miércoles, 30 de enero de 2013

83. La Gerencia tomada

Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos… (Julio Cortázar: Casa tomada, 1946)*

Es enero y lunes y todo tiene un aire fundacional, naciente, embrionario. Una nueva época está empezando, los augurios no son precisamente buenos, pero tal vez todo deba irse de una vez al carajo para que de las ruinas emerja una nueva realidad más luminosa, transparente, digna de ser vivida. Hace días que salgo a mediodía de mi despacho cargado con mis libros más queridos, los que quiero salvar de la hoguera. Me amenazan con un traslado cada vez más inminente a un edificio sin despacho para mí, en el que no tendré espacio para mi amplia biblioteca, acumulada a lo largo de treinta años de trabajo.

No puedo quejarme, al menos tengo derecho a plaza de garaje. Mi plaza en el sótano es el doble de grande que el espacio que me reservan arriba, delimitado por estanterías de altura media. He pedido que me dejen instalarme en el garaje con mis muebles actuales, que caben holgadamente. Así podría salvar todos mis libros. Pero no me lo autorizan: dicen que eso va contra las normas de higiene y salubridad en el trabajo. No estoy muy seguro de que el puesto de trabajo que me reservan cumpla esas mismas normas, ni siquiera las del sentido común.

La Gerencia Municipal de Urbanismo no existe administrativamente desde hace años. Pero nosotros seguimos llamando al viejo edificio La Gerencia, incluso La Geren, diminutivo que subraya el carácter entrañable de un lugar donde hemos trabajado mucho tiempo. En el edificio sobrevivimos apenas un diez por ciento de sus antiguos ocupantes, agrupados en pequeños rincones vivideros, semiacondicionados con radiadores que conectamos al llegar cada mañana. Para ir de uno a otro de esos refugios residuales, hemos de esperar a que se haga de día y el sol alumbre los despachos desolados. Porque a primera hora resulta acongojante circular por los corredores helados al tenue resplandor de las luces de emergencia; uno tiene la sensación de estar atravesando los pasillos aterradores de una cámara frigorífica, el ambiente sobrecoge y la oscuridad propicia visiones de piezas de vacuno desolladas, alineadas, colgando del techo fuertemente sujetas por potentes ganchos de fierro.

Hablando de mataderos, el ordenanza que nos queda, antiguo oficial mondonguero (ver post #76), aparece de vez en cuando sin avisar y se lleva algún mueble o pertrecho con destino al nuevo edificio. Juro que lo he visto cargar con la fotocopiadora sin demasiado esfuerzo y salir tropezándose con el marco de la puerta entre juramentos y maldiciones. En nuestro despacho-cueva aguardamos temerosos el siguiente hito del desahucio, entre ruidos de carritos de mudanzas que circulan por los pasillos. Con el corazón en un puño los escuchamos acercarse amenazadores. Y luego el alivio, cuando pasan de largo ante nuestra puerta.

Hasta aquí lo que escribía yo el lunes, pasando a limpio mis notas para entretener el tiempo infinito, el prolijo discurrir de la mañana eterna, en la que nada sucede, el teléfono no suena y nadie viene a visitarnos, porque el guardia de la puerta los manda a todos al edificio nuevo. Ayer llegué antes de lo habitual y, con el edificio a oscuras, decidí aventurarme por el lóbrego pasillo antes de que llegaran los compañeros. Quería llegar a la fotocopiadora más próxima para hacer una copia de mi recurso por la denegación del premio de 30 años de servicio, un premio al que tuve derecho durante 29,5 años, hasta que llegó Rajoy con la tijera. 

Tuve que conectar la fotocopiadora, que se despertó quejosa con el repertorio de ruidos con que suele desperezarse. Ya entonces me pareció oír otros sonidos a mi espalda, como vestigios de conversaciones susurradas. Miré detrás de una estantería llena de archivadores vacíos, pero no había nadie. Una especie de lamento angustiado surgió entonces por el fondo, antes de que yo recogiera la última fotocopia y saliera corriendo hacia la puerta por la que había accedido a la zona prohibida. Al otro lado, Amparo, una secretaria amiga mía que se estaba tomando un café de la máquina, me dijo que cómo se me ocurría entrar en esa parte del edificio antes de la salida del sol. ¿Es que no sabes que esa zona está tomada? –añadió.

Me explicó que, a medida que se iban desocupando sectores, se cerraba la puerta de acceso y se ponía un cartel de “No pasar”. Lo que sucedía al otro lado nadie lo sabía, pero circulaba el rumor de que las zonas abandonadas iban siendo invadidas por los fantasmas de la antigua Gerencia. Estos fantasmas ocupaban la parte tomada y circulaban por allí libremente hasta el amanecer, cuando el sol disolvía sus figuras evanescentes. La chica relataba estas confidencias como quien cuenta un chiste. Pero mi curiosidad ya estaba irremediablemente desatada.

Hoy he llegado a las 6.30. He aparcado mi coche fuera y he esperado a que el guardia abriera la puerta. Enseguida he accedido a la zona prohibida. No he encontrado a nadie por los despachos hasta que he llegado al viejo Salón de Actos, donde tantas veces he hablado a las delegaciones extranjeras. Allí estaban los fantasmas de los viejos conocidos. Tenían montada una fiesta fastuosa, en torno a un jamón de los que traía Matías, en los tiempos dorados de Patrimonio. Por allí andaba Ibarrondo, el arquitecto aristócrata, a quien su chofer traía un rato a las 11 de la mañana para que despachara la firma, antes de llevarlo al Club de Golf. Y Contreras, el antiguo guardia civil con plaza de administrativo, habitante de la zona de los ordenanzas, que solía ponerse en el centro del pasillo con las piernas abiertas a pedirles la identificación a los que venían a hacer alguna gestión.

Y Rosario, devota del Padre Pío, que aprovechaba los tiempos de espera de los visitantes para hacer proselitismo antiaborto. Y su hermana Quinita, capaz de dormir sentada en su puesto y despertarse instantáneamente cuando entraba un administrado, para decirle: ¿Qué desea? Y Óvilo, el arquitecto caído en acto de servicio, que retrocedió hasta el centro de la calle para tomar perspectiva del edificio que inspeccionaba, sin advertir que venía un coche a toda velocidad. Y el general Barriga, que dirigía el cotarro como si de un cuartel se tratase. Y El Blanca Nieves, el jefe de la policía municipal que no podía evitar tocarse la pistola cada vez que  yo me acercaba a preguntarle algo.

Me encontré a gusto entre esos fantasmas del pasado, que me acogieron como a uno de ellos. Comían jamón, bebían vino tinto y reían con las viejas anécdotas. Bailaban viejos valses entre torres de expedientes medio podridos, con sus ropajes llenos de telarañas y las cabezas adornadas con guirnaldas de balduque rojo. Luego empezó a apuntar una mínima claridad por el lado de Guatemala, y yo me dispuse a regresar al mundo real, pero entonces comprobé que los fantasmas del pasado me tenían sujeto, seguían contándome historietas y no me soltaban.

Una parte de mi mente me empujaba a dejarme ir, a quedarme con esta gente a la que pertenezco y con quien viví tantos tiempos gratos, con trabajo, con medios, sin crisis, sin recortes, sin políticos corruptos, sin banqueros usureros. Estaba claro que yo era uno de ellos, que mi mundo era ese, y no este otro desquiciado en el que cada vez me siento más de prestado. Pero un último instinto de supervivencia me llevó a luchar contra ese sentimiento. Logré desprenderme de las manos fantasmales que me retenían y corrí a la salida. 

Encontré desierto el siguiente tramo y seguí a la carrera. A mi lado, Amparo corría también, empujando un carrito con su ordenador y su impresora. Esta mañana han tomado el ala de Puerto Rico –me informó, sofocada por el esfuerzo–. Vino el ordenanza, se llevó al peso la máquina de café y apenas he tenido tiempo de salvar el ordenador para seguir trabajando.

