miércoles, 29 de mayo de 2013

131. Los ángeles querían más

Odio ponerles deberes pero, para entender bien este post, les conviene repasar aunque sea por encima el #64, “De escoceses y otros estereotipos”, del que éste es continuación. ¿Ya lo han leído? Muy bien. La película La parte de los ángeles de Ken Loach, de la que les hablaba en ese texto escrito a finales del año pasado, cuenta una historia que gravita en torno a la fabricación del whisky de malta y su importancia como seña de identidad de los escoceses. Se puede decir que, en la práctica, las señas de identidad fundamentales de los escoceses son tres: el kilt (falda tradicional que usan los caballeros), el whisky y William Wallace, el héroe local en el que se inspira la conocida película Braveheart.

El título de la película de Loach alude al hecho probado de que el whisky de malta, tras un largo y complejo proceso de elaboración y destilación, es guardado en barricas de roble durante diez a doce años y, en su encierro, pierde cada doce meses entre un 1% y un 2% de su volumen. Las barricas son herméticas, no sufren ninguna pérdida y no hay explicación científica de esa disminución. Según un viejo dicho escocés, esa es la parte que se llevan los ángeles, a los que al parecer también les gusta el líquido ambarino que se elabora en aquellas lejanas tierras. 

Contaba también en el post citado que tengo un amigo escocés, por nombre Geoff Keogh, y que pensaba que tal vez no volviera a verle más, porque hacía unos cuantos años que no venía a visitarnos con sus alumnos de la Aberdeen Business School, de la que era Senior Lecturer. Poco antes le había mandado una felicitación de Navidad a su dirección de mail de la universidad, y no me había contestado. Muy bien, pues el bueno de Geoff ha reaparecido y ayer pudimos darnos un abrazo. Hace unas semanas nos comunicó su intención de venir a Madrid acompañando a un grupo de profesores y alumnos de la Oxford Brookes University. La Brookes es una universidad privada (todas en el Reino Unido lo son en alguna medida, desde los tiempos de Thatcher) con una escuela de negocios bastante prestigiosa.

Organizamos la cosa para incluir en su programa una charla mía de hora y media sobre la historia urbanística de Madrid y el marco actual de oportunidades para inversores extranjeros en un contexto de crisis. Como el edificio de mi nueva oficina no cuenta con ningún salón capaz para 30 personas, le pregunté por correo si tenían algún otro lugar para la conferencia, puesto que a mí no me importaba desplazarme a donde me dijeran, incluso a su hotel. Sólo necesitábamos un ordenador, un cañón y una pantalla.

Con estas indicaciones, Geoff organizó el programa lectivo del grupo para el día de ayer. A las 9 de la mañana salí de mi casa caminando en dirección al Colegio Nacional de Economistas, cerca de la zona de Ópera, en donde tenía que hablar entre las 9.30 y las 11. Me encontré primero con mi amigo y, mientras comprobábamos el funcionamiento del ordenador, me contó que, como yo imaginaba, se ha jubilado (está feliz por ello) de su puesto en la Aberdeen Business School. Pero mantiene su red de contactos y ofrece sus servicios por libre, para la organización de viajes de estudios. Algo así como lo que montó Michel Velly en Nantes. Esto debe de ser algo muy gratificante; tendré que pensármelo para cuando me echen del Ayuntamiento.

Aprovechando su situación de retiro, se ha marchado de Aberdeen y ahora vive en Bristol, la ciudad de clima más cálido de Inglaterra, con su gigantesca playa al Mar de Irlanda. En su nuevo estatus de jubilado que ofrece sus servicios como free lance, Geoff Keogh tiene una imagen muy diferente de la que yo tenía en mi cabeza. Lo recordaba como a un tipo súper delgado, un poco encorvado, siempre impecablemente vestido con traje y corbata de tonos oscuros y con su escaso pelo muy recortado. Ayer lo vi más gordito, con buen color, unas guedejas canosas en la parte baja del cráneo parecidas a las mías, una chaqueta de punto de color beis y las típicas sandalias abiertas con calcetines gruesos que sólo se puede poner un británico. Así asistió a mi charla, en compañía de dos profesores de la Brookes de aire informal pero más cuidado.  
    
La charla discurrió con normalidad, los chavales se mostraron interesados e hicieron muchas preguntas. Al final, en el momento de los aplausos, Geoff extrajo de su mochila una botella de whisky de su tierra, guardada en el habitual canuto de cartón cerrado por los extremos con dos tapaderitas metálicas. Como ya conté en el post #64, le debo a mi amigo el conocimiento del whisky de malta, las instrucciones para usarlo adecuadamente y la experiencia de haber probado un licor que no tiene comparación con ningún otro. Él recordaba cuánto apreciaba yo sus regalos y, aunque ya no vive en Escocia, venía cargado con una botella para mí.

Los alumnos salieron a descansar hasta la clase siguiente, que era a las 12, y los tres profesores me ofrecieron tomar un café con ellos en algún bar cercano. Acepté, agarré mi preciada botella y caminamos hasta la calle Arenal, ya bañada por un sol matinal muy agradable en estos días fríos de mayo. En la esquina con la plaza de la Ópera hay un bar estupendo con terraza a los dos lados. Les pregunté si querían que nos sentáramos fuera y dijeron que no, que tenían poco tiempo. Entramos y nos situamos en la barra, en donde hube de hacer de traductor para que los camareros entendieran los tipos de café que querían mis colegas.

Con los cafés ya servidos, pagaron y entonces dijeron que por qué no nos íbamos a la terraza. Cosas de los extranjeros, para eso nos hubiéramos sentado antes y nos habrían servido los camareros de fuera. Pero ese era su capricho. Así que cada uno cogió su café y nos dirigimos en fila al exterior. Yo cerraba la formación llevando en la mano derecha la taza de mi cortado, cogida por el plato y en la izquierda mi preciado whisky sujeto por el centro del canuto de cartón en posición casi vertical. En el momento en que estaba situando la taza en la mesita con mis compañeros ya sentados, la botella de whisky decidió por su cuenta liberarse de su encierro empujando la tapaderita inferior, resbalar a lo largo del canuto  y estrellarse contra la acera de granito. 
  
Nos quedamos desolados, especialmente yo, como se imaginan. Por un momento pensé que a lo mejor me daban otra, pero no se planteó; seguramente mi amigo sólo traía esa botella, un regalo especial para mí. Los dos de Oxford me vieron tan hecho polvo que, tras consultar entre ellos, me regalaron un bolígrafo cromado de su universidad, en una cajita también cromada. Es una preciosidad, pero yo hubiera preferido el whisky. Después nos terminamos los cafés. Le insistí a Geoff en que no pasaba nada, que había sido mi culpa y que mi disgusto por aquel pequeño accidente no empañaba la alegría de haber recuperado el contacto con él (esto último es cierto). Que ya tendríamos múltiples ocasiones de que me trajera otras botellas y que le prometía manejarlas con más cuidado. Pero el encanto del día estaba roto.

Ahora rebobinemos. ¿Cabe imaginar una sucesión de fatalidades como esa? Durante el trayecto al bar llevé la botella de la forma en que el cuerpo te pide transportar una cosa tan valiosa: mano izquierda en el centro del cilindro de cartón inclinado 45 grados y mano derecha debajo de la tapa inferior. En la barra lo puse de pie. Si nos hubiéramos sentado en la terraza al llegar, como les propuse, no hubiera pasado nada. Pero con una mano ocupada llevando el café, sucedió lo que sucedió. También influyó que la tapadera estaba deficientemente pegada. Y que no tuve los reflejos del futbolista Cañizares para pararla con el pie, arriesgando la integridad de mi tobillo. Y que Gallardón decidió poner granito del más duro en la reforma de la calle Arenal, como en todas las suyas.

En fin que, si hay gente que se cree que los ángeles del cielo hacían cada día el trabajo de San Isidro, por qué no imaginar que en este caso fueron los ángeles que se llevan una parte del contenido de las barricas quienes organizaron esa funesta secuencia de hechos, porque querían más. John Irving, el gran escritor de Nueva Inglaterra, sostiene que la vida es un trayecto irregular, formado por tramos rectos entre los accidentes, en ocasiones graves, que sufrimos a lo largo de ella. Así estructura sus novelas, en las que siempre pasa alguna putada, invariablemente en momentos de alegría y euforia.

En mi caso, el accidente fue minúsculo (que todos sean como ese). Pero se pueden imaginar el disgusto que me llevé. Todavía no se me ha pasado. Por favor: no lleven nunca una botella guardada en canuto de cartón con una sola mano. Eso es lo que yo aprendí ayer. Pidan una bolsa para llevarla, hagan dos viajes o utilicen el truco que quieran. Pero no repitan mi majadería. Les juro que sienta muy mal. 

Sean cuidadosos. Lo que John Irving cuenta es la vida misma.
  

lunes, 27 de mayo de 2013

130. Murakami

El otro día, cuando les hablé de los japoneses, prometí dedicar un post específico a Haruki Murakami. Supongo que ya lo conocen, todos los años es candidato al Premio Nobel y yo espero que se lo den algún día. Descubrí los libros de este señor hace unos diez años, a través de mi entorno familiar, sospecho que fue mi sobrino I. el primero que me habló de él.

