miércoles, 30 de septiembre de 2015

433. Más tonto que Emilio: un punto y aparte

Sí, señor. Esto es un punto y aparte, porque ya no tengo tiempo de escribir en el blog al ritmo que he llevado hasta hoy. Mira que me hacía ilusión esto de escribir 12 posts al mes durante 12 meses. Hubiera sido un hito digno de entrar en el Libro Guiness de los Records: el blog dodecapóstico al cuadrado. Pero es que ya no puedo más. Hace no sé cuánto tiempo, el amigo Alfred dedujo de mis comentarios que yo cultivaba mi blog en horas de trabajo, algo que le rebatí encarnizadamente, porque algunos compañeros del curre me habían advertido muy seriamente: a ver qué vas a decir en tu blog, que los funcionarios ya estamos suficientemente desprestigiados como para que ahora vengas tú a tocarnos aun más los cojones.

El amigo Alfred estaba en lo cierto. Yo escribía mis textos en el trabajo y ya no me importa reconocerlo. Al comienzo de este infausto período, que he dado en llamar El Trienio Negro, me vi defenestrado, después de siete años de desempeñar sucesivos cargos directivos. Nadie me dio una explicación y sigo convencido de que no lo había hecho tan mal. Pero, de pronto, me vi humillado y aherrojado a unas tinieblas laborales, en las que no tenía prácticamente nada que hacer, y sin embargo estaba obligado a acudir cada día a pasar siete horas y media encerrado en una oficina, en la que una carcelera nazi vigilaba que cumpliera el horario al segundo. Todo eso se vio agravado con el destierro a que nos condenaron colectivamente, tras el desahucio de nuestra sede histórica. El blog fue mi remedio para no volverme loco. El blog y el recurso de seguir con una parte de mis actividades de relaciones internacionales y venta de la denostada Marca Madrid all over the world. Esto segundo vino rodado. Algunas personas a las que había recibido en mis años de gloria querían expresamente que los atendiera otra vez yo; no querían ver a ningún otro.

En esa progresiva adaptación a unas circunstancias difíciles y nuevas para mí, fui rompiendo algunas barreras: participar en congresos en el extranjero utilizando mis días de vacaciones, pagarme yo los billetes de tren y avión. Descubrí que el placer del que disfrutaba, por ejemplo, alojándome en un Colegio Mayor cercano a Washington Square y levantándome cada mañana para salir caminando con mi traje de verano y mi maletín de ejecutivo, hasta la sede donde se celebraban las sucesivas sesiones del Greater and Greener Congress 2012, organizado por la City Parks Alliance, me compensaba sobradamente del hecho de que eso sucediera en mis vacaciones y además me hubiera pagado yo la mitad del billete a New York. Debo de ser un poco raro, porque algunos de mis compañeros a los que he contado mis aventuras, rápidamente me han contestado proclamando solemnemente: –Ah, no, no, no; yo, si no me lo pagan todo, no voy a un viaje de trabajo. Queridos lectores: no les sorprenderá saber que esos compañeros, eran precisamente los mismos que me advirtieron de que a ver si iba a hablar demasiado en mi blog (van atando cabos, ¿verdad?).

Por lo demás, los responsables de mi defenestración fueron, obviamente personajillos de esos que aterrizaron en el Ayuntamiento al conjuro del señor Gallardón. Pero hay algo que todavía me duele: contaron con la cooperación necesaria de compañeros míos, a los que tenía por amigos y que aún siguen por allí, incluso han prosperado bastante. A este respecto, yo podría sentirme magnánimo y decir que pelillos a la mar y todo eso. Pero creo que este tipo de actitudes nos vienen inducidas por la educación que hemos recibido, una educación de corte cristiano, que nos enseña que el pobre Job sufría, una tras otra, humillaciones mucho mayores y nunca se quejaba. Al hilo de esta línea ideológica y moral, entre nosotros se dan por hechos algunos lugares comunes, que yo no comparto (lo siento, ya saben que soy un poco raro). Les pongo unos ejemplos.

En primer lugar esa ñoñez de poner la otra mejilla. No cuenten conmigo para eso. A mí, si alguien me da una hostia, si puedo, se la devuelvo. Y, si no, se la guardo. Otro lugar común: la venganza es un plato que se sirve frío. Falso. La venganza es un plato de cuchara. Hace falta cocinarlo a fuego lento, marcando los tiempos sin prisas. Pero luego se come calentito y les puedo jurar que está tan bueno como unas lentejas recién guisadas. El último lugar común (otra ñoñez): yo perdono, pero no olvido. Discúlpenme, pero a mí me pasa al revés: yo olvido (porque estoy mayor y tampoco quiero estar todo el día pensando en los que me jodieron). Pero no les perdono. Quiero decir, en los escasos momentos en que recuerdo el pasado y rescato del olvido las humillaciones vividas. Así que, si alguno de mis lectores se siente aludido (por algo será), que sepa que si no se la he devuelto es porque aun no he tenido ocasión. Pero hará bien en no descuidarse.

Digo todo esto desde mi euforia de resucitado para la causa, que sólo mi amigo X ha advertido, porque él compartía conmigo la condición de walking dead. La historia de mi resurrección pueden rastrearla en mis posts sucesivos de este verano. Cuando la candidatura Ahora Madrid se hizo con la Alcaldía, expresé mi alegría en un post en el que les animaba a ustedes a bailar, a la par que les desvelaba mi lado hortera y mi gusto por cierta música disco. Luego me fui a Alemania a hablar en tres universidades (con el formato habitual: en mis días de vacaciones y corriendo a cargo de todos los gastos). Al volver, mi situación seguía en stand-by. Me fui a Polonia y regresé para pasar una segunda quincena de agosto en la que hasta tuve tiempo de recuperar mi cifra de 12 posts mensuales en sólo quince días. Esos días generaron en mí un desánimo que se mostró de manera bastante evidente, en cuanto se me agotó el tema polaco.

Entonces tuve una especie de revelación. De las profundidades de mi mente rescaté esa máxima sobre aprender a bailar bajo la lluvia, que había descartado por provenir de una experta yanqui en técnicas de autoestima y toda esa gaita. Y llegué a una conclusión. Las cosas no iban a cambiar, pero a la vez ya habían cambiado (lo dice también una letra de JJ Cale). Yo tenía que seguir mi camino, siempre adelante y sin perder el ánimo. Lo peor que me podía pasar era seguir siendo invisible. Así lo he hecho y parece que ya hay determinada gente que va descubriendo que existo. Eso hace que esté muy ocupado por las mañanas. Y ya saben que las tardes las tengo también llenas de entretenimientos diversos. Ahora mismo, entre otras actividades, he conectado con la red de la ONU Hábitat, y me han nombrado miembro del Comité Nacional, en representación del Ayuntamiento. Y el día 12 me voy a Hamburgo por dos días para entrevistarme con el Concejal de Urbanismo, el presidente de la Asociación de Cooperativas de Vivienda Social de Alemania y otras autoridades.

Emprendo estas aventuras con conocimiento y autorización de mis jefes. Además, he recibido en estos días (desde el 1 de septiembre) a varias delegaciones: 27 miembros de la Fédération Suisse d’Urbanisme, 40 alcaldes de pequeñas ciudades de Centroamérica, 6 urbanistas chinos encabezados por el presidente del Lincoln Institute de Pekín y 10 munícipes de diferentes ciudades de Chile. Los que dirigen el Área de Urbanismo me han llamado para que les enseñe mis presentaciones y me han dado indicaciones sobre los nuevos mensajes que debo difundir, de acuerdo con su Programa de Gobierno. Y me han pedido material para sus propias presentaciones. Esto de que revisen mi discurso oficial a las delegaciones extranjeras, me parece algo básico, que me tomo como una muestra de respeto hacia mi trabajo. Sin embargo, lo crean o no, es algo que no conseguí ni una sola vez, a lo largo de los 26 años de gobiernos de la derecha. Incluso, en una ocasión en que insistí repetidamente en ello, las secretarias del impresentable de turno, encargadas de transmitirle mi petición, me revelaron su reacción a voz en grito: lo que Emilio haga, bien hecho estará pero, por favor, que no me lo cuente. Resulta que este sujeto no tenía tiempo de atenderme, de tan ocupado como estaba realizando actividades diversas que pagaba con su tarjeta black y que toda España puede conocer ahora (yo traje el cuadro de todos los gastos de estos inmorales a mi blog). Para que luego digan eso del plato que se sirve frío.

Además de todo esto, Annette Menting, la organizadora de la Jornada sobre Participación Ciudadana en la que intervine en Leipzig, me pidió un texto en inglés con mi discurso, no inferior a cinco folios, para incluirlo en una publicación que van a editar sobre dicha jornada. Ya saben que acostumbro a improvisar sobre las imágenes de un power point, así que lo he tenido que escribir a partir de un folio en blanco (ya se lo he mandado). La directora del Máster de Ciudades Creativas en el que di una clase de 4 horas en julio, me ha pedido también un texto, este en español, pero no inferior a quince folios (estoy en ello). Si además quiero seguir corriendo y nadando, asistir a mi Club de Lectura, continuar con el Taller de Conversación Inglesa y ocuparme de hacerle la cena a mi hijo (lo que incluye hacer la compra y recoger la cocina), pues entenderán que ya no tenga tiempo material para continuar con esta graforragia creativa que he mantenido durante los últimos nueve meses (un embarazo).

He de confesarles una cosa. El lunes pasado, me salté mi carrera de 6,5 kilómetros por el Retiro. No salí a correr para poder escribir mi post sobre el batistot catalán. He reflexionado sobre ello y he decidido que eso no puede ser. Ya saben el viejo dicho castellano: ese es más tonto que Abundio, que vendió el coche para poder comprar gasolina. Yo no quiero que en el futuro ese refrán se sustituya por éste otro: eres más tonto que Emilio, que tuvo que dejar de vivir para tener tiempo de contar su vida. En fin, les diré que hoy he empezado a trabajar en algo que no les voy a desvelar, pero que me ha llevado todo el día, excepto un ratito en el que he bajado a comerme un bocata. He salido de mi oficina a las 17.30, algo que no sucedía hace tiempo (no piensen que me estoy quejando: sería incongruente que, después de tres años de lamentarme por la falta de trabajo, ahora me quejase del exceso). He cogido mi Auris híbrido, me he ido a casa, he descansado un rato y luego he salido a correr.