Amparo está ahora instalada en mi despacho. Como no sabe qué tiene que hacer, me ha dicho que, si necesito hacer fotocopias o que me pase algo a máquina, que se lo diga. Hace años que me hago yo solo los escritos y las fotocopias, pero le he agradecido el detalle. Resistiremos juntos hasta que tomen el sector siguiente. Después ya veremos donde podemos refugiarnos. 
  
*Casa tomada es un relato de Julio Cortázar publicado por vez primera en 1946, en la revista Los Anales de Buenos Aires, dirigida por Jorge Luis Borges. Posteriormente fue incluido en su primer libro de cuentos, Bestiario, publicado en 1951, el año en que yo nací. Los analistas se empeñan en asignarle un mensaje político, de sentido antiperonista, algo que no fue confirmado ni desmentido por el autor. 

lunes, 28 de enero de 2013

82. ¡Que viva Patxi Andión!

Bueno, pues este post surge de una de esas noches de insomnio a las que me va castigando la edad, a pesar de que me machaque corriendo ocho kilómetros por el Retiro tres veces por semana. El caso es que suelo leer un rato en la cama hasta que la atención se me difumina y los párpados me empiezan a pesar. Cojo el sueño con facilidad, pero muchas veces sucede que luego me encuentro en mitad de la noche totalmente despierto. Miro el reloj y, a menudo, son las cuatro o las cinco. Me fuerzo a quedarme en la cama hasta que suena el despertador, porque pienso que mi cuerpo sigue descansando y a veces entro en una especie de duermevela bastante productiva para el blog.

La otra noche, salí de una de esas duermevelas dando vueltas como el oso del Retiro en torno a un concepto recurrente: son los mismos perros, con los mismos collares, las mismas sonrisas postizas, los mismos intereses, las mismas falacias, la misma hipocresía… Me levanté con el regusto de una vieja melodía. En la prehistoria de mi vida, alguien con la voz rota cantaba machaconamente algo similar: con la misma camisa, los mismos zapatos, la misma miseria, salíamos, Fulanito y yo. Empecé a bucear en las brumas de mi mente a ver si me acordaba del nombre del Fulanito ese que compartía tantas cosas con el cantante de la voz rota, pero lo primero que conseguí atrapar fue el nombre del propio cantante: Patxi Andión. 

Como ahora existe un sucedáneo de la memoria colectiva, llamado Internet, encendí el ordenador, aunque eso me supusiera llegar más tarde al trabajo, porque tenía una primera urgencia: saber si este hombre vive (estoy tan desconectado del mundo de la farándula y el famoseo, que tenía un vago presagio al respecto). Con gran alegría he comprobado que, no sólo vive, sino que además está en plena forma. De hecho, en los periódicos digitales dan cuenta de su participación en diversos actos de protesta contra los recortes a la educación y la investigación. A sus 65 años, continúa actuando en escenarios esporádicamente, aunque vive en primer lugar de su sueldo como profesor de la Universidad de Castilla la Mancha.

Buscando en su discografía he encontrado por fin la canción de que les hablaba: Rogelio. Ese era el nombre del amigo que yo no recordaba. Se trata de la primera canción de la cara A del primer long play de este señor, “Retratos”, publicado nada menos que en 1969. Tenía yo dieciocho añitos por entonces. Aquí abajo les pongo el enlace, para que la escuchen con atención. Es todo un testimonio de una época, y anticipaba el tsunami de arribismo, de pérdida de ideales, de traición a los amigos por intereses políticos o económicos que ha llevado a este país adonde ahora mismo está. Escúchenla y seguimos.


Impresionante ¿no? Busco más datos del personaje y encuentro lo siguiente. Patxi Andión es vasco, aunque nació en Madrid (ya saben que los vascos nacen donde les sale de los cojones, cagüendiós, faltaría más, hostia). Parece que empezó tocando en grupos de rock madrileños. Tocando que no cantando, su voz era demasiado potente para lo que se requería en aquellos años fundacionales, dominados por los Brincos y otros grupos de voz fina. Enseguida derivó su carrera hacia los terrenos del cantautor con inquietudes sociales, el profesional de la canción protesta. Lo curioso es que, si buscan ustedes en Internet con la entrada “Canción protesta española”, no encontrarán un solo párrafo sobre Andión. Hablan de Paco Ibáñez, Chicho Sánchez Ferlosio, Raimón y muchos otros. Hay hasta referencias a Moncho Alpuente. Pero ni una línea sobre nuestro hombre.

Parece claro que Patxi fue siempre una persona incómoda para el poder. Un hombre íntegro que aún mantiene su integridad. Y una persona polifacética que siempre ha ido por libre. Tal vez la clave de ese aislamiento la encontramos en una anécdota de 1984, sobre la que le preguntan en algunas de las entrevistas recientes que se pueden encontrar en Internet. Ese año, el gobierno socialista afrontó el referéndum sobre la integración o no en la OTAN. 

Ustedes no lo recordarán, o a lo mejor ni siquiera habían nacido, pero el gobierno del señor Calvo Sotelo nos había metido en la OTAN en 1982, a capón y sin preguntar, como hace siempre la derecha. El PSOE había montado ese año una campaña con un lema súper calculado: OTAN, de entrada, no. Cuando alcanzaron el poder, pasaron a decir: OTAN, de salida, menos, pero se vieron forzados a hacer la consulta a la ciudadanía, de acuerdo con su promesa electoral, aunque haciendo campaña por el SÍ. 

Patxi Andión participó activamente en la campaña del NO, por coherencia con su ideología. Recuerdo que yo hasta me jugué una cena a que ganaba el NO. En mi ingenuidad pensaba  que eso era lo que iba a pasar. Perdimos, por supuesto, Patxi, yo y tantos otros, no sólo las apuestas sino también la inocencia colectiva. Al final de ese proceso, Patxi se encontró a un amigo del partido socialista, una materialización del Rogelio que él había anticipado quince años antes. El amigo le dijo: no es momento de que nos toquéis los cojones, sino de que nos dejéis trabajar. La respuesta de Patxi: ¿Qué quieres, que me vaya a casa para que ahora hagáis lo que queráis? Pues que sepas que yo voy a seguir tocándote los cojones hasta que me muera.

Tal vez ahí está el motivo por el que este hombre no aparece en los archivos de la canción protesta. Nunca se le vio formar parte del grupo de artistas mimados por el PSOE (Ana Belén, Víctor Manuel, Miguel Ríos y tantos otros). Él siguió a su bola, terminó la carrera de Sociología, trabajó como actor de cine, de teatro y de musicales. Su interpretación del Che Guevara, en el musical Evita (imagen con la que sale en el archivo de Rogelio), le valió un premio que tuvo que ir a recoger a Broadway. 

Ahora escribe libros, da sus clases y mantiene una colaboración fija en el periódico digital República, www.republica.com. Su columna, que pueden buscar en el lado izquierdo de la portada, se llama, como no podía ser menos, La Voz Rota. Cada uno de sus interesantes artículos acaba en una especie de aforismo. Uno de los últimos dice: “Menos mal que la memoria también se empeña en abandonarnos, que si no…” Parece que es también el Director de la Escuela Nacional de Caza. En fin, hombre polifacético, siempre por libre, siempre a su bola, fiel a sus ideales. Tan incómodo que, hasta el corrector de Word, me pone todas las pegas del mundo a la hora de escribir su apellido, empeñado en transformarlo en Andino.

En estos tiempos de recortes y penuria, nuestro hombre ha salido otra vez a la calle, a arrimar el hombro, a cumplir su promesa de seguir tocándole los cojones al poder. Les dejo una imagen reciente y el link de una larga entrevista que le hicieron en mayo en el diario digital El Nuevo Fígaro. Confidencias de un viejo luchador sobre su trayectoria y opiniones sobre esta época lamentable que nos está tocando vivir. ¡Salud, Patxi! Ha sido un placer rendirte este pequeño homenaje.   