Haruki es un poco mayor que yo, tiene 64 y su vida parece sacada de una de sus novelas. Hijo de una pareja de profesores de literatura, desde siempre se vio atraído por la cultura occidental, el rock, el jazz y también la música clásica, pero se fue a estudiar literatura a una universidad japonesa. Allí conoció a su mujer Yoko, con la que lleva toda la vida. Cuando acabaron los dos la carrera, se fueron a Tokio y montaron un jazz-bar que regentaron entre ambos durante siete años.

Allí fue donde Haruki empezó a escribir sus novelas, a presentarlas a concursos y a ganar premios. El éxito internacional de Norwegian Wood, retitulada como Tokio Blues en algunos países occidentales entre ellos España, le animó a traspasar el jazz-bar y dedicarse en exclusiva a la literatura, con el apoyo constante de su mujer que es su primera ayudante y correctora y se ocupa de que nada distorsione el ambiente a su alrededor cuando está escribiendo. Así vinieron otros éxitos, como Al sur de la frontera, al oeste del sol, que es la primera de sus novelas que yo leí. Para los que quieran iniciarse en la literatura de este señor, es una forma de empezar muy recomendable. 

Otras dos novelas excepcionales, Kafka en la orilla, y 1Q84, contribuyeron a extender su leyenda. Para mí son las mejores, por delante de otras también muy interesantes, como Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, After Dark o El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas. También ha escrito cuentos, de los que en España se han publicado dos colecciones: Sauce ciego, mujer dormida y Después del terremoto. Estas colecciones son un poco irregulares, en mi opinión, aunque en las dos hay uno o dos relatos extraordinarios. La mayoría de los libros que he citado los ha publicado en España la editorial Tusquets.

Murakami es un escritor muy reconocido en Japón, donde ha recibido todos los premios posibles, encabezados por el Noma, el más prestigioso. También tiene seguidores en todos los países occidentales en los que igualmente ha recibido numerosos premios, como el Franz Kafka. Pero su éxito y su popularidad local le agobiaron en un momento dado y le llevaron a escapar de tanto ruido. Estuvo viviendo más de diez años en Europa y en Norteamérica, en donde compatibilizaba la escritura con algunas clases de literatura como profesor invitado en diversas universidades. Luego volvió a Japón en donde vive actualmente.

Las historias de Murakami siempre empiezan en entornos cotidianos, en ambientes de clase media urbana que pueden estar situados en cualquier país intercambiable y a la vez son profundamente japoneses. En ese medio caracterizado por la normalidad y la estabilidad, aparece de pronto algún elemento que distorsiona esa normalidad, que rompe la rutina. Un tipo sale a buscar a su gato que se ha escapado y, al volver, su mujer ha desaparecido. Otro se cruza en el Metro con una mujer muy guapa y se obsesiona en buscarla por todas partes.

Esa intromisión de lo inusual en lo cotidiano a veces suscita momentos de una belleza insospechada, o propicia el descubrimiento de un pasado a menudo terrible. En otras ocasiones, lo fantástico hace su irrupción y se entrecruza con lo real sin solución de continuidad. Todo ello se enhebra con una prosa hipnótica, cuya lectura cuesta interrumpir, que tiene una cadencia musical siempre coloreada por una sensibilidad exquisita, por un tratamiento cariñoso a todos los personajes, especialmente los más frágiles, por una precisión a la hora de acercarse al mundo de las mujeres, que es difícil encontrar en otros escritores. A mí me maravillan todos sus libros pero, si tuviera que elegir uno de ellos, creo que me quedaría con Kafka en la orilla.

Pero Murakami no es sólo mi escritor favorito. Es también mi ídolo: a los 35 años (como yo) empezó a correr, y sigue entrenando todos los días del año, algo que yo nunca he conseguido. Ha corrido muchos maratones, algún triatlón y hasta una carrera de ultramaratón (100 kms). De estas cosas habla en su libro más personal y autobiográfico De qué hablo cuando hablo de correr. En él narra cómo es su vida cotidiana actual, una rutina que a mí me hace morirme de envidia.

Murakami se levanta cada día temprano. Se toma un café, un zumo y mucha agua. Sale entonces a correr por algún parque cercano a su domicilio. Todos los días del año hace 10 kilómetros a buen ritmo. Mientras corre, deja la mente completamente en blanco, no piensa en nada, se abstrae del mundo, destierra de su cabeza cualquier preocupación. Luego regresa, se ducha, se toma un buen desayuno y se encierra a escribir hasta el mediodía. A continuación, come, descansa un poquito y por la tarde ya no hace nada más. Vaguea, enreda, contesta el correo, ve a los amigos, cuida a su señora, se toma un vino, se da un paseo o va al cine. Vive, en una palabra. ¡Joder, no me digan que no es para tenerle envidia!  

Murakami tiene una cierta fama de huraño y antipático en el trato personal. Es mentira. Lo que pasa es que huye de fastos y alharacas. Cuida su privacidad. Concede muy pocas entrevistas. A España sólo ha venido dos veces. La primera en 2009. El Instituto Rosalía de Castro, de Santiago de Compostela, tiene por costumbre desde hace cerca de 20 años conceder un premio literario elegido por votación entre sus alumnos: el premio San Clemente. El escritor elegido es invitado a ir a Santiago y compartir unos días con estos chavales de menos de 18 años, ver la ciudad, comer y asistir a clase con ellos y recibir su galardón en una ceremonia modesta. Así han pasado por allí Paul Auster, Saramago, Vargas Llosa, Tabucchi, Carlos Fuentes y otros.

En 2009 se les ocurrió premiar a Murakami. Los de Tusquets les advirtieron: es muy difícil que venga, nunca hemos podido traerle a España, es alérgico a los premios y los actos públicos. Pero los estudiantes le escribieron y enseguida aceptó entusiasmado. Sólo puso una condición: alojarse cerca de un parque grande, por el que pudiera salir a correr. En sus días en Compostela bebió vino del Ribeiro, comió pulpo con cachelos, visitó el Obradoiro y compartió su tiempo con los estudiantes que lo habían elegido como ganador de un premio de 3.000 euros (a mí me dieron 6.000 en el premio que gané, uno de los menos dotados en España). Los chavales dijeron que les había contado muchas cosas.

Ya que estaba entre nosotros, no pudo evitar hacer una escala en Barcelona, visitar la editorial, firmar libros y todo lo demás. La ciudad le gustó y por eso volvió en 2011, al ser galardonado con el Premio Cataluña de literatura. En ese momento estaba muy impresionado por el terremoto y tsunami que arrasaron la zona de Kobe, de la que él es originario, además de causar el accidente nuclear de Fukushima. Tenía que dar un discurso en el acto de entrega de premios y aprovechó la ocasión para hablar casi en exclusiva de la catástrofe, a cuyas víctimas pensaba donar el importe íntegro del premio. Aquí les dejo con el texto en pdf de su discurso. Les recomiendo que lo lean. Da una idea de la calidad literaria y humana de este caballero a quien tanto admiro. http://www.tusquetseditores.com/especiales/Discurso_Murakami_castellano.pdf

viernes, 24 de mayo de 2013

129. Me llaman La Brisa

Me encuentro el otro día con un compañero arquitecto a quien hace tiempo no veía. Nos preguntamos qué tal nos va y constato que, como me empieza a suceder últimamente, ya no me dice que horrible, que fatal, que letal, sino que tuerce la cara y dice que bueno, que parece que la cosa se empieza a mover, que lo peor ya ha pasado. Los estudios de arquitectura van por delante de los movimientos del sector inmobiliario. Mis compañeros con estudios privados empezaron a llorar tres o cuatro años antes de la crisis. Ahora, los que han logrado sobrevivir sin cerrar el kiosco, dicen que ya ha pasado lo peor. Esperemos que éste sea de verdad un indicio de brotes verdes, tras la poda perpetrada por Mariano Manostijeras.

Pero no es de esto de lo que les quería hablar. Íbamos por la segunda cerveza cuando mi amigo dijo: “por cierto, hace días vi entera tu magnífica presentación en inglés del proyecto Madrid Río”. Contesté que no tenía ni idea de qué me hablaba. Sí, hombre, tu conferencia en la Escuela de Arquitectura a 50 alumnos de una Universidad de Londres/¡No jodas que estabas escondido al fondo de la sala!/No, hombre, la conferencia está colgada en el Youtube.

Trágame tierra. ¡Huy qué vergüenzaaaaa! No tenía ni idea de que la cosa les hubiera gustado tanto como para colgarla en la red. Dejé pasar unos días, antes de someterme a la tortura de ver los 40 minutos de filmación. Nunca me había visto a mí mismo hablando en público, y encima en inglés. Es una especie de cura de humildad. Les voy a poner el enlace para que quien quiera le eche un vistazo (no hace falta que vean los 40 minutos), aunque ya sé que mis seguidores más críticos pensarán que este gesto es demostrativo de lo alto que tengo el ego y todo eso. 

En realidad, es al revés. Lo pongo para que comprueben la calidad (baja) de mi desempeño como conferenciante políglota. Aquí el link: http://www.youtube.com/watch?v=lZ6tEStxSLw. Los motivos de mi vergüenza son tres: voz horrible, nivel de inglés ínfimo y aire general dubitativo, indicativo indudable de un acojono generalizado. Hablaré un poco de cada cosa, aunque en el orden inverso. Mi acojono se debía a que ese día hablaba ante una audiencia muy especial y, por así decirlo, jugaba fuera de casa.

