miércoles, 30 de enero de 2019

806. De ilusión, claro que se vive

En una reciente entrevista que le hacen a mi amiga la poetisa y cuentista rosarina Valeria Correa, el periodista le formula, como última pregunta, la siguiente: –Puedes revelarnos cuáles son tus próximos proyectos literarios? Respuesta: –No. No puedo. Es que soy muy supersticiosa y me consta que cuando nombro algo que no está totalmente asegurado, luego no sucede. Por eso, para que suceda, no lo nombro. Una respuesta brillante, como todas las de Valeria, que he citado de memoria, no estoy seguro de que la transcripción sea literal, pero el sentido es ese y coincido plenamente con ella. Todas las veces que me he adelantado a anunciar en el blog algo que yo consideraba seguro y no lo estaba, se ha fastidiado después. La penúltima, cuando di por seguro que tendría plaza de garaje en mi oficina a partir del 1 de diciembre. Pues fue que no. Y, por cierto, que ya la voy a tener finalmente a partir de pasado mañana. Una plaza estupenda que podré disfrutar hasta el 1 de agosto, Dios mediante, o Dios mediando, como le gustaba decir a mi padre.

Pero no aprendí de ese episodio, no señor. Y poco después anuncié que me habían invitado (de palabra) a dar una clase en una universidad de París a comienzos de este año. Es habitual que las palabras se las lleve el viento, pero en este caso hubo también intercambio de correos. Les recordaré el caso. A lo largo del año pasado, la arquitecta parisina Ariella Masboungi estuvo haciendo una serie de entrevistas a responsables municipales del mundo del urbanismo para elaborar con ese material un libro sobre Madrid, financiado por el Estado francés. El 18 de octubre se presentó el libro en el Matadero, en una jornada que duró todo el día y a la que acudió una amplia delegación del mundo académico/urbanístico francés. Yo fui con mi jefa, a quien también habían entrevistado. En la pausa de mediodía, teníamos un almuerzo en el bar del teatro en unas mesas corridas de madera. Me senté con mi jefa y, al otro lado, se situó un francés de edad, a quien no conocía, pero con el que inmediatamente pegué la hebra en franchute, desentendiéndome de mi jefa, que departía amigablemente con alguien al otro lado.

Lo que le conté sobre nuestro trabajo le gustó tanto que me dijo que estaría muy bien que fuera a exponerlo en su máster y me planteó quedar conmigo al día siguiente, viernes, por la noche, para concretar el asunto mientras nos tomábamos algo, una vez que se fueran todos los demás miembros de la delegación (él se quedaba el fin de semana para visitar Toledo y otros lugares). Lo llevé a La Venencia y a La Vinícola Mentridana y le enseñé la charcutería del mercado de Antón Martín donde suelo comprar el embutido, porque me dijo que quería hacer provisión de productos de calidad (el charcutero, que es amigo mío, me confirmó unos días después que había ido por allí y había hecho una compra descomunal). En esa velada cerramos el compromiso que habíamos esbozado el día de la  presentación del libro: me invitaba a dar una charla en su cátedra de la Escuela de Arquitectura de la Universidad París 8, para explicar a sus alumnos lo que le había contado a él sobre nuestro trabajo actual.

Estas promesas de palabra a menudo se pierden como lágrimas en la lluvia pero, para mi sorpresa, Alain, que así se llama el señor, me escribió pronto e iniciamos un intercambio de correspondencia bastante nutrido en la que me hizo llegar el programa de su asignatura de máster y yo le mandé mi currículum. Ahí fue cuando lo conté en el blog. El asunto me hacía mucha ilusión y pensé que no fallaría. En el último correo suyo que tengo, Alain me decía que estaba encontrando dificultades para pagar mis gastos, no siendo yo profesor de universidad, como en casos precedentes de colegas extranjeros que habían intervenido en su máster en años anteriores. Le contesté que, teniendo a mis hijos en el entorno de París, yo podía plantearme un viaje en parte profesional y en parte personal, por ejemplo de una semana, para visitarles y ver a otros amigos que tengo por allí, con lo cual podía financiarme yo el viaje; que él me pagara lo que pudiera, o me invitara a cenar un día, que eso sería suficiente. No contestó a este correo. En Navidad le mandé un mensaje de felices pascuas y le volví a insistir en el tema. Respuesta: silencio total.