 

viernes, 25 de enero de 2013

81. Mourinho y el macho alpha

Se habla poco de fútbol en este blog porque, como les dije, soy del Deportivo, y no hay muchas cosas que contar de mi equipo, actual colista de un torneo que la prepotencia del Madrí y el Barça ha convertido en Liga de Dos, como la escocesa. Lo curioso es que el señor Mourinho ha logrado algo muy cercano a la cuadratura del círculo: que su equipo vaya el tercero en la Liga de Dos. Es como el chiste del tío que era tan-gilipollas-tan-gilipollas que, si se hiciera un campeonato mundial de tontos, quedaría de segundo por gilipollas.

Por todas partes se habla de Mourinho en estos días, de si se va o se queda, de si los capitanes del Madrí le han dado un ultimátum a Florentino, y la verdad es que es fastidioso el protagonismo de este ubicuo personaje que se nos aparece hasta en la sopa, aunque en esta última semana ha tenido que enfrentar la dura competencia de Esperanza Aguirre, mucho más suelta desde que ya no es presidenta, sino ejecutiva cazatalentos.

Mourinho siempre ha sugerido que él llama la atención adrede, para que todo el mundo se encele con su persona y dejen en paz a sus jugadores. Pero últimamente da la impresión de que la cosa se le ha escapado de control. Ahora se muestra como un hombre malhumorado de forma permanente, que ve enemigos en su entorno con obsesión rayana en la paranoia, que ha entrado en un círculo cerrado del que no sabe cómo salir y que, en definitiva, se ha convertido en esclavo de su propio personaje.

En el inMundo hay un blog muy interesante que firma el primatólogo (experto en monos) Pablo Herreros. Este señor explica la realidad de los humanos por comparación con el mundo de los grandes simios, como los orangutanes del zoo de Berlín cuya imagen les mostré en el #79. Eso le lleva a conclusiones sorprendentes. Hace una semana sacó un largo post sobre el personaje de Mourinho, al que adjudica los rasgos de “macho alpha” de la manada, lo que explicaría todo su comportamiento. Aquí les pongo el link, por si quieren leerlo. Es muy interesante, incluye una foto que ilustra perfectamente lo que quiere contar, y termina con una frase que ha resultado al fin premonitoria: “actuar como lo hace Mourinho, en grupos en que los miembros comparten todos los días espacio físico y existe una comunicación cara a cara es un error, ya que las conductas déspotas invitan al resto a cooperar en su contra.”

Poco puede añadirse a un retrato tan certero y tan demoledor del personaje. Pero yo quiero traer a mi Blog una historia antigua: la del momento en el que el señor Mourinho se cruzó en el camino del Deportivo de la Coruña, con consecuencias desastrosas para mi equipo del alma. Hablamos del Gran Depor que ganó una Liga, dos Copas del Rey y tres Supercopas de España. En abril de 2004, ese Gran Depor era uno de los cuatro semifinalistas de la Copa de Europa, y todos los analistas coincidían en que era el favorito, por delante del Oporto, su rival en semifinales, y muy por encima de los dos equipos del otro lado del cuadro: el Mónaco y un Chelsea todavía lejos de ser el equipo potente de años más tarde.

El 21 de abril de 2004 se jugó el partido de ida de la semifinal Oporto-Deportivo. ¿Saben quién era el entrenador del Oporto? Sí, han acertado, ese en el que están pensando, entonces un perfecto desconocido. Como ha hecho toda su vida, Mourinho planteó el partido asumiendo la inferioridad de su equipo y jugando como los equipos pequeños: a destruir juego, defenderse, pillar algún contraataque y, si no, quedarse en empate a cero, un resultado que él mismo ha dicho que le parece bueno en una eliminatoria que se juega primero en casa. Ese tipo de juego es precisamente el que desespera al público del Santiago Bernabeu y disgusta también a sus futbolistas, que están hasta los huevos de que su entrenador les obligue a salir al campo como si fueran peores que el contrario, cuando ellos saben que son mejores.

En ese esquema es fundamental jugar duro, con faltas continuas, al borde del reglamento. Los 50.000 espectadores que ese día abarrotaban el Estadio Do Dragao, pudieron comprobar cómo sus futbolistas freían a patadas a los del Deportivo, ante la permisividad de un árbitro austriaco, de infausta memoria. Cuando el capitán Mauro Silva, un brasileño universitario, elegante y súper correcto, se le acercó para protestar educadamente la enésima entrada que le hacían a sus compañeros, el árbitro le sacó tarjeta amarilla, lo que le impedía jugar el partido de vuelta.

Pero la historia más llamativa no llegó hasta el minuto ochenta y tantos, con el partido casi cumplido. El jefe de la defensa del Deportivo era Jorge Andrade, un negro también culto y elegante, que había jugado hasta el año anterior en el Oporto, por lo que el público le pitó ese día durante todo el encuentro. Tenía muchos amigos en el equipo contrario, especialmente Deco, su habitual compañero de habitación en las concentraciones. En ese minuto fatídico, Deco inició un slalom hacia la portería, Andrade entró al corte, y el tipo se derrumbó como si le hubieran dado un tiro (sin duda era la forma de caer que les enseñaba Mourinho).

Estando en el suelo, Andrade le dio sonriendo una patadita amistosa, como diciéndole “levántate, hombre, no seas cuentista, si no te he tocado”. El árbitro, lo vio, entendió que era agresión y le sacó la tarjeta roja. A la calle y sin jugar tampoco el partido de vuelta. Todo el mundo pudo ver en la tele a cámara lenta la frase que Andrade repetía al árbitro “Is my friend, is my friend”. Si Deco se hubiera levantado y hubiera corroborado esa versión, tal vez el árbitro hubiera rectificado, o lo hubiera contado así en el acta. Pero Deco se quedó callado. No ayudó a su amigo en aquel trance difícil. ¿Saben por qué no lo hizo? Porque su entrenador se llamaba Mourinho y, si llega a hacer tal cosa, le hubiera cortado los huevos. No hubiera jugado más. (Por cierto, el encuentro terminó cero-cero, un buen resultado para el Depor)

El resto es sabido. En el partido de vuelta en La Coruña, con toda la ciudad engalanada, entre la habitual procesión de hormigoneras blanquiazules, Mourinho llegó y cabreó aun más al personal diciendo: “están ustedes muy creciditos”. El Oporto volvió a salir a destruir juego y dar patadas y se aprovechó de un Depor agarrotado por la ansiedad, sin varios de sus jugadores titulares, que concedió un penalty que desembocó finalmente en el 0-1 que llevó a los portugueses a la final. A partir de ese día, mi equipo inició una imparable decadencia. El presidente Lendoiro se había endeudado hasta las cejas, fiándolo todo a la consecución de la Liga de Campeones. Al fallar, se le vinieron encima los acreedores y tuvo que empezar a recortar. ¿Qué hubiera pasado si el Depor se proclama campeón de Europa? Terreno para la ficción ucrónica (#10)

Mourinho ganó la final con facilidad al Mónaco, y ni siquiera celebró la copa con sus jugadores. Ya le había llamado por teléfono el jeque propietario del Chelsea para ofrecerle el puesto de entrenador. En su primera rueda de prensa en Inglaterra dijo una frase que le define: “Ustedes no me conocen, pero yo soy una persona muy especial (a very special person)”. Eso le valió el  mote de “El Especial (The Special One)”, con el que los periodistas ingleses se burlaron durante años de la prepotencia y la egolatría de este caballero. En cuanto a Deco, fue fichado por el Barcelona y se convirtió en una estrella, hasta que llegó Guardiola y lo echó. 

