viernes, 16 de noviembre de 2012

38. ¡¡Y a mí que me gusta Mario Monti!!

Debo de estar definitivamente echado a perder. No sé. Quizá es que en este país nos han puesto el listón tan bajo los líderes de los grandes partidos, que, por comparación, observo las imágenes de Mario Monti, Presidente de Italia no elegido en las urnas sino impuesto por los banqueros, y me maravilla el talante culto, sereno, digno, decoroso, respetable de este caballero siempre bien vestido, que nunca se pone nervioso. Estoy seguro de que la bruja Merkel (ya la voy a llamar así siempre, hasta que alguien me explique lo de la monstruosa deuda de la ciudad de Berlín) le tiene mucho más respeto que a Rajoy. Los italianos parecen no estar demasiado descontentos con este señor, cuya imagen les pongo aquí abajo, quizá porque aún no se les ha olvidado el trago que les hizo pasar su esperpéntico antecesor, ése sí, elegido en las urnas.


Estoy convencido de que, cuando el señor Monti acude a recibir instrucciones de la bruja, la escucha educadamente pero, si le ordenan algo que no conviene a su país, es capaz de responder con suavidad pero con firmeza: “preferiría no hacerlo”, y quedarse frente a la bruja repitiendo la frase del inolvidable Bartleby de Herman Melville cuantas veces sean necesarias,  hasta hacerla cambiar de parecer. Veo en la mirada de Monti una autoridad moral, una nobleza, que me trae a la memoria la imagen de los antiguos patricios romanos, un gesto de persona preparada, que sabe lo que quiere y que es capaz de defenderlo con argumentos y explicárselo a sus ciudadanos. Y para colmo tiene una Ministra de Trabajo a la que le da la llorera cuando tiene que dar cuenta de las duras medidas de ajuste de su gobierno.

¿No echan de menos algo así por estos pagos? Vamos por partes. Rajoy. La imagen que tengo de mi medio paisano (paisanos enteros son sólo los coruñeses) ha cambiado radicalmente. Pero no ha sido un cambio gradual, sino que tiene una fecha concreta: el momento en que resultó agraciado por el dedo divino de Aznar. Hasta entonces debo confesar que tenía incluso una cierta debilidad por el amigo Rajoy. Me parecía un exponente de la cara más civilizada del PP, desde luego mucho mejor que los otros dos componentes de la terna sobre la que decidió Aznar (Rato y Mayor Oreja, por si no lo recuerdan). Rajoy era hasta entonces un ministro discreto y eficiente, y un parlamentario excelente que preparaba a fondo sus intervenciones en el Congreso, que leía sus discursos con voz potente y segura, y gesto de convicción.

A partir de que lo nombraran sucesor, su gesto se agrió y hasta se le puso la voz más aguda (busquen vídeos y verán que no les miento). Desde entonces su gimnasia gestual delata a un hombre cabreado y nervioso, sin paciencia para explicar a los ciudadanos por qué hace lo que hace, como el dependiente de una tienda al que no le gusta su trabajo y te atiende secamente, con prisas y sin darte ninguna facilidad. Eso lleva a muchos a pensar que no sabe por dónde se anda, o que lo que podría explicarnos es tan impresentable que mejor se lo calla. 

Creo, por ahora, que esas dos interpretaciones son incorrectas. Yo aún le doy un mínimo de crédito y lo que pienso es que tiene unos asesores de imagen nefastos. Porque la imagen de este señor lo que transmite es algo así como “no tengo nada más que decir, coño, déjenme en paz que llego tarde al palco del Bernabeu”. Los humoristas de El Mundo Today, que son extraordinarios, hicieron hace poco el siguiente sketch radiofónico. Voz de locutor de telediario: el Consejo de Ministros, en aplicación de la política de recortes que nos imponen desde Europa, ha acordado hoy reducir las comparecencias de su presidente a cinco segundos. Voz de un imitador perfecto de Rajoy: Buenash tardesh a todos. La situación del país ya saben la que es. Muchas gracias por haber venido a esta rueda de prensa. El tradicional humor hispano, como siempre, poniendo el dedo en la llaga. ¡Ah! Su Web: www.elmundotoday.com

