miércoles, 13 de junio de 2018

740. Círculos viciosos en la era de la información en red

Empiezo a escribir en el aeropuerto de San Francisco después de pasar la seguridad, mientras hago tiempo para embarcar hacia San Diego. Hay aquí unos desktops (cómo traducir la palabra, ¿escritorios?) con silla cómoda y enchufe a red, pero sin WiFi. Tengo una hora hasta el embarque, así que es un buen momento para continuar el relato de mis aventuras. El jueves 7 de junio fue un día atípico en el discurrir de mi viaje, puesto que tenía dos asuntos prioritarios que me impedían continuar con mi trayectoria de turista accidental. En segundo lugar (en el tiempo) tenía una doble cita a partir de las 14.30 en las oficinas de la SF Environment, la unidad que se ocupa del cuidado del medio ambiente en el Ayuntamiento de San Francisco. Y antes tenía que ocuparme del asunto de mi billete a San Diego, imposible de obtener por Internet, por el problema que les cuento a continuación. 

Les adelanto que la culpa del asunto era íntegramente mía: ya me pasó lo mismo el año pasado cuando intenté sacar un billete de tren de Seattle a Portland. Así que he tenido un año entero para arreglarlo y no lo he hecho. Mi problema es que en la base de datos del BBVA, donde tengo mi cuenta y mis tarjetas, el número de teléfono que figura es el de mi móvil corporativo, el del Ayuntamiento. Y ese móvil se muere en cuanto traspaso cualquier frontera. Si yo quiero hacer una operación por Internet pagando con mi VISA, al final me envían una clave de confirmación, que nunca me llega, al estar inhabilitado el número al que la mandan. He tenido un año entero para ponerme en contacto con mi sucursal y cambiar el número por el de mi móvil personal, y no lo he hecho, por pereza y por la vorágine en la que ha entrado mi vida desde mi anterior viaje a USA. Y quizá también porque en Seattle pude pagar con la tarjeta monedero Global Card, que esta vez no me ha funcionado. 

Así que, por resumir, el día de autos me comuniqué por mail con el banco, para pedir que me cambiaran el número. Respuesta: esa gestión hay que hacerla de forma presencial. Sí, pero es que yo estoy en USA y no puedo volver. En ese caso, hay un sistema alternativo: nosotros le llamamos por teléfono, le hacemos determinadas preguntas personales, para asegurarnos de que es usted, y luego cambiamos el número. Esto es por su seguridad. Muy bien, adelante. Ya, pero es que esa gestión sólo se puede hacer llamando a algún número de los que tiene registrados (el de casa y el del móvil de trabajo). Cojonudo: la única forma de cambiar mi número de contacto en la base de datos (porque no me funciona), es que me llamen al número que quiero cambiar. El círculo vicioso perfecto. ¿Recuerdan aquella canción cuyo estribillo decía: eso mismo fue lo que yo le pregunté? Aquí pueden rememorarla.


Bien, desistí de seguir peleando con la pobre chica del banco, que hacía lo que podía (todo ello agravado con la diferencia horaria, etc.) No le ahorré, eso sí, un comentario agrio en el último correo que le mandé. Le dije exactamente: Soy un viajero experto, con recursos, pero este mismo problema les puede pasar con alguien más frágil y hacerle pasar una angustia absurda e innecesaria. Tal vez deberían revisar ese sistema y se lo digo como una crítica constructiva. En la era de la información en red hay otras formas de garantizar la seguridad del cliente. Me contestó con mil disculpas. ¿Y cuáles son esos recursos de los que alardeé con la chica? Pues muy fácil: buscar una agencia de viajes y sacarme el billete con ellos. Lo que pasa es que, desde que funciona Internet, encontrar una agencia de viajes es casi tan difícil como hallar un videoclub. Como una aguja en un pajar.

Tras el rifirrafe bajé al lobby de mi hotel. Allí, los empleados llevan un letrerito con su nombre y ese día había uno con aire importante, cuyo letrerito decía Mario. Hablaba español, por supuesto. Le conté mi problema, buscó en Google y enseguida me dio un par de direcciones de agencias cercanas: las dos en la misma dirección de la calle Sutter, paralela a Post. Le dije que primero me iba a desayunar, y luego haría la gestión. Pero el tipo ya había intimado y empezó a contarme cosas. Mario es un hombre mayor, pelo blanco, rasgos aindiados y muy pagado de sí mismo. El marqués de los porteros. Si conocen la serie Breaking Bad, Mario es clavadito al propietario del negocio Los Pollos Hermanos, personaje central de la trama. A partir de ese día, cada mañana hube de pararme un rato donde Súper Mario, para que me contara otro fragmento de la historia del hotel, que ya les desvelaré en textos posteriores.