Normalmente, yo recibo en mi oficina (o en el salón de actos contiguo, si son muchos) a delegaciones de otras ciudades que vienen a que les contemos nuestros proyectos. Suelen ser políticos locales, altos ejecutivos, gestores urbanos. Frente a ellos suelo estar más relajado, son tipos que vienen a verme a mí, predispuestos a que les guste mucho lo que les cuente. Su nivel de inglés no es muy superior al mío, lo que les muestro les interesa y solemos establecer un clima amistoso, con bromas, chistes, preguntas frecuentes y buen rollo general.

Esta vez era muy diferente. Para empezar, era la primera vez que hablaba en el salón nuevo de la Escuela de Arquitectura, con micrófonos y todo eso. Poco antes había dado una clase sobre el mismo asunto en un máster de la propia escuela y fue la profesora de ese máster la que propuso mi nombre para la conferencia y la que me presenta al principio. En el programa yo actuaba en tercer lugar, tras la intervención de mi admirado Ramón López de Lucio y la del Subdirector de la escuela. Todo ello tras una breve presentación del propio Director, que se quedó por allí, igual que los demás. Los oyentes pertenecían a la Bartlett School of Architecture, una escuela de prestigio internacional.

El proyecto del río, que en mi opinión es extraordinario, ha contado desde el primer momento con la oposición frontal de la Escuela de Arquitectura. De hecho, a mí no suelen invitarme a contarlo, porque saben que lo defiendo. No voy a explicar aquí la controversia, pero haciendo una simplificación, podríamos decir que ellos odian el proyecto porque lo ha hecho Gallardón y yo intento convencerles de que es cojonudo, aunque lo haya hecho Gallardón.  El maestro López de Lucio es uno de los elementos más críticos con la operación M-30, y tiene motivos fundamentados para ello. Pero yo puedo tener una opinión diferente, respetando la suya. 

El día de autos, mi admirado Ramón, que debía contar la historia del urbanismo de Madrid, dedicó la segunda mitad de su intervención a poner verde el proyecto que yo iba a exponer después. Así que ya salí a la palestra con el marcador en desventaja, dispuesto, como mucho a empatar el partido. Además, me dieron un ordenador con la pantalla fundida (por eso al principio estoy todo el rato yendo a mirar la pantalla grande, porque no tenía otro medio de ver si mi presentación se abría correctamente). Por último, yo no suelo tener un discurso ensayado, sino que pongo unas imágenes que tengo preparadas y voy improvisando sobre ellas. Con todos estos datos, tal vez se expliquen un poco más mi tono dubitativo y acojonado. 

Lo del idioma, ya se lo he contado muchas veces. Mi inglés es totalmente autodidacta y sacado de las canciones de los Stones y los Beatles. A fuerza de practicar voy mejorándolo poco a poco, pero cualquiera puede notar que no tengo la formación adecuada. Cuando mi audiencia es de gente mayor, suelo incluso hacer algún chiste al respecto. Por ejemplo, cuando vienen con un intérprete, les suelto: “OK, I prefer to speak in English; my level is not extraordinary, but I think that we can understand each other with a little help of my friend”. En otras ocasiones empiezo diciendo con cara de pillo: “Please allow me introduce myself”. Estas citas suelen desatar la risa generalizada y me sirven para distender el ambiente, pero no funcionan con la gente joven, que se quedan con cara de póker porque tienen otras referencias musicales. 
  
Respecto a lo de la voz, me dicen que a todo el mundo le pasa lo mismo, que no se reconocen en las grabaciones que les hacen y se horrorizan al escucharlas. Supongo que será así pero, objetivamente, a mí me parece que no he oído en mi vida una voz más fea (si acaso la del juez Garzón). Juzguen ustedes por sí mismos. Para salir a un escenario a hablar en inglés sin saber, ante una audiencia tan especializada y con semejante voz, hay que echarle valor. O tal vez simple caradura. Pero yo siempre he tenido una cierta vena de showman. 

En realidad a mí lo que me gustaría es salir al escenario con una guitarrilla y un micrófono y cantar unos cuantos blues. Para ello no hace falta tener una voz extraordinaria. Uno de mis músicos favoritos es el gran J.J.Cale, responsable de un sonido propio reconocible, que lleva más de 50 años viviendo de la música con una voz no muy diferente de la mía. Vean aquí una de sus canciones más típicas: I’m going down. Súbanle el volumen que casi no se le oye. A veces no se sabe si está cantando o no. Pero el tema es maravilloso.


J.J.Cale es un okie (nacido en Oklahoma) que tiene ahora 74 años y sacó su primer disco en 1958. Con motivo de una de sus últimas publicaciones, Diego A. Manrique le entrevistó y escribió el artículo cuyo link les adjunto, en donde desmiente en buena parte su leyenda de ermitaño huraño que vive en las montañas de Oklahoma. http://elpais.com/diario/2004/09/25/babelia/1096067186_850215.html

También les dejo el video de uno de sus mayores éxitos: They call me the breeze, es decir, me llaman la brisa. Que pasen un buen fin de semana.




miércoles, 22 de mayo de 2013

128. El software libre

Las miserias de la situación actual de nuestro país (ayer mismo el periódico informaba de la próxima reducción de mi ya demediado salario de currante municipal), distraen todo el rato nuestra mente y nuestro ánimo y nos impiden prestar atención a otras batallas que se están librando en estos momentos y que afectan a aspectos esenciales del futuro. Una de ellas es la guerra en torno al software libre, que enfrenta actualmente a las grandes compañías con el personal que se opone a su monopolio. No soy un experto en estos temas pero algo me han contado, algo más he leído y con todo ello he entendido mejor algunas cosas que había observado o experimentado con anterioridad. 

Para empezar, el movimiento por un software libre tiene un fundador, el tipo a quien ven en esta foto. Se llama Richard Stallman y es neoyorkino. En los ochenta, este señor trabajaba como programador en las oficinas de un laboratorio del MIT de Boston. Una empresa les donó una impresora que instalaron en red y a la que empezaron a enviar archivos para imprimir, comprobando que se atascaba todo el rato y formaba unas colas tremendas. A Stallman se le ocurrió la idea de instalarle un sistema para que, cuando se estropeara, mandase un aviso instantáneo a todos los usuarios, para que no siguieran mandando archivos hasta que estuviera revisada.

Él sabía cómo hacerlo, pero necesitaba un código para entrar en la máquina a hacer esa mejora. Llamó a la empresa fabricante de la impresora y constató que se negaban a darle el código. A partir de esta pequeña anécdota y de sus conocimientos como programador y antiguo hacker, concibió y empezó a desarrollar la idea de una organización que facilitara software a cualquier usuario que lo deseara, a espaldas de las grandes corporaciones, como Microsoft, Apple, Google y otras. El  movimiento se estructuró a través de la Free Software Foundation (FSF), una organización que ha logrado definir unos parámetros éticos básicos para el uso de la tecnología informática libre.

No hay que confundir software libre con software gratuito (en inglés, free significa tanto libre como gratis). Un software que se acoja al protocolo de la FSF debe comprometerse por escrito a garantizar cuatro libertades. 1.- Utilización libre por cualquier usuario, para lo que quiera. 2.- Libertad de estudiar el sistema e introducirle mejoras (los que sepan) para adaptarlo a las necesidades de cada uno. 3.- Libertad de pasárselo a quien les parezca (no está prohibido que cobren por ello). 4.- Libertad de difundirlo con modificaciones que lo mejoren, de forma que toda la comunidad se beneficie de dichas modificaciones. 

A pesar de los esfuerzos de bloqueo de las grandes corporaciones, el software libre se ha extendido como la espuma y goza de gran popularidad. Usted tal vez no lo sepa, pero es muy probable que utilice ya alguno de los programas que cumplen el protocolo de la FSF, como por ejemplo el buscador de Internet Mozilla-Firefox, uno de los que cuenta con más usuarios. Además del Mozilla, yo utilizo para escribir el Libre Office 3.3, un programa tan fácil de usar como un Word, que permite guardar los textos en otros soportes, como el pdf, y facilita los formatos destinados a los diferentes modelos de e-book. El Libre Office es un programa que se inscribe en el sistema operativo Linux, uno de los entornos que más ha perfeccionado las ideas de Stallman. Linux surgió en Finlandia en los 90, al tiempo que el británico Debian.

A mí el Libre Office me lo pasó mi amigo B. sin que por ello cometiera ninguna ilegalidad. De hecho, podría habérmelo descargado yo mismo, igual que hice con el Mozilla. Esto no es piratería, es compartir conocimientos y extender una red de facilidades por las que nadie pueda venir luego a cobrarte. Porque la estrategia de las grandes multinacionales de la informática es que te enganches a unas necesidades que ellos mismos te generan, para que, cuando ya no puedas renunciar a ellas, te las empiecen a cobrar. La misma estrategia (con perdón) de los que regalan droga a la puerta de los colegios.

Otro tema relacionado es el del súper popular Whatsapp. Lo han distribuido de forma gratuita y, ahora que todo el mundo está enganchado enviando mensajes estúpidos todo el día, amenazan con empezar a cobrarlo, poquito a poco, unos céntimos al año. Tienen que ir con cuidado porque ya saben que la gente se apunta alegremente a las cosas gratuitas, pero a menudo le entra la roña si tiene que pagar por ellas. Es lo mismo que el fútbol en la tele. Después de años de darlo gratis, ahora lo han hecho de pago. Y yo me resisto a pagar ni un duro por ver fútbol enlatado. Si tengo mucho interés en ver un partido, me bajo al bar. Y si no, me lo pirateo en el ordenador.

