martes, 20 de noviembre de 2012

40. El virus del nacionalismo III

Este verano estuve en un congreso en New York organizado por una asociación norteamericana de grandes parques urbanos. El lema del congreso era Greater and Greener y en este link: http://vimeo.com/47587432 tienen su vídeo promocional de tres minutos, que es muy simpático y complementa la geografía humana de la ciudad que aparecía en el extraordinario vídeo de Joey Ramone que les mostré al final de la Entrada nº 16 de este Blog.

Si empiezo por aquí, no es para tirarme el moco, sino porque fue en un descanso de ese congreso cuando un colega americano, Dave Finn, de Palo Alto, California, al enterarse de que yo era español, se apresuró a hacerme una pregunta sobre un aspecto de España que le resultaba inexplicable, a ver si yo se lo aclaraba. Pensé que me iba a preguntar por las corridas de toros, la paella, los chiringuitos de la playa o el extraño caso de la desaparición del bigote de Aznar.

Pues no. Resulta que en California empiezan a ser aficionados al fútbol (el soccer, lo llaman ellos), y a mi colega le había tocado ver la reciente final de la Copa del Rey española. Así que había presenciado atónito la pitada unánime al himno nacional, protagonizada por vascos y catalanes, con la que se preludió ese partido. Es algo que a un norteamericano le resulta imposible de entender. 

Le hablé de las sensibilidades regionales, de que los vascos y catalanes son diferentes, que muchos no se sienten españoles y tienen proyectos independentistas. No conseguí que lo entendiera. "No hay nadie –me dijo–, más distinto que un tejano frente a uno de Pensilvania, por ejemplo, pero, ante determinados símbolos, como el himno, o la bandera, el sentimiento es unánime. Si un solo tipo se pusiera a silbar, los demás lo sacarían a bofetadas". La verdad es que en España se ha vuelto cotidiano algo que resulta bastante difícil de explicar a un extranjero, y con lo que estamos haciendo un soberano ridículo internacional.

En anteriores entradas me centré en la utilización del idioma como seña identitaria diferenciadora y no como sistema de entenderse. El idioma local se rescata en muchos casos de la nada y se gasta mucho dinero en imponerlo mediante el proceso de inmersión lingüística, una política claramente fascista que debería ser objeto de repulsa social, como la violencia de género o el racismo. Pero el idioma no es la única seña de identidad que se utiliza. En España tenemos la suerte de que no hay diferencias de religión, que eso sí que es peligroso, como quedó demostrado en Yugoslavia y en Sri Lanka, dos casos que conozco bien y de los que les hablaré otro día (el tema da para mucho).

Aparte de la religión, están la historia y la cultura. Y si no existen, se inventan. Que yo sepa, ni Cataluña ni Euskadi han sido nunca estados, pero no quiero entrar en razonamientos de este tipo, para no ponerme a la altura de los suyos (¿Qué decir del rh de los vascos?). Es evidente que cada pueblo es distinto, como los tejanos y los de Pensilvania, pero eso no implica que no podamos seguir juntos, empujando todos a una en la misma dirección, y no a la contra.

Los asturianos también son distintos y, por lo menos, tan peculiares como los vascos. Pero ellos han solucionado el tema con una frase genial: España es Asturias y, lo demás, tierra conquistada a los moros. Tal vez los vascos podrían decir algo así. Al fin y al cabo, son el último vestigio intacto de las tribus que poblaban la península, antes de la llegada de los romanos, y luego de los moros. A mí no me extrañaría que algún día se encontraran restos con inscripciones en euskera en Cádiz o en Alicante. ¿Qué impide entonces decir: España es Euskadi y, lo demás tierra esquilmada por los romanos y luego rescatada? Pues lo impide Sabino Arana y sus teorías, y casi mil muertos por medio. Aunque, como dijimos el primer día, Sabino Arana es la expresión de un sentimiento que ya existía antes que él.

El virus ataca a los pueblos y les impide razonar. Por ejemplo: ¿saben ustedes que el IRA entregó las armas en un proceso verificado internacionalmente, a cambio de un nivel de autonomía dentro del Reino Unido, muy inferior al que ya tienen el País Vasco o Cataluña? Pero da igual. Los nacionalistas tienen que seguir siempre adelante con su raca-raca, por el mismo motivo que los inmobiliarios tienen que seguir construyendo siempre, hasta que se estrellan. Está en su naturaleza.

Una vez descartadas las armas en Euskadi, vascos y catalanes marchan parejos hacia el abismo de la independencia y se miran en algunos modelos extranjeros. Los checos y los eslovacos se separaron mediante un referéndum amistoso. Y lo primero que hicieron ambos países fue prohibir eventuales referéndums posteriores de reunificación. Porque lo que vale en un sentido no se tolera luego en el otro. El Estado nacionalista ya es para siempre.

El Quebec ha organizado dos de estos referéndums para separarse del Canadá. En el primero perdieron claramente, pero en el segundo se acercaron bastante al 50%. Eso llevó a sus promotores a proclamar de forma entusiasta que a la tercera iría la vencida, lo que motivó un pronunciamiento muy interesante del Tribunal Supremo del Canadá.  En la llamada Clarity Act, ese tribunal establece que el Quebec sólo podrá separarse mediante un acuerdo negociado, aceptado por el Gobierno canadiense y respaldado por una mayoría cualificada, cuyo porcentaje no se determina, pero se deja claro que no vale con un 51% pelado.

Es decir, primero negociación y acuerdo del gobierno central, y después referéndum. En esa Clarity Act se han inspirado los escoceses. Su líder ha negociado ya con Cameron y este ha dicho: “vale, haced un referéndum”, seguro de que no lo van a ganar. Ibarreche intentó algo parecido, pero no obtuvo respaldo de las Cortes, y no hizo consulta alguna. Y el amigo Artur Menos pretende ahora saltarse la primera parte del proceso en el que también se inspira, y pasar directamente al referéndum. Porque tiene prisa, no vaya a ser que los catalanes se den cuenta de su superchería (está huyendo hacia adelante para ocultar su mala gestión de la crisis económica). Yo me alegraría que no llegara a buen puerto. Pero, mira, ya puestos, si se quieren ir, que se vayan. El problema va a ser para los residentes no catalanes.

Termino con un dato a este respecto. En la civilizada Letonia, un estado de la Unión Europea, conviven ahora los letones con una amplia colonia rusa implantada en la época soviética. Incluso en su capital, Riga, viven más rusos que letones. Bueno, pues desde que Letonia conquistó su independencia, se ha impuesto un examen de ciudadanía obligatorio, que incluye un conocimiento fluido del idioma letón. Quién no pase ese examen, no recibe el carnet de identidad y, por tanto, no puede salir del país, ni matricularse en la Universidad, ni trabajar fuera de la economía sumergida. Muchos rusos ya nacidos allí se han negado a hacer el examen y sobreviven excluidos de las ventajas que tienen los letones. Pagan ahora por los excesos de los años de dominio ruso. 

Me parece que entienden lo que quiero decir.
 

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