sentí nada raro. Risas generales. Me enseñaron los gráficos y había cha-cha-chá de cojones. La extrasístole es una especie de latido a contrarritmo, como los que suelen intercalar los músicos de bossa nova. El corazón, que es cabezota, la contrarresta enseguida con un intervalo más largo, para recuperar el ritmo original, y es en dicho intervalo cuando se nota esa especie de angustia, porque parece que la sangre no te llega a donde debe. De todas formas, la sensación de angustia continuada que sufrí yo a lo largo de toda la Noche de la Bestia, sólo puede tener una causa, y la idea ya se había formado en mi cabeza antes de la consulta: tuvo que ser motivada por el rayo que cayó en mi casa, o en la de al lado. A mí hijo se le desbocó el corazón también, lo que pasa es que recuperó el ritmo normal en unos minutos. Yo no, y aquí entran una serie de factores: la vejez, el estrés y el que uno empieza a comerse el tarro y el fenómeno se realimenta.

Así se lo planteé a mi hermosa cardióloga y me contestó que no hay evidencia científica de eso, pero no era la primera vez que lo oía, así que no es ninguna tontería. Al final, el corazón es un músculo que funciona a partir de unas diferencias de polaridad que se van invirtiendo rítmicamente (por eso mis molestias podían tener su origen en el riñón, donde se procesan los electrolitos que definen esa diferencias de polaridad). El que te caiga un rayo casi encima produce unas tensiones electromagnéticas brutales, que tienen por fuerza que incidir en estas historias. En fin, uniendo este diagnóstico con los resultados de colesterol, ácido úrico, tensión, PSA, etc., la chica me dijo que dejara de dar el coñazo, que no me prescribía tratamiento alguno, y que volviera por allí en dos años. Sí me dio algunos consejos: no abusar del café, cuidado con el té de ginseng rojo coreano y que procure hacer cenas menos copiosas. Esto último se debe a que el estómago está pegado al corazón y, si está muy lleno, puede presionar y por eso la sensación desagradable al acostarme. En cuanto a lo otro, tomo un café al levantarme, del llamado americano, y algunos días otro a media mañana. El té de ginseng lo consumo una o ninguna veces a la semana y ese día no tomo casi café. Eso no es abusar de los estimulantes. En cuanto a la cerveza, no me aconsejaron nada al respecto.

Bueno, pues tras recoger mis informes, pasé un momento por el curre, lancé unos cuantos gritos de Viva el Rey, y me fui a hacer la maleta. El vuelo fue normal, con un aterrizaje súper suave. Recurrí a un taxista turco y me instalé en un hotel de la cadena Meininger, al lado de la Hauptbahnhof, la estación central de Berlín. Coloqué someramente mis cosas y salí a caminar. Crucé en diagonal la Washingtonplatz y tomé el camino que bordea el río Spree. Era todavía de día, pero hacía mucho frío. Pasé a la altura de la cúpula del Reichstag de Norman Foster, al otro lado del río, y me desvié a la izquierda por la Reinhardtstrasse, en busca de una zona más animada, porque allí no había ni Dios. Iba en busca de la Oranienburgerstrase, el centro de la marcha del Friday night berlinés pero, al llegar a la Fridriechstrasse, de una pizzería en la esquina me asaltaron unos olores tentadores. Caí en la cuenta entonces de que tenía un hambre de la hostia y allí me quedé.

Era un sitio muy agradable, servido por chicas muy jóvenes uniformadas con camiseta negra, y un mandilón también negro sobre los vaqueros. Todas llevaban el pelo recogido en coletas altas y eran bastante guapas y amables. Mesas de madera sin mantel, buena cerveza, música suave, personal ruidoso: ya saben a qué tipo de local me refiero. La pizza que me trajeron era gigante y, con la pinta de cerveza Paulaner que me calcé, me sobrevino todo el cansancio de estos últimos días vertiginosos. Mi hijo Kike, está de acuerdo con mi cardióloga en que estoy un poco estresado. Tengo que darles crédito y aprovechar este viaje para descansar y relajarme. Yo creo que estresado no es la palabra. Me gusta más una que usaba mi padre: agitao. Mi padre, hombre de traje gris, pajarita y un buen sombrero que levantaba levemente cogiéndolo con tres dedos para saludar a las señoras, usaba su condición de médico para decirle a algún amigo que se encontraba: le veo a usted un poco agitao: cálmese hombre, que tanta agitación no es buena.

Volví al calor del hotel y dormí como un niño. Un descanso merecido. Termino con unas palabras sobre el WiFi. El hotel tiene un sistema por el que hay que pedir una clave individual por viajero, que te sirve para varios días, pero sólo para un aparato. En el papelito que te imprimen con la clave, te avisan que, si quieres usar un nuevo aparato, tienes que desconectar el anterior. En los días que corren, eso es una tontería, todo el mundo lleva varios artilugios. Yo cargo ordenador, tablet y móvil para el Whatsapp. Las chicas de recepción lo han solucionado a las bravas. Tienen un cestito en el mostrador en donde han impreso un montón de tickets con claves individuales. Yo, tras hacer la inscripción, cogí un puñado. Te ven, pero no les importa. Demostración palpable de que la frase el sistema no me deja hacerlo, con que los burócratas te responden ante peticiones justas y razonables, es una falacia: los sistemas permiten hacer todo; lo que pasa es que hay es mucha gente inútil que no sabe lo suficiente para exprimir todas sus potencialidades, o malévola, que pasa de esforzarse para ayudarte.

Hala. Que ustedes lo pasen bien. 

jueves, 18 de junio de 2015

393. ¡Cierren escotillas!

Ese era el grito que marcaba el inicio del viaje del submarino. Bueno, yo me voy mañana en avión, pero es lo mismo. Esta mañana he paseado por Madrid Río a un par de profesores norteamericanos, con lo que cierro este apretado fin de curso en el que he llegado a poner en riesgo mi estabilidad cardíaca con tanto sarao. Mañana por la mañana tengo que recoger mi analítica y llevársela a la bella cardióloga, para que haga una valoración del conjunto de pruebas que me han hecho. Luego me iré a casa a hacer la maleta. A las 5.45 salgo para Berlín en vuelo directo. Les iré contando. Para cuando vuelva, ya estará todo el pescado vendido, en cuanto a reparto de cargos y competencias en el Área de Urbanismo a la que pertenezco, pero no me importa demasiado, como ya he explicado en el blog. También es posible que me lo encuentre todo igual. En cualquier caso, sigo bailando y celebrando aliviado el final del Trienio Negro. Por si quieren acompañarme, aquí tienen algo muy adecuado: el Let’s twist again de Chubby Checker de 1960 con imágenes de la época.


