jueves, 30 de enero de 2014

225. Wert no será el peor Ministro de Educación de la historia

No señor, nunca conseguirá serlo. Y mira que el hombre está haciendo esfuerzos para merecer ese preciado título, digno de figurar en el libro de los records Guiness, homólogo de la cuchara de madera en los campeonatos de rugby o los Premios Razzie que cada año eligen la peor película, la peor interpretación masculina y femenina, etc. Por más que se esfuerce el señor Lo-que-hay-que-wert, no podrá arrebatar ese título a quien lo ostenta por derecho desde hace cuarenta años: el inefable Julio Rodríguez. Para entender la figura de este sujeto, cuya historia parece sacada de una película de Berlanga, hay que situar el contexto.

Cuesta ahora imaginar cómo discurrían esos años del tardofranquismo declinante, en los que El Caudillo ya no gobernaba con mano de hierro, sino que se había convertido en un anciano tembloroso que movía más a la compasión que a otros sentimientos más ajustados a su cruel trayectoria, mientras la gente se empezaba a posicionar (palabro tan repulsivo como su significado) de cara a lo que pudiera venir. Corre el año del Señor de 1973. El dictador está cansado y decide nombrar un Presidente del Gobierno al que pueda ir trasladando poco a poco los hilos del poder. Franco se reserva para sí los títulos de más alcurnia: aquellos con los que se referían a él los periódicos de la época, cada vez que aludían a su persona: “Su Excelencia el Jefe del Estado, don Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios y Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire”. 

Es curiosa la obsesión de los autócratas por hacerse llamar con títulos largos. En los tiempos más duros del Zaire, los diarios locales debían referirse al dictador, cuyo nombre de pila era Joseph Mobutu, por este otro que expresa la grandeza de su dominio sobre sus súbditos: Mobutu Sese Seko Kuku Ngbendu Wa Zabanga, que significa: “Mobutu, guerrero que va de victoria en victoria y al que nadie puede parar”. No se pierdan tampoco la forma en que aludían a Fidel Castro en el Granma, el único periódico de Cuba, durante los años gloriosos del ahora decrépito líder: “El Comandante en Jefe don Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros”. ¡Ah, las similitudes, cuántas cosas revelan!

Volviendo a Franco, el anciano dictador estaba, más o menos, tan decrépito como Fidel en estos momentos y decidió, como les digo, nombrar por primera vez en cuarenta años un Presidente de Gobierno. La cosa le cayó en suerte al hombre a quien todos consideraban como el delfín del régimen, el elegido para gobernar la transición con mano firme: el almirante Carrero Blanco. El flamante presidente recibió su nombramiento en junio de 1973, sin saber que apenas duraría seis meses en el poder (y en el reino de los vivos). Y procedió a nombrar a sus ministros. Julio Rodríguez recibió la cartera de Educación y Ciencia y se puso a trabajar inmediatamente. Les pongo aquí su imagen más conocida.

Se ha especulado ampliamente con la historieta chusca de que a este sujeto lo nombraron por error. Es posible que sea cierto, pero no hay constancia. Yo, honradamente, no sé si creérmelo. Según esta teoría, Franco le indicó a Carrero que, para Educación, nombrara a ”ese chico tan majo de Granada que está de rector”. Se refería a Sánchez-Agesta, catedrático afecto al régimen, que estaba al frente de la Universidad granadina. Carrero se equivocó y nombró a Julio Rodríguez, rector de la Autónoma de Madrid también granadino. Cuando se dieron cuenta del error, el susodicho salía ya por la tele celebrándolo en casa con su mujer y sus cinco hijos, y les pareció cruel anular el nombramiento. Total, la educación se la traía al pairo.

Ya les digo que tiendo a creer que todo eso es leyenda. Sus partidarios, que los tiene, dicen que fue éste un infundio que hizo correr Ricardo de la Cierva, historiador poco considerado por sus colegas, despechado porque el nuevo ministro no lo nombró Director General de Cultura, como esperaba (años después, De La Cierva llegaría él mismo a ministro de Educación). Sea como fuere, Julio Rodríguez no era un piernas: era catedrático de Cristalografía, en la Facultad de Químicas, y había llegado a rector de la Autónoma. Su problema es que era un fascista de libro, y no utilizo la palabra fascista como insulto, sino a título descriptivo. También era del Opus, pero creo que esta es una caracterización secundaria, que tal vez explique lo de los cinco hijos, pero que palidece frente a su componente fascista dominante.

El fascismo es un movimiento que se funda en Italia en 1921, más de diez años antes de que surja en Alemania y de la fundación de Falange en España. Es un movimiento juvenil, popular, obrerista (Mussolini era un antiguo militante socialista), que se sustenta sobre bases de virilidad, camaradería y jovialidad, con predominio total de la acción sobre la razón (la famosa dialéctica de los puños y las pistolas), que se propone redimir a la sociedad y sacarla de su letargo y que propugna un modelo económico corporativista, intervencionista y totalitario, muchas de cuyas medidas estaban calcadas de las políticas de Lenin y Stalin. Cuando digo que Julio Rodríguez era un fascista, me estoy refiriendo a ese impulso redentor, a esa pulsión de forzar la realidad, de dar suelta a una energía desbordada (era el ministro más joven del Gobierno), de espabilar a la ciudadanía con una serie de medidas en cierta forma revolucionarias, que buscan generar una sociedad nueva, organizada sobre principios castrenses y jerárquicos.

Sólo esto puede explicar la ocurrencia del señor Rodríguez de cambiar el calendario universitario, para hacerlo coincidir con el año natural. Es decir, que, a partir de 1974, los cursos empezarían el 1 de enero y terminarían el 31 de diciembre. Junto a su ideario fascista, hay que aludir también a un carácter personal singular, caracterizado por una cierta cabezonería, por no preguntar a nadie, por tomar en solitario las decisiones más peregrinas y no mostrarlas hasta que son irreversibles y luego aguantar el tirón de las críticas masivas, rasgos comunes de los personajes de este tipo (piensen en Gallardón y el aborto). El caso es que el 27 de septiembre, el BOE publica la sorprendente orden. Aquí tienen el link, por si les resulta demasiado increíble. Ya ven que entre los argumentos se cita la necesidad de acompasar los calendarios lectivos y castrenses.

La medida se implantaría progresivamente, de forma que ese año sólo afectaría a los que empezaban en la Universidad. Los que habían aprobado el Preu en junio del 73, tuvieron la gran suerte de gozar de seis meses seguidos de vacaciones y se lo tomaron con alegría. Ellos también eran jóvenes y animosos, formaban peñas sustentadas en la camaradería, el alcohol, el excedente de testosterona y un cierto nivel de gamberrismo, que pudieron desarrollar libremente en esos seis meses, al son de “los estudiantes navarroooooos, me-cagüen-la, cuando van a la posada, chim-pón-jódete-patrón-saca-pan-y-vino-chorizo-y-jamón y el porróóóóóón, lo primero que preguntan, etc…” La sabiduría popular no tardó en ponerle un nombre merecido al disparate: el calendario juliano.

Lo que vino después es sabido. El 20 de diciembre de 1973, Carrero Blanco vuela por los aires con coche y todo y aterriza en una azotea de la calle Claudio Coello. Julio Rodriguez reacciona como cabría esperar. Se pone su mejor gabardina y se presenta en la Comisaría más cercana, como voluntario para las partidas civiles que, supone, se organizarán enseguida, para defender en la calle a España, al glorioso Movimiento Nacional y a sus principios fundamentales, tradicionalistas y de las JONS. Los policías le sugieren amablemente que se vuelva a su casa y no moleste, que bastantes problemas tienen ya con el atentado y la necesidad de controlar el orden público en momentos tan dramáticos. Franco aparece en los funerales con una llorera inconsolable y sale de esa guisa en los telediarios, subrayando la imagen de debilidad del régimen.

En un alarde de coherencia, el Caudillo nombra nuevo Presidente a Arias Navarro, el Ministro del Interior cuyos servicios no fueron capaces de olerse ni de lejos la que estaban preparando los etarras en pleno centro de Madrid. Arias nombra nuevo Gobierno y pone al frente de Educación a un tipo gris, poco amante de las extravagancias y las estridencias, cuya primera medida es anular el calendario juliano. El asunto se quedó finalmente en una simple anécdota. Los de la promoción de ese año hicieron un curso tres meses más corto. Normalmente los cursos se denominan con dos años: el curso 83/84, el curso 69/70. Estos señores sufrieron la rareza de hacer el curso 74/74.

