sábado, 31 de agosto de 2013

169. La revuelta árabe II. Egipto, de Faruk a Nasser

Egipto es el país clave en el conflicto que sacude la región del mediterráneo oriental y conviene conocer su historia para intentar entender lo que está pasando. No vamos a remontarnos a la antigüedad, calculo que todos han leído la novela Sinuhé el egipcio. Si alguno de ustedes no la conoce, aun está a tiempo y no sabe la envidia que me da, por lo que va a disfrutar con su lectura. A nuestros efectos bastará empezar en la descolonización, el protectorado inglés de finales del XIX y su sustitución por una monarquía de opereta, similar a la del Sha de Persia, que dura hasta la mitad del siglo XX. Lo que pasa es que me he puesto a escribir y, aún empezando tan tarde, la historia de Egipto es tan rica en acontecimientos que no se puede comprimir en un solo post. Empecemos.

¿Por qué digo que Egipto es el país clave? Pues por una razón meridiana: se trata del Estado con mayor población de todo el mundo árabe, 83 millones de personas. Los militares egipcios llevan en el poder desde 1952, el año en que derrocaron al rey Faruk. Egipto era en ese momento un país asfixiado por una deuda económica imposible de devolver (como Grecia y otros, ahora). El origen de esa deuda está en la construcción del Canal de Suez, una obra gallardónica (acabo de inventar el adjetivo), iniciada en 1858, que respondía al interés prioritario de los países occidentales, hasta entonces obligados a dar la vuelta a toda África para llegar en barco a sus colonias.

El Canal de Suez se construyó en sólo 9 años, mediante una sociedad franco-egipcia que se hizo con la concesión. Empleó por primera vez máquinas de excavación especialmente diseñadas para la obra, que permitieron rendimientos anteriormente imposibles de imaginar (ya empiezan a ver por dónde va lo del adjetivo). Y, como no podía ser de otra manera, la cosa generó una deuda en ambas partes, que los franceses no tuvieron gran problema en ir devolviendo, pero que dejó en la ruina al Estado egipcio (ahora lo han comprendido del todo). No habían pasado ni diez años desde el paso por el canal del primer barco, cuando Egipto puso en venta sus acciones, que rápidamente fueron compradas por la Reina Victoria.

El canal, un punto clave para el comercio mundial, pasó a control de un consorcio de ingleses y franceses, que consiguieron que se declarara como zona neutral en 1888, en el Tratado de Constantinopla, por el que Egipto se convertía además en un protectorado inglés. Pero esta situación generó pronto protestas locales que desembocaron en el reconocimiento de Egipto como Estado independiente, gobernado por una monarquía títere occidentalizante. El protectorado se mantuvo un tiempo, aun con la monarquía, y no se dio por abolido hasta 1936.

El rey Faruk, último de su dinastía, es un ejemplo de este tipo de monarquías a imagen y semejanza de las europeas, implantadas de manera artificial en estos países en el momento de la descolonización. Ya hemos citado al Sha, pero también podríamos hablar de Mohamed V de Marruecos, Hussein de Jordania, Idris de Libia, Zahir Shah de Afganistán y algún otro que se me escapa. Reyes que vivían aislados de sus pueblos que no les apreciaban demasiado, dedicados a su aburrida vida de parásitos en escenarios del lujo asiático más demodé

Pero en el basurero más degradado surge a veces la flor más inesperada y ahora me van a permitir un paréntesis para hablar de la princesa Fawzia, la hermana pequeña de Faruk, que acaba de fallecer a los 91 años, en su día conocida como la Venus de Asia y considerada una de las mujeres más bellas del mundo. En la foto pueden comprobar que no exageraban. Fawzia era una mujer inteligente, a la que se forzó a un matrimonio de conveniencia con el Sha Reza Palhevi. Aguantó el rollo durante diez años, en los que vivió en Teherán y tuvo una hija que aún vive (73 años), pero no aprendió una sola palabra de farsi (se entendía con su marido en francés), ni hizo amistad con nadie. Luego agarró el petate y se volvió a Alejandría llevándose a su hija.

A su vuelta, se casó con un militar local que le gustaba, pasó a vivir discretamente sin volver a salir en las revistas y no se movió de allí hasta su muerte el 2 de julio de 2013. Tenía una vivienda modesta y desde ella seguramente supo de la nueva vida del Sha, de sus matrimonios con Soraya y Farah Diba y de cómo el imán Jomeini le dio una patada en el culo de la que nunca se recuperó anímicamente. Ella había sabido mucho antes que aquella vida de oropel era un camelo y había renunciado a todo eso. Nada pudo cambiar su determinación, ni el derrocamiento de su hermano, ni las sucesivas convulsiones de su país, ni siquiera el ruido de la plaza Tahrir en los últimos años de su vejez. Sólo quería que la dejaran vivir en su querida Alejandría y la enterraran allí, al lado de su marido.

Tras esta concesión al glamour, volvamos a 1952. Ese año, el rey Faruk es depuesto por un golpe militar, que instaura la República, presidida por el General Naguib, cabeza visible del golpe. Entre los sublevados, un personaje que inicialmente se mantiene en segundo plano, como vicepresidente del Gobierno: el joven coronel Gamal Abdel Nasser. Un año después, Nasser ponía al presidente bajo arresto domiciliario y se alzaba a la jefatura del Estado. Digámoslo ya: estamos asistiendo a los primeros movimientos de uno de los estadistas de mayor talla del siglo XX, a nivel mundial. Nasser redactó una Constitución, convocó elecciones que ganó por mayoría holgada y, en 1956, nacionalizó el Canal de Suez. Con dos cojones.

La respuesta de Francia e Inglaterra fue declarar la guerra a Egipto, que fue invadido y bombardeado cruelmente, ataque al que se sumó Israel, que ya empezaba a fanfarronear ante sus vecinos hostiles. A pesar de la superioridad de los adversarios, la llamada Guerra del Sinaí no acabó con Nasser, que recibió el apoyo explícito de la Unión Soviética y se benefició de la indiferencia de los norteamericanos, interesados en dejar claro que las nuevas potencias después de la Guerra Mundial eran ellos y los rusos. Además, Eisenhower nunca se había fiado de De Gaulle. A instancia de rusos y yanquis, la ONU forzó la paz e impuso el restablecimiento de las fronteras. 