En este momento de euforia, no quería yo hablar más del señor Zapata y sus chistes, pero alguna gente próxima me ha criticado por mis opiniones al respecto y debo volver al tema. Este blog tiene un componente ético y no puedo hacerme el loco sobre un tema que me parece  grave. Así que precisaré mi postura. A la vista del tesoro que han encontrado en los tuits del señor Zapata, las huestes de Esperanza se han lanzado al cuello sobre los miembros del equipo de la señora Carmena y han encontrado diecisiete mil cosas. No es ninguna sorpresa, era previsible que esto sucediera, ya sabemos cómo se las gasta Esperanza y la política es un medio muy cabrón. He de decir que las cosas que les han encontrado a los otros me parecen disculpables, incluida la imputación de Rita Maestre por entrar con las tetas al viento en una iglesia.

Esto son cosas de la vida del activista político. Formas de protesta. Pequeñas travesuras. Quien no ha hecho alguna tontería a ciertas edades, es que nunca ha sido joven. Como dice Carmena, es hermoso que este tipo de gente tenga ahora la oportunidad de canalizar su energía juvenil desde dentro de las instituciones. Tampoco me molesta lo de Gallardón y la guillotina o lo de que hay que matar a Botín. Eso sí es humor negro y basta con unas palabras de disculpa, que ya se han dicho. Pero, para mí, por detrás de todo eso hay una línea roja que no se debe traspasar. Más allá de esa línea roja están la crueldad, la tortura, el sadismo o la pedofilia. Y hacer risas sobre personas que han sufrido grandes desgracias, yo creo que está también detrás de esa línea roja y es repugnante.

Les pongo un ejemplo. Anteayer los periódicos daban noticia de dos sucesos terribles. En una playa de Carolina del Norte, un tiburón arrancó el brazo izquierdo a una chica de 27 años, que se bañaba con el agua por la cintura. Cuando estaban desalojando la playa, el mismo tiburón devoró el brazo de un chaval de 16 que salía del agua. La otra: un vecino de Benicarló se acercó como todos los días a su bar habitual y pidió un vino blanco. El dueño del bar, amigo suyo, le sirvió de una botella, sin saber que alguien la había llenado con lavavajillas a granel. El hombre bebió un solo trago y corrió al cuarto de baño a enjuagarse porque se estaba quemando por dentro. Bebió y el agua hizo el resto. El pobre hombre murió en un minuto.

Para mí, alguien que hiciera un chiste sobre cualquiera de estos dos sucesos sería un auténtico canalla, no apto para desempeñar un cargo público. Me dicen que Zapata es una buena persona. No lo dudo. Yo también soy una buena persona. Pero, si atropello a un ciclista con mi coche y lo mato, aunque siga siendo una buena persona, tendré que afrontar las consecuencias y cumplir lo que diga el juez. Mi postura sobre el tema Zapata no ha variado un milímetro, creo que este señor debe dimitir como concejal, porque la ha cagado y donde quiera que vaya se lo van a recordar, no le van a dejar trabajar y se va a convertir en un lastre para Carmena. Esa es mi opinión y no quiero hablar más del tema. Dejemos que la señora alcaldesa maneje este asunto como le parezca más oportuno. Yo la he votado para que sea mi jefa y confío en ella. Y estoy feliz de que haya ganado, porque en el malhadado Trienio Negro que finaliza, he sufrido mucho y voy a contar por qué. En cierta forma, hoy se cierra un círculo en mi trayectoria vital.

La anterior alcaldesa, señora Botella, tomó posesión de su cargo, más o menos, en las Navidades de 2011. En ese momento, yo desarrollaba una actividad tan frenética como la actual en cuanto a recibir delegaciones extranjeras y pasearlas por ahí, pero con una diferencia: tenía unos jefes ante los que debía rendir cuentas. Mi trabajo estaba, digamos, integrado en una estructura. Mi jefe me decía: haz esto, o bien: a estos tipos no los recibas que no tienen interés, o: a estos otros ya los recibo yo que son de alto nivel. Como no sospechaba que me iban a joder, había montado una red internacional de contactos que crecía y crecía. Entonces, llegó la señá Botella, quitó a la anterior concejala y puso a una señora inane, a la que ya he dedicado una larga serie de calificativos, así que finalmente la dejaré con este: la Inane.

La Inane, lo primero que hizo fue disolver la unidad de Obras en la que yo estaba y mandar a mi jefe a un retiro honorable. Yo me quedé, digamos, en el aire. La Inane venía con dos personas de su confianza, un jefe de gabinete y una señorita Rotenmeyer, émula de carcelera nazi, para controlar el horario y los temas de personal. Me informé sobre los tres y me dieron datos precisos. De Rotenmeyer me dijeron que era inútil argumentarle, que ante cualquier disyuntiva ella elige siempre la alternativa peor para el funcionario. Del otro me dijeron que era la parte más educada y culta del trío, que en cierta forma era una especie de ideólogo de la Inane. En ese momento, yo tenía tres encargos de mi jefe a medio cumplir. Me habían invitado a un Congreso de Movilidad Sustentable (sic) en Querétaro, México. Tenía el plan de presentar el Madrid Río a los Premios Europeos de Urbanismo. Y tenía escrito un artículo al respecto, pendiente de publicar en la Revista Agroforestal, de los ingenieros de montes.  

Me aconsejé sobre cómo actuar, y me presenté esperanzado ante el ideólogo. Ciertamente era educado y amable. Pero no era el ideólogo; era el mayordomo. Un mayordomo cojonudo, como esos que suele interpretar Anthony Hopkins, pero un mayordomo, al fin y al cabo. Resultados de mi interview con este señor: UNO, mi artículo fue sometido a censura, porque adolecía de exceso de entusiasmo sobre Madrid Río y ya no estábamos en tiempos de Gallardón (sic). DOS, el viaje a Querétaro no me lo podían impedir (los mexicanos me pagaban viaje y estancia) pero, a efectos de control de personal, tenía que arreglármelas con Rotenmeyer (no llegué a hablar con ella, ya sabía la respuesta, en realidad no he hablado con esta señora ni una sola vez en tres años).

Pero lo que no les perdono a esta panda de inútiles es el punto TRES: que no me apoyaran para presentar el Río a los premios. Como saben, soy miembro de AETU, la sección española de la red internacional que concede estos premios. Ellos me patrocinaban y estaban convencidos como yo de que el premio lo teníamos ganado. Había que preparar una documentación normalizada, trabajo que podía hacer yo sin esfuerzo. Pero también había que pagar 1000 euros por la inscripción, y ahí encalló la cosa. Unos por otros, entre la Inane, Rotenmeyer y el mayordomo, se atoraron y se pasó el plazo de presentación. Ahí aprendí que esta gente, además de malas personas, ignorantes y cortos, eran unos paletos. Por lo demás, el viaje a Querétaro, fue mi primera experiencia de ir a un congreso a defender la Marca Madrid utilizando mis días de vacaciones.