Es una historia que completa el retrato del macho alpha. A mí me parece que Mourinho está ahora exagerando adrede los matices más odiosos de su perfil, para que lo echen y así cobrar una buena indemnización. Es algo que con frecuencia hacen los entrenadores, aunque con más disimulo. Hace años hubo un italiano llamado Claudio Ranieri que era un verdadero especialista: firmaba un contrato por cuatro años y, al cabo de uno, forzaba que lo echaran. Supongo que aun sigue viviendo de las rentas.

martes, 22 de enero de 2013

80. Corredor II. Los años de gloria

Siento ponerles deberes pero, si quieren entender plenamente mi relación con el deporte y mi trayectoria como atleta, deben ustedes leer mi viejo post #47 “Corredor I”. Lo escribí con todo cariño, pero ha sido uno de los textos menos leídos de este Blog y no sé por qué. A mí me parece que no desmerece de muchos de los otros que han recibido decenas de visitas, tal vez sólo por tener un título más sugerente.

La historia de ese texto me sitúa a comienzos de 1986, con treinta y cinco años, delgado y de buen ver, sin haber hecho deporte en mi vida, fumando cotidianamente pero con el vicio controlado, con trabajo y pareja estables, sin hijos y con la vivencia tranquila del funcionario que no tiene otras preocupaciones que las de dejar correr el tiempo y vigilar que todo el tinglado se mantenga firme, en el centro de un mundo también estable y ordenado.

Aquí tengo que hablar de mi amigo Joe, mi hermano mexicano de Nogales (Sonora), conocido en su tierra como “El Pepe”, traumatólogo, ortopeda infantil, medico cooperante en África y Latinoamérica, cocinero y promotor de restaurantes mexicanos, entre otras ocupaciones y aficiones variopintas. Y gran corredor también. En 1986, Joe estaba especialmente delgado, y yo tenía la vaga noción de que andaba entrenándose por los parques, pero no sabía cuánto, ni por qué, ni para qué. 

El 27 de abril de 1986, su mujer llamó por teléfono a media mañana, emocionada y preocupada. “Joe está corriendo el Maratón de Madrid –nos dijo–. Nunca ha hecho una distancia como esa, está loco y yo me temo que no pueda terminar y estoy llamando a los amigos para que se vayan poniendo a lo largo del recorrido y lo animen o le ayuden, si lo necesita”. Me quedé de piedra. El Maratón de verdad, el de 42 kilómetros y 175 metros, era algo que en esos años rebasaba mi capacidad de comprensión.

Cogí el Metro hasta Retiro y me situé junto a la entrada del Paseo de Coches, donde terminaba  la carrera, a unos 500 metros de la meta. Tenía allí una buena perspectiva de la calle Alcalá, hacia la esquina con Príncipe de Vergara, desde la que ver venir a mi amigo con tiempo. Los líderes de la carrera habían pasado ya y había un lento rosario de corredores cada vez más renqueantes y agotados que se dirigían a la entrada del Retiro. Hacía fresquito y yo llevaba un anorak de abertzale que tenía por entonces, indumentaria que ya me había dado más de un disgusto con los grises. Encendí un pitillo para entretener la espera, y aguardé hasta que reconocí a mi amigo apareciendo por el fondo.

Joe venía en unas condiciones bastante malas después de correr más de 41 kilómetros sin una preparación muy afinada, pero seguía avanzando despacio, casi arrastrando los pies. Cuando, a su vez, me reconoció entre el público, una sonrisa forzada asomó a su rostro. Tiré el cigarro al suelo, pisé la colilla enérgicamente y me puse a la par de mi amigo. Llevaba un trote tan lento que no me costó acompañarlo. No recuerdo de qué hablamos, la conversación era lo de menos en esas circunstancias, se trataba de estar allí apoyándolo en su hazaña. A la vista de la meta, me avisó: “No puedes seguir a mi lado, los de la organización te van a desviar para que no estorbemos la llegada de los demás”. Entonces le miré a los ojos y le dije: “Joe, el año que viene, yo, aquí, contigo, corriendo”. Le di una palmada en la espalda y me aparté.

Poco después empecé a decir en el trabajo que me iba a dedicar a correr maratones. Lo decía entre calada y calada de mi cigarrillo, y todos pensaban: ya está el Emilio con otra de sus fantasías, éste con tal de llamar la atención, etcétera. Ese verano dejé definitivamente de fumar. Y en septiembre empecé a entrenar, de la mano de Joe. Él me enseñó desde cero, me explicó todos los trucos, me corrigió el estilo, la forma de pisar, la zancada económica, el braceo, la respiración, me acompañó a comprarme zapatillas, me esperó con paciencia cuando me asfixiaba. Hace unos cuantos posts confesé que el 90% de lo que sé de París me lo ha enseñado Philippe. Pues el 90% de lo que sé de la carrera de fondo (que es mucho), me lo enseñó Joe. Sirva este texto como testimonio de mi agradecimiento.

En abril de 1987 corrí mi primer Maratón y lo completé entero. Después de ése vinieron otros nueve y todos los terminé. Entre medias he corrido innumerables carreras de 10, 12 y 15 kilómetros y un buen número de medias maratones. He corrido en Nueva York (el Maratón, por supuesto, una vivencia inolvidable), en París, en Holanda, en Cuba. Me he entrenado en México, en Sri Lanka, en el Pirineo y en otros lugares que no recuerdo. En 1989, en mi quinto maratón, sin hacer un esfuerzo superior al habitual con mi entrenamiento de autodidacta, hice una marca de 3 horas y veinte minutos en Madrid. Entonces pensé en intensificar mi preparación para ver si conseguía la marca de mi vida. En 1990 mejoré mis registros terminando en 3 horas y diecisiete minutos, mi mejor resultado de todos los tiempos.

Tal vez aquí tuve la noción de que había llegado a mis límites. Todo mi esfuerzo suplementario de ese año me había servido para bajar sólo tres minutos. Era una marca que estaba muy bien para un aficionado como yo y era impensable que pudiera dedicarle más tiempo, más esfuerzo y más dedicación mental a este asunto. A partir de ahí corrí otros tres maratones en tiempos entre 3,30 y 3,35, que fueron experiencias placenteras. Y el último, en 2002, con un calor espantoso, otra vez cerca de las cuatro horas, como los cuatro primeros. Allí se acabó mi experiencia de maratoniano aunque, diez años después, sigo corriendo carreras cortas.

Tengo que decir que correr un maratón en torno a tres horas y media, como máximo, es una experiencia muy agradable. Todo lo que exceda de esos tiempos es sufrimiento. El desarrollo del maratón tiene tres tramos básicos. Si uno se ha entrenado mínimamente, los 25 primeros kilómetros son un verdadero placer, uno no se cansa apenas y se siente Superman recorriendo la ciudad entre aplausos. Entre los 25 y los 35, la cosa se pone seria y ahí es donde se juega la carrera, donde se evidencia si el entrenamiento ha sido el adecuado, si la alimentación de los últimos días ha sido la correcta, si se ha descansado lo suficiente. Una vez que se supera el kilómetro 35, el resto es pura cabezonería. Aquí lo único que cuenta es la mente, porque las piernas siguen solas aunque se te caigan a pedazos.

A partir del 35, es cuando puede surgir lo que llaman “El Muro”, es decir, la imposibilidad de dar un solo paso más. Entonces hay que pararse, beber algo, tomarse unos plátanos o unas naranjas, recibir, si se puede, un pequeño masaje. Y arrancar otra vez a correr, aunque sea despacio. El que se pone a andar, está muerto, ya no dejará de caminar hasta la meta. Lo curioso es que nadie se retira a esas alturas. En un Maratón se retiran únicamente los buenos, al principio, si comprenden que ya no van a hacer marca y para qué seguir, y los que se lesionan. Los demás siguen hasta el final. Pero la cabeza te hace faenas.