Egipto sobrevivió a la agresión y Nasser se quedó con el control del canal y sin ataduras económicas. Y se convirtió en el campeón del mundo árabe, un líder adorado en todos los países de la zona. Nasser no era un simple militar. Era una persona culta, valiente y con un especial talento para las relaciones internacionales. Ya en la guerra del Sinaí había demostrado ese instinto, que le sirvió para revertir una derrota militar en una victoria política. En adelante, se dedicará especialmente al juego de acercarse y alejarse alternativamente a USA y la URSS. El desmarque de las dos potencias de la Guerra Fría le sirvió para abrir una tercera vía, en sintonía con otros personajes similares, como Tito en Yugoslavia, o Nehru en la India. Entre los tres fundaron el Movimiento de los Países No Alineados (MPNA), una organización que aun existe, aunque ya no tiene mucho fundamento.

El MPNA se alzó como la voz de los países de lo que entonces se bautizó como el Tercer Mundo. Y Nasser era su líder. Nunca, desde los tiempos del califato de Cordoba, los árabes se habían sentido tan unidos en torno a un líder, tan importantes, tan orgullosos de su cultura y su idiosincrasia. El mundo árabe se sentía inundado por un maravilloso sentimiento de pertenencia, bajo el liderato laico de este coronel ilustrado al que recibían en todas las capitales del mundo como a uno de los grandes. A Nasser se deben otras dos creaciones exclusivas: el socialismo árabe (un marxismo subordinado a las tradiciones locales) y el panarabismo, que le llevó a crear con Siria la República Árabe Unida (RAU), una alianza a la que esperaba que pronto se unieran las demás naciones árabes, formando los Estados Unidos Árabes, fíjense que idea más extraordinaria. Pero la RAU sólo duró tres años. Los sirios se sintieron en minoría, ninguneados y despreciados, y pronto se bajaron del proyecto.

Aquí ven su rostro de hierro. A nivel interior, Nasser organizó un régimen de partido único, fuertemente controlado por el ejército, pero que funcionaba como un reloj. De hecho es el modelo que copiarán Hafed el Assad en Siria, Sadam Hussein en Irak y Gadafi en Libia (aunque a éste se le fue la olla al final). Regímenes fuertes, autoritarios, organizados militarmente, pero también laicos, socialistas, panarabistas, que durante años frenaron al islamismo radical, que ya empezaba a crecer como una hidra. Nasser era un líder muy querido por su pueblo, que apreciaba su simpatía, su carisma, su valor. Y, por cierto, Nasser reconoció el derecho de voto a las mujeres en 1954, casi veinte años antes que la civilizada Suiza (¿a que no lo sabían?). La mujer egipcia, que entonces no llevaba pañuelo, no ha vuelto a ser tan libre en un estado árabe. Jamás.

Nasser murió de un ataque al corazón en 1970. Una desgracia para Egipto y para el mundo. Tenía 52 años y estaba en plena forma. Su entierro fue una ceremonia multitudinaria que congregó a numerosos jefes de Estado de todos los continentes, en medio del dolor unánime de los egipcios. Lo que no sabían era que ya no volverían a levantar cabeza, como veremos en el tercer post de esta serie.
   

miércoles, 28 de agosto de 2013

168. La revuelta árabe I. La chispa que prendió el polvorín

De regreso a la realidad, me encuentro que la situación de los países árabes al otro lado del Mediterráneo es todavía más explosiva que antes del verano, con Siria y Egipto como puntos candentes de un problema del que no se ve solución a corto plazo. Esto no ha hecho más que empezar y tiene pinta de ir dramáticamente a peor. Se ha hablado muy poco en este Blog de este tremendo asunto que tenemos aquí al lado. ¿Recuerdan cómo empezó todo? Se lo voy a contar, a mi manera, como de costumbre.

En las Navidades de 2010, mi hermano mayor y su mujer sorprendieron al resto de la familia largándose a pasar la Nochevieja fuera de España en un viaje organizado, algo que desde hace años sueño con hacer, para evitarme el coñazo navideño del que ya despotriqué a conciencia en diversos posts a lo largo del pasado mes de diciembre. ¿Quieren saber a dónde se fueron? Se lo digo: a Túnez. Hace dos años y medio, viajar a Túnez era algo tan inocuo como ir a Escocia, circunstancia que quizá ya no se vuelva a dar nunca. En aquel tiempo, Túnez estaba en la oferta de las principales agencias de viajes, que incluían una visita al desierto, unos días en la turística isla de Yerba, y el correspondiente cotillón de fin de año. Mis hermanos regresaron en un vuelo directo Túnez-Madrid el 3 de enero de 2011, sin imaginar la que estaba a punto de liarse en el precioso país que acababan de visitar. 

Un día después, el 4 de enero, moría en el hospital de la ciudad costera de Sfax el joven Mohamed Bouazizi, de 26 años, hecho que desencadenaba la llamada “Revolución de los Jazmines” que empezó ese mismo día y se extendió a diversos países vecinos con tintes mucho más violentos (Egipto, Libia, Argelia, Siria, Bahrein, Yemen y otros lugares). Mohamed era un pacífico vendedor de fruta que tenía un puesto callejero en Sidi Bouzid, olvidada ciudad del interior tunecino. Cada noche compraba la fruta en el mercado, para instalar su tenderete por la mañana y sacar algún dinero con que dar de comer a su madre y seis hermanos. La corrupta policía local, lo tenía entre ceja y ceja porque se negaba a pagar la mordida correspondiente. Algunos días venían y le confiscaban la fruta o se la tiraban por el suelo.

El 17 de diciembre anterior, la policía había dado un paso más en su acoso, al presentarse con una funcionaria municipal, de nombre Feida, con intención de cerrarle el chiringuito, que tampoco tenía licencia de actividad. Una vez más le tiraron la fruta al suelo, pero en esta ocasión sucedió algo mucho más humillante para un varón musulmán. En los tiras y aflojas, Mohamed se encaró con la funcionaria, que respondió dándole una bofetada en la cara, delante de la gente. Mohamed, que en ocasiones anteriores se había limitado a recoger la fruta del suelo y seguir su venta, esta vez se fue indignado al Ayuntamiento y montó un escándalo. Los compañeros de Feida lo echaron a la calle, en donde estuvo gritando en vano durante mucho rato. Entonces se acercó a una gasolinera próxima, compró un bidón de gasolina, regresó a la puerta del Ayuntamiento, se lo echó por la cabeza y encendió una cerilla.

