jueves, 17 de enero de 2019

803. Todo está interrelacionado

A menudo les digo que en mi blog, que aparenta tratar un abanico muy amplio de temas variados, en el fondo siempre se habla de lo mismo (la verdad es que no sé cómo me aguantan, después de más de seis años dando la coña un día y otro sobre los mismos asuntos). Pues miren por dónde, finalmente he encontrado en un periódico digital un artículo fabuloso, en el que se demuestra que todos estos temas son en realidad el mismo, que todo está relacionado. Es un artículo muy largo y voy a resumírselo cambiando el orden de las argumentaciones, así que no les pondré el link hasta el final. Lo que quiero es que me lean a mí primero y luego, ya si eso, puedan consultar el artículo si quieren, para confirmar datos o ampliar o profundizar la información.

El artículo ha salido hace unos pocos días y tiene la firma de María José Carmona, según leo, una periodista especializada en tema de migraciones, pero cuyas reflexiones trascienden de este asunto y lo abarcan todo, pasado, presente y futuro, como los libros de Yuval Noah Harari, de los que ya se ha hablado en el blog. Dice esta señora que, de aquí a 2030 (pasado mañana, como quien dice), 800 millones de empleos van a verse destruidos en el mundo, para pasar a ser desempeñados por robots. Eso obligará en primer lugar a efectuar una reflexión en profundidad sobre el mercado de trabajo. ¿A qué nos vamos a dedicar la mayor parte de los mortales? De esto hemos hablado también en este foro, en donde he dicho que, para lo que hacen determinados burócratas de las administraciones, sus puestos podrían ser perfectamente cubiertos por robots.

De hecho ya hay numerosas tareas que resuelve directamente un algoritmo, como sabemos. Quien ha decidido que, después de viajar a Chicago, mi ordenador me machaque durante meses con anuncios de ofertas de vuelos y hoteles a Chicago, es un algoritmo. Y un algoritmo muy tonto, porque, si fuera más espabilado, sabría que no voy a volver a Chicago en mucho tiempo, quizá nunca. No es que haya algoritmos tontos, es que carecen de sentido común, característica diferencial del ser humano frente a la máquina. Dejaremos de lado la variante temática paranoide de que estamos siendo observados, que hay alguien por ahí que espía todo el rato lo que hacemos. Es un hecho demostrado, del que hasta se habla en la última campaña publicitaria en TV de El Corte Inglés. Pero, si a mí me preocupara esto, no tendría en la nube un blog en el que me expongo y me desnudo para que quien quiera pueda entrar a verme las pelotas, con perdón (me refiero, por supuesto, a las pelotas mentales).

Lo que sí me preocupa es que se dejen en manos de los algoritmos competencias o tareas que requieran de una mínima interpretación de la letra de la norma. El burócrata de manguitos y cuello de lechuguilla (sublime aportación de mi amigo Berto en un comentario reciente), ha encontrado un apoyo impagable en los medios informáticos que utiliza ahora en su trabajo, hasta llevarle a encontrar la frase definitiva con la que apabulla al sufrido ciudadano: señor, lo que usted me plantea es muy razonable, pero EL SISTEMA NO ME DEJA HACERLO. No me digan que en los últimos tiempos no les ha soltado eso algún chupatintas parapetado tras un mostrador de atención. Pues desde aquí proclamo que esa muletilla es mentira: el sistema deja hacer cualquier cosa que se quiera hacer, sólo hace falta que el burócrata que lo maneja esté lo suficientemente preparado y sepa cómo hacerlo. El ser humano será, pues, siempre necesario para gestionar y coordinar esos trabajos desempeñados por robots o gobernados por algoritmos.

Los burócratas de los que siempre reniego son tipos que te aplican la letra menuda, sin buscar en el espíritu de la propia norma apoyos para interpretarla de manera más imaginativa. Durante toda mi vida administrativa he buscado hacer esto: interpretar la norma para aplicarla de acuerdo con su espíritu, no con su letra, por supuesto, siempre en beneficio del administrado. Y creo que, para aplicar la literalidad de los textos legales, como hacen algunos de mis compañeros, sería suficiente un robot. Pero, volvamos al artículo. Parece claro que determinados puestos de responsabilidad no pueden dejarse en manos de robots y han de ser desempeñados por seres humanos. Para María José Carmona, la garantía de que ese sistema sea eficiente es que esos humanos tengan una formación adecuada. Y para lograr ese perfil, la articulista reivindica la educación artística y de humanidades. Ahora mismo, las carreras de letras y artes están en un momento bajo. El chaval que quiera dedicarse a la filosofía pura o a la alfarería creativa, ha de enfrentar en primer lugar la oposición de su propia familia, que le dirá que esas son carreras que no tienen salidas. En Europa, sólo un 12% de los universitarios transita por esas carreras. Y muchas universidades les van reduciendo recursos y las asfixian hasta eliminarlas.