En momentos determinados, el otro yo te dice a la oreja: retírate, hombre, para qué seguir sufriendo. Entonces recuerdas que detrás de la meta está la taquilla con tu ropa esperándote, además de tu documentación, las llaves de casa, el billete de Metro para volver. Si te retiras, te verás obligado a ir andando hasta la meta, te quedarás frío, te puede hasta dar una tiritona o un desmayo. Así que sigues y sigues. Y cerca de la meta empiezas a ver conocidos que te animan y multitudes que te ovacionan y sacas fuerzas no se sabe de dónde y esprintas de manera increíble y adelantas a diez o doce mataos en la recta de meta. Y pasas bajo el cronómetro y tocas con los dedos algo muy parecido a la gloria. Entonces alguien te echa una manta por encima y, sólo en ese momento, empiezas a cobrar conciencia de la barbaridad que acabas de hacer. Continuará.  

lunes, 21 de enero de 2013

79. La Casa de Fieras y otros zoológicos

Tras varios días de descanso por el gripazo, hoy he vuelto a correr y me he encontrado bien. En estos días fríos del invierno, correr por el Retiro es un placer de dioses. Los restos de la llamada ciclogénesis explosiva se hacían hoy visibles en forma de grandes charcos, ramas caídas y el suelo tapizado con miles de algarrobas de gran tamaño y olor dulzón, que crujen bajo las zapatillas. Estas algarrobas se han desprendido de árboles que, evidentemente, no son algarrobos: no hay tantos ejemplares de esa especie en el Retiro, como para generar esa alfombra.

Leo en la Web El Retiro y yo que el árbol que genera esas vainas gigantes es la gleditsia triacanthos, o acacia de tres espinas, árbol muy abundante en Madrid, originario del Delta del Mississipi. Los visitantes del antiguo zoo se las daban a comer a las cebras y los camellos que las apreciaban mucho. Si quieren conocer todos los secretos del parque, deben entrar en esa Web maravillosa, llena de fotos antiguas y modernas del Retiro. Desconozco el nombre de su autor. Para acceder, deben teclear: elretiroyyo.com, así, sin triple w, ni nada.

Ya que hemos hablado del zoo, debo aclarar que su nombre verdadero era La Casa de Fieras. Se construyó en 1830, siendo rey Fernando VII, aunque el Retiro albergaba ya un zoo anterior, creado por Carlos III, que estaba junto al arranque de la Cuesta de Moyano. Ese tipo de zoológicos pequeños y situados en el centro de las ciudades eran muy populares en la primera mitad del siglo XX. La Casa de Fieras del Retiro llegó a superar los 200.000 visitantes diarios. En 1972 se cerró definitivamente. Los animales fueron trasladados al nuevo Zoo de la Casa de Campo, promovido desde la alcaldía por Arias Navarro y proyectado por el arquitecto Javier Carvajal, profesor mío en aquellos años, hacia el que no guardo ningún tipo de cariño personal, aunque admiro algunas de sus obras. La antigua casa de fieras se adaptó para oficinas municipales.

Muchos de los animales seguro que agradecieron el cambio a hábitats más amplios y saludables, de acuerdo con el nuevo concepto de parque zoológico integrado en la naturaleza. La mayoría de zoológicos como el de La Casa de Fieras, fueron cerrados en esos años, al hilo de la nueva sensibilidad proteccionista de los animales, pero tenían un encanto especial. Algunos sobreviven con sus condiciones suavizadas y muchos menos animales, como el de Berlín, situado al final del Tiergarten, en la entrada del barrio del Kurfürstendamm, popularmente conocido como Ku-damm. Es un viejo zoológico con una entrada monumental preciosa. Y sólo por contemplar a los orangutanes, merece la pena una visita. No me entusiasman especialmente los monos, pero los orangutanes del Zoologischer Garten Berlin, traídos de la isla de Sumatra, son extraordinarios. Aquí unas imágenes, para que vean que no exagero.



Otro ejemplo de estos antiguos zoológicos en el centro de las ciudades, es el que aun existe en New York, en el Central Park, frente a la 5ª Avenida a la altura de la calle 64. Ahora se reduce a focas, leones marinos y otros animales acuáticos, pero en su día fue un zoo completo. Allí se desarrollan la primera y la última escena de la gran película de terror de Jacques Tourneur La mujer pantera, de 1943. Esta película es objeto de una narración maravillosa en El beso de la mujer araña, la novela de Manuel Puig que consiste en un largo diálogo entre dos presos en una celda. En el contexto de ese diálogo, uno de ellos le cuenta al otro la película con todo lujo de detalles. 

En los setenta, Paul Schrader hizo un remake bastante digno, en color y con una inquietante Nastassja Kinski de protagonista. El zoo para la última y la primera escena hubo de ser reconstruido en estudio, y al final, en los títulos de crédito, se aclara este extremo para que ningún defensor de los animales se sienta ofendido en su sensibilidad. Si quieren más información sobre zoológicos, les recomiendo la página en español http://zoosdelmundo.mforos.com/ (después de la bronca que me echó Lisardo el otro día, no puedo dejar de citarla).

Tengo que decir que llegué a conocer la Casa de Fieras del Retiro antes de que la cerraran y el recuerdo más vívido que conservo es el del oso blanco. En tiempos más antiguos había habido toda una familia de osos polares, que se lo pasaban bien en compañía, a pesar del calor. Incluso se cuenta que fornicaban a la vista de todo el mundo lo que llegó a producir más de un soponcio a los grupos de novicias, seminaristas y otros visitantes píos de los domingos. Pero cuando yo alcancé a visitar el lugar ya sólo quedaba el viejo jefe de la manada.

Disponía de una plataforma exigua, de húmedo y brillante mármol blanco, rodeada por un foso ancho y profundo para que no se escapara. Sobre ella, aquel oso amargado y anciano repetía sin cesar su recorrido obsesivo sin fin: tres pasos adelante, uno circular en el aire dando la vuelta, tres hacia atrás y vuelta a empezar. Los lugares en que daba sus pasos repetidos hasta el infinito, estaban desgastados y mostraban el relieve inverso de sus huellas, testimonio de su caminar sin destino.

El pobre animal estaba loco, solo en un hábitat enano a miles de kilómetros de sus icebergs. Su caminar pesaroso y continuo era metáfora de muchos de nuestros afanes, simbolizaba el absurdo del eterno camino a ninguna parte, la soledad del macho maduro, el drama del preso encerrado en una celda minúscula, la nostalgia del exiliado obligado a sobrevivir lejos de sus paisajes y sus aromas de infancia. Nunca detenía su caminata reiterativa, su recorrido infinito como un dibujo imposible de Escher. Daba vueltas y vueltas sin cesar, como los burros en la noria. Me dicen que vivió lo suficiente para ser trasladado a la Casa de Campo, donde murió poco después. Supongo que no recobraría la cordura.

Bueno, pues esto es lo que me ha salido hoy. Ya sé que algunos de ustedes esperaban que dijera algo de Luis El Cabrón y otras bestias pardas de nuestra fauna, pero a mí me interesan mucho más estos otros animales. Basta ver la pinta de estos orangutánes, para saber que nunca han recibido un sobre malva.

viernes, 18 de enero de 2013

78. La señora Sabine Moreau

En pleno tsunami sobre los sobresueldos en negro de prácticamente todos los dirigentes del PP, no quiero hablar de esa mierda, me niego, no me gusta y me parece que estamos entrando en una deriva muy peligrosa. Dejo sólo una reflexión: la izquierda y la derecha siguen teniendo algunas diferencias (cada vez menos). En parecida situación, el PSOE contó con unos cuantos pringaos (léase Barrionuevo, Vera, etc.) que, por disciplina de partido, se comieron el marrón y dejaron a salvo la imagen de sus jefes. Ahora el PP confiaba en que el señor Bárcenas cumpliera un papel similar, pero ya parece claro que ese sujeto (a quien, no lo olvidemos, se referían en las conversaciones intervenidas de la trama Gurtel como “Luis el Cabrón”) va a tirar de la manta, va a poner el ventilador y la mierda nos va a llegar a todos hasta el cuello. Conste que, si me parece peligroso es por su incidencia en la imagen externa de nuestro país. A nivel doméstico es bueno que se destape todo y se sepa lo que se tenga que saber.

