domingo, 14 de octubre de 2012

13. En París bajo la lluvia

Instalado en casa de Philipe, hoy he pasado mi primer día en París, adonde llegué anoche después de viajar quince horas en trenes interminables. No es mi intención hacer un relato minucioso de todos mis pasos, no recuerdo quién dijo que contarlo todo es la perfecta garantía de ser un coñazo. Prácticamente no ha parado de llover desde que he llegado. Pero París está precioso como siempre. Por la mañana he ido con Philippe y su mujer a ver el Parque George Brassens. Está en la zona sur de la ciudad, cerca de la Porte d’Orleans y no lo conocía. Habían organizado un homenaje al cantante y poeta en el auditorio al aire libre del parque, pero han tenido mala suerte con el tiempo.

Por la tarde he dado un largo paseo con Philippe desde la Porte Saint Denis, por la rue Mont Orgueil, para ver la zona en obras de Le Halles. Luego hemos cruzado a la Ille de la Cité, hasta el Boulevard Saint Michel, Barrio Latino adelante, el Panteón, y el barrio de Mouffetard, que está detrás y era donde se alojaba Hemingway cuando venía a París. Por la noche he salido por tercera vez a buscar la rue du Faubourg de Saint Denis, un eje que concentra un buen número de restaurantes grasientos atendidos por indios y turcos, hoteles infectos y cafetines de borrachos multiétnicos. He comprado un durum kebab de pollo para comérmelo por la calle y luego me he sentado en una terraza resguardada de la lluvia con un toldo y me he tomado una doble Leffe Blonde de presión. Estoy bastante cansado, así que me limitaré a reseñar algunas cosas que se me habían quedado pendientes de contar y que anoté ayer durante el viaje a medida que las recordaba.

1.- La Pizzateca de mis amigos de la calle León ha inaugurado una exposición de grabados del cotizado artista gráfico Eneko, que publica cada día sus tiras en el periódico gratuito 20 minutos. La exposición, que dura hasta final de mes, es a medias con la tienda de enfrente, que se llama La Integral, y es un lugar en el que venden toda clase de objetos de diseño informal, desde ropa y joyas hasta cajas, cuadernitos, fotos, posters, etc. La parte más interesante de la exposición, en mi opinión, es la que se exhibe en La Pizzateca. Anímense, vayan a comerse una ración de una pizza apetitosa y comprueben el partido que se le puede sacar a un local minúsculo. 

2.- Por fin he conseguido que Ana, la dueña del ultramarinos de la calle Atocha donde compro las galletas y los yogures, me diga cuál era su nombre chino. Me lo reveló después de contarme que lleva más de veinte años en España, que se ha traído a su familia y la de su hermana, y que entre todos regentan dos o tres supermercados en el barrio. Está tan adaptada a España, que hasta pronuncia correctamente la erre.

Su nombre, finalmente, era Ai-Fel Dai-Lin. Me lo dijo cuando ya me iba, con las dos manos ocupadas por multitud de bolsas de la compra. Alegué que no tenía como anotarlo y que, con toda seguridad, en cuanto pisara la calle se me olvidaría.
         –No. Muy fácil –aseguró–. Ai-Fel es la torre de París. Y Dai-Lin es linda al revés.
         –Pero mi memoria ya no da para acordarse de dos cosas al tiempo.
         –Sólo es una cosa. Porque la torre de París es linda.
Seguí su consejo, y la regla mnemotécnica funcionó. Por eso lo he podido escribir aquí.

3.- Les alerto de la apertura de un nuevo bar-restaurante que se llama Gran Vía Uno, y está, como es lógico, en esa dirección. Aun no se ha inaugurado oficialmente, pero yo ya he estado comiendo en la zona de barra, en donde tienes desde pizzas que te hace delante de ti un pizzaiolo con un horno sólo para ello, hasta ensaladas muy ricas, croquetas de varios tipos, carnes a la brasa de carbón, etc. Bajando una amplia escalera, se accede al semisótano en donde tiene un restaurante a la carta y una coctelería que pretende competir con las cercanas Chicote y Del Diego.

El lugar tiene un punto neoyorkino en el ambiente, la decoración, el mobiliario, las luces, las vitrinas, los camareros políglotas, la música suave (Norah Jones, Alicia Keyes, Sade, etc.) y parece un buen lugar para empezar una noche romántica en condiciones. Además, no tiene una dirección cualquiera. Gran Vía Uno tiene un prestigio asociado a su nombre, que no lo tendría la Corredera Baja de Los Mostenses, por decir algo. No tienen más que ver la imagen que les pongo aquí abajo del número uno de la Quinta Avenida de NY. En semejante dirección, sería inadecuado colocar una marquesina más discreta. Volveré a la carga con fotos de un local con vocación de convertirse en un nuevo centro de referencia de la noche madrileña.


Muy bien, ya estoy en París, primera etapa de mi viaje. Dice Philippe que soy el Kerouac del ferrocarril. El día de ayer fue bastante pesado, porque en Hendaya me encontré que habían suprimido el tren que yo esperaba coger, supongo que por falta de viajeros. Inconvenientes de ir por la vida de mochilero veterano. Eso me supuso una espera de más de tres horas, que en parte consumí sentado en la terraza de una brasserie, enfrente de la estación, en donde di buena cuenta del Plat du jour, acompañado de un par de cervezas, y rematé con un café y un calvados. Le pedí a la cantinera que me hiciera una foto y abajo tienen el resultado. Le ofrecí hacerle otra a ella, pero no quiso. Era bastante fea, pero se lo ofrecí para hacerle ver que no me importaba, porque era amable y hogareña. Ella se lo perdió.


 



2 comentarios:

  1. Señor, usted quiso decir faubourg, con erre. Y quiso decir que todos nos la perdimos. Hubiera sido lindo ver a un cantinera francesa, amable y hogareña.

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    1. A lo primero, tiene razón, me comí una erre. Ya lo corregí. Muchas gracias.
      A lo segundo, la cantinera tenía buen tipo, pero la cara no la acompañaba. Fumaba continuamente y parecía que no consumía los cigarrillos, sino ellos a ella.
      Gracias por su comentario

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