La gente consiguió salvarle la vida echándole mantas y agua, pero estaba tan abrasado que en el hospital local decidieron su traslado al mejor equipado de Sfax, más de 100 kilómetros al Este. La noticia se supo en todo el país por el boca a boca y, durante las Navidades, en todas las ciudades grandes hubo protestas incipientes, rápidamente reprimidas, que el régimen del vetusto dictador Ben Alí consideró como algaradas de cuatro desarrapados. El propio presidente acudió al hospital a visitar al desgraciado joven, cuya figura tenía el apoyo y simpatía de todos los tunecinos. 

Cuando se conoció la muerte de Bouazizi, el país entero se lanzó a la calle y se armó la revolución que todos conocimos. El presidente Ben Alí duró en su puesto exactamente diez días: el 14 de enero salió por piernas, en un vuelo con destino a Arabia Saudí. Pero la llama había prendido ya en otros países. En Egipto, los disturbios empezaron el 25 de enero. Y Mubarack dimitió el 11 de febrero, aunque no quiso irse del país. En Argelia, Bahrein y otros lugares, la revuelta fue reprimida y controlada. En Marruecos, Jordania y las monarquías del Golfo Pérsico, apenas llegó a brotar. Pero, tanto en Libia como en Siria la situación degeneró en sendas y cruentas guerras civiles, la segunda de ellas aun sin cerrar y de triste actualidad, más de dos años después.

Para que un suceso como este, un hecho aislado en suma, genere tan formidable movimiento geopolítico, tiene que haber otras causas. Tiene que haber un vaso lleno hasta los bordes, para que una sola gota lo haga desbordarse. Un vaso de humillación, malestar, abusos continuados, corrupción, satrapía, polarización social y descontento vital insoportable. Los países árabes llevan mucho tiempo incubando esa desazón. Hace poco ha circulado por Internet un correo con fotos comparativas de las Universidades árabes, en los años cincuenta y ahora. En las primeras, los estudiantes, de ambos sexos, no son muy diferentes de los de cualquier centro universitario occidental de la época. En las actuales, la diferencia es evidente: por todas partes hay mujeres con la cabeza cubierta con pañuelos. Un detalle, pero significativo.

El universo musulmán perdió el tren del progreso en esos años. No hablo de progreso económico, sino social. Mientras occidente dejaba atrás la religión y se volvía laico, en el mundo musulmán, los oulemas acrecentaban su influencia sobre el pueblo. Su mensaje llegaba a la gente sencilla, especialmente en el medio rural. Tenían que estar contentos, les decían, porque ellos eran los que estaban en lo cierto, y su Dios era el verdadero y no el de ese occidente corrupto y malvado, que no tardaría en caer. El ciudadano de occidente no es feliz, les decían, porque se pasa la vida corriendo para ganar más y más dinero. Nosotros vivimos mejor, de forma sencilla, de acuerdo con nuestras tradiciones.

Entre el pueblo llano de estos países, la religión es algo que se lleva con naturalidad. La gente cumple de buen gusto los mandatos que les imponen, el ayuno del Ramadán, la peregrinación a La Meca una vez en la vida, la oración varias veces al día poniendo la frente en el suelo. Para ellos es algo tan cotidiano como tomarse un té. Y esa es su tradición secular que nadie tiene por qué forzarles a abandonar. La influencia de personajes como el Sha de Persia, con su vida de lujo, escandalizan a las buenas gentes y preparan el terreno al fundamentalismo.

Y, mientras tanto, las élites políticas se asientan en el poder, se apoderan de los recursos económicos y no reparten las ganancias que obtienen, por ejemplo, del petróleo. En lugares como Arabia Saudí, los Emiratos o Kuwait, esos beneficios son tan grandes que todo el mundo vive bien, e incluso los trabajos más duros se dejan para los emigrantes asiáticos. Pero en el norte de África y Oriente Medio hay mucha gente que no saldrá nunca de la pobreza. Y ahora tienen Internet y parabólicas con las que devoran la información de los canales occidentales y ven sus películas. Y comprueban que en el otro lado del mundo se vive mejor. Que los occidentales no tienen cuernos y rabo. Que en el mundo desarrollado se abren paso ideales de integración social, de cuidado del medio ambiente, de cultura y mejora de la calidad de vida. Que les han estafado, en suma.

También observan que en esos países hay una clase media culta, que vive aceptablemente. Mientras que, en su tierra, la gente que podría desempeñar papeles similares, emigra porque ya no aguanta más. Y, en vacaciones, vuelven con sus coches cargados con regalos para toda la familia. Y les cuentan la verdad. Que en sus países de acogida hay racismo, hay intolerancia, pero con eso y todo, se puede vivir mejor que en el depauperado desierto, las condiciones laborales son mejores y nadie les obliga a abjurar de su fe religiosa.

Y las buenas gentes de estos lugares, que no son extremistas, ni son de Al Qaeda, sino que su único anhelo es vivir mejor y poder dar a sus hijos una educación adecuada y dejarles un mundo más amable, ven que su situación no mejora, que no se libran de sus tiranos domésticos que, encima, les mandan a la policía a que les machaquen impunemente, porque tampoco hay tribunales justos en los que se puedan denunciar esos abusos. Y eso, un día y otro y otro más, durante años, solivianta al más prudente. De pronto aparece un chaval que no aguanta más, que toma la tremenda decisión de Bouazizi, y la gente se identifica con él. Porque saben que ese chico es uno de ellos y se reconocen en su rabia, en su desesperación. Y entonces identifican al enemigo real y van a por él con la determinación del que está seguro de tener razón.

Dos años y medio después, Túnez está fatal, Libia arrasada, y lo peor está sucediendo en Siria y Egipto. Ya hablé de Siria en el post #71. Me queda Egipto. La cuna de Nagib Mahfuz, uno de mis escritores preferidos. El país más importante de la zona. Por extensión, por población, por PIB, por historia y cultura, por valor estratégico, por la importancia que su ejemplo puede tener en todo el entorno. La situación egipcia es compleja. No se pierdan la siguiente entrada.

martes, 27 de agosto de 2013

167. Sobre la candidatura olímpica

A poco más de diez días de que se sepa cuál va a ser la sede de los Juegos Olímpicos de 2020, las cábalas se disparan. La candidatura de Madrid la forma un grupo de gente convencida de que vamos a ganar, aunque no se sabe a ciencia cierta cuál es el fundamento de ese convencimiento a prueba de bomba. Sí parece claro que Estambul no se va a comer un colín, no está el mundo árabe para tonterías. Sin embargo, los japoneses ofrecen una candidatura sólida y trabajada, garantizan educación, sentido cívico, organización y seriedad y parecen estar tan convencidos de ganar como nosotros. Así que la cosa, creo yo, está entre Tokio y Madrid.