Para llevar la contraria, hoy no les voy a hablar de Luis el Cabrón, sino de la señora Sabine Moreau, esa dama de la foto de más abajo, de nacionalidad belga, que ha sido protagonista de una noticia que parece sacada de los informativos de El Mundo Today. Ya les decía yo en algún post anterior que Bélgica es un estado inexistente que prácticamente se reduce a Balduino, o como coño se llame el rey que tienen ahora; que los flamencos y valones forman dos identidades irreconciliables que no quieren saber nada una de la otra y que, como reflejo de esa situación, han estado más de un año sin gobierno, sin que a nadie se le diera una higa.

Recuerden también que pronostiqué que, cuando se separasen, algo que parece inevitable, los flamencos serían bien recibidos entre sus primos de Holanda, mientras que el futuro de los valones sería más negro, porque en Francia no los quieren. Como saben, tengo unos cuantos amigos franceses y, todos sin excepción, cuentan chistes de belgas, como los nuestros de los de Lepe. En Francia se tiene una imagen de los belgas, como unos tipos un poco bolos, como decimos aquí de los de Toledo, con perdón.

Así que pueden imaginarse lo que se habrán reído en toda Francia con la peripecia vivida por la señora Sabine Moreau (iba a decir “amable ancianita”, pero me he dado cuenta a tiempo de que tiene apenas cuatro años más que yo), a quien pueden contemplar en la foto que les pongo más abajo, coquetamente tocada con una gorra de paño de jefa de partisanos y sosteniéndole la mirada a la cámara con aplomo de abuela autosuficiente. La historia ha salido en todas las cadenas de televisión y ha sido la noticia más leída de El inMundo durante varios días, así que supongo que la conocen, pero por si acaso no, se la cuento a continuación. 

    
Resulta que esta señora vive en un pequeño pueblo a 150 kilómetros al Este de Bruselas y hace unos días recibió la noticia de que un amigo suyo llegaba a la capital en tren para visitarla, por lo que decidió ir a buscarlo a la Gare du Nord. Sacó el coche, se preparó para el viaje y conectó el GPS, pero parece ser que lo puso al revés, con lo cual el aparato la guió en sentido contrario al correcto. Pues nada, la señora tiró para adelante, obedeciendo al aparatejo, sin percatarse de que aquello se hacía más largo de lo esperado. Tenía que llegar a Bruselas al atardecer y se le hizo de noche, pero no le dio mayor importancia, su amigo la esperaría en la estación.

En un momento dado le entró sueño y decidió hacer lo correcto en estos casos: pararse un rato en un arcén y echar una cabezadita. Unas horas después continuó su camino, siempre adelante. La gran autopista que recorre el centro de Europa es cómoda, un poco sobrecargada de camiones, pero es obvio que a esta señora le divierte conducir, que pisar el acelerador la relaja hasta extremos de nirvana. En un momento dado, los carteles dejaron de estar en francés, pero lo atribuyó a la manía de los flamencos de ponerlo todo en su idioma. Los carteles estaban en realidad en alemán, pero ella nunca imaginó que podía haber salido de su país.

Paró dos veces a poner gasolina, tuvo un pequeño accidente saliendo de una de las gasolineras, intercambió teléfonos con el otro implicado, y siguió siempre de frente. Más allá los carteles dejaron de estar en alemán y pasaron a un extraño idioma ininteligible, y eso le hizo pensar por primera vez que tal vez se había equivocado de camino. Decidió parar en la siguiente ciudad para preguntar dónde se encontraba. Así lo hizo, y le dijeron que estaba en Zagreb, la capital de Croacia. Había recorrido 1.450 kilómetros. Entró en un bar, pidió un café, llamó por teléfono a su tierra y descubrió que la estaban buscando por todas partes, tras la denuncia de desaparición presentada en una comisaría por sus hijos, alertados por el viajero amigo a quien nadie fue a esperar en la Gare du Nord. Menos mal que se dio cuenta a tiempo que, si no, hubiera seguido tranquilamente hasta Belgrado, Sofía y Estambul. 

La historia es digna de un guión de los hermanos Marx, incluso entroncaría con las corrientes más extremas del surrealismo. Si los belgas no fueran tan siesos, esta señora se convertiría en una celebridad local, como nuestra restauradora del Ecce Homo, y en las navidades del año que viene sería la encargada de cantar las doce campanadas en cualquier televisión local. También me viene a la memoria el anciano dinamitero que protagoniza la hilarante novela de Jonas Jonasson El abuelo que saltó por la ventana y se largó, reciente éxito de ventas europeo.

La señora Sabine Moreau, belga hasta los tuétanos, se ha defendido diciendo que, si ella se pone en manos de un aparato en el que confía y que en otras ocasiones le ha funcionado, no se le ocurre pensar que la pueda estar engañando. Se cuenta que en un pueblo de Inglaterra, se pasaron varios meses sacando del río a automovilistas a los que los sistemas GPS les guiaban hacia un puente que había desaparecido en una riada. Tal vez los avances técnicos de los que disponemos de manera barata y cotidiana, están consiguiendo que se nos atrofien algunos sentidos naturales, a fuerza de no utilizarlos. A mí me cuesta hacer una multiplicación escribiendo los números en un papel, después de años utilizando la calculadora. No digamos una división. ¿Sabe usted hacer una división sencilla sin calculadora, querido lector? Yo no.

Tal vez nos han engañado generándonos la necesidad de estos artilugios. Antes, uno quedaba con su novia en una plaza y, si no había llegado, mataba el tiempo leyendo un libro, observando el tranquilo discurrir de los paseantes o admirando las tonalidades del cielo del invierno. Ahora, desde que llegas hasta que ves a tu novia aparecer al fondo, se han desarrollado al menos una o dos conversaciones de móvil, con interesantísimos mensajes del tipo “Acabo de cruzar Montera y voy a empezar a andar por Carmen, o sea que llego en unos siete minutos”. ¿Vale de algo esa nube de mensajes absurdos? No. Pero nos los cobran.

Manuel Vicent, en el excelente artículo del domingo pasado cuyo link les adjunto, plantea el advenimiento del Hombre Nuevo, el que hará la revolución que todos soñamos. Es un sujeto fuera de toda cobertura, al que no alcanza ninguna de las redes que componen la telaraña que nos tiene atenazados.  Les recomiendo vivamente su lectura. Es cortito y maravilloso. Que ustedes lo pasen bien.

miércoles, 16 de enero de 2013

77. Aguantamos el tirón


Bueno, pues ahora resulta que a los demás integrantes de mi equipo de asesores les ha entrado el mosqueo comparativo tras mi post en honor de Lisardo, y se mueren de celos al ver que le dedico a mi amigo dos folios de desagravio, cuando a ellos tampoco les he hecho ningún caso en los últimos tiempos y no parece que me importe lo más mínimo. Pero ¡¡CRIATURAS!!: cómo no os voy a echar de menos también, si mi blog sobrevive gracias a vosotros. 

Sagrario Pérez, asesora económico-financiera, dice que Lisardo y yo somos iguales, que por no hablar somos capaces de dejar que se deteriore nuestra relación. Según ella, yo primero me desanimo porque no hablo con nadie, y luego empiezo a no llamar a nadie porque estoy desanimado. La típica pescadilla masculina que se muerde la cola (con perdón). Y Lisardo se mosquea porque no le llamo y luego no me llama él porque ya está mosqueado.