Tras ducharme y cenar (mi hijo está viendo al Aleti en el Estadio Vicente Calderón), me he puesto a escribir este post. Un último esfuerzo para cerrar mi embarazo dodecafónico. A partir de mañana, mis posts serán esporádicos. Escribiré cuando pueda. No teman, no voy a cerrar el blog. Y alegren esa cara, hombre. Ya sé que estoy escribiendo el epitafio de un tiempo que ha tenido su encanto. Pero lo que viene no tiene por qué ser peor. Eso sí, la disminución de la cantidad no va a aumentar la calidad de mis textos: unas auténticas reflexiones a la carrera han de hacerse así, de prisa y corriendo, sin esperar a cerrar un texto redondo. Entiendo que algunos de ustedes estén un poco tristes, pero han de valorar que yo estoy contento y que estos cambios son para bien. Así que, como dijo Lola Flores: si me queréis, irse. Irse a tomar por culo, quiero decir. Ya saben que, en la línea de los argumentos aportados por el Barça en el escrito de recurso contra el castigo a Piqué por insultar a un linier, la frase váyanse a tomar por culo ha de entenderse como una expresión típicamente catalana, de intención más afectuosa que ofensiva.

Duerman bien.


lunes, 28 de septiembre de 2015

432. El batistot catalán y otras divagaciones otoñales

Bonito fin de semana el que he pasado en este otoño luminoso, la estación en que resulta más agradable vivir en Madrid. Dicen los meteorólogos de la tele que estos días ha hecho el clima perfecto en mi querida ciudad. Para mi gusto aún sigue haciendo demasiado calor, aunque es cierto que va corriendo un airecillo serrano que mantiene las noches frescas y el aire limpio de contaminación. Y para colmo, uno sale a la calle y no la encuentra llena de nacionalistas, dando la murga con sus banderitas y sus cánticos guerreros. La verdad es que se vive muy bien en esta ciudad, en donde, como en Coruña, nadie es tratado de forastero y cualquiera que entre en un bar a tomarse un vermú o un tinto de verano es atendido amablemente por el proverbial camarero con mandil anudado a la espalda y trapo sobre el hombro izquierdo, ya sea guiri o del foro.

Hablando de bares, mi amigo Álvarez, el camarero más antiguo de El Brillante de Atocha, el que se sitúa en la barra de arriba junto a la puerta que da al Museo Reina Sofía, me ha contado que le llega la hora de jubilarse. Lo hará el 1 de noviembre. Supongo que ese día cumplirá los 65. El bar no será el mismo sin él, pero es ley de vida. Yo creo que deberían de declararlo Bien de Interés Cultural antes de que se jubile. Dice que, cuando venga de visita y sea un cliente más, me dejará que le convide a alguna ronda. En los 30 años que lo conozco, no he conseguido nunca invitarlo a una sola caña y dudo que ahora me deje, pero eso es lo que me ha dicho. Por mi parte, ya les he revelado mi intención de reengancharme, a caballo de los nuevos tiempos y ante la posibilidad de hacer cosas interesantes de manera transversal, aun siguiendo en el mismo puesto.

Estoy contento en el trabajo últimamente y parece que hasta se me nota. Mi amigo X, que ha decidido jubilarse y se marchará a final de año, sostuvo conmigo el otro día una conversación muy significativa, que les transcribo
X: –Hay que ver qué bien te veo. Si pareces otro. Estabas muerto y hace un par de semanas que has resucitado como Lázaro.
Yo: –No te equivoques, amigo. Aun huelo a cadáver. Si no lo notas, es porque tú también estás muerto.
Como imaginan, los dos hemos leído Pedro Páramo. En este contexto, he llegado a la pausa del finde cansado pero feliz. Y encima volvió a ganar el Dépor, que sigue jugando como los ángeles, comandado por el gran Lucas Pérez, ese Ulises coruñés al que dediqué mi Post #296 hace casi un año, cuando regresó a su Ítaca particular tras fajarse durante años por tierras de Ucrania y Grecia.

Lo de que la ciudad esté limpia de contaminación es relativo, teniendo en cuenta la cantidad de Volkswagen, Audi y Skoda que circulan por aquí. Qué escándalo más tremendo. Que cabrones. Por si no lo han leído con detenimiento, los fabricantes alemanes de estos modelos, les habían incorporado un software que detectaba cuándo el coche estaba pasando un control de gases emitidos y falseaba automáticamente sus resultados, para que no se notara lo que contaminaba en realidad. O sea, que llevan echándonos mierda en el aire impunemente desde hace décadas, con premeditación y alevosía. Se merecen el falso spot que les acaban de sacar ahora. Véanlo. Sólo dura 6 segundos, pero es significativo.


Un humo parecido a este es el que se han dedicado a esparcir los socios de Junts Pel Si (JPS), demostración viviente del viejo adagio que dice que la política produce extraños compañeros de cama. Supongo que Oriol Junqueras debe de roncar de cojones, es difícil de entender que un tipo tan fisno como el cabeza (rapada) de lista Rail Romeva pueda compartir cama con ese señor. Anoche me llamó mi hijo Lucas desde Leipzig muy preocupado: –Papá, qué va a pasar con Cataluña. Le contesté relajado (llevaba unas horas celebrando la victoria del Dépor): –No te preocupes, hijo, en el fondo no hacen más que tirarse bufas todos. Los de JPS y Rajoy. En medio de la nube de contaminación es difícil saber lo que está pasando en realidad. Eso es lo que yo creo: lo que contamina nuestro aire político no es Zyclon B, ni siquiera gas sarín. Es simple metano. 

La nube continúa hoy lunes y no se ve muy claro a su través. Como en cualquier elección, todos han ganado, desde JPS (por cierto, ¿se han percatado de que esta coalición contra-natura tiene las iniciales de Jordi Pujol Soley?), hasta Ciudadanos, las CUP y el Partido Socialista. Los más alicaídos son el PP y Pablo Iglesias. Los primeros han pagado la frivolité de poner al frente de la lista a un fascista xenófobo. En cuanto al amigo Pablo, se vino arriba cuando Javier Krahe le invitó a cantar con él Cuervo ingenuo (vídeo que les traje oportunamente al blog) y ha repetido la gracia al menos en un par de mítines, sin darse cuenta de que hacía el ridículo. A eso se ha sumado el castigo por su indefinición sobre el tema principal que se decidía en Cataluña. Por lo demás, yo no veo motivo de preocupación y así se lo dije a mi hijo. No hay más que ver los resultados y compararlos con los de 2012. Pinchen AQUÍ para ver el cuadro comparativo.

Pinchen ahora sobre la fecha 2012, en el extremo inferior del semicírculo de colores. ¿Qué ven? Pues que Convergencia tenía 50 escaños y Esquerra Republicana de Catalunya 21. Entre los dos, sumaban 71. Esa era la situación hasta el sábado. Por aplicación de la Ley d’Hont, ahora, al ir juntos, deberían haber sacado muchos más, teniendo además en cuenta la incorporación de Rail el de la diéresis, que algún voto habrá rebañado (al menos los de su familia) ¿Y qué es lo que ven si pinchan en la fecha 2015, en el otro extremo del semicírculo? Pues que el extraño conglomerado no sólo no ha aumentado como pretendía, sino que ha bajado a 62. Demostración palmaria de ese seny de los catalanes que tanto les reclamábamos. Como resultado de esta nueva configuración del Parlament, la única posibilidad de Artur Mas de seguir con el prusés, es buscar el apoyo de las CUP, un grupo antisistema, formado por canuteros y rastafaris con pendiente, que ya han dicho que pasan de apoyarle. Así que, ¿por qué no habría yo de estar contento?

Como soy un resucitado (aunque todavía con un cierto tufo sospechoso), vuelvo a verlo todo por el lado positivo. De todas formas, no debemos confiarnos, la guerra no ha terminado y de un tipo tan taimado (él se cree astuto pero, lo que es, es taimado, que no es lo mismo), cabe esperar toda clase de maniobras para acercarse a las CUP. Hace meses que la portada de El Jueves anticipaba que se produciría esta situación. Aquí la tienen.



Una amiga más comprensiva que yo con el jodido prusés, me hablaba de ello en clave de ruptura matrimonial: si alguien se quiere ir de tu lado, tienes que intentar seducirlo con argumentos, no asustarlo con lo mal que va a estar solo, lo que va a sufrir y cuánto te va a echar de menos. Es correcto, pero yo creo que el caso catalán es más asimilable al del niño que entra en unos Grandes Almacenes y se encapricha con un juguete (la independencia). Como padre, le explicas tus argumentos: mira, Arturito, es un juguete muy caro, cuesta mucho dinero, papá no te lo quiere comprar, es peligroso para tu edad, además tus hermanos se van a sentir muy mal si te lo compro, etc, etc. Ante esa avalancha de razones, el niño suele empezar a hacer pucheros y, entre suspiros triples, dice entrecortadamente: –Sí, pero yo lo quiero (derecho a decidir). A los catalanes se les ha explicado en detalle cómo sería esa independencia en que algunos quieren embarcarles. Ante ello, algunos siguen musitando compungidos: –Sí, pero yo lo quiero.

Cuando estas situaciones llegan a un callejón sin salida, al niño sólo le queda montar un pollo considerable, tirarse al suelo a berrear y escenificar un berrinche superlativo para que todos los clientes de la tienda se fijen en el, piensen que el padre es un cabrón y se pongan de su lado. Pero los otros clientes (países extranjeros) suelen hacerse los longuis. Eso es lo que está pasando ahora. El gran circo de la Diada y la exhibición de banderas al viento de anoche son el berrinche del nene para conseguir su juguete. En catalán existe una palabra intraducible que expresa el grado máximo del berrinche de un niño: batistot. Y, ante un niño que s'agafat un batistot, la mejor solución es dejarle que siga, hasta que se canse de berrear. Supongo que eso es lo que ha intentado Rajoy.

¿Y ahora qué? Pues es muy probable que la situación catalana resulte ingobernable y ya no van a convocar más elecciones, porque lo normal es que siguieran perdiendo votos y ya está el personal ahito, de tanto parchear y tanto pito. Así que creo que sería el momento de tenderles la mano e intentar arreglar el entuerto. Los catalanes querían decidir y han decidido. Ahora les queda aguantar hasta las Elecciones Generales, a ver si pierde Rajoy y le sucede alguien que se siente a hablar seriamente con ellos. Porque, prescindiendo de decimales y aritméticas de la minucia, lo cierto es que estas elecciones nos han mostrado una Cataluña fraccionada en dos mitades irreconciliables. Un asunto peligroso, como detecta el siempre certero John Carlin, uno de mis ídolos periodísticos, en el excelente artículo de esta mañana, que pueden consultar JUSTO AQUÍ.

Sean felices.


viernes, 25 de septiembre de 2015

431. El ataque con gas sarín en el Metro de Tokio

Como saben, hace años que soy seguidor fiel de Haruki Murakami, un autor del que no sólo me compro y leo compulsivamente todos los libros que se van publicando en España, sino que además es mi ídolo y querría ser como él de mayor: dedicar mis mañanas a correr y escribir, echarme una siesta después de comer y ya no hacer nada hasta la noche, excepto vivir, cuidar a los amigos, ir al cine, leer, etc. Es además una persona de una sensibilidad y una honradez extraordinarias, cualidades que transmiten todos sus libros sin excepción.