Vuelto a la vida civil, Julio Rodríguez recuperó su actividad docente y se dedicó a dar conferencias por el mundo. Además se afilió al partido Fuerza Nueva, liderado por su amigo Blas Piñar. Él sostenía que seguía siendo ministro de Carrero Blanco, puesto que el almirante había tenido la deferencia de nombrarle y solo él podía cesarlo, algo que no había sucedido. De este modo, el que alcanzaba la categoría de Ministro de Carrero Blanco, como el que era ungido miembro de la Orden de Calatrava, lo era ya de por vida. Para él era un honor que no caducaría jamás, una especie de blasón del que siempre presumía. De hecho se imprimió unas tarjetas de visita en las que rezaba: “Julio Rodríguez, Ministro de Carrero Blanco”. También publicó su único libro de temática no relacionada con la química, lógicamente llamado Impresiones de un Ministro de Carrero Blanco (Planeta, 1974).

Este singular personaje murió en Chile de un infarto, a los cincuenta años. Los profesionales de la difusión de rumores infundados dijeron que había ido allí invitado por Pinochet. Me temo que el general no sabía ni quién era. En realidad había acudido invitado por la Facultad de Químicas de Santiago a dar una serie de conferencias sobre cristalografía, que era su especialidad. Debió de ser un gran químico, supongo, al que seis meses de vértigo convirtieron en el peor Ministro de Educación de la historia. 
  

lunes, 27 de enero de 2014

224. ¿Qué está pasando en Brasil? I. La creación del Estado.

El coloso brasileño está en problemas. Con motivo de la celebración el año pasado de la Copa Confederaciones de Fútbol, el pueblo salió masivamente a la calle a protestar contra ese evento. Ahora se reanudan las protestas, ante la expectativa del Mundial de Fútbol del próximo verano. Las imágenes que pueden ver en este link, de ayer mismo, no están tomadas en Kiev, ni en El Cairo. Son imágenes de Sao Paulo.

Estamos en un mundo convulso, con varios focos de revuelta violenta: Egipto, Ucrania, Tailandia. En Turquía el conflicto duerme de momento, pero fue también duro y crispado. Sin olvidarnos de Gamonal. En este blog se han analizado en profundidad algunos de estos conflictos, sobre todo, los de Egipto y Ucrania. Sorprende que en el gigante brasileño, epicentro de la pasión por el futebol, u país du rei Pelé e du jogo bunito, surja una contestación precisamente contra la organización de unos campeonatos que normalmente colmarían los mejores anhelos del pueblo llano y proverbialmente inculto.

Brasil es hoy en día la séptima potencia mundial, si atendemos al PIB nominal bruto, es decir, total. Sólo la superan Estados Unidos, China, Japón, Alemania, Francia y el Reino Unido. Sin embargo, Brasil procede de la colonización portuguesa, prima hermana de la española, ambas desarrolladas desde los comienzos del siglo XVI. ¿Se han parado ustedes a pensar alguna vez por qué la extensa colonia española se disgregó en 19 países y en cambio la parte portuguesa permaneció unida? Es una diferencia que no se debe a la casualidad, sino a causas concretas, tras las que hay también personas concretas. La rebelión contra las potencias coloniales tuvo como protagonistas a los líderes de los propios colonos, españoles y portugueses en cada caso. Los indígenas bastante tenían con luchar para sobrevivir. Pero en la parte española surgieron mil caudillos que alzaron sus armas para crear un enjambre de reinos de taifas, mientras en la parte portuguesa hubo alguien que lo impidió.

Al final, todos los temas de este blog acaban estando relacionados. En la gran colonia española, parte primordial del viejo imperio donde nunca se ponía el sol, surgió un puñado de arturmases  (o arturmenos, como yo les suelo llamar), que crearon 19 estados, muchos de ellos pequeñitos, de esos que dice el unurabla que también han de tener un lugar bajo el Sol y, por supuesto, en la ONU. A pesar de los esfuerzos unificadores de ciertos caudillos clarividentes, como el gran Simón Bolívar, el resultado fue este: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela (¿Se imaginan el potencial que tendría ese conglomerado si formase un solo país? ¡¡Los Estados Unidos de Latinoamérica!!). En cambio, la parte portuguesa sólo generó un nuevo Estado. Un gigante cuyo PIB nominal bruto está hoy por delante de los diecinueve que les he recitado.

¿Acaso creen que no hubo en la parte portuguesa fuerzas disgregadoras? Pues sí, las hubo y muy poderosas. Si esas pulsiones hubieran triunfado, hoy tendríamos un ramillete de estados postportugueses, que se llamarían Bahía, Pernambuco, Rio Grande do Norte, Rio Grande do Sul, Río de Janeiro, Paraná o Mato Grosso. Y, por supuesto, u gran ‘stado das Minas Gerais, a terra du rei Pelé. No fue eso lo que sucedió. ¿Por qué? Alguien lo impidió, como les digo. Exactamente el caballero cuya imagen pueden ver aquí abajo. El gran Pedro II, segundo y último Emperador del Brasil (el primero fue Pedro I, como podrían deducir ustedes mismos de la simple observación secuencial terminológica).

Todo comenzó con la invasión napoleónica de la Península Ibérica, allá por los inicios del XIX. La entrada de las tropas francesas sorprendió a Portugal con una reina, María I, que padecía Alzheimer, por lo que su hijo, el príncipe Juan, ejercía de regente. Este futuro rey Juan VI, tenía varios hijos, pero el mayor murió de niño, por lo que la línea dinástica pasó al segundo, Pedro. En 1807, toda la familia se va a Brasil, para huir de las tropas de Napoleón. El traslado de la Corte a Río de Janeiro fue algo extraordinario, emigró un 10% de la población de Portugal, se llevaron 60.000 libros de la Biblioteca Real de Lisboa y construyeron allí un edificio idéntico, piedra a piedra, para guardarlos todos.

Estos y otros excesos se relatan en la divertida novela histórica El Imperio eres tú, con la que el madrileño Javier Moro ganó el Premio Planeta de 2011, un texto que les recomiendo vivamente. En 1820, expulsadas ya las tropas de Napoleón, Juan VI y su corte regresan a Portugal, pero Pedro se queda en Brasil como regente (el heredero del trono portugués, tenía en ese tiempo el título de Príncipe de Brasil, como en España tiene el de Príncipe de Asturias). Están empezando ya a surgir los movimientos independentistas y, desde Lisboa, su padre le ordena a Pedro que regrese. Éste, por entonces ya casado en Brasil, se niega y entonces es cesado como regente. Con un cabreo monumental, Pedro desenvaina su espada y grita “¡¡INDEPENDENCIA O MUERTE!!" Es lo que se conoce como El Grito de Ipiranga. Pedro se pone al frente de los insurgentes y es proclamado Emperador de Brasil el 12 de octubre de 1822.

Pedro I tuvo un reinado breve y agitado, marcado por luchas internas y externas. En 1826, el rey Juan VI de Portugal muere, y Pedro decide regresar a la madre patria, a reivindicar sus derechos, con la idea de volver a unir los dos tronos, proyecto al que se opone su hermano Miguel, con el que iniciará una cruenta guerra sucesoria. Deja en Brasil al cargo del país a su hijo menor, el futuro Pedro II, que tiene entonces sólo seis años y está cuidado e instruido por varios tutores. Durante la regencia, las fuerzas vivas procuran no inmiscuirse en la guerra portuguesa y mantienen un precario equilibrio en torno al “rey niño”. La figura de su padre Pedro I no había tenido un apoyo unánime, por eso de que era nacido en Portugal, y ya saben qué tontos se ponen con estas cosas los independentistas, nacionalistas y similares. En cambio, aquel chaval de 6 años, es ya nacido en Brasil, y su figura concita un extraño consenso. Cuando alcanza la mayoría de edad, es coronado Emperador y empieza a dirigir el país con mano hábil. Su Imperio durará hasta 1889. Toda una vida al servicio de su pueblo, durante la que se ganó largamente el sobrenombre de El Magnánimo.

El Estado que recibió Pedro II era un territorio en riesgo grave de desintegración, con fuertes tensiones secesionistas de las diferentes regiones. Pero el Emperador fue capaz de pacificar el país y convertirlo en una gran potencia. Era un tipo culto, preparado desde muy niño para ser un estadista, que viajaba mucho por todo el mundo, donde era recibido por los líderes de los principales países, que lo trataban como a uno de ellos. El Emperador era un defensor de los derechos civiles, un ilustrado que creía en la libertad y la cultura. Decretó la libertad de prensa en todo su territorio. Impuso por la fuerza la abolición de la esclavitud contra la opinión mayoritaria de las grandes fortunas y los poderes locales. Gano varias guerras con sus vecinos. Y dejó a Brasil convertido en una potencia emergente.

