domingo, 28 de enero de 2018

702. El Deportivo y la autoficción

Escribo ya desde Madrid, adonde he llegado después de un plácido viaje de vuelta por carretera de unas seis horas y media, con buen tiempo y poco tráfico. El primer objetivo de mi viaje era visitar a mis familiares. El segundo, respirar el aire salino de mi tierra y relajarme un poco, después de casi un año desde mi última visita. Y sólo en último lugar, asistir al partido del Deportivo. He de decir que mis dos primeros objetivos se han cumplido. Mi familia está bien, o al menos razonablemente bien para sus edades y circunstancias. Y, en cuanto al aire, sólo diré que salí de Madrid en la última fase de un constipado, entre cuyas secuelas tenía un incómodo grano en el interior de la nariz, que me martirizaba desde hacía varios días, produciéndome un dolor reflejado por toda la cara, que me hacía llorar el ojo y hasta me molestaba para comer. Bastaron 24 horas en La Coruña para que desapareciera del todo.

Lo del Deportivo es diferente. Después de verles por primera vez en directo este año, creo que es un caso perdido. Nos vamos a Segunda de cabeza y probablemente acabemos de últimos, porque yo creo que ahora mismo somos el peor equipo de Primera División con diferencia. Una panda de mataos. Joder, no es normal que fueran ganando 2-0 en el minuto 80 y se dejen empatar el partido. Es que cuando estás a 10 minutos del final tienes que hacer antifútbol y eso lo saben hasta los equipos de pre-benjamín, que tienen siete años. Es lo que se llama cerrar el partido. Si te quedan diez minutos y estás cansado, tienes que retener el balón. El portero tiene que sacar en corto y los jugadores pasarse el balón sin perderlo, hacer rondos, irse al córner y protegerlo con el culo. Y, en cuanto te toquen un poco, caerte al suelo como si te hubieran pegado un tiro en la cabeza y pedir que vengan las asistencias. Y, si no te tocan, fingir una lipotimia y pedir también que entren las asistencias. Que no haya un solo segundo de juego efectivo. Eso es lo que hace un equipo con experiencia.

Pues el Dépor no hacía eso ayer. El portero sacaba en largo y el equipo contrario se hacía con el balón enseguida. Pero eran también muy malos y tiraban mal y se les iba fuera. Y volvía a sacar en largo el portero, se la daba al contrario y vuelta a empezar. Hasta que nos metieron dos goles. Si no llegan a ser tan malos nos habían metido cuatro. Los partidos del Deportivo son de dos clases. En unos encajan un gol enseguida, les entra la ansiedad de que les van a meter una goleada, se bloquean y al final se la meten. En otros marcan primero, les entra la ansiedad de que les van a remontar, se bloquean y al final les remontan. El equipo está muerto, es una banda de cadáveres ambulantes. Yo no veo ninguna posibilidad de que las cosas cambien. Ya han cambiado al entrenador y han hecho no sé cuantas fintas de despacho. Pero es que tendrían que cambiar a todos los jugadores y no hay dinero para ello.

Ahora mismo, ser del Deportivo es como tener un grano en la nariz por dentro. Un ejercicio de masoquismo. El desastre no se puede arreglar por procedimientos racionales. Nos queda únicamente hacer rogativas a San Benitiño de Lérez. Si San Benitiño se esmera, puede ser que el muerto resucite. Estas cosas pasan, no tienen más que ver el reciente caso del gitano de Asturias al que estaban a punto de hacer la autopsia, cuando despertó. Por si no conocen la noticia, AQUÍ pueden leerla. Tres médicos habían certificado la defunción por error. Dicen ahora que fue un caso de catalepsia, pero yo creo que los tres médicos eran tan malos como los del Deportivo jugando. El tipo tiene 29 años, cinco hijos y estaba en la cárcel por diversos hurtos. Parece que se tomó un frasco de pastillas con intención de suicidarse (no era la primera ni la segunda vez que lo intentaba) y se quedó inconsciente. Pero hay varias cosas muy curiosas en este asunto. Realmente es un caso de sainete.

En primer lugar, los análisis toxicológicos que le han hecho en el hospital, después de revivirlo, han revelado no sólo las pastillas que se tomó, sino también trazas recientes de cocaína, heroína y hachís. Parece que, en esa cárcel, los médicos no son los únicos mantas. Luego resulta que el tipo, en cuanto se ha encontrado un poco mejor, ha insistido en pedir el alta voluntaria, para poder volver a la cárcel, porque padece de claustrofobia y se siente mejor en su celda que en un cuarto del hospital (el mundo al revés). Esto, más que sainete, es puro surrealismo. Pero aún falta lo mejor. Su familia (madre y esposa) han salido en la televisión asturiana dando pena, con el tonillo ese de déme argo señorita, con la intención de ir preparando el terreno para pedir el indulto. Y, textualmente, han contado que a su marido y esposo, lo metieron en una bolsa de plástico negro, que cerraron con cremallera, lo introdujeron en una cámara frigorífica y luego lo sacaron para la autopsia. Ya le habían pintado el cuerpo con rotuladores negros, para marcar las incisiones que se disponían a hacerle con un bisturí, cuando empezó a removerse y hacer ruidos.

¿Qué tiene de raro todo esto? Nada. Sólo que los de la morgue asturiana han declarado que las bolsas que ellos utilizan son blancas, que no llegaron a meterlo en ninguna nevera, y que nunca usan rotuladores para marcar las incisiones, de hecho ni siquiera tienen rotuladores. Ya sabemos que los gitanos prototípicos son bastante mentirosos (no entre ellos, sino de cara a los payos). También sabíamos que suelen tener parabólica en el chabolo. Lo que yo no imaginaba es que fueran tan forofos de las series americanas. Porque en series como CSI New YorkLey y Orden y otras, hay un gran protagonismo de los forenses, que todo el rato usan esa parafernalia de bolsas negras, rotuladores y neveras (por cierto, en El País sale hoy una encuesta entre los oyentes para saber cuáles son las mejores series de todos los tiempos y aparecen, entre las primeras, cuatro de las que yo les recomendé: Breaking Bad, The Wire –sin duda las dos mejores–, Los Sopranos y True Detective).

Estas gitanas han contado su historia, entremezclándola con sus propias ficciones, fabulaciones y ensoñaciones, en una técnica narrativa que se conoce como la autoficción. Es una denominación que no conocía, pero resulta que mi hermano estuvo el jueves en un taller literario al que suele acudir y allí dedicaron la sesión a la autoficción. La autoficción se definió en 1977, pero ya ciertos escritores  la practicaban desde mucho antes, como Unamuno y Baroja. Se trata de hacer una especie de narración autobiográfica, pero mezclándola con elementos de ficción. El escritor tiene un triple papel, como autor, como narrador y como protagonista central del relato. El lector asume que está ante una novela, es decir, una obra de ficción y no entra a diferenciar qué es lo cierto y qué lo inventado. Hay un pacto ambiguo con el lector, que excluye el que se ponga a constatar la veracidad de los datos e informaciones que se le suministran.

Supongo que les va sonando. Este blog es una historia de más de cinco años de autoficción. Yo soy el autor, el narrador y a menudo el protagonista de las historias ínfimas que suelen narrarse aquí. Y ya saben que les meto muchas bolas entremezcladas. Pero, a menudo, las anécdotas más increíbles son las ciertas y mi objetivo es conseguir un resultado lo suficientemente nebuloso como para que lo verdadero no se diferencie de lo ficticio. Lograr que ustedes, mis queridos lectores, acepten ese pacto ambiguo. No les voy a revelar aquí mis trucos y recursos literarios. Por poner un ejemplo, todo lo contado en el relato de mi viaje por Portland, Seattle y Vancouver es rigurosamente cierto. También todo lo que se cuenta en el post llamado Estimada Ruth. Sin embargo, aquí hay un pequeño truco. La carta que escribí en la realidad era larga, pero no tanto. Ruth ya sabía muchas de las cosas que habían pasado, no tenía sentido que se las contara. Pero al convertirlo en un relato para terceros, hube de añadir ciertas informaciones para que se entendiera. El trabajo contrario al que hice al confeccionar un artículo para un libro colectivo de urbanismo a partir de cuatro posts del blog centrados en las chabolas de Madrid.

