En fin. Para espantar a los
lectores no habituales de mi blog que hayan entrado aquí atraídos por tan ingenioso título (la verdad es que no sé
cómo no se le ha ocurrido a alguien antes que a mí), pues empezaré por contar
que escribo ya desde Madrid, después de mi venturosa estancia en La Coruña, que
incluyó un par de citas con el bueno de Alfred, el reencuentro con mi amigo
Berto que ha contactado conmigo a través del blog después de 40 años sin
vernos, más presenciar una victoria clara del Deportivo, más mucho callejear
bajo la lluvia y descubrir algún bar nuevo, como La Vermutería Mártínez, en la calle de la Galera, donde puede uno tomarse
un estupendo vermú de grifo mientras escucha a Amy Winehouse. Asistí también a
un debate entre los escritores Marta Sanz y Luisgé Martín en la Fundación Luis
Seoane y comprobé que en el Teatro Rosalía de Castro daban El Precio de Arthur Miller, ya comentada en el blog. En La Coruña se vive muy bien ahora. No
tiene nada que ver con la ciudad de la que yo huí hace 50 años.
La Coruña es una ciudad moderna,
del Siglo XXI y orgullosa del patrimonio histórico artístico que conserva, como
la serie de edificios modernistas a los que fui haciendo fotos al azar, que les
voy poniendo por aquí. Ayer viajé de regreso. Cogí mi coche a las 11.30 y
estaba en casa a las 17.30, tras una parada en Piedrafita a poner gasolina y
otra en Tordesillas para picar algo con una cerveza. A poco de salir, en el
peaje de la AP-9, me sucedió uno de esos incidentes insignificantes que suelo
contar en el blog y que algunos de mis lectores piensan que me los invento y
otros creen que los fuerzo para poder luego contarlos. El caso es que llego al
lugar, enfilo la batería de arcos de pago del peaje y veo unos con el emblema
que indica que son para abonados del telepeaje, otros para el pago con Visa y
dos en los que reza: pago fácil.
Elijo estos últimos y me meto en el de la izquierda. Y resulta que allí no hay
nada, ni ranura para los billetes, ni hucha para los sueltos, ni un botón para
reclamar. Sólo una barrera bajada al frente.
Miro alrededor. En la caseta de cristal a mi
derecha veo la espalda de una chica, que atiende la otra línea de pago fácil, cobrando
a los conductores y dándoles paso. Trato de llamar su atención, sin éxito. No
me queda más remedio que darle al botón del doble intermitente, poner la marcha
atrás y recular muy despacito, como mandan los cánones. Ningún otro conductor
me estorba, se ve que se hacen cargo de mi apuro. Tengo que recular bastante,
hasta poder salvar una línea separadora de bolardos marrones. Entonces enfilo el carril
de al lado, detrás de un todoterreno negro. La chica es muy mona, risueña y de
ojos vivos. Una joven gallega de última generación. Entre nosotros se
desarrolla el siguiente diálogo:
–Hola, ¿cuánto es?
–Uno noventa (le
doy una moneda de dos euros).
–Discúlpeme
lo que le voy a decir, pero la señalización de este peaje es bastante engañosa
para un conductor que venga por primera vez. Ahí dice pago fácil pero no se puede pagar con dinero.
–Es
que ese es pago fácil con tarjeta (sonrisa
ampliada).
–Pues
está mal indicado: en vez de pago fácil debería poner pago difícil.
–(Sonrisa de oreja a oreja
mientras me devuelve diez céntimos). Se lo diré al supervisor. Que tenga
buen viaje.
Mi último contacto con el humor coruñés,
siempre suave, amable y educado. Tuve, realmente, un buen viaje, acunado por
una climatología bastante amable. Había salido bajo una incipiente llovizna
pero, a la altura de Baralla, los cielos empezaron a abrirse y las nubes se
fueron retirando. Y cruzar Piedrafita y Manzanal bajo el cielo azul cobalto es un
paseo militar y un trance bastante grato. En realidad, el único sobresalto que
me trajo el día fue leer en la parada de Tordesillas que había dimitido Ramón
Espinar, el jefe de Podemos en Madrid. A estas alturas del post espero que los
visitantes no habituales se hayan aburrido lo suficiente como para no llegar
hasta aquí. Empezaré por decir que no soy militante de Podemos (en realidad, no
lo he sido nunca –lo juro– de ningún partido). El movimiento del 15-M
suscitó todas mis simpatías. Yo estaba entonces integrado en el equipo que
ultimaba el proyecto Madrid Río a las órdenes de Gallardón y me tocaba escuchar cada mañana
comentarios despectivos sobre este asunto (que no se lavaban, que había
ratas en la Puerta del Sol). Falso. Muchas noches me acerqué por allí y me
pareció un lugar impecable, perfectamente organizado y controlado. Un punto de encuentro
entre gente joven llena de ideas. Unos cuantos hijos de amigos míos tenían
papeles destacados en la organización del asunto.
