martes, 4 de noviembre de 2014

298. Que me voy, que me voy, que me fui

Les tengo un tanto abandonados últimamente, pero no es por falta de temas que contar o por el decaimiento que algunos sufren con la llegada del otoño. No es mi caso, que a mí estas lluvias me reviven y me rememoran el musgo de mis infancias galaicas. Lo que me pasa es que tengo poco tiempo para alimentar el foro, entre mis obligaciones habituales, mis actividades deportivas, la lectura a la carrera de El Pentateuco de Isaac, que esta tarde someteremos a debate en mi nuevo Club de Lectura y una serie de citas sobrevenidas, desde mi charla en la Junta de Centro a un curso de la Escuela de Arquitectura de Munich, del que creo que ya les he hablado, hasta una excursión senderista por La Rioja, mi asistencia a las Jornadas Leer Madrid, la presentación del nuevo Master de Economía Creativa que dirige mi amiga Belén Díaz y la guinda de una clase sobre el Plan General en la Facultad de Geografía e Historia.

A todo esto tengo que añadir la preparación a la carrera de mi viaje bloguero que empiezo mañana y del que espero ir dando noticia sobre la marcha, así que ya verán a dónde me voy. En realidad es el tercer año que me monto un viaje solitario por las tierras de Europa, moviéndome básicamente en tren. Los otros dos fueron ampliamente reseñados en el blog y creo que con cierto éxito de crítica. El primero (posts #11 al 27) hizo que algunos de mis amigos más desconfiados pensaran que había abierto el blog para contar el viaje que ya tenía pensado y preparado, o al contrario: que me iba de viaje para tener algo interesante que cargar en el blog. Falsas teorías ambas. Cuando abrí el blog no tenía ni idea de que, diez posts después, me iría de viaje. Mi segunda aventura bloguero-ferroviaria se cuenta en los posts #195 a 205, y a mí me gusta más, en general. Me veo más trabajado en temas de escritura.

En realidad, no sé por qué interesan tanto los textos donde cuento mis vivencias personales y las minucias que me ocurren a diario. Por ejemplo, entre los últimos posts, el que registra más visitas, así como el doble del siguiente, es el #292, Semana de vértigo. La verdad es que yo lo releo y no encuentro la razón de tal éxito. A mí me gustan más otros que no tienen nada que ver conmigo, como el de Galitzia y, sin embargo, en éstos no entra ni el apuntador. Supongo que tiene que ver con el impacto de los llamados egoblogs, esos foros que monta una adolescente medio lela para contar que le ha salido un grano (foto del grano incluida). El valor de lo auténtico. Sin embargo, yo proclamo a todas horas que la mitad de las cosas que cuento son mentira. Pero parece que nadie se lo cree. Curioso juego de espejos entre lo imaginario y lo real. Yo me invento las bolas que se me ocurren y la gente las admite como ciertas, y hablo de cosas externas, casi siempre contrastadas y ciertas, que algunos no se tragan por increíbles.

Es exactamente lo que pretendía cuando me metí en esta aventura. En suma: hacer literatura. Me sorprende, no obstante, como digo, que en el post #292 entre tanta gente a leerlo. Se lo pregunté a mi amigo X, seguidor furibundo del blog que no quiere que lo identifique ni siquiera con su inicial (no vaya a ser el demonio, que esto de la nube tiene un peligro de la leche). Dice X que mi manera de narrar es cinematográfica y que, leyéndome, uno visualiza la manta de agua cayendo sobre Madrid Río y la decisión instantánea de seguir con la bici bajo el diluvio. No sé si será ésta la única causa, o habrá otras. En realidad, mis textos sobre temas externos están a un nivel más de divulgación que científico, son una especie de Selecciones del Reader Digest, aquella manejable revista que coleccionaban nuestras madres, y cualquiera de mis lectores puede pensar que en Google hay mucha más información y con más detalle. En cambio, en lo que escribo about me no hay nada que pueda encontrarse en Google.
   
