sábado, 16 de junio de 2018

742. El viernes 8 de junio

El viernes 8 de junio me levanté con una sensación de alivio importante. Había cumplido con la parte profesional de esta aventura, con un resultado muy bueno: mis entrevistas con Shannon Ryan, Eden Bruckman y Flavio Coppola habían merecido venir hasta aquí. Además había solucionado el escollo del billete para San Diego (estaba sólo pendiente de imprimirlo, para lo que tenía tiempo). Estaba en una ciudad fascinante y nada me impedía ya salir a la calle a disfrutarla en los días siguientes. El mundo a mi alcance. No sé cómo describir la fascinación que me ha producido la ciudad de San Francisco en esta visita. Tal vez puede resumirse todo en una frase: esta es una ciudad con clase. Es algo que se percibe por cualquiera de sus rincones.

Después de departir un rato con Súper Mario en el lobby, me fui a desayunar al Sears. Allí ya me conocía uno de los camareros, que atiende por Rodrigo. Le había comentado mi problema con el número de teléfono y el banco y se interesó por su resolución. Le dije que no quería desayunar tanto como los días anteriores y me propuso prepararme él un café de los buenos y no esa pinche porquería que se toman los gringos, y con unas pastitas de almendra que tenía en un bote traídas de su tierra. Él me sacaba el bote y yo cogía las que quisiera. Accedí y me hizo un gran tazón de café expreso, del que basta uno para ponerse a tono y que me tomé con dos de las pastitas. Como se creerán que exagero con eso de que se trata de un lugar ¡famoso en el mundo entero! pues acá a la izquierda les pongo una foto de las servilletas que usan. Un indicativo más de que estamos ante una ciudad con clase.

Salí poco después por la calle Powell en dirección a Market, para tomar en la esquina el Street Car nº 7, que recorre Market hasta salir en diagonal por Haight, calle que recorre hasta el final, frente a la puerta central del Golden Gate Park. Pero mi intención era bajarme en cuanto entrara en Haight, para recorrerla luego andando. Haight es la calle que vertebra el barrio donde surgió el movimiento hippy y donde vivieron muchos de los músicos más destacados de los fabulosos 70, con protagonismo especial para tres: Jimmy Hendrix, Janis Joplin y Jerry García, el pintoresco líder del grupo Grateful Dead, muertos agradecidos, de origen gallego y al que le faltaba un dedo de la mano derecha, lo que no le impedía tocar muy bien la guitarra. Mi amigo el Coronel Groucho no me hubiera perdonado que no pusiera esta zona entre los primeros lugares a visitar en San Francisco. Empecé, pues, mi paseo por el tramo más oriental de Haight, de cuyas casitas les voy poniendo imágenes. Hacía una mañana fresca y radiante y el personal no se había levantado todavía.





Seguí adelante, hasta la entrada del Buena Vista Park, que quedaba a la izquierda. Es uno de esos pequeños cerros que tienen ya unas cuestas tan empinadas, que se quedan fuera de la cuadrícula urbanizada, convertidos en parques minúsculos. Subí hasta la misma cima, algo que tiene su dificultad, pero las vistas de la bahía merecían el esfuerzo. En medio de la ascensión, un cartel advierte de que se ha registrado en la zona la presencia de coyotes y explica en detalle lo que hay que hacer si se acerca alguno: mantenerse lejos a ser posible y en caso contrario espantarlos con gestos y voces, algo que no siempre funciona. Ha aquí el aviso.


Ya de vuelta en Haight, entré en la parte más famosa de la calle. Aquí se puede encontrar en primer lugar la librería Bound Together, centro de referencia del colectivo anarquista. Doblando por Masonic Avenue, se llega al número 1235 de dicha calle, donde las leyendas locales dicen que estuvo retenida Patty Hearst, personaje icónico de la época, nieta y heredera del magnate de la prensa W.R. Hearst, secuestrada por el SLA, Ejército Simbiótico de Liberación que, al poco del secuestro, exigió, para empezar a hablar, que su abuelo donara 6 millones de dólares en comida para los pobres de la ciudad. Lo siguiente que se supo de ella fue una foto captada por la cámara de seguridad del banco que el grupo estaba atracando, que la mostraba colaborando en la operación, rifle de asalto en mano. Cosas del corazón; había un simbiótico lo suficientemente guapo, que se la terminó de ganar con el reparto de los 6 millones en comida. Ahora es una sesentona acaudalada que lleva una vida discreta, pero para muchos fue un símbolo. Un amigo de mi hijo KIke está tan fascinado por el personaje que ha llamado Hearst al grupo de rock que lidera.

