Casi ocho meses después de haber
inaugurado este Blog, debo levantar un poco el pie del acelerador y dejar que
se cargue mi batería eléctrica, como hace mi maravilloso coche híbrido, mi
nuevo y flamante Toyota Auris. Tengo unas cuantas excusas técnicas. Ahora
mismo, no tengo Internet en casa, por una avería que no sé cuándo me
arreglarán. Mi única posibilidad de alimentar el Blog es en el trabajo, lo que
estoy haciendo hoy por primera vez, robándole tiempo a mis ocupaciones
laborales, cada vez más exigentes.
Y pasado mañana me voy a una zona
del centro de Portugal en la que tampoco hay conexión a Internet y donde estaré
hasta la fiesta del próximo día 15, San Isidro, patrón de Madrid. Allí
procuraré recuperar el placer perdido de la escritura a mano en un cuaderno,
con el añadido de la desconexión total de este mundo desquiciado en el que
estamos. Qué gustazo, levantarte por la mañana y no tener forma de enterarte de
qué tal ha dormido Rajoy, si a Rubalcaba le ha salido un grano en la barba, o
si a Mourinho le ha dado por cagarse en Karanka, el único que todavía lo
aguanta. Que hartura de personajes, todo el día asaltándonos con su incuria
mental en medio del erial ideológico en el que nos movemos en esta crisis
inacabable.
Es que te haces una sopa de
menudillos (es un decir) y, cuando la atacas con la cuchara, entre los
tropezones se te aparece de pronto el rostro reseco de Urdangarín, como un
picatoste reacio a absorber el caldo. Y si se te ocurre, por ejemplo,
prepararte un salteado de verduras al wok, entre las setas y los trozos de
calabacín, se asoma Gallardón como una cabeza de espárrago malformado
repitiendo su mantra: “la mujer se ve obligada a abortar como resultado de la
violencia estructural de su entorno”.
Por una semana me voy a olvidar
de toda esta mierda y voy a intentar acercarme al ideal del Hombre Nuevo,
desconectado y fuera de cobertura, del que hablaba Manuel Vicent en su artículo
Telaraña, cuyo link les adjuntaba al final de mi post #78 La señora
Sabine Moreau. Y dentro de ese nirvana en que me voy a sumergir, dejaré por
unos días de cargar textos en el Blog. Como ven, no me faltan excusas técnicas.
Pero debo confesar que también necesito un descanso neuronal. Para reparar
circuitos. Les prometo que será una cosa temporal.
A las puertas de mi lapsus
vacacional, puede ser un buen momento para detenerse y mirar alrededor. ¿Qué
está pasando? Bueno, hay una crisis económica generalizada, que se afronta de
distintas formas según las zonas. En Estados Unidos la van capeando malamente.
Es allí donde empezó todo (vean Inside
Job y Margin Call, dos películas
fundamentales para entender en dónde estamos metidos). Hay países emergentes
como China, Brasil, la India, en donde las cifras globales son espectaculares,
pero yo no veo grandes avances en el tema de derechos sociales, igualdad, etc.
Las clases dirigentes de esos gigantes en ascenso están cada vez mejor, pero no
tienen apenas clase media y allí los pobres viven muy mal.
Y luego está la vieja Europa,
lastrada por problemas estructurales que nos impiden una respuesta más ágil. Se
dice que la culpa es del euro, que se implantó de manera apresurada y todo eso.
Pero era hermosa la idea de la Europa unificada que concibieron De Gaulle y
Adenauer. Estos dos gigantes, después de la Guerra Mundial, se sientan y dicen:
llevamos siglos guerreando entre nosotros. Terminemos con ello para siempre.
Las cosas fueron bien al principio, entre estos dos países y sus cuatro
comparsas: Italia y los tres del Benelux.
Repasemos lo que sucedió después.
En 1973, los Seis pasan a ser los Nueve, al ingresar el Reino Unido, Irlanda y
Dinamarca. Todo sigue yendo más o menos bien. En 1981, entra Grecia como socio
número 10, una cabezonada de Alemania para ampliar mercados. Ya entonces se
sabía de los desajustes estructurales de este pequeño país lleno de historia,
que no tenía continuidad geográfica con los Nueve y que vio la oportunidad de
medrar a partir de su integración, sin estar de verdad preparado para formar
parte de una estructura supranacional. Pero la importancia relativa de Grecia
era tan pequeña, que no afectó al total de la Unión.
En 1986, entramos nosotros y los
portugueses. El impacto es mayor, pero las estructuras europeas pueden con
ello. ¿Qué pintábamos nosotros allí? Pues era una oportunidad única de
certificar nuestra salida del atraso crónico en que llevábamos sumidos desde
hacía siglos. Les recuerdo que, sólo cinco años antes del ingreso, el señor
Tejero había entrado a tiros en las Cortes al grito de ¡Se sienten, coño!
Una escena ya definitivamente imposible en la España integrada en Europa. Como
país receptor de fondos, nuestro salto adelante fue extraordinario. A pesar de todo, yo sigo
siendo un europeísta convencido.
En esos años las instituciones
europeas trabajaban duro en el diseño de las políticas globales que permitirían
reforzar la unión y competir con Estados Unidos y Japón. Entre ellas la
implantación de una moneda única. Pero en 1990 cae el muro de Berlín y Alemania
se ve en la tesitura de asumir el coste de elevar el depauperado nivel de vida
de la RDA, para lo cual hace un esfuerzo económico poderoso, que obliga a sus
ciudadanos a ajustarse el cinturón para pagar el coste de la reunificación. En
la inercia de las políticas diseñadas con anterioridad, en 1995 entran Suecia,
Austria y Finlandia. Tres países ricos, que se suben de forma lógica a ese
carro exitoso, que ya había logrado reciclar a España, Portugal, Irlanda y hasta
Grecia.