El relato de los responsables del Deportivo (entrenador, jugadores, presidente), es también cada semana un esfuerzo de autoficción notable. Todos dicen que ha sido una cosa de mala suerte, que la racha cambiará algún día, que si el árbitro, que si el empedrado, que si el temporal de lluvia, las lesiones, los goles en propia meta y todo un amplio muestrario de excusas. Esa es la parte de ficción. La realidad es que es un equipo muy malo (yo dudo que ahora mismo fuera capaz de ganarle al Benevento italiano). A falta de la intervención de San Benitiño, creo que ya no voy a hablar más del Dépor en mucho tiempo. No es compatible con el mensaje positivo que quiero darle a esta tribuna. A cambio, parece claro que, últimamente, hay poco rock and roll. Pinchen AQUÍ  para remediarlo. Y que pasen una buena semana.

viernes, 26 de enero de 2018

701. Entre calls

Mi vida transcurre ahora a base de calls. Me estoy refiriendo a esas llamadas intercontinentales con gente de New York, Londres, París y otros lugares elegantes del mundo mundial. Yo me siento en el despacho de mi jefa, nos conectamos y empezamos a parlotear en inglés o en lo que salga. Interviene un tipo desde Valencia, una representante de un consulting londinense, la directora de Reinventing Cities desde la Gran Manzana, algún head-hunter de París interesado en participar en el proceso. Esto suele suceder a eso de las 5 de la tarde, de 5 a 6, porque antes los neoyorkinos están durmiendo y después los de París tiran el bolígrafo y se van a sus casas a practicar la conciliación familiar.  
   
Una vez montado en la ola del progreso o lo que sea, uno no para de darle al caletre y preparar ocurrencias diversas. Estás todo el día ocupado preparando la siguiente call. ¿Cómo dicen? ¿Qué por qué no las llamo conferencias? ¡Por Dios! Están ustedes muy anticuados. Si quieren estar de verdad en la onda, han de hablar todo el rato de calls, lo mismo que, si les ofrecen una presentación en power-point, no pueden preguntar por el número de imágenes, sino por el número de slides. Hija, ahora no puedo atenderte, que tengo una call. Ese es el mundo en que me muevo en los últimos tiempos, un universo vertiginoso donde apenas me queda tiempo para escribir en el blog y casi no duermo con el estrés. Lo dijo Confucio: elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ningún día de tu vida. Pues yo he tenido la suerte de encontrar ese trabajo. A la vejez, viruelas.

Y ya que estamos de refranes, no conviene olvidar que entre call y call, lechuga. Así que, miren por dónde, resulta que ahora estoy en modo lechuga y les estoy escribiendo nada menos que desde La Coruña, a donde me ha traído la nostalgia de la tierra, la añoranza del aire incontaminado de esta región y la necesidad de apoyar al Deportivo, que vive unas horas bastante críticas. Hace mucho que no se habla en este foro del Deportivo de La Coruña, y eso se debe a que una de las máximas del blog es mantener siempre un mensaje positivo. Desde hace unos años, el Deportivo es incompatible con ningún mensaje positivo. El Deportivo es para sufrir. En los años anteriores, teníamos la suerte de que había tres equipos calamitosos en Primera División, que eran firmes candidatos al descenso y acababan por consumarlo. El Deportivo era penoso, pero quedaba el cuarto por la cola y se salvaba. Este año también hay tres equipos calamitosos. Lo que pasa es que el Depor es uno de ellos. Salvo resurrección mañana, y por eso estoy yo en Coruña.

Pero vayamos por partes. Ya se ha contado aquí que, aunque estoy todo el día dedicado a mi trabajo, con pequeños descansos para el blog, en paralelo tengo que cumplir un horario absurdo de presencia física en la oficina. A los de Asuntos Internos, responsables del horario, el fichaje y los tornos, no les concedo yo ni un milímetro. Son el enemigo. Pero, paradójicamente, estos tipos han de darme un montón de días anuales de vacaciones, en compensación por el hecho de que llevan muchos años sin subirnos el sueldo. Cuando se negocia un nuevo convenio, ante la prohibición montorina o montoroide de actualizar sueldos, cada vez se nos ofrecen más días libres: moscosos, canosos, morrosos, días médicos… A mí que soy veterano me tocan estos últimos años 40 días libres en total, contando los de vacaciones.

Tal vez recuerden que el año pasado pedí un permiso especial para poder disfrutar los días de 2016 hasta finales de febrero, con motivo de mi fractura de húmero, tiempo que empleé en visitar Birmania. Desde entonces he viajado un montón, pero no he conseguido agotar mis días libres. Este año, Asuntos Internos ha difundido un comunicado diciendo que se acabaron las excepciones: lo que no se disfrute antes del 1 de febrero, se pierde. A mí me quedaban seis días todavía y no estoy dispuesto a regalarles ni uno a estos cabritos. Así se lo dije a mi jefa, y accedió, aunque estamos en un momento álgido del Reinventing. Así que el martes fue mi último día de presencia física en la oficina, en el curso a punto de terminar. No vuelvo ya hasta el día 1 de febrero. Y aún tendré otros 40 días libres hasta que me jubile.

El martes salí de la oficina a las 17.30, con motivo de otra de estas calls. Pero no me fui a casa, sino que me acerqué al centro. Concretamente a la tienda Cooking, al final de la Corredera Baja, donde quería comprar un pimentero a pilas para regalárselo a una amiga con la que había quedado a cenar. De camino a la tienda pasé por delante de la iglesia de San Antonio de los Alemanes. Es esta una iglesia muy especial, como les contaré, que visité hace muchísimos años y que casi siempre está cerrada. Observé que había un papelito pegado en la puerta y me acerqué. Decía que ese día abriría a partir de las 6. Faltaban cinco minutos y decidí esperar. Entonces se me acercó un sujeto con jersey de lana, gorra calada del mismo material y aire general de antiguo boxeador, subrayado por una nariz bastante reveladora. Era el pobre que pide a la puerta de esa iglesia. Enseguida intimamos.

Me contó que entre 6 y 6.30 es el mejor momento de ver la iglesia, porque después empieza el rosario. Que también hay unas visitas guiadas algunas mañanas. Que Esperanza Aguirre suele venir de visita (es vecina cercana), lo mismo que el Ministro de Cultura. No sé a qué ministro se refiere. El caso es que, estando ambos confraternizando en la calle, con las manos en los bolsillos y cambiando el peso de una pierna a otra para pasar el frío, dio en aparecer por allí un Director General del Ayuntamiento con el que no me llevo especialmente bien y que iba camino de su casa. Me preguntó qué hacía allí y le contesté: pues ya ves, aquí con este colega, listos para la limosna en cuanto abran la iglesia. Bizqueó ligeramente y continuó su camino.

La iglesia de San Antonio fue construida en tiempos de Felipe III, como sede de una fundación solidaria creada dos siglos antes por la reina Isabel de Portugal. Es una curiosa iglesia barroca, con planta de elipse (una de las pocas en España) y cubierta por una bóveda elipsoidal cuajada de frescos originales de diversos artistas, entre los que destaca el gran Luca Giordano, al que aquí rebautizaron como Lucas Jordán. Desde su construcción hasta hoy en día, en la iglesia se ha repartido comida a los pobres. Cada día se forma una larga cola de gente en problemas, que se extiende por la Corredera arriba, entre la que puede verse a señores y señoras mayores, bien vestidos, de aire no muy diferente al de nuestros padres, que poco después salen con una bolsa de plástico con unos bocadillos y algún refresco.

Otra dato a destacar es que la iglesia se mantiene intacta y bien conservada. En las infaustas noches de quema de conventos de mayo de 1931, desde la cúpula del Partido Comunista se dieron órdenes estrictas de que a esta iglesia ni se la tocara, por la labor solidaria que realizaba. Luego tuvo la suerte de no verse afectada por los bombardeos franquistas durante la larga y no menos infausta noche del asedio golpista a la ciudad. Así que, en cuanto abrieron, entré a disfrutar del espacio fastuoso de este lugar único en Madrid. Al salir le di un par de euros a Antonio (así dijo llamarse el pobre de aire pugilístico),  contraviniendo mi costumbre de no dar nunca limosna. Compré el pimentero y me fui a cenar con mi amiga. Fuimos a un vietnamita de la calle Huertas donde nos obsequiamos con un pho extraordinario.

El miércoles, aunque estaba de vacaciones, estuve trabajando desde mi casa hasta cerca de la una. Entonces cogí la Nacional VI adelante. No había circulado por esta carretera desde octubre, cuando fui a Asturias, y esta vez encontré los campos todavía secos, pero menos abrasados y polvorientos. Incluso en determinadas zonas el marrón claro dominante empieza a verdear ligeramente. Se nota que ha llovido, aunque se necesita más. Donde se ha acabado la sequía es en Galicia. Mi viaje fue bien, tranquilo y casi sin tráfico. Hasta Guitiriz, a 50 kms. de mi destino. Allí, a la vez, se hizo de noche, se desató un diluvio universal y la carretera se espesó de camiones con prisas. Esta vez iba a casa de mi hermano, y no a la de mi sobrino Marcos, en Monte Alto. Por la noche, después de dejar la maleta, salí a dar una vuelta.