A la vuelta me encontré con que me seguían pagando el sueldo, pero ya no tenía apenas trabajo. Lo único que me pedían la Inane y su corte era cumplir el horario al minuto, so riesgo de tremenda regañina de Rotenmeyer. Un horario encima engordado con media hora diaria por el señor Rajoy. Cualquiera se hubiera vuelto loco. Pero yo no soy cualquiera. Así que tomé varias determinaciones. La primera, regresar con el rabo entre las piernas al mundo del planeamiento urbano. Un mundo que había abandonado ostentosamente siete años antes para cambiarme a la parte de gestión, primero, y luego al equipo de obras que construía el proyecto Madrid Río, como jefe de información y participación vecinal. A lo largo de ese tiempo, yo había presumido mucho de que mis nuevas tareas me gustaban más que la de hacer planeamiento. Así que, cuando regresé a ese mundo tuve que hacerlo por la puerta de atrás y en un puesto marginal porque, cuando yo me fui, los demás se pusieron cómodos, como es lógico.
   
Mis compañeros me acogieron bien, me han soportado en estos años y a su manera me han protegido, a cambio de ayudar en tareas, como la de contar el Plan General en las 21 Juntas de Distrito, que nadie quiere hacer. Mi segunda determinación fue seguir cultivando mi red de contactos y recibiendo delegaciones. Aquí contaba con la protección de mis nuevos jefes, que no me ponían ninguna pega a la hora de firmarme permisos de cara a Rotenmeyer como si me hubieran mandado ellos a estas actividades que yo me buscaba. En Querétaro rompí una primera barrera, la de usar mis vacaciones para estas cosas. La segunda barrera (pagarme yo los viajes) la superé en el verano siguiente, el de 2012, con motivo de mi participación en un congreso en Nueva York.

Lo cierto es que me dieron el contacto para contar el Madrid Río en el congreso anual de la City Parks Alliance y me comprometí pensando que me lo pagaban todo como de costumbre. A la hora de concretar las condiciones, me dijeron que ellos eran una organización sin ánimo de lucro y que no tenían previsto pagarme. Negociamos y llegamos a un acuerdo: me pagaban la mitad del vuelo y me ofrecían una habitación en una residencia universitaria junto a la sede del congreso, a precio de estudiante. El congreso duró tres días, en los que fui feliz saliendo cada mañana, con mi maletín y mi traje de verano, caminando en dirección al lugar del congreso, en el entorno de Washington Square, en pleno centro de Manhattan. Hubiera pagado el doble a cambio de esos tres días. Pero además aproveché el vuelo para quedarme quince días por allí, recuperar mis queridos rincones favoritos de New York y visitar otras ciudades como Boston. Es decir, el mismo concepto del viaje que empiezo mañana.

Pero me quedaba una tercera decisión. Aun con el trabajo que me suponían estas actividades y cumpliendo con las pequeñas tareas que me encargaban mis jefes, me sobraba mucho tiempo de mis mañanas y tenía que llenarlo con algo, porque debía cumplir completo ese horario absurdo. Y aquí surge el Blog. No lo inauguré hasta septiembre, porque estuve varios meses preparándolo. Me asesoré con amigos periodistas y no rompí aguas hasta que estuve seguro de poder afrontar una tarea como esta con una garantía de continuidad y unos estándares de calidad que me impuse yo mismo. Así que ahora ya lo saben todo y, como les decía al principio, hoy se cierra un círculo. El oficio de bloguero satisface una parte importante de mis pretensiones literarias y me resulta muy gratificante. Al principio cuidaba de no hablar de mi trabajo, pero poco a poco fui escribiendo de forma más libre. Desde hace un tiempo digo lo que me da la gana.

Mañana afronto mi vuelo, y ya estoy cerrando escotillas. El cielo es azul y el mar es verde, como cantaba Paul McCartney. Al fin y al cabo, el submarino amarillo volaba sobre los cielos arcoíris. Seguimos desde Berlín. Sean felices.





martes, 16 de junio de 2015

392. El Día de la Bestia

…mi corazón, mi corazón 
es un músculo sano pero necesita acción, 
dame paz y dame guerra, y un dulce colocón 
y yo te entregaré lo mejor. 

No puedo evitar hablar del tema del día, aunque no era ese el objeto de este post. Los viejos tuits del todavía concejal Zapata sobre los judíos y las niñas asesinadas en Alcasser, no tienen disculpa posible. Comparto hasta la última coma el comentario de El Mundo que les adjunto AQUÍ. Es más, es que me creo sus explicaciones y estoy seguro de que no es un nazi ni un asesino en potencia. En consecuencia, es muy tonto. Y yo no quiero a un sujeto muy tonto al frente de la cultura madrileña. Ahora leo que le han cesado como responsable de Cultura, pero no como concejal. Pues muy mal, señora Carmena, a menos que se trate de un proceso en dos etapas, una patada en el culo en diferido, como la de Bárcenas. Yo no la he votado para que mantenga a semejante elemento como concejal de su equipo.

Diré más: si esto no es un proceso en dos etapas, huele muy mal. Huele a que este señor es de Ganemos y el que le sustituiría en el puesto, por ser el siguiente en la lista electoral, tal vez no lo sea. Es decir, huele a mamoneo, a equilibrio de poder entre facciones. Huele a las peleas internas de los partidos. Huele a la miseria que ha destrozado a Izquierda Unida. Huele a la vieja política que esperábamos que usted desterrara. En cualquier caso, usted sabrá. De momento, agradezco públicamente y por escrito al equipo de Esperanza Aguirre, o a quien haya destapado el asunto, por asumir el vomitivo trabajo de escarbar en la mierda de este individuo. Y un último comentario: qué miedo, joder. Si en el gallinero de la candidatura de Ahora Madrid hay tipos como este, hemos corrido un riesgo de tamayazo acojonante. Nos hemos librado por una uña, que diría Cervantes. A lo mejor ha vuelto a intervenir nuestro querido San Benitiño de Lérez.

Dicho esto, paso a hablar de temas más interesantes. Quienes siguen puntualmente este blog, ya habrán constatado que aquí no se da puntada sin hilo. Y yo llevo dos posts sucesivos hablando como al descuido de fibrilación auricular. Por algo será. Otra cosa es que hay días en que parece que los planetas se ponen en fila y suman sus influencias negativas. Entonces, todo empieza a salir fatal, se conjuran las fuerzas del mal, se abren los cielos para desatar diluvios de rayos y granizadas y de pronto uno se encuentra luchando a brazo partido para minimizar daños y restituir una mínima normalidad. Algunos ven aquí la mano de Lucifer. Otros somos más laicos y escépticos, pero igual lo padecemos cuando llega. A mí me sucedió algo así el pasado jueves día 11 de los corrientes. Un auténtico Día de la Bestia.

Si recuerdan mi calendario de festejos, ese día debía dar dos conferencias de temas diferentes, una a las 9, en francés, a 50 banqueros del Credit Agricole, y otra en inglés a las 13, a 16 promotores de una asociación alemana. Lo de los franchutes ya venía dando malas señales, no pintaba bien; era como un parto de nalgas. Les cuento. Más o menos dos meses antes, vinieron dos franceses a preparar la visita. Nos reunimos en su hotel, con un intermediario de la empresa que les organizaba el viaje, y el colega que les había dado mi nombre. Este quería presentármelos y los otros saber qué pinta tenía yo y si estaba a la altura. La entrevista se desarrolló íntegramente en francés y, como les conté, me ofrecieron dar la conferencia en español y disponer de un traductor, a lo que me negué. Entonces me insistieron y me volvieron a insistir, pero dije que no, que mi francés era muy bueno y prefería hablar en esa lengua. Así lo acordamos y nos dimos la mano para ratificarlo. Lo conté en el blog, para que vieran qué chulo soy, y no le di mayor importancia, aunque, la verdad es que tanta insistencia era un poco rara, e incluso ofensiva para mí: es como si no les pareciera suficientemente bueno mi acento.

