miércoles, 29 de octubre de 2014

297. Qué mal huele por todos lados


Lo de nuestro país está alcanzando un grado de pestilencia insoportable. ¿Es posible que quede algo incólume? La trama de Granados es una vuelta de tuerca más, a sumar a las de Bárcenas, Pujol y tantos otros casos. Mi tía Lola usaba una palabra de amplia raigambre levantina, allá por la parte de Orihuela, para definir este concepto: la puentina. Cada vez que pasábamos por un sitio donde olía mal, su exclamación era esa: ¡Chica, qué puentina! Este blog no es un blog de denuncia, no es un foro antisistema, ni una pantalla reverberante para replicar los ecos de Podemos, pero es que es difícil abstraerse de tanta mangancia y podredumbre.

Es que le entran a uno ganas de salir, como Diógenes, con una linterna (eso sí: digital), a ver si por casualidad se tropieza con un hombre honrado. Es que cada mañana abre uno el periódico realmente acojonado, sin saber qué nuevo escándalo va a estallar. Es que el propio periódico hay que manejarlo con cuidado para que no te ponga perdida la mesa del desayuno con sus lixiviados pestilentes (tampoco es mala palabra: lixiviados). Me apetece hablar de esto tanto como de los catalonios, pero alguna reflexión a la carrera habrá que hacer al respecto.

En primer lugar, un comentario acerca de las manifestaciones vertidas por González Pons, Esperanza, Rajoy y otros. Hay que ver con qué énfasis salen a la palestra a mostrarse desolados y avergonzados. Que actores más buenos son, aunque les crezca la nariz. Sólo falta Gallardón, con sus característicos pucheros, que nadie es capaz de emular. Y Floriano, que también es único para estas cosas. Ese vertido tóxico, esa fingida contrición, ese falso propósito de la enmienda en busca de absolución más que de penitencia, me remite a una situación que creo similar: el tema del doping en el deporte.

Yo creo que los deportistas de elite están todos hasta las cejas de productos químicos más o menos tolerados o prohibidos. Pero, en cuanto pillan a uno en un control, los demás hacen coro para ponerlo verde, decir que es un tramposo y un cabrón y deslizar así, de forma un tanto burda, la connotación de que ellos están limpios. Pero ellos no están limpios. Lo que pasa es que todavía no los han pillado, o que han sido más hábiles en sus prácticas fraudulentas. No exagero, y les pongo un ejemplo.

En la Olimpiada de Seúl, el ganador de los 100 metros libres fue Ben Johnson, un jamaicano con pinta de bruto, que competía bajo la bandera del Canadá. Al acabar la carrera lo pusieron a orinar y comprobaron que, efectivamente, estaba hasta las cejas de estanozolol, que no tengo ni puta idea de lo que es, pero debe de ser la leche. Si supiera donde lo venden, ahora mismo me iba yo a comprar unos cuantos frascos, a ver si mejoraba mi rendimiento. A Ben Johnson le quitaron la medalla, perdió sus contratos publicitarios millonarios y, en un día, pasó de héroe a villano y se convirtió en una especie de apestado que jamás consiguió revertir su situación.

A lo que iba: antes incluso de irse de Seúl, todos los demás atletas entonaron el coro plañidero desmarcándose de su compañero el tramposo, al que había barra libre para insultar y cagarse en sus antepasados con fruición. Años más tarde, se ha sabido que TODOS los atletas que renegaron horrorizados del fullero, estaban igualmente dopados. Y, entre ellos, el que más alzó la voz, lamentando a gritos el daño que tipos como Johnson hacían al deporte sano que ellos defendían y practicaban: el gran Carl Lewis. El autodenominado Hijo del Viento, gloria de los USA y ejemplo para generaciones (que, por cierto, se quedó con la medalla de oro de Seúl), resulta que también se metía de todo, como se ha acabado sabiendo. Desde entonces está bastante callado, a ver si el mundo se olvida de él.

Pues extrapolen ustedes mismos al mundo de la política de nuestro país. Los que salen desolados a proclamar a los cuatro vientos su vergüenza, su bochorno y su sofoco, intentan convencernos de que ellos están limpios, pero no es cierto: quizá aun no les han pillado, o a lo mejor son tan habilidosos que no les pillarán nunca. Pero de eso a que estén limpios hay un mundo. Al menos yo no tengo ninguna duda al respecto. Por cierto, esta apreciación la extiendo al señor Tomas Gómez, igualmente desolado al descubrir que a su mano derecha y sucesor en la alcaldía de Parla le sale el estanozolol por las orejas. Seguro que, si a Granados le hubieran preguntado hace un mes por Gürtel o Bárcenas, habría hecho también una sobreactuación convincente.

El segundo aspecto que quiero destacar es precisamente la presencia de gente del PSOE en la trama de Granados. Tampoco crean que es una casualidad. Para montar una trama de este tipo, hay que tener pillado a alguien del otro lado, evitando así que sus compañeros de partido denuncien el tinglado. Por ejemplo, los de la oposición socialista de Villalba seguro que sabían los tejemanejes del alcalde pepero del pueblo, pero desde el partido les habrían avisado (digamos que presuntamente; yo no lo sé, sólo estoy haciendo una suposición razonable) de que no dijeran nada porque, si tiraban del hilo, podían sacar a flote las mangancias del regidor de Parla y, de rebote, salpicar a su antecesor y jefe regional del partido).