Seguía lloviendo. Me pasé por la Travesía de Huertas, en busca del Bar La Nueva Patata, para comprobar que, como me temía, ya no existe. Aún recuerdo al dueño, calvo, con peinado a cortinilla, tan enxebre que se comía determinadas letras al vocear las comandas, de puro tímido: ¡Dos de p’tatas y una de bisté’! Lo que sí continúa es el olor a meados primigenios en el trozo de la calle Huertas que pasa bajo el edificio de la Delegación de Hacienda. Varias generaciones de coruñeses hemos meado en esos rincones, de vuelta de la zona de copas de las calles de la Estrella, Los Olmos y La Franja, donde ya no queda ninguno de los bares de mis tiempos. Al final entré en una taberna y me comí una cazuela de bacalao a la riojana, con una pinta de Estrella Galicia.

Por la tele estaban dando el partido en el que el Leganés terminó por eliminar al Madrí de la Copa. Me quedé hasta el final, en medio de una peña decididamente favorable al Leganés, tal vez porque tenían reciente el partido en que el Madrí nos metió siete goles a nosotros. Cuando se consumó la derrota, todo el mundo en el bar se puso a dar cortes de mangas hacia el televisor, diciendo ¡toma Florentino! ¡toma Zidane! ¡arre carallo! y otras exclamaciones estentóreas. Como donde fueres haz lo que vieres, me puse yo también a dar cortes de mangas, con tanta energía que casi se me sale volando el clavo de titanio de mi brazo recompuesto. Después me estiré hasta la plaza de María Pita para completar el recorrido. La calle estaba tan animada como siempre, a pesar de la lluvia constante. Como ya he dicho muchas veces, la lluvia no es un factor a tener en cuenta en La Coruña; si tuviéramos que esperar a que pare de llover para hacer algo, no saldríamos de casa.

Ayer tuve una jornada coruñesa bastante tranquila. Estuve también hasta la una trabajando en el tema de Reinventing Cities, haciendo llamadas e intercambiando correos con diversas personas. Luego salí a un recado con mi hermano y volvimos a comer una raya que había comprado mi cuñada (parece que están ahora en temporada), y que nos preparó a la gallega, con patatas y una ajada de reglamento. Por la tarde estuve por casa, hasta que salimos al cine a ver Los papeles del Pentágono. En Coruña, las posibilidades de ir al cine se reducen prácticamente al complejo antes llamado Palexco (los acrónimos siempre han sido muy del gusto coruñés) y ahora rebautizado como Los Cantones Village, en un último intento de que regresen las primeras marcas que se instalaron en este complejo de ocio en la zona del puerto, y que pronto huyeron, dejando sólo los cines.

Y mañana sábado se juega en Riazor el decisivo Deportivo-Levante. El punto de inflexión para recuperar la ilusión. Por ahora, el equipo huele a Segunda que echa para atrás, pero todo puede revertirse y aun queda mucha Liga. Se anuncia lluvia todo el día, un input irrelevante para un coruñés como yo. A ver cómo se dan las cosas. A lo mejor es el principio del Reinventing Deportivo. Ya sé lo que están pensando. Que venirse a 600 kms. para ver un Deportivo-Levante bajo la lluvia es una manifestación inequívoca de masoquismo. Pero, ¿qué es la vida si no la salpimentamos de vez en cuando con algún objetivo efímero y absurdo? Disfruten del finde.
  

lunes, 22 de enero de 2018

700. Estimada Ruth

El objetivo de este post es didáctico. Que aprendan ustedes de mi experiencia, que no caigan en los repetidos errores de principiante en los que yo incurrí. Hay que tener cuidado cuando se trata con determinados gremios. Tengan por seguro que les van a engañar siempre, es un triunfo si sólo les engañan poquito. Pero, si ustedes se equivocan tanto como yo me equivoqué en este asunto, cosecharán resultados similares. Ya lo dijo Voltaire: las mismas causas producen los mismos efectos. 

Servicios Técnicos SR Reparación de Electrodomésticos
Calle Real 9, Oficina 8. Villarejo de Salvanés. Madrid
A la atención de Ruth

Estimada Ruth, de acuerdo con nuestra conversación telefónica de ayer, 22 de diciembre de 2017, le detallo los pormenores de mi relación comercial con su empresa, en calidad de cliente.

En Enero de 2016, dejó de funcionar súbitamente el aparato de aire acondicionado que tenía en el salón de mi domicilio. Era un aparato de la marca Haier, que tenía unos diez años de antigüedad. Busqué en Internet un servicio técnico oficial de dicha marca y me salió, entre otros, el de ustedes. Llamé a su teléfono y en pocos días me enviaron a un técnico, llamado Serafín González, en adelante Serafín. Este señor examinó el aparato y me dijo que me iba a resultar más caro arreglarlo que instalar uno nuevo; que él me ofrecía montarme un aparato equivalente, más moderno y de una marca mejor. Pregunté cuál era esa marca, me dijo que Mitsubishi y estuve de acuerdo; ciertamente es una marca puntera, mejor que Haier. En pocos días lo tenía instalado.

El aparato quedó recibido en la pared de forma deficiente (lo pueden ver en la foto que les adjunto), pero Serafín me prometió que en unos días enviaría a ”un colega” que me lo dejaría “niquelao”. Jamás vino colega alguno, ni Serafín tuvo nunca la más mínima intención de llamar a nadie. El portero de la finca, que se quedó con él porque yo tenía que salir, me ha contado mucho después que, ese día, en el mismo portal, al salir, Serafín le dijo entre risas que por qué no me lo arreglaba él mismo, que era un trabajo sencillo. El portero es hombre discreto y no me comentó nada en ese momento.

El “colega”, como les digo, no apareció. Pero el aparato funcionaba normalmente. Debo precisar que mi casa tiene calefacción central. El acondicionador del salón sólo se pone durante los peores meses del verano y también en el más crudo invierno, en este caso para suplementar la calefacción. En los primeros meses de 2016 y durante el verano siguiente, funcionó normalmente. Pero, con los primeros fríos del invierno, lo pusimos en marcha y echaba aire “del tiempo”, sin calentar. Lo demás iba bien. Una anomalía que sugiere que se le había ido el gas. Entonces empezó mi calvario. Volví a llamarles por teléfono. Me atendió una señora o señorita de voz opaca y ronca, me costaba entenderla. Me dijo que tenía los datos de mi expediente en el ordenador y que en una semana irían a revisar el aparato. Nadie vino. Volví a llamar y me fueron dando citas, que nunca se cumplían.

Después de cuatro plantones, le pregunté a la señora de la voz opaca y arrasada si podía yo llamar directamente a Serafín (tenía su móvil de cuando me instaló el aparato). Pareció animarse:  ̶ Sí, sí, llámele usted, mucho mejor. Empezó entonces la segunda fase del calvario. Serafín me cito tres veces en mi casa y allí estuve yo esperándolo como un pánfilo, sin que ninguna de las tres veces apareciera. Pensé que estaría sobreocupado, que las comandas anteriores de cada día se le habrían complicado. Pero un día habíamos quedado entre las cinco y las seis de la tarde. A las seis y cinco le llamé y por allí sonaban voces de niños. El tipo estaba ya en su casa. Nunca había tenido intención de venir, sólo me daba citas falsas, como el futbolista que echa el balón hacia delante para dejar pasar el tiempo. Unas citas que nunca cumplía.

Entonces caí en la cuenta de que yo no tenía ninguna factura. El tal Serafín me había prometido que me la mandaría por mail, pero no recordaba haberla recibido. En ese momento, a mi mente acudió una sensación muy nítida. Había caído en manos de una banda de estafadores. Serafín era el único miembro de la supuesta empresa de reparaciones. La telefonista tal vez era su madre o su abuela. Seguramente no tenían ni sede social ni CIF ni nada. Sólo un teléfono en la mesa camilla de su casa, atendido esporádicamente por su abuela o su tía. Discúlpeme estas apreciaciones, no pretendo insultarles, ahora sé que esa impresión mía no era cierta, pero le juro que eso fue lo que sentí entonces y quiero que usted sepa cuáles fueron exactamente mis sentimientos.