Sin embargo, existe una nueva tendencia a recuperar las humanidades y las artes. Según cuenta el artículo, parece claro que en los tiempos venideros se van a necesitar muchos ingenieros, matemáticos, programadores y científicos de todas las ramas para manejar adecuadamente las máquinas. Pero, para que estos señores hagan bien su trabajo, es fundamental que tengan también una formación humanista y/o artística. Eso es lo que sostiene por ejemplo el MIT, que lleva años recomendando a sus alumnos de ciencias que incluyan en su currículum alguna asignatura de literatura, arte, historia o música. También llegan vientos similares desde Silicon Valley y la empresa Google anunció en 2012 la contratación de 4.000 filósofos. Por otro lado, parece que el 34% de los CEOs de las principales multinacionales tecnológicas han estudiado carreras humanísticas o artísticas.

No sé si es casualidad pero mi hijo Kike, que trabaja desde marzo en una de estas multinacionales del universo digital, ha venido estas navidades con nuevas ansias por leer y que le recomendara buena literatura. Y se ha llevado unos cuantos libros que le he aconsejado. Primero pensé que quería presumir de culto para ligarse a alguna chica más leída que él. Pero ahora sospecho que la explicación de esta nueva afición está más relacionada con un afán de ir con los tiempos, porque este hijo mío no da puntada sin hilo. Yo tengo bien claro que la sabiduría en temas de música, arte o filosofía favorece el pensamiento crítico, la creatividad, el aprendizaje colaborativo y la empatía, factores todos necesarios para hacer un trabajo de calidad en el Siglo XXI, que además nos diferencian de los robots y los algoritmos. El trabajo colaborativo está demostrado que es cojonudo: aprender a sugerir sin imponer y aprender a admitir las sugerencias del otro sin mosquearse, es un doble vector que optimiza resultados.

Así que esto confirma otra de las líneas de mi blog: que es imprescindible que todos nos enteremos de quién era Thelonious Monk, o Coltrane o Borges o Cortázar. Y que recuperemos el lenguaje, el latín, la filosofía, a Homero y Herodoto. Así que en este blog seguiremos dando la coña por este lado. Pero la cosa tiene más variantes. Porque también es fundamental que sepamos de Historia, para que nadie la tergiverse y nos la meta cuadrada. La Historia, con mayúscula, es el resultado de una investigación seria que nos permita saber qué es lo que pasó exactamente, sin prejuicios ni orientaciones predeterminadas. Por ejemplo, la historia del Franquismo es algo que deberíamos recuperar y librarla de interpretaciones sesgadas y, por esta vez y sin que sirva de precedente, lo digo tanto en uno como en otro sentido, ustedes ya me entienden.

Pero la articulista avanza un paso más. Porque añade que la mala calidad del aprendizaje humanista y artístico, relegado socialmente entre las últimas generaciones, está en el origen del auge de los populismos y el renacer de las ideas extremistas. En otras palabras, que la gente culta y formada en artes y humanidades, está más preparada para resistir los cantos de sirena de los mensajes que difunden movimientos que van contra el progreso y la globalización. Que si la gente supiera más de Heráclito de Éfeso y de Charlie Parker, Trump nunca habría ganado, ni se hubiera producido el Brexit (por cierto, menudo pollo el que tienen montado), ni en Cataluña los señores Pujol, Mas y Puigdemont hubieran siquiera soñado acercarse al 50% de apoyo, ni Vox hubiera sacado tantos votos en Andalucía, ni Bolsonaro ni Salvini ni Duterte ni Orban hubieran llegado al poder en sus países. Y aquí me voy a lanzar a dar un paso más, a riesgo de precipitarme en el abismo: el tema explica también el auge de la violencia de género.

En efecto, en todos los estratos sociales y culturales hay psicópatas y sádicos, pero yo estoy convencido de que un tipo que sabe quien fue Amenophis IV, o que es capaz de saborear un disco de Monk, o reírse las tripas leyendo a Borges o a Eduardo Mendoza, es mucho menos propenso a liarse a bofetadas con su señora o ex-señora hasta matarla o dejarla malherida. No hablo ya de los asaltos de desconocidos en calles mal iluminadas a medianoche, que es el otro sector de lo que llamamos violencia de género, aunque me malicio que estos asaltantes nocturnos tampoco gozan de una gran formación artística o humanista. Así que, ahí queda dicho. La cultura es lo único que puede salvar al mundo. Y ahora les pongo el link al excelente artículo que explica todas estas cosas (menos la última, que se me ha ocurrido a mí, en un alarde de extravagancia): AQUÍ MISMO lo tienen.

Pero llevo ya una serie de posts muy serios y sesudos, así que vamos a cambiar de tendencia rematando con un vídeo en el que pueden ver una especie de ninot de Trump al que pasean en procesión carnavalera por una ciudad, presumo que norteamericana, con un trasero sobresaliente y blando, para que la gente le dé libremente patadas en el culo a este impresentable. Hasta llevan a un niño y lo levantan en brazos para que le dé su patada. Háganme caso, sean felices si pueden. No hay mejor alternativa.


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