Ya me había olvidado del asunto cuando, una semana antes del evento, recibo un e-mail. Los organizadores me comunican que, según lo acordado, yo hablaría en español, con traducción simultánea y podría responder en francés a las preguntas que me hicieran. Hay que ver qué morro. Agarré el teléfono y le eché una bronca al intermediario que me había dejado su tarjeta. ¡Qu’est-ce qui se passe, Monsieur, vous savez bien que cela n’est pas ce qu’on avais convenu! Me calmó, me pidió veinte mil disculpas y me dijo que lo hacían para que yo estuviera más cómodo: yo hablaría en español y ellos aportarían un equipo de traducción simultánea, para lo que existía una cabina en la sala del hotel que usaríamos. Entonces lo entendí todo. La traducción simultánea es un sistema súper caro. Los traductores simultáneos son la élite de los intérpretes y cobran un pastal. Además, siempre van dos, para poder turnarse y descansar. Más los auriculares, los transmisores, y el resto del aparataje. Los intermediarios les habían ofrecido ese sistema a los banqueros, dentro del paquete de la organización y se lo cobrarían a precio de oro. Y los otros encantados de pagar, total el dinero no es suyo, sino de los ahorradores rurales franceses. Así va el mundo. Acepté las nuevas condiciones (no tenía alternativa) y pensé que yo no era quien de fastidiarle el trabajo a una organización que da de comer a sus empleados y a unos intérpretes que viven de eso.

Pero todo fue mal desde aquí. En otro correo, me pidieron una copia de la presentación. Les dije voy, un momento que la están peinando. Entonces pusieron a una secretaria a llamarme por teléfono veinte veces al día para ver si ya la tenía. Llamé otra vez al pollo intermediario y le dije que la tenía en inglés y quería traducir los rótulos al francés. Me dijo que daba igual, que era para que los traductores se fueran familiarizando. Se la mandé con una frase irónica: puesto que tenían un magnífico servicio de traducción, tal vez me harían el favor de traducir mis rótulos a su excelente francés. Respuesta a los dos días: nuestros intérpretes han recibido su presentación y no han dicho nada, de lo que se deduce que les parece bien. Mismo sistema: hacerse los locos, hablar del tiempo, ya llegó el verano, etc.

La tarde antes, estuve paseando por Madrid Río a unos coreanos, a los que había dado en Cibeles mi conferencia habitual. Por cierto que todos los demás saraos que les anuncié salieron de maravilla, incluso alguno sobrevenido que tuve que afrontar después. Pero lo de los franchutes venía de nalgas. Tras dejar a los coreanos, descansé un rato en casa, terminé de traducir al francés mi presentación, cené, vi un poco la tele y me acosté. Entonces, el corazón se me desbocó y empezó a ir a su bola. Debo aclararles que padezco arritmias y taquicardias leves hace como cuarenta años. Que una vez me fui a mirar y me dijeron que no era nada. Sólo el cachondeo que se montaba un corazón grande de deportista de fondo que ha dejado de entrenar a tope, como pidiendo más tralla. En los últimos tiempos me pasa esto a veces, siempre al tumbarme. Suelo levantarme, caminar un rato y enseguida la cosa revierte.

Esta vez no, y es una sensación bastante desagradable, sobre todo por las connotaciones. Quiero decir que, si te pasa eso mismo en un pie, no te alarmas tanto. En algún momento, pareció que la cosa remitía y me quedé frito. Entonces cayó un rayo en mi casa o en la de al lado. Salí despavorido al pasillo y me encontré a mi hijo Kike igualmente asustado. En ese momento se desató el diluvio universal. Mi corazón seguía completamente descontrolado. Y todo siguió así hasta la madrugada: sin dormir, con el pulso al pil-pil y diluviando. No presumo de valiente, pero no es exacto decir que estaba asustado. Estaba muy preocupado y con un cabreo enorme: era el peor momento para que me pasara esto, veía en riesgo mi viaje a Alemania y, además, era un salto de calidad en mi patología: la segunda arritmia más larga que he sufrido en mi vida me duró cinco minutos. Y esto eran ocho horas.

Me levanté y decidí tomarme un té de ginseng rojo coreano. Estaba agotado y tenía que reponer energías. Valoré la posibilidad de que este té euforizante agravara mi arritmia, pero la vida es riesgo. No me la agravó. Tampoco la eliminó. La cosa había que mirársela, así que le mandé un SMS a mi médica habitual, para que me llamase cuando se levantara. Luego me duché, me puse mi traje gris de verano y salí andando en dirección al hotel Vincci Soho, un lugar tan hortera como su nombre, en el corazón del Barrio de las Letras. A medio camino se desató otro diluvio y tuve que correr para no calarme. La carrera tampoco regularizó mi ritmo cardíaco. Mientras preparaba mi presentación, me llamó mi amiga y médico. Quedamos en que me pasaría por su clínica después de la conferencia. Mi arritmia no cedía, pero uno se obsesiona menos cuando hace otras cosas (caminar, correr, preparar una presentación o empezar a hablar). Aquí agradecí el poder dar la charla en español.

Hablé casi una hora. Aplausos. Algunas preguntas. Mi colega, el que me había conseguido el bolo, me dijo que me sentara con él para ver la segunda charla, que quedaba un poco mal no quedarse al café de después. Me senté a su lado y ¡aleluya!, mi ritmo cardíaco se había normalizado. No sé en qué momento de mi charla sucedió. La segunda oradora era una máquina. Una chica del SAREB que lo sabía todo. Era muy técnica y debía de ser una alta ejecutiva de ese engendro, antes llamado El Banco Malo. Al final, nuevos aplausos y más preguntas. Mientras los presentes empezaban a desfilar al bar, me acerqué a la oradora para felicitarla. Los franchutes se la llevaron a un aparte y le dieron el habitual regalo, una bolsita de cartón con un libro o un pequeño recuerdo. Entonces, me acerqué y les pregunté en francés si había otro regalo para mí. Respuesta: no. Me quedé blanco, pero reaccioné con educación. Sin darles la mano, dije: disfruten ustedes de su café. Y me di media vuelta, en dirección a la salida. Al pasar le dije a mi colega que estaba enfermo y que me iba a que me miraran el corazón.

