jueves, 3 de enero de 2019

799. En el año de Blade Runner

Es este mi primer post de 2019, el año en que se desarrollaba la acción de Blade Runner, película de 1982 sobre la que hemos hablado largamente en este blog. Como ya se comentó, en la película se proponía una de las llamadas distopías, en la que se aventuraba cómo sería el mundo 37 años después y prácticamente se equivocaban en todo. Todo el mundo fumaba como carreteros en interiores y exteriores, Harrison Ford esperaba turno en un restaurante hojeando un periódico de papel y la gente seguía utilizando cabinas telefónicas, porque nadie imaginaba entonces que los móviles se generalizarían de una forma tan abrumadora como la que tiene lugar en nuestro mundo actual. Por citar sólo unos cuantos detalles que cantan cuando revisamos ahora esta magnífica cinta.

En 1982 era también impensable que la sensibilidad con los animales llegara a los extremos que podemos contemplar en nuestros días y quiero hoy hablarles del incidente de Barcelona en el que resultó muerta la perra Sota y las repercusiones posteriores. La historia es sabida, supongo, pero se la resumo por si no se informaron sobre ella. El 18 de diciembre, una perra que acompañaba habitualmente a un vagabundo urbano (uno de tantos homeless de nuestras ciudades) recibió un disparo de un guardia urbano y murió allí mismo. Todo fue muy rápido, pero la gente se arremolinó e inmediatamente salieron a la luz dos versiones. La policía dijo que, cuando le pidieron al vagabundo sus papeles, la perra entendió ese tema como una agresión, salió en defensa de su amo y se abalanzó sobre el agente, mordiéndole en un brazo, por lo que el agredido sacó su arma y disparó en defensa propia. El propietario de la perra dijo que no hubo agresión alguna, que fue una ejecución en toda regla, por parte de un agente prepotente y chulo que disparó a un animal indefenso.

Otro signo de los tiempos: inmediatamente empieza a circular la historia por las redes sociales. Alguien filma un vídeo con su móvil en el que se ve confusamente un revuelo de agentes reduciendo al propietario de la perra, al que tienen en el suelo en medio de la calzada, y entonces la cámara gira y enfoca a la perra muerta en la acera. Se espera un pronunciamiento de la autoridad municipal, que llega rápido, esa misma noche: la alcaldesa Ada Colau da por buena la versión de los agentes a sus órdenes y respalda su actuación. Pero esto lo que hace es enfurecer a la masa animalista, ya movilizada por Twitter y Facebook, que consideran inadmisible esa postura. Salvando las distancias (y las proporciones), es como cuando la señora Botella se enteró de que habían muerto cinco chicas en una fiesta de Halloween, exculpó a los diferentes responsables municipales del desaguisado y se fue a Lisboa con su señor esposo.

El personal está muy soliviantado y empiezan las manifestaciones. El 22, se juntan por la tarde unas 4.000 personas en la plaza de San Jaume para protestar pacíficamente por lo que llaman el asesinato a tiros de un animal inocente. Dos horas más tarde, una panda más violenta, de unas 200 personas se concentra en el lugar de la muerte de Sota, cortan la calle, vuelcan contenedores de basura, queman uno de ellos y gritan muy alto sus consignas. Los mossos cargan, hay carreras, cinco detenidos, lo de costumbre. Los enemigos políticos de Colau ya han empezado a arrimar el ascua a su sardina, pidiendo la dimisión de los responsables y hasta la de la propia alcaldesa, a ver si cuela. Y, también como de costumbre, El inMundo pone en marcha su habitual escuadra de escarbamierdas que acuden como moscas al estiércol (porque, sabrán ustedes, una cosa es un periodista y otra un escarbamierda). La cosa está que arde.

Ese mismo día 22, la alcaldesa es ya consciente del brete en el que se encuentra y publica en su perfil de Facebook un largo alegato, en el que se esmera en decir Diego donde dijo digo, sin cambiar tanto su valoración como para cabrear a sus policías. En otras palabras, intenta nadar y guardar la ropa. Dice, pues, Colau, que está consternada, pero que no puede basar su valoración en las imágenes borrosas de un vídeo de un paseante, por lo que solicita la ayuda de cualquier persona que haya presenciado el suceso, y quiera hacer de testigo. El día 30 de diciembre, el partido animalista PACMA, aporta 230.000 firmas de barceloneses que reclaman justicia para la perra asesinada. En el lugar donde cayó abatida, se acumulan las velas en recuerdo emocionado del animal, y mucha gente con sus mascotas se acerca a tributarle un último homenaje, como pueden ver en la foto que les muestro.