¿Y cuál es mi opinión al respecto? ¡Hombre! Pues a mí me gustaría que ganáramos nosotros, qué quieren que les diga. Ya sé que entre el estrato de gente en que me toca desenvolverme, y de donde, supongo, proviene la mayoría de mis lectores, existe una corriente en contra de la Olimpiada, basada en la preclara teoría de que, con la que está cayendo, deberíamos de gastarnos el dinero en educación, sanidad e investigación y que, si finalmente nos toca organizar la gran cita, sólo servirá para que se forren unos cuantos Bárcenas, Florentinos, etc. En fin, que si esos son los razonamientos, no merecería la pena ni perder el tiempo de escribir un post para rebatirlos. Para mí, esa línea de pensamiento es simple demagogia.

Desde luego que, si se lo lleva Tokio, no me voy a llevar un disgusto mayor que cuando el Deportivo bajó a Segunda. Además ya saben lo bien que me caen los japoneses. Pero mi sentimiento es a favor de Madrid, y los sentimientos no se explican, se tienen. Eso no quiere decir que no hagamos por informarnos al respecto. Con ese objetivo escribo estas líneas. No espero que nadie cambie de opinión. Lo de los contrarios es también un sentimiento, presumo que menos informado que el mío, pero allá ellos, respeto su opinión, por supuesto.

Cualquiera que se haya preocupado de informarse un poco sobre el COI, el comité encargado de seleccionar a la ciudad organizadora de los juegos, sabrá que se trata del segundo organismo más corrupto y menos democrático de los que se mueven a nivel mundial. Un foro en el que se resuelve todo por mamoneos, tipos que sospechosamente se equivocan al darle al dedo y votan lo contrario de lo que prometieron, delegados africanos y de otros lugares, que viven del cuento y probablemente consiguen además dinero para sus familias, matrículas en Universidades punteras para sus hijos, o pingües beneficios para sus empresas. Todo lo que se imaginen se quedará corto. Sólo les falta votar en papeletas y quemarlas después produciendo humo blanco, para igualarse con los que ostentan el primer lugar del ranking.

Eso es cierto, como también lo es que algunas ciudades que han organizado Olimpiadas en tiempos recientes, han sufrido consecuencias económicas desastrosas. Se dice que Montreal (1976) todavía está pagando las deudas de su Olimpiada. Cuesta creerlo, después de visitar esta ciudad magnífica, con sus centros comerciales subterráneos donde la gente se protege del frío. A mí no me dio una impresión como la que se ve en las recientes fotos de Detroit, pero se dice que fue un fracaso como negocio. Tampoco Atenas (2004) se benefició mucho de su organización, que sólo le sirvió para despilfarrar aun más y agudizar la crisis monstruosa que venía. Pekín es otro ejemplo negativo, con sus construcciones mastodónticas abandonadas.

Pero, en el otro lado, podríamos citar a Barcelona (1992), una ciudad que aprovechó la ocasión para dar el salto definitivo, o Sidney (2000) que demostró que un sarao de este calibre puede montarse bajo los parámetros de la sostenibilidad medioambiental. La propia Londres acaba de organizar unos Juegos prácticamente perfectos. Conviene recordar cuál es la historia de esta fiesta planetaria que se celebra cada cuatro años. En realidad, deberíamos hablar de Juegos Olímpicos “Modernos”. Porque los Juegos Olímpicos a secas, son los que se celebraban en Grecia en la antigüedad. 

La primera referencia escrita sobre unos Juegos Olímpicos corresponde al año 776 antes de Cristo, aunque probablemente se venían celebrando desde algo antes. Y los Juegos sobrevivieron hasta que fueron prohibidos en el 393 después de Cristo, por el emperador romano Teodosio, que los consideró una festividad pagana (un beato dando el coñazo, como siempre). Es decir, que los Juegos Olímpicos sensu stricto, se celebraron ininterrumpidamente cada cuatro años durante casi 12 siglos. Estos Juegos tenían lugar en la ciudad de Olimpia, de la que quedan mínimas ruinas que pueden visitarse, aunque no tienen demasiado interés.

La competición principal era el Pentatlón, compuesto por carrera, saltos, disco, jabalina y lucha. Había también otras modalidades de lucha, carreras de carros como la de Ben Hur y competiciones de todo tipo. En la antigua Grecia, el ideal del hombre libre, base de la democracia, se conseguía potenciando el deporte desde la niñez, junto a la música, la danza, la lectura, la escritura y la aritmética. A los 12 años los niños ingresaban en la palestra, a los 16 en el gimnasio y a los 20 recibían sus armas y ya podían participar en los Juegos. Unos Juegos que tenían lugar en julio y agosto, frente al altar de Zeus, en Olimpia.

Durante su celebración, acudían a la ciudad deportistas de todo el mundo civilizado (localizado en torno al Mediterráneo). Las guerras se interrumpían y todos los países respetaban la llamada “tregua olímpica” que no sólo afectaba al propio desarrollo de los Juegos, sino también a los viajes de los que en ellos participaban. Los Juegos eran también ocasión para cerrar tratos comerciales, negocios y hasta tratados de paz. Los vencedores de las distintas modalidades recibían una corona de hojas de olivo y regresaban a su tierra como héroes. Era tradición abrir una puerta nueva en la muralla de la ciudad para que el héroe entrase por ella.

Después de 15 siglos de interrupción, los desvelos de un puñado de entusiastas, encabezados por el barón Pierre de Coubertin, consiguieron recuperar esta tradición. Los primeros Juegos modernos se celebraron en Atenas, en 1896. Es decir, que llevamos poco más de un siglo con esta historia, frente a los 12 de la antigüedad. Los primeros Juegos de esta era fueron maravillosos y sólo se interrumpieron por las dos guerras mundiales. Después, la cosa se tergiversó por la aparición de fenómenos como el profesionalismo, los beneficios financieros, el avance de los medios audiovisuales o la conversión del deporte de élite en espectáculo de masas, en el contexto de la sociedad de la información. Todo ello ha desvirtuado el espíritu Coubertin.