Desesperado, llamé a Atención al Cliente de Mitsubishi. Un caballero me atendió con amabilidad y paciencia y no pareció sorprenderse mucho con la historia que yo le contaba. Al final me preguntó:  ̶ ¿Cual es su objetivo al hacernos esta reclamación? No entendía a qué se refería y así se lo dije. Me lo aclaró. Yo podía hacer una denuncia formal y ellos la cursarían, pero ese era un proceso largo e incierto, y más si yo no tenía ninguna factura. Y, en relación al aparato, ellos podían enviarme esa misma tarde a un técnico que me lo arreglase, pero me iba a cobrar el desplazamiento y la reparación. Y también podía seguir insistiendo y que me atendieran los que me lo habían instalado, sin cobrarme. Le pregunté cuál era su consejo. Respuesta:  ̶ Sin dudarlo, yo llamaría a los primeros; usted tiene un aparato en garantía y está en su derecho de que se lo arreglen sin costo, durante el tiempo de vigencia de dicha garantía. Mi consejo es que siga insistiendo. Llámeles. Por la mañana. Por la tarde. A todas horas. Al final responderán.

Por descontado que lo que me pedía el cuerpo era mandarles a ustedes a paseo, pagarle el arreglo a cualquiera que viniera y olvidarme de su empresa para siempre jamás. Pero hice caso del consejo de los de Mitsubishi. Me tragué mi orgullo y volví a llamar. Y, para mi sorpresa, esta vez no me atendió la mujer de la voz opaca y devastada, sino usted, Ruth. Fue la primera vez que oí su voz. Y fue como si, en medio de una noche tenebrosa, de pronto amaneciera. No recuerdo qué día fue, pero, a partir de este momento yo sentí que al otro lado de la línea había alguien serio y responsable. Tal vez recuerde que empezó por regañarme mucho por haber llamado yo directamente al técnico. Las citas las damos nosotros, caballero  ̶ me dijo ̶ , usted no tiene que llamar a ningún otro teléfono que no sea este.

Lo que pasó a continuación, ya lo sabe usted, así que lo resumiré. Por desgracia, mis tribulaciones no se habían terminado. Si antes de hablar con los de Mitsubishi me habían dado siete “plantones” (lo sé porque se lo dije así a los del servicio), después ya perdí la cuenta. La primera vez su mediación fue, empero, muy efectiva. El tal Serafín vino y me cargó el gas (yo no estaba en casa en ese momento, le abrió mi hijo, con quien se deshizo en disculpas por el retraso). Tras la carga de gas, el aparato funcionó bien exactamente tres días. Entonces empezó a salirse el agua de la condensación. En vez de verter hacia afuera, a la terraza, el agua caía a chorro por la pared interior de la casa. Y volvimos a perseguir a Serafín. Pero ahora ya ni siquiera a usted le hacía caso. Y tras cada plantón, yo volvía a llamar a su teléfono, que ya figuraba entre los de marcación frecuente que salen en la pantalla de mi móvil. Y, cada vez que llamaba, me atendían otras pero yo insistía:  ̶ No, no. Que se ponga Ruth. No quiero hablar con nadie más, es la única persona de la que me fío. Y cuando por fin lograba que me pusieran con usted y le contaba el enésimo incumplimiento de Serafín, a través del hilo sentía cómo se sonrojaba al escucharme.

En un momento dado, su empresa me envió a un técnico diferente (mayor, según la descripción del portero). Este señor, se asombró visiblemente con la instalación que se encontró y le dijo al portero que se mordía la lengua para no hablar más de la cuenta, pero que nunca había visto una cosa igual y no podía hacer nada excepto tomar unas fotos que les haría llegar a ustedes. Entre estas fotos y su apoyo, Ruth, conseguimos que vinieran al fin dos chicos jóvenes, que repasaron la instalación, arreglaron la fuga de agua y recargaron otra vez el gas, que ya había empezado a escaparse (por cierto, en ese momento me dijo usted que Serafín ya no trabajaba más para su empresa, que lo habían echado). El calvario había cesado, aparentemente. Bastará decir que yo les había llamado por primera vez en diciembre, porque me estaba helando de frío y el aparato no se arregló finalmente hasta bien entrado julio.

Durante este último y cálido otoño, no puse en funcionamiento mi aire acondicionado en ningún momento. No me hacía falta. Pero, cuando empezaron los recientes fríos, lo puse y me encontré con que volvía a echar aire del tiempo. Entonces la llamé a usted, Ruth. Igual que antes la había sentido sonrojarse, esta vez capté su incredulidad y su irritación. Yo estaba también muy enfadado y le dije varias cosas. Que esta vez iba a soportar únicamente un solo plantón. Que, por favor me mandaran a alguien que no fuera Seráfín, porque no quería volverle a ver el careto a semejante impresentable. Incluso que estaba dispuesto a pagarles lo que me pidieran por el arreglo, aunque el aparato siguiera en garantía, porque mi primer objetivo es que mi casa esté confortable, pero bajo ningún concepto estaba dispuesto a pasar de nuevo por un calvario de ocho meses para conseguirlo. Usted tomó el recado, consultó con sus jefes y me llamó para responderme: tenía que ser Serafín quien viniera a atenderme, porque es él quien me firmó la garantía y quien debía responder de ella. Pero que no me preocupase porque el propio Serafín me iba a llamar enseguida para confirmarme su visita. Así fue. Serafín me llamó a los cinco minutos con tono compungido, otra vez se deshizo en disculpas, me volvió a prometer que venía al día siguiente, me precisó la hora. Apenas entendía lo que me estaba diciendo, y se me ocurrió que su dicción confusa podía deberse a que se le estaba cayendo la cara de vergüenza. A pedazos.

Es mucho suponer que este señor sepa lo que es la vergüenza. Naturalmente, no vino. Entonces decidí llamar a otro servicio técnico. Diré que tardaron unos quince días en atenderme (tiempo en el que Serafín no apareció por mi casa). Finalmente, vinieron la semana pasada y tardaron una mañana en poner el aparato en condiciones. Por teléfono, me explicaron lo siguiente. El aparato es magnífico, de última generación y no debería tener problemas con él en los próximos 20 años. El problema es que lo único original del sistema son los dos elementos más visibles, el fan-coil o como se llame, que está en mi salón, y el elemento exterior que está arriba en la azotea. Lo demás, es decir, los tubos de conexión entre uno y otro, no son los adecuados a esta instalación, son viejos y ni siquiera tienen los diámetros debidos. Parece fuera de toda duda que Serafín utilizó las conexiones de mi viejo aparato Haier para instalar el nuevo. Por eso el sistema fallaba una y otra vez y perdía el gas cada poco. Adjunto también fotos de las piezas que desmontaron, los tubos viejos y las tuercas de los empalmes chapuceros.

Hasta aquí la historia. Ahora mis conclusiones. Hasta hace una semana yo tenía la idea de que Serafín era un hombre muy informal, pero buen técnico, y que lo que me estaba pasando se debía a que había tenido muy mala suerte con el aparato, algo improbable, pero no imposible. Ahora tengo la explicación de todo y estoy doblemente indignado. Este señor no es sólo un informal. Es un sinvergüenza. Es el heredero de Pepe Gotera y Otilio. A mí me ha estafado y he debido pagar una factura mucho mayor que la que correspondería a una simple carga de gas. Pero a ustedes les está estafando mucho más, de manera continuada y por un importe mucho mayor. Está afectando a lo más esencial de una empresa como la suya: la credibilidad y la fiabilidad. ¿Sobre qué base puedo yo ahora recomendarle a un amigo o compañero de trabajo que utilice sus servicios? 

Espero que adopten las medidas que estimen oportunas con este señor. Me da igual que me digan que han prescindido de sus servicios (ya me lo dijeron una vez y no era cierto). Lo que me gustaría es que entiendan que, por su propio interés, tienen que echarlo de verdad. Le diré que por mi trabajo y por mi trayectoria personal, he tenido mucho contacto con los chavales, con la gente de los barrios, con el personal de la calle. Y sólo he visto una falta de vergüenza y de dignidad como esta en un colectivo muy concreto: los yonquis. ¿Están seguros de que este hombre no se pincha heroina? Se drogue o no, es una persona que no se merece pertenecer a una sociedad avanzada como la nuestra. No es de fiar. Y además es un chulo. Si a mí me ha tratado de esa manera, antes o después les tratará a ustedes igual. Y a su familia. Y a su mujer, si la tiene.