África, agregada cultural y experta en lenguas muertas, está de acuerdo. Dice que entre mujeres no pasan estas cosas, que en cuanto una de ellas tiene un problema convoca a todas sus amigas y se lo cuenta. Los tíos somos unos siesos que nos guardamos los problemas y pensamos que se van a resolver a fuerza de rumiarlos y no contárselos a nadie. Y resume sus reflexiones en una sola palabra, convenientemente rodeada de admirativos: ¡¡¡Hombres!!! 

Javier Villegas, experto en temas histórico-políticos lo explica de otra forma. Dice que, cuando empecé el Blog, tenía una cierta inseguridad y necesitaba arroparme todo el rato con opiniones de otros. Que, una vez que la cosa ya marcha, me he creído que esto es Jauja, que puedo tirar adelante yo solo, porque ya me siento por encima del bien y del mal. Según él es una fase típica de cualquier aprendizaje. Por ejemplo, le pasa a los actores de teatro: al principio están acojonados y se les nota; luego van ganando tablas progresivamente, hasta que se pasan de vueltas y empiezan a salir a escena tan sueltos que se olvidan del público, algo muy malo. Los grandes actores son los que han logrado regresar de esa fase de endiosamiento y alcanzar una madurez de equilibrio controlado. ¡Hay que ver lo que sabe este hombre, oyes!

Bueno, pues bienvenidos todos y grandes disculpas a diestro y siniestro. A partir de ahora procuraré alcanzar el punto de equilibrio controlado, o de control equilibrado, o de control de alcoholemia al menos, pero sin olvidarme de ninguno de mis colaboradores.

Hoy quiero hablarles de mi relación directa con los políticos. Estoy seguro de que usted, querido lector (salvo que tenga algún pariente cercano dedicado a la política), tiene una idea de ellos un tanto lejana y difusa, tal vez entreverada de mala uva si sólo se guía por los medios de comunicación. Durante una serie de años, he trabajado directamente a las órdenes de políticos locales, porque había alcanzado el máximo nivel funcionarial, es decir técnico, y sólo tenía por encima al responsable político concreto. Ahora estoy mucho más abajo, pero durante años los he tenido cerca y ya saben que soy observador.

Para dedicarse a la política hay que ser de una pasta especial (yo, desde luego, no serviría). Para empezar, uno tiene que tener una disponibilidad de 24 horas. No hay respiro, uno no puede relajarse ni cinco minutos, ni siquiera para cagar o ducharse, porque tu móvil está operativo a todas horas y, si te llama el Ministro (por decir algo), tu mujer no puede decirle : ”ahora mismito le llama él, señor Ministro, que en este momento está cagando (o duchándose, o durmiendo)”. No hay tregua y es un trabajo agotador. 

En segundo lugar, tienes que ser de corcho, porque las puñaladas traperas son cotidianas, atacan tu intimidad, tu familia, tus hijos, tus hijas, sus novios y novias, sus amigos, sus trabajos y sus cuentas bancarias. No los atacan los jueces, sino tus propios compañeros de partido. No hay compasión, todo vale en esta guerra, lo más sucio es bueno, si cumple el objetivo buscado. Para ser político no puedes tener corazón. Se entra en ese medio muy joven y se va medrando a base de hacer mérito de obediencia, de falta de escrúpulos, de carácter cuanto más despiadado mejor. Una de las cosas que más puntúa es que demuestres que puedes vender a tu mejor amigo sin pestañear. Y aquí, a diferencia de Roma, sí que se paga a los traidores.

Los políticos del nivel que yo he conocido sufren mucho, y lo digo sin ironía de ningún tipo. Están sometidos a un estrés sin tregua, que no lo aguanta cualquiera. Porque ellos son los que deben tomar una decisión concreta y, como la caguen, se caen con todo el equipo. Como digo, durante un tiempo estuve al lado de algunos de estos responsables políticos, y siempre procuré servirles con lealtad, aunque no compartiera sus ideas.

De vez en cuando, el político al que yo servía, se enfrentaba a situaciones de grave crisis y debía tomar una decisión difícil, para lo que se le planteaban dos alternativas: A y B. Yo, como asesor, me arrogaba el papel de Pepito Grillo y decía: me he estudiado el tema y, en mi opinión, debes ir por la alternativa A. Si vas por la B, vas a incumplir este o este otro precepto legal; además van a pensar que tienes este interés o el otro, la prensa se te va a echar encima, la gente no lo va a entender, etcétera. En resumen: tendrás muchos más beneficios políticos optando por la alternativa A. 

Pero entonces entraba en liza la tercera pata del banco: el asesor áulico, el consejero puesto por el partido. Este untuoso sujeto hacía un simple gesto de escepticismo, apenas levantar una ceja, lo que revelaba que había otros datos, que yo no conocía y ellos dos sí, por los que había que decantarse por la posibilidad contraria a la que yo aconsejaba. Entonces, el político, haciendo expresión manifiesta de su pesar y contrariedad, concluía: “Muy bien, salimos con la B y aguantamos el tirón”. Esta expresión se quedó en mi memoria por acumulación, después de oírsela a tres o cuatro de mis jefes sin ninguna relación entre sí, incluso de distintos partidos, en sucesivas situaciones de emergencia.

Pensemos ahora en la tragedia del Madrid Arena. Unas horas después, sale a la palestra el Vicealcalde Villanueva y hace la desafortunada declaración que, finalmente, se lo ha llevado por delante, políticamente hablando. Y la gente que sólo se guía por la prensa piensa: “qué imprudente, cómo es posible que se lanzara así a la piscina para tapar a su amigo, etc.” Bueno, pues, como saben, a mí me gusta bucear en lo que hay por detrás de las noticias, imaginármelo y luego fabular sobre ello. Hagamos ese ejercicio.

Desde luego que el ex-Vicealcalde no es ningún imprudente. Es un político curtido, con tablas y muchos años de lidiar con toros de las ganaderías más difíciles. Esa noche le despiertan con tres muertes, que luego serían cinco. Inmediatamente convoca un gabinete de crisis. Allí surge la voz del Pepito Grillo de turno, que le da sabios consejos. Pero también están los del “lado oscuro”, que le recomiendan lo contrario. El hombre sabe que se juega su carrera política, pero ha de tomar una decisión porque es su responsabilidad. El tipo sufre, se resiste, duda, pero al final cede y dice: “vale, salgo yo, doy la cara por los organizadores, y aguantamos el tirón”. 

¿Y qué pasa después? Pues que esa respuesta es insuficiente. ¿Por qué? Pues porque la fiesta de Halloween no era un sarao de barrio, sino una macrofiesta pija llena de hijos de votantes del partido. Y muchos de estos votantes se levantaron por la mañana, se enteraron de la noticia y fueron al dormitorio de su hija, a ver si había vuelto. Y algunos sufrieron la peor de las pesadillas imaginables al encontrarlo vacío, porque las niñas muchas veces se quedan a dormir en casa de una amiga sin avisar. Y el terror se acrecentó, cuando las llamaban al móvil y no contestaban, porque lo habían puesto en la opción silencio, como suelen hacer los adolescentes en estas situaciones.

Después pusieron la tele, escucharon la primera reacción del Ayuntamiento y dijeron: ¿quién es ese señor que habla? Y surgió un clamor de indignación entre las clases pudientes. Para calmarlo, se ofreció primero una cabeza de turco, pero no fue suficiente. Al final, el hombre que optó por aguantar el tirón tuvo que irse también. Es sólo un simple ejercicio de política-ficción, yo creo que verosímil. Pero que cada uno se lo imagine como quiera.

lunes, 14 de enero de 2013

76. Lisardo reaparece

¡¡¡JODER!!! ¡¡¡Qué fallo más grande!!! Me había olvidado de Lisardo. Ya saben que yo quiero hacer de este Blog un mundo literario, virtual, sin nada que ver con la realidad. Otra cosa es que posts como el #62 “Incidente de tráfico” rezumen un realismo tan apabullante que hasta olemos el mal aliento del energúmeno contrincante. Pero yo no quiero que este sea un foro de cotilleos sobre mi vida privada real. El que quiera saber de mí, que me llame, coño.