Dicho esto, he de aclararles que, una vez que este hombre se ha convertido en una superstar de la literatura, su editorial española se esfuerza en sacar con regularidad nuevos libros suyos, para que no decaigan las ventas. Pero Murakami no escribe a esa velocidad y ha alcanzado un estatus por el que sólo publica (en Japón) cuando él quiere. ¿Cómo lo hacen en España? Pues muy fácil: rescatando viejos textos, novelas del principio, libros olvidados. Les importa un rábano que su calidad (en algunos casos) no sea tan alta. Sólo con que en la portada ponga Murakami, con una mínima promoción se venden ejemplares como churros.

Les cuento esto para que no se lancen a comprar todo lo que se publique de este señor, porque pueden llevarse un chasco importante. No es mi caso; a mí me gusta casi todo lo que firma. Hasta ahora había leído tres tipos de obras de este señor En primer lugar las novelas, algunas de ellas sublimes: Al sur de la frontera/al oeste del sol, Tokio Blues, Kafka en la orilla y 1Q84. Segundo, las colecciones de cuentos. Casi todas tienen algún relato espectacular, intercalado con otros peores. En esta disciplina, yo calificaría su producción de irregular. Y, en tercer lugar, un texto inclasificable: De qué hablo cuando hablo de correr, su libro más personal y autobiográfico en donde explica todos los detalles de su otra pasión: la carrera de fondo.

Bien, pues en estos momentos estoy leyendo un libro de un cuarto tipo. Se titula Underground y acaba de ver la luz en España, aunque el autor lo publicó en Japón a finales de 1996. El libro es el resultado de una investigación sobre un suceso tremendo ocurrido un año antes: el ataque terrorista en el Metro de Tokio, por el que cinco activistas de una secta dispersaron gas sarín en plena hora punta de un día de diario. Les voy a contar un poco de qué va este libro, sin miedo a chafárselo, porque no les recomiendo que lo lean. De hecho, yo he tenido que dejar de leerlo en la cama porque, en vez de darme sueño, me desvelaba y me intranquilizaba, hasta dejarme a las dos de la mañana con los ojos como platos. El ataque fue perpetrado por seguidores de la secta Aum Shinrikyo (La verdad Suprema). Se trata de un grupo liderado por un gurú llamado Shoko Asahara, cuya imagen tienen abajo.

Este angelito perdió la visión de un ojo cuando era niño y esa minusvalía condicionó en parte su trayectoria posterior, lejos de los ambientes universitarios y dedicado a la meditación y al cultivo del yoga extremo (si es que eso existe). En 1987, regresó de uno de sus viajes a la India y proclamó ante sus amigos que ya había alcanzado LA ILUMINACIÓN. Entonces empezó a congregar a su alrededor a una serie de gentes que seguían sus enseñanzas a pies juntillas. Unas enseñanzas basadas en una concepción sincrética del mundo, que incorporaba conceptos budistas, hinduistas y cristianos, en un batiburrillo que acababa por pronosticar el inminente armagedon, que acabaría con nuestro mundo mezquino. No se supieron nunca los motivos o los mecanismos mentales que llevaron a la secta a perpetrar ese ataque, porque nunca lo explicaron. Pero digo yo que a lo mejor lo que pretendían era acelerar el proceso que anunciaban.

Siete años después de su fundación, la secta contaba con decenas de miles de seguidores en todo el mundo y disponía de una estructura administrativa dividida en Ministerios. El Ministerio de Industria había conseguido fabricar gas sarín e incluso habían hecho una prueba un año antes, en 1994, en lo que dio en llamarse el incidente de Matsumoto, con resultado de 8 muertos y unos 200 afectados. Se sospechó de su autoría, pero no consiguieron probarla. El 20 de marzo de 1995, diez miembros de la secta, seleccionados expresamente por el líder, se prepararon para ejecutar la acción.

La noche anterior se concentraron en la sede, donde disponían de dormitorios colectivos. Al despertar, hicieron sus oraciones y procedieron a hacer un ensayo general. La cosa consistía en que cinco de ellos entrarían en el Metro y se subirían a vagones de las cinco líneas más concurridas, portando una especie de tetrabricks (dos cada uno) con el gas letal, que situarían en el suelo junto a ellos. A una hora convenida, todos a una pincharían esos envoltorios con paraguas afilados y saldrían a la calle. Los cinco restantes eran conductores de automóvil: su misión era llevar a los otros a las estaciones y recogerlos luego para huir a un escondite seguro. Los afectados esta vez fueron 6.000, muchos con graves secuelas. Pero los muertos fueron sólo 13, por lo que explicaré más abajo.

Un año después, con toda la cúpula detenida y en proceso de juicio, en la prensa apenas se hablaba de las víctimas. Es entonces cuando Murakami piensa que es su deber hacer un informe exhaustivo sobre este tremendo suceso, dando voz a las víctimas y testigos que encontrase y que quisieran contarle su vivencia de ese día terrible. Dedicó un año entero a este empeño, para lo que contó con dos ayudantes. Lo primero era localizar a las víctimas. Empezó por dirigirse a la policía, en donde, como es lógico, no le quisieron ayudar (la protección de datos y todo eso). Entonces, con sus ayudantes empezó a buscar recortes de prensa, testimonios gráficos, reportajes de televisión. Contó con la ayuda de vecinos y pequeños comerciantes que le informaban de la presencia en el barrio de alguien relacionado con el suceso. Al final localizó a unas 200 personas. Pero la mayoría no querían hablar del asunto ni revivir esos días. Por fin consiguió una lista de unos 60 dispuestos a colaborar.

La dinámica con cada uno de ellos era la misma. Murakami se citaba con él y le solicitaba sus datos personales. Luego grababa la conversación que mantenían, en la que le pedía que hablara de cómo había sido su vida, en qué trabajaba, cómo era su familia, etc. A continuación debía contar sus recuerdos de ese día infausto. Y al final, les preguntaba sobre sus sentimientos acerca de los miembros de la secta. Esas grabaciones, eran transcritas por sus ayudantes. Entonces, Murakami las reescribía, eliminando pasajes repetitivos y dándole una cierta unidad literaria. Cuando tenía un primer borrador, se lo mandaba al afectado, para que diera su visto bueno o cambiara lo que quisiera. El autor respetaba siempre los deseos de cada uno, reelaboraba el texto y se lo volvía a mandar. El proceso se repitió en algunos casos hasta cinco veces. Entre los fragmentos eliminados, el autor confiesa que había pasajes extraordinarios, que le dio pena borrar, pero él siempre respetó las instrucciones de los afectados. Algunos le pidieron utilizar seudónimos y Murakami advierte en el prólogo que no le parece correcto desvelar cuáles son seudónimos y cuáles nombres reales.

El libro reúne esos más de 60 testimonios y tiene 550 páginas. Es un poco repetitivo a veces, pero siempre conmovedor. Y aporta detalles espeluznantes. Los cinco ejecutores eran miembros de la elite cultural y científica del Japón, que se habían sumado a la secta. Uno de ellos, por ejemplo, había sido el jefe del servicio de Cardiología de uno de los mejores hospitales de Tokio, hasta que lo dejó todo (trabajo, familia) para sumarse a esa locura. En el juicio dijo que, cuando recibió la orden, tuvo un vago vestigio mental de que aquello no estaba bien, pero al final pudo más la obligación de cumplir las órdenes del líder. Otro de ellos, era ingeniero informático, número uno de su promoción. Parece que éste, después de estar en el Metro listo para agujerear los envoltorios, sufrió un ataque de horror, los recogió y se salió a un andén, en donde estuvo un rato meditando hasta que se decidió. Entonces se subió a otro vagón y cumplió las órdenes. Murakami profundiza en el componente aleatorio que salvó la vida a los pasajeros del primer vagón, que quizá hoy día ni siquiera sean conscientes de lo que pudo haberles sucedido.

Un tercer terrorista era el talentoso químico que había logrado sintetizar el gas letal. Murakami, con su habitual perspicacia, viene a sugerir que Asahara eligió precisamente a estos elementos brillantes como ejecutores, para someterlos a prueba a ver hasta dónde eran capaces de llegar, lo que certificaría definitivamente su sumisión. Cuenta también cómo el menos preparado y culto de los cinco, al hacer los ensayos (con recipientes idénticos llenos de agua), pone tanto énfasis que rompe su paraguas y tienen que afilar otro para dárselo. Estos elementos fueron todos identificados y detenidos. Del juicio, que se terminó en 2004, salieron 12 condenados a muerte y otros a diversas penas. Ninguno de los 12 ha sido todavía ejecutado, por las complejidades del sistema judicial japonés. Asahara, obviamente uno de ellos, perdió voluntariamente el habla a mitad del juicio y hoy en día mantiene su silencio.

El libro es un mosaico de testimonios que Murakami reproduce escrupulosamente sin añadir nada. Ahí hablan víctimas, familiares, bomberos, empleados del Metro, médicos, etc. Todos cuentan su experiencia. Entre ellos, uno de los médicos, responsable directo de que el número de víctimas mortales no fuera más alto. Se trata del facultativo que atendió a los afectados en el incidente de Matsumoto un año antes. Había investigado al respecto, sabía cómo actuar en casos así y había elaborado unos protocolos al respecto. Este señor, cuando empezó a ver en la tele las noticias del atentado, a título personal se puso a enviar por fax (no había entonces mail) esos protocolos a todos los hospitales de la ciudad. Gracias a su gesto, en todos lados supieron qué debían hacer y salvaron muchas vidas.

En una ciudad como la nuestra, que ha sufrido el 11-M y tantos atentados de ETA y GRAPO, no podemos dejar de sentir un intensa empatía con esa gente corriente que hace comentarios como estos que les transcribo: –Yo seguía caminando y veía gente tirada en el suelo y pensaba: ¡pero cuántos epilépticos se han juntado esta mañana! Otro: –Si no me hubiera parado a ayudar a aquel hombre en el suelo, no me habría visto afectado, pero yo soy de barrio y, si veo a un tipo en el suelo, voy y lo ayudo, no lo puedo evitar. Otro más: –Yo seguía y seguía caminando, al límite de mis fuerzas, porque tenía que llegar a mi oficina, ese día cerrábamos balances y no había nadie que pudiera sustituirme en mi trabajo. En fin, la gente huía despavorida de los andenes, trataba de salir a la calle porque se ahogaba. Pueden imaginárselo.