En 1889, ya anciano, fue destituido por un golpe militar que instauró la república, un régimen no demasiado popular en el país, cuyos habitantes adoraban al Emperador. Sus partidarios le instaron a luchar, a defenderse, seguros de que el pueblo les apoyaría masivamente. Pero el Emperador estaba cansado y no quería un baño de sangre. Se marchó a Europa, en donde vivió modestamente un par de años más hasta su muerte. Años después, sus restos fueron llevados a Brasil en donde se le dispensaron grandes honores y ceremonias. Su gran creación, los Estados Unidos de Brasil, sigue perviviendo en un mundo difícil y convulso. Todo esto que les he contado, tiene poco que ver con la problemática actual del Brasil, pero conviene conocerlo. En el próximo post, nos centraremos en el momento presente.
  

viernes, 24 de enero de 2014

223. Habla el honrado pueblo

Esta semana he cumplido mi tercera intervención explicando el Avance de Plan General en Consejos Territoriales de los distritos madrileños. Los compañeros me preguntan si no me aburro de contar siempre lo mismo, ante audiencias poco preparadas, a las que no consideran demasiado capacitadas para entender lo que se les cuenta, insuficiencia que se manifiesta en las estrambóticas réplicas, intervenciones o preguntas que a veces nos plantean. Yo les digo que no se puede generalizar, que en estos Consejos participa también gente culta y enterada y que, en cualquier caso, estos saraos me resultan de interés para mi tarea paralela de observador de los humanos, semillero de anécdotas a reseñar después en mis textos. En estas tres ocasiones ha habido algunas historias curiosas y divertidas que podrían contarse en el blog.

Pero no me parece elegante relatar aquí estas cosas. Es una cuestión de simple respeto por los ciudadanos, que se animan a intervenir en este tipo de foros en la confianza de que nadie utilizará luego sus proclamas para solaz de lectores virtuales. Como el médico o psicólogo, que nunca deben contar los secretos de sus pacientes, yo me autoimpongo una cláusula de confidencialidad que en ningún caso debo contravenir. Otra cosa son las anécdotas antiguas, protagonizadas por ciudadanos quizá ya muertos, conservadas en mi memoria como tesoros ocultos que nunca caducan. Hace casi veinte años participé en una ronda similar por los 21 distritos, difundiendo en este caso el documento inicial del Plan General hoy vigente, entonces en elaboración. No veo malicia en descatalogar tres de estas perlas de aquellos días, y traerlas al blog. Así se preservan, además, del olvido al que se arriesgarían si su único refugio fuera un rincón de mi frágil memoria.

Caso 1.- Consejo Territorial del Distrito de Tetuán. Año 1995. Tras explicarse el documento y sus directrices principales, un ciudadano pide la palabra para interesarse por el régimen urbanístico por el que se regulará la parcela de su casa. Le informamos que dicha parcela está en un área en la que el Plan no entra, puesto que está pendiente de un PERI que debe redactar el IVIMA. Para los legos en la materia, aclararé que un PERI es un Plan Especial de Reforma Interior (que no de Reforma Importante, como le oí decir en una ocasión a un concejal semianalfabeto del PSOE, y ésta sí que es una anécdota rigurosamente cierta).

El IVIMA, Instituto de la Vivienda de Madrid, era por entonces una empresa pública de la Comunidad, que había solicitado al Ayuntamiento que reservara una zona degradada de Tetuán, para ordenarla ellos, dentro de sus planes de vivienda social. El problema era que esa reserva ya se había efectuado en el Plan General anterior, de 1985. Diez años después, el PERI no estaba ni siquiera iniciado, pero el IVIMA nos prometió que se pondrían enseguida a redactarlo y pidió que mantuviéramos la zona reservada. Por eso, el Plan General que presentábamos no entraba a regular el área y remitía su ordenación a la futura redacción del PERI. El ciudadano en cuestión, tras oír nuestra respuesta, se largó la proclama siguiente:

Señores, yo me creía un ciudadano normal, discreto, buena persona, cumplidor de las leyes. Hasta que un día descubrí que no lo era. Sucedió hace cerca de ocho años. La cisterna de mi wáter se averió y, con ese pretexto, decidí hacer una reforma completa del baño. Me hicieron mi proyectito y acudí al Ayuntamiento a pedir la licencia de obras. Respuesta: no podemos darle licencia, porque está usted en un PERI. Tiene que esperar a que se redacte y apruebe el PERI. Entonces podrá hacer las obras que guste, de acuerdo con la ordenanza que establezca el PERI. Poco después, intenté cambiar la verja de entrada al jardín y me dijeron lo mismo: que no podía cambiarla hasta que se aprobase el PERI, que sería quien determinaría si se podía o no instalar la verja que yo pretendía. Hace unos días puse unos tiestos con geranios en el balcón, y les juro que lo hice con miedo, porque no sé si el PERI me dejará ponerlos. Por eso digo que he llegado a la conclusión de que no soy un ciudadano normal, honrado, cumplidor de las leyes. Ya no estoy seguro de serlo, desde que he descubierto que vivo en un PERI. Es más, es que tengo la sospecha de que nací en el PERI, me casé en el PERI, mis hijos han nacido en el PERI, y, como ustedes no lo remedien, me moriré en el PERI. Dudo que ese PERI se redacte algún día en eso su intuición era certera y no se imaginan la angustia y el desasosiego en el que vive mi familia desde que averiguamos que vivíamos en un PERI. Por eso, se lo suplico: pónganme una regulación cualquiera, la que sea, aunque tengamos que derribar la casa. Pero, por favor, por lo que más quieran, sáquenme del maldito PERI” ovación atronadora.

Caso 2.- Consejo Territorial del Distrito de Carabanchel. Año 1995. Al acabar nuestra exposición se pone en pie un señor mayor. Canoso, grueso, frente despejada, abrigo abierto forrado de lana de borrego, una mano apoyada en la garrota de roble, la otra subrayando sus palabras con gestos ampulosos. Histriónico, facilidad de palabra, tono didáctico, dotes de líder: se escucha, se gusta, ríe sus propias gracias, busca la complicidad y la aclamación de sus convecinos, que le miran con respeto, apoyando su intervención. Dice representar a los vecinos de Carabanchel Alto, una barriada que siempre ha sido el patito feo de los barrios de Madrid y va a seguir siéndolo, por lo que acaba de oír. Mira a las alturas y se pone estupendo:

Hace tiempo tuve la oportunidad de escuchar a un catedrático de la Complutense hablando de nuestro barrio. Un tío extraordinario. Un fuera de serie. Y este señor tan culto y preparado, dijo una cosa que nunca olvidaré: Carabanchel Alto es un apéndice de Madrid. Fíjense ustedes que comparación más buena: un apéndice de Madrid ponía los ojos en blanco, miraba al infinito, extasiado ante la grandeza del concepto, y lo repetía dejando salir las sílabas una a una, con gesto de arrobo: U-na-pen-di-ce–. Guardó silencio un instante, estirando aquella pausa tan teatral, con la audiencia definitivamente entregada. Entonces, con un recurso digno de los actores shakespearianos, su cara mutó en un gesto colérico, ceño fruncido, venas del cuello a punto de estallar. Dio un puñetazo sobre la mesa y proclamó: Y DIGO YO: QUÉ BIEN DISCURRIDO Y QUE BIEN DICHO ESTÁ ESO DE PÉNDICE. PORQUE ASÍ ES JUSTAMENTE COMO NOS VEN ESTOS SEÑORES. QUERIDOS CONVECINOS: PARA EL AYUNTAMIENTO DE MADRID, CARABANCHEL ALTO ES LA PÉNDICE DE MADRID–. Se sentó inmediatamente en medio de una ovación apoteósica.

Caso 3.- Aquí no hay Consejo Territorial, pero es una historieta contemporánea y, en cierto modo, hermana de las anteriores. Además de contarlo en las Juntas, recibimos la instrucción de explicárselo a todos y cada uno de los concejales del Equipo de Gobierno. Por cierto, que una entonces desconocida Esperanza Aguirre, a la sazón concejala de Medio Ambiente, tras escuchar nuestra explicación, nos echó una bronca monumental diciendo que el Plan que proponíamos lo suscribirían sin problemas los comunistas del señor Mangada, bestia negra de las nacientes hordas neoliberales. Pero no es esto lo que quiero contarles. En un momento dado, el Plan se le había contado ya a todos los concejales menos a uno: el ínclito Matanzo. Nadie quería ir a verle. A mí me tantearon y dije: no, no, no, por favor, se lo cuento a cualquiera, pero a Matanzo, no.

Matanzo fue un concejal siempre peculiar. Antiguo carnicero en posesión de un cierta cultura autodidacta, era moreno, castizo, galdosiano, con un carácter volcánico, explosivo, colérico. Empezó como Concejal de Abastos, se movía con soltura entre los gremios de comerciantes y fue, durante sus años de responsable del Distrito Centro, el azote de mercadillos, músicos callejeros, artesanos, melenudos y hippies. Entre sus logros, promover una reforma de la plaza de Santa Ana, que expulsó de allí para siempre el mercadillo de los sábados y dejó la plaza lista para la instalación de las terrazas de los bares que la ocupan hoy en día. En 1995, Matanzo había caído en desgracia y estaba condenado a un semidestierro en un puesto en el que no tenía nada que hacer. Todos sabíamos que estaba furioso y por eso no queríamos ir a contarle el Plan General. Al final, lo echamos a suertes y le tocó a XX. Según su relato, esto fue lo que sucedió.

