sábado, 27 de octubre de 2012

25. El virus del nacionalismo I

Dejemos clara una cosa primero: cada persona es libre de pensar lo que le dé la gana, faltaría más. Cada persona es libre de ser nacionalista, si quiere, como es libre de ser racista o fascista. Mientras que no vulnere la ley, lo que tenga dentro de su mente es cosa suya. Cada persona es libre de dejarse convencer, o incluso engañar, por tendencias o criterios ideológicos. Desde ese mismo respeto por las opiniones de cada uno, yo soy antinacionalista. Y en ese convencimiento opino que el nacionalismo es el virus de la sociedad actual.

Un virus en el sentido informático (ya sé que no se trata de un bichito muy pequeñito y con patas, que si se cae de la mesa se mata, forma en que un malhadado Ministro de Sanidad describía al supuesto causante de la enfermedad que luego se atribuyó al aceite de colza). Pero un virus al fin y al cabo. Un virus que destruye la conciencia individual del ciudadano, impidiéndole continuar el camino por el que deberíamos transitar todos, siempre en mi opinión: el de la desaparición de las fronteras, el de la mezcla, el mestizaje, el que todos seamos ciudadanos del mundo, en esta época en que la tecnología ha abierto nuevos horizontes de comunicación entre los pueblos.

El nacionalismo camina hacia atrás en ese devenir mayoritario hacia la ciudadanía universal. El nacionalismo es la vuelta a la caverna, a la sacralización de las señas de identidad propias y el desprecio por las ajenas. Y además, es la utilización fraudulenta de los sentimientos legítimos de amor al terruño propio, por unos políticos que manipulan esos sentimientos para lograr cuotas de poder y, en el fondo, mangonear al ciudadano. La hoja de ruta es siempre la misma y yo estos días he visto en Bretaña síntomas del principio de esa ruta. Los bretones tienen sin duda una identidad diferenciada (Asterix era bretón), un idioma y una cultura celta. Pero da igual: cuando no hay una historia propia, se inventa y en paz. Vayamos por partes.

Uno. Michel Velly. 63 años. Se siente bretón, odia el centralismo parisiense y adora las galletes bretonnes que prepara su amigo y que le rememoran los sabores de su infancia. No sabe una palabra de bretón, ni ha pensado nunca en aprenderlo. Se proclama ciudadano del mundo y le gustaría vivir en Rotterdam o en Barcelona, ciudades en las que sabe que se sentiría muy a gusto. Sus hijos han estudiado en francés, en la escuela y en la Universidad. Su hijo mayor, que le ha dado tres nietos, vive en Bangkok trabajando en tareas humanitarias para la ONU. Desconozco cuál es su nombre, pero no me extrañaría que fuera un nombre francés: Michel, como su padre, o Fabrice, o Philippe. Su hija pequeña, la de la bodega, podría llamarse Anne (todo el mundo la llama así). Pero resulta que el nombre con el que fue bautizada no es ese, sino su equivalente bretón Annaïg. Primera manifestación del Virus. 

Dos. Tangí Saout. Algo más de 30 años, creo. Se siente bretón antes que francés, pero está a gusto en Francia y no piensa en una futura situación de independencia (se lo he preguntado). Su propio nombre está escrito con la grafía bretona (en francés sería Tanguy). Sus hijos se llaman Malo, Helorïg y la pequeña Ailïg. Malo, aunque piensen lo contrario, es un nombre bretón. Recuerden el pueblo de Saint Malo. Y los yogures Malo, natural y de vainilla, que se anuncian aquí por todas partes. El yogur Malo debe de estar muy bueno.

Los hijos de Tangi estudian en un colegio bilingüe, francés y bretón. Hablan correctamente los dos idiomas, pero usan todo el rato el francés, entre ellos y con sus amigos. Tangi ha intentado aprender bretón, pero es un idioma muy difícil, cuyo aprendizaje requiere esfuerzo, y él no tiene tiempo porque debe trabajar todo el día para sacar adelante su familia. A una pregunta mía me ha contestado que no cree que el hecho de que sus hijos estudien la mitad de sus cursos en una lengua difícil, que sólo les va a servir en el futuro para entenderse en su pequeña patria, sea una pérdida de tiempo y un desperdicio de esfuerzos. Por el contrario, piensa que estudiar en dos idiomas les facilitará después aprender un tercero, como el inglés.

Lo van pillando. Es el mismo escenario de los vascos hace unos veinte o veinticinco años. Al contrario que Tangi, yo creo que el saber sí ocupa lugar y pienso que el aprendizaje de lenguas tan difíciles como el euskera o el bretón es en parte una manera de anclarte al territorio, una suerte de esclavización parcial consentida. La hoja de ruta es siempre la misma, y el hecho de que el idioma vernáculo sea difícil y arcaico es irrelevante. Mis sobrinos que han estudiado en La Coruña coinciden en afirmar que la asignatura más difícil de su bachillerato es el gallego. ¡Manda caralllo!

Tangí es una buena persona, pacífica y nada agresiva. Pero después vendrán los radicales, los insatisfechos que vuelcan sus frustraciones en el odio a la metrópolis, sea ésta Madrid o París, a la que responsabilizan de todos sus males. Y la última destilación de este fenómeno: los políticos. Los Artur Mas de turno. A este respecto, hay que aclarar que es falso que existan líderes nacidos de la nada, que arrastren a sus pueblos a donde nunca hubieran llegado si no fuera por su aparición. Me explico.

Hitler, nacionalista autoproclamado, no fue un loco caído del cielo que llevó al pueblo alemán por un camino equivocado. Hitler encarnó la expresión de unos sentimientos muy arraigados en el pueblo alemán: la necesidad de expandirse, la frustración por las guerras perdidas con sus vecinos y, por supuesto, el antisemitismo, que existía antes de Hitler y se extendía también por otros países como puede verse en la novela La Conjura contra América, de la que ya les he hablado.

Sabino Arana era un auténtico nazi. En sus libros ha quedado plenamente expresado su pensamiento. Bien conocido es el pasaje en el que explica a los verdaderos vascos cómo deben actuar si un día, paseando por el puerto, avistan a una persona que se está ahogando. Lo primero, asegurarse de si es euskaldún. En caso afirmativo, lanzarse al agua a ayudarle. Si no, no merece la pena: es un español, pues. Que se joda y se ahogue. Un cabrón menos.

Pero Sabino Arana tampoco surge de la nada con unas ideas originales insólitas. Por el contrario, es la expresión de un sentimiento colectivo que ya existía. Alejo Carpentier cuenta, en un pasaje delicioso de El Siglo de las Luces, cómo, después de la revolución francesa, se prohibió la religión en el país vascofrancés. Pero los vascos siguieron celebrando misas clandestinas, para lo que llevaban escondidas las hostias debajo de la boina.

No hemos llegado aún a ninguna parte, porque este tema requiere mucho más espacio, pero ya tenemos esbozadas algunas líneas. El nacionalismo es un virus que brota en los pueblos, primero de forma pacífica y tranquila. Luego entran en liza los políticos, y el asunto se convierte en una lucha de poder, que puede derivar en situaciones muy violentas (Yugoslavia, Sri Lanka) aunque también puede llevar a opciones más tranquilas (Checoeslovaquia). De todo ello hablaremos, pero no teman: este no es tampoco un blog exclusivamente antinacionalista. Seguiremos hablando también de otros asuntos más gratificantes.

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