Por cosas como estas entiendo que es importante que estemos al tanto de este combate, porque las corporaciones van a hacer lo posible por fastidiar estos movimientos, aunque confío en que no puedan con ellos. Es la lucha entre los intereses económicos y la solidaridad de la gente que comparte sus conocimientos y los pone al servicio de la comunidad. El último avance en el perfeccionamiento del software libre ha surgido en Sudáfrica y se llama Ubuntu. Es un sistema operativo presentado en 2004, que nace a partir del Debian, y que yo no he utilizado, aunque todo el mundo coincide en que es un paso adelante en la simplificación de los procedimientos, tanto para usarlo como para introducirle mejoras.

Ubuntu es además una palabra zulú que designa toda una filosofía del conocimiento compartido. Esta línea de pensamiento, específicamente africana, se basa en la idea de que uno no es nadie por sí mismo, sino que uno es alguien en función de los demás. Ese principio lleva a la solidaridad, al trabajo en equipo, a la colaboración sincera y desinteresada, al respeto por las cosas comunes, a la tranquilidad, a mirar al futuro olvidando los viejos agravios y las miserias del presente. Mandela es un practicante de esta filosofía y eso le permitió resistir décadas encerrado y salir a la calle sin rencor, dispuesto a reconciliar a todos los sudafricanos.

En fin. Les pido disculpas a aquellos de mis lectores habituales a los que todo esto les haya sonado a chino. Soy consciente de que buena parte de mis seguidores son veteranos, jubilados y gentes que han llegado un poco tarde a esta revolución tecnológica en la que estamos embarcados. Les puedo jurar que yo tampoco me entero mucho, pero sí tengo la idea básica de que el futuro viene por ahí. Mirando el mundo hacia atrás resulta increíble la cantidad de avances que se han producido en los últimos tiempos y las mejoras que han supuesto para la vida cotidiana de las personas. Buena parte de las causas de la crisis que estamos sufriendo viene de las exigencias de adaptación a este nuevo mundo que entre todos estamos creando.

Y es importante que sepamos seleccionar los valores que de ninguna forma deben perderse, los principios que hay que proteger para que esta ola no los arrase. Como la solidaridad, la empatía con los demás, el interés por los problemas ajenos, el pensar de forma colectiva, el difundir los conocimientos sin pretender sacar ventaja de ello, el optimismo, el sentimiento positivo. Si salvaguardamos estos valores, la humanidad progresará en el sentido correcto. Fíjense que no he incluido el amor y la amistad. Eso es algo que ya se da por admitido por todo el mundo. Los fascistas y los autoritarios suelen ser muy buena gente con su familia y con sus amigos. En el mundo del futuro eso no debe ser suficiente. Hay que ser también buena gente con todos los demás.

Mucho ubuntu para todos. 
 

domingo, 19 de mayo de 2013

127. El de la foto

Bien, tras descansar una semana, ayer reanudé mi escritura con un asunto de los que más gustan a mis lectores (según las estadísticas) y ya toca empezar a dar caña. Porque, aunque uno se salga del mundo una semana, los poderes que se están cargando el estado de bienestar que hemos disfrutado en los últimos cincuenta años, no se detienen; continúan con su raca-raca y hay que seguir denunciándolo. Porque este Blog no sería nada si nos entretenemos haciendo chistes sobre el papel higiénico, mientras el Bundesbank, el FMI y sus adláteres conspiran para que volvamos a limpiarnos el culo con periódicos.

Así que vamos a empezar por atizarle al de la foto. Creo que a lo largo de estos ocho meses he dejado clara una postura, tal vez un poco escorada a la izquierda, pero bastante imparcial y matizada por una distancia crítica sobre el repelente mundo de los políticos actuales. Es mi postura natural. Yo no me caso con nadie y entiendo que la gente como yo ocupamos un hueco propio entre los que observan la actualidad con miradas condicionadas por prejuicios y visiones predeterminadas. ¿Qué decir de este sujeto que ven aquí abajo, con cara de maquinista loco quemando los vagones al grito de más madera? Vamos allá.
1.- El de la foto llegó al poder con un programa político, que la ciudadanía votó mayoritariamente, y que está siendo incumplido de forma contumaz (Diccionario de la RAE: contumacia: persistencia en el error).

2.- El de la foto dice que no está haciendo lo que prometió, sino lo que hay que hacer. Mi opinión es que está haciendo lo que le dicen que hay que hacer, que no es lo mismo.

3.- Podríamos admitir que hiciera lo que le dicen que hay que hacer, si nos convence de que no se puede hacer otra cosa, pero lo que es inadmisible es que no nos lo explique. Hollande se tiró el otro día tres horas explicando cosas igual de difíciles de tragar. Y el presidente de Portugal, sale todo el rato a dar explicaciones. Otra cosa es que los portugueses se las traguen.

4.- El de la foto está consintiendo que, al socaire de la crisis, los elementos más retrógrados de su partido impongan a la sociedad española una serie de retrocesos impensables, que ni sus mismos votantes apoyan, como el impedir el aborto en casos de malformación del feto, o que la religión cuente como las matemáticas a la hora de hacer currículum. Sólo le queda prohibir el divorcio.

5.- Estas indecencias vienen promovidas por frikis como Wert (lo que hay que Wert), y por el sedicente Gallardón, el tipo con cara de punta de espárrago transgénico, tan obsesionado en adelantar a su jefe por cualquier hueco que, harto de intentar pasarle por la izquierda, ha decidido buscar los carriles de la derecha. Cualquier cosa con tal de mandar.

6.- La actitud del de la foto no trasluce un gran fanatismo en relación con ese modelo ideológico arcaico que nos están calzando a contrapelo. Más bien parece que le da igual. Se la suda. Una actitud displicente que me parece todavía más insultante para los ciudadanos.

7.- Este ejemplar de pasota gallego se expresa sobre todo en sus comentarios casuales (y mañana el coñazo del desfile) y algunas de sus actitudes (paseo por la quinta Avenida fumándose un Cohiba).

8.- El colmo de ese desprecio al ciudadano son las ruedas de prensa en las que congrega a los periodistas en torno a una pantalla de plasma. Ni en Corea del Norte hacen eso.

9.- En paralelo a ese despropósito masivo, resulta que no hacen más que aparecer casos de corrupción, gúrteles, urdangarines y bankias, revelando con qué desahogo se lo llevaban crudo los gerifaltes del partido de este señor, sin que a él se le caiga la barba de vergüenza. Es que no  se le mueve un solo músculo facial al respecto.

10.- El colmo de este escándalo está en los papeles de Bárcenas, certificados como auténticos por la policía, que revelan que el de la foto y sus principales colegas han estado cobrando sobresueldos ilegales durante once años.

11.- Contraponiendo esta situación con la de decenas de miles de familias que se ven desahuciadas de sus casas, o sufren la desgracia de que sus adultos se queden en el paro, o que sus hijos se vean condenados a la emigración, es inevitable establecer una relación directa entre una cosa y la otra.

12.- Pero el de la foto se llama andana. Niega la mayor. Niega la evidencia. No dice nada porque nada tiene que decir.

Vistos estos doce puntos, tengo que concluir que no me siento representado por este señor, cuyo nivel de idiomas le lleva a decir cosas tan estrambóticas como “It’s very difficult todo esto” y que encabeza el peor gobierno de toda la democracia. Que difícilmente pueden arreglar el desaguisado los mismos que lo han generado. Que tienen que venir otros, porque estos impresentables no nos valen. Que durante un tiempo se les ha dejado el beneficio de la duda, pensando que su política podía ser una especie de medicina necesaria para empezar una nueva época, pero que esa excusa ya no les vale, porque, suponiendo que arranquemos algún día, vamos a salir de tan atrás que no nos va a valer de nada.

Que se vaya el de la foto. Que se vaya ya. Que lo devuelvan al corral y saquen al sobrero. 

sábado, 18 de mayo de 2013

126. Homenaje al papel higiénico

¡¡Hoooola!! Ya estoy en casa. Se acabaron las vacaciones. En realidad, llevo ya unos días en Madrid de vuelta de mi retiro portugués, pero no encontraba el momento de volver a escribir en el Blog, urgido por otros afanes a los que he dado prioridad, como el de correr por el Retiro aprovechando que todavía no se nos ha caído encima el calorazo que amaga cada vez que el cielo se despeja. Para colmo he tenido alojados en mi casa a un par de porteños pelotudos, compañeros de mi hijo en Rotterdam, que andan estirando lo que pueden su estancia de este lado del Atlántico, a base de visitar a todos sus colegas del año lectivo finalizado. Ayer noche mejoré mi papel de anfitrión haciendo de cocinero para ellos.

No es mala rentrée al mundo de la gran ciudad, después de mi escapada al entorno silvestre de la casa que mi amiga T. comparte en el centro de Portugal con su familia de animales salvados de destinos trágicos marcados por el abandono y la desnutrición, a saber: 19 perros, 2 gatos, 2 caballos, una cabra, un gallo y un montón de gallinas. Tenía también un burro que, como el de la tía Vinagres, se murió hace poco. Ya les hablaré más en profundidad de este peculiar refugio en el que todos los animales tienen nombre. Como les adelanté, el lugar carece de conexión a Internet. No obstante, uno de los días nos acercamos al pueblo de Santa Caterina y visitamos un ciber-bar-panadería. Allí nos conectamos un instante, lo que nos permitió constatar con alivio que la señora Merkel sigue al timón y que a Messi le duele la pierna, pero poco.