Dado que estamos ya a finales del mes de enero y seguimos sin novedades al respecto, yo creo que podemos dar el tema por perdido y olvidado. La gente de las universidades a veces son un poco maleducados, no es la primera vez que me pasa algo así con ellos. Por otro lado, en un razonamiento similar al de Valeria, el hecho de que yo proclame en público que doy el asunto por abortado y sin vuelta de hoja, tiene una intención clara: comprobar si también en esto me equivoco. Si lo que nombro no sucede, a lo mejor a fuerza de afirmar que algo ya no va a suceder, al final ocurre. En cualquier caso, me gustaría saber a ciencia cierta qué cojones está pasando, para poderme yo planificar mis viajes de este año, en el que voy a tener que espabilar, porque no creo que me empiecen a caer viajes del cielo como el año pasado. Me gustaría visitar a mis hijos en París, y también ir a Londres a ver a mi sobrina Elena y su familia, además de algunos otros amigos, entre ellos mi querida Clare Haley, a la que no he visto desde que se fue de Madrid, y mi colega mexicana Érika Kulpa, que está por allí hasta junio haciendo un máster de urbanismo. Hace poco, para animarme a que fuera a visitarlas, me mandaron esta foto que les pongo abajo, en la que pueden comprobar lo guapas que están ambas dos. Mmmm… cherchez la femme… Está claro que tengo que ir a Londres.


Ilusiones y proyectos para el año recién iniciado. El 15 de marzo es la fecha tope para la entrega de las propuestas finales de Reinventing Cities y estamos luchando a húmero partido por ayudar a los equipos a encontrar apoyos financieros y completar sus anteproyectos. Esta vez sí que se juega la mano definitiva, la que determinará si el asunto produce algún efecto en la ciudad de Madrid, o se queda sólo en una ilusión. Les iré contando. Vienen además algunos temas de los que tendremos que ocuparnos en el blog. Por ejemplo, en poco tiempo empezarán los trabajos de demolición del Estadio Vicente Calderón, lugar de tantos recuerdos (aquel concierto de los Stones comenzando en plena tormenta de rayos y truenos). Y el gran circo que se va a montar en torno al proceso al prusés, que empezará enseguida. Los prusesistas, una vez que han visto frustrada su idea de celebrar un partido de fútbol Girona-Barça en Miami, tendrán una nueva ocasión de hacer mucho ruido y montar un aquelarre mediático para mostrar al mundo lo perversos que somos los españoles. Ya hablaremos de este asunto, lo mismo que de la batalla de las elecciones municipales, que ya ha dado comienzo y en la que aún conservo otra ilusión: la de que no nos pille intentando poner de acuerdo a montescos y capuletos (insisto en un concepto: el hecho de que el capuleto en jefe esté encerrado en su casa enseñando a sus gemelos a hacer los cinco lobitos, es una ocasión única para que su señora arregle el entuerto con su superior criterio y mayor talento estratégico).

Pero a veces las noticias que parece que van a acaparar la primera plana de los periódicos ceden el protagonismo a sucesos sobrevenidos, como que un niño se caiga en un pozo. A mí esto me dio mucha pena, ya saben que soy empático con estas cosas y no concibo desgracia mayor que perder a un hijo en un accidente. Pero me dio pena el primer día, cuando me enteré del accidente. Los doce siguientes, el sentimiento que ocupó mi alma y mi mente fueron unas ganas de vomitar incontenibles, ante el circo mediático que se montó, alrededor de un supuesto imposible: que el niño estuviera vivo. Yo no tuve la menor esperanza al respecto, desde el minuto uno, desde que vi la foto de la embocadura del pozo. Vamos a ver. El pozo tenía 71 metros de profundidad (de entrada se dijo que 100, pero luego se rebajó la cifra). ¿Saben ustedes qué altura tiene un piso de esos en los que vivimos ustedes y yo? Pues, más o menos, 3 metros. Pongamos que fueran 72 metros para que sea múltiplo. La caída del pobre niño fue el equivalente a precipitarse desde el piso 24 de un rascacielos. Entonces, de qué mierda nos han estado hablando casi quince días.