Al técnico que me arregló el aparato le pedí que me hiciera un informe contando lo que me había dicho por teléfono, y que me emitiera también una factura legal, con IVA, para ulteriores reclamaciones (les adjunto ambos). Porque lo cierto es que yo contaba con pagar unos 200€, lo previsible por una simple carga de gas, pero al final han sido 475€, como pueden ver. No me parece justo tener que pagar esa cantidad, por un aparato en garantía, que no se ha averiado sino que fue instalado de forma chapucera. La responsabilidad es de Serafín y es él quien debería pagarles esa cantidad, para que ustedes me la reembolsen. 

Cuando estuve en posesión de todos estos documentos y fotos volví a llamarla, Ruth. Pero me atendían siempre otras voces. Preguntaba por usted y me daban largas. Que estaba enferma. Que estaba de vacaciones de Navidad. Y siempre la pregunta final:  ̶ ¿No le sirvo yo? Yo puedo atenderle también. Y yo colgaba. No quería hablar con nadie más. Hasta que un día me harté y respondí a la pregunta:  ̶ Pues sí, señorita, sí que me sirve usted. Ahora mismo me va a dar el CIF y la dirección postal de su empresa, porque tengo preparado un buro-fax para enviarles una reclamación. Me dieron todos los datos y colgué. Y cinco minutos después me llamó usted desde su casa, le conté lo que quería y me pidió que le escribiera esta carta, con las fotos y documentos que le adjunto. Con esto último que le digo, no estoy sugiriendo nada, sólo describiendo lo que pasó. No dudo de que estuvo usted enferma y luego de vacaciones.

Ruth, discúlpeme la longitud de esta carta, no quiero terminar sin darle las gracias por todos los esfuerzos que ha hecho para atenderme debidamente. Usted me ha transmitido seriedad y profesionalidad desde el otro lado del teléfono y me ha hecho descartar mi primera idea: que había caído en las garras de una banda de estafadores. Lo cierto es que aquí sólo hay un estafador, que nos está engañando a mí (por valor de 475€) y a ustedes por un monto mucho mayor. Creo que usted podrá contarles todo esto de forma resumida a los responsables de la empresa y confirmarles que lo que digo es cierto. Espero su respuesta. Estoy abierto a que vengan a mi casa, si lo desean, a comprobar la instalación antes de darme una contestación. Además de las imágenes que les mando, cuentan, supongo, con las fotos que hizo el técnico de su empresa que vino por aquí.

Nada más. Gracias otra vez. Le deseo que pase unas felices fiestas.

Madrid, 23 de diciembre de 2017.

Las fotos y documentos no los voy a subir al blog. Pueden imaginárselos. Contestaron a mi carta una semana después. Sentí una vez más que Ruth se sonrojaba hasta la raíz del cabello cuando me dijo que sus jefes habían considerado muy cara la factura que les había presentado. Que ofrecían pagarme la mitad, en concreto 237,5€. Le dije que aceptaba. Después, mi hijo Lucas me puso verde. Me dijo que era un negociador pésimo, que si ellos me ofrecían la mitad, era para que yo luchara por otro cuarto más. Cuarto y mitad. Pero créanme: lo que yo ansiaba era acabar de una vez con el coñazo. No volver a perder un segundo en este tema. Y debo decir que lo hice también por Ruth, un encanto de chica. Cuando me ingresaron el dinero, la llamé para darle las gracias y le recomendé cambiar de trabajo. Le dije que esa empresa no está a su altura. Que haría bien en huir de semejante antro. Me dio las gracias y colgó. He pensado que la empresa se llama SR, porque Serafín la ha montado con un socio (tal vez Ramón, o Roberto). Si fuera un empleado ya lo habrían echado sin dejar que las cosas llegaran tan lejos. Y, desde luego, si me entero de que en alguna parte ofrecen un empleo que exija seriedad, la llamaré a Ruth para avisarla. Un último detalle: como al final llegamos a un acuerdo (aunque no le guste a mi hijo) he tenido la delicadeza de cambiar los nombres. La empresa no se llama así ni está en Villarejo de Salvanés. Y Serafín no se llama Serafín (además, así puedo poner por escrito que me cago en su puta madre). Pero Ruth sí que se llama Ruth.

sábado, 20 de enero de 2018

699. Descongelando

Bueno. ¡Qué impresión! ¿No? Me refiero a eso de entrar en el blog y encontrarse un letrero que decía algo así como “en esta página no hay colgada ninguna entrada”. No me digan que no han sentido un cierto vértigo. ¿Cómo dicen? ¿Que no han entrado? ¡Venga ya! ¡Pero qué mentirosos! Les va a crecer la nariz. Por supuesto que han entrado durante los dos días que ha durado el cierre. Me lo chiva la página de gestión del blog. Según dicha página, el día 17 se registraron 49 visitas y el día 18 otras 28. Eso totaliza 77 intentos de encontrar algo para leer en este foro, todos con el resultado de toparse con el aviso de marras. Así que imagino que todos ustedes, queridos lectores habituales, sintieron curiosidad y entraron a ver cómo era eso de meter el blog en la nevera. Y no nieguen tampoco que en algún momento sobrevoló sus mentes un pensamiento como el siguiente: huy, qué peligro tiene esto de la nevera, con lo manazas que es el Emilio, a ver si la cosa falla y luego no puede recuperar los textos congelados y se pierde todo ese esfuerzo creativo de más de cinco años. Ya sé que no se fían mucho de mí en cuestiones técnicas, no es ninguna novedad.

Pero al final ha salido todo según lo planeado. Y seguro que también se habrán preguntado: ¿y todo este circo para qué? ¿No se nos estará volviendo este hombre un poco paranoico, primero con los rusos y ahora con los italianos? Bueno, ese es otro tema. A lo mejor sí que estoy un poco paranoico. Se lo explico y juzgan ustedes mismos. Veamos. En mi blog se registran más o menos entre 50 y 100 visitas diarias. A veces varias a la vez, pero normalmente de una en una. De vez en cuando hay algún lector que, supongo, se entusiasma con un texto concreto y lo replica a través de Twitter, o de otra red similar. Me ha sucedido con lectores españoles, norteamericanos, argentinos, irlandeses o de otros lugares. Es algo muy evidente, de pronto aparece un pico enorme en los gráficos estadísticos, que no deja lugar a duda. Y no es una cosa que me moleste, sino al contrario, me encanta que se produzcan esas difusiones masivas eventuales.

Pero lo que me inquieta es cuando uno de esos fenómenos empieza a repetirse con una cadencia constante, se convierte en crónico y parece que va a seguir indefinidamente, que ya no va a acabarse nunca. Porque eso me indica que alguien me ha dejado una especie de parásito informático para que actúe con una periodicidad fija. Lo de los rusos fue llamativo. Una vez al día se producía un pico de 21 visitas desde Rusia. Miraba qué textos se habían visitado y eran siempre siete consecutivos, un poco al azar. Con la variedad de temas que se tratan en el blog, es muy raro que de pronto haya tres rusos interesados por un texto de urbanismo, otro de música, y otro de literatura, o de pedos, sólo porque están publicados sucesivamente. Pregunté entonces a un experto blogger que me asesora a veces y me explicó que no era nada peligroso para mí, en principio; que los rusos lo hacen todo el rato, que capturan textos y los rebotan de forma compulsiva, incluso de idiomas que no entienden, no se sabe con qué intenciones, tal vez sólo por tener un cierto control de determinados espacios virtuales, que luego puedan utilizar, como se dice que han hecho en Cataluña.

Aun así, hice unas cuantas maniobras, consistentes en pasar a modo borrador los bloques de textos capturados, y unos cuantos más anteriores y posteriores, como cuando se limpia alrededor de un nódulo canceroso. La cosa funcionó tras varios intentos, si bien, después de la última maniobra, aún sucedió una sola vez, como si el cabrón que me había puesto el dispositivo digital me enviara un mensaje: ojo, voy a dejar de darte el coñazo, pero sólo porque yo quiero, porque ya ves que podría seguir haciéndolo. Después de ese último pico de 21 visitas, la cosa se calmó. Hasta que hace unos meses llegaron los italianos. Estos eran peores. Estos capturaban siempre los veinte últimos textos del blog, fueran cuales fueran, y los replicaban tres o cuatro veces, resultando unos picos de 60 o de 80 visitas simultáneas, según los casos. Con una cadencia continua e implacable: cada dos días, con puntualidad suiza. Hice una comprobación, cambiando a modo borrador los últimos cincuenta posts y, a la hora esperada, sucedió: 60 mascalzoni visitaron los últimos veinte textos que estaban abiertos, es decir, los anteriores a los cincuenta puestos en cuarentena. 