Sucedía esto en 2011. A comienzos de 2014, un grupo de profesores e intelectuales de la izquierda recogieron ese espíritu y enhebraron a la carrera una candidatura a las elecciones europeas de mayo. Lo llamaron Podemos y obtuvieron un éxito que ni ellos mismos esperaban: cinco escaños y cuarto partido nacional en número de votos. La gente estaba indignada con el poder, la corrupción, la crisis económica y la casta de los políticos. Y materializaba ese malestar votando a este grupo que al menos era nuevo. Un año más tarde, en las elecciones locales de mayo de 2015, el éxito se redobló. Podemos, en alianza con otros grupos y con personalidades independientes, se hizo con las alcaldías de las mayores ciudades del país. Confieso que les voté tanto para el Ayuntamiento como para la Comunidad. En el caso de la Autonomía, pensaba votar a Gabilondo, del PSOE, pero unos días antes escuché por la radio al candidato de Podemos (un tal López, a quien también han echado, como a tantos) y me convenció su discurso.
Sucedía esto en 2011. A comienzos de 2014, un grupo de profesores e intelectuales de la izquierda recogieron ese espíritu y enhebraron a la carrera una candidatura a las elecciones europeas de mayo. Lo llamaron Podemos y obtuvieron un éxito que ni ellos mismos esperaban: cinco escaños y cuarto partido nacional en número de votos. La gente estaba indignada con el poder, la corrupción, la crisis económica y la casta de los políticos. Y materializaba ese malestar votando a este grupo que al menos era nuevo. Un año más tarde, en las elecciones locales de mayo de 2015, el éxito se redobló. Podemos, en alianza con otros grupos y con personalidades independientes, se hizo con las alcaldías de las mayores ciudades del país. Confieso que les voté tanto para el Ayuntamiento como para la Comunidad. En el caso de la Autonomía, pensaba votar a Gabilondo, del PSOE, pero unos días antes escuché por la radio al candidato de Podemos (un tal López, a quien también han echado, como a tantos) y me convenció su discurso.
Aclararé que yo voté a Podemos, no a la señora Carmena, a la que por entonces apenas conocía. Pero la llegada de esta señora a
la alcaldía de Madrid transformó mi deriva profesional, como se ha contado
reiteradamente en el blog, haciéndome revisar mi decisión de jubilarme en
cuanto pudiera. En diciembre de 2015, tuvieron lugar elecciones generales.
Podemos convenció a 5 millones y pico de votantes. Yo fui uno de ellos, al
rebufo del resultado municipal. Entonces, Pedro Sánchez se postuló para
presidente en alianza con Ciudadanos. Este es un asunto que se contó en directo
en el blog. Podemos no tenía más que abstenerse, para permitir echar a Rajoy. Algo
que quería mucha gente y que a ellos les hubiera permitido estar cuatro años
haciendo oposición, formando cuadros y madurando como partido. Algo por lo que
se decantaban Íñigo Errejón y otros dirigentes. Pero no se abstuvieron. Votaron
no, junto con el PP, abortaron la operación y perpetraron una cagada histórica.
¿Y por qué no se abstuvieron?
Pues porque al frente tienen al humano Iglesias al que hemos calificado aquí
más de una vez de leninista, lo cual es un insulto a Lenin. Yo creo que más
bien podríamos tacharlo de jacobino. Este señor hizo una cuenta sencilla (probablemente
con los dedos, lo que se llama en inglés finger
counting): cinco millones cien mil, más novecientos mil de Izquierda Unida,
son seis millones. Con esto, más lo que le seguiremos rebañando al PSOE, le
damos el sorpasso y nos convertimos en el primer partido de la oposición,
liderado por mí, con la coleta. ¡Viva mi ego! Como saben, el batacazo fue monumental. Al fracasar el tándem PSOE-Ciudadanos, hubo que repetir las elecciones en seis meses. Y
Podemos perdió un millón de votos, entre ellos el mío. Lo peor no es eso. Lo
peor es que el humano Iglesias no ha reconocido nunca su error. Él lo hace todo bien, somos los votantes los que nos equivocamos. No le he escuchado una sola frase de autocrítica. Y está cada vez más aislado en su castillo (de Galapagar).
