martes, 30 de octubre de 2012

27. De vuelta a la realidad

Acá me tienen, de vuelta de mis viajes, muy cansado y de bajón total, tras una primera jornada madrileña agotadora. Todavía ayer estaba en Rótterdam, con una temperatura algo más suave, después de tres días de mucho frío. Amanecí pronto, gracias a la previsión europea del cambio de horario, un cambio que mi ordenador y mi móvil efectuaron de manera automática.

Los responsables económicos de la Comunidad Europea, que en el mes de marzo tuvieron a bien quitarme una hora de tiempo gris y aburrido de final del invierno, ahora tenían la delicadeza de devolvérmela, como un tiempo de prórroga de mi viaje a punto de terminar. Desayuné casi solo y di un largo paseo por la ciudad vacía, todavía despertándose después de la noche de sábado. Regresé, pagué el hotel, hice mi equipaje y lo bajé a recepción (debía dejar el cuarto libre a las 12).

Quedé con mi hijo, dimos una vuelta por la zona del puerto y luego entramos a una Brasserie Belge, a comer un sándwich. En el bar se escuchaban de tanto en tanto gritos destemplados y ovaciones que venían de la trastienda. Kike fue al baño y volvió con la explicación de esos estruendos: estaban viendo en directo el partido de fútbol Ajax-Feyenord, es decir, el mejor equipo de Ámsterdam, contra el mejor de Rótterdam. El partido estaba en el tiempo de descuento con resultado de empate a dos, de ahí la emoción.

Me despedí de mi hijo y volví al hotel a descansar un rato en unos sofás que tenían junto a la entrada. Luego cogí mis maletas y eché a andar hacia la estación central. Allí había un revuelo considerable, con numerosos policías de más de dos metros, bastante nerviosos y como intentando desplegarse. Los policías de todo el mundo hacen el mismo gesto cuando están nerviosos: miran a todos lados y se tocan la pistola que llevan al cinto, como si comprobaran que sigue allí. El origen del revuelo era el que se imaginan: los supporters del Feyenord regresaban en tren del partido, con las bufandas al viento, en grupos ruidosos que entonaban sus últimos cánticos a coro, con los rostros colorados por el frío y la cerveza, y esa determinación militante que sólo el fútbol proporciona.

Un tren Fyra me llevó en una hora al Schiphol Airport, en donde hube de esperar un buen rato hasta que pude facturar y deshacerme de la maleta grande hasta Madrid. Nunca antes había viajado en Easy Jets y pude comprobar que es una compañía que no te proporciona un trato degradante, como Ryan Air, pero tampoco te ofrece grandes comodidades. Los asientos no son reclinables y no te dan gratis ni un caramelo, aunque tienen de todo si estás dispuesto a pagar por ello. Por lo demás, el vuelo fue puntual y corto. En Madrid recuperé la maleta y me subí en un taxi que me llevó a mi casa en poco más de veinte minutos.

Llegué, puse una lavadora con toda mi ropa sucia de 16 días y bajé a comer un bocadillo con una cerveza Mahou en El Brillante, porque tenía la nevera vacía. Al volver, colgué la ropa y me acosté en una cama helada. Como tengo por costumbre utilizar la alarma del móvil corporativo para despertarme, lo encendí (en el extranjero no funciona, así que lo había tenido todo el tiempo apagado y guardado) y lo preparé para que me despertara a la hora habitual, las 6.45. El problema es que este es un móvil antiguo, que no hace el cambio de horario de forma automática, como el mío, o el propio ordenador.

Así que hoy me he levantado a las 5.45, tras haberme acostado después de la una. He transitado como un zombi por una mañana interminable, que ha incluido una reunión soporífera de más de dos horas, aunque, al final, las cosas han remontado un poco. He comido algo ligero, he tratado de dormir algo sin grandes resultados, he bajado a que mi amigo Jurgen me cortara el pelo, y me he ido a correr al Retiro.

Cuando era más joven y estaba más enganchado a las carreras de fondo, me llevaba los pertrechos de correr a todas partes, y no dejaba de entrenar por estar en otras ciudades, en las que siempre encontraba un parque a mano. Ahora me pesa más el coñazo que supone usar una ropa que en poco menos de una hora hay que quitarse empapada de sudor y guardarla maloliente con lo sucio, además de que las zapatillas ocupan mucho espacio en la maleta. Así que no he corrido nada en estos días y hoy he recuperado el asunto, en una tarde desapacible y fría, en la que la noche se me ha caído encima poco después de las seis. Y luego aún he debido hacer una mínima compra para poder cenar en casa.

Incorporado a la rutina gris de mi vida, quizá deba hacer una especie de balance del viaje. Cuando iba con mis colegas franceses a Sri Lanka, la parte final de los viajes se la pasaban muy apurados escribiendo algo que llamaban “le contrendí”. Después de oír esa palabreja muchas veces les pregunté qué coño era “le contrendí”. Resultó que hablaban de Le compte rendu, es decir, el informe final de la misión. Mis entradas de blog de estos días pueden ser suficiente compte rendu, pero aquí van algunas conclusiones.

A mi hijo y mis amigos los he encontrado bien, en sus líneas respectivas. Tal vez me ha sorprendido Tangi, que me ha descubierto un lado humano que no conocía. Las ciudades también siguen más o menos como yo las recordaba. París es una ciudad maravillosa, excepto por el hecho de que en ella viven los parisienses, un tipo de gente bastante insufrible. Por ejemplo, es el único lugar de Europa en que llegas caminando ante un paso de cebra, adelantas un pasito, y el coche que viene no se para, sino que acelera para pasar antes que tú. Eso sucede en el Tercer Mundo y en París. Los ciclistas los he encontrado un poco en retirada.

Bruselas es una ciudad un poco aburrida, llena de funcionarios, con muchos emigrantes especialmente musulmanes vestidos de sport, con sus mujeres dos pasos más atrás bien cubiertas con pañuelos. Es una ciudad de grandes cuestas y desniveles, en la que la bicicleta es casi tan rara como en Madrid. Rótterdam sigue siendo la ciudad próspera y magnífica, que vive de su gran puerto industrial, con su mercadillo de los sábados bullendo de gente vestida con ropas coloridas. Y Nantes ha sido un descubrimiento. Una ciudad de unos 600.000 habitantes, perfectamente organizada para moverse en tranvía y en bicicleta. Además he conocido brevemente algunos otros lugares, como Saint Nazaire, La Haya o Leuven, la antigua Lovaina.

París y Rótterdam están completamente levantadas de obras, en algunos casos bastante faraónicas, como la nueva Estación de Rótterdam, que ya estaba empezada hace tres años en mi anterior visita y no se acabará hasta 2015. Aquí no ha llegado aun la crisis, pero en Francia ya hay consenso en admitir que el año que viene va a ser muy malo desde el punto de vista económico. Lo que nos decían a nosotros en 2008. El sistema entero es el que está en crisis y los grandes popes de la economía no tienen más solución que seguir siempre creciendo, a base de obras públicas e inversiones, hasta donde se pueda, y luego, que Dios nos ampare. Todavía no han encontrado algo mejor.

Es lo mismo en todas partes. Ahora nos han elegido a los españoles como chivos expiatorios, pero luego irán a por los demás, porque el fundamento de la economía es el mismo para todos y, en el fondo, todos están creando sus burbujas, que algún día pueden estallar. Y lo de los chinos ya no es burbuja, es burbujón. El día que se pinche, nos vamos a enterar.
  

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