Se podrían haber quedado ahí.
Pero fueron víctimas de la desmesura. En 2004, la cosa se amplia nada menos que
a otros 10 países. A saber: Chequia, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría,
Letonia, Lituania, Malta y Polonia. La cosa se convierte en un despelote, el
conjunto se vuelve ingobernable, en la Comisión Europea se dan cuenta de que la
han cagado y empiezan a ralentizar sus iniciativas. A poner parches. A
complicar los aspectos burocráticos. A no hacer nada, en suma, a ver si el
asunto se va arreglando solo. Para no hacer nada, lo mejor es poner a la cabeza
a un portugués, como han hecho. No tenían noticia de que por aquí teníamos al
campeón de esa difícil disciplina, un tal Rajoy.
Desde entonces, somos una ruina
colectiva. Por pura inercia admitimos también a Rumania y Bulgaria, dos países
que no han llegado a tiempo ni de las migajas. Sus poblaciones se dividen entre
los que se preguntan para qué han entrado en Europa, y los que ni siquiera se
han enterado de que están dentro. Cuando llega la crisis económica, Europa está
maniatada en esa inmovilidad institucional. Y la señora Merkel se empecina en aplicarnos sus políticas,
las mismas que Alemania se administró a sí misma después de la unificación. Una
especie de quimioterapia súper agresiva. Un ajuste monumental que, por ahora, no ha producido grandes resultados en lo sustancial.
¿Se creen que esto es una humorada
estrambótica que se le acaba de ocurrir a un ignorante sociopolítico, como el
que suscribe? Pues no. Es, más o menos, el resumen del relato que me hizo un amigo,
funcionario jubilado de la Comisión Europea. Es decir, es la versión de un
testigo de primera línea. Yo me la creo a pies juntillas.
Piensen sobre ello durante estos
días en que me volveré luna nueva, dedicado a cargar mis baterías de energías híbridas,
como hace mi brand new car. Sean
felices, en este puente tan madrileño, y pásenlo bien. A la vuelta seguiremos al
pie del cañón.
Hablando de San Isidro, ya saben
que era un simple trabajador agrícola, de la cuadrilla del terrateniente Iván
de Vargas. Cada mañana se levantaba temprano y, en vez de ir a trabajar, subía
a la montaña y se pasaba el día contemplando a Dios y hablando con él. Al
anochecer bajaba al llano y ¡oh maravilla! su trabajo estaba terminado. Lo habían
hecho los ángeles del cielo. Por esto lo elevaron a santo. Otras versiones
menos pías sostienen que quien hacía el trabajo de San Isidro era su señora,
Santa María de la Cabeza, santa por partida doble. Incluso los hay que creen
que el tipo era un musulmán, falso converso, y por eso se alejaba para hacer sus oraciones
donde nadie lo viera. No lo cuenten por ahí que, como esta patraña llegue a los oídos del señor Rouco, es capaz de excomulgarnos.
Echaremos de menos tus escritos, siempre interesantes, durante esta semana. Deseamos un pronto arreglo de esa avería y que disfrutes en Portugal y de tu nuevo coche. Esperamos impacientes tus impresiones sobre ambos. De la Unión Europea, ¿qué decir?, se concibió precipitadamente, comenzando por una unión monetaria mal calculada, con intereses espurios por parte de algunos. ¿Donde está la unión en temas laborales, de pensiones, de educación, de sanidad y un largo etcétera?. Tambien yo me siento un europeista convencido y otros muchos lo fueron antes que nosotros tras la desgracia de la I Guerra Mundial y lo que más siento es que no llegaremos a tiempo de verla conformada. Otros,con espíritu más provinciano, optan por la secesión. Lo dicho, hasta la vuelta.
ResponderEliminarNo sé quién eres, pero coincido con tu comentario al 100%. Podría firmarlo. La Unión Europea está lastrada por intereses económicos y falta de estructura en otros sectores, como el jurídico, por ejemplo. Pero, en primer lugar, hay que relativizar las cosas y ponerlas en su contexto histórico. La situación actual es mala y está perjudicando a España. Pero, si la comparamos con el tiempo de la Guerra Mundial, pues es buenísima.
EliminarEn los sectores que citas (educación, pensiones, sanidad) habrá que seguir profundizando, hasta igualarlos y optimizarlos en lo posible. Supongo que yo tampoco lo veré. Pienso en la reciente sentencia europea contra el sistema español de actuar en caso de impago de hipoteca, que está causando la ola de desahucios. Eso es lo mínimo que esperamos de Bruselas.
Los antieuropeistas son, como tu dices, los provincianos, paletos, nacionalistas, etc. La secesión nos dejaría desvalidos en el mar de los grandes intereses multinacionales. Piensa que una de las soluciones que se derivarían de volver a la peseta, sería la posibilidad de devaluar la moneda. Pero ¿quién acaba pagando una devaluación? Hasta la vuelta.
Lo mismo te pasa como al santo y cuando vuelvas resulta que los post se han escritos solos.
ResponderEliminarQue disfrutes! En Portugal hay un vino cojonudo!
JULIAN
Gracias, Julián. Brindaré por ti con una copa de vinho verde, frente a un buen plato de ameixoas a' cataplana. Los posts no se van a escribir solos, pero tal vez me traiga de vuelta nuevos temas de reflexión y algunas notas. Los portugueses me encantan, ya hablé de ellos en el post 51, entre otros.
EliminarQue lo paséis bien por aquí.
Mis mas sinceros deseos de usted disfrute de esa tierra tan maravillosa y amable que es Portugal (mourinhos aparte). Una abrazo.
ResponderEliminarMe cuidaré de que no me enfíen o barreto. Un abrazo.
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