Ya tenía la prueba de que mi blog tenía un artilugio digital adherido como una ladilla, que me distorsionaba las cifras de visitas, disparando las de los posts más recientes. ¿Solución? Sólo había una. La que se deduce del icónico grito de Husillos, inefable albañil de la película El Milagro de P.Tinto: ¡¡¡AQUÍ HAY QUE SANEAR!!! Eso fue lo que hice, para inquietud de mis más fieles seguidores, que comprobaron el desaguisado 77 veces, sintiendo en sus propias carnes lo frío y desabrido que sería el mundo sin mis textos maravillosos. Pero ya ven que no les he dejado tirados. Pasada la cuarentena, el blog muerto ha resucitado. Se levanta y anda, como Lázaro. Lo he metido en el microondas, he puesto el mando en la posición defrost, indicada con el símbolo de dos estrellas congeladas goteantes y ¡hala! a descongelar. Veinticuatro horas después de la resurrección, no se ha vuelto a producir ninguna avalancha de 60 u 80 schifosi, o sea, que la cosa parece haber funcionado, al menos por ahora.

Otro asunto es si todo esto tiene algún interés, o les estoy calzando un coñazo insufrible. Son ustedes libres de opinar, yo me sentía obligado a darles una explicación de esta muerte y resurrección del blog. Al fin y al cabo, en este mundo, cada loco está con su tema. Vean por ejemplo lo que me cuenta mi hijo Lucas, que, como saben, vive en Lille y se dedica a la investigación puntera en química orgánica sobre temas que a menudo me cuesta entender. Ahora ha estado una semana en Grenoble, en misión de trabajo, y anoche se me ocurrió preguntarle en qué había consistido esa misión. He aquí lo que me contó. En el laboratorio de Grenoble se ha dedicado a crear una proteína fluorescente. Sí, como lo oyen. Fluorescente, como los tubos de neón de los anuncios. ¿Y cómo se crea una proteína fluorescente? Pues muy fácil: la producen unas bacterias, previamente modificadas genéticamente para conseguir que se dediquen al noble arte de producir proteína fluorescente, una labor artesanal de mérito.

Como las han modificado genéticamente con mucho esmero, estas bacterias han conseguido producir nada menos que tres mutantes de la misma proteína, que sólo se diferencian en el aminoácido 151. Fascinante. Después de una semana de trabajo, Lucas ha conseguido producir 1,8 gramos de proteína. Y ahora se los lleva a Lille, para analizarlos. Anoche estaba volviendo en tren pero perdió el transfer en Lyon y se tuvo que quedar a dormir en un hotel que le paga la compañía de ferrocarriles franceses. Lo que no me ha explicado es cómo transporta los 1,8 gramos de proteína fluorescente que ha fabricado, si los lleva en un bolsillo, o en un envoltorio de papel de plata, o en una neverita supersofisticada, como las que salen en las películas, o como la que he usado yo para sanear el blog. Por cierto, a las bacterias artesanas, una vez cumplida su misión, las dejan morir.
  
Pero la cosa no acaba aquí. Porque durante un tiempo, el trabajo de Lucas va a consistir en analizar esa proteína fluorescente, en el laboratorio de Lille, mediante un proceso de espectroscopia de absorción transitoria en cemtosegundos. Es decir, supongo, que los 1,8 gramos de proteína se observan mediante un espectroscopio con ese grado de precisión (un cemtosegundo equivale a diez elevado a menos quince segundos). Y esa observación permite averiguar cómo es que esa proteína fluoresce, o refulge, o fulgura, o resplandece, o como se diga. Qué comportamiento tiene, qué propiedades ostenta, qué utilidades potenciales presenta, qué riesgos comporta. La investigación química es algo apasionante. Un sector de la ciencia que nos permite saber más de nuestro planeta, este lugar que tanto está machacando el ser humano. Ya saben que esta especie nuestra de bípedos implumes es capaz de lo más maravilloso y también de lo más abyecto. La química lo explica todo. Por ejemplo, yo estoy convencido de que la concejala de urbanismo que sufrimos durante el Trienio Negro, era en realidad una mutante, idéntica a una concejala de verdad, pero con el aminoácido 151 alterado, como resultado de una modificación genética gallardónica.

No muy lejos de Grenoble, en París-de-la-France, estuve yo esta semana, en un viaje que ya les contaré cuando me dé por hablar en profundidad de Reinventing Cities. El miércoles estuvimos reunidos con el equipo técnico del Ayuntamiento que ideó y gestionó Reinventer Paris, para conocer todos los detalles del proceso y aprender de su experiencia. Y el jueves asistimos a un evento de bastante tronío, donde se presentaban los programas de las cinco ciudades europeas que participamos: Madrid, París, Milán, Oslo y Reykjavik. Lo presidió la alcaldesa de París Anne Hidalgo, a la que tuvimos la oportunidad de saludar en español. Hablo todo el rato en plural porque viajé con mi jefa y otra compañera. Avisé a mi amigo Philippe, que vino al acto y luego comió con nosotros. El asunto progresa y es algo que, si sale bien, comprometerá a la ciudad de Madrid para varios años, por lo que yo me limitaré a dejarlo lanzado cuando me jubile a final de año, a menos que encuentre alguna fórmula de seguir colaborando desinteresadamente desde fuera. Paciencia, ya lo explicaré en detalle cuando toque.

Volviendo al mundo de la química, supongo que no ignoran que todo el comportamiento de nuestros cuerpos es pura química orgánica. Y la investigación permite saber por qué le duele a usted hoy una rodilla y por qué mañana le va a sentar mejor o peor la comida. Incluso, por qué estaba usted ayer más malhumorado o, por el contrario, se sentía capaz de comerse el mundo, que la mente es también química y por eso las depresiones se curan con determinados fármacos. Y, desde luego, la química explica por qué se tira usted más pedos últimamente (a ver si se cree que sus allegados no se han dado cuenta). En este incómodo y maloliente asunto, y en el caso de que sea usted un cervecero inveterado como yo, tal vez todo se deba a que no se preocupa de tirar bien la cerveza (o de que se la tire correctamente el camarero, en caso de que esté usted en un bar). Una cerveza bien o mal tirada tiene una incidencia decisiva en su comportamiento más o menos pedorro, como se explica de forma muy expresiva en el vídeo que les dejo de despedida. Pórtense bien y disfruten del finde.    


viernes, 12 de enero de 2018

698. Mañana en la batalla, piensen en mí

¡Hola! ¡Ya estoy aquí! ¿Hay alguien en casa? Me dicen las cifras de la página de gestión del blog que aquí no entra ni el Tato, debe de ser la cuesta de enero. Cierto que llevo una semana sin cargar nuevos textos, pero tienen a su disposición casi 700 posts en los que recrearse con mi prosa inigualable. Bueno, resumiré las excusas: Reinventing Cities, un artículo sobre el Plan de Barrios en Remodelación, para un libro que está preparando mi histórico profesor Carlos Sambricio y que he entregado esta mañana con la hora pegada al culo; más Billar de Letras que ha decidido cambiar la hora del turno de fin de mes a las 5 de la tarde, una hora inviable para mí en los últimos tiempos, lo que me ha obligado a cambiarme al grupo de principio de mes y leerme el último libro en tiempo record, más la tercera temporada de The Wire, más correr, nadar y lo que no les cuento. Mi batalla continúa, como ven. Vamos por partes, dijo Jack el Destripador.

Metí unos días en la nevera mis últimos veinte posts y el único que dijo haberse dado cuenta es el bueno de Mariano que, por cierto, sale como personaje episódico en el libro Avión Club de Carlos Santos, como no podría ser de otra manera tratándose de un texto que cuenta todo sobre los años 80 en Madrid. No se pueden concebir los 80 aquí sin Mariano. Carlos Santos había publicado ya un libro llamado 333 historias sobre la transición, donde radiografiaba los 70 en la capital, los años épicos de la lucha política y la llegada de la Democracia. Los 80 fueron, según él, los años líricos del disfrute de la libertad recién ganada, del desmadre y la alegría y las noches interminables de bar en bar. En una entrevista con motivo de su nuevo libro le preguntan si tiene pensado hacer otro sobre los 90 y dice que ni de coña, que esa fue la década en la que todo se jodió y que él no puede escribir sobre algo tan deprimente.