Llevo más de 20 años dando conferencias y nunca me había pasado nada semejante. Muchas veces he atendido a delegaciones humildes de países pobres, que no traen nada para nadie. Pero nada como esto. Todavía me cabreo al acordarme. Putos banqueros de mierda. No creo que sean muy diferentes de Rato y Blesa, lo que pasa es que todavía no los han pillado. Y encima franchutes, primos de los que tiran nuestros camiones de fruta y cierran la frontera italiana para que no les entren más negros. Se merecen un presidente como Sarkozy. Vale, ya está, ya no refunfuño más. Bajé andando hasta Atocha a coger mi coche, y tuve que correr otra vez, porque empezaba la madre de todas las tormentas. Lo de la noche había sido un simple ensayo. De camino a la clínica, mi coche fue literalmente lapidado por una manta de granizos como canicas. En la M-30, había balsas que superaban el eje de las ruedas. No se veía nada. Eran las fuerzas del Averno desencadenadas. Mi colega me llamó al móvil, preocupado e intrigado por mi marcha de estampida. Le conté lo que había pasado y le dije que no contase más conmigo para atender a banqueros, a menos que me paguen. Ya va siendo hora de mejorar el caché.

Llegué a la clínica, entré directamente a la consulta de una cardióloga joven y rubia, casi tan guapa como Joss Stone. Me hizo un electrocardiograma y una ecografía y comentó que todo estaba normal, que tenía un corazón sano y muy grande. Para no ser grosero, me mordí la lengua y no le dije: no lo sabes tú bien, reina. Desde entonces tengo una historia médica y estoy en un protocolo. Ahora mismo tengo puesto un holter, que no va a servir de nada, porque no he vuelto a tener problemas. Me explicaron que, por los síntomas, parecía haber entrado en fibrilación auricular, pero que no me preocupara. A un 90% no será nada grave. Las pruebas que me están haciendo son para descartar el otro 10%. El origen del asunto, salvo problema grave, puede ser puramente cardíaco, lo que me llevará a añadir algunas pastillas a mi amplio surtido de pastillero veterano. También puede tener origen no cardíaco, por ejemplo digestivo. Hay que esperar, pero no me han prohibido irme a Alemania ni beber cerveza (que eran mis dos miedos fundamentales).

Por lo demás, llegué a mi charla de la una con un ligero retraso. Werner y los alemanes estaban muy preocupado por mí, pero les di una conferencia estupenda y me hicieron muchas preguntas y muy interesantes. Luego me invitaban a comer al restaurante del Santiago Bernabeu, pero decliné la invitación, aunque me insistieron mucho: estaba agotado y no me veía con fuerzas para seguir manteniendo una conversación en inglés. Esta conferencia era en mi oficina. Encendí el ordenador, revisé el correo, recogí mis bártulos y me fui a casa. Bajé a La Pitarra y me pedí una pasta al pesto y un filete enorme con patatas. Luego subí, desconecté todos los teléfonos y me eché una siesta de pijama de varias horas. Por la noche estaba relajado, pero aquí reapareció el efecto del té de ginseng rojo coreano. Tenía la mente al cien de rendimiento. Así que me senté al ordenador y escribí mi post sobre la luz al final del túnel que, dadas las circunstancias, me quedó redondo, aunque esté mal que lo diga. 

La noche del Día de la Bestia, hablé con mi hijo Lucas por Skype. Por la mañana, un camión lo había tirado con la bicicleta, pero no se había hecho nada. El camión estaba parado y él cruzó correctamente por delante, pero el tipo no lo vio desde su altura y arrancó. Al notar el golpe paró. Por una uña no había ocurrido una desgracia. Y así fue como superamos el día del Averno, con valor, con pelea, sin perderle la cara al peligro y con fortuna. La noche estaba tranquila y ya no llovía. Al otro día fui a nadar y me tiré en una calle libre al lado de la que ocupaba el Cangrejo Taciturno. Al primer largo, se pasó a mi calle. Así que, me tuve que ir al otro lado de la piscina. Lo de todos los días. La vida cotidiana que seguía su curso. Con lo de Zapata, me ha salido un texto muy largo, pero esta vez no lo voy a partir. Les dejo con la canción del principio. Cantan Los Rodríguez. Sean felices.


sábado, 13 de junio de 2015

391. A bailar

Bueno, acabo de tragarme entera, por primera vez en mi vida, la ceremonia completa en directo de la proclamación de la nueva Alcaldesa de Madrid. La primera parte ha sido un coñazo, pero yo sentía que tenía que estar ahí, apoyando, para sumar mi energía mental a la de los demás espectadores, y contribuir de esa forma a proteger el acto del tan temido tamayazo, que finalmente no se ha producido. Es la misma razón por la que, este año me he tragado varios partidos del Dépor ciertamente insufribles. Por fin, ya con el recuento de votos terminado, he escuchado con interés a los sucesivos oradores. Nerviosas pero bien las dos jóvenes y muy sueltos los tres mayores. El discurso de Esperanza me ha parecido bien, cordial y sin resquemores. Estos días en que ha estado callada, parece haber reflexionado y llegado a la conclusión de que resulta mucho más elegante demostrar la capacidad de saber perder. Esta es la Esperanza que yo admiro, y espero que destierre definitivamente a esa otra persona desencadenada y enloquecida de la campaña y la post campaña.

Carmona me está cayendo cada vez mejor. Le veo suelto, tranquilo, convencido de lo que hace. Tanto en la rueda de prensa conjunta con Carmena del otro día, como en su discurso de hoy, le estoy descubriendo una talla política que no le presuponía después de escucharle muchas veces como tertuliano televisivo, lo que viene a demostrar lo pernicioso que es el formato que se ha implantado en este tipo de programas de seguimiento masivo. Bueno, y de Carmena, ¿qué decir? Pues que es espectacular. Yo no sé si tendrá suerte, si le saldrán las cosas bien pero, de momento, hay un cambio de formas, un saber estar, una cultura, una experiencia acumulada, que a mí me llenan de orgullo como madrileño. A efectos personales, como funcionario, es posible que este cambio sea perjudicial para mí, hasta puede que me bajen el sueldo, pero, para un año que me queda, tampoco me va a hacer tanta avería. Y también es posible que se me permita seguir haciendo lo que me gusta y no de la forma semiclandestina en que me he desenvuelto en estos tres años nefastos. Hasta puede que las cosas mejoren tanto que me replantee la posibilidad de continuar unos años echando una mano.

Ya se verá. De momento, hoy es un día de celebración, y voy a aprovechar para desvelarles una faceta mía que no he prodigado mucho en este blog: el lado hortera. Porque, para celebrar una cosa tan trascendente como el relevo de hoy en la Alcaldía, nada mejor que echarse a bailar. Y para bailar, no hay una música mejor (en mi opinión), que la música disco de los 80. Y la música disco de los 80, se caracterizaba precisamente por ser algo muy hortera. Así que les adjunto unos cuantos archivos, para que se los pongan en pantalla grande, y empiecen ya a bailar. ¿Cómo dicen? ¿Que no saben bailar? ¡¡Qué vergüenza!! Shame on you, if you can't dance too. Ese era el estribillo de esta primera canción (por cierto, de los 70, pero es como la precursora del género). Una tal Shirley, que hacía muchos años había grabado con cierto éxito el clásico Let the good times roll, se reunió con unos amiguetes y músicos de estudio y grabó unas cuantas canciones. Y, entre ellas, le salió este bombazo, llamado Shame, Shame, Shame (1974, Shirley y sus amigos). No sé si habían bebido o qué. La canción se hizo tan popular que les invitaron a un programa de televisión. El resultado es el que ven abajo. El único de sus amigos que la acompañó es un tal Jaime Pérez, con un aspecto a la altura del play-back infame que perpetran ambos. Pero la canción es cojonuda. Pura historia.  