Yo creía que ese gesto impaciente, crispado y de continuo cabreo se debía a sus dos derrotas frente a Zapatero pero, después de ganar a la tercera, no se le ha quitado. No ha recuperado el talante sereno de sus antiguas comparecencias en el Congreso y su voz sigue aguda y colérica, como si estuviera todo el rato denunciando algo gravísmo, como si estuviera aún en la oposición y no en el Gobierno, como una persona ofendida que no controla su indignación 

¿Qué decir de Rubalcaba? Pues que su cara es la imagen del pasado. Que parece el hombre de Cromañón. Que, mientras no se quite de en medio, su partido va a seguir bajando en intención de voto y valoración ciudadana. Porque ya nadie se cree su discurso. La actuación del PSOE en la comisión que se ha reunido con el Gobierno para buscar una solución al tema de los desahucios ha sido bochornosa. Cualquiera puede ver que han puesto unas condiciones imposibles de aceptar (y que ellos no aplicaron cuando gobernaban), para que el PP quede de malo y se coma solo el marrón. Con Zapatero no hubieran actuado así. Zapatero era un hombre siempre en busca de consensos, al que desbordó una crisis que no supo prever.

En estos momentos, el PSOE debería seguir el consejo de Bart Simpson: ¡multiplícate por cero! O, lo que es lo mismo, refundarse como un partido que defienda un modelo socialdemócrata, en el que la gente de esa corriente pueda sentirse representada. Y, por favor, con caras nuevas. En cuanto a Izquierda Unida, casi no vale la pena perder espacio hablando de ellos. Es un partido que tenía la posición ideal para ser crítico de verdad y convertirse en una referencia ética. Pero, en cambio, ha aceptado callarse a cambio de las migajas del pastel que se comían los dos grandes. Tenía gente valiosa, como Inés Sabanés, que se han tenido que largar de esa jaula de grillos, para no deprimirse. Ahora se han dado cuenta del ridículo que hacían con el apellido Unida y se llaman Izquierda Plural, creo.

Y nos queda UPyD. Me temo que ese partido va a pescar muchos votos en el río revuelto de la mediocridad reinante. Yo podría ser uno de sus votantes potenciales: me identifico con las opciones de centro y, en su día, se me podía casi considerar un simpatizante de la UCD, y luego del CDS. A más ganar, soy antinacionalista convicto y confeso. Y además está el encanto de las alternativas nuevas, que siempre se perciben como un soplo de aire fresco. Mi problema con  ellos es que, en cuanto veo la imagen de Rosa Díez, me asaltan unos dolores de tripa incontrolables. Es verla y darme el retortijón. Mientras no quiten de su cabecera la imagen de esa señora, no contarán con mi voto. Comprendo que es una cuestión visceral y no razonada, pero es que yo soy así de raro. Yo me fío mucho de la intuición y de las connotaciones que se desprenden de la imagen de los políticos. A lo mejor por eso me gusta Mario Monti.

Me apunta Javier Villegas, mi asesor para asuntos históricos y sociopolíticos, que fueron las ciudades italianas de finales del siglo XIII, las que tuvieron la idea novedosa de contratar a un condottiero, es decir, un jefe político y militar, para que las dirigiera y se hiciera cargo de su defensa. El contrato era temporal, para que gobernase como un poder neutral. El problema fue que algunos de estos capitani del pópolo se negaban luego a irse y acababan por convertirse en dictadores sanguinarios, de los que no se podían librar, salvo que los mataran. 

El concepto moderno de El Estado, surge precisamente en ese momento: Lo Stato, palabra que significa “lo que está ahí”. Las ciudades italianas del medievo empezaron a designar con ese vocablo la forma política de gobernar su territorio a base de una estructura de poder, superpuesta artificialmente sobre la vida cotidiana de sus ciudadanos. Estructura que estaba encabezada por un capitano del pópolo con contrato temporal bien pagado. Ese Estado incipiente es el que años más tarde se articulará a partir de la estructura teórica creada por Maquiavelo.

En fin. ¡Qué delicia tener unos asesores tan cultos! Gracias a Javier Villegas, he averiguado que Mario Monti, contratado para hacerse cargo de la presidencia del Gobierno Italiano, es la versión moderna de los antiguos condottieri. Lo lleva en la cara. Y ahora entiendo por qué me gusta tanto.

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