martes, 5 de junio de 2018

735. En mi salsa

Pues aquí me tienen en mi salsa, como caracol después de la lluvia. Escribo a las puertas de mi tercera noche en el Hampton Inn and Suites Hotel, de Santa Mónica, Los Ángeles, USA. Anteayer, primer día de este viaje, todo transcurrió según lo previsto, es decir, un trayecto interminable de 18 horas, en el que además hay que absorber el desfase horario de 9. Eso se hace en dos partes, ya que el vuelo hace una escala en Atlanta (Georgia) para cambiar de avión y allí la diferencia es todavía de 6 horas. La Delta Airlines con la que ya he viajado otras veces, tiene su sede en esta ciudad y gusta de imponer una escala en el lugar. Atlanta es una ciudad con amplia mayoría de población negra, sobre la que pueden leer un libro que les recomiendo: Todo un Hombre, de Tom Wolfe. No es tan impactante como La Hoguera de las Vanidades, pero es muy entretenido. Aquí uno averigua que hay capitalistas negros, lobbystas negros, gangsters y mafiosos negros y políticos corruptos negros. En el aeropuerto, prácticamente el 100% de los empleados son negros.

Allí hay que pasar la tediosa entrada en USA, que se lleva entre hora y media y dos horas. Según sales del avión y te diriges hacia el pasillo de conexión a otros vuelos, un empleado del aeropuerto divide a la gente en grupos que redirecciona a diferentes colas. Para ello, primero te pregunta si eres local o extranjero. Luego, si vienes con la ESTA o con una green card. Una vez que dices que con la ESTA, te pregunta si es la primera vez que entras con esa ESTA. No señor, mi ESTA es del año pasado, cuando fui a Portland. Este es mi segundo viaje (la ESTA es válida para dos años). Entonces te pasan a una fila, donde afrontas una primera cola considerable. Hay allí un negro veterano uniformado que te entretiene la espera gritando consignas todo el rato, a la manera de los predicadores en las iglesias de los negros. ¡No se preocupen! ¡Están entrando en América! ¡Si tienen alguna cuestión que les angustia o les corroe el ánimo, pregúntenme! ¡No sean tímidos! ¡Yo estoy aquí para ayudarles! ¡Ustedes ya han estado en América! ¡Y vuelven, seguramente, porque les ha gustado! ¡Así que yo les digo: you are welcome back! Entonces se entona en una especie de soul-blues con una única letra: YOU ARE WELCOME BACK. La gente empieza a bailar con él y a dar palmas rítmicas y entre todos hacemos coros y montamos un pifostio regular. Los demás empleados de la terminal, todos negros, sonríen condescendientes: seguramente ven el show cada día.

Pasado ese primer filtro, hay que meter el pasaporte boca abajo en una máquina que a la vez te hace una foto. Te sale un impreso que has de adjuntar al pasaporte. Y con ello haces una segunda cola larguísima, para pasar por la garita de un empleado de aduanas que confronta la foto del impreso con la del pasaporte, te toma las huellas dactilares y te hace diversas preguntas. El negro que me toca parece maravillado: ¡Oh! ¿Are you from La Coruña? Yeaah, and supporter of the Deportivo. (continuo mi transcripción del diálogo en español) ¡Ese sí que era un gran equipo…! ¡Bebeto! ¡Mauro Silva! ¡Y qué le pasa ahora! Pues que un presidente se marchó con el dinero. ¡Oh, mierda! ¡No se puede uno fiar de los presidentes de clubes de fútbol! Les ahorro el resto de la conversación (le hablé por supuesto de C40 y de mis amigos en LA y Frisco). Aún hay que mostrar el pasaporte a un tipo de inmigración (esta vez sin cola) y pasar el control de seguridad. Aquí hay que quitarse todo: zapatos, cinturón, cartera, llaves, calderilla.

Ya había sufrido un control similar en Barajas antes de salir. Pero ahora, cuando paso por el arco casi en pelotas, el sistema empieza a pitar como un loco. Un negro esta vez muy poco amable me aborda quedándose a una distancia prudencial y afirma: –Usted lleva algo en los bolsillos. Noooo. Me echo la mano al bolso y saco unos billetes de dólares. Se los muestro diciendo ¿Do you see? Only a few bills. Pero el tipo insiste: –No, usted lleva algo más. Niego y entonces me cachea con cara de disgusto. Parece perplejo y proclama: –No tiene nada. ¿Lleva alguna prótesis o similar? Entonces caigo: –Sí, tengo una pieza de titanio desde aquí hasta aquí, pero nunca me pita. Todos respiramos aliviados: –Caballero, el titanio es uno de los materiales más densos que existen en el universo. Yo no lo sabía –me excuso.   

Superado este último control uno siente que ya ha entrado en el Imperio. En la puerta de embarque para LA hay una negra espléndida, más alta que yo, atlética, tacones de aguja de los grandes y el pelo casi rapado (al 1) y teñido de rubio. Me tiene que dar la tarjeta de embarque, porque en Madrid no me asignaron asiento. Un poco después anuncia que el vuelo tiene un pequeño retraso, en torno a una hora. Pero no nos vamos a desanimar por eso –continúa por la megafonía. –¿Alguno de ustedes está triste? Respuesta débil a coro: noooo. –No os oigooooo. –NOOOOO. –¿Todos están contentos? –SIIIIIII. –Muy bien. Tengo una pregunta para ustedes. ¿Es posible que entre tanta gente no haya alguien que celebre hoy su cumpleaños? ¿Hay algún afortunado? Una negra gorda con gafas señala insistentemente a su hija mientras afirma con la cabeza, muerta de risa. La niña, no menos gorda y también con gafas, no sabe dónde meterse. La escultural azafata empieza entonces a cantarle el happy birthday to you y todos le hacemos coro. Luego pregunta su nombre. La madre responde: –Se  llama Keylor, pero es muy tímida.