Sin embargo, el carácter rotatorio de la sede aporta un elemento nuevo. Las ciudades sede afrontan una apuesta que a veces sale bien (Barcelona, Sidney, Londres) y a veces mal. Y subsiste el carácter festivo y efímero de un acontecimiento de tres semanas de duración, que concentra una cantidad ingente de esfuerzo, de recursos económicos y creativos, de imágenes inolvidables, de emociones intensas y momentos estelares que permanecen mucho tiempo en la memoria de las gentes. Cómo no estar a favor de un evento como este.

Si los Juegos fueran a celebrarse el año que viene, entendería que no resultaran oportunos. Pero ¿en 2020? ¿Alguien sabe cómo vamos a estar ese año? Lo normal es que hayamos salido ya de la crisis. ¿Podrían soportar los madrileños de 2020 que los Juegos se celebrasen en otra ciudad, porque siete años antes sus hermanos mayores no pusieron todo su empeño en conseguir la candidatura, cegados por una crisis que se entendía como definitiva?

Por favor. Uno ya tiene los cojones negros de cien batallas. Uno ha crecido en un mundo en el que había que fumar si no querías que te tacharan de rarito. Y donde el aceite de oliva era malo y había que usar girasol. Por no hablar del pescado azul. Y ahora hay que tomar aceite de oliva y pescado azul y no fumar. ¿Quién sabe cómo va a ser el mundo en 2020? Si nos dieran la Olimpiada sería una inyección de optimismo y seguro que algo ayudaría en la salida de la crisis. Un  poquito de visión de futuro.

Ya sé que hay muchos chorizos por aquí, que intentarán hacer el negocio de su vida. Pues controlémoslos. A pesar de los Bárcenas, España sobrevive. Les recomiendo que lean el artículo de ayer de Manuel Toharia. A este país lo va sosteniendo lo que se llama la sociedad civil, que va por delante de nuestros dirigentes. Como en los últimos tiempos de Franco. Los que no están a la altura son los políticos, que son una minoría. Ellos son los corruptos y hay que vigilarlos. Así que, ahora, vayamos a por la Olimpiada. Y después, transparencia y trabajo. Aquí el artículo que les digo. Que duerman bien.

viernes, 23 de agosto de 2013

166. Otra vez lo mismo

Otra vez inmerso en la realidad cotidiana, amarrado al duro banco de la mediocridad laboral,  mientras me soplan al oído que no me queje, que los hay que están mucho peor. Desde luego que los hay y a cientos, pero me insultan los que tal me dicen. Me faltan al respeto. Me consideran tan tonto como para que me consuele el mal de muchos. 

El calor amaga con irse retirando poco a poco, pero todavía abochorna y sofoca a los esforzados capitalinos que vamos pasando la canícula como podemos, algunos como yo incluso corriendo por el Retiro. Éstos también son multitud, tal vez porque todos corremos a la misma hora: desde que el sol se esconde hasta que ya está tan oscuro que corre uno el riesgo de tropezarse. A media latitud como estamos, es un período relativamente corto; en cuanto te retrasas un poco en salir, te atrapa la noche en la última parte del recorrido, aunque la luna llena de estos días ayuda a evitar el tropezón. 

En latitudes más altas, los atardeceres se alargan perezosamente y es una delicia ver como el sol se va acostando sin prisa, se va dejando caer, oculto entre los grandes edificios, porque ya les he dicho que mi hábitat natural son las ciudades. Esos anocheceres interminables se aprecian ya en lugares como París, mucho más en Rotterdam, Estocolmo o Helsinki. En mi reciente estancia de unos días en Edimburgo, me alojé en un hotel de la zona de Portobello, frente al llamado Firth of Forth, es decir, el estuario del río Forth. En este enlace encontrarán algunas de las panorámicas que podían verse casi de noche, desde la ventana de mi cuarto.

En cambio, cuando uno se acerca al ecuador, el fenómeno es justo el contrario, anochece en unos segundos. El lugar más cercano al ecuador que he visitado ha sido Sri Lanka. Allí, en Colombo, después de un día de trabajo, con la ropa empapada por el sudor, nos íbamos al hotel, para ponernos una camiseta limpia y salir a dar una vuelta por los barrios centrales salpicados de checkpoints del ejército. Llegábamos al hotel a plena luz del día, nos lavábamos brevemente las manos, renovábamos el spray anti mosquitos y poco más. Apenas cinco minutos. Bueno, pues al bajar otra vez a la calle, era noche cerrada.

Volviendo al Retiro, el margen desde que el sol se empieza a ocultar hasta que ya no hay luz suficiente es, en esta época del año, más o menos de una hora. Perfecto para mi nivel actual de entrenamiento. El único problema es que hay multitudes de corredores. Pero es lo que pasa en esta ciudad en cualquier actividad que sea gratis. Para la historia quedaron aquellos meses de agosto en que Madrid se convertía en una ciudad fantasma. Ahora  se va mucha menos gente. Algunos ejemplos. En el Museo Reina Sofía hay una exposición antológica de Dalí que lleva abierta desde abril. Durante todo el día es de pago, hasta las siete. Luego es gratis, de siete a nueve. Bueno, pues ayer fui a sacar mi coche del parking de residentes que hay delante del museo, en torno a las siete menos cuarto. La cola de visitantes que esperaban la apertura del turno gratuito, daba dos vueltas sobre sí misma alrededor de la plaza. Seguramente había gente que llevaba más de una hora a la solana inmisericorde de la tarde.

Hice un par de gestiones que tenía que hacer y decidí acercarme al Ikea de Vallecas, para comprar unas perchas para el baño que me hacían falta hace tiempo, pero no encontraba el momento de ir a por ellas. Pues el Ikea también estaba abarrotado. Familias enteras con niños pequeños y no tanto, con cuñados, amigos y los abuelos reglamentarios. Todos circulaban por la tienda sin prisa, probando los sillones, mirando las telas, cotilleando lo que allí se vende, aunque me temo que sin comprar demasiado. Este es un lugar con parking gratuito, en donde se puede pasar la tarde entera en un ambiente fresquito que, con la que está cayendo, es cosa de valorar. Las macrotiendas de este tipo se han convertido en el sustitutivo del antiguo paseo del pueblo, en el que las familias circulaban arriba y abajo, y las parejas paseaban cogidas del brazo saludando a los conocidos.

