jueves, 25 de octubre de 2012

23. El tiempo pasa despacio

Time passes slowly, cantaba Bob Dylan. El martes salí más tarde de casa de António Trinidad, porque fue esa la mañana en que escribí dos entradas de Blog. Lisardo me ha mandado un mail regañándome porque, no sólo no acorto mis textos, sino que los duplico. En realidad lo hice porque, al paso que iba, me veía de vuelta en Madrid sin haber siquiera terminado de contar mi estancia en Nantes.

Hablando de Nantes, habrán comprobado que Michel y Tangi son dos personalidades muy diferentes. Sólo tiene dos cosas en común. Una: son arquitectos. La otra tienen que deducirla de las fotos que les vuelvo a traer para que les miren otra vez.



¿Lo han adivinado? EXACTO: los dos van vestidos de arquitecto. BINGO. ¡Ah! ¿Que algunos no saben a qué me refiero?  Pues aquí les pongo las mías. Está bastante claro.



El martes, tras terminar mi doble entrada al Blog, tomé el tranvía 3, porque no quería emplear el tiempo de que dispongo para caminar en hacer el trayecto entre la Avenida Winston Churchil y el centro, para el que ya conocía dos rutas diferentes. Paré un momento en la Gare du Midi, para sacar mi billete a Rotterdam, el único que me faltaba. Después de una cola moderada, el amable joven de la taquilla me informó que para el tren Thalis de alta velocidad ya no quedaban billetes para el día 25. La única alternativa que tenía era el tren IC, que tarda unas dos horas. Teniendo en cuenta que el Thalis tarda hora y cuarto, no es mala solución. Además, es gratis con el pase Interrail y no tengo ni que sacar billete. Con mi pase, me subo en uno cualquiera (salen cada hora) y, si viene el revisor, le muestro el pase. O sea, como el Interrail que yo recordaba de mi juventud.

Comí una salade niçoise en una terraza, porque seguía haciendo calor, y luego, hice el típico circuito del turista: Catedral, Grand Place, Manneken Pis, etc. En la Place du Marche aux Herbes, los músicos callejeros se turnan para entretener a la gente que toma el sol por los bancos, las gradas y los jardines. Estuve un rato escuchando a un chaval de ojos románticos y voz desmayada, dulce y evocadora. Cantaba una canción lenta y triste, de la que me costó reconocer la melodía: era el Billie Jean de Michael Jackson. Desprovista del ritmo sincopado y machacón de la versión original, la tonada mostraba la exquisita delicadeza de la composición. Jackson era un gran músico, como intuyeron Quincy Jones, Miles Davies y tantos otros colegas de la raza cuyos rasgos pretendía borrar de su rostro en la fase final de su locura.

A las 7 regresé a casa de António, porque los dos teníamos una cita especial. Los últimos martes de cada mes, los poetas, narradores y lectores de literatura en español de Bruselas, se reúnen en una tertulia literaria. Normalmente se encuentran en Casa Miguel, un lugar de tapas y buenos vinos de la tierra. Pero hoy hay partido de fútbol en la tele, y los forofos españoles de la Champion League le suponen al bueno de Miguel un negocio potencial muy superior al que prometen los poetas, casi siempre gente escueta en sus consumiciones, porque no les suele sobrar el dinero. Así que hoy será en el Carpe Diem, un nombre también muy literario.

Hemos llegado los primeros, y hemos esperado en la calle, fuera del bar, porque la temperatura es súper agradable. Los literatos y sus amigos van llegando poco a poco con sus abrigos modestos y nos saludamos con cariño y nostalgia de la tierra. La mayoría cuentan con algún trabajo relacionado con los organismos administrativos de la Comunidad Europea. Hoy la tertulia se va a centrar en la presentación de un libro de poesía del cotizado narrador y ensayista José Ovejero, que se llama Nueva guía del Museo del Prado. Ovejero es un joven agradable, cariñoso y muy natural, que domina varios idiomas (al menos inglés, francés y alemán) y trabaja como intérprete en Bruselas desde hace bastantes años.

Aquí los intérpretes son una élite. Pueden actuar como traductores simultáneos y ganan bastante más dinero que los traductores de a pié, los que trabajan sobre textos escritos. En el año 2000, José publicó una especie de guía informal y atípica de Bruselas, al estilo de los libros de Enric Gonzalez sobre Nueva York y Londres, y tuvo bastante éxito. A partir de ahí inició una carrera como novelista, que hoy tiene ya muy consolidada. El año pasado publicó un ensayo llamado Escritores Delincuentes, que tuvo bastante repercusión. Este año ha ampliado su oferta con La Ética de la Crueldad, que acaba de ganar el Premio Anagrama de ensayo, y estos poemas que le suponen una incursión en un género en el que es menos reconocido.

El libro se compone de una serie de poemas compuestos a partir de la observación de diversos cuadros del Museo. Nos ha leído algunos y a mí, que no soy experto en la materia, me han parecido muy bonitos. En cuanto llegue a Madrid me compraré el libro. Por otra parte, resulta enternecedor el esfuerzo que desarrolla José Miguel, el organizador de esta tertulia, para reunir a todos los españoles interesados en la literatura con residencia en Bruselas. José Miguel tiene un resto de acento catalán, pero lleva muchos años residiendo fuera, sobre todo en Londres, de donde es su mujer. Es un hombre más o menos de mi quinta y su primera profesión es cantante de ópera. Pronto vendrá a Madrid para participar en el coro de Aída, en donde debe vestirse de época y  actuar como portaestandarte.

La tertulia ha resultado muy agradable para mí. Los del bar nos habían puesto mantelitos y cubiertos en una sala del primer piso, como si fuéramos a cenar, pero al entrar les hemos explicado que éramos poetas y novelistas y no veníamos a cenar sino a presentar un libro. Entonces se han llevado los pertrechos para la cena y nos han sacado unas copas de Leffe Blonde de presión y unos platillos con saladitos y dados de queso Gouda.

Al acabar la tertulia, nos hemos dado las direcciones y nos hemos despedido. António y yo hemos tomado un tranvía para regresar, dando por finalizado el martes 23 de octubre. Les dejo un par de imágenes de propina: el Manneken Pis vestido de mosquetero, y las acacias delante la Catedral, que dentro de unos días habrán perdido todas las hojas. Con un amarillo tan puro, cualquier airecillo bastará para llevárselas lejos



      

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