En fin, aun no he llegado a LA y ya me lo estoy pasando de puta madre (Zidane dixit). Tal vez vayan entendiendo por qué me gusta tanto venir a Norteamérica. Poco más que contar del día. En LA, me cogió un taxista que se parecía a Paco Couto, vestido de negro y con una gorra de lana del mismo color, bajo la que asomaba la pelusa blanca de su pelo y barba recortados de modo uniforme. El aeropuerto está bastante cerca de Santa Mónica, donde me esperaban en el Hampton Inn and Suites Hotel. Los Hampton son una franquicia algo más económica (no mucho) de la cadena Hilton. Me habían reservado una auténtica suite, con dos camas enormes. El precio era en consonancia, pero mis seguidores ya saben que escatimo más en los vuelos y demás gastos que en el alojamiento; que mi espalda me demanda camas buenas.

Dejé mi equipaje, puse unos cuantos whatssaps, entre ellos uno a Shannon Ryan, confirmándole que ya estaba en el hotel, y salí a la calle. No tenía guía, pero llevo el plano de LA descargado en mi móvil (lo hice en Madrid) para poderlo consultar por la calle, sin tener que conectar los datos, que son muy caros por el roaming fuera de Europa. Así que me dirigí sin dudarlo a la orilla del Pacífico, al Ocean Waterfront Boulevard. Allí encontré un restaurante, donde me cené un filetazo con una cerveza IPA. Como ya he contado en alguna ocasión, los de Delta Airlines tienen la costumbre de entretener el largo tiempo de sus viajes forrándote a comida a todas horas. Yo me había saltado uno de los turnos y ahora tenía hambre. Regresé luego por el waterfront, cansado pero feliz, sintiendo el aire salino del océano en medio del bullicio nocturno de Santa Mónica, uno de los lugares más urbanos y divertidos de esa constelación de ciudades que se llama Los Ángeles. Estoy escribiendo todo esto ya el martes, en San Francisco, mientras espero a que me preparen la habitación del hotel.

Así que contaré algo más en torno al viaje, para dejar a un próximo post la descripción de mis dos días en Los Ángeles. Ayer contesté un whatsapp de mi amigo Paco Matas diciéndole que andaba por aquí. ¿Cómo se hace eso? –me preguntó. Pues es bastante fácil. Por Internet uno puede buscar cualquier cosa. Por ejemplo, mi vuelo LA-San Francisco me ha costado exactamente 43€. El de Madrid-LA ida y vuelta, ya les dije el precio: 601€. Eso sí, el precio es sin maletas para facturar. Al hacer el checking on line uno puede añadir una maleta o más, por supuesto, pagando. No sé cuánto, porque, con motivo de eso, estoy viajando sólo con equipaje de cabina. Mi amigo Gonzalo López, de San Diego, me explicó el otro día en La Vinícola Mentridana que él viaja meses y meses por el mundo, sólo con el equipaje de mano.

Según las indicaciones de mi amigo, unos días antes de partir, fui al Decathlon y me compré calzoncillos y calcetines de tela de la llamada técnica. Se puede lavar cada noche y por la mañana está seca. Yo tenía ya diversas camisetas de mis carreras populares. Se puede funcionar con eso indefinidamente, durante meses. Y hay una segunda fórmula: recurrir al servicio de lavandería de los hoteles, que suele ser excelente (normalmente lo llevan asiáticos, que son súper cuidadosos y te devuelven la ropa planchada y doblada). El caso es no tener que facturar, lo que te ahorra muchos ratos perdidos al entrar y salir de los aeropuertos (yo tenía previsto hacer varios vuelos interiores intermedios).

Hay también un tercer sistema, en el caso de que sea usted un marrano: reciclar los calzoncillos y usarlos dos días. Yo conocí a un tipo que lo hacía, por el sistema de darles la vuelta, es decir, el segundo día se ponía las zurrapas para fuera, el muy gorrino. Esto de las zurrapas es una denominación manchega, que contrasta con el nombre que se le da a la cosa en la zona de influencia levantina: palominos. Los franceses, que son más finos, designan este fenómeno como traces de freine o traces de freinage, huellas de frenada. Pero volviendo a lo de llevar un equipaje escueto, también hay que reducir al mínimo, por ejemplo, los objetos de aseo. En esta foto ven exactamente lo que llevo yo en este viaje y no necesito más.


Ya ven que no llevo apenas nada. Bueno, en la carterita de cuero guardo cinco adminículos imprescindibles para mí: un cortaúñas, una lima de uñas, unas tijeritas para el bigote, unas pinzas de depilar y un calzador. En fin, el resto de mi equipaje lo he disminuido en la misma proporción. Me compré una maletita de las de cabina y llevo además una cartera para el ordenador. Lo verdaderamente meritorio es que, en ese envoltorio mínimo he logrado meter dos ejemplares del libro de Ramón López Lucio, sobre la historia del urbanismo de Madrid, que son enormes y desmesurados. Entre los dos pesan seis kilos y medio. Ya les hablaré otro día de este libro. Llevo dos para regalárselos a Shannon Ryan y a Diego Moreno, que son amigos míos. Así que, realmente, me estoy demostrando a mí mismo que se puede viajar con muy poquito equipaje.

Les dejo con una buena noticia. Al cruzar el charco, los hackers mascalzoni han desaparecido. El toque de queda de mi blog, es historia, como Rajoy. Que ustedes lo disfruten con salud.

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