Un poco más adelante, en el 710 de Ashbury Street, estaba el cuchitril donde tenía su cuartel general el grupo Greateful Dead. Detenidos por posesión de drogas en 1967, dieron aquí mismo una celebrada rueda de prensa en la que García proclamó con rotundidad que, si se detuviera a todos los que fumasen marihuana, la ciudad se quedaría vacía. Jerry García fue un adelantado a su tiempo: en estos momentos el uso recreativo de la marihuana es legal en el Estado de California. La casa de los Dead es ahora una vivienda, cuyos moradores, como los del escondite de Patty Hearst, están hasta los huevos de que vengan hippys veteranos a fotografiar sus puertas. Aquí el 710 de Ashbury. 


Volviendo por Ashbury hacia Haight, podemos ver a la izquierda otra bonita casa con historia. Parece que aquí estuvo de inquilina Janis Joplin, hasta que la echaron por no pagar, como le pasaba siempre, hasta que consiguió empezar a ganar dinero con su voz prodigiosa. Y llegamos al cruce de Ashbury con Haight. Este es el lugar emblemático del barrio hippy. En el edificio de esquina hay un reloj que permanece parado en las cuatro y veinte. Dicen los colegas del barrio que esa es la hora internacional para fumar marihuana (International Bong-Hit Time). Se cuenta que, hace años, a alguien se le ocurrió traer a un relojero experto para que arreglara el aparato. El tipo lo desmontó entero, lo engrasó y consiguió que funcionara. Pero una semana después volvió a pararse exactamente a las cuatro y veinte. Aquí una serie de imágenes del tramo más interesante de la calle.


Un músico callejero al pie del reloj que marca la International Bong-Hit Time. Abajo varios murales.





Arriba, un autobús a tono con el lugar. Abajo, en un escaparate, un libro sobre Jerry García, junto a uno de los cómics del gran Robert Crumb.



Arriba, el mítico lugar donde hacía sus jam sessions Jimmy Hendrix, convertido ahora en tienda de fumadores, cuyo interior ven abajo.


El barrio estaba muy tranquilo y le pregunté a una chica que atendía la tienda, que si este era ya sólo un lugar muerto, dedicado a la nostalgia de tiempos mejores que nunca volverán. Me miró enigmáticamente por encima de sus gafas y me dijo: –Vuelva usted el domingo por la mañana y luego, si quiere, me hace la misma pregunta. Le prometí que volvería el domingo por la mañana.



Otras tiendas de la calle. Abajo, ya llegando a Golden Gate Park, el mural lateral de un parking representa a la muerte llevándose a Jimmy, Janis y Jerry.

Bien, llegué a la puerta del parque, pero no entré. Según la exploración sistemática que estaba haciendo de la ciudad, esa era una tarea para el domingo por la mañana. Ahora me acababan de retar a venir a Haight ese día, pero ya veríamos cómo compaginábamos los dos objetivos. Cuando un tren pasa por delante, hay que subirse. Está bien programarse, pero hay que tener también capacidad de improvisación. Así que tiré para la izquierda, por el borde exterior del parque, en busca de su lado sur, que marca la calle Lincoln. Y eché a andar Lincoln adelante. Esto es algo que no les recomiendo de ninguna manera que hagan. La calle Lincoln recorre algo más de 4 kms, hasta llegar al borde del Océano Pacífico. Pero ya saben que UNO, soy senderista experto, DOS, soy un poco bruto y TRES, esa ruta rememoraba en mi mente el final del Camino de Santiago extendido, cuando uno continúa hasta Finisterre y avista el Atlántico.