Me llamó la atención una noticia. El presidente de Venezuela, que se llama Maduro, aunque todavía está bastante verde, ha anunciado la importación urgente de 50 millones de rollos de papel higiénico, para paliar el desabastecimiento de tan imprescindible complemento de la vida moderna. Acá lo pueden ver anunciando la buena nueva. Por supuesto, el presidente echa la culpa a los comerciantes que acaparan el producto para venderlo luego más caro, las amas de casa que lo acumulan por si acaso, y la prensa que, con sus informaciones alarmistas, contribuye a extender la paranoia. Le faltó culpar al huracán que destrozó las calles de Nueva York hace un año. Con motivo de esta noticia, he recopilado algunas informaciones wikipédicas sobre tan modesto y cotidiano artículo de consumo, que les detallo después de un par de historietas al respecto, rescatadas de lo más profundo de mis recuerdos. 
 
Para empezar, un chiste caribeño. Lupita/Qué/¿Te quieres casar conmigo?/¿Y cuánto es lo que tú me ofreces?/Pues mira, mi amol, yo he estudiado varias maestrías y tengo dos capasitasiones y un digrí, así que tengo seguro encontrar un trabajo digno para alimentarte, pues/Con eso no tengo yo ni pa’ papel higiénico. La escena se repite varias veces, el tipo aumenta su oferta con 10.000 dólares que le pedirá a su papá, luego 20.000, luego 50.000.  Pero la respuesta de la esquiva Lupita es siempre invariable: con eso no tengo yo ni pa’ papel higiénico. Ello conduce al último diálogo: Lupita/Qué/ ¡¡¡CAGONA!!! 

Otra vieja historia que viene a mi memoria. Años de postguerra. Racionamiento, cartillas, estraperlo. Don Jacinto, comerciante jubilado, se ha quedado viudo y no tiene familia. Decide alquilar su casa e irse a vivir a una pensión de medio pelo en su barrio, que es el de Chamberí. Se propone ser el mejor de todos los inquilinos. Es un hombre exageradamente escrupuloso, respetuoso con las cosas públicas y obsesionado con dejarlo todo tal como se lo encuentra, o incluso más limpio. No tiene nada que hacer y su manía le lleva a solicitar a la patrona el honor de ser el último en utilizar cada día el baño comunitario. Entonces, se cierra por dentro, y nadie sabe por qué tarda tanto en salir, no hace falta hora y media diaria para las abluciones cotidianas. El tipo sale cada día hecho un pincel, y pronto empiezan a correr rumores y chistes a cuenta de qué hará don Jacinto en su larga estancia diaria en el cuarto de baño.

Entremos con él, para ver a qué dedica esa hora y media. Para empezar, se arremanga y revisa todos los rincones del cuarto, en busca de manchas, charquitos, gotas de agua, pelos y restos diversos, que va saludando entre dientes con frases como: ya me lo imaginaba yo, hay que ver qué poco cuidadosa es la gente y otras similares. Ataca el rollo de papel higiénico y, provisto de trozos generosos, va poco a poco limpiándolo todo, dejándolo impoluto. Sólo entonces afronta sus enjuagues, aspergios y lavatorios, que producen una segunda generación de salpicaduras que también han de ser enjugadas. El tipo repasa una y otra vez su obra con la satisfacción del deber cumplido. Sólo entonces abre el pestillo y deja el baño libre.

A don Jacinto lo echaron al poco de la pensión. Cuando preguntó por qué, la patrona le dijo escuetamente que ocupaba el cuarto de baño demasiado tiempo y que gastaba un rollo diario de papel, lo que lo convertía en un huésped poco conveniente para ella. El tema del gasto de papel, nos lleva a las cifras de consumo que indica la Wikipedia. En primer lugar, parece que, en un uso normal, un rollo de papel estándar sirve para 26 usos. Así lo determinó un estudio del Wall Street Journal en 2004. Según ese diario, el ciudadano medio usa entre 8 y 9 rectángulos de media por uso. Como el rollo tiene 240 rectángulos, pues la media es esa. 

Si cada habitante caga 1,5 veces al día, una operación sencilla nos conduce a una cifra de gasto anual por persona de 20,5 rollos. Pero parece que estos son datos de Estados Unidos. Según las encuestas, en Latinoamérica el consumo es mucho más bajo, liderado por Chile, Argentina y México, todos con cifras muy alejadas de las de los yanquis. En Europa los españoles somos los que más gastamos, tal vez por nuestra costumbre de utilizarlo para usos espurios, como hacía el don Jacinto de mi historia.

Antiguamente, la gente se limpiaba el culo con lechugas, hojas de parra o de coco, musgo, lana, piedras o lo que pillaran. Lo más normal era ir a lavarse al río, cuando lo había. Los romanos tenían esponjas pinchadas en un palo y metidas en un cubo de agua salada, donde las enjuagaban después de cada uso. Los chinos fueron los primeros en usar cuadraditos de papel en el siglo XIV. En el XVIII, la generalización de los periódicos, llevó a la gente a cortar cuadrados y colgarlos en clavos. A mediados del XIX se empiezan a comercializar en Estados Unidos paquetes de papel plegado, específicamente destinados a la higiene de la retaguardia. Muy poco después, se inventa el rollo tal como lo conocemos ahora. 

Sin embargo, las primeras marcas debían de distar mucho de la suavidad actual. En 1935 se comercializó en los USA una marca que se anunciaba como “libre de astillas”. Sólo en 1942 apareció el papel de doble hoja, un invento escocés que no llegó a nuestro país hasta mucho después. Mis recuerdos de infancia van inevitablemente unidos al papel Elefante, que era una especie de lija del cero. Aquí tienen la imagen, envuelto en su celofán amarillento. Como pueden ver se vendía en dos tamaños, normal y kingsize para culos gordos. 

El mayor o menor uso de papel higiénico es un indicativo del nivel de desarrollo de un pueblo. En las ciudades costeras de Marruecos he visto a la gente mayor bajar a la playa, subirse los bajos de la chilaba, hacer su operación tranquilamente y luego dejar caer la chilaba sin limpiarse ni nada. En El Cairo, a comienzos de los setenta, los wáteres públicos se limitaban a un agujero protegido por unas chapas metálicas verticales para que no se te vieran las vergüenzas, sin más accesorios. Se dice que los fundamentalistas usan la mano izquierda como medio de limpieza, mano que ya no usan para nada más (menos mal).

Un par de curiosidades. En Zimbabwe, la ultrainflación a que el dictador Mugabe ha llevado al país, hace que un rollo de papel cueste 100.000 dólares locales. O sea que a la gente le saldría más barato limpiarse el culo con billetes de 5.000 dólares. Pero, como es natural, utilizan cuadrados de periódico a la antigua usanza. En Japón, el prestigioso escritor Koji Suzuki editó una novela corta de terror, titulada Drop en rollos de papel higiénico (abajo la imagen). En pocos días vendió 80.000 ejemplares. Hermosa idea: te sientas, lees y luego te limpias con el texto. Un ejemplo del llamado arte efímero.


viernes, 10 de mayo de 2013

125. P.D. Una de fontaneros

¡¡¡HAN PICADO!!!! Se han creído eso de que no iba a escribir más. No se van a librar de mí tan fácilmente. Miren que insisto todo el rato en que no se crean todo lo que les cuento. Pues nada, amago con no escribir en una temporada y ya está todo el mundo despidiéndose, deseándome buen viaje y todo lo demás.

Bueno, la verdad es que no les he mentido, esta vez. Lo que pasa es que hasta mañana no salgo para Portugal, que ya me han arreglado el Internet y que tengo un rato para subir una parida cortita, a partir de una foto que me han enviado esta mañana. Como dijo Jack el Destripador, vamos por partes. 

Con lo del Internet soy el primer sorprendido. La verdad es que la compañía se ha portado. No les digo el nombre de mi compañía, porque eso sería publicidad, y hacer publicidad sin cobrar royalties es de tontos. Su comportamiento ha sido inmejorable, y eso que la cosa empezó mal. Llamé a Atención al cliente, me atendió el habitual ventrílocuo mecánico, tuve que pulsar almohadilla unas cuantas veces y por fin conseguí que se materializara una persona al otro lado del hilo. Para variar, un ecuatoriano muy amable y untuoso. 

Mil grasias por llamarnos, por favor, dígame su nombre si es tan amable, a quién tengo el gusto de atender. Emilio. Don Emilio, mil grasias por llamarnos, don Emilio, dígame, en qué podemos ayudarle. Se me ha estropeado el ADSL y el fijo que tengo contratados con ustedes. Don Emilio, dígame, ¿qué número de fijo usted tiene?

En fin, no hace falta que reproduzca la conversación entera, ya se la pueden imaginar. Durante aproximadamente veinte minutos me tuvo al teléfono, diciendo que estaba hasiendo unas operasiones de comprobasión y preguntándome cada poco si aún seguía ahí y si el router cambiaba de señal, con respuesta negativa. Al fin, con tono alborozado, me dijo: Don Emilio, ya lo tengo, ya la localisé la avería, ¿está usted ahí? se la voy a explicar en un segundito. En ese momento, la comunicación se cortó y entró directamente el ventrílocuo con una encuesta de satisfacción. Puntúe la atención recibida de cero a cinco. Cero. Disculpe, no le hemos entendido. CERO, COÑO. Disculpe, seguimos sin entenderle. CERO, JODER, HE DICHO CERO, PÁSENME OTRA VEZ CON EL PANCHITO, CABRONES, ESTABA A PUNTO DE CONTARME LO QUE ME PASA Y LE HAN CORTADO USTEDES.