Matanzo ocupaba un lúgubre despacho en el único edificio que tiene entrada por la Cuesta de la Vega. Esta vía madrileña, continuación de la Calle Mayor tras cruzar Bailén, cae hacia la vaguada del río haciendo un slalom de curvas pronunciadas. Al inicio, deja a la derecha la trasera de la Catedral y a la izquierda el edificio del que les hablo, de propiedad municipal. XX hubo de esperar en una antesala, mientras la secretaria del concejal se asomaba con cautela al despacho principal, como quien atisba en la cueva del dragón. Autorizado a pasar, encontró a Matanzo en penumbra, muy serio, sentado tras una enorme mesa de caoba sobriamente decorada, en la que no faltaban el crucifijo y las típicas fotos del hombre en compañía del Rey y del Alcalde.

XX inició su exposición, frente a un oyente taciturno, con la cabeza apoyada en una mano. Se esforzó en explicar las líneas maestras, desplegó planos, señaló con su bolígrafo aquí y allá, habló y habló en una especie de huida hacia delante, hasta que el otro le interrumpió, abriendo la boca por primera vez para pronunciar a bote pronto una frase que hoy es ya mítica: “¿Tú sabes lo que es la tapilla?” Por la mente de XX pasaron rápidamente imágenes de todas las nuevas operaciones que proponía el Plan: la Rasilla, la Ventilla, el Olivillo, la Resina, la Mina del Cazador… La Tapilla no aparecía entre ellas. Le habían pillado, creía saberse el Plan de pe a pa, pero aquel sagaz concejal de gesto adusto conocía un área de desarrollo de la que él no había ni oído hablar. Con las orejas gachas respondió: “No”. Entonces Matanzo se vino arriba y concluyó:

Pues yo sí lo sé. ¿Sabes por qué? Porque soy carnicero. Pues eso mismo me pasa a mí contigo: que no tengo ni puta idea de urbanismo y no me estoy enterando de nada de lo que me dices.

La entrevista concluyó de esta manera abrupta. XX salió a la calle y respiró con alivio el aire fresco de la tarde madrileña. Todavía alucinado, cruzó la calle Bailén y entro en la taberna El Anciano Rey de los Vinos. Allí se pidió un vasito de vino dulce, acompañado de la proverbial galletita Gullón, y se lo bebió de un tirón, pensando todavía: “Menudo trago”. 

lunes, 20 de enero de 2014

222. Gamonal y el bombero subversivo

Gamonal es un síntoma. Aunque tampoco hay que sacar las cosas de quicio. Lorenzo Silva, en El Mundo, hacía un paralelismo con las manifestaciones que generaron la llamada primavera árabe, pero, como él mismo reconocía al final de su comentario, los niveles de vida y de irritación no son comparables. Abro El Mundo casi exclusivamente para leer las opiniones de Lorenzo Silva y de Lucía Méndez, a las que ahora se ha añadido mi querido y admirado Enric González. Los tres aportan opiniones ponderadas y originales, lejos de los discursos oficiales.

Cada zona de la Tierra tiene su propia problemática y no se puede generalizar entre ellas. Los países árabes no han completado la transición hacia una sociedad laica, y la predominancia agobiante de la religión les tiene especialmente jodidos. Los ucranianos, por su parte, están divididos entre prorrusos y proeuropeos. Los brasileños están generando una nueva clase media culta a la que horroriza que el Estado se embarque en grandes eventos deportivos mientras perviven las brutales diferencias sociales del país. En España, lo que nos tiene cabreados es el nivel de paro, el desmantelamiento en curso del estado de bienestar y que el partido en el poder esté aprovechando la crisis para imponernos un modelo ideológico retrógrado.

También está la revolución cívica de Tailandia y seguramente algunas otras situaciones que ahora no me vienen a la memoria. Cada una tiene sus peculiaridades locales, socioeconómicas y hasta históricas, que no pueden trasponerse de una a otra. Ciertamente, comparten algunas características, ligadas al desarrollo de los medios de comunicación digitales. Ahora, las convocatorias se hacen a través de las redes sociales, por las que corre también información potencialmente capaz de generar la indignación colectiva. Sentado esto, el mejor análisis que he leído sobre el conflicto de Gamonal es el que firma Nacho Escolar en eldiario.es, cuyo link les pongo a continuación para que lo lean antes de seguir.

Como ven, el problema no es exclusivo de Burgos. Prácticamente en todas las pequeñas capitales de provincia se puede señalar a un constructor local que hace todas las obras, ligado al Alcalde-cacique de turno y amparado por las fuerzas vivas. En La Coruña, en los tiempos gloriosos del alcalde Paco Vázquez, la Xunta de Fraga y Caixa Galicia, el constructor de cabecera era un tal Liñeiro, de profesión, delineante. Todos los asfaltados, rebajes de bordillos, parkings municipales y demás obras en las calles los hacía Liñeiro. El Colegio de Arquitectos lo denunció por intrusismo profesional, pero nunca le pudieron probar nada. Además, era un delineante que contrataba arquitectos para su empresa. Como dicen en Argentina: los pajaritos disparando a las escopetas.

Después de leer lo que dice Nacho Escolar, poco queda por añadir. Como profesional del urbanismo y persona que se ocupa de la participación ciudadana, me gustaría sin embargo hacer algunas reflexiones. El caso Gamonal es el síntoma de una perversión del sistema. A los alcaldes y a sus equipos de gobierno los elegimos los ciudadanos cada cuatro años. Y los elegimos para que defiendan los intereses colectivos, no los intereses privados de determinadas fuerzas vivas o poderes económicos locales. El urbanismo es una disciplina que puede gestionarse de forma participada o de forma despótica. Las condiciones de participación en que se desarrollan los proyectos urbanísticos de una ciudad o región son un indicativo inequívoco de su grado de calidad democrática.

Vean por ejemplo el proyecto de remodelación de Les Halles en París. La ciudad está en estos momentos destripada en su centro más neurálgico por uno de esos proyectos que suelen tacharse de faraónicos. Pero, antes de empezar, se organizó un proceso de información y participación que consiguió un apoyo mayoritario para la actuación proyectada. Por eso los parisinos no han salido a la calle a parar el proyecto a pedradas. Sin embargo, la construcción de un centro comercial sobre un pequeño parque en la plaza de Taksim en Estambul, generó unos disturbios que duraron días y descabalgaron a la ciudad de la carrera olímpica. Lo de Burgos se parece más a Taksim que a Les Halles. La actuación del alcalde es paleta, prepotente e ignorante; cercana a los modos del Tercer Mundo y alejada de la práctica normal en Europa.

Para hacer una actuación urbanística cualquiera, es conveniente pulsar la opinión de los vecinos directamente afectados. Porque un tipo de actuación puede ser buena en un lugar y mala en otro. Un bulevar como el proyectado en Gamonal supone pérdida de plazas de aparcamiento gratuito en la calle. En el subterráneo se construyen muchas más de las que se pierden, pero éstas son de pago. Si la actuación se propone en un barrio elegante, es posible que concite un apoyo mayoritario. La gente de pelas no tiene inconveniente en pagar un precio razonable por una plaza exclusiva y vigilada, donde puede guardar las bicicletas y las tablas de windsurf. Pero en un barrio obrero la cosa puede ser al revés. En Gamonal, la amenaza de pérdida de plazas de parking en la calle, se ha sumado a las molestias potenciales de la propia obra y el mar de fondo de irritación de un estrato social al que la crisis está machacando.

Otro ejemplo de lo que digo. En la plaza madrileña de Barceló, se talaron casi todos los árboles para construir un mercado provisional, que puede convertirse en definitivo. Es decir, algo similar a Taksim. Ni un solo vecino protestó. ¿Por qué? Pues porque antes la plaza estaba llena de mendigos, drogadictos, borrachos y botellónidos. Una obra que los espantara, aunque fuera temporalmente, era una bendición. En los tiempos que corren, es recomendable que los ayuntamientos desarrollen procesos de participación ciudadana reales, antes de meterse en aventuras como la de Gamonal. A los vecinos les gusta que se les pregunte primero.

De todas formas, bien está lo que bien acaba. La calle ha ganado por goleada y el escándalo ha servido para despertar otra vez al pueblo dormido. La solidaridad ha brotado en todas las ciudades. En Barcelona la gente se ha librado por un día de la murga monotemática del derecho a decidir y ha roto escaparates de bancos a sillazos para apoyar a unos maquetos de la orilla sur del Ebro, que, se mire como se mire, forman parte del Estado Español, ese que martiriza y oprime al Pueblo Elegido, sin entender que Catalonia is not Spain. Pero donde la cosa ha alcanzado categoría de esperpento, a la altura de La Escopeta Nacional, ha sido en Madrid. Aquí, como saben, bomberos y antidisturbios se retaron verbalmente y a empujones en un tumulto resuelto con la detención del bombero Santiago de la Fuente, puesto en libertad un día más tarde.