Los agostos de antes en Madrid me encantaban. Cierto que la mayor parte de las tiendas estaban cerradas, que había problemas para encontrar una panadería o un kiosco de prensa abiertos (entonces todavía compraba el periódico cada día). Pero uno iba al teatro o a ver una exposición y estaba solo. Ahora, uno tiene la sensación de que la gente no se ha ido a la playa. Hay mucho tráfico, las tiendas están abiertas todo el día y el personal pulula por todos los sitios a pesar del calor (al que le quedan dos días). Pero acabo de llegar de Escocia y allí también había zonas abarrotadas de gente con fuerte presencia de españoles, como ya he contado.

Un amigo uruguayo, que acaba de regresar de pasar las vacaciones en su tierra, me dice que lo que más le gusta de Uruguay es que puede coger un coche, irse a una playa o una zona rural del interior y estar solo, sin una sola persona en kilómetros a la redonda. Que en Europa eso es imposible. Sin embargo, les pongo aquí el enlace con un artículo muy interesante de José Ignacio Torreblanca en El País, en el que dice que uno de nuestros principales problemas estructurales deriva del hecho de que la Unión Europea se creó en un momento en que en Europa vivía el 20% de la población mundial, porcentaje que ahora es del 7%. Se nos están comiendo los chinos y otros. Y sin embargo, uno va a cualquier sitio y tiene la sensación de que todo está lleno de gente.

Paradojas del mundo este tan raro que nos toca vivir. Este blog se abrió hace ya casi un año. En aquellos entonces, estábamos todos acojonados con la subida de la prima de riesgo, que estaba en 600 y pico. Si bucean en mis primeros posts recobrarán ese ambiente de miedo. El señor Draghi y otros, nos intentaban convencer de que eso era malísimo, que ese nivel disparatado de la prima preludiaba una catástrofe económica sin precedentes para nuestro país. Y ahora está la cosa en torno a los 250 puntos. O sea que estamos de puta madre.

El problema es que uno sale a la calle y no ve más que parados, negocios que cierran, empresas que cesan sus actividad (hace unos días Marca TV), chavales que se tienen que ir al extranjero y todo los demás. O sea que estamos bastante mal, aunque la prima de riesgo esté tan baja. Y digo yo. Si la prima dice que estamos muy bien y es falso, ¿no sería igualmente falso el gran peligro con el que nos asustaban hace un año? Hoy hemos sabido que nuestras exportaciones han crecido a cifras nunca vistas, un dato que también es buenísimo. Como nuestros costes laborales se han reducido mucho, resulta que ahora conseguimos una oferta mucho más barata a la hora de colocar nuestros productos en el exterior.

El equipo de Rajoy parece estar enderezando una serie de indicadores, al parecer muy importantes a medio y largo plazo. Pero, al fin y al cabo, unos números. ¿Merecía la pena llegar a seis millones de parados, a cambio de mejorar esos indicadores? ¿Acaso era ése el único camino que nos dejaba nuestro anterior despilfarro colectivo? Si es así, ¿por qué no nos lo ha explicado El de la Barba? ¿Tan inútiles nos considera que cree que es suficiente que nos diga que está haciendo lo que hay que hacer y que la culpa de todo la tiene Zapatero? ¿O es que, tal vez, si nos contara la verdad se le caería la barba de vergüenza?

Nuevos tiempos, nuevo curso que empieza, pero los mismos interrogantes. Que duerman bien.

martes, 20 de agosto de 2013

165. Glasgow y el legado de McKintosh

Cierro aquí mi ciclo de textos sobre Escocia, y no puedo hacerlo sin rendir mi homenaje a una ciudad que me ha encantado, y a un arquitecto y artista extraordinario. Lo primero no les sorprenderá. Mi pasión por las ciudades ha quedado clara a lo largo de todo este blog que se encamina a su primer aniversario. Soy un animal urbano. En cuanto entro en una ciudad grande, me encuentro en mi salsa, me siento como en casa. Sé cómo orientarme, aunque sea la primera vez que la visito, sé cómo organizarme y mis pasos me llevan solos a los lugares de interés. Esas fueron mis sensaciones al llegar a Glasgow, fin de mi viaje por Escocia.

Lo segundo es más raro, porque, igual que no quiero que este sea un blog político, tampoco quiero que se convierta en ningún otro tipo de foro monográfico. Los arquitectos tendemos a pensar que lo que a nosotros nos apasiona le interesa a todo el mundo y no es así. Eso nos hace sentirnos como en una burbuja, en parte superiores al pueblo llano, y en parte incomprendidos por ese mismo pueblo llano al que miramos desde arriba. Sin embargo, creo que la obra de Charles Rennie McKintosh trasciende de ese ámbito gremial y se convierte en algo que puede maravillar a cualquiera. Como la de Gaudí y otros. Sólo que, como me dijo un compañero que me advirtió antes del viaje, Gaudí es un elemento más exuberante, con un punto a veces casi fallero, con perdón, y Mckintosh es, por así decirlo, más fino.

Vamos por partes. Glasgow es una ciudad industrial que alcanzó su esplendor a finales del XIX, a partir de una industria manufacturera que exportaba sus productos a todo el mundo. Centro neurálgico de la actividad comercial de Escocia, alcanzó en los años 30 una población de más de dos millones, más o menos la misma que vive ahora en su área metropolitana, que concentra el 40% de la población escocesa y constituye la segunda concentración urbana de Gran Bretaña, después del Great London. Con estas características, se imaginan que se trata de una urbe cosmopolita y bulliciosa, de las que a mí me gustan.

Su auge comenzó a mediados del XIX cuando el río Clyde, que la atraviesa, se hizo navegable y abrió la ruta del nuevo mundo. Glasgow exportaba productos manufacturados a los países americanos y cobraba en tabaco, azúcar o cacao, productos que luego revendía a toda Europa. Algo similar a lo que les contaba de Nantes  (posts #17 al #21), pero a lo grande y sin el componente esclavista. Además construyó un astillero del que salieron los principales barcos británicos de la época, como el Queen Mary o el Queen Elisabeth. Los magnates del tabaco fueron los que primero acumularon grandes fortunas y tuvieron el ojo de reinvertir en la ciudad (en vez de llevárselo a Suiza). De entonces son los grandes edificios victorianos, que luego se exportarían a Nueva York y otras plazas.