Un último matiz. Ya saben que hay tipos que le dan un empujón a alguien en el Metro, justo cuando entra el tren. Entonces decimos: –Ese es un loco. El enloquecimiento individual es algo que puede entenderse. El colectivo es más difícil de explicar, pero yo suelo ligarlo a mentes simples, capaces de dejarse manipular por una idea, o una mente dominante. En los grupos terroristas, los jóvenes recién captados se suelen rodar con pequeñas actuaciones: cortes de tráfico, rotura de cristales de bancos, pequeñas agresiones. Sólo los elegidos pasan al siguiente nivel. Lo de este caso del gas sarín es algo insólito para mí. Me resulta difícil imaginar al antiguo jefe del servicio de Cardiología de un hospital puntero montándose en un Metro con una bolsa de gas sarín y pinchándolo con un paraguas. Encima, inducido por un elemento medio ciego, sin estudios y con la cara que ven arriba en la foto. 

Pero creo que esto explica de forma muy explícita otros enloquecimientos colectivos, como el de los alemanes cultos y preparados que fueron arrastrados a un abismo de horror por un tipo bajito, feo, ignorante y con un bigote decididamente absurdo. O el de los italianos abducidos por un showman inculto y ridículo. Por no hablar de los españoles seguidores del enano de la voz atiplada. A dos días del peculiar domingo que nos espera, no voy a hacer más comparaciones porque, como dice una querida comentarista, no está el horno para bollos y yo no quiero contribuir a la crispación. Que ustedes lo pasen bien.   
    

miércoles, 23 de septiembre de 2015

430. A pocos días de la desfeita catalana

Una cuestión previa. Les juro que escribí mi post anterior, titulado Los que la cagan, sin saber que al día siguiente estallaría el escándalo de la marca Volkswagen y que su presidente, antes de presentar su dimisión, declararía solemnemente: –La hemos cagado. Esto era algo tan imprevisible, como que Pau Gasol afirmase muy serio que la clave para ganar el Campeonato Europeo había sido bajar el culo. No sé, yo intento bajar el culo de vez en cuando, a riesgo de pillarme un lumbago, y no consigo ganar ningún campeonato. De cosas como éstas me gusta a mí escribir, pero casi siempre se me cuela alguna de las murgas que saturan y estropean la actualidad patria cotidiana. Por lo demás, facer una desfeita es una expresión gallega, de la que no he encontrado un equivalente castellano que exprese con tanta precisión lo que va a suceder el domingo. Un resultado que ya doy por seguro, porque he dejado de confiar en el seny de ese pueblo en trance de cometer una estupidez histórica.

Si siguen este blog sabrán que últimamente no tengo mucho tiempo para escribir, por lo que me resulta difícil cumplir mi propósito de subir 12 textos por mes. Por ese motivo ya les colé el otro día un post en el que casi me limitaba a citarles unos cuantos artículos sobre la cuestión catalana, para que los leyeran. Lo cierto es que ese tema, que el domingo alcanzará el paroxismo de la irracionalidad, hace tiempo que aburre a las ovejas, excepto en el doméstico ámbito de esa pequeña y ensimismada Comunidad Autónoma (lo es, por ahora) en donde ya no se habla de otra cosa, ni a nadie preocupa la educación, la sanidad, las pensiones, la asistencia a los dependientes, la economía, el debate político real o el éxodo de los sirios. Todo eso ha pasado a segundo plano para esa mitad de la población que componen los esforzados y coloridos mozos que cada poco salen a la calle jaleados por Artur I el Astuto y su cohorte. Para ellos ya sólo existe el procés.

No deja de ser sorprendente que la mitad de los ciudadanos de un territorio tan pequeño haya decidido mirarse el ombligo patrio, como ya lo hicieron los eslovacos, los chechenos y otros pueblos igualmente abducidos por un relato fantástico que tomaron por real. Pero, al otro lado del muro que han trazado a su alrededor y que les impide oír las voces del exterior, el tema del soberanismo aburre soberanamente al personal. Hace tiempo que un amigo que trabaja en la medición de audiencias de los medios de difusión me contó que, en cualquier radio o televisión no catalana, en cuanto se empieza a hablar de Cataluña, los medidores caen en picado. La gente cambia de canal de TV como si vinieran los anuncios, o apaga la radio, como hacía mi padre cuando yo era niño, cada vez que, en medio del Diario Hablado, anunciaban la sección La Hora del Mundo, por Pedro Gómez Aparicio. Era éste un periodista franquista a quien llamaban Pedro Go, porque todo el mundo apagaba la radio sin dar siquiera tiempo de que sonara su nombre completo.

El relato que se han inventado los catalanes es potente y llevan más de 30 años contándoselo a sus niños en las escuelas, sin que nadie desde Madrid se lo impida. Si bajaran la edad de votar a los 15 años, ganaban por amplia mayoría, seguro. Y, a estas alturas de la película, los abducidos no están dispuestos a que la realidad les estropee un relato tan atractivo. Ni la realidad ni los datos. Ni siquiera los resultados de las elecciones (ya han sugerido que seguirán adelante aunque pierdan). Como ya he dicho que me aburre este asunto y tengo poco tiempo, paso a transcribirles un texto que me parece plenamente vigente y cuya incorporación al blog constituye un gran honor para mí. Abajo les pongo el autor y la fecha, pero creo que es mejor que lo lean primero y luego descubran esos datos. Porque realmente podría estar escrito en estos días.

Deprime y entristece el ánimo el considerar la ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría desea separarse de la Patria común. Hasta en la noble Navarra existe un partido separatista o nacionalista, robusto y bien organizado, junto con el Tradicionalista que enarbola todavía la vieja bandera de Dios, Patria y Rey.

En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos, son catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y de estudiantes, que no llegan hoy, según mis informes, al tercio de los matriculados en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en catalanizar a todo trance una institución costeada por el Estado.

A guisa de explicaciones del desvío actual de las regiones periféricas, se han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos ilusiones. La causa real carece de idealidad y es puramente económica. El movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria. Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces raciales o incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos prosaicos y circunstanciales.

¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos! Ella, despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su centralismo avasallador.

No me explico este desafecto a España de Cataluña y Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral, ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana y del descomedido hermano que lo representa!

La lista interminable de subvenciones generosamente otorgadas a las provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras globales son aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza (sic) que corresponde a la magnanimidad castellana (los despreciables «maketos») con la más negra ingratitud.

A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las regiones favorecidas por los Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos envenenados sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión y los prejuicios seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.

No soy adversario, en principio, de la concesión de privilegios regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, mas sin comprometer la Hacienda del Estado. Sufráguese el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un excedente razonable para los inexcusables gastos de soberanía.

La sinceridad me obliga a confesar que este movimiento centrífugo es peligroso, más que en sí mismo, en relación con la especial psicología de los pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda nuestra Historia– que somos incoherentes, indisciplinados, apasionadamente localistas, amén de tornadizos e imprevisores. El todo o nada es nuestra divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de franceses, italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y el provecho común.

Impresionante. ¿Adivinan quién es el autor? En seguida les saco de dudas. Se trata de un artículo escrito en 1934 por don Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina, de quien mi padre guardaba un pequeño retrato dedicado de su puño y letra, que tenía enmarcado sobre la mesa de caoba de su despacho. He de recordarles también que, dos años más tarde de este esclarecido y premonitorio texto, brotó en nuestra tierra una terrible guerra civil que arrasó el país y de cuyas secuelas hemos emergido tarde, mal (por lo que se ve) y a costa de un inmenso esfuerzo colectivo que en su día nos llevó a engancharnos por los pelos a la cola de Europa y gracias al cual estamos ahora mejor que muchos de los socios de la Unión. Como ven, los catalanes (y los vascos) llevan dando la murga con su relato imaginado desde 1900. Lo que pasa es que, hasta ahora, no habían tenido enfrente a un presidente tan nefasto como Rajoy I el Ausente.

El otro día les prometí escribir un post insultando a Artur y a su escudero Raül, o Rail, el tipo al que le ha tocado desempeñar el papelón más ridículo en este auténtico vodevil. Me van a disculpar, pero es que ya ni me divierte insultarles. El famoso procés logró en su día que yo escribiera la mayor barbaridad que se ha publicado en este blog: que los independentistas estaban convencidos de que en la Catalonia independiente el SIDA se curaría por el procedimiento de hablarle en catalán al virus. Poco más puedo añadir a eso. Mi capacidad de insultar no da para más.

Había pensado subir este post el viernes, para que lo pudieran leer en el fin de semana de las elecciones autonómicas (por ahora lo son), pero lo he adelantado porque creo que la transfiguración de los catalanes en estos últimos años responde a un fenómeno de abducción, o enloquecimiento colectivo, similar al que sufrieron los alemanes en la era nazi, o al que sufren los miembros de las sectas más destructivas (sólo así se explica que intelectuales, universitarios y ciudadanos cultos se hayan sumado a un movimiento que hasta 2012 no tenía demasiado arraigo fuera de las zonas rurales del norte catalán). Y tengo en preparación un post sobre un caso que desvela los extremos a los que puede llegar el ser humano, cuando su cerebro es inoculado por una idea perversa que le impide diferenciar la realidad de sus propias ensoñaciones. El viernes lo subiré. Si Dios quiere, que decimos los ateos. 

PD. A punto de colgar este post, he echado un ojo a la información de la tarde y descubro alborozado que el Celta le ha ganado 4-1 al Barça. Extraordinaria noticia. Yo siempre me alegro cuando pierden el Barça o el Madrí del Ser Superior. En este caso me alegro doblemente por mi amigo Paco Couto, celtarra acreditado, y prácticamente el único seguidor de este blog que hace sus comentarios (siempre acertados) con nombre y apellido. 


lunes, 21 de septiembre de 2015

429. Los que la cagan

No, no. No me estoy refiriendo a señores como Artur Mas o Mourinho, que a fuerza de ser chulos, bordes, antipáticos y maleducados terminan por ser denostados por todo el mundo y pasarán a la historia como tipos nefastos. Hay detalles que delatan a una persona. Ya hablé de los pucheros de Gallardón al salir de Moncloa cuando Zapatero no quiso darle más crédito por manirroto. En el mismo post, recordamos el gesto suficiente del propio Zapatero, mientras proclamaba la solemne memez de que bajar los impuestos era de izquierdas. Dos gestos que definen a dos personalidades. Mourinho también se definió el día que le metió un dedo en el ojo (en este caso, de la cara) al pobre Tito Vilanova, a traición desde atrás, con premeditación y alevosía.

Artur se mostró tal cual es, el día en que asistió a la pitada monumental al himno español, sacando a pasear la sonrisa de perro pulgoso con que suele dibujarlo Peridis. A mí me molestó más esa sonrisa que la propia pitada que ya esperaba y que define también a los que la perpetran. Hace poco, encontré la grabación completa de la primera Copa del Rey que ganó el Deportivo, al Valencia (yo estaba en el público). Me puse a verla y la cosa arrancaba con una pitada al himno, no unánime, pero bastante nutrida. La gente va a estos lugares a ver fútbol y lo de los himnos es un engorro que lo mejor es que acabe cuanto antes. En el caso de esta última pitada, además, los secesionistas compraron silbatos de árbitro (con el dinero que ya sabemos de dónde sale) y los repartieron entre el público.
  