Ya en los 80, la gente se lanzó a bailar enloquecida. No es tan difícil. Ya saben lo que le dice Lauren Bacall a Bogart en Tener o no Tener: cuando me necesites, silba. No es tan difícil, sólo tienes que juntar los labios así, y soplar hacia fuera. Labios maravillosos los de esta mujer excepcional. Pues lo de bailar es igual. Pongan un pie delante del otro y dejen fluir el ritmo. Lo de bailar es un ejercicio libre, de pura improvisación. Tal vez, les ayude este segundo tema, Uno de los más conocidos del grupo Dee-lite. Anda que no he bailado yo veces este tema en los felices 80. Ahora, todas las chicas bailan de esa manera, pero la cantante de este grupo americano fue realmente la primera que empezó a moverse así. No le pierdan ojo a su cuerpo. Es una delicia.


Realmente, Groove is in the heart (el ritmo está en el corazón). Lo malo es cuando el ritmo se descontrola, y entonces llega la fibrilación auricular. Pero de eso ya hablaremos otro día. Aquí tienen otro tema muy de la época. El grupo se llama Technotronic.  


En fin. La música para bailar ha sufrido muchos vaivenes. Últimamente, han llegado el house, el hip-hop, el tecno y otros estilos que, discúlpenme, ya me han pillado con hijos y un poco mayor y no me gustan nada. Pero sigue habiendo temas sensacionales como el que les pongo para cerrar. Se llama Happy, lo firma Pharrell Williams y es del año pasado. El vídeo no tiene desperdicio y ahí pueden ver que el personal baila como le sale del cuerpo, por la calle, en el trabajo, en su casa, lo mismo niños que mayores, gordos que flacos. Sólo hace falta sentirse feliz, y así es como yo me siento esta mañana. Que disfruten ustedes de este fin de semana y los meses posteriores. Un abrazo muy fuerte. 


jueves, 11 de junio de 2015

390. La luz al fondo del tunel

En la vigilia del gran cambio, cada mañana nos desayunamos con Forges insistiendo en la idea del tamayazo, para que no nos descuidemos y estemos alerta. Hoy finalmente parece que anuncian el acuerdo Carmena-Carmona. Pero yo no me fío y no lo celebraré hasta el sábado. Cuando lo vea me lo creeré. Es esta una espera tensa, algo parecido a los quince minutos que pasaron desde que el Dépor marcó el gol del empate con el Barça en el último partido de Liga, hasta que el árbitro pitó el final. Por cierto, mi amigo Gonzalo Hidalgo Bayal propone en su blog que, en los casos de empate en el recuento de parlamentarios, para evitar situaciones que se eternicen como la de Susana Diaz, se establezca un sistema de desempate mediante lanzamiento de penaltis. Humor extremeño en estado puro.

Por la mañana, el inefable Simancas decía todavía que el acuerdo estaba casi cerrado. Cómica y hasta patética cautela la del hombre que sufrió en sus carnes el citado tamayazo. Él tampoco las tiene todas consigo y es de entender: el trauma que sufrió este señor es de los que no se olvidan y, si hay una constante en el devenir del ser humano es esta: la historia se repite. Supongo que todos ustedes han visto la extraordinaria película Chinatown (Roman Polansky 1974). El protagonista, un detective de Los Ángeles magistralmente interpretado por Jack Nicholson, repite esa frase como un mantra: la historia se repite. Él arrastra un pasado tenebroso marcado por un episodio personal trágico que le sucedió en el barrio de Chinatown y se resiste a volver a entrar en ese lugar maldito para él. Pero la acción del film le va llevando de forma inexorable hacia allí. Al final, como supongo que la han visto, ya sabrán lo que sucede. Y, si no la conocen, no quiero chafarles el placer de ver por primera vez esta obra maestra.

En El País insisten en recordarnos la lista de promesas electorales de Carmena y su grupo Ahora Madrid. Sutil precaución para empezar a dar la murga desde el minuto cero con los sucesivos y previsibles incumplimientos de dicho programa. Como si eso nos importara a los ciudadanos. Yo, y muchos otros como yo, hemos votado a Carmena, independientemente de ese programa lleno de puntos a cumplir. A mí me importa una mierda su programa, es más, ni siquiera me lo leí. No sólo eso, sino que incluso voté a Podemos en la Comunidad de Madrid y he de confesar que, en este caso, no sé ni que cara tiene el cabeza de lista, cuyo nombre llegué a saber, pero he olvidado de nuevo. Me bastó escucharle hablar por la radio y descubrir en su discurso una nitidez y una rotundidad que no me transmitía el dubitativo Gabilondo, a quien pensaba inicialmente votar. ¿Qué es lo que estoy queriendo decir?

Es bastante sencillo y voy a recurrir a algunos ejemplos. En 2006, Amy Winehouse, consiguió un éxito monumental, inesperado para todo el mundo, con una canción que se llamaba Rehab, y que ya les he traído al blog, así que no tiene interés repetirla. La repercusión de esta canción superó todas las expectativas, fue el tema más escuchado en todo el mundo durante meses y se llevó nada menos que cinco Grammys, generando una situación insólita: estos premios se entregan en Los Ángeles y Amy tenía prohibida la entrada en los Estados Unidos por su drogadicción galopante. Hubo de participar en la ceremonia por Skype desde Inglaterra. El éxito fue de tales dimensiones que se llevó por delante a la artista cinco años más tarde. Cinco años en los que no pudo afrontar el impacto de ese triunfo arrollador, no volvió a componer nada y se fue hundiendo en un infierno privado sin salida.

¿Qué tenía esa canción para generar ese efecto tan masivo? ¿Por qué le gustaba a gente diferente todo a lo largo del mundo? No hace falta pensar mucho. Su mensaje era directo, sencillo y capaz de llegar a la gente joven de todos los rincones del orbe: Tratan de que vaya a rehabilitación y yo digo nooo, nooo, no. La negación, el grito de Raimon en 1972: Diguem no. Sin saberlo, esta chica había encontrado lo universal en las entrañas de lo cotidiano, como pretendía Unamuno (y como consigue Padura, qué alegría su premio Princesa de Asturias). Otro ejemplo: ya les he revelado que últimamente uso el champú Fructis Adiós Daños. Es cojonudo, pero yo lo elegí sólo por el nombre, porque me parece una idea publicitaria muy buena. De hecho, varias marcas la han copiado. Con la Cuenta Naranja, adiós a las comisiones. Con la nueva compresa Tena Lady, adiós a los malos olores. Así muchos otros productos. Adiós al pasado, no queremos que nos sigan dando la murga con conceptos caducos.

