¡¡¡HAN PICADO!!!! Se han creído
eso de que no iba a escribir más. No se van a librar de mí tan fácilmente. Miren
que insisto todo el rato en que no se crean todo lo que les cuento. Pues nada,
amago con no escribir en una temporada y ya está todo el mundo despidiéndose,
deseándome buen viaje y todo lo demás.
Bueno, la verdad es que no les he
mentido, esta vez. Lo que pasa es que hasta mañana no salgo para Portugal, que
ya me han arreglado el Internet y que tengo un rato para subir una parida
cortita, a partir de una foto que me han enviado esta mañana. Como dijo Jack el
Destripador, vamos por partes.
Con lo del Internet soy el primer
sorprendido. La verdad es que la compañía se ha portado. No les digo el nombre
de mi compañía, porque eso sería publicidad, y hacer publicidad sin cobrar
royalties es de tontos. Su comportamiento ha sido inmejorable, y eso que la
cosa empezó mal. Llamé a Atención al
cliente, me atendió el habitual ventrílocuo mecánico, tuve que pulsar almohadilla
unas cuantas veces y por fin conseguí
que se materializara una persona al otro lado del hilo. Para variar, un
ecuatoriano muy amable y untuoso.
Mil grasias por llamarnos, por
favor, dígame su nombre si es tan amable, a quién tengo el gusto de atender.
Emilio. Don Emilio, mil grasias por
llamarnos, don Emilio, dígame, en qué podemos ayudarle. Se me ha estropeado el
ADSL y el fijo que tengo contratados con ustedes. Don Emilio, dígame, ¿qué número
de fijo usted tiene?
En fin, no hace falta que
reproduzca la conversación entera, ya se la pueden imaginar. Durante
aproximadamente veinte minutos me tuvo al teléfono, diciendo que estaba hasiendo unas operasiones de comprobasión
y preguntándome cada poco si aún seguía ahí y si el router cambiaba de señal,
con respuesta negativa. Al fin, con tono alborozado, me dijo: Don Emilio, ya lo
tengo, ya la localisé la avería, ¿está usted ahí? se la voy a explicar en un
segundito. En ese momento, la comunicación se cortó y entró directamente el
ventrílocuo con una encuesta de satisfacción. Puntúe la atención recibida de
cero a cinco. Cero. Disculpe, no le hemos entendido. CERO, COÑO. Disculpe,
seguimos sin entenderle. CERO, JODER, HE DICHO CERO, PÁSENME OTRA VEZ CON EL
PANCHITO, CABRONES, ESTABA A PUNTO DE CONTARME LO QUE ME PASA Y LE HAN CORTADO
USTEDES.
Como se pueden imaginar, el
ventrílocuo no contestó a mis insultos. Tuve que colgar y llamar otra vez. La
cosa se reprodujo idéntica al principio. Salió el panchito con las mismas
fórmulas de cortesía, hasta tal punto que le pregunté: ¿es usted el mismo con
el que acabo de hablar? No, señor, usted no me comunicó primero, señor. Pues es
muy raro, porque habla usted igual que el otro. Ja, ja, ja, sierto, somos acá
unos cuantos compatriotas, discúlpeme, dígame su nombre, por favor, a quién
tengo el gusto de atender.
Otros veinte minutos. Esta vez se
me informó de que la avería estaba en la central, en el cableado de la central.
Que mandaban a un técnico enseguida para que hiciera inspecsión, porque el
cableado de la central tenía por lo menos ochenta metros y había que localizar el punto concreto averiado. Que esa misma
noche lo mandaban al técnico, para que yo no me quedara sin Internet más tiempo
del imprescindible.
Al final, le hice una pregunta muy concreta: ¿si me hacen una encuesta de satisfacción y yo digo que cero patatero, eso le perjudica a usted? Volvió a reírse y me contó que esas encuestas constan de cuatro preguntas. Que las tres primeras tenían relación directa con su trabajo, por lo que me pedía que fuera magnánimo con él, por supuesto sólo en el caso de que me hubiera sentido bien atendido. Que la cuarta tenía relación con la atención global de la compañía y que ahí dijera lo que me pareciera más oportuno, que a él eso no le afectaba. Le di las gracias y colgué. Enseguida me vi sumido en la sensación de que todo podía ser un camelo y que nadie iba a hacer nada por lo menos hasta el día siguiente.
Al final, le hice una pregunta muy concreta: ¿si me hacen una encuesta de satisfacción y yo digo que cero patatero, eso le perjudica a usted? Volvió a reírse y me contó que esas encuestas constan de cuatro preguntas. Que las tres primeras tenían relación directa con su trabajo, por lo que me pedía que fuera magnánimo con él, por supuesto sólo en el caso de que me hubiera sentido bien atendido. Que la cuarta tenía relación con la atención global de la compañía y que ahí dijera lo que me pareciera más oportuno, que a él eso no le afectaba. Le di las gracias y colgué. Enseguida me vi sumido en la sensación de que todo podía ser un camelo y que nadie iba a hacer nada por lo menos hasta el día siguiente.
Pero no fue así (por cierto esta
segunda llamada no fue seguida de encuesta de satisfacción alguna). Ayer por la
mañana me enviaron un SMS diciéndome que estaban en ello y que me habían
recargado un pincho que tengo de la misma compañía con un giga gratis para una
semana, para que no me quedara sin Internet mientras buscaban y arreglaban la
avería. Pero no tuve que hacer uso del pincho, porque a mediodía ya estaba
arreglada.
Les cuento todo esto para que
tengan paciencia con estas cosas. Yo la tuve en general, aunque la perdí
momentáneamente cuando el ventrílocuo me impidió escuchar las explicaciones del
primer ecuatoriano, y bien que lo siento. Enfadarse es malo para la salud. No debemos olvidar que hace cuatro días no teníamos Internet, ni
móviles ni nada, y vivíamos perfectamente. Los avances tecnológicos nos han
cambiado las coordenadas y aún no nos hemos adaptado del todo. Este nuevo mundo
en el que vivimos requiere paciencia, proximidad, sentido del humor e
imaginación. Y aquí viene lo de la foto que me han mandado esta mañana.
Resulta que en este mundo tan
sofisticado, las averías de los aparatos del cuarto de baño y la cocina siguen requiriendo
que llamemos a ese personaje analógico inefable que conocemos como ”el fontanero”.
Resulta que los fontaneros también se han modernizado y ya no llegan vestidos con
un mono azul, sino generalmente con un vaquero a la moda, es decir, de tiro bajo.
Resulta que el trabajo de estos señores les fuerza siempre a agacharse, lo que
hace que inevitablemente nos veamos obligados a soportar la desagradable visión de
su raja del culo.
Pues bien, en la seria y
calvinista Alemania, las quejas generalizadas de las señoras sobre este auténtico
problema nacional han llevado a una compañía de fontaneros emprendedores a diseñar un
uniforme imaginativo que mejore la visión de los traseros de sus empleados. Su lema: Attraktiver, als du denkst, o sea, más atractivo de lo que piensas. Les
dejo con la imagen y esta vez sí que me voy de verdad. Gute nacht.
Genial idea, y sobre todo supongo que les habrá reportado mucha publicidad gratuita en los medios.
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