Mientras tanto, la señora Carmena
sigue trabajando en Madrid (ya le dedicaremos un texto propio a la problemática
municipal). Y Errejón se ha sumado a su ticket, que representa el espíritu
original del 15-M. Porque este grupo busca la transversalidad, atraer a gentes de muchas ideologías que quieran trabajar por el bien común, y no reducirse a un grupo enano de nostálgicos del comunismo. La primera reacción del humano Iglesias fue lamentable. Si
hubiera contado hasta cien, no habría escrito la carta que publicó. Ahora está
preso de su promesa de presentar una lista alternativa a la de Errejón, un auténtico disparate que abocaría a su formación al ridículo y perjudicaría a los verdaderos
intereses de la gente que quiere un cambio político. El Humano se está quedando
cada vez más solo. El señor Echenique se ha disculpado públicamente por lo que
dijo de Errejón (por cierto, la prensa carroñera no ha publicado esta
rectificación; si ponen ustedes en Google Echenique
se disculpa, no encontrarán ninguna entrada de El País ni de El inMundo,
que sacaron el insulto en portada). Y ahora se va también Espinar, incapaz de
acompañar al Humano en su deriva suicida hacia la insignificancia.
Todo el mundo espera que Iglesias
se coma su orgullo y termine apoyando a Errejón en Madrid. Para ello, sólo
tiene que decir Diego donde dijo digo. Nada, es que me levanté con el pie
equivocado ese día, no me habían dejado dormir los gemelos. Me levanté, leí lo
de Íñigo y me cogí un cabreo… Es que me cogí un cabreo… Es que lo mato, mira, lo mato. Pero nada, ahora he
recapacitado y creo que le voy a perdonar. Por el bien del pueblo. Aquí no ha pasado nada. Pelillos a
la mar. Esto es algo que los políticos hacen con bastante frecuencia. Y no pasa nada.
Pero mucho me temo que no suceda. Iglesias tendría que empezar por desfruncir el ceño (el
ceño mental, que es el más difícil de desfruncir) y no le veo yo muy capacitado
para ello. La presión de su orgullo es demasiado fuerte. Aunque yo aun tengo la esperanza de que rectifique. Porque, como no lo haga,
podemos cagarla.
La cagarem, vas a ver.
ResponderEliminarNo voy a entrar en cómos, cuándos, quiénes, dóndes ni porqués, que en unos estaría de acuerdo contigo y en otros menos de acuerdo. En lo que sí insistiría es en que pasasen a la acción. Como decía tu paisano Luis Moya: arráncalo Carlos, por Dios, trata de arrancarlo.
ResponderEliminarEs que la cagada puede ser tamaño Keops: Ayuntamiento y Comunidad en una noche más oscura que la anterior. Me queda huir, pero a Caracas, a recuperar mis recuerdos de infancia, tampoco lo veo claro.
Contesto a ambos dos. Un poco de esperanza, amigos. Aún es posible que se pongan todos de acuerdo y vayan con una candidatura única. Yo confío en Irene de Montero, que es la que manda ahora, mientras el Humano prepara biberones. Esta mujer es lista y tal vez pueda romper las corazas del orgullo y la cabezonería.
ResponderEliminarEn cualquier caso, va a haber que pelear duro. Las derechas (incluyendo a un Ciudadanos ya definitivamente descentrado) tienen en su poder los medios de comunicación más potentes. Ya vamos a seguir hablando de todo esto en sucesivos posts.
Paco, amigo mío, ya sabes que, como dicen los políticos, tu y yo coincidimos en lo fundamental, aunque discrepemos en lo accesorio. Y ambos sabemos que, aunque discrepemos un día también en lo fundamental, vamos a seguir siendo amigos. Un abrazo fuerte.
Y otro también para el primer comentarista, que no alcanzo a identificar.