A
menudo les digo que en mi blog, que aparenta tratar un abanico muy amplio de
temas variados, en el fondo siempre se habla de lo mismo (la verdad es que no
sé cómo me aguantan, después de más de seis años dando la coña un día y otro
sobre los mismos asuntos). Pues miren por dónde, finalmente he encontrado en un periódico digital un
artículo fabuloso, en el que se demuestra que todos estos temas son en realidad
el mismo, que todo está relacionado. Es un artículo muy largo y voy a resumírselo cambiando el orden de las argumentaciones, así que no les pondré el link hasta el final. Lo que
quiero es que me lean a mí primero y luego, ya
si eso, puedan consultar el artículo si quieren, para confirmar datos o ampliar o profundizar la información.
El
artículo ha salido hace unos pocos días y tiene la firma de María José Carmona,
según leo, una periodista especializada en tema de migraciones, pero cuyas
reflexiones trascienden de este asunto y lo abarcan todo, pasado, presente y
futuro, como los libros de Yuval Noah Harari, de los que ya se ha hablado en el
blog. Dice esta señora que, de aquí a 2030 (pasado mañana, como quien dice),
800 millones de empleos van a verse destruidos en el mundo, para pasar a ser
desempeñados por robots. Eso obligará en primer lugar a efectuar una
reflexión en profundidad sobre el mercado de trabajo. ¿A qué nos vamos a
dedicar la mayor parte de los mortales? De esto hemos hablado también en este
foro, en donde he dicho que, para lo que hacen determinados burócratas de
las administraciones, sus puestos podrían ser perfectamente cubiertos por
robots.
De
hecho ya hay numerosas tareas que resuelve directamente un algoritmo, como sabemos.
Quien ha decidido que, después de viajar a Chicago, mi ordenador me machaque
durante meses con anuncios de ofertas de vuelos y hoteles a Chicago, es un
algoritmo. Y un algoritmo muy tonto, porque, si fuera más espabilado, sabría
que no voy a volver a Chicago en mucho tiempo, quizá nunca. No es que haya
algoritmos tontos, es que carecen de sentido común, característica diferencial
del ser humano frente a la máquina. Dejaremos de lado la variante temática paranoide de que estamos siendo
observados, que hay alguien por ahí que espía todo el rato lo que hacemos. Es un hecho demostrado, del que hasta se habla en la última campaña publicitaria en TV de El Corte Inglés. Pero, si a mí me
preocupara esto, no tendría en la nube un blog en el que me expongo y me desnudo
para que quien quiera pueda entrar a verme las pelotas, con perdón (me refiero, por
supuesto, a las pelotas mentales).
Lo
que sí me preocupa es que se dejen en manos de los algoritmos competencias o
tareas que requieran de una mínima interpretación de la letra de la norma. El
burócrata de manguitos y cuello de lechuguilla (sublime aportación de mi amigo
Berto en un comentario reciente), ha encontrado un apoyo impagable en los
medios informáticos que utiliza ahora en su trabajo, hasta llevarle a encontrar la frase definitiva
con la que apabulla al sufrido ciudadano: señor, lo que usted me plantea es muy
razonable, pero EL SISTEMA NO ME DEJA HACERLO. No me digan que en los últimos tiempos no les ha soltado eso algún chupatintas parapetado tras un mostrador
de atención. Pues desde aquí proclamo que esa muletilla es mentira: el sistema deja
hacer cualquier cosa que se quiera hacer, sólo hace falta que el burócrata
que lo maneja esté lo suficientemente preparado y sepa cómo hacerlo. El ser humano
será, pues, siempre necesario para gestionar y coordinar esos trabajos
desempeñados por robots o gobernados por algoritmos.
Los
burócratas de los que siempre reniego son tipos que te aplican la letra menuda,
sin buscar en el espíritu de la propia norma apoyos para interpretarla de manera más imaginativa. Durante toda mi vida administrativa he buscado hacer esto: interpretar la norma para aplicarla de acuerdo con su espíritu, no con su letra, por supuesto, siempre en beneficio del administrado. Y creo que, para aplicar la literalidad de los textos legales, como hacen algunos de mis compañeros, sería suficiente un robot. Pero, volvamos al artículo. Parece claro
que determinados puestos de responsabilidad no pueden dejarse en manos de
robots y han de ser desempeñados por seres humanos. Para María José Carmona, la
garantía de que ese sistema sea eficiente es que esos humanos tengan una formación adecuada. Y para lograr ese perfil, la articulista reivindica la
educación artística y de humanidades. Ahora mismo, las carreras de letras y
artes están en un momento bajo. El chaval que quiera dedicarse a la filosofía
pura o a la alfarería creativa, ha de enfrentar en primer lugar la oposición de su propia
familia, que le dirá que esas son carreras que no tienen salidas. En Europa, sólo un 12% de los universitarios transita por
esas carreras. Y muchas universidades les van reduciendo recursos y las
asfixian hasta eliminarlas.
Sin
embargo, existe una nueva tendencia a recuperar las humanidades y las artes.