Bueno, Mariano me mandó un mensaje: Milu, tu blog está bloqueado, no se pueden abrir los últimos posts, deben de haber vuelto los rusos. No eran esta vez los rusos sino los italianos, jodidos maccheronni di merda. Desde hace unos meses, cada dos días me replican los últimos 20 textos y mandan cada uno a tres o cuatro lectores, de modo que tengo una incidencia de 60 u 80 entradas simultáneas desde Italia, algo que no me gusta. Lo del otro día fue una prueba: metí en el congelador los últimos 50 textos, a ver qué pasaba. Y lo que pasó fue que, con regularidad suiza, entraron 60 espaguetis a ver los veinte anteriores. Era un ensayo, pero ya les aviso de que a mediados de la semana que viene voy a meter el blog entero en el congelador unos días, a ver si logro desconectar esa fastidiosa anomalía. No se alarmen, es sencillo y seguro.

Lo haré coincidir con un viaje de trabajo que me va a llevar a París los días 17 y 18, para el asunto Reinventing Cities, que tengo pendiente explicarles con más detalle, un tema que me tiene bastante absorbido y volcado en el trabajo, circunstancia que está en el origen de mi baja frecuencia bloguera, porque ya saben que este foro nació a comienzos del Trienio Negro de Mrs Bottle, cuando mi peripecia municipal me obligaba a cumplir un horario absurdo sin tener tarea o competencia con que llenar tantas horas, disfunción que sólo admite dos soluciones: tocarse las pelotas a dos manos, o diversificar el chiringuito, con ideas como la de crear un blog. Mi nueva implicación laboral me deja ahora menos espacio para escribir, pero siempre encontraré hueco para cultivar este foro que tanto nos divierte a unos cuantos.

Lo de Billar de Letras es un proceso similar al de mi fenecido taller de conversación inglesa y con idéntico origen. Ronaldo tiene un niño pequeño, algo no muy compatible con actividades de noctívago. Este curso ya nos adelantó la hora de las 20.00 a las 19.30. En Navidad preguntó si nos importaba pasarlo a las cinco de la tarde. Todos los del grupo estuvieron de acuerdo, menos yo. Yo a las cinco estoy liado la mayor parte de los días. Así que me han pasado al primer turno y he debido leerme El Último Encuentro, de Sandor Marai, prácticamente en un fin de semana. Por cierto, era un libro que ya me había leído hace unos diez años y del que he disfrutado mucho en esta segunda lectura. Si no lo conocen, es muy recomendable. Tal vez no sepan que Sandor Marai se suicidó disparándose en la cabeza con una pistola que se acababa de comprar expresamente para eso en San Diego, donde vivía. Algo no muy singular, salvo por el detalle de que tenía 89 años. Hay que tener mucho cuajo para matarse a esa edad.
  
En el libro de Carlos Sambricio (también sobre los 80, pero en el mundo del urbanismo) participan no menos de cincuenta colegas de carrera, se lo aclaro para que no piensen que a mí me llaman mucho los arquitectos para estas cosas, aunque tampoco es la primera vez que colaboro en libros colectivos de urbanismo. El tema lo elegí yo y para escribirlo me he basado en mi serie de cuatro posts sobre la lucha contra el chabolismo en Madrid. Ya había al menos dos textos encargados sobre el asunto, pero le dije que mi punto de vista no era estrictamente arquitectónico, sino más cercano al reportaje periodístico, como recordaran los que leyeron la serie. He debido resumirlo para ceñirme a las 1.800 palabras que me permitían como máximo. Y adaptarlo a un contexto más serio. Por ejemplo, donde decía: antes del derribo de la chabola entraba un pollo gritando ¿hay alguien aquí?, para asegurarse de que no hubiera otra familia escondida en un altillo o en un armario, he debido poner: antes del derribo, un inspector entraba a comprobar que la vivienda estuviera vacía. Ya ven en qué ha consistido mi trabajo.

Por lo demás, ha sido escribir yo que el invierno estaba todo el rato viniendo sin llegar del todo, como en Juego de Tronos, y caernos un frío polar como ya no recordábamos. El mundo sigue girando y, cosas de los nuevos tiempos, a mí ya me ha descargado un amigo el libro Fire and Fury, en el que se desvela cómo es realmente Donald Trump, aunque ya nos lo figurábamos. La publicación de sus vergüenzas ha desatado la furia del tipo hasta extremos insoportables, esperemos que no le dé por apretar el botón nuclear para fulminar al gordo norcoreano. La revelación que más gracia me ha hecho ha sido su veto a John Bolton, el político cuya imagen tienen a la izquierda y al que todos le recomendaban para consejero de seguridad. Trump lo descartó gritando: ¡¡un tipo con ese bigote no puede formar parte de mi equipo!! Me congratula saber que yo no sería nunca admitido en el equipo de este señor.

Pero, a través de Facebook, me ha llegado una foto cojonuda de Trump, que les pongo abajo. No sé si es un montaje de Photoshop, creo que no, pero no he podido identificar dónde fue tomada la imagen. Al final de alguna cumbre del G-20 o el G-tropecientos, los políticos, que son como niños, posan para hacerse la foto típica. Es sencillo, sólo hay que cruzar los brazos delante del abdomen para darle la mano derecha al vecino de la izquierda y la mano izquierda al vecino de la derecha, formando así una bonita guirnalda de presidentes. El chino a la izquierda de la foto lo ha entendido de puta madre, lo mismo que el de la derecha, que parece ser Ollanta Humala, antiguo presidente de Perú. Todos lo han entendido, menos el patoso de siempre, que le da al chino la mano equivocada y parece estar pensando: algo está fallando aquí y no sé lo que es. Es una foto que da la verdadera dimensión del personaje, en línea con lo que se cuenta en Fire and Fury.



El mundo sigue girando, el astuto Artur se ha quitado de en medio, pero el esperpento catalán nos va a dar todavía muchos motivos para la hilaridad. Pensábamos haberlo visto todo con ridículos como el del señor Rajoy preguntándole por carta a Puigdemont: Oiga, ¿usted ha declarado la independencia o no la ha declarado? ¿Qué coño ha dicho? Aclárese de una vez, Carles, que así no podemos estar, mire usté. Pues con la inminente investidura por Skype lo vamos a superar. Mientras tanto, Madrid sigue creciendo y cobrando relevancia internacional. Ayer se informaba que la IATA ha elegido a nuestra ciudad para localizar aquí el primer centro operativo mundial de control del tráfico aéreo. Ya he dicho muchas veces que soy feliz de vivir en esta ciudad y trabajar para su marca, con programas como Reinventing Cities. Les dejo con un vídeo que espero les guste. Juego de Tronos en Madrid. Al final no es más que un anuncio de la inmobiliaria Realia, pero es muy vistoso. La batalla nunca termina. Como siempre, pónganlo en pantalla grande. Buen finde.


jueves, 4 de enero de 2018

697. Winter is coming

Aquí me tienen de nuevo, superado ya lo más grueso de los fastos navideños, aunque faltan todavía los Reyes, celebración de la que lucho por evadirme. Como nos ha invadido la cultura yanqui, ahora los regalos se reparten en la fiesta familiar principal, la Nochebuena, lo que resulta más práctico, porque los niños pueden usar sus juguetes durante todas las vacaciones. La fiesta de los reyes magros, como los llamaba mi padre, se reduce así al festejo de la Cabalgata, en el que siempre hay alguna controversia: que si el negro pintado a lo Al Jolson es un insulto a los negros; que, si los reyes vienen de Oriente, por qué no hay ningún chino, que vamos a poner un rey travesti, para la cosa de integrar al colectivo LGTB, y por qué no un cojo para ídem de los minusválidos, más un rey ciego, otro minusválido psíquico y la Biblia en verso.

En fin, futesas con las que te asaltan los medios para que no te centres en los problemas reales que aquejan al mundo, como esa crisis económica global crónica en la que nos desenvolvemos desde hace años, especialmente acentuada en la vieja Europa, más la deriva demográfica que está convirtiendo al mundo occidental en una sociedad envejecida, más la revolución tecnológica acelerada, que está cambiando radicalmente el mercado de trabajo y todo ello bajo la amenaza real del cambio climático, que ya está entre nosotros. Porque este invierno que lleva amagando con llegar, no se acaba de concretar: a comienzos de diciembre hizo un poquito de frío, pero estas vacaciones hemos tenido un clima ciertamente primaveral. 