Por ahora me estoy limitando a narrar unos hechos, les reto a que encuentren en lo escrito hasta aquí alguna valoración, en un sentido o en otro. No la encontrarán. Si les estoy contando esto es como una muestra de cómo es el mundo en nuestros días, tan diferente del que se pronosticaba en Blade Runner. ¿Cuál es mi postura en relación con este asunto? Hombre, si siguen mis textos, sabrán que me encantan los animales, que he tenido perros y gatos y me precio de entenderlos, cada uno según su carácter y genética. Tampoco les sorprenderá si les digo que no me gustan nada los excesos de la policía, en Barcelona o donde sea. Pero no quiero precipitarme, como la alcaldesa, y creo que el asunto se merece que sepamos algunas cosas del contexto. 

Para empezar, las siglas PACMA corresponden al Partido Animalista Contra el Maltrato Animal. Así figura en las Wikipedias. Pero, ¿siempre se ha llamado así? Es más difícil encontrar esta información, pero resulta que la primera A de sus siglas no siempre correspondió a Animalista. Sino a Antitaurino. Vamos teniendo más datos. Esta gente que ha jaleado el asunto (junto con la oposición a Colau, El inMundo y otros), llevan muchos años montando cirios en Barcelona y basta que les muestre una foto de una de sus manifestaciones de hace unos años en el día de San Jordi.



Una imagen, otra más, que vale más que mil palabras. A mí me encantan los animales, pero todo tiene sus límites. Más allá de esos límites está la tontuna. Si visitan ustedes el cementerio de perros de Lisboa, encontrarán mausoleos y monumentos dedicados a mascotas fallecidas a las que se dedican poemas y se les llevan flores durante años. Cada cual es libre de hacer lo que quiera con sus mascotas, incluso tratarlas como personas, pero yo también soy libre de criticarlos. Y, si llevamos las cosas más allá de sus límites, podríamos dedicar recursos a reconstruir la pata rota de un caballo o la columna vertebral de un perro atropellado por un camión. Si tienen ustedes algún amigo veterinario, pregúntenle si nunca le han propuesto cosas como estas, antes de pensar que estoy exagerando.

Pero aún no hemos llegado a saber exactamente qué fue lo que pasó el día 18 de diciembre y a mí me gusta llegar a entender los hechos, ponerme en la cabeza de sus protagonistas y construir con ello un guión, porque ya saben que la gente tiende a acomodar sus versiones de los sucesos de forma que ellos siempre quedan bien y luego se lo acaban creyendo. Les recuerdo un caso muy doloroso. En la reunión del G-8 en Génova, verano de 2001, se montaron enormes protestas organizadas por los colectivos antiglobalización. En los disturbios, resultó muerto un manifestante, Carlo Giuliani, 23 años, desde entonces un mártir del movimiento. Pero el que le disparó era un carabiniero de 21 años llamado Mario Placanica, que estaba aterrorizado dentro del jeep, cuyos cristales se estaba dedicando a destrozar Giuliani, empuñando un extintor de incendios de acero. Tras el incidente, Placanica entró en una espiral de depresiones que le llevó a ser relevado del servicio por incapacidad psicológica en 2005. Ocho años más tarde, en 2013, fue declarado inocente por una juez.

Conviene pues saberlo todo, antes de formarse una opinión. Y, de todo lo que he leído, la versión que me parece más creíble es la que cuenta el propietario de la perra, que fue objeto de una larga entrevista en El País, publicada el 21 de diciembre, tres días después de los hechos. Escuchándolo, es fácil enhebrar un relato de lo sucedido. El hombre es estonio y se llama Tauri Ruusalu. Llegó a Barcelona hace año y pico, como mochilero, y se instaló en la calle, donde fabrica y vende pulseras. No es difícil imaginar que salió de su Estonia natal intentando encontrarse a sí mismo y huyendo del frío que hace en su tierra. A poco de llegar se hizo cargo de la perra, una labrador mestiza que había sido abandonada y de la que le dijeron que se llamaba Minnesota, nombre que él abrevió. Desde entonces eran inseparables.

El día de los hechos, Tauri caminaba tranquilamente con la perra al lado, suelta, como siempre la llevaba, porque era muy tranquila. Un guardia le abordó por detrás y le pidió identificarse. Tauri contestó diciendo que su nombre era muy complicado y que se ofrecía a escribírselo si le daba un papel y un boli. El otro creyó que le estaba vacilando y se puso tenso. Se encararon y la perra se metió en medio y le puso al policía las patas delanteras en el pecho. Pero, detalle importante, en todo momento movía amistosamente el rabo. Es decir, el animal creía que todo era un juego y quería participar en él. Tauri le dio una orden: –¡Ponte detrás de mí!, pero el agente estaba cada vez más nervioso y le gritó a Tauri que entrara en el coche