Volví al Sears Fine Food, Famoso en el Mundo Entero, y me obsequié con unos huevos Benedict, el plato estrella del breakfast. Sobre sendas tortitas redondas te ponen unos círculos de pavo, como de un centímetro de espesor, encima unos huevos escalfados y sobre todo ello una beshamel muy fina y líquida, espolvoreada con nuez moscada roja. Y con un empedrado de patatas paja al horno, de guarnición. Un verdadero almuerzo, que pedí adrede, pensando en no comer ya nada hasta la noche. Y me fui en busca de mis agencias. Estaban en diferentes pisos del mismo rascacielos. Entré en la primera: Lassen Tour & Travel Inc. Era una oficina amplia, toda llena de chinos. Mejor dicho, toda llena de chinas, con excepción del tipo del fondo: el jefe. En cuanto dije que quería un billete de avión, todas me señalaron al gallo que gobernaba el corral. Me senté con él y les ahorraré todos los pasos que hubo que dar en su ordenador.

El precio era algo más de 100$, que no está mal, teniendo en cuenta la inminencia de la fecha. Más o menos eran los precios que yo había visto. Lo que pasa es que, además, me cobrarían otros 25$ por el equipaje de mano, cuando sacara la tarjeta de embarque. Cuando ya estaba todo, lo revisamos y le dije que adelante. Le dio a la tecla de Enviar y ahí se atascó el sistema. La cosa no iba. El tipo se disculpó, su equipo estaba un poco anticuado y el Internet que tenía no era muy potente. Entre excusa y excusa, me imprimió y firmó un recibo que me entregó en un sobre de la empresa, junto con una tarjeta suya: se llamaba Raymond Hsue. Y me dijo que, si no tenía prisa, me fuera a dar un paseo y volviera en media hora. Según lo están leyendo, seguro que piensan en algún tipo de estafa. Pero yo tengo una máxima que aprendí en Marruecos, el reino de los estafadores y timadores: te puedes fiar de alguien a quien tienes localizado en su negocio o en su casa; no te puedes fiar de nadie que te aborde por la calle y no esté localizado.

Con esa idea, me acerqué a Market y estuve un rato viendo cómo daba la vuelta el Cable Car, el tranvía más famoso de San Francisco. Y volví. Y la cosa seguía igual. Entonces me dijo que, si le daba mi dirección de correo, podía mandarme el documento en pdf, en cuanto estuviera listo. Me pareció perfecto. Le advertí de que me iba al hotel a esperar su envío y que, como no llegara en un tiempo prudencial, volvería a cantarle las cuarenta. Le di mi dirección de mail y también el número del fijo del hotel, para que me confirmara el envío. Y me fui al hotel, en donde tenía que terminar de preparar mi encuentro con los colegas de San Francisco.

En torno a la una, me entró la llamada de Raymond el chino. Ya tenía el documento en mi correo. Un rato después, salí y eché a andar por Powell, hasta pillar la Market street. La oficina de mis colegas está en el piso doce de una torre cuya mayor ocupación corresponde a la empresa UBER, en el 1455 de la calle. Pero eso ya se va a quedar para el siguiente post. Porque me voy acercando al tamaño crítico y no quiero resultarles pesado. Ya ven: yo que soñaba con comprimir dos días en cada post, me encuentro ahora con que necesito uno para una sola mañana. Pero es que estamos entrando en la parte crucial del viaje. Sean pacientes. Una última reflexión. En el mundo actual, quitando las súper agencias, como la de El Corte Inglés, las únicas que quedan son las de los chinos, los sudamericanos y otros colectivos sin acceso fácil a Internet, o bien cultural o generacionalmente incapaces de usarlo.

Esta última parte del post ya la estoy escribiendo desde mi hotel en San Diego. Me he desvelado (vaya por Dios) y me he puesto a escribir. El jet lag revive a veces cuando ya te crees que lo has vencido. Sean buenos.

4 comentarios:

  1. Pues lo primero que tiene que hacer en cuanto vuelva es cambiar ese número, hombre, que usted tal vez no se angustie con estas cosas, pero a los lectores nos genera inquietud verle por ahí peleando por estas puñetas.
    Un abrazo.

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    1. No se apure, hombre. Si no pasara algunas situaciones de incertidumbre, ¿de qué les iba yo a hablar? Esa es la salsa del blog.

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  2. En chance.org, campaña de firmas para q Emilio cambie el número de teléfono

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