Según los bomberos, su brigada fue requerida a apagar el fuego de unos contenedores de basura incendiados por los revoltosos. Llegaron, acordonaron la zona y procedieron. Entonces, los policías intentaron pasar a la zona acordonada y los esforzados bomberos lo impidieron. Según la policía, fueron los bomberos los que se pusieron farrucos y les agredieron. Si tienen en cuenta que, tanto para ser bombero, como para ser antidisturbios, hay que estar cuadrado, pues no es difícil imaginar los diálogos: mientras yo esté al cargo, aquí no pasa ni Dios/ eso ya lo veremos/ por mis cojones que no pasas/ quítate de en medio, payaso, que te meto/ a que te sacudo un manguerazo/ a que te llevo al cuartelillo y te pasas allí toda la noche, so pringao/ no hay cojones, etc. El caso es que la controversia se solucionó a cabezazos y sin quitarse los cascos reglamentarios. Al otro día, el sindicato mayoritario de los bomberos se manifestó al grito de Santi de la Fuente/ no es un delincuente, hasta que soltaron al tipo.

La imagen de dos equipos agrediéndose a cabezazos sin quitarse el casco, sólo se había visto hasta ahora en los partidos de la liga yanqui de hockey sobre hielo. El casco es un adminículo que últimamente ha diversificado sus utilidades. Ya no se usa sólo para amortiguar los golpes en la cabeza en determinadas prácticas de riesgo, sino también para ocultar la identidad de la gente que quiere ir de incógnito. Y si no, que se lo pregunten a Hollande. Abajo les pongo las imágenes que han suscitado el escándalo que mantiene divertidos a los franceses, que en algo tienen que entretenerse, dado que allí no detienen a los bomberos ni nada por el estilo. Y digo yo: ¿qué le verán a este señor fofito y blandengue tres señoras tan estupendas como Segolène y sus dos sucesoras o simultáneas. Luz Sánchez-Mellado, de El País, me ha robado el titular que se merece esta noticia: Qué las das, François.



Pórtense bien, que los paparazzi, además de Alá y el ojo de Obama, les vigilan todo el rato. A ver si van a dar un mal paso y acaban saliendo en la prensa rosa. Luego no digan que no les avisé. P.D.: He dicho Alá y no Dios, porque Dios no existe, como saben, y eso que salimos ganando los de esta parte del mundo.

jueves, 16 de enero de 2014

221. Esto de trabajar

Llevo unos días sin subir nuevos posts, pero no lo hago en cumplimiento de mis recientes amenazas de escribir menos (a partir de las cuales seguí cargando dos o tres textos por semana, como de costumbre) sino porque, literalmente, no tengo tiempo. Mi trabajo me exige ahora emplear algunas tardes en acudir a las diferentes Juntas de Distrito a contar las novedades del Plan General urbanístico que se está elaborando en mi oficina. Hace más o menos un año tuve una ronda de difusión del documento denominado Preavance, de la que les hablé en el blog (posts #85 y #86). Ahora, hemos avanzado mucho sobre aquel primer documento, y eso nos ha permitido elaborar un segundo documento, que se llama el Avance. Y a mí me toca ir a explicar los avances del Avance. Utilizo medios avanzados, como mi puntero y pasador de imágenes, regalo del Gobernador del Pueblo del Estado chino de Guangdong. Y los vecinos se quedan patidifusos cuando les avanzo las novedades que se contienen en el Avance.

En el texto de que les hablo, dividido en dos posts #85 y #86, “Incidente de tráfico II”, aprovechaba aquella ronda por las Juntas para narrar una accidentada peripecia automovilista, que casi me impide llegar a la Junta del Distrito X. Era esa una historia imaginaria, que todos mis lectores tomaron por cierta. Ahora he logrado lo contrario: un seguidor del blog no se cree que, cuando recomendé la película de los hermanos Cohen, sólo había visto el tráiler y me acusa por ello de mentiroso y hasta de borde. O sea que estoy logrando plenamente uno de los objetivos fundacionales del blog: que ustedes se traguen las bolas que les calzo y se tomen por falsas las historias ciertas. En suma: literatura. En cierta forma hemos cerrado el círculo.

Por otro lado, tengo determinadas obligaciones personales para las tardes que me quedan libres, que no les voy a detallar aquí, porque el protagonista de este blog de alguna manera es también un personaje imaginario, al que no le pasan putadas, ni tiene problemas de índole íntima, ni se lleva disgustos, ni ha de atender enfermos ni cuidar jardín alguno. Tras él hay un Emilio real, del que ya les he dicho que tiene teléfono móvil. Los lectores que me conozcan personalmente, pueden llamarme cuando quieran, si tienen curiosidad por saber de mi vida real. Y a los que no me conocen, nadie les ha dado vela en el entierro. Así que no se confundan: esta no es una página personal de Facebook. Yo no escribo para desahogarme, confesarme o hacer alguna suerte de terapia. Lo hago por divertirme, aprender cosas, practicar la escritura, y que ustedes hagan lo mismo: divertirse, aprender cosas y practicar la lectura.

He de decir también que la otra tarde me puse a escribir un texto y, cuando intenté subirlo, el ordenador de casa se puso farruco. Debo admitir que no lo tengo tan cuidado como se merece. Que tiene sus razones para ponerse farruco. Por ejemplo, no tengo antivirus. Quiero decir, de los de pago. Es que soy objetor de conciencia de antivirus. Yo trabajo sin protección. Y, cuando el aparato está tan infectado que ya no puede dar ni un paso, salvo la carpeta “Mis Documentos” a un disco duro externo y lo formateo. He hecho ese proceso varias veces. El aparato se queda como nuevo, rejuvenece y se pone a funcionar a toda leche, alegre y animoso.

Bueno, la verdad es que, antes de llegar a esos extremos, le echo una mano con un Avast gratuito, pero no es lo mismo. El antivirus Avast tiene una opción de análisis rápido de los archivos, que le paso de vez en cuando. Las últimas veces que le he pasado el filtro, el informe final ha sido el mismo: “tiene usted seis archivos infectados, cuatro dañados, dos scripts potencialmente maliciosos, tres inputs no confiables y un troyano”. ¡Joder, qué de cosas tiene mi pobre ordenador! Al final del informe se muestra una tecla que dice “solucionar todo”. Le doy a “aceptar” y parece arreglarse. Pero a los dos días, vuelve a mostrarse achacoso, le aplico el análisis rápido, espero y me sale un informe idéntico: “tiene usted seis archivos infectados, cuatro dañados, dos scripts potencialmente maliciosos, tres inputs no confiables y un troyano”. Las primeras veces pensé: qué casualidad, hombre, le acabo de eliminar los virus y me vuelven a salir los mismos. En particular, eso de que al final aparezca siempre un troyano es bastante inquietante.

Cuando yo era niño, el ABC publicaba cada mañana la reseña del Ministerio de la Gobernación, que daba cuenta de los detenidos del día anterior en aplicación de la llamada Ley de Vagos y Maleantes. Eran notas de prensa del siguiente tenor: “En el día de ayer fueron detenidos y puestos a disposición judicial tres carteristas, dos descuideros, siete indocumentados, tres proxenetas, cuatro quincalleros y un vago”. La lista variaba cada día, pero siempre remataba con “un vago”. Llegué a pensar que era siempre el mismo y que lo soltaban por la noche para que al otro día siguiera vagueando y así poder detenerlo de nuevo y adornar su lista con la guinda del vago.

Pues algo así le pasaba a mi ordenador. Que tenía alojado un troyano, que se eliminaba cada vez, pero siempre regresaba, como los malos recuerdos. Y entonces lo vi claro: el troyano tenía que estar alojado precisamente en el Avast, no había otra posibilidad. No sé de qué se extrañan. Si me dedico a difundir los avances del Avance, ¿qué hay de raro en que mi antivirus tenga un virus? Así que me informé debidamente. Me dijeron: cómprate un antivirus como Dios manda, no seas roña. Mi respuesta: no es por roña, es que soy objetor de conciencia. Tenía que haber alguna opción intermedia, pensé. La había. Alguien me habló del Malwarebytes. Eso de que el antivirus se te infecte con un virus es una forma de malware y, lógicamente, hay que aplicarle un antimalware, que es una herramienta más potente. Y parece que el más prestigioso y contrastado de los antimalware gratuitos es el Malwarebytes. Así que, cuando el ordenador se puso farruco, me lo bajé y empezó a trabajar. Se tiró toda la tarde.