Como se pueden imaginar, el ventrílocuo no contestó a mis insultos. Tuve que colgar y llamar otra vez. La cosa se reprodujo idéntica al principio. Salió el panchito con las mismas fórmulas de cortesía, hasta tal punto que le pregunté: ¿es usted el mismo con el que acabo de hablar? No, señor, usted no me comunicó primero, señor. Pues es muy raro, porque habla usted igual que el otro. Ja, ja, ja, sierto, somos acá unos cuantos compatriotas, discúlpeme, dígame su nombre, por favor, a quién tengo el gusto de atender.

Otros veinte minutos. Esta vez se me informó de que la avería estaba en la central, en el cableado de la central. Que mandaban a un técnico enseguida para que hiciera inspecsión, porque el cableado de la central tenía por lo menos ochenta metros y había que localizar  el punto concreto averiado. Que esa misma noche lo mandaban al técnico, para que yo no me quedara sin Internet más tiempo del imprescindible.

Al final, le hice una pregunta muy concreta: ¿si me hacen una encuesta de satisfacción y yo digo que cero patatero, eso le perjudica a usted? Volvió a reírse y me contó que esas encuestas constan de cuatro preguntas. Que las tres primeras tenían relación directa con su trabajo, por lo que me pedía que fuera magnánimo con él, por supuesto sólo en el caso de que me hubiera sentido bien atendido. Que la cuarta tenía relación con la atención global de la compañía y que ahí dijera lo que me pareciera más oportuno, que a él eso no le afectaba.  Le di las gracias y colgué. Enseguida me vi sumido en la sensación de que todo podía ser un camelo y que nadie iba a hacer nada por lo menos hasta el día siguiente.

Pero no fue así (por cierto esta segunda llamada no fue seguida de encuesta de satisfacción alguna). Ayer por la mañana me enviaron un SMS diciéndome que estaban en ello y que me habían recargado un pincho que tengo de la misma compañía con un giga gratis para una semana, para que no me quedara sin Internet mientras buscaban y arreglaban la avería. Pero no tuve que hacer uso del pincho, porque a mediodía ya estaba arreglada. 

Les cuento todo esto para que tengan paciencia con estas cosas. Yo la tuve en general, aunque la perdí momentáneamente cuando el ventrílocuo me impidió escuchar las explicaciones del primer ecuatoriano, y bien que lo siento. Enfadarse es malo para la salud. No debemos olvidar que hace cuatro días no teníamos Internet, ni móviles ni nada, y vivíamos perfectamente. Los avances tecnológicos nos han cambiado las coordenadas y aún no nos hemos adaptado del todo. Este nuevo mundo en el que vivimos requiere paciencia, proximidad, sentido del humor e imaginación. Y aquí viene lo de la foto que me han mandado esta mañana.

Resulta que en este mundo tan sofisticado, las averías de los aparatos del cuarto de baño y la cocina siguen requiriendo que llamemos a ese personaje analógico inefable que conocemos como ”el fontanero”. Resulta que los fontaneros también se han modernizado y ya no llegan vestidos con un mono azul, sino generalmente con un vaquero a la moda, es decir, de tiro bajo. Resulta que el trabajo de estos señores les fuerza siempre a agacharse, lo que hace que inevitablemente nos veamos obligados a soportar la desagradable visión de su raja del culo. 

Pues bien, en la seria y calvinista Alemania, las quejas generalizadas de las señoras sobre este auténtico problema nacional han llevado a una compañía de fontaneros emprendedores a diseñar un uniforme imaginativo que mejore la visión de los traseros de sus empleados. Su lema: Attraktiver, als du denkst, o sea, más atractivo de lo que piensas. Les dejo con la imagen y esta vez sí que me voy de verdad. Gute nacht.

jueves, 9 de mayo de 2013

124. Qué está pasando

Casi ocho meses después de haber inaugurado este Blog, debo levantar un poco el pie del acelerador y dejar que se cargue mi batería eléctrica, como hace mi maravilloso coche híbrido, mi nuevo y flamante Toyota Auris. Tengo unas cuantas excusas técnicas. Ahora mismo, no tengo Internet en casa, por una avería que no sé cuándo me arreglarán. Mi única posibilidad de alimentar el Blog es en el trabajo, lo que estoy haciendo hoy por primera vez, robándole tiempo a mis ocupaciones laborales, cada vez más exigentes.

Y pasado mañana me voy a una zona del centro de Portugal en la que tampoco hay conexión a Internet y donde estaré hasta la fiesta del próximo día 15, San Isidro, patrón de Madrid. Allí procuraré recuperar el placer perdido de la escritura a mano en un cuaderno, con el añadido de la desconexión total de este mundo desquiciado en el que estamos. Qué gustazo, levantarte por la mañana y no tener forma de enterarte de qué tal ha dormido Rajoy, si a Rubalcaba le ha salido un grano en la barba, o si a Mourinho le ha dado por cagarse en Karanka, el único que todavía lo aguanta. Que hartura de personajes, todo el día asaltándonos con su incuria mental en medio del erial ideológico en el que nos movemos en esta crisis inacabable.

Es que te haces una sopa de menudillos (es un decir) y, cuando la atacas con la cuchara, entre los tropezones se te aparece de pronto el rostro reseco de Urdangarín, como un picatoste reacio a absorber el caldo. Y si se te ocurre, por ejemplo, prepararte un salteado de verduras al wok, entre las setas y los trozos de calabacín, se asoma Gallardón como una cabeza de espárrago malformado repitiendo su mantra: “la mujer se ve obligada a abortar como resultado de la violencia estructural de su entorno”.

Por una semana me voy a olvidar de toda esta mierda y voy a intentar acercarme al ideal del Hombre Nuevo, desconectado y fuera de cobertura, del que hablaba Manuel Vicent en su artículo Telaraña, cuyo link les adjuntaba al final de mi post #78 La señora Sabine Moreau. Y dentro de ese nirvana en que me voy a sumergir, dejaré por unos días de cargar textos en el Blog. Como ven, no me faltan excusas técnicas. Pero debo confesar que también necesito un descanso neuronal. Para reparar circuitos. Les prometo que será una cosa temporal.

A las puertas de mi lapsus vacacional, puede ser un buen momento para detenerse y mirar alrededor. ¿Qué está pasando? Bueno, hay una crisis económica generalizada, que se afronta de distintas formas según las zonas. En Estados Unidos la van capeando malamente. Es allí donde empezó todo (vean Inside Job y Margin Call, dos películas fundamentales para entender en dónde estamos metidos). Hay países emergentes como China, Brasil, la India, en donde las cifras globales son espectaculares, pero yo no veo grandes avances en el tema de derechos sociales, igualdad, etc. Las clases dirigentes de esos gigantes en ascenso están cada vez mejor, pero no tienen apenas clase media y allí los pobres viven muy mal.

Y luego está la vieja Europa, lastrada por problemas estructurales que nos impiden una respuesta más ágil. Se dice que la culpa es del euro, que se implantó de manera apresurada y todo eso. Pero era hermosa la idea de la Europa unificada que concibieron De Gaulle y Adenauer. Estos dos gigantes, después de la Guerra Mundial, se sientan y dicen: llevamos siglos guerreando entre nosotros. Terminemos con ello para siempre. Las cosas fueron bien al principio, entre estos dos países y sus cuatro comparsas: Italia y los tres del Benelux.

Repasemos lo que sucedió después. En 1973, los Seis pasan a ser los Nueve, al ingresar el Reino Unido, Irlanda y Dinamarca. Todo sigue yendo más o menos bien. En 1981, entra Grecia como socio número 10, una cabezonada de Alemania para ampliar mercados. Ya entonces se sabía de los desajustes estructurales de este pequeño país lleno de historia, que no tenía continuidad geográfica con los Nueve y que vio la oportunidad de medrar a partir de su integración, sin estar de verdad preparado para formar parte de una estructura supranacional. Pero la importancia relativa de Grecia era tan pequeña, que no afectó al total de la Unión.

En 1986, entramos nosotros y los portugueses. El impacto es mayor, pero las estructuras europeas pueden con ello. ¿Qué pintábamos nosotros allí? Pues era una oportunidad única de certificar nuestra salida del atraso crónico en que llevábamos sumidos desde hacía siglos. Les recuerdo que, sólo cinco años antes del ingreso, el señor Tejero había entrado a tiros en las Cortes al grito de ¡Se sienten, coño! Una escena ya definitivamente imposible en la España integrada en Europa. Como país receptor de fondos, nuestro salto adelante fue extraordinario. A pesar de todo, yo sigo siendo un europeísta convencido.

En esos años las instituciones europeas trabajaban duro en el diseño de las políticas globales que permitirían reforzar la unión y competir con Estados Unidos y Japón. Entre ellas la implantación de una moneda única. Pero en 1990 cae el muro de Berlín y Alemania se ve en la tesitura de asumir el coste de elevar el depauperado nivel de vida de la RDA, para lo cual hace un esfuerzo económico poderoso, que obliga a sus ciudadanos a ajustarse el cinturón para pagar el coste de la reunificación. En la inercia de las políticas diseñadas con anterioridad, en 1995 entran Suecia, Austria y Finlandia. Tres países ricos, que se suben de forma lógica a ese carro exitoso, que ya había logrado reciclar a España, Portugal, Irlanda y hasta Grecia.