La mejor manera de blindar una operación inmobiliaria con garantías es precisamente ese juego. Digamos, por ejemplo, recalificar los terrenos de un familiar de alguien del PP y encargarle el plan parcial a un urbanista del PSOE, o viceversa, sin olvidarse de dejar unas migajas para Izquierda Unida, que nunca vienen mal, por ejemplo, un solar para cooperativas de sus sindicatos afines. Las grandes inmobiliarias se aseguran así que la cosa salga niquelada. Y no hablo más, que no quiero que me visite en mi casa una partida de albanokosovares armados hasta los dientes y con la firme determinación de partirme ambas piernas.

Visto lo visto, creo que los que nos hemos quedado fuera de la fosa séptica, somos gilipollas, aunque la verdad es que dormimos mucho más tranquilos. Donde otros se despiertan a medianoche asediados por horribles pesadillas en las que aparece un guardia civil en barca con un megáfono clamando: “Señor Martínez” (aunque corruptos, habrá que suponerlos cultos y es normal que hayan visto El Verdugo), pues los tipos como yo dormimos como bebés. No quiero presumir de honrado; como lector de novela negra, estoy firmemente convencido de que toda persona tiene su precio. Lo que pasa es yo no sé si soy honrado o no, porque nadie me ha hecho nunca una oferta que no pudiera rechazar, como las de Marlon Brando en El Padrino. A mí me veían la cara y me dejaban por imposible. Con un tipo con ese bigote −debían de pensar− mejor ni lo intentamos, que tiene pinta de honrado. Así ha sido siempre y por eso no puedo proclamar si soy honesto o deshonesto.

Posiblemente lo que sea es gilipollas, como les venía diciendo. Estos corruptos que, al parecer, son mayoría, pasan malos ratos, se ven acosados y vilipendiados pero, si aguantan el tipo, acaban mejor de lo que yo estoy (al menos en el aspecto económico). Porque el dinero nunca lo devuelven. Lo peor que les puede ocurrir es tener que pasar una temporadita en Soto del Real, a costa del erario público. Y allí no se está tan mal, si tienes dinero para comprar protección. Tienes dos platos y postre a la comida y a la cena. Puedes leer todos los clásicos griegos, o las obras completas de Dostoievski. O escribir tus memorias. Y dar largos paseos por el patio, al sol de la sierra. Hombre, si te pones farruco con los guardias, te meterán en una celda de aislamiento, como le pasó a Bárcenas. Pero, al final, te dan la boleta como a Roldán, y ya tienes a todos tus hijos y nietos bien colocados de por vida. Listos para seguir organizando corruptelas. No sé si Pablo Iglesias podrá romper esa estructura, o acabará atrapado en la telaraña.

Por cierto, otro tan tonto como yo es el pequeño Nicolás. Al pobre chaval lo han pillado en una travesura incomparablemente menos dañina que las de estos impresentables de que hablamos. El tipo sólo quería jugar a ¿Dónde está Wally? ¿Recuerdan ustedes los comics? Uno abría la página y se enfrentaba a un escenario petao de gente. Y, tras ardua búsqueda, lo encontraba allí, en un rincón: el pequeño Nicolás. De propina les dejo el link a la canción más celebrada sobre la letrina nacional, en la voz, siempre sugerente, de los Morancos de Triana. El vídeo es ahora mismo viral en la red o, como dicen los de mi barrio, lo peta en Feisbuk. AQUÍ lo tienen.

  

4 comentarios:

  1. Dice usted que no sabe si es honrado o no. A ver si le va a pasar como a la ministra Mato, que creía que los porsches de su garaje se los había traído la cigüeña... Entiendo que no quiera decirlo en el blog o que prefiera dejar la duda. Pero, si lo quiere saber, basta con contestar algunas preguntas. ¿Se ha llevado usted algún dinero o porcentaje de operaciones urbanísticas que le haya tocado supervisar? ¿Ha dispuesto de tarjetas black? ¿Ha cambiado el sentido de algún informe para favorecer a algún amigo o grupo de presión, aunque no haya cobrado por ello? ¿Ha presionado a algún compañero o subordinado para que lo haga?

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    1. En cuanto a sus preguntas, mi respuesta es clara: jamás, jamás, jamás y jamás. Lo que pasa es que el tema de la honradez es más complejo que eso. Le pongo un ejemplo. Durante años tuve un móvil corporativo y lo usaba indistintamente con el mío personal. Si un día me quieren buscar las vueltas, podrían investigar a ver qué llamadas personales hice con el móvil municipal. Supongo que encontrarían alguna al telechino, a pedir comida por la noche (menú de 1 persona). Y supongo que a algún purista le parecería esto un escándalo. Todo el mundo tiene sus pecadillos. ¿Quién no se ha llevado a su casa un bolígrafo, un librillo de posits, o un paquete de folios para su impresora? La diferencia con los sinvergüenzas de las tarjetas black, supongo que es sólo de escala. Entonces ¿quién pone el límite entre la minucia inocua y el despiporre dañino? Le aseguro que, si un día se publicaran mis gastos telefónicos, me daría una vergüenza de la hostia que la gente se enterase de lo poco que gastaba.

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  2. Lo que es una vergüenza es que nadie haya intentado corromperle nunca. Le han tomado a usted por un mindundi o por un gilí. Nada halagador...

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    1. Sí, es algo que me preocupa. Los timadores esos que te dicen que han llegado esta mañana de Valencia y les han robado la cartera, se lanzan a por mí en cuanto me ven aparecer. Me da mucha rabia que, por mi cara, piensen que soy capaz de creerme esa milonga. Me gustaría tener un poco más de cara de malo, pero tengo la que tengo.

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