Resultados del informe: “tiene usted 397 archivos dañados o infectados”. Allí estaban  referenciados, no sólo diez o doce troyanos, sino también un buen número de tirios. Tuve que seleccionarlos uno a uno, para marcarlos con un tic. Cuando hube marcado los 397 tics, le di con energía a la tecla “eliminar”. Inmediatamente, el aparato emitió una serie de borborigmos y eructos de origen incierto y se apagó completamente. Pensé que la había cagado. Y estaba empezando a pensar seriamente en llevarlo a enterrar al punto limpio cuando, milagrosamente, salió de su postración. Asistí estupefacto al notable espectáculo de ver cómo mi ordenador resucitaba, se levantaba y andaba, como un Lázaro digital. El texto que había escrito se perdió en el intento, se disolvió en la niebla cibernética, se extravió en la nada virtual. Es igual, era muy malo y eso que se ahorran.

Total que, entre el trabajo, los trajines y las peripecias electrónicas, aquí me tienen, viviendo sin vivir en mí, porque, además, por las mañanas tengo una agenda repletita, oyes, de verdá, esto es insufrible, hija. Es SUPER fuerte, tía. Es que no hace una más que llegar y sentarse en su silla, y ya le están dando la murga, que si hay dos señores esperando para consultar el Avance, que si la base de datos de sugerencias ha amanecido hoy un poco tontorrona, que si una reunión de seguimiento, que si los de arriba quieren para ayer un informe de los edificios catalogados de la Colonia Mingorrubio. Hija, te digo: NO-LO-SOPORTO. De verdá: ESTO DE TRABAJAR ES QUE TE PARTE LA MAÑANA: YA NO PUEDES HACER NADA. ¿Sabes qué te digo? Que mañana me pongo mala y no vengo, tía, osá: me cojo unas placas en las amígdalas y me quedo en mi casita. Como lo oyes, tía, placas en las amígdalas. Ya me están empezando a picar y todo… ¡Ay, Señor, qué hartura de vida!   
  

domingo, 12 de enero de 2014

220. Yo quiero ser uruguayo

En el post #206, “Un voto al optimismo”, les mostraba una imagen del mapa de la corrupción 2012, de acuerdo con los datos que recopila la ONG Transparency International. Allí pudieron ustedes constatar que Uruguay, junto con Canadá, eran los únicos países de América que alcanzaban el color verde correspondiente al máximo nivel de transparencia, a la altura de Australia y los países nórdicos, que suelen tenerse por modelos de civismo, progreso y sociedades avanzadas. No es una casualidad que Uruguay aparezca en esta posición privilegiada. La calidad democrática de este pequeño país de 3,3 millones de habitantes, la mitad de los cuales vive en Montevideo, es algo que viene de antiguo y se evidencia día a día. Sin ir más lejos, en 2013, Uruguay ha aprobado la ley que autoriza los matrimonios homosexuales (pionera en Latinoamérica), ha legalizado el consumo recreativo de la marihuana (primer país del mundo, según creo) y ha sometido a referéndum la progresista Ley del Aborto que aprobó el año anterior. Resultado: menos de un 10% de votos en contra.

Por esta serie de hitos, que revelan la buena salud democrática de una sociedad culta y avanzada, la revista británica The Economist ha designado a Uruguay país del año que termina. Si a esto añadimos que todo el territorio uruguayo está incluido en la zona climática templada (único caso en Latinoamérica), que se trata de uno de los diez países más verdes del mundo, sólo superado por Noruega, Islandia y similares, que su temperatura media anual es de 17ºC y que tiene más de 500 kilómetros de costas fluviales y marítimas, pues qué quieren que les diga: que estamos hablando del paraíso. Acá les pongo el link del excelente artículo que, a punto de terminar 2013, le dedicó Mario Vargas Llosa. Léanlo antes de continuar.

El 90% de los uruguayos es de origen europeo, el resto tiene parte de sangre charrúa o guaraní, las dos etnias que había en la zona antes de la llegada del hombre blanco. Abundan los descendientes de italianos y franceses, y también los gallegos, que emigraron en masa en sucesivas oleadas desde finales del XIX, en busca de la prosperidad de la llamada Suiza Americana. Un lugar cuyo clima es idéntico al de Galicia, y con una orografía bastante similar, pero si cabe aún más amables (clima y paisaje): el punto más alto del país es el Cerro Catedral, de sólo 514 metros sobre el nivel del mar. El Centro Gallego de Montevideo se fundó en 1879 y fue lugar de acogida del exilio durante la postguerra española, por donde pasaron Alberti o  Gregorio Marañón, además de gallegos ilustres como Castelao y Otero Pedrayo.

El civismo de la sociedad uruguaya es antiguo y consolidado. El sistema de educación pública, laica y gratuita data de 1877, el segundo más antiguo del mundo. La ley que autorizaba y regulaba el divorcio se aprobó en 1917. Las mujeres votan desde 1927 (recuerden que en la otra Suiza, la europea, las mujeres fueron autorizadas a votar en 1971). Todo es urbano y cívico en Uruguay, y todo fluye con suavidad. No sé si es influencia del clima y el paisaje, o por el ascendiente gallego, pero todo parece ir por cauces leves, tranquilos y educados, sin sobresaltos. La crisis económica de los 70 derivó en malestar social, disturbios y brotes de insurgencia, con el movimiento tupamaro al frente. Ese malestar provocó el advenimiento de una dictadura militar similar a las de Argentina y Chile, pero las cosas no llegaron nunca al nivel de brutalidad de estos países vecinos.

Uno de los puntos fuertes del momento de gloria que vive Uruguay es el actual presidente, Pepe Mújica, el mandatario más pintoresco del mundo, del que habla Vargas Llosa en su artículo. En su juventud, Pepe Mújica fue uno de los dirigentes de la guerrilla urbana de Los Tupamaros. Como tal, fue encarcelado y torturado reiteradamente por los militares. Cuando salió de la cárcel muchos años después, lo hizo sin un gramo de rencor en su ánimo, como un antecedente de Mandela. Ahora es el presidente del país, elegido democráticamente al frente de una coalición que podemos considerar socialdemócrata, y que se denomina Frente Amplio. Continua viviendo en su medio-chabola, con su señora, y cada día acude al Palacio de Gobierno conduciendo personalmente su viejo wolkswagen escarabajo. En esta foto pueden ver su forma habitual de vestir, incluso cuando ha de participar en actos públicos.


Dentro de la suavidad con se desempeña este maravilloso país, en 2001 la economía se vio sacudida por la grave crisis económica de su vecino argentino, aquella que dio en llamarse del corralito. Uruguay sufrió diversas convulsiones, pero pronto logró estabilizarse y salir de problemas. El desastre de Argentina proviene precisamente de su falta de civismo, con la clase alta financiera robando y llevándose el dinero al extranjero a dos manos. Mi amigo G., argentino de larga residencia en Madrid, dice que Uruguay es para ellos, los argentinos, una especie de remanso de tranquilidad y horizontes amplios. G. vivió su juventud en La Plata, un lugar no tan ruidoso y estresado como Buenos Aires, pero igualmente lleno de tensiones. En aquellos años solía cruzar a menudo a Uruguay. Para él, se trata de un país similar a Portugal, en su relación con España. Una tierra de gente tranquila, educada, un poco melancólica mirando al océano infinito y dando la espalda a su vecino más poderoso, con el que le une una relación ambivalente.

Uruguay es un ejemplo de que, con diálogo, pausa, educación y cultura, se puede organizar la sociedad de forma que todo el mundo viva fenomenalmente. En Uruguay florece el talento en todas las ramas de la cultura, como la literatura, donde cuenta con gigantes como Benedetti o Eduardo Galeano. Tiene también una industria cinematográfica incipiente y modesta, pero llena de imaginación. Así de memoria les cito El último tren. Entre sus títulos recientes más premiados encontramos Whisky. Creo que es una de las películas más fascinantemente tristes que he visto nunca. Cuenta las cuitas y penurias de un fotógrafo callejero, ya mayor, que vive solo y subsiste de lo que saca haciendo retratos. Antes de disparar su máquina le grita al retratado: ¡Whisky!, para forzar su sonrisa y son estas las únicas sonrisas que aparecen en la película. Whisky se rodo en 2004 y obtuvo el Goya a la mejor película extranjera en lengua castellana en 2005. Fue la segunda y última película de la pareja de directores que la firman. Uno de ellos se suicidó en 2006, a los 31 años de edad.

Tal vez no lo sepan, pero Uruguay es el segundo país del mundo en consumo de whisky, por detrás de Escocia. Yo creo que Uruguay aparece en lugares altos en todas las clasificaciones internacionales que tienen que ver con el buen rollo y la calidad de vida. Y esto es algo que perciben jóvenes y mayores. Aquí les pongo el link de la Web juvenil norteamericana BuzzFeed, en donde enumera las 21 razones por las que hay que ir a Uruguay en 2014.

Desde esta España entristecida por el látigo del PP y vigilada por la torva mirada de Monseñor Rouco, no podemos dejar de observar con envidia lo que sucede en Uruguay. La legalización de la marihuana ha abierto un nuevo sector de negocio internacional para el país, en donde las condiciones climáticas para su cultivo son ideales. Les están lloviendo los pedidos desde muchos países donde se autoriza su uso médico. No creo que las condiciones de Galicia o Asturias fueran peores. Pero aquí estamos atenazados por unos dirigentes arcaicos y cutres, que están endureciendo las penas por consumo de drogas blandas, mientras  se reducen las ayudas a la enseñanza y la investigación, y se gasta el dinero en comprar camiones botijo, como los que tenían los grises, para que disuelvan las manifestaciones a manguerazos.