Según cuenta el artículo, parece claro que en los tiempos venideros se van a
necesitar muchos ingenieros, matemáticos, programadores y científicos de todas
las ramas para manejar adecuadamente las máquinas. Pero, para que estos señores
hagan bien su trabajo, es fundamental que tengan también una formación
humanista y/o artística. Eso es lo que sostiene por ejemplo el MIT, que lleva
años recomendando a sus alumnos de ciencias que incluyan en su currículum
alguna asignatura de literatura, arte, historia o música. También llegan
vientos similares desde Silicon Valley y la empresa Google anunció en
2012 la contratación de 4.000 filósofos. Por otro lado, parece que el 34% de
los CEOs de las principales multinacionales tecnológicas han estudiado carreras
humanísticas o artísticas.
No
sé si es casualidad pero mi hijo Kike, que trabaja desde marzo en una de estas
multinacionales del universo digital, ha venido estas navidades con nuevas ansias
por leer y que le recomendara buena literatura. Y se ha llevado unos cuantos
libros que le he aconsejado. Primero pensé que quería presumir de culto para
ligarse a alguna chica más leída que él. Pero ahora sospecho que la explicación de esta nueva afición está más relacionada con un afán de ir con los
tiempos, porque este hijo mío no da puntada sin hilo. Yo tengo bien claro que la
sabiduría en temas de música, arte o filosofía favorece el pensamiento crítico,
la creatividad, el aprendizaje colaborativo y la empatía, factores todos necesarios
para hacer un trabajo de calidad en el Siglo XXI, que además nos diferencian de los robots y
los algoritmos. El trabajo colaborativo está demostrado que es cojonudo:
aprender a sugerir sin imponer y aprender a admitir las sugerencias del otro
sin mosquearse, es un doble vector que optimiza resultados.
Así
que esto confirma otra de las líneas de mi blog: que es imprescindible que todos
nos enteremos de quién era Thelonious Monk, o Coltrane o Borges o Cortázar. Y
que recuperemos el lenguaje, el latín, la filosofía, a Homero y Herodoto. Así que en este blog seguiremos
dando la coña por este lado. Pero la cosa tiene más variantes. Porque también es
fundamental que sepamos de Historia, para que nadie la tergiverse y nos la
meta cuadrada. La Historia ,
con mayúscula, es el resultado de una investigación seria que nos permita saber
qué es lo que pasó exactamente, sin prejuicios ni orientaciones predeterminadas. Por ejemplo,
la historia del Franquismo es algo que deberíamos recuperar y librarla de interpretaciones
sesgadas y, por esta vez y sin que sirva de precedente, lo digo tanto en uno como en
otro sentido, ustedes ya me entienden.
Pero
la articulista avanza un paso más. Porque añade que la mala calidad del
aprendizaje humanista y artístico, relegado socialmente entre las últimas
generaciones, está en el origen del auge de los populismos y el renacer de las
ideas extremistas. En otras palabras, que la gente culta y formada en artes y
humanidades, está más preparada para resistir los cantos de sirena de los
mensajes que difunden movimientos que van contra el progreso y la globalización.
Que si la gente supiera más de Heráclito de Éfeso y de Charlie Parker, Trump
nunca habría ganado, ni se hubiera producido el Brexit (por cierto, menudo
pollo el que tienen montado), ni en Cataluña los señores Pujol, Mas y Puigdemont
hubieran siquiera soñado acercarse al 50% de apoyo, ni Vox hubiera sacado
tantos votos en Andalucía, ni Bolsonaro ni Salvini ni Duterte ni Orban hubieran
llegado al poder en sus países. Y aquí me voy a lanzar a dar un paso más, a
riesgo de precipitarme en el abismo: el tema explica también el auge
de la violencia de género.
En
efecto, en todos los estratos sociales y culturales hay psicópatas y sádicos,
pero yo estoy convencido de que un tipo que sabe quien fue Amenophis IV, o que es
capaz de saborear un disco de Monk, o reírse las tripas leyendo a Borges o a
Eduardo Mendoza, es mucho menos propenso a liarse a bofetadas con su señora o ex-señora
hasta matarla o dejarla malherida. No hablo ya de los asaltos de desconocidos
en calles mal iluminadas a medianoche, que es el otro sector de lo que
llamamos violencia de género, aunque me malicio que estos asaltantes nocturnos
tampoco gozan de una gran formación artística o humanista. Así que, ahí queda
dicho. La cultura es lo único que puede salvar al mundo. Y ahora les pongo el link al excelente artículo que explica todas estas
cosas (menos la última, que se me ha ocurrido a mí, en un alarde de extravagancia):
AQUÍ MISMO lo tienen.
Pero llevo ya una serie de posts muy serios y sesudos, así que vamos a cambiar de tendencia rematando con un vídeo
en el que pueden ver una especie de ninot de Trump al que pasean en procesión carnavalera por una ciudad,
presumo que norteamericana, con un trasero sobresaliente y blando, para
que la gente le dé libremente patadas en el culo a este impresentable. Hasta llevan a un niño y lo levantan en brazos para que le dé su patada. Háganme caso, sean felices si pueden. No hay mejor alternativa.
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