Se podrían haber quedado ahí. Pero fueron víctimas de la desmesura. En 2004, la cosa se amplia nada menos que a otros 10 países. A saber: Chequia, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta y Polonia. La cosa se convierte en un despelote, el conjunto se vuelve ingobernable, en la Comisión Europea se dan cuenta de que la han cagado y empiezan a ralentizar sus iniciativas. A poner parches. A complicar los aspectos burocráticos. A no hacer nada, en suma, a ver si el asunto se va arreglando solo. Para no hacer nada, lo mejor es poner a la cabeza a un portugués, como han hecho. No tenían noticia de que por aquí teníamos al campeón de esa difícil disciplina, un tal Rajoy.

Desde entonces, somos una ruina colectiva. Por pura inercia admitimos también a Rumania y Bulgaria, dos países que no han llegado a tiempo ni de las migajas. Sus poblaciones se dividen entre los que se preguntan para qué han entrado en Europa, y los que ni siquiera se han enterado de que están dentro. Cuando llega la crisis económica, Europa está maniatada en esa inmovilidad institucional. Y la señora Merkel se empecina en aplicarnos sus políticas, las mismas que Alemania se administró a sí misma después de la unificación. Una especie de quimioterapia súper agresiva. Un ajuste monumental que, por ahora, no ha producido grandes resultados en lo sustancial.

¿Se creen que esto es una humorada estrambótica que se le acaba de ocurrir a un ignorante sociopolítico, como el que suscribe? Pues no. Es, más o menos, el resumen del relato que me hizo un amigo, funcionario jubilado de la Comisión Europea. Es decir, es la versión de un testigo de primera línea. Yo me la creo a pies juntillas.

Piensen sobre ello durante estos días en que me volveré luna nueva, dedicado a cargar mis baterías de energías híbridas, como hace mi brand new car. Sean felices, en este puente tan madrileño, y pásenlo bien. A la vuelta seguiremos al pie del cañón.

Hablando de San Isidro, ya saben que era un simple trabajador agrícola, de la cuadrilla del terrateniente Iván de Vargas. Cada mañana se levantaba temprano y, en vez de ir a trabajar, subía a la montaña y se pasaba el día contemplando a Dios y hablando con él. Al anochecer bajaba al llano y ¡oh maravilla! su trabajo estaba terminado. Lo habían hecho los ángeles del cielo. Por esto lo elevaron a santo. Otras versiones menos pías sostienen que quien hacía el trabajo de San Isidro era su señora, Santa María de la Cabeza, santa por partida doble. Incluso los hay que creen que el tipo era un musulmán, falso converso, y por eso se alejaba para hacer sus oraciones donde nadie lo viera. No lo cuenten por ahí que, como esta patraña llegue a los oídos del señor Rouco, es capaz de excomulgarnos.  

domingo, 5 de mayo de 2013

123. Inculteces

Es éste un palabro (es decir, un vocablo no admitido por el Diccionario de la RAE), que se viene utilizando para designar frases o expresiones que la gente distorsiona y dice mal, en algunos casos por pretender parecer más cultos de lo que son, en otros porque les salen mal de manera automática por vaya usted a saber qué conexiones neuronales y, en otros más, porque se empieza a extender la forma errónea de decirlo y ya se le pega a todo el mundo. Ejemplo. Mucha gente dice plausible por posible. Se creen que quedan mejor diciendo plausible. Sin embargo, el DRAE sólo da dos significados a esta palabreja: 1, digno de ser aplaudido y 2, admisible o recomendable, que no es lo mismo que posible. Le pasa a los más expertos: mi profesor de Historia de la Arquitectura decía siempre “Dirección General de Regiones Desbastadas”, cuando quería decir, obviamente, “Devastadas”.

Inculteces era precisamente el nombre de una sección dedicada a las barbaridades que dice la gente en público, emitida por Radio Nacional, y de la que se encargaba el gallego Xosé Castro, dentro del programa Asuntos propios, que capitaneaba Toni Garrido, en las tardes de la cadena pública. Hablo en pasado porque cuando llegó el PP al Gobierno los echó a los dos, supongo que en pago de viejas afrentas derivadas del cachondeo a cuenta de las burradas dichas por los de su partido, aunque mi paisano se reía por igual de todos, políticos y no políticos.

Los oyentes aportaban también cosas de su cosecha y era una sección muy divertida. Con ese material, Castro y Garrido publicaron un libro titulado precisamente Inculteces (Planeta-2009), muy recomendable para reírse un rato. Aquí aparecen desde el atracador que usa una escopeta recortable, hasta el que combate el dolor de cabeza con colocatil, o la aerofagia con pedorred. Es una pena que el programa no siga, porque yo tengo muchas y muy buenas aportaciones. Les cito algunas. Hace frío y está lloviendo a cántabros. Hay que abrigarse, si no quiere uno quedarse como un tímpano. Conste que yo el catarro me lo he pillado con el aire incondicional. Aunque tampoco es bueno tener la ventana herméticamente abierta. Conviene leerse muy bien las clápsulas de cada contrato. Y no confundir las churras con las meninas. Quien lo haga comete un graso error. Lo mejor es que haga mutis por el forro. Antes de que el asunto se convierta en Box Pópuli. Que luego esas cosas te pasan fractura.

El ínclito Caneda, olvidado presidente del Compostela al que gustaba pegarse de tortas con Gil y Gil por los pasillos de la federación, es autor de una frase realmente genial. Tras una derrota de su equipo por goleada, salió a la palestra y dijo: “No por esto vamos a rascarnos las vestiduras”. Gil y Gil es, precisamente, el autor de una de las más sonadas y conocidas. Resulta que este impresentable, cada año echaba a la mitad de la plantilla y contrataba otros tantos nuevos. Parece claro que en cada una de las operaciones se llevaba su correspondiente comisión. Pero la cosa era tan descarada que, uno de los años, se sintió obligado a dar una rueda de prensa para explicar los motivos por los que daba de baja a medio equipo. 

Le habían preparado una hoja para que la leyera, con la relación de esos motivos de despido. Fulanito por bajo rendimiento. Menganito por salir mucho de noche. Zutanito por fingir lesiones. Uno de los miembros de la plantilla de ese año era Quique Setién, quizá el mejor futbolista cántabro de la historia, actual entrenador del Lugo. Setién tenía un comportamiento intachable; era un intelectual que dedicaba su tiempo de ocio a leer y estudiar, cosa que sigue haciendo ahora, como evidencia la exquisita redacción de sus colaboraciones en los periódicos. Los del club sólo pudieron agarrarse a esa peculiaridad, que ciertamente le mantenía alejado del clima de compañerismo chusco y ruidoso de sus compañeros, todos más incultos. No sabemos qué fue exactamente lo que le escribieron a Gil y Gil en el papelito. Sólo que, cuando lo leyó ante los micrófonos, dijo: “Quique Setién, por su comportamiento ostentóreo”. Uno de los periodistas, atónito, le insistió: “¿Cómo ha dicho usted, don Jesús?”. Y el tipo lo recalcó con su acento más convencido: “Ostentóreo, he dicho, comportamiento ostentóreo”.

A veces, sobre todo entre la gente muy mayor, los términos correctos se intercambian con otros de sonido parecido, de manera automática, sin que el que lo dice se dé cuenta. Cuando yo era pequeño, solíamos hacer quinielas con mi anciana tía Lola. Yo le recitaba uno a uno los partidos y ella pronunciaba en voz alta el nombre del equipo que ella estimaba que iba a ganar, o bien decía “pon un empate”. Tenía algunas ideas constantes. Por ejemplo, siempre apostada por la victoria de Madrí, Barça y Aleti. Y por la derrota del Murcia (los mursianos son muy fanfarrones, aclaraba). Otro de sus equipos favoritos, vaya usted a saber por qué, era el Rayo Vallecano. Cuando yo le leía un partido en el que jugara dicho equipo, se apresuraba a decir: “Radio Vaticano”. Enseguida se daba cuenta por mi risa de que había dicho algo mal, pero a la siguiente quiniela le volvía a pasar lo mismo. 

Es curiosa la forma en que algunas marcas comerciales se interfieren en estos cruces de cables tan divertidos. Ya les he dicho que uno de los hallazgos de lenguaje que más maravillan a mi amigo Philippe es la costumbre española de llamar michelines a las lorzas que afean la cintura de los mayores poco cuidadosos, trasponiendo el nombre de una marca de neumáticos de coche, francesa, por más señas. Aquí les traigo otro ejemplo sorprendente, con fotos.

Hace años que en el Puente de Vallecas, la tierra del famoso equipo del Radio Vaticano, existe la calle Monte Oliveti, con sus correspondientes placas indicadoras y recogida con ese nombre en todos los callejeros. Como ustedes saben, el paraje bíblico a que hace referencia es el Monte Olivete, pero al que puso nombre a la calle se le cruzó inoportunamente una marca suiza de máquinas de escribir (aunque con doble t) con este resultado. Así ha quedado en la memoria de los vecinos del barrio. Años más tarde, cuando se renovaron parte de los carteles, el grafista se metió a corrector y acabó de fastidiarla añadiendo la segunda t, como ven en la foto de abajo. 

