viernes, 3 de mayo de 2013

122. Japoneses

No se lo he contado, pero tengo coche nuevo. El pobre Seat Toledo de matrícula de Barcelona es ya carne de desguace. Le arreglé la carrocería después del golpe que les contaba en el #110, pero entre éste y otros percances, mi viejo compañero de fatigas y avatares, como que empezó a extrañar el camino a la nueva oficina, a dar muestras de flaqueza y señales de que ya no podía más. Todavía lo llevé a que me lo revisara Nicasio y su diagnóstico fue demoledor: Don Emilio, una persona de su categoría no puede andar por la vida con un coche como éste.

Así que ahora tengo nada menos que un Toyota Auris híbrido. Es lo que llaman un smart car, o sea un coche más listo que la leche. De hecho yo me monto en él sin usar llave ni nada, él sabe que soy yo y me permite entrar, cosa que no hace con nadie más. Una vez dentro, sólo tengo que ponerme el cinturón, pisar a fondo el freno y apretar el botón “power”. Lo demás lo hace él. Si ve la cosa muy oscura, pone las luces. Si caen unas gotas, hace funcionar un par de veces el limpiaparabrisas y, si cae el diluvio, lo pone a toda pastilla. Él decide cuándo tirar de la gasolina y cuándo usar el motor eléctrico. Él cambia de marcha cuando le parece y yo sólo tengo que sugerirle lo que quiero con el pié derecho, pisando el freno o el acelerador. El pié izquierdo lo llevo cómodamente apoyado en un reposapiés y no me sirve ya para nada.

Antes de decidirme, estuve contemplando otras opciones, pero siempre de marcas japonesas. También me gustan los coches alemanes, pero creo que es momento de dejar de comprar cosas alemanas, a ver si Frau Merkel se da por aludida y deja de dar el coñazo con el déficit y el dinero que le debemos a sus bancos. Descartados los coches alemanes, nada como un japonés. Por mecánica, precio, fiabilidad, tecnología y mantenimiento. No he visitado nunca Japón, pero tengo debilidad por la cultura cívica de ese país, una mezcla de tranquilidad, budismo, paciencia, educación y formalidad, que no tiene muchos parangones en el mundo, ni siquiera en otros pueblos asiáticos de cultura budista.

Muchas veces me ha tocado atender a delegaciones de países de Asia y he podido comprobar que los chinos son toscos, hablan entre ellos muy alto en plena conferencia, discuten y gesticulan, se quedan dormidos y dan muestras continuas de mala educación, y los indios son impuntuales, ruidosos, les llaman contínuamente por los móviles, prestan poca atención a lo que se les cuenta e interrumpen todo el rato. Por supuesto son estereotipos y generalizaciones, pero así lo he vivido yo en más de una ocasión. Sólo los coreanos son también agradables y educados.

Los japoneses son siempre súper puntuales. Si se les cita a una hora, llegan un cuarto de hora antes, para tener tiempo de hacer todos sus saludos ceremoniosos y empezar a la hora convenida. Suelen llevar un intérprete buenísimo, hombre o mujer, escuchan la conferencia con atención reconcentrada, toman notas en cuadernillos minúsculos y toda su gimnasia gestual es contenida y exquisita. Si la cosa tiene que terminar a las doce, a menos cuarto empiezan a ponerse nerviosos y a mirar de reojo sus relojes de pulsera, porque no quieren quedar mal con el conductor del autobús que les espera. Al final, les gusta hacer una cola para saludar al orador, al que uno por uno dedican una reverencia y ofrecen un pequeño obsequio: una insignia de su ciudad, un pequeño colgante de jade, o una simple tarjeta de visita. Les produce una satisfacción adicional comprobar que su autobús arranca a las doce en punto.

Más de una vez me he quedado charlando con el intérprete, mientras los demás visitan los aseos, y le he confesado mi admiración por Haruki Murakami (junto a Paul Auster, mi escritor actual favorito, al que debo un post exclusivo). Lo que pasa es que yo pronuncio el nombre de este señor con la hache un poco aspirada, al estilo árabe, y no me suelen entender a la primera. Pero enseguida se dan cuenta y entonces asienten vivamente diciendo “¡¡Aaah!! ¡¡Murakami-Aruki!! ¡¡Murakami-Aruki!!”, con los ojos convertidos en rendijas de la cara.

Los turistas japoneses vienen a Europa en actitud confiada, abierta, respetuosa y receptiva, dispuestos a aprender y a enriquecerse con el conocimiento mutuo. Esa ingenuidad básica estuvo en el origen de los problemas que sufrieron en Madrid a comienzos de este siglo. El turista japonés venía a menudo solo o en pareja, se alojaba en un hotel céntrico y al otro día se iba andando a visitar el Museo del Prado o cualquier otro monumento, cargando al hombro sus aparatos de fotografiar y filmar, carísimos y de última generación. En las inmediaciones de estos monumentos los esperaban ladrones moros o gitanos (en general) que los atracaban, les daban una paliza y les quitaban todo el aparataje. Se encontraban entonces completamente desvalidos en una ciudad extraña donde nadie les entendía.