Ha tenido que ser uno de mis lectores asiduos, tan tímido él que no se atreve a ponerme comentarios, no sea que me vayan a molestar, el que me ha avisado de mi grave fallo. Hoy he abierto un correo suyo y allí, perdida entre párrafos difusos, una frase ha saltado sobre mi alma como el alien que le salta a la cara a John Hurt en la primera película de la serie: ¿Le pasa algo a Lisardo?

JODER. He repasado mis textos hacia atrás y resulta que mi última referencia a Lisardo está en el #46, “Permítanme un poquito de endogamia”, publicado el 28 de noviembre. Desde entonces, nada. Les explico a continuación lo que ha pasado, sin que eso sirva de excusa. El  bueno de Lisardo, el ordenanza de planta que me ha hecho compañía en el trabajo durante tantos años, el entrañable amigo con pinta de banderillero, que siempre me regaña y asi me ayuda a optimizar la calidad del Blog, ha estado de baja casi tres semanas por un pinzamiento lumbar, que le sobrevino a primeros de diciembre. No dije nada aquí, por eso de que no quiero que mi blog se convierta en un lugar de cotilleos y menos de comunicar las desgracias de los conocidos. Yo creo que el pinzamiento de mi amigo es el resultado de la tensión corporal que conlleva albergar un corazón tan grande como el suyo.

Luego se puso bien y, como yo no había dicho nada de su baja en el blog, tampoco me vino bien informar de su alta. Y en eso llegó la avalancha de las vacaciones y el traslado progresivo de nuestras oficinas municipales con navideñidad y alevosía. Este es un tema del que no puedo hablar, por motivos obvios, así que no lo puedo criticar como debiera. No obstante, al final del post #66, se me escaparon unas frases al respecto, en las que hablaba de mi sensación similar a la de los monos del Amazonas ante el avance de los madereros. No creo que puedan represaliarme por publicar unas sensaciones comparativas tan subjetivas. Además, aportaba una propuesta de distribución del espacio en el nuevo edificio, ilustrada con una fotografía, en su día muy bien valorada por mis lectores.

Lo cierto es que ese tsunami que está amenazando mi pequeño mundo laboral de los últimos treinta años, se está llevando por delante todas mis referencias y mis rutinas. Lisardo ya no es mi ordenanza de planta, entre otras cosas porque ya no tengo ordenanza de planta. Por no tener, ni siquiera tengo planta, excepto un ficus benjamina que sobrevive aterrorizado a mi lado. A Lisardo lo trasladaron al nuevo edificio en cuanto presentó el alta tras su pinzamiento. 

Ahora tengo un ordenanza de “rincón cochambroso de pasillo”, que comparto con otros supervivientes de la ruina, perdidos entre los escombros en rincones tan recónditos como el mío, para llegar a los cuales debo atravesar corredores lóbregos propios de una cámara frigorífica. Mi nuevo ordenanza no es que sea analógico, es que es un especimen directamente llegado de la época Neanderthal. De hecho es un ordenanza homogeneizado, resultado de integrar a una parte de los trabajadores del antiguo Matadero Municipal, después de su cierre. Su puesto de trabajo anterior era “Oficial mondonguero”, o sea, matarife especializado en menudillos y criadillas.  No me lo estoy inventando, he visto su certificado de vida laboral del Ministerio de Trabajo. El cabrón te lo enseña en cuanto puede, para meterte el miedo en el cuerpo. Como también me han quitado la fotocopiadora, le pedí el otro día que me hiciera una copia de unos informes, y me dijo que me los hiciera mi puta madre. Vale, no lo dijo con palabras (este animal habla lo justo), me lo hizo saber con la mirada, pero es lo mismo.

El caso es que entre el follón de la mudanza progresiva (yo no me traslado hasta marzo),  el ataque de la blitzkrieg navideña, armada con villancicos, polvorones y gorros de Papá Noel, y la medio depre que me entró por todo esto, pues nada, que me he olvidado de Lisardo, fallo para el que no hay excusa que me consuele. Tengo que decir que no había querido ir a ver a mis compañeros trasladados, porque no estaba seguro de que esa visita no acabara con el poco ánimo que me iba quedando (y que yo blindaba con un envoltorio acorazado para que no se filtrase a mi Blog). Pero hoy ya no me ha quedado más remedio.

Al leer el correo citado, he llamado varias veces a Lisardo por el teléfono, pero no contestaba. Entonces he hecho de tripas corazón, me he subido en mi coche de matrícula de Barcelona, y me he plantado en la nueva sede de mi oficina. Como me temía, mi visita se ha convertido en un rosario de encuentros con compañeros que, uno por uno, me han ido haciendo relato pormenorizado de sus miserias, lo mal que están en el edificio nuevo, lo que tardan en llegar por las mañanas, las dificultades de aparcamiento, los problemas derivados de pasar de tener despacho propio a tener que desenvolverse en un modelo de oficina-paisaje, como el de Jack Lemmon en El Apartamento

Menos mal que ya se habían pasado las navidades, que si no, me sacan de allí al frenopático con una depresión de caballo. Por fin he logrado encontrar al Lisardo. Estaba sentado ante una mesita enana, sin ordenador ni nada, bajo un tramo inclinado de escaleras. Me he ido a por él y le he dado un abrazo repitiendo “perdón, perdón”. Estaba jodido y yo lo sé, pero ha aparentado mantener su chulería habitual: “Don Emilio, aquí me tiene en mi nueva oficina abuhardillada, lo último de lo último”. Le he preguntado cómo es que no tiene ordenador, y dice que es que no hay donde enchufarlo, pero que da igual, porque su jefe es un negado en informática y le llama todo el rato para que le resuelva problemas. Él se hace el interesante, finge que el problema es más grave y aprovecha para conectarse. Y leer mi blog.

Luego hemos salido a tomar café, y allí me ha confesado que estaba bastante dolido. Me ha lanzado una pequeña pulla: “A usted ya lo conozco y ya sé lo que me puedo esperar. Lo que me ha jodido es que los lectores no me echaran de menos”. Es falso y yo lo sé: lo que le duele es mi olvido, los lectores se la sudan, pero tengo que dejarle que se cobre una pequeña revancha. Después lo he convidado a un chupito-sol-y-sombra y ahí me lo he ganado del todo. Entonces ha empezado a regañarme, como de costumbre. Este sí que es mi Lisardo.

–Vamos a ver, don Emilio.  ¿Cómo van las estadísticas de visitas del Blog? Fatal, ya lo sé, no me lo tiene usted que decir. ¿Por las navidades? LAS NAVIDADES, MIS COJONES. Lo que pasa es que no se ha hecho usted una cuenta de Twitter como le dije. ¿Qué no se la quiere hacer? Vale, lo entiendo. Pero aún así, desde que no estoy yo encima, no pone usted un triste link ni una puta imagen. Nada. ¿Archivos de música? Eso es una mariconada, cualquiera puede entrar en Youtube y buscarlos. ¿Para qué necesitan su blog? Y los textos no son suficientes, don Emilio, que no es usted García Márquez, a ver si se hace de una vez a la idea. Por ejemplo, anteayer cuelga usted un post sobre culos, sin una triste imagen. Ni una foto de chicas, ni el link de las dos revistas de las que se habla. ¿Qué no tiene usted un archivo de fotos de chicas? Normal. Pero yo sí. Y tengo la foto que le falta a su post del otro día. Cuando vuelva a su despacho, ya se la habré mandado.

En fin, no voy a reproducir aquí toda la serie de regaños de mi entrañable Lisardo. Nunca he recibido una sarta de reproches con tanto alivio. Si Lisardo vuelve a gritarme es porque me ha perdonado. Bienvenido a casa, querido amigo. Y aquí está la imagen que me envía. Que la disfruten.