Una fuente inagotable de inculteces es el mundo de la medicina. Quien no tiene alto el ácido único, sufre de salmorragias, tiene afectada la médula espiral, se rompe la tibia y el pirulé, o se le llenan los oídos de cerámica y debe acudir con urgencia al doctor Torrino. Uno de los mejores es el caso del tipo al que partieron la cara y tuvo que ir a que lo operase el doctor Máximo Facial. A veces las cosas se empiezan a contar como chiste, y luego ya no se sabe cuál es la expresión correcta: se puso como un obelisco, o ni frío ni calor (cero grados), son fórmulas que ya utiliza todo el mundo. Y las doñas adictas a las rebajas, cuando se prueban una blusa y comprueban que les queda pequeña, vuelven a la tienda a “descambiarla”. 

En fin, les dejo, que tengo que bajar a comprar el pan. A estas horas ya se habrán acabado las barras, voy a ver si me queda alguna braguette

viernes, 3 de mayo de 2013

122. Japoneses

No se lo he contado, pero tengo coche nuevo. El pobre Seat Toledo de matrícula de Barcelona es ya carne de desguace. Le arreglé la carrocería después del golpe que les contaba en el #110, pero entre éste y otros percances, mi viejo compañero de fatigas y avatares, como que empezó a extrañar el camino a la nueva oficina, a dar muestras de flaqueza y señales de que ya no podía más. Todavía lo llevé a que me lo revisara Nicasio y su diagnóstico fue demoledor: Don Emilio, una persona de su categoría no puede andar por la vida con un coche como éste.

Así que ahora tengo nada menos que un Toyota Auris híbrido. Es lo que llaman un smart car, o sea un coche más listo que la leche. De hecho yo me monto en él sin usar llave ni nada, él sabe que soy yo y me permite entrar, cosa que no hace con nadie más. Una vez dentro, sólo tengo que ponerme el cinturón, pisar a fondo el freno y apretar el botón “power”. Lo demás lo hace él. Si ve la cosa muy oscura, pone las luces. Si caen unas gotas, hace funcionar un par de veces el limpiaparabrisas y, si cae el diluvio, lo pone a toda pastilla. Él decide cuándo tirar de la gasolina y cuándo usar el motor eléctrico. Él cambia de marcha cuando le parece y yo sólo tengo que sugerirle lo que quiero con el pié derecho, pisando el freno o el acelerador. El pié izquierdo lo llevo cómodamente apoyado en un reposapiés y no me sirve ya para nada.

Antes de decidirme, estuve contemplando otras opciones, pero siempre de marcas japonesas. También me gustan los coches alemanes, pero creo que es momento de dejar de comprar cosas alemanas, a ver si Frau Merkel se da por aludida y deja de dar el coñazo con el déficit y el dinero que le debemos a sus bancos. Descartados los coches alemanes, nada como un japonés. Por mecánica, precio, fiabilidad, tecnología y mantenimiento. No he visitado nunca Japón, pero tengo debilidad por la cultura cívica de ese país, una mezcla de tranquilidad, budismo, paciencia, educación y formalidad, que no tiene muchos parangones en el mundo, ni siquiera en otros pueblos asiáticos de cultura budista.

Muchas veces me ha tocado atender a delegaciones de países de Asia y he podido comprobar que los chinos son toscos, hablan entre ellos muy alto en plena conferencia, discuten y gesticulan, se quedan dormidos y dan muestras continuas de mala educación, y los indios son impuntuales, ruidosos, les llaman contínuamente por los móviles, prestan poca atención a lo que se les cuenta e interrumpen todo el rato. Por supuesto son estereotipos y generalizaciones, pero así lo he vivido yo en más de una ocasión. Sólo los coreanos son también agradables y educados.

Los japoneses son siempre súper puntuales. Si se les cita a una hora, llegan un cuarto de hora antes, para tener tiempo de hacer todos sus saludos ceremoniosos y empezar a la hora convenida. Suelen llevar un intérprete buenísimo, hombre o mujer, escuchan la conferencia con atención reconcentrada, toman notas en cuadernillos minúsculos y toda su gimnasia gestual es contenida y exquisita. Si la cosa tiene que terminar a las doce, a menos cuarto empiezan a ponerse nerviosos y a mirar de reojo sus relojes de pulsera, porque no quieren quedar mal con el conductor del autobús que les espera. Al final, les gusta hacer una cola para saludar al orador, al que uno por uno dedican una reverencia y ofrecen un pequeño obsequio: una insignia de su ciudad, un pequeño colgante de jade, o una simple tarjeta de visita. Les produce una satisfacción adicional comprobar que su autobús arranca a las doce en punto.

Más de una vez me he quedado charlando con el intérprete, mientras los demás visitan los aseos, y le he confesado mi admiración por Haruki Murakami (junto a Paul Auster, mi escritor actual favorito, al que debo un post exclusivo). Lo que pasa es que yo pronuncio el nombre de este señor con la hache un poco aspirada, al estilo árabe, y no me suelen entender a la primera. Pero enseguida se dan cuenta y entonces asienten vivamente diciendo “¡¡Aaah!! ¡¡Murakami-Aruki!! ¡¡Murakami-Aruki!!”, con los ojos convertidos en rendijas de la cara.

Los turistas japoneses vienen a Europa en actitud confiada, abierta, respetuosa y receptiva, dispuestos a aprender y a enriquecerse con el conocimiento mutuo. Esa ingenuidad básica estuvo en el origen de los problemas que sufrieron en Madrid a comienzos de este siglo. El turista japonés venía a menudo solo o en pareja, se alojaba en un hotel céntrico y al otro día se iba andando a visitar el Museo del Prado o cualquier otro monumento, cargando al hombro sus aparatos de fotografiar y filmar, carísimos y de última generación. En las inmediaciones de estos monumentos los esperaban ladrones moros o gitanos (en general) que los atracaban, les daban una paliza y les quitaban todo el aparataje. Se encontraban entonces completamente desvalidos en una ciudad extraña donde nadie les entendía.

La cosa se generalizó hasta tal punto que las guías turísticas japonesas llegaron a recomendar que no se viajara a Madrid y las cifras de turistas cayeron en picado. Para subsanar este problema el Ayuntamiento, a través de la extinta Oficina Global, con la que yo colaboraba a menudo, puso en marcha el Plan Japón 2008-2011, una iniciativa que incluía intensificar la vigilancia en las zonas turísticas, instalar señalización en japonés y crear una oficina de asesoría a la que pudieran acudir los turistas en problemas. El Plan se montó en colaboración con la embajada y logró remontar las cifras de visitantes. Aquí tiene el link al folleto oficial, por si quieren echarle un ojo.   http://www.madrid.es/UnidadWeb/Contenidos/EspecialInformativo/RelacInternac/MadridGlobal/ProyectosEstrategicos/03_PlanJapon/Ficheros/Planjapon.pdf

Hablando de Murakami, acabo de leer su último libro publicado en España. Se llama Después del terremoto y contiene seis relatos breves con el denominador común del terremoto de intensidad 9 que arrasó una parte del país en marzo de 2011. Murakami me gusta más en novela larga, pero sus relatos son una pincelada de la forma tranquila y cívica con que los japoneses afrontaron esa desgracia natural. Ni un tumulto, ni un saqueo, tranquilidad, eficiencia, y un despliegue de educación ciudadana, que hacía que la gente ayudara de todas las formas posibles y, por ejemplo, apagaran todas las luces a las horas que se les indicaba, para que la energía eléctrica disponible se concentrara en las tareas de desescombro y salvamento. 

El terremoto, seguido de un tsunami, causó en torno a 15.000 víctimas, no quiero ni pensar adonde habría subido esa cifra en cualquier país del tercer mundo. Porque los japoneses son conscientes de que viven en una zona sísmica y están preparados para ello. Sus rascacielos cuentan con medidas antisísmicas poderosas. Y la gente está advertida, cuentan con sirenas y altavoces en todos los pueblos, tienen planes de evacuación preparados y desde niños hacen simulacros para que cuando llegue el terremoto cada uno sepa qué hacer (los niños meterse debajo del pupitre, por ejemplo). 

La estela de Murakami la siguen numerosos escritores jóvenes, en un país de gran tradición literaria que cuenta con numerosos premios nacionales. No hace mucho disfruté de El señor Nakano y las mujeres, una novela exquisita de Hiromi Kawakami, joven profesora de Biología que cuenta en su haber con varias obras publicadas y premiadas. Si al punto japonés le añadimos el toque femenino, pueden imaginarse lo sugestivo de una historia en la que aparentemente no sucede casi nada, centrada en la rutina de una pequeña tienda de antigüedades en el centro de Tokio. La protagonista, Hitomi, es una joven dependienta que nos va contando el día a día de la tienda, con apenas dos o tres personajes más, mientras nos confiesa sus anhelos y sus sentimientos, con una delicadeza extrema.

En mi congreso de Nueva York del verano pasado hice amistad con una colega japonesa. Se llama Rumi Satoh y es muy simpática. Aquí abajo les dejo la foto que nos hicieron, para que vean que no les miento. La corbata que llevo es de la senyera, escolti nen, que me la regalaron en al Centre Ernst Lluch. Si he circulado quince años con un coche matrícula de Barcelona, no veo por qué no habría de ponerme esa corbata tan bonita. Como si me como una butifarra. En realidad, me encantan también los catalanes. A los que no soporto es a los nacionalistas, sean de donde sean, creo que ya lo he dejado claro muchas veces.