Esto es lo que quiere la gente. Acabar con la política añeja de los partidos de toda la vida. Decirle nooo, nooo, no al discurso pasado de moda de estos políticos profesionales, que no han tenido otro oficio en su vida que el de políticos, que han medrado dentro de sus partidos a base de adulación y clientelismo, de ser dóciles y poco críticos. Proclamar que, con los nuevos movimientos surgidos del descontento ciudadano, decimos adiós a las corruptelas, adiós al forrarse impunemente. El asunto es imparable. Primero fue el 15-M, luego Podemos y después Ahora Madrid, Guanyem Barcelona y la Marea que, desde el Atlántico, ha subido por La Coruña y llegado a Santiago. El enemigo de este movimiento arrollador no es el bipartidismo, como dicen algunos. El enemigo a batir es la práctica perversa en la que habían incurrido todo los partidos clásicos. Por eso, el tsunami se ha llevado por delante primero a los comparsas: UPyD e Izquierda Unida, que desempeñaban el papel de convidados de piedra, callando a cambio de las migajas del banquete. El que mejor captó el ansia de cambio fue Forges con esta sensacional viñeta, dos días antes de las elecciones.


Estamos ante una oportunidad histórica, pero hay poco tiempo. Si en noviembre la ciudadanía no ha empezado a percibir los resultados de este cambio de tendencia, PP y PSOE volverán a subir y recuperarán el poder. Ahora hay que ponerse el mono de faena y ayudar a esta gente que se ha hecho con algunas administraciones, porque el reto que afrontan requiere un trabajo descomunal. De momento, disfrutemos del dulce tiempo que señalaba Talleyrand: antes de la revolución el mundo merece la pena ser vivido. Ya tengo pensado mi post de celebración para el sábado. Ahora, juguemos un poco con los mensajes que les he puesto más arriba:

        - Intentan imponernos el Tratado de Libre Comercio y les decimos: nooo, nooo, no.
        - Quieren subordinar el poder político al económico y les decimos: nooo, nooo, no.
        - Quieren asustarnos con los soviets y les decimos: nooo, nooo, no.
        - Con la señora Carmena, adiós al urbanismo al servicio de los grandes inversores.
        - Con la señora Carmena, adiós al discurso político castizo, casposo y zafio.
        - Con la señora Carmena, adiós a la corrupción y el mangoneo generalizado.
        - Y, por supuesto, con la señora Colau, diguem no al nacionalismo de Mas y Pujol.

Este mes, como les pronostiqué, mi ritmo cardiaco de producción de posts ha entrado en fibrilación auricular y no puedo hacer nada al respecto. No tengo tiempo material de escribir más y estoy deseando marcharme a Alemania. Pasado mañana alcanzaremos el final del túnel de este malhadado Trienio Negro. Ya se ve la luz al fondo. Que pasen buena noche.

              

martes, 9 de junio de 2015

389. Faunario de nadadores

Desde el final del verano pasado hasta hace dos semanas, he estado nadando una vez por semana, a la vez que dedicaba tres días a correr. Pero con la llegada del caloret asfixiantet, y a la vista del complicado calendario de festejos que se me avecina, pues he dejado de correr y he pasado a nadar dos veces por semana, 30 largos a braza. Utilizo para este ejercicio las instalaciones del Polideportivo Luis Aragonés, a 10 minutos en coche de mi oficina. Suelo ir de 4 a 5 de la tarde, momento en que hay muy poca gente y las calles para natación libre están bastante vacías. A esas horas, pulula por la piscina principal y los vestuarios una fauna muy particular, de la clase de los anfibios, a los que he podido observar repetidamente, porque todos siguen rutinas que repiten como ritos. En general son gente mayor, con sus manías, sus extravagancias y sus chifladuras esperpénticas. Eximios especímenes de una fauna pintoresca. Un tesoro para un observador del ser humano, como yo. He aquí una relación del faunario de los nadadores.

1.- Los sapos bañistas. Para ponerles en situación, les contaré que la piscina principal cubierta del polideportivo tiene ocho calles, cinco de las cuales están ocupadas por clases, con sus profesores y alumnos. En las otras tres hay unos letreros que indican: Nado libre, con un subtítulo debajo: lento, medio o rápido. Las tres calles libres, ocasionalmente se reducen a dos, cuando el volumen de clases lo requiere. Es decir, que estorba bastante que la calle del nado lento sea ocupada por dos abuelos que no nadan, sino que se bañan. Quiero decir que se sitúan en un extremo de la calle (en el que se hace pie), y se tiran allí la mayor parte del tiempo en posición vertical, agarraditos a la albardilla de piedra, charlando de sus cosas. Estos dos elementos, de la especie del sapo partero ibérico, tal vez sean pareja, o amigos, o primos, o cuñados. Los que nadamos en esa calle, hacemos lo posible por salpicarlos o molestarlos de distintas maneras, al final de nuestros largos, pero no se dan por aludidos.

Se trata de dos tipos bastante mayores, rechonchos y con un inconfundible aspecto de batracios. Llevan gorro de baño porque es obligatorio, pero no usan gafas. Para qué, si no nadan. A veces, uno de los dos se aventura a hacer medio largo, sin meter la cabeza en el agua, con lo que el estorbo a los usuarios de la calle se duplica. Cuando lo hacen a espalda, su movimiento recuerda a los espasmos de una rana boca arriba que fuera incapaz de darse la vuelta. Lo que no entiendo es por qué no van a bañarse a otro lado, donde no molesten, ni nadie les moleste a ellos. O, si lo que quieren es charlar, por qué no se van a un café. Me los he encontrado ya muchas veces y nadie sabe por qué vienen a este polideportivo. El otro día, aprovechando que el más activo estaba practicando sus penosos espasmos, terminé mi largo, me situé al lado del otro y le cedí el turno: ¿Sale usted, caballero? Me contestó con una sonrisa franca y jovial: No, gracias, yo por esta vez descanso. Ante tal respuesta, seguí con mi programa. 

2.- El cangrejo taciturno. Este señor, encuadrable en la clase de los crustáceos acuáticos, no falla un solo día y se pasa allí la tarde entera, porque todas las cosas que hace (nadar, vestirse, desvestirse, etc.) las hace de forma lenta, prolija, minuciosa y poco práctica. Es un coñazo. Por ejemplo, el tipo llega al vestuario con tres o cuatro bolsas de plástico llenas de cosas. Las deja en una esquina y se va, no se sabe adónde. Luego vuelve y empieza a sacar cosas de las bolsas refunfuñando. Sus juramentos a veces no se entienden, excepto unas eses medio silbadas en medio de su cabreo. Un día me tocó a su lado y pude entender lo que gruñe entre dientes: ¡Pero qué me ha pueSSSto eSSSta! Debe de tener una señora que le prepara las cosas y siempre lo hace mal, porque el tipo acaba desechando enojado alguna prenda y eligiendo otras con evidente disgusto. Luego, en la pisci, hace una complicada parafernalia para bajar por una de las escalerillas y va pasando por debajo de las cintas separadoras hasta llegar a la calle que primero ha seleccionado, generalmente aquella en la que estoy yo nadando. Inmediatamente me voy a otra, pero me persigue, tiene una especie de fijación conmigo.