Entiendo que me consideren un desalmado, pero todo ese espíritu solidario que se ha montado en torno al caso, es algo que se ha dejado crecer sobre una base falsa y se ha fomentado interesadamente por motivos de audiencia, para montar un circo mediático de tres pistas. Ya es hora de que alguien lo diga. Los programas de TV más repulsivos hicieron carne en el asunto. Y montaron guardias de 24 horas para ir informando del tema, como quien retransmite un partido de fútbol: ya estamos a dos metros del niño, ya estamos a uno y medio, maldición, otro saliente de roca, habrá que utilizar más microexplosivos, 35 centímetros separan a los mineros de su objetivo. La gente de bajo nivel cultural y mente espesa devora estos programas y busca dónde seguir esos simulacros de información en tiempo real, por el morbo de degustarlos con el corazón en un puño. Intervenciones interminables de expertos que no se atrevían a asegurar que el niño estaba ya muerto para no pifiar el invento. Indecentes tomas de los desolados padres, a los que nadie les dijo la verdad haciéndoles pasar un tormento inmerecido. Y el patético delegado de los ingenieros de Caminos que, cada vez que le ponían delante un micrófono, soltaba una nueva simpleza, del tipo vamos a llegar hasta él sí o sí.

En una cafetería de La Coruña coincidí con una señora sentada en la mesa de al lado, de esas que componen una imagen similar a la de una coliflor, con su cardado de peluquería, su maquillaje de urgencia y su abrigo de pieles con olor a naftalina. Llegó otra del mismo aspecto y se saludaron con surtido de arrebujos, zalemas y mua-muás, antes de sentarse otra vez. La conversación brotó de manera natural: –¿Qué tal estás? –Ay, hija, yo fatal, no he pegado ojo en toda la noche, con lo del niño. –(gesto de gran horror) ¿Es que le ha pasado algo a tu nieto? –Noooo, gracias a Dios (se santigua rápidamente), te hablo del niño del pozo. Este tipo de doñas, que cada noche se empapan del debate del Canal 24 horas, me recuerdan siempre a dos personajes esporádicos de Cortázar: la señora de Gutusso y la señora de Cinamomo. Por cierto, en la marea de tontuna que nos invade, no duden que los textos de Cortázar serían hoy tachados de machistas (como los de Dylan y tantos otros).

Lo de la telebasura no me sorprende, pero es que la ola solidaria en torno a un imposible inundó también las primeras páginas de los periódicos generalistas y noticiarios televisivos. Y al final, ante el resultado previsto, oleadas de falsa sorpresa: toda España llora el triste desenlace. Como si esperasen otra cosa. Yo solo veo telediarios en fin de semana. Acostumbraba a ver los de la Cuatro pero, como los han fulminado, ahora oigo los de Telecinco. Pues este sábado, cuando ya se había encontrado el cuerpo, la información del caso ocupó 25 de los 30 minutos del noticiario. Y el domingo los 15 primeros. El coñazo no cesa, ahora estamos con las secuelas y las repercusiones internacionales. Después de este triste y nefasto espectáculo, qué se puede esperar del juicio del prusés, que va a ser televisado en directo. Qué Dios nos pille confesados.

El año que empieza trae todos los signos de venir de nalgas. Nacional e internacionalmente. Necesitaremos serenidad y buen juicio. La batalla de las municipales va a ser reñida y cruenta. Habrá que bajar a la arena, fajarse y pelear duro y cuenten con que les voy a insistir hasta ponerme pesado (más, si cabe, de lo habitual). A mi, la verdad, ni me va ni me viene el tema a nivel personal: al mes que viene cumpliré 68 y mi futuro profesional tiene unos límites bastante claros. Pero, como madrileño de adopción, tengo la ilusión de que el actual equipo repita y pondré todos los medios a mi alcance para ayudar a cumplir esa ilusión. Porque, como muy bien sentenciaba el sapo cansionero, la vida es triste/si no la vivimos/con una ilusión. Que sean felices.

2 comentarios:

  1. ¿Hicieron entrevistas a los sabios del urbanismo local y no le entrevistaron a usted? ¡Dónde vamos a ir a parar!

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    1. Agradezco la coña, pero está usted errado sin hache. Seguramente es culpa mía, que no lo he dicho con claridad: por supuesto que a mí me entrevistaron. Y también a mi jefa. Ambos encuentros fueron transcritos y sirvieron para la elaboración del libro.
      A lo mejor es que estoy tan venido arriba que no lo escribí porque no pensé que ninguno de ustedes lo dudara (le estoy devolviendo la coña, por supuesto).
      Abrazos y besos.

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