Y al frente de todos ellos, el señor Rajoy. Este señor no calza sandalias ni conduce un escarabajo. Por el contrario, su imagen más reveladora nos lo muestra fumándose un puro por la Quinta Avenida, y pasando de todo. O hablando a sus ciudadanos por una pantalla de plasma. Su pasotismo le impide poner coto a las retrógradas leyes que, una tras otra, van perpetrando sus ministros más ineptos, como Wert, Gallardón o Mato. Qué papelón internacional el nuestro, por Dios. ¿Nos elegirá The Economist el año que viene como el peor país del Primer Mundo? Méritos no nos faltan. Mientras en Uruguay legalizan el matrimonio gay y la marihuana, aquí nos disponemos a tramitar la Ley del Aborto de Gallardón. Sí, sí, lo he escrito bien, no me he comido ninguna coma, no he dicho: la Ley del Aborto, de Gallardón.

miércoles, 8 de enero de 2014

219. El otro día

Hace bastante tiempo que no traigo a este blog textos de otros y voy a recuperar hoy esta sana costumbre. Mi compadre Diego Moreno, mexicano norteño residente en Tijuana, arquitecto, inventor, promotor de modelos energéticos alternativos, periodista y escritor fabuloso, a quien tengo como a mi maestro en cuestiones literarias, acostumbra a mandarme algunos de sus trabajos, incluyendo artículos, ensayos políticos, reflexiones e historietas varias. Hace unos días me envió el texto que les trascribo más abajo. Desde la primera lectura, entendí que no era un escrito susceptible de ser publicado en los medios corrientes, sino una especie de desahogo, tras sufrir los excesos de la burocracia transnacional.

Es decir, que era un texto perfecto para un blog que se llama Reflexiones a la Carrera. De hecho, la historia mínima que se narra es pariente directa de algunas mías similares, publicadas no hace mucho en este blog. Los que hayan disfrutado con las anécdotas minimalistas del discípulo, sabrán apreciar la calidad del maestro. Algunas diferencias. Obviamente el lenguaje. La prosa norteña de mi amigo es inigualable. Esa forma de ritmar la narración con frases de una sola palabra, separadas por puntos y seguido, es algo que pocas veces me he atrevido a hacer. En segundo lugar, el vocabulario. En México es correcto decir calientito y decibeles, las aceras se llaman banquetas y hay otros localismos que no tendrán problema en comprender.

La historia es nimia sólo en apariencia. Como algunas de las mías, simboliza el conflicto entre nosotros, viejos supervivientes de mundos recientes, que algunos se apresuran en dar por obsoletos, y el mar de obstáculos que una nueva burocracia, resucitada al servicio de los grandes poderes económicos, se empeña en poner en nuestro azaroso camino en pos de demandas justas, que hasta hace poco se solucionaban con una llamada de teléfono, unos gramos de sentido común y un trato personal cariñoso y próximo. Frente al frío muro de la burocracia, apenas nos queda el recurso de contarlo por escrito. Poco más que un pataleo. No les canso más con minucias. Aquí tienen la trascripción. Para este foro es un honor albergar un texto original de mi colega y amigo. Disfruten de él.

EL OTRO DÍA. Por Diego Moreno

Hace unos meses me cortaron mi teléfono celular. Telcel. Según yo, no tenía adeudo pendiente. Cuando me presenté para saber la causa, me informaron que el recibo de uno de los otros dos números registrados a mi nombre no había sido pagado.

Sentí como cuando de chamaco hacíamos la broma pesada de sorprender a algún amigo agarrándolo de las bolas mientras le decíamos ¡chifla! una forma bárbara de dominarlo. Una gruesa forma de sometimiento. Éramos chamacos y éramos norteños.

−No me llegan los recibos −dije al joven que me atendió− y, como sus vencimientos son de fechas diferentes, tengo que andar adivinando ya que uno de ellos lo usa mi mujer, el otro mi hijo. Si los recibos tuvieran la misma fecha de vencimiento no tendría ese problema. Es la tercera vez que lo solicito personalmente.

Me pidió mi correo electrónico para enviármelos, dijo que tomaba nota, que lo estaba asentando en un reporte, que no volvería a suceder, que me llegaría de las dos formas, que ya estaba hecha la reconexión, que patatín que patatán.

Yo estaba calientito, pero calientito frío, manejando mis palabras con bajos decibeles y sin que me temblara la voz. Templadito. Sobrio. Comedido. Terso. Correcto. Usted me entiende: bonito.

−Es un cohecho −le dije, igual de bonito−, omitir el pago de una línea nos pasa a todos por razones diversas, como puede pasar con una de dos tarjetas de crédito que se tienen con la misma compañía, que bloquea la no pagada y sigue funcionando la otra.

Lo decía como quien comenta el clima. Urbano. Educado.

−Ha de ser harto satisfactorio tener secuestrados a millones −seguí−. Antes de haber sido engrillados por el monopolio de su jefe, podíamos tener un teléfono de oficina y otro de casa. Si no pagábamos uno, seguíamos teniendo el otro, que nos ayudaba a completar para pagar el faltante. 

−Don Carlos crea fuentes de trabajo −repuso el chico, estratégicamente amaestrado para situaciones similares.
 
A través del ventanal se podía ver a los lejos La Rumorosa, una sierra conformada de enormes bolas de granito y viento susurrante. Paisaje dramático, como de Cumbres Borrascosas. Atravesarla en carretera es un espectáculo, con aire acondicionado y calefacción, claro. A pie es echarse un tirito con la huesuda.

−Igual que El Chapo Guzmán −le comenté, todavía con tono bonito y terso−. Don Chapo emplea a más de 50 mil y, también como su jefe, invierte en otros países. Es una transnacional mexicana que crea empleos en todas direcciones. Un orgullo. La pequeña diferencia es que Don Chapo se juega el pellejo, un poco diferente a Don Carlos quien tiene la protección del sistema.

Silencio. Salí. La Rumorosa seguía ahí, con sus enormes bolas haciéndome guiños. Juro que además las vi balancear, las vi moverse como yoyo dentro de una talega. Usted me entiende.

Una brisa arrastrando por sus cañones comenzó a soplar, ese viento rojo llamado Santana, que pone los pelos de punta, hace que los hombres riñan, que los niños lloren y que las esposas lo esperen a uno con un puñal bajo la almohada. Me marché feliz de haber sido parido.

El otro día me volvieron a cortar el teléfono. Por lo mismo. También en temporada de vientos Santana. Me presenté. Pagué en silencio, un silencio estilo Marlon Brando, “de énfasis retenido”. Salí. Desde la banqueta intenté hacer una llamada. Seguía suspendido. Entré, pregunté. Me dijeron que para activarla había que tomar un numerito y hacer fila donde con mucho gusto me atendería un ejecutivo, que desde las cajas donde pagué no se podía arreglar el asunto, que patatín que patatán.

Me puse tantito calientito, pero como siempre, con decibeles a ras de suelo, como las ranas. En la cara se me notaba que quería hacerles una oferta que no pudieran rehusar. Se me estaba borrando lo bonito. Me sentí en un laboratorio recibiendo un frasquito donde me indicaban que metiera mis muestras.

−No entiendo −le susurré con las letras saliendo de mi boca como cenizas de una chimenea ardiendo−. El sistema de Carlos Slim corta automáticamente la línea, pero tiene uno que meterse a esa fila de presuntos culpables para gestionar ante un tribunal que nos liberen en forma manual.

La chica siguió con su sonrisa de pasta dental.

Me puse en la línea en la que había 873 antes que yo. Los conté. Todos traíamos papelitos en la mano, una suerte de frasquito para la muestra. Ahí me alcanzó otra señorita con sonrisa de pasta dental.

−¿Qué va a hacer, señor?

Pasamos a su escritorio. Le conté la historia de mi vida. Que era la cuarta vez, que su jefe Carlitos mentía cuando me llamaba para avisarme que mi factura ya estaba en mi buzón y todos los demás etcéteras, añadiendo que a mi edad se tenía menos tiempo para hacer fila con muestras de laboratorio, y por ende, menos paciencia, todo manifestado tersamente –con un ligero temblor en mi voz, debo admitirlo.

Me narró que esto que lo otro que la madre del muerto que aquí estaba pero no lo encuentro que a chuchita la bolsearon que a pancha le dan calambres que colorín colorado. Que la Ley de Herodes.
 
Mientras me narraba la fatalidad de mi destino marcado por la imposibilidad de homologar fechas de facturación de mis números por razones que no entendí, los vientos Santana aparecieron azotando el ventanal. La Rumorosa temblaba, reverberaba como de niño vi muchas veces el desierto de Altar, Sonora, México, en agosto a mediodía. Luego miré un cartel publicitario de Telcel: la foto de un magnífico tiburón con la leyenda al calce Cuidamos el Mar de Cortés.