El caso es que es bastante molesto compartir calle con este sujeto, porque sólo nada a espalda y mueve los brazos con gesto ampuloso y abierto, como los malos oradores cuando tratan de subrayar su discurso, de modo que ocupa casi todo el ancho de la calle. Como si de un director de orquesta lamentable se tratara, convierte la calle en un lugar exclusivo en el que has de cruzarte con él y es difícil evitar que te roce. Les juro que tiene un tacto bastante desagradable. Cuando no me queda más remedio, acabamos los dos en el canal de lentos. En esas ocasiones, hace lo indecible para que yo no lo adelante, a pesar de que es lentísimo. Su truco es no completar los largos. Cuando está a tres metros del extremo, se da trabajosamente la vuelta como un torpe animal prehistórico y empieza el siguiente falso largo. Es como los que hacen trampas en el solitario. Su práctica al salir de la piscina no la he podido ver entera. Hace sucesivos viajes a las taquillas y cada vez trae una de sus interminables bolsas. Yo ya estoy marchándome cuando él aun no ha terminado de llevar todas sus cosas al banco. Alguna vez me han entrado ganas de esconderle alguna de las bolsas, pero no me he atrevido. Imagino que gritaría irritado: ¿Pero quién ha SSSido el gracioSSSo?

3.- Los tortolitos. Aunque hay vestuarios separados por sexos, las taquillas son comunes. Están en el centro y de uno de sus extremos salen sendos pasillos estrechos hacia ambos vestuarios. No parece un lugar adecuado para ligar. Y, sin embargo, hay una pareja que lleva varios meses desarrollando la estrategia de la seducción en ese incómodo lugar. Supongo que es su lugar de encuentros secretos. Secretos a voces, porque al varón le pilla como yéndose a su vestuario en el arranque del pasillo, con la percha de la ropa sostenida en alto con una mano y la bolsa de deportes en la otra. La chica le sigue hasta ese lugar sin dejar de hablar, y han de apartarse cada vez que alguien entra o sale por ese pasillo. Allí pelan largamente la pava. A lo mejor no se lo creen pero me ha sucedido encontrármelos al entrar a la piscina, hacer mis 30 largos con el agravante de tener que esquivar al cangrejo taciturno y evitar a los sapos bañistas del extremo. Bueno, pues, al volver, allí seguía la parejita dale que te pego. El amor es lo que tiene. Uno pierde hasta la noción del tiempo.  

4.- El efebo griego. Es este un tipo de unos cuarenta, al que sólo he visto en las duchas y en el vestuario. Es como un David de Florencia un poco mayor: pelo rizado claro cual borreguito de Norit, ojos grises y cuerpo atlético. El tipo vuelve de nadar, saca las cosas de la taquilla, las lleva a un banco del vestuario y entonces se quita ostentosamente el bañador, de cara a todos los presentes. Como en trance, camina hacia la ducha, se sitúa bajo el chorro y entonces inicia una larga serie de estiramientos de brazos y torso, con los ojos cerrados y gesto de éxtasis, siempre de cara al exterior, para que se le vean bien sus partes nobles. La verdad es que por allí anda la gente duchándose con aire ensimismado, pensando en sus problemas cotidianos, y nadie le presta mucha atención, pero resulta ciertamente llamativo. Supongo que debe de ser una variedad de exhibicionista.

Mi amiga P., que era telefonista en mis primeros años de funcionario (cuando todavía había centralitas), vivía en La Elipa y había de cruzar cada día un descampado para llegar al Metro. A pesar de que era muy madrugadora, todos los días la asaltaba un exhibicionista de los de gabardina, al que encima conocía del barrio (se llamaba Federico y era guarnicionero). Mi amiga era muy buena gente y le daba mucha pena aquel vecino que pasaba frío y vergüenza por ese vicio maldito. Cuando se le venía encima, ella le cortaba: Joder, Federico, no me enseñes más la polla, que ya te la he visto. Y el tipo se echaba a llorar. No tengo noticias al respecto, pero creo que esta especie del exhibicionista callejero esta en franco peligro de extinción. 

5.- El del Fairy. Bueno, a este sólo lo he visto dos veces. Es un tipo que usa un gel de ducha que es como explosivo, o tal vez utiliza demasiada cantidad. El caso es que a los dos minutos de entrar en la ducha, está completamente cubierto de espuma, como Doris Day en los tiempos de la censura yanqui. Luego se pone bajo el chorro y organiza un sistema de montañas nevadas de chantilly, que tardan horas en irse por el desagüe. Este es un tipo pequeñarro con pinta de gnomo, bigote minúsculo y aire general malévolo. No me extrañaría que lo haga adrede, para fastidiar y a ver si alguien se resbala. Hay gente muy rara por el mundo.

6.- El tritón jaspeado. A este también he podido observarlo un par de veces. Es una especie de culturista lleno de tatuajes, que llega al borde de la piscina con su bolsa y se viste allí, con parsimonia, con la gravedad de los toreros cuando se ponen el traje de luces. Su atuendo, que resultaría adecuado para cruzar el Canal de la Mancha, se compone de un traje de neopreno completo en el que se embute con dificultad, un gorro también negro, tapones para los oídos y unas aletas ergonómicas de última generación. Y unas gafas que más bien parecen de las llamadas de ventisca. Utiliza el canal de nado rápido y, cuando se tira, la escena tiene algo de heroico o legendario, como si un dios griego salido del mar regresara a sus aposentos submarinos. Todos los presentes interrumpen sus ejercicios para mirarle, nadie quiere perderse el espectáculo.

Son sólo algunos de los personajes que acostumbran a compartir conmigo las instalaciones del Polideportivo Luis Aragonés, las tardes de martes y jueves, de 4 a 5. En los vestuarios, los hombres nos mostramos como somos, desprovistos de ropajes físicos e ideológicos. Eso no impide que el personal siga siendo exactamente como es fuera de este pequeño microcosmos lleno de vapor de agua caliente. El universo del vestuario es una versión a escala reducida del mundo exterior. Los amigos que van juntos siguen comentando sus cosas, los chicos del colegio, que van en grupo, hablan muy alto, ponen verdes a los profesores, comentan las noticias del fútbol y sueltan algún que otro eructo, para hacerse los malotes. Supongo que el vestuario femenino será, a su vez, un reflejo de la otra mitad del mundo exterior, donde las mujeres comentan sus cosas como si estuvieran vestidas. Como ven, el deporte no es mi único aliciente para frecuentar estos lugares. Para un naturalista como yo, la oportunidad de observar de cerca a la fauna de los nadadores, es algo que no tiene precio.