Para quien no lo sepa, el adjetivo “victoriano” no designa tanto un estilo arquitectónico, como una época, la de la reina Victoria. Para que vean de que les hablo, les pongo el link a una serie de fotos de las más de 600 que he tomado en este viaje (es otro de mis vicios). Si conocen ciertas zonas de Nueva York, como el SoHo, tal vez reconozcan el parecido.

Glasgow es un lugar lleno de buenas tabernas, restaurantes, museos, hoteles, bibliotecas y monumentos que visitar, en donde tradicionalmente se ha hecho muy buena arquitectura, y en la actualidad se sigue haciendo. No he incluido las fotos de los nuevos edificios. Hay enormes centros comerciales y vías urbanas peatonales flanqueadas de tiendas de las mejores marcas. Por allí circulan las multitudes de ciudadanos atareados en dirección a la Central Station, en donde cogerán el tren que les llevará a su residencia, fuera del centro. Hay también una única línea de Metro, circular, muy popular y con vagones modernos de color naranja.

En cuanto a McKintosh, es un auténtico artista global, que pintaba, diseñaba muebles y objetos y proyectaba edificios enteros, hasta las cortinas. Nacido en 1868, se interesó desde siempre por la jardinería y estudió Bellas Artes mientras trabajaba de aprendiz en un estudio de arquitectura. Esta era su ocupación cuando, con 26 años, ganó el concurso del proyecto y obra de la nueva Escuela de Bellas Artes, de la que había sido alumno, que debía abandonar su vieja sede. Este fue el primer proyecto que le encargaron y el último que se acabó de construir. 

Con el renombre alcanzado, se estableció por su cuenta, con su mujer y también gran diseñadora Margaret McDonald, además de la hermana de ésta y su marido, en lo que se dio en llamar el Grupo de los Cuatro. Este equipo es uno de los más destacados del movimiento Arts &Crafts y su influencia es clara en otros como el Art Deco o el Art Nouveau. Arquitectos de nombre como Franck Lloyd Wright beben directamente de Mckintosh a la hora de diseñar, por ejemplo, sus muebles. Los Cuatro construyeron casi toda su obra en Glasgow, sobre todo salones de té en los que diseñaban todos los elementos de la decoración.

McKintosh no recibió ningún encargo más después de 1913, vaya usted a saber por qué motivo. En 1915 se fue a Londres con su mujer en donde, a partir de entonces, se dedicó al diseño editorial y las ilustraciones. En 1923 cumplió uno de sus sueños: el de ser un pintor francés. Se trasladó con su mujer a Port-Vendres y se dedicó durante cuatro años a pintar unas acuarelas magníficas. Luego volvió a Londres en donde murió al poco tiempo, a los sesenta años, casi arruinado. Mientras tanto, en Glasgow, algunos salones de té por él diseñados eran demolidos y sus muebles (que ahora valdrían millones) tirados a los vertederos. En el siguiente link tienen un catálogo on line en donde pueden admirar toda su obra gráfica. http://www.huntsearch.gla.ac.uk/mackintosh/ Pero aun falta lo más extraordinario.

En 1987, casi sesenta años después de su muerte, un ingeniero entusiasta de Glasgow, se propuso construir un proyecto de McKintosh que nunca se había llegado a edificar. Resulta que en 1901, se organizó en Alemania un concurso internacional para el diseño de “La casa perfecta”. McKintosh realizó aquí su diseño más extraordinario, en estrecha colaboración con Margaret, con la que estaba recién casado. El jurado no les dio el premio porque no habían presentado el número de planos que exigían las bases y ya saben cómo son los alemanes de cabezotas. Pero en su fallo, en el que declaraban el premio desierto, reconocieron que la propuesta de McKintosh era la mejor, a años luz de las demás. Luego, el proyecto cayó en el olvido.

Nuestro ingeniero entusiasta consiguió convencer a diversas instancias administrativas y culturales de Glasgow para que financiaran y promovieran la construcción de este proyecto, llamado por sus autores The house of an art lover. Hubieron de rescatar técnicas de carpintería, cerrajería y soplado de vidrios, abandonadas hacía mucho, para lograr una reproducción lo más fiel posible de los dibujos de la pareja. La casa de un amante del arte existe hoy, en un parquecito en las afueras de Glasgow y se puede visitar. Yo lo hice y confieso que es una de las cosas más bonitas que he visto en mi vida. Abajo tienen el link a mi reportaje. ¡Es un proyecto de 1901!

Para terminar, una frase del maestro. Un periodista le pregunta, en relación con sus proyectos, hasta dónde llega la mano de Margaret y hasta dónde la suya propia. Su respuesta: “Ella es la parte genial. Ella tiene el genio. Yo aporto el talento”. ¡Ahí queda eso! Piénsenlo. Que duerman bien, a pesar del calor.

lunes, 19 de agosto de 2013

164. El Batallón de San Patricio

El colofón a mi viaje escocés fue una estancia de unos días en Glasgow, una ciudad espléndida que ha sido una verdadera sorpresa para mí. Además, es un lugar no agobiado por el turismo masivo, porque no está en los circuitos de los tour operators, por lo que se puede disfrutar de su vida urbana cotidiana sin especiales agobios. Aquí no hay Festival Internacional de Teatro, ni Fringe, pero también organizan otros saraos más modestos. Por ejemplo, el Glasgow International Piping Festival, que reúne a las principales bandas de gaiteros con falda que hay por todo el mundo, no sólo en Escocia.

La gaita (bagpipe) no es un instrumento exclusivo de Escocia, se toca también en Irlanda, Bretaña, Galicia y Asturias, entre otros lugares de ascendencia celta. La falda (kilt), en cambio, sí que se identifica comúnmente con Escocia, aunque sólo tiene este valor simbólico desde hace unos 200 años. Parece que el kilt es una derivación de una pieza tradicional escocesa que era de cuerpo entero, como un sari indio, y se sujetaba con un broche en los hombros. Pero tras la unificación con Inglaterra, algunos empresarios ingleses forzaron una regulación indumentaria de sus obreros y exigieron a los de origen escocés que eliminaran la parte de arriba, lo que produjo la falda actual.

Pensarán ustedes como yo: si se trataba de imponer una especie de uniforme de trabajo para todos los obreros, ¿por qué no suprimieron la parte de abajo, que era la más rara, y no la de arriba? La única respuesta que se me ocurre es la del conocido chiste gallego: “si morro en Caneliñas de’nriba, que me entierren en Caneliñas de’nbaixo, y si morro en Caneliñas de’nbaixo que me entierren en Caneliñas de’nriba”. Es decir: “pra foder”. Posteriormente, los ingleses prohibieron el kilt en 1746 y consiguieron que los escoceses, que sólo lo usaban de forma esporádica hasta entonces, lo convirtieran en símbolo nacional. Si usted quiere que algún rasgo cultural o lingüístico se convierta en seña de identidad, nada mejor que prohibirlo. 