Así que estamos pasando directamente del otoño a la primavera, mientras ese invierno cuya venida se anuncia, no acaba de llegar nunca. Es lo mismo que ocurre en la serie Juego de Tronos, en la que se suceden las temporadas, pero están todo el rato con lo de Winter is Coming. No se ha hablado apenas en este blog de series televisivas, pero se trata de un sector de la producción audiovisual ciertamente interesante. Hasta el viejo gruñón Carlos Boyero las valora un montón. La producción de series ha alcanzado un nivel de calidad que supera a menudo el listón de las grandes películas del cine, además de reunir a los mejores actores y directores. Es un sector con sus propios parámetros, en el que la narración se fragmenta en episodios de una hora, igual que las antiguas novelas por entregas. Episodios que se agrupan por temporadas.

He de confesar que me he incorporado tarde al disfrute de las series televisivas, y que no he seguido ninguna cuando se estrenan en las diferentes cadenas. En realidad, yo lo que hago es cogerme una serie que esté ya publicada y me la veo entera en sucesivas panzadas de tres o cuatro episodios seguidos. Para ello, o bien la compro en un FNAC o similar, o bien me la presta alguien, o me la bajo de Internet. Cada serie se diseña para una temporada, con un número entre 8 y 15 episodios. Después, si tiene éxito, se producen y emiten más temporadas. El ritmo de estos episodios es sostenido, al final de cada uno te dejan con un cierto nivel de intriga para que te enganches a ver el siguiente, los personajes van evolucionando y detrás de esta arquitectura hay unos guionistas de primer nivel. Por si ustedes no son muy expertos en este terreno, les voy a hablar de algunas series que me parecen muy recomendables.

No hace falta que diga que Juego de Tronos no está entre mis preferidas. Eso de que, cada vez que la guapa rubia de las trenzas está en peligro extremo, aparezcan unos dragones voladores que achicharran en un instante a todos sus enemigos, me resulta un nivel de truculencia de guión, que enseguida me traslada la mente a mis problemas cotidianos, de los que pretendía evadirme. Reconozco que es imaginativa y está bien producida, pero a mí me aburre bastante.

Para iniciarse en esta adictiva afición, hay una miniserie que les recomiendo en primer lugar: True Detective. Hablo, por supuesto de la primera temporada, la que protagonizaron Woody Harrelson y Mathew McConaughey. Después han hecho una o dos más con otros actores, que no he visto, pero me cuentan que son peores. Esa primera temporada, desarrolla una trama policiaca en la Louisiana profunda, en la que dos policías muy peculiares van tirando del hilo de una investigación que cada vez se complica más. Especialmente, el policía que interpreta de forma magistral McConaughey es uno de los personajes más atormentados, complejos e interesantes que se han podido ver nunca en una pantalla. Cada vez que abre la boca dice algo extraordinario. Y la acción es trepidante.
Como siempre, los maestros del tema son los norteamericanos y desde ese país se han producido algunas series memorables. Por ejemplo, Los Sopranos, que tiene 6 temporadas, aunque la última suele dividirse en dos partes, porque tiene nada menos que 21 episodios. Se cuentan aquí las vicisitudes de un clan mafioso de New Jersey, en tiempos actuales y un poco según la temática y estética de El Padrino. El jefe del clan, Tony Soprano, interpretado por el gran actor James Gandolfini, ya fallecido, es un personaje con diferentes registros vitales, que le hacen asistir desde el primer episodio a la consulta de una atractiva psiquiatra, ante la que expone sus miedos, sus dudas y sus ansiedades. Los diversos miembros de la familia son también personajes de interés, que van creciendo con el paso de los episodios. Los negocios familiares se van diversificando mientras la policía se esfuerza en pillarlos. Una serie súper entretenida.

Sin salir del ámbito de las series de gangsters, es muy recomendable Boardwalk Empire, 5 temporadas, una serie patrocinada por Scorsese sobre el imperio del crimen en Atlantic City durante la ley seca. En este caso el protagonista principal es interpretado por Steve Buscemi, un actor de cine extraordinario. Hay que destacar también la súper cuidada ambientación de época, el vestuario, los automóviles. Viendo esta serie, regresa uno a los tiempos convulsos de entreguerras, cuando floreció el hampa en Chicago, más conocida, pero también en muchos otros lugares. En una temática similar, es de destacar la más reciente The Deuce, sobre el nacimiento de la primera industria del porno en New York en los años sesenta, con la actuación estelar de James Franco. Esta no la he visto, pero todo el mundo, mis hijos incluidos, me dice que es muy buena.


Los nórdicos tienen también un repertorio de series muy cuidadas, en la línea de la narrativa policiaca de esos países. Son productos de una factura excelente, con un entorno ideológico y vital muy diferenciado del americano, con buenos actores, guiones complejos y cambios narrativos sorprendentes. Entre las series nórdicas, mi favorita es Bron, El Puente. Es una serie mitad sueca y mitad danesa, que se centra en una trama policiaca estrechamente ligada al puente Øresund, de carretera y ferrocarril, que une las ciudades de Malmöe y Copenhague, y que he recorrido las dos veces que he visitado ambas ciudades. La trama comienza con el descubrimiento del cuerpo de una mujer asesinada, justo en el punto medio del citado puente, lo que provoca que la investigación la asuma un equipo mixto, de colaboración entre los cuerpos de policía de ambas ciudades. Saga Lorén, la inspectora sueca al mando del grupo, con un síndrome de Asperger de libro, es un personaje ciertamente inolvidable. He visto las dos primeras temporadas y estoy a la espera de que se publique la tercera, que se anuncia para este año.





















Volviendo al mundo yanqui, es también muy interesante la serie Breaking Bad. En ésta, un profesor de química de instituto de Alburquerque (Nuevo México) se encuentra en el primer episodio con que le diagnostican un cáncer terminal. Entonces decide ocupar el tiempo que le queda probando un nuevo estilo de vida opuesto al que ha llevado hasta entonces y se dedica a cocinar droga para los traficantes de la zona. El problema es que debe hacerlo como una doble vida, sin que se entere su familia, entre la que tiene un cuñado policía que está precisamente luchando contra el tráfico de drogas. La serie tiene 6 temporadas y les aseguro que las 5 primeras son excelentes y muy divertidas. La última es una putada. Tal como se han ido enredado las cosas es previsible que el rollo acabe fatal, pero ¿tanto?...No les digo más.

He dejado para el final la que para mí es la mejor de todas: The Wire. De ésta he visto sólo las dos primeras temporadas y son cinco, pero ya puedo decirles que es extraordinaria. Aquí se cuentan una serie de historias relacionadas con los bajos fondos y la policía en Baltimore. Se desmenuza el mundo de las drogas, la corrupción política, el contrabando, los sindicatos portuarios, la universidad y la prensa, sectores todos bastante degradados. Cada temporada se centra en uno de estos temas, aunque todo va estando relacionado, porque el blanqueo del dinero de la droga está detrás de la financiación de partidos, sindicatos, prensa, facultades universitarias. Todo está bien engrasado, pero hay pequeños desajustes o conflictos que derivan en algunos asesinatos. Y para investigarlos se crea un equipo deliberadamente cutre y con poco presupuesto, que opera desde un viejo almacén en un sótano. Los policías reclutados de diferentes unidades son malísimos, vagos y torpes, con un punto funcionarial y burocrático. 

Pero entre ellos hay unos cuantos buenos policías, a los que se ha marginado precisamente por ser honrados y por no ponerse límites a la hora de tirar de la manta. Entre ellos, Jim McNulty, todo un personaje, bebedor, separado y con problemas de todo tipo. Una escena emblemática: un día en que está al cargo de sus dos hijos, de ocho y diez años, van a un centro comercial a comprar algo y se cruzan por sorpresa con el jefe del clan de gángsters que está persiguiendo, al que nadie encuentra. Ni corto ni perezoso, manda a los dos chavales a que le sigan, como una especie de juego para ellos. Mientras, él va por detrás a buscar su coche, para recoger a los chicos y perseguir luego al hampón. Y entonces los pierde. Desesperado, ha de recurrir a los vigilantes del centro, que los reclaman por el altavoz. Los encuentran rápido, muertos de risa y con la matrícula del coche del gángster anotada. Pero se hace un informe del incidente, que llegará a manos de la madre, que luego lo utilizará contra él para reducir los días de visita. Un crack, este McNulty. 

En fin, no se quejarán de la selección, basada por supuesto en mis opiniones. Para estos días navideños, el sentarse a ver una buena serie puede ser una forma de defenderse del bullicio y el mogollón. También sirven para hacer un buen regalo. Yo estoy esta semana de vacaciones aunque trabajando moderadamente, como ya les he explicado. Y, cuando no tiene uno que ir a fichar a la Isla de Alcatraz, el día cunde mucho. Sean felices.