Hablando de X, hace poco me sucedió una cosa que tengo que contar aquí. Después de mucho tiempo sin tropezarme con él, el otro día lo vi a media distancia, me fui a por él y le di un abrazo, de manera espontánea, porque me alegraba mucho de verlo. Se quedó un poco cortado y preguntó: –¿Como me has identificado? No sabía de qué me hablaba y así se lo dije. Después de otra serie de preguntas cruzadas averiguamos lo que pasaba. Tal vez no lo recuerdan pero, con motivo del segundo aniversario del blog, post #286, un comentarista anónimo hizo una loa al foro que realmente me emocionó por su cariño, fidelidad y conocimiento de los textos desde el principio. No creía tener un seguidor tan devoto, excepto los que ya conozco, y le respondí diciendo que averiguaría quién era y lo buscaría para darle un abrazo.

Pues resultó que era X. Pero yo no lo sabía. Yo le di un abrazo porque lo aprecio y porque tuve ese impulso instantáneo, pero hacía tiempo que había tirado la toalla de identificar a mi fiel admirador anónimo. Hasta me había olvidado del tema. Así que, involuntariamente le fastidié el anonimato con el que tanto disfrutaba hasta ese instante. No pasa nada, X es tan discreto que rechaza algo por lo que otros se pelearían: una poco de notoriedad. X tiene por cierto una parte de sus orígenes en la zona de La Rioja por la que hice mi excursión hace un par de domingos, y me hizo dos recomendaciones que seguí al pie de la letra: beber clarete, que es el vino que se toma usualmente para tapear, y no dejar de probar el chorizo casero. Hablo de la zona de Ezcaray. La excursión tuvo dos largas caminatas, sábado y domingo, ambas en torno a los 17 kilómetros. En la primera recorrimos por la mañana un buen tramo de la Vía Verde del Río Oja, para llegar a comer al pueblo, en Casa Masip, que es donde sirven los mejores pinchos.

Por la tarde cogimos los coches y nos acercamos a Valgañón, para ascender una fuerte pendiente y dejar los vehículos arriba. Allí se puede caminar atravesando una dehesa, y llegar a un acebal extraordinario, con acebos de muchos metros de alto, rodeados de espinos, que forman la llamada orla arbustiva, que protege los bosques de la península para convertirlos en refugios para los animales, donde la temperatura llega a ser tres o cuatro grados más alta que en el exterior. Hay un punto de entrada a la maraña, que permite ingresar en un mundo oscuro en pleno día, un lugar mágico trabado de yedras salvajes y lianas que trepan por los troncos de los árboles mayores, llegando a veces a asfixiarlos. Sólo por ver el acebal, merecía la pena hacer el viaje. Dormimos como troncos esa noche, pero al otro día madrugamos de nuevo, a favor del cambio de horario.

A las 8.30 del horario de invierno, estábamos saliendo de Ezcaray a pie, por detrás de la estación, para atravesar la montaña y llegar al otro lado a San Millán de la Cogolla. Allí comimos los  bocatas que portábamos, en un merendero de la ladera y regresamos en los coches que habían acercado algunos compañeros. Y por la tarde a Madrid. Aprovechamos el último fin de semana del extraño clima veraniego que hemos tenido hasta la brusca llegada del frío de ayer lunes. Quién no quiera ver en estos trastornos térmicos los efectos del cambio climático, es como el peor ciego (el que no quiere ver). Antes, el fresquito empezaba en septiembre, incluso a veces a mediados de agosto. Cuando uno ya había sacado las mantas, a veces la cosa templaba, por el llamado veranillo de San Miguel, en torno al 29 de septiembre, frecuentemente seguido del llamado cordonazo de San Francisco, que traía fuertes tormentas.

Más tarde había otros veranillos, como el de San Martín, más o menos por estas fechas, pero es que lo de este año ha sido un continuo veranillo, desde junio hasta anteayer. En fin, a la vista de este cordonazo extemporáneo que nos ha bajado la temperatura unos diez grados, he aprovechado para sacar los abrigos, que buena falta me van a hacer en las costas del Mar del Norte, donde se fundaron las llamadas Ciudades Hanseáticas, que me propongo visitar a partir de mañana. Les tendré al tanto. Abríguense y pórtense bien.
     

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