Los bravos batallones escoceses integrados en las fuerzas británicas, combatieron con falda hasta hace bastante poco, concretamente hasta la Primera Guerra Mundial, en la que el uniforme de los soldados incluía un kilt de tela basta de color marrón. Deben ustedes saber que, según la tradición, debajo del kilt no hay nada. Quiero decir, nada de tela. De lo que se imaginan sí que hay, como evidencia un reciente anuncio de whisky que recrea el inicio de un partido de rugby contra Nueva Zelanda. Aquí lo tienen. 


Deben saber también que el kilt incluye un bolsillito delantero, en el que ahora llevan el móvil y otros adminículos imprescindibles de la vida moderna. Pero, antiguamente, allí se cargaban piedrecitas calentadas al horno, para evitar la congelación de las partes nobles. Ya les he dicho que por estas tierras hace mucho frío.

Volviendo al Piping Festival de Glasgow, cada mañana había conciertos gratuitos en la plazuela al final de la Buchanan Street, frente a la entrada del centro comercial St. Enoch. El lunes 12 de agosto tuvimos la oportunidad de escuchar a una banda escocesa, la Cowal Pipe Band, y a otra canadiense, los 78th Highlanders de Halifax. Estos últimos venían desde su tierra con sus faldas y no se diferenciaban demasiado de los anteriores.
Como el sonido de la gaita es monótono y ya teníamos bastante con dos actuaciones, nos retiramos. Entonces pudimos observar a los del tercer grupo que tocaba ese día, esperando a que llegara su turno. Me llamó la atención el aspecto de algunos de ellos, bastante alejado del estereotipo del macho escocés. Vean acá el aspecto del gaitero jefe. ¿Imaginan de dónde era?

Pues sí. Han acertado. Se trata de la banda de gaitas Batallón de San Patricio, de México-DF. Como pueden ver en este vídeo, cada primer domingo de mes, los componentes de esta banda se dan cita en la explanada de Churubusco, en el barrio capitalino de Coyoacán, para hacer sonar su música. Pero, ¿saben ustedes por qué en un lugar tan alejado de las islas británicas existe una banda de estas características, dedicada a interpretar una música tan alejada de su idiosincrasia? Abajo se lo explico.



Para ello hay que remontarse a la guerra de Texas, mediados del siglo XIX. Texas era un territorio cuya propiedad ambicionaban los Estados Unidos, ya desde el final de la dominación española. Tras la independencia de México, en tiempos de la presidencia dictatorial del General Santa Anna, una parte de Texas se rebela contra su poder y se independiza, con ayuda de soldados yanquis. Y en 1845, el estado independiente de Texas decide unirse a los Estados Unidos. Eso desencadena la ira de México que empieza a hostigar a las tropas texanas. Tras diversas escaramuzas, el Congreso de los Estados Unidos declara la guerra a México el 13 de mayo de 1846. Una guerra que terminará cuando los mexicanos firman la rendición el 2 de febrero de 1848, tras perder más de 20.000 hombres y un tercio de su territorio anterior, incluyendo la Alta California, Nuevo México y la totalidad de Texas hasta el Río Grande.

Pero al comienzo de la guerra, las cosas no estaban tan claras, y los yanquis pidieron formalmente ayuda a sus amigos británicos. Los ingleses les ayudaron, como suele decirse, con la boca pequeña. Mandaron a la guerra a un batallón de irlandeses, en parte como castigo por las sospechas de que ya se preparaban para rebelarse contra el Reino Unido, algo que sucedería no mucho después, desembocando en la creación en 1921 del estado independiente de Éire. Este batallón de irlandeses, llamado de San Patricio en honor a su patrón, llegaron al frente de guerra después de un penoso viaje y se encontraron en los desiertos texanos, con sus uniformes invernales, su armamento y sus gaitas. Y enseguida identificaron el expolio a que los yanquis sometían al pueblo mexicano, con lo que sucedía en su querida y lejana tierra de Irlanda. Influyó también el componente religioso: los irlandeses eran católicos, como los mexicanos, y los yanquis protestantes, como los odiados ingleses.

Casi recién llegado al escenario de la guerra, el Batallón San Patricio cambió de bando y paso a luchar codo con codo con las tropas mexicanas. A los irlandeses se les unieron colonos alemanes y de otros orígenes, así como desertores yanquis, como John O’Reilly, que se convirtió en su comandante. El batallón se batió heroicamente hasta que fue derrotado en la batalla de Churubusco. Los irlandeses que sobrevivieron fueron ahorcados por los yanquis, que no les concedieron ni siquiera el honor de ser fusilados como enemigos. A O’Reilly y otros miembros yanquis, sin embargo, se les perdonó la vida, pero fueron azotados y marcados a fuego con la letra D de desertores.

En la historia oficial, escrita por los yanquis, se ha llegado a decir que este batallón no existió, que es una leyenda. Pero su memoria pervive, tanto en Irlanda como en México. En 2010, el veterano grupo de folk irlandés The Chieftains, hizo una gira por México para grabar un disco, llamado precisamente San Patricio, en el que buscaron colaboraciones de los principales músicos mexicanos, como Los Tigres del Norte, Lila Dawns o Chabela Vargas, y otros americanos, como Linda Rondstand o Ry Cooder. Es un disco que les recomiendo vivamente. Les dejo un ejemplo muy emotivo. Es una vieja letra que interpretan con Los Camperos de Valles. Abajo les transcribo la letra de las estrofas, porque se entiende a medias. Y atención al violinista de los Chieftains que se emociona con su instrumento, jaleado por los mexicanos, y consigue un solo extraordinario.



A Irlanda digo a mi juicio/para que sepan paisanos/mil gracias por el servicio/de pelear con alma y manos/al grupo de San Patricio/ya son héroes mexicanos.
Hay recuerdos bien sabidos/que por desertores fue/y por Estados Unidos los ahorcaron, les diré/y a los que quedaron vivos/los marcaron con la D.
Porque la verdad así es/por esa valiente acción/México con honradez/y de todo corazón/con el país irlandés/tiene buena relación.”