Llevaba un buen rato andando, con el parque a la derecha y, saliendo a mi izquierda, la serie de avenidas que estructuran el barrio de Sunset. Miré un indicador de calles. Estaba cruzando la Décima Avenida. Consulté el plano: el océano estaba después de la 48ª Avenida. Tenía que avivar el paso, lo que hice al son de la canción del Ejército de la Nación Siete. Al fondo, el océano primero se intuye, luego se huele y al final se empieza a ver. Eso sí, la calle tenía una suave pendiente descendente. Llegué por fin a la Ocean Beach, final de esta especie de recorrido iniciático, con las piernas bastante cansadas. Había neblina, fresco, muy poca gente, banderas naranja y carteles anunciando que no había socorristas y que uno puede meterse en el agua exclusivamente a su riesgo y ventura. Pero era una playa. Y yo soy de La Coruña, joder. Así que me descalcé, me remangué los pantalones y entre un poco en el agua, a remojar mis machacados pies. La temperatura del agua estaba entre la de la playa de Riazor y la de Muros (la más fría en la que me he bañado). Le pedí a una señora que andaba por allí que inmortalizara el momento y aquí tienen las fotos que me hizo. La segunda en el momento en que estaba a punto de empaparme los pantalones remangados.



Para el regreso, tenía un plan. Caminando hacia el sur por la avenida de borde del océano, se llega a la Judah Street, la calle de Judas. Por allí viene la línea N del Muni (pronunciar miuni), la otra red de Metro que hay en la ciudad, además del Bart (ya les haré un monográfico sobre el transporte público en San Francisco). La línea N termina precisamente en el borde de la ciudad, frente al Pacífico. Pero en la calle de Judas yo tenía un par de lugares seleccionados, consejo de Flavio Coppola. El primero, el Outlander, un restaurante semivegetariano donde cocinan los productos de la huerta alternativa local. Me senté por fin y me pedí una cerveza IPA de barril, y una tosta de salmón ahumado con unas verduritas frescas, que me sentó como se pueden imaginar. Al lado de este lugar está el Trouble Café, un cuchitril indecente donde no se puede uno ni sentar, pero que prepara un café extraordinario, por lo que es el lugar favorito de los surfistas que vienen por la zona. 

Tomé el Metro de vuelta y me quedé dormido por el agotamiento. Casi se me pasa la estación de Powell. Subí a mi cuarto del Kensington Park Hotel y me tumbé a echar una siesta y a escribir un rato en el blog. Había sido un día duro de turista. Pero aun me faltaba la noche. Para ayudarme a aguantarla me había tomado ese expreso en el Trouble Café. Les recuerdo que era viernes. Mi único viernes en San Francisco. Y la Frisco’s Friday Night es algo muy especial. No se pierdan el siguiente post. Mientras tanto les dejo con un poco de música. No hace mucho que Youtube ha publicado dos vídeos de Jimmy Hendrix, que presumen de estar entre los pocos que dejó con guitarra acústica. El primero es una improvisación en estudio con una guitarra americana de doce cuerdas. La imagen se para en un momento dado y luego lo hace la música y hay que adelantarlo un poco para llegar a la segunda filmación, que va a continuación, y que corresponde a una de las legendarias jam sessions que se organizaban en el 1524 de Haight Street, donde ahora está la tienda de fumadores. Para escucharlo han de pinchar AQUÍ ¡Ah! Y sean felices. 

4 comentarios:

  1. ¿Estás echando barriga, o es un efecto óptico?

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    1. Mira que es usted malaje... Le respondo: un poco de lo primero y mucho de lo segundo. Llevaba el estuche de la máquina de fotos en el cinturón. La camiseta se engancha ahí y se embolsa. El viento de cola hace el resto. Pero un poco de tripa sí me he traído de los USA. Rápidamente me la quito.

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  2. Si no me falla la vista, esa es la camiseta del Deportivo del año pasado. Cómo mola, meterse en el Pacífico con la camiseta del Depor.

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    1. Sí, señor. Dentro de la ropa llamada "técnica", que se lava por las noches y por la mañana está seca, pues incluí esta bonita camiseta histórica de mi equipo, ahora en horas bajas.

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