Imaginé sustituir las palabras Mar y Cortés. Cuidamos el México de Carlos.

Cuando salí me sentí inspirado, poderoso, libre. Traía el papelito en la mano. Para la siguiente lo traeré en un frasquito dentro de una bolsita de papel reciclable.

lunes, 6 de enero de 2014

218. Acerca de Letonia

En fin, parece que por fin se acaban las navidades, este interregno en el arranque del invierno, en el que todos cambiamos nuestras rutinas, unos con más gusto que otros, arrastrados por una especie de fiebre de euforia, consumismo y buenismo desmedidos. Como cada año, me hago la misma pregunta: ¿por qué no me he largado fuera, al menos a pasar la Nochevieja en algún lugar lejano, donde nadie me conozca y pueda pasar el tránsito de año rodeado de gentes anónimas. Me da igual el lugar, me adaptaría sin problemas a las costumbres locales, me sumaría a las peculiaridades de las celebraciones vernáculas con entusiasmo de primerizo. El caso es que nunca lo hago. Otros sí, como les voy a contar.

Mi amigo P. es gótico. ¿Qué pasa? Tengo un hijo que toca en un grupo de hardcore music. ¿Por qué no voy a poder tener un amigo gótico? ¿Eh? ¡Ah! Que no saben en qué consiste. Bueno, pues, en ese caso, mírenlo en la wikipedia. No se lo voy a explicar aquí, que ya son mayorcitos y no voy a tener que dárselo todo mascado. Mi amigo P. es un tío cojonudo, sea gótico o lo que quiera ser, y comparto con él muchas afinidades, como el cine de Tim Burton, o la arquitectura Art Deco. El caso es que mi amigo ha cumplido este año ese viejo anhelo mío de desaparecer en Navidad, y lo ha hecho con toda elegancia: se ha casado y se ha ido de viaje de novios. Pero un tipo que se autodefine como gótico no puede viajar a Marina d’Or, o al Caribe. ¿Adivinan adonde se ha ido? Pues sí, señor, a Riga, capital de Letonia. Hace unos veranos, visité esta preciosa ciudad, y saqué cerca de cien fotos de sus extraordinarios edificios art deco. Lo que pasa es que en invierno debe de hacer un frío de pelotas. Hay que ser muy gótico para viajar allí en estas fechas.

En realidad yo visité las tres capitales de los llamados países bálticos, y pude constatar que son bastante diferentes entre ellos. Al norte, los estonios son una especie de primos de los finlandeses, con quienes comparten raíces lingüísticas y raciales. Tallin está unido con Helsinki por un ferry que viaja por la noche y que me permitió pasar un día entero en la capital finlandesa. Al sur, los lituanos son una etnia poderosa que añora su pasado imperial, cuando sus dominios llegaban al Mar Negro, en tiempos de Vitautas el Grande. Entre unos y otros, los letones son un pueblo en minoría en su propio país. Se trata de un Estado bastante pequeñito, de superficie algo menor que Castilla La Mancha, por ejemplo, donde viven alrededor de dos millones de personas. Más o menos un tercio de la población reside en Riga. El resto habita en pequeños pueblos agrícolas, que se pasan la mayor parte del año bajo la nieve.

En Riga, la población de letones está en torno al 45%. La segunda etnia más numerosa es la rusa, en torno a un 40%. El resto son ucranianos, bielorrusos, lituanos y de otros pueblos. Los letones provienen de las tribus bálticas que se implantaron en las llanuras heladas de la zona en tiempos de los romanos. Nunca fueron muchos, practicaban el paganismo y, a partir del siglo XIII, estuvieron bajo el dominio de pueblos vecinos más poderosos. Primero los germánicos, que cristianizaron la zona por la fuerza. Luego los lituanos en tiempos de Vitautas. Después los suecos, en el XVII, momento en que Riga llegó a ser la mayor ciudad de Suecia. Finalmente la Rusia zarista, durante los siglos XVIII y XIX. Al estallar la revolución rusa, Letonia aprovecha para proclamarse por primera vez República independiente en 1918, situación que durará hasta 1940. En esos años, Letonia recibe una gran ayuda económica de Inglaterra y Alemania, surge una potente burguesía local y se construyen los edificios art decó de Riga.

En 1940, en plena Guerra Mundial, Letonia sufre la invasión de la Unión Soviética, que organiza allí una escabechina, digamos, moderada. Pero en 1941, la conquistan los nazis, a los que algunos saludan con simpatía, como liberadores del yugo soviético. Muy pronto la gente se dará cuenta de que el remedio es peor que la enfermedad, sobre todo los 25.000 judíos de Riga que son deportados y exterminados en pocos meses. El régimen de terror nazi llegará hasta la reconquista soviética en 1944, año en que se implanta la nueva república socialista, federada en la URSS, que durará 50 años. Tras la Guerra Mundial, la numerosa población de origen germánico de Letonia fue deportada a la nueva Alemania. La URSS desplazó a la zona a muchas familias, sobre todo rusas, pero también ucranianas y bielorrusas. En 1989, al caer el imperio soviético, Letonia alcanza de nuevo la independencia. En Riga, sendos museos recuerdan minuciosamente el terror nazi y el terror soviético. En el momento de la independencia, el porcentaje de letones que vivía en Riga, era del 35%.

Ahora ese porcentaje ha subido al 46%, como les he dicho. ¿Adivinan cómo se ha logrado ese aumento? Pues por lo que suele llamarse política de limpieza étnica. El nuevo régimen de la Letonia libre, creó enseguida el llamado “examen de ciudadanía”, que sigue implantado en nuestros días. La Unión Europea y la OTAN estaban tan deseosas de contar con un socio en las mismas barbas de Rusia, que no han tenido el menor inconveniente en mirar para otro lado ante una política tan antidemocrática. El examen de ciudadanía incluye, por supuesto, un dominio fluido del letón. Es una exigencia obligatoria para que te concedan el DNI, sin el cual no puedes trabajar, salvo en la economía sumergida, ni matricularte en la Universidad, ni viajar al extranjero. (Vayan haciéndose a la idea de lo que les espera a los catalanes que no estén bajo el hechizo del independentismo. A los otros, a los secesionistas, les aguarda sólo el problema de la ruina económica que sufrirán).

Nada más aprobarse esa norma, la población de Riga bajó de un millón a los 700.000 que ahora la habitan. Parte de sus habitantes de etnia rusa (entre ellos, la casi totalidad de los jóvenes, que habían nacido allí) decidieron exilarse a Rusia. Aún así, los rusos, bielorrusos y ucranianos son mayoría en Riga. Una buena parte de ellos han pasado por el examen de ciudadanía, pero hay muchos, especialmente los viejos, que se resisten a hacerlo y no tienen posibilidad de marcharse a su tierra de origen. Esta parte de la población se concentra en el llamado barrio ruso. Abajo les adjunto algunas imágenes de Riga. Para un turista, estas cosas pasan bastante desapercibidas, la ciudad es preciosa y tiene muchísimas cosas que ver, y el ambiente es el de las viejas ciudades portuarias como Amberes o El Havre.

Cuando yo estuve por la zona, únicamente Estonia utilizaba el euro. En Letonia había que pagar en lats. Desde este 1 de enero, Letonia se ha incorporado al euro. Desconozco los criterios por los que los banqueros europeos admiten a socios tan inestables como este. Ya me referí a este aspecto cuando Croacia fue admitida en la Unión Europea, post #156, “Éramos pocos y parió la Merkel”. Letonia lleva desde 2008 en medio de grandes convulsiones económicas. En 2009 fue la economía europea cuyo PIB bajó de forma más acusada, un 18%. Sin embargo en 2010 y 2011 la cosa se fue estabilizando, y en 2012 y 2013 se han logrado tasas de crecimiento en torno al 4,5%, lo que ha hecho que el Banco Mundial la ponga como ejemplo de lo buenas que son las políticas de austeridad que ellos auspician. No lo vieron así los letones que en 2010 se manifestaron masivamente en Riga contra el hambre y la carestía de la vida. Aquí las imágenes prometidas. Para empezar, un monumento soviético "indultado" por representar trabajadores letones.



El mercado central de Riga, ocupa los hangares de la antigua fábrica alemana de zepelines (Primera Guerra Mundial). Abajo, la Plaza de la Libertad, que fuera escenario de las manifestaciones antisoviéticas.































Calles con nombres rusos en el llamado barrio ruso.


















Centro cultural construido por los soviéticos, al que los letones llaman "El pastel de Stalin".

Abajo algunos detalles de los edificios del Art Decó











  

Ahora un ejemplo de la arquitectura soviética

Y por último, el capitalismo infiltrándose en las viejas avenidas soviéticas. Duerman bien.