Pero yo quiero referirme hoy a otro tipo de personajes: los villanos oficiales creados por esta nueva cultura de las redes sociales, donde alguien capta una escena y la transmite instantáneamente por Twitter. En unos segundos la está viendo medio mundo. Estos medios son muy peligrosos y, en manos de imprudentes, acaban por ser una auténtica arma de destrucción masiva para el prestigio de tipos que nunca pensaron en las consecuencias de sus actos. Como a uno lo tachen de impresentable y lo empiecen a brear a twits ofensivos, pueden acaban arruinándole la vida. Me viene todo esto a la mente por el caso de la periodista húngara que se lió a patadas y zancadillas con los refugiados sirios que corrían huyendo de la policía de fronteras que no les quería dejar entrar en el país magiar. Luego me referiré a este curioso caso, pero antes vamos a recordar algunos anteriores.

En el Post #28 hablaba yo de un alto cargo del PP que, en una situación de cierto estrés por la proximidad de la entrega del trabajo que estaba ultimando el equipo a sus órdenes, respondió a una chica que le hizo saber su reticencia a saltarse las normas (cuyo cumplimiento estricto implicaba no terminar el trabajo en el plazo que tenían), con la siguiente y desafortunada frase: Por Dios, hija, las leyes, como las mujeres, están para violarlas. La chica, atónita, salió a fumar afuera y comentó el asunto con alguien, que a su vez, etc. En unos minutos, toda España sabía lo que había dicho este sujeto. El tipo hubo de dimitir de su puesto y se hundió para siempre en el descrédito y el olvido. Yo, de hecho, ni siquiera me acuerdo de cómo se llamaba.

Otro caso. Una forofa del club de segunda división Llagostera se puso a insultar al jugador negro del equipo rival Koné y, en el paroxismo de su exhibición de mala educación, ignorancia y racismo, se puso a hacer el baile del gorila, con tan mala suerte que alguien captó la foto de su desvarío que, unos minutos más tarde, estaba en los periódicos de toda España. Encima estaba rodeada de niños. Sucedió en mayo de 2014. Aquí la foto.








Respecto a este caso, siempre me he preguntado quién fue el que hizo esa foto, que parece tomada desde el césped. ¿Tal vez un periodista que saltó un momento al campo? ¿O quizá algún vecino que le tenía manía y quería hundirle la vida? Porque las consecuencias sociales para esta señora fueron terribles. El club Llagostera tardó sólo un día en expulsarla como socia y le prohibió entrar al campo para siempre. Hasta aquí normal (más o menos). Pero es que esta pobre mujer se quedó también sin trabajo. Resulta que era taquillera del Barça y que los rectores de este club la identificaron por la foto y la despidieron fulminantemente. Le hicieron un ERE individual exclusivo.

Otro caso, ya comentado en este blog. El del dentista de Minneapolis que mató al león Cecil de Zimbabwe. A este hombre nadie le fotografió en ese trance (la foto de la izquierda es de otra de sus fechorías de cazador compulsivo). Lo que pasa es que el corrupto gobierno del octogenario Robert Mugabe encontró en el incidente un asunto con el que distraer a su pueblo de las condiciones de miseria y retraso a las que su tiranía está llevando al país. Y montó un escándalo considerable al respecto movilizando a todo su ejército para que identificaran al autor de la tropelía. Se sabía quiénes eran los cómplices locales que le habían ayudado y supongo que los torturaron a fondo para que cantaran. Primero intentaron despistar diciendo que había sido un español, pero al final dieron el nombre del tipo. Unas horas más tarde, su clínica estaba como ven abajo.

Abrásate en el infierno, dice el cartel más grande. Nada menos. Todos los ecologistas del estado acudieron allí a cagarse en su padre, le llenaron la fachada de carteles y montaron guardia para que no entrara ningún cliente. Se manifestaron delante de la clínica día y noche hasta que se cansaron. El tipo tuvo que cerrar el negocio y esconderse casi bajo tierra. Meses después, reapareció con dos narices a reabrir la clínica y abajo ven lo delgado que estaba, después de esos meses escondido pasando un verdadero calvario. Parece que hubiera envejecido varios años.


La historia de este dentista me recuerda a la del pollero de mi barrio, que tuvo que cerrar el negocio después de meses de sufrir agresiones, rotura de cristales de su tienda y pintadas cruzadas sobre su escaparate con tinta roja, firmadas por un fantasmal Frente de Liberación Animal y renovadas cada vez que las limpiaba. Asesino, era lo más suave que le decían. Ahora tengo yo que ir a comprar el pollo al Carrefour Exprés, que está mucho más lejos.

La ira colectiva es algo manipulable. Muy fácil de prender y muy difícil de contener. Lo saben bien en los países musulmanes, donde un simple rumor sobre la existencia de unas caricaturas de Mahoma, o de que alguien se ha limpiado el culo con hojas arrancadas de un Corán, hace que la gente salga encolerizada a la calle y se produzcan graves disturbios, frecuentemente con muertos. La ira colectiva es algo que contagia incluso a los que no conocen el motivo que la provoca. Hace muchos años, en un festival de jazz de San Sebastián, asistía yo a un concierto en el que actuaban sucesivos músicos. Uno de ellos, nada más salir empezó a tocar una guitarra de aires facilones y todo el público se puso a abuchearle. Decían que eso no era jazz. De pronto descubrí a una chica de mi grupo subida en una silla vociferando grandes insultos al pobre guitarrista. No la tenía yo por muy experta en estilos musicales, así que le pregunté por qué gritaba de aquella manera. Respuesta: ¡Ah! No sé. Como todo el mundo le chilla… 
 
Es hora ya de que vean el vídeo de la reportera húngara Petra Laszlo, dando patadas en la espinilla a niños, y poniendo la zancadilla a un sirio que corría escapando de la policía con su hijo en brazos. Otro periodista fue el que grabó estas escenas y las difundió por el mundo. Resultado: esta señora fue despedida también de forma fulminante de la cadena para la que trabajaba.


La reflexión que quiero hacer sobre estos hechos parte de una afirmación incontestable. Todos estos señores y señoras (bueno, excepto el viejo pollero de mi barrio) desarrollaron conductas indefendibles. Tuvieron la mala suerte de que esas conductas se grabaran en los nuevos medios de difusión y se convirtieran en virales, pero eso no quita que sean indefendibles. Ahora bien, la reacción de la sociedad ¿no es un poco excesiva? ¿Hacía falta que a la señora del baile del gorila la echaran de su puesto en las taquillas del Barça? Si vuelven a la foto, verán en la esquina superior izquierda a un respetable abuelo que también está señalando al jugador Koné, y quizá se esté cagando en su padre o llamándole negro de mierda. Sin embargo, a este señor no lo ha repudiado la sociedad. Hay mucha hipocresía en todo esto y no puedo dejar de señalarlo. Si alguien le preguntara al señor que increpa (y probablemente insulta) al jugador Koné, qué le parece la actitud de su vecina de grada, seguro que la pondrá verde y dirá que está muy bien expulsada de su equipo y del trabajo. Como los atletas y los ciclistas cuando se les pregunta por un compañero al que han pillado en un control anti-doping. Todos a una dicen que es un cabrón y que perjudica a los que, como ellos, practican limpiamente deporte. Pero todos están hasta las cejas de productos que les ayudan a mejorar sus marcas.

En el colmo de ese fariseismo generalizado, resulta que el padre de familia al que le pone la zancadilla Petra Laszlo, ha alcanzado el estrellato. Alguien ha averiguado que se ganaba la vida como entrenador de fútbol en Damasco. Y ahí ha salido el Getafe Club de Fútbol a ofrecerle un trabajo. Me extrañaba a mí que un club tan casposo como ese adoptara una decisión tan certera en el postureo solidario. Ahora ya sabemos quién está detrás. Nada menos que el Ser Superior. El SS, que ya sabemos que es un águila. Olvidaba que el Getafe es una sucursal de su club, hasta el punto que su presidente es también socio de este. El viernes estuve con los urbanistas suizos en el restaurante del Santiago Bernabeu. Allí, en un lateral había una pantalla de televisión que nos obsequiaba con una grabación en sin fin de la cadena Real Madrid TV. Y allí pudimos ver todo el rato la imagen con la que cierro este post. Tengan cuidado, no vayan a meter la pata y cagarla ustedes también. Hay mucho personaje por ahí a la caza de escenas potencialmente virales. Luego los efectos son irremediables. Por mi parte, voy a ver si alguien me pone la zancadilla y me convierte en un héroe. Buenas noches, amigos.  

  



viernes, 18 de septiembre de 2015

428. La semana de las 5 inauguraciones

Bueno, intento escribir un post en este viernes de una semana loca-loca-loca-loca como la del hit single más bailado en las discotecas del Este de Europa que les puse en el Post #410, porque, lo reconozco, me hace ilusión completar los doce posts planeados para los doce meses de este año y redondear así un resultado dodecafónico, muy del gusto de un tipo como yo que, al fin y al cabo, soy arquitecto y no me puedo quitar de la cabeza la tontuna estética esta que me enseñaron en la Escuela. Ahora que he vuelto a engancharme al trabajo de forma casi milagrosa, después de tres años nefastos, es un empeño bastante improbable de conseguir, pero más difícil era que España ganara el partido de baloncesto de ayer y ahí estamos. Si Pau lo consiguió, yo al menos tengo que intentarlo. Veremos si lo logro.

Esta semana mis tardes han estado bastante cargaditas también. El lunes fui al partido Rayo-Dépor, el martes nadé e inauguré mi taller de conversación inglesa (la semana anterior se suspendió), el miércoles salí a correr por el Retiro bajo una lluvia intensa y llegué a casa calado, el jueves me pasé buena parte de la tarde en un funeral en la sierra, del que no voy a dar más detalles, pero del que volví casi más agotado aun y hoy… Bueno, pues hoy he debido atender a una delegación de la Fédératión Suisse d’Urbanisme, con los que había quedado a la una en mi oficina. Tras mi conferencia de una hora, me han invitado a comer en el restaurante del Santiago Bernabeu y he estado con ellos hasta las cinco, momento en que se iban a ver los nuevos barrios del norte. Es decir: cuatro horas ininterrumpidas de hablar sin parar en francés con el esfuerzo que eso me supone.

Así que esta tarde me he saltado la carrera por segunda vez en la semana (el día del Dépor tampoco salí), porque aparte del cansancio, después de la comilona que me he pegado estoy todavía haciendo la digestión. Y estaba ahora descansando un poquito, porque mañana sábado, a las 8.30, he de estar en la Estación de Chamartín en donde me recogerá un autobús para una excursión senderista de 14 kilómetros por el valle del Lozoya, la aldea de El Atazar y otros lugares, de la que regresaré en la tarde/noche. Vamos de adelante a atrás. La excursión de mañana es la primera de la temporada con mi grupo habitual, y se inscribe en la Semana de la Movilidad en la que, como de costumbre, hemos sufrido en la ciudad unos atascos morrocotudos. La visita de los suizos es también la primera de la temporada y observarán que, con el PP o con Podemos, a los extranjeros que nos visitan los sigue atendiendo el menda.

Mi carrera del miércoles fue también la primera del otoño y me sirvió para sacar del armario la equipación invernal para no helarme de frío. Como ven, en esta semana ha habido cinco principios de temporada: partidos del Depor, taller de conversación, carreras de invierno, delegaciones extranjeras y excursiones senderistas. Sigo hacia atrás. El taller de conversación es cojonudo. Nos reunimos en el Martínez Bar, en la calle del Barco. El taller dura hora y media, en la que caen, como mínimo, dos pintas de cerveza, imprescindibles para soltar la lengua. El profesor es neoyorkino y se llama Ed. Está prohibido utilizar el castellano y el bueno de Ed trae preparadas una serie de actividades lectivas que tiene ensayadas de grupos anteriores y son divertidas y productivas. Y me falta comentar algo sobre los alumnos. Lo mejor de todo. Somos nueve. Ocho chicas y yo. Ocho personas que no sobrepasan los 30 y yo.

Así que estoy como un marajá. Lo de la edad no me importa lo más mínimo: me gusta mucho más la compañía de la gente joven que la de los vejestorios como yo, que son un coñazo. Pero lo del sexo (perdón, el género) creo que merece algún comentario, porque no se trata de un hecho aislado o casual. Me explico. Grupo senderista habitual: más o menos paritario, pero muchas veces con mayoría femenina. Club de Lectura (no se reanuda hasta final de octubre): cuatro o cinco varones, unas ocho o diez señoras. Viaje a Polonia (organizado por una agencia, al que la gente se apunta): 36 personas; nueve varones (dos de ellos niños en torno a los 12 años), el resto mujeres. Delegación de hoy de suizos: paritaria, ligeramente más féminas. Clases de máster en la Escuela de Arquitectura: mayoría femenina clara. Por supuesto, no tengo datos fehacientes, pero este blog tiene más seguidoras que seguidores.

Es decir que, a cualquier actividad o cita interesante que se organice, acuden muchas más mujeres que hombres. Que dentro de muy poco eso de las cuotas será asunto de la prehistoria. ¿Qué no saben lo que son las cuotas? Pues esa memez que forzaba a Zapatero a llenar su Gobierno de miembras, como las inefables Leire Pajín y Bibiana, la ministra de Igual-da. Sin ir más lejos, en el Ayuntamiento de Madrid ya saben quiénes son las cabezas de los diferentes grupos políticos. Ahora Madrid: Manuela Carmena, mi admirada alcaldesa. PP: Esperanza, la que no sabe bailar cha-cha-chá. Ciudadanos: Begoña Villacís. El único gallo del corral era el pobre Carmona, pero se lo han cepillado por instrucción directa de la presidencia regional del PSOE, que ostenta una mujer, para sustituirle por otra. Este Carmona me estaba empezando a caer bien, parecía buena persona. De su sustituta no sé nada ni he escuchado discurso o manifestación suya alguna. Pero, así de entrada, no me gusta su nombre (Purificación), ni su apellido (Causapié), ni su cara, que pueden buscar en Google.

A lo que íbamos. Yo creo que en la lucha de los géneros, ya hemos alcanzado la situación que pronosticó el sociólogo Manuel Castells hace unos 20 años. Un mundo de mujeres fuertes y brillantes, hombres acomplejados en retirada y jóvenes extraordinariamente preparados. A mí me parece cojonudo que la mujer alcance las posiciones más altas de la estructura socio-económica, durante tanto tiempo reservadas a los varones. Siempre he sido partidario de la igualdad de derechos, sin perder nunca la idea de que ellas son diferentes a nosotros, para bien y para mal, y que su forma de abordar determinadas problemáticas, decididamente distinta de la del macho, podría conducirnos a un universo más pacífico, creativo y divertido. Lo que me preocupa es el absentismo masculino en determinadas actividades como las que hemos reseñado más arriba. ¿Dónde coño están los tíos? Esa pregunta la planteé en el taller de conversación, y añadí: Maybe in the bar, talking about football and cars? A lo que Ed, con media sonrisa añadió: And tits.

Aquí lo dejaré, porque lo del futbol me lleva al partido del lunes. Como a mis lectoras no les interesa el fútbol, no me voy a extender en este tema, pero hacía unos cinco años que no veía jugar así de bien al Deportivo, merecido ganador por 1-3. Lo que sí quiero contar es el ambiente, porque allí sí que había mayoría masculina aplastante. Y también de gente joven. He de confesar que en su día acudí a algún partido en Riazor en la grada de los Riazor Blues, acompañado de mis sobrinos coruñeses. Me lo pasé de puta madre. El lunes también. Lo de la recogida de la entrada lo dejo para el final, por lo que verán. Accedí al campo del Rayo por la puerta reservada a la afición visitante y subí a una tribuna alta, desde la que se veía muy bien. Entre los Blues, el partido ha de verse de pie, con un  pie en el asiento y otro adelantado sobre el respaldo del asiento de delante.

En esa incómoda posición se salta con las ocasiones fallidas, se cantan estribillos ofensivos (celtarra el que no bote, frente atlético asesinos, ODIO-ETERNO-AL FUTBOL MODERNO, Tebas vete ya y otros), se cantan canciones alusivas (cuando yo me muera, quiero mi cajón, pintao de azul y blanco, como mi corazón), se profieren aturuxos diversos e insultos al árbitro, en cada gol se funde uno en abrazos con el chaval que te pilla al lado, se hacen revoleras con la bufanda en alto y se perpetran danzas cherokees cuidando de no caerse. A veces alguno da un traspié y eso genera avalanchas. Se lo pasa uno muy bien, con cierto riesgo para la integridad personal, pero ayuda a sobrevivir el mantenerse en buena forma, como estoy yo últimamente.

Abajo les pongo dos fotos de La Voz de Galicia de la grada donde nos desgañitamos los 500 seguidores del Dépor, para que jueguen a Buscando a Wally, a ver si me encuentran. Pero quiero terminar con el asunto de la entrada. Ya saben que me la traían en un sobre a mi nombre en el bus de los Blues. Llegué al campo del Rayo, donde no había visto ningún partido. Se me ocurrió preguntarle a un antidisturbios que me pasaba la cabeza cuál era la puerta de la afición visitante. Sin dudarlo, me contestó: la diecinueve. Llegué y esperé. En la acera opuesta, una masa de deportivistas con la camiseta blanquiazul apuraban sus últimas cervezas (no dejan entrar con ellas, así que hay que cogerse la cogorza primero) montando un escándalo considerable. A mi lado, esperaban unos cuantos ciudadanos de aire coruñés. Me identifiqué y comprobamos que estábamos a lo mismo.

Uno de ellos me corrigió: los sobres no los trae el conductor, los trae Tania. Me acordé entonces de que la Federación de Peñas del Dépor había tenido un grave problema el año pasado por no sentirse respaldada por el Club en el tema del asesinato de Jimmy, junto al Calderón. El Club (como yo, en el post que escribí al respecto) entendía que las dos bandas de ultras habían quedado en Madrid Río para zurrarse y no quiso participar en ningún homenaje al muerto. Los Blues decían que ellos iban pacíficamente al partido y los habían emboscado los otros, que son unos asesinos y unos nazis. Eso propició un enfrentamiento continuo que acabó con la dimisión de la cúpula de la Federación. Entonces, se presentó una candidatura que se hizo con el poder, encabezada por Tania Gómez, una seguidora de Curtis, pueblo coruñés donde los haya. Había visto alguna foto suya, pero me temo que esta chica no da bien en las fotos.

Volvamos a la puerta diecinueve. De pronto, de la masa de hooligans medio borrachos brotó una chica que (lo siento, no puedo decirlo de otra manera) estaba como un yogur griego Danone. Jovencísima, guapa, arrebolada, tal vez un poco achispada. Vino a nuestro encuentro y procedió a repartir los sobres. Cuando me llegó el turno, no pude evitar preguntarle, aun atónito: –¿Pero tú eres Tania? Me miro con ojos burlones y seductores, con brillos alcohólicos y respondió: –Eso dicen… Mirada, respuesta, aspecto, acento gallego cerrado: todo me retrotrajo a la casta inigualable de las mujeres gallegas, las que jugaban conmigo al juego de la seducción cuando aún vivía en Coruña. La moraleja es obvia: hasta un mundo tan masculino y machista como el que compone el entorno del futbol moderno (odio eterno, etc.), empieza a estar ya en manos de las mujeres y, por supuesto, le ponen su punto característico. Los tíos no tenemos remedio. 

Hale, busquen un rato a Wally. Han de dar un clic sobre cada foto, para verla más grande. Si no, fijo que no me encuentran. Y que pasen un  buen finde.



        

miércoles, 16 de septiembre de 2015

427. La enganyifa

Algunos seguidores habituales de este blog se impacientan a la espera de mi pronunciamiento en relación con el llamado procés de Artur Mas y sus compañeros de aventura. Dicen que, con la murga que di en los inicios de este foro, cuando la cuestión era mucho menos grave que en este momento, sorprende un poco mi silencio ahora que el asunto se aproxima peligrosamente al borde del abismo. Así que tendré que explicarme, aunque me da una pereza de la hostia. Yo creo que sería mucho más ameno hablar de los problemas del PP con la boda gay de uno de sus dirigentes, a celebrar este viernes en Vitoria. ¿Debería acudir Rajoy? ¿Quizá disfrazado de lagarterana?

Este divertido compromiso en que le ponen a nuestro barbado presidente, ha llevado a eldiario.es a desempolvar de la hemeroteca las diversas perlas que los próceres de ese partido han dedicado a los homosexuales en los tiempos recientes, con lugar preferente para la señora Botella con la mezcla de peras y manzanas, o los problemas del niño cuyo padre se llama Pepe y su madre se llama Juan. Pero hay una que destaca sobre las demás: la de Esperanza Aguirre, cuando trató de explicar que ella no estaba en contra de las uniones gay, que lo que le parecía inapropiado es que se quisieran llamar matrimonio. Y remataba con esta frase: llamarle a eso matrimonio es meter el dedo en el ojo a los católicos. Genial. Supongo que ya imaginan a qué ojo se refería. 

Bien, vamos con el procés. Lo siento pero a mí esta historia me produce bastante tristeza. Tal vez por eso no escribo mucho al respecto. Hace ya casi tres años, cuando inauguré el blog, me preocupaba mucho una cosa: que se hablara de nacionalistas de izquierdas. Para mí hace muchos años que esto es una contradicción en sus términos. El nacionalismo es una pulsión retrógrada, arcaica, que va en contra del sentido de la historia de la Humanidad. Mucha gente entonces tenía esto muy poco claro y espero modestamente haber aportado mi granito de arena al entendimiento general de esta cuestión. En este momento, sin embargo, tengo la impresión de que esa es la opinión generalizada, porque la avalancha de artículos en ese sentido es abrumadora. Ya les he dicho que tengo menos tiempo, así que voy a rellenar un poco con algunos de estos artículos de la prensa que me han parecido muy buenos. Si quieren se los leen. Por cierto, todos son de estos días.

El primero es un curioso ejercicio. Como saben, Felipe González publicó una carta abierta a los catalanes, en la que les regañaba moderadamente por buscar la secesión y les alertaba de los peligros varios de continuar ellos solos por el proceloso mar del mundo globalizado. Por cierto, que, cuando desde Cataluña le pusieron verde, salió en La Vanguardia diciendo que él defendía que los catalanes son una nación. De vuelta por aquí, le afearon de nuevo su conducta y se apresuró a decir que le habían entendido mal. En fin, que este señor se ha ganado que alguien le diga lo mismo que a Hugo Chavez: ¿por qué no te callas?

Pero, a lo que íbamos. El ínclito Artur se sintió obligado a responder a la carta de Felipe con un escrito en el mismo periódico, que tituló Carta a los españoles y que sorprende por el descuido en su redacción: un suspenso seguro en Primaria. Pues bien, el escritor Santiago Trancón ha hecho un experimento: tomar esa carta y sustituir la palabra españoles por catalanes y viceversa. El resultado es sorprendente y se ajusta mucho más a la verdad histórica que el original. No hace falta que se lo lean entero, no es demasiado sistemático, creo que yo lo hubiera hecho mejor, modestia aparte. Pero la idea es genial y AQUÍ pueden consultar el resultado.

Continúo con dos artículos que me han gustado especialmente por el desánimo que traducen, sentimiento que en este momento invade a los otros catalanes, los que no están abducidos por el arrollador movimiento que se escenificó en esta Diada. Estos dos sí que les recomiendo que los lean, si no lo han hecho ya. El primero es el de mi admirado Enric González, un barcelonés universal al que todo este rollo está echando de su tierra. AQUÍ lo tienen. Este señor, unos de los mejores periodistas que conozco en la actualidad, es hijo del gran Francisco González Ledesma, escritor de novela negra y periodista, que se ganaba la vida escribiendo novelas del Oeste con el seudónimo de Silver Kane. Su escrito revela la irritación legítima de un catalán cosmopolita.

Más me ha impresionado la tristeza de Isabel Coixet. Nunca he sido seguidor de las películas de esta señora, cuyo punto de vista suele quedarme un poco lejos, pero me ha ganado para siempre con este texto de irónica melancolía, con el que me identifico al cien por cien. Creo que es el mismo sentimiento de los alemanes tranquilos y educados en los años 30, los vascos en los 70, los serbios en los 90 y tantos otros pueblos atónitos ante el surgimiento en sus mismas barbas de este tipo de movimientos irracionales y destinados a generar intranquilidad, odio, división e irracionalidad. AQUÍ lo tienen. Por último, la versión demoledora de Javier Marías, que les recomiendo también leer íntegramente y que pueden consultar AQUÍ.

Después de estos textos, poco me queda a mí por decir. Tal vez algunos apuntes en los que ya he insistido. Que hace falta bastante dinero y tiempo para montar un tinglado como ese. El dinero ya vamos sabiendo de dónde ha salido (como ya sabemos quién financió a Solidaridad, en Polonia). El tiempo es el que le dedica full time un gobierno que no gobierna, que lleva tres años sin dedicar un solo esfuerzo a otros temas (sanidad, educación, efectos de la crisis, integración social, cultura). Y que convoca una elección tras otra, para jalear. Yo creo que los catalanes tienen que estar un poco hartos de este machaque y son los suficientemente sensatos como para cargarse el invento en la próxima votación.

Algunos ingenuos se han tragado que les estaban proponiendo algo llamado derecho a decidir, cuando en realidad era secesión. Pues muy bien: que decidan. Ya tienen toda la información. Si no son capaces de identificar una falsedad tan grande como la que propone Mas, pues que se independicen. Ellos van a ser los más perjudicados. Cualquiera puede ver que lo de este señor es un fraude o, por decirlo en catalán, una enganyifa. A nosotros también nos va a perjudicar. Ya lo está haciendo, como demuestra la deriva de la prima de riesgo, un indicador que se mide por países. Pero eso les importa un rábano a esta banda de insolidarios. El solo hecho de que los pronósticos electorales muestren casi un empate técnico, dice mucho del pueblo catalán en este sentido. No es por presumir, pero dudo de que en Galicia nos colaran semejante bola.

Dentro de ese gran despropósito, resulta particularmente increíble que hayan convencido a Raül Romeva para que sea el cabeza (rapada) de la lista. Aunque, de un tipo tan cursi como para ponerse una diéresis en el nombre, se puede esperar cualquier cosa. Los alemanes usan esa diéresis para indicar un sonido diferente, entre u e i. No sé si es que este señor quiere que le digan rail. ¿Y qué hará si ganan? ¿Cederle el sitio a Artur? Menudo papelón el suyo. En fin, les dejo, que ya saben que estoy muy ocupado últimamente. De aquí al 27 tal vez encuentre margen para un nuevo texto. Por ejemplo para insultar un poco al señor Más. El artífice de la gran enganyifa.


lunes, 14 de septiembre de 2015

426. Cuando los hados se empeñan en joderte la tarde

Les cuento hoy una historia cierta, pero un poco distorsionada por el hecho de circunscribirla sólo a lo sucedido en la tarde del pasado 7 de julio. He de añadir que al día siguiente, 8 de julio, acudí a mi concesionario Toyota donde me atendieron con su amabilidad habitual, despejaron todos los malentendidos, me pidieron disculpas, aceptaron íntegramente mis reclamaciones y, como cada día desde que circulo alegremente por el mundo a caballo de un Auris híbrido, me hicieron sentir parte de la familia Toyota, como reza el eslogan de la marca, sobre la que no puedo tener más que buenas palabras. Lo ocurrido esa tarde cabe atribuirlo sólo a la injerencia de esos hados traviesos y cabrones que de vez en cuando echan los dados y deciden jugar con nuestra suerte y darnos un toquecito de atención para que no nos confiemos. Voy con ello.

Es martes. Me toca ir a nadar al Polideportivo Municipal de Barajas, puesto que el que utilizo en invierno está cerrado. He bajado a tomar un café con un bollo en torno a las 11, con un amigo que me ha venido a ver a la ofi. Eso excluye mi habitual salida posterior a comer algo más contundente, cuando voy a ir a nadar. Cojo mi coche, atravieso el rosario de parkings públicos junto al parque Juan Carlos I y desemboco en la Avenida de Logroño, donde está la piscina. Los 30 largos son un verdadero placer, en un lugar acristalado que permite ver los jardines del entorno, a cubierto de los 40 grados de este verano criminal. Una ducha, me visto, me calzo mis gafas de sol y al coche. Música de JJ Cale, aire acondicionado, asiento cómodo. Me siento limpio y fresco. La vida es bella para los que vivimos en la parte superior de esta desigual tortilla que es el mundo. Una vida hecha de confort, comodidad, seguridad, rutinas amables que se cumplen sin fallos. Mi mente se anticipa imaginando lo que voy a hacerme para comer en cuanto llegue a casa.

Luz deslumbrante, pocos vehículos, un par de detenciones en cruces con semáforo. La realidad fluye con suavidad. Me incorporo a la M-40 en dirección sur y cojo velocidad. Hay mucho tráfico ahora, vamos a 110, los tres carriles se abren a cuatro. Sé que un poco más abajo la vía se desdoblará en Y griega; los dos carriles de la derecha se abrirán para los que salen a Coslada y otros lugares, mientras los de la izquierda siguen hacia el sur. Como no voy a Coslada, circulo por el tercer carril, contando desde la derecha. De forma casi imperceptible, a JJ Cale le brota una percusión adicional. Qué raro. El redoble suplementario va cobrando volumen. Apago la música. Es un extraño trrrrrrrrr. Levanto el pie del acelerador. El trrrrrrrrr va mutando a tptptptptpt, mientras algunos conductores a mi alrededor empiezan a darme ráfagas de luces y bocinazos, adelantándome por los dos lados. Alguien me señala hacia abajo, esquina izquierda trasera.

Es un pinchazo. Pongo el doble intermitente, he de tomar decisiones en segundos. Descarto cruzarme hasta el carril de la derecha, me parece una maniobra peligrosa. Debo seguir adelante perdiendo velocidad, pero el ruido pronostica una rueda en situación catastrófica. Al fin, alcanzo el desdoblamiento y a mi derecha surge un ancho arcén, en el que ingreso y me paro. Me bajo. Un vistazo a la rueda: está destrozada. Extraigo el triángulo rojo y lo coloco bien visible. Mi primer impulso es buscar la rueda de repuesto, pero no llevo. Es una de estas modernidades que no entiendo; anda que no he cambiado yo ruedas pinchadas. Echo un ojo al manual del coche. Dice que incorpora un kit para arreglo de pinchazos. Pero esto es más que un pinchazo. Miro a mi alrededor. Estoy en una isla de asfalto, entre la M-40 y el ramal a Coslada, que se hunde cuesta abajo para pasar bajo la vía principal un poco más adelante. Son las cinco y media de la tarde y yo estoy solo en este no-lugar, bajo un sol inmisericorde a 40 grados, rodeado de vías por las que circulan coches a toda velocidad (ninguno se va a parar a ayudarme) y con un hambre de pelotas.

Es mi primer percance con el Auris y mi mente no tiene procesadas las rutinas de cómo actuar en tales situaciones. Tengo un móvil. Llamo a mi hijo Kike. Le digo que busque en Internet el número de atención en carretera de Toyota y el de mi concesionario y taller de cabecera. En unos segundos me da el primero. Me llamará luego con el otro. Tengo bolígrafo y bloc. Anoto el teléfono. Llamo. Me atiende una señorita. Le cuento lo que me pasa. No se preocupe, enseguida le mandamos una grúa, dígame la matrícula. Se la doy. Sí, efectivamente, ya tengo su póliza en pantalla. Aquí figuran tres conductores habituales: Emilio, Lucas y Enrique. ¿Cuál de ellos es usted? Emilio, los otros dos son mis hijos. El tono de la chica cambia de forma casi imperceptible: hay un problema. Según nuestra base de datos, usted sólo tiene un seguro de gestión, que no cubre la asistencia en carretera. Es increíble, no doy crédito. Un viento de terror recorre por un instante mi cabeza: ¿es posible que lleve dos años circulando por ahí sin seguro?

Protesto, me rebelo, tiene que ser un error, tengo el coche a todo riesgo y los recibos al día. La chica dice que no lo duda, pero que a ella no le consta, porque en pantalla figuro como titular de un seguro de gestión y, en consecuencia, no puede hacer nada por mí. Mi mente trabaja rápido, hay que establecer un orden de prioridades: lo primero es que alguien me saque de allí, ya aclararemos luego el malentendido. La chica parece ansiosa por cortar, pero debo mantener la comunicación, es mi único punto de contacto con esa realidad confortable y rutinaria de la que formaba parte hasta hace unos segundos. Le explico mi situación (dramatizando un poco) y le digo que tiene que ayudarme, que no puede colgarme sin ofrecerme alguna salida. Respuesta: lo único que yo puedo hacer, como un favor, es proporcionarle el teléfono de un servicio de grúas que suele trabajar con nosotros y tiene la base por esa zona. Y usted les llama, como cosa suya. Es increíble. Pero yo soy un náufrago y no tengo otro cabo al que agarrarme.

Anoto el teléfono. Grúas R.P. Llamo. Otra chica. Le cuento lo que me pasa. Ella puede mandarme una grúa, pero se la tendré que pagar. 78€. No hay problema. Me pide la localización. Estoy en la M-40, por San Blas, desde mi posición se ven las obras del Centro Acuático, al lado del estadio de la Peineta. Todo eso no me sirve –dice– tiene que darme el kilómetro. Verá, señorita, aquí a mi lado hay un pequeño indicador cuadrado, blanco y azul, con un cuatro grande y arriba un nueve pequeño. Eso es el kilómetro 4,900. Muy bien, en unos 40 minutos tiene ahí la grúa. Cuelga. Ufff, parece que aún queda algo de sentido común en el mundo circundante. Tengo una llamada perdida de mi hijo. Me da otro número de atención al cliente de Toyota. Llamo. Un loro mecánico me informa que ese servicio cierra a las 6 de la tarde (ya son las 6.05) y que puedo dejar mi mensaje, que mañana me llamarán a primera hora. Le insisto a mi hijo: el número que necesito es el de mi concesionario, donde me conocen y me atienden siempre muy bien.

Por fin lo consigo. La telefonista superamable de otras veces. Por Dios, ¿está usted tirado en un arcén de la M-40 con este calor? Ahora mismo le mando una grúa. No, no, no, ya tengo una grúa que viene de camino. No quiero que se junten aquí dos grúas. Lo que quiero es que me aclaren lo del seguro. Bien, voy a ver si le puedo pasar con el jefe. Unos pitidos mecánicos. ¿Emilio? Estoy aquí atendiendo a un cliente, no puedo dedicarte más de unos segundos. Pero es que tengo un pequeño problema con una avería. Entonces te paso con el jefe de talleres. Ha cortado. No he tenido tiempo de explicarle la situación kafkiana en que me veo inmerso. El jefe de talleres me escucha con paciencia. ¿A qué número dice que ha llamado? Se lo doy. Claro, ha llamado usted al teléfono de atención de Seguros Toyota. Pero su coche tiene menos de tres años y está en garantía. Durante este tiempo, usted no está cubierto por el seguro, sino por la garantía. El teléfono al que debía haber llamado lo tiene en una pegatina de buen tamaño en la solapa interior izquierda del libro de mantenimiento. Se les explica con toda claridad a los clientes cuando compran sus coches y se les insiste mucho en que ese, y no otro, es el número al que deben llamar ante cualquier incidencia.

Bueno, al menos ya sé lo que ha pasado. Protesto otra vez: tengo el coche desde hace dos años y medio, no he tenido ningún problema hasta hoy, tengo 64 años y es normal que se me hayan olvidado las explicaciones que me dieron. Sí, le comprendo y, si quiere, le enviamos ahora mismo una grúa y nos traemos el coche para acá. Que no, coño, se lo agradezco mucho, pero no quiero una segunda grúa. Es absurdo llamar a dos grúas por el mismo incidente. Además, de esa forma, la primera grúa la tendría que pagar de todas todas. Y total para nada. Yo lo que quiero es que venga UNA SOLA grúa, me atienda y ustedes la paguen, de acuerdo con lo que yo tengo cubierto. Como quiera, pero entonces tendrá que pagarle ahora al de la grúa y mañana reclamar. Y los de Toyota lo normal es que no acepten su reclamación, porque el error ha sido suyo por llamar al teléfono equivocado. Le advierto también que nuestro taller cierra a las 7. Horario de verano.
    
Es increíble cómo se puede complicar una situación por una serie de fatalidades encadenadas. Me estoy asando de calor en mi pequeño espacio vital de asfalto, por donde corre un aire tórrido y reseco, con olor a neumáticos. Están cerca de cumplirse los 40 minutos y aquí no viene nadie. Camino un poco hacia el sur, más que nada por explorar el territorio. Y entonces llego al siguiente indicador. Tiene un cinco grande y un nueve pequeñito arriba. Horror. Vuelvo al coche y me entra una llamada del grueiro. Me está buscando en el kilómetro 4,900. Y yo estoy en el 9,400. Claro, es que si usted nos da mal los datos… OJO, yo lo único que he dicho es que había un poste con un cuatro grande y un nueve pequeño. Es su telefonista la que ha deducido cuál era el kilómetro. Además le he dado otras indicaciones que podrían haber ayudado, pero ha pasado de ellas. Vale, no se altere, somos una empresa pequeña, no podemos contratar para el teléfono a la campeona del Pasapalabra. Está bien, disculpe. Y dése prisa, que me cierran el taller.

El sol empieza a declinar y yo sigo allí, náufrago en mi isla de asfalto recalentado. Llamo al concesionario, pero ya no me contestan. Debe de ser el horario de verano. Son las 6.40 cuando llega el camión grúa. El conductor empieza por dejar claro que es imposible llegar al concesionario en 20 minutos. Ni en helicóptero –dice. Pero él se puede llevar el coche a la base y mañana quedar conmigo en la puerta del taller a la hora que le diga. El único problema es que eso ya son dos desplazamientos: 156€. Muy bien. Adelante. El tipo saca un albarán, me pide que firme la conformidad y empieza las maniobras correspondientes, sin dejar de refunfuñar, cargado de razón. ¿Entonces usted no tiene seguro? Sí, pero hay un malentendido. ¿Qué malentendido ni que leches? ¿No tiene el teléfono del que le vendió el coche? ¿Le ha llamado? Ahhhh, o sea que el tipo primero le cuelga y ahora ya ni se le pone: ¡ese es un liebre! Al comprar todo son facilidades, y luego mire.

Tenemos el coche sobre el remolque. Me subo al asiento de copiloto. Hay allí una botella de agua de las de litro y medio, mediada. Le pregunto si puedo beber un poco. No hay problema. Pocas veces he bebido con tanta ansia. Joder, jefe, que me ha dejado usted sin agua. Disculpe, ahora se pilla usted otra. Era broma, hombre. De camino le puedo acercar a una parada de taxis, para que le lleven a casa. Mañana, cuando hable con el liebre, que le pague la grúa y el taxi. Le digo que basta con que me deje en un lugar donde haya Metro y un bar con buena cerveza. Me contesta que la mejor cerveza del barrio es la del Gambrinus de la plaza de Grecia. Y tiene el Metro no muy lejos. Allí me bajo, por fin de regreso a la civilización, como un robinson rescatado. El  bar está vacío. Me pido una jarra de medio litro y les digo que llevo sin comer desde por la mañana. Entonces, lo que usted necesita es el plato especial de la casa –dice un chef de gesto afable, con gorro y delantal blanco. La cerveza está fabulosa. Y el plato especial de la casa son unos huevos rotos con jamón, pimientos y champis. Y a precio de San Blas.

Un rato después salgo caminando en busca del Metro. Sigo las indicaciones de un transeúnte que me encamina otra vez al lateral de la M-40, en donde parece correr un poco de airecillo. Allí, en medio de la nada, hay una estación de Metro rodeada de zarzales. Estadio Olímpico, se llama. Efectivamente, a la luz menguante del crepúsculo, se ve al fondo la silueta inacabada de La Peineta. En esa estación en medio de la nada, lógicamente no hay nadie. Hay un andén central para la única línea que pasa por allí. A un lado circulan los trenes que van a Coslada. Al otro los que llevan al centro de Madrid. He de esperar siete minutos, según un cartel luminoso. Saco el móvil y me pongo a navegar por Internet. Llega el Metro, me subo y miro las paradas que me faltan para llegar al cambio que debo hacer. Me siento. El tren va medio lleno. En la primera estación intuyo que baja y sube mucha gente, pero yo estoy abstraído en el móvil, leyendo las noticias del día.

Llegamos a una segunda parada. Las puertas se abren y cierran. El tren empieza a salir de la estación y lanzo una mirada afuera, para ver el nombre de la parada y comprobar que voy bien. No voy bien. El nombre de la estación es Estadio Olímpico, sólo que ahora estoy saliendo en sentido contrario. Es como si estuviera en un bucle diabólico, como el de El Día de la Marmota. Hablo con un vecino de aire ecuatoriano. Oiga, por favor, no sé si me estoy volviendo loco pero me he subido en un tren que iba al centro de la ciudad y ahora voy para atrás. El tipo reprime su risa entre dientes y luego me lo explica con respetuosa paciencia: señor, la línea antigua de Metro llegaba sólo hasta Las Musas. Cuando lo de las Olimpiadas, le añadieron este tramo que es en lanzadera. Va y viene. En Las Musas hay que cambiarse de vagón. Si no, lo traen a uno otra vez para acá.

En fin, una eternidad después, el convoy llega a la estación Barrio del Puerto, en el pueblo de Coslada. Allí he de bajar, cambiar al andén del sentido contrario, esperar catorce minutos, tomar el tren de vuelta, atravesar la estación de Estadio Olímpico una hora después de haber salido de ella, seguir hasta Las Musas y transbordar al tren correcto. Y luego hacer dos cambios de línea más hasta Atocha. Me creerán o no, pero eran cerca de las 11 de la noche cuando llegué a casa, vacié mis bolsillos en la mesita de noche y me derrumbé exhausto en el sofá, con la sensación de haber sobrevivido a una pesadilla. Ni fuerzas tenía para prepararme un vermú.

Por fortuna, al día siguiente, todo fue como la seda, como he contado en el primer párrafo. Pero es que el día siguiente era un día diferente. Los hados también se habían ido a descansar, después de pasárselo en grande a base de tocarme las pelotas durante una tarde interminable. Yo creo que pretendían darme un aviso. Para que no relaje mi atención. El mundo en que vivimos se rige por un orden genérico aparente, que es más frágil de lo que imaginamos. Por eso hay que estar muy atento. Porque en un segundo se puede ir todo a la mierda. Vigilen, amigos, ustedes también. Que luego pasa lo que pasa.