La cosa se generalizó hasta tal punto que las guías turísticas japonesas llegaron a recomendar que no se viajara a Madrid y las cifras de turistas cayeron en picado. Para subsanar este problema el Ayuntamiento, a través de la extinta Oficina Global, con la que yo colaboraba a menudo, puso en marcha el Plan Japón 2008-2011, una iniciativa que incluía intensificar la vigilancia en las zonas turísticas, instalar señalización en japonés y crear una oficina de asesoría a la que pudieran acudir los turistas en problemas. El Plan se montó en colaboración con la embajada y logró remontar las cifras de visitantes. Aquí tiene el link al folleto oficial, por si quieren echarle un ojo.   http://www.madrid.es/UnidadWeb/Contenidos/EspecialInformativo/RelacInternac/MadridGlobal/ProyectosEstrategicos/03_PlanJapon/Ficheros/Planjapon.pdf

Hablando de Murakami, acabo de leer su último libro publicado en España. Se llama Después del terremoto y contiene seis relatos breves con el denominador común del terremoto de intensidad 9 que arrasó una parte del país en marzo de 2011. Murakami me gusta más en novela larga, pero sus relatos son una pincelada de la forma tranquila y cívica con que los japoneses afrontaron esa desgracia natural. Ni un tumulto, ni un saqueo, tranquilidad, eficiencia, y un despliegue de educación ciudadana, que hacía que la gente ayudara de todas las formas posibles y, por ejemplo, apagaran todas las luces a las horas que se les indicaba, para que la energía eléctrica disponible se concentrara en las tareas de desescombro y salvamento. 

El terremoto, seguido de un tsunami, causó en torno a 15.000 víctimas, no quiero ni pensar adonde habría subido esa cifra en cualquier país del tercer mundo. Porque los japoneses son conscientes de que viven en una zona sísmica y están preparados para ello. Sus rascacielos cuentan con medidas antisísmicas poderosas. Y la gente está advertida, cuentan con sirenas y altavoces en todos los pueblos, tienen planes de evacuación preparados y desde niños hacen simulacros para que cuando llegue el terremoto cada uno sepa qué hacer (los niños meterse debajo del pupitre, por ejemplo). 

La estela de Murakami la siguen numerosos escritores jóvenes, en un país de gran tradición literaria que cuenta con numerosos premios nacionales. No hace mucho disfruté de El señor Nakano y las mujeres, una novela exquisita de Hiromi Kawakami, joven profesora de Biología que cuenta en su haber con varias obras publicadas y premiadas. Si al punto japonés le añadimos el toque femenino, pueden imaginarse lo sugestivo de una historia en la que aparentemente no sucede casi nada, centrada en la rutina de una pequeña tienda de antigüedades en el centro de Tokio. La protagonista, Hitomi, es una joven dependienta que nos va contando el día a día de la tienda, con apenas dos o tres personajes más, mientras nos confiesa sus anhelos y sus sentimientos, con una delicadeza extrema.

En mi congreso de Nueva York del verano pasado hice amistad con una colega japonesa. Se llama Rumi Satoh y es muy simpática. Aquí abajo les dejo la foto que nos hicieron, para que vean que no les miento. La corbata que llevo es de la senyera, escolti nen, que me la regalaron en al Centre Ernst Lluch. Si he circulado quince años con un coche matrícula de Barcelona, no veo por qué no habría de ponerme esa corbata tan bonita. Como si me como una butifarra. En realidad, me encantan también los catalanes. A los que no soporto es a los nacionalistas, sean de donde sean, creo que ya lo he dejado claro muchas veces.

5 comentarios:

  1. Mi querido Emilio ahí difiero con usted. No sé por que razón pero tengo especial animadversión a las razas orientales. Digamos que me producen electricidad, me repelen. Será seguramente algo freudiano...
    En cuanto a los naciolalistas estoy completamente de acuerdo con usted. Esa forma de catetismo es mala.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Yo sí sé por qué le pasa eso: es por culpa de los chinos, que son gente que a mí me produce no ya repulsión eléctrica, sino una sensación inevitable de desconfianza, recelo, incluso casi miedo. Pero los japoneses son diferentes, créame amigo Groucho. Es una gente que transmite buen rollo, tranqulidad y formalidad. Los tipos se esfuerzan por hacer lo que hay que hacer, de verdad (no como Rajoy). Alemania presume de que en su país las normas se cumplen. Las malas lenguas dicen que es porque al que no las cumple lo crujen a multas y lo denuncian sus propios vecinos. En Japón las reglas y los programas se cumplen de manera natural, porque el hecho de cumplirlos les hace sentirse mejor. Es gente cariñosa y solidaria, de la que tenemos mucho que aprender los españolitos, que somos demasiado individualistas y así nos va. De todas formas respeto, como siempre sus opiniones.

    ResponderEliminar
  3. Pues yo tengo idea de que los japoneses son espantosamente machistas y que hay mucho maltratador en el Imperio del Sol Naciente. No hay más que ver la carita de Masako. Supongo que no todos serán así, claro está. Pero los filipinos y los chinos tampoco quedaron muy satisfechos con el trato que les infligieron en la II Guerra Mundial... Todavía están pidiendo disculpas, así que hacen bien en practicar las reverencias urbi et orbi.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso son clichés derivados del cine americano de postguerra. Por supuesto que hay impresentables como en todas partes, pero es una sociedad trabajadora y cívica, que ha generado una clase media culta, en la que las mujeres son igual de libres que en el mundo occidental. No se escribirían libros como los dos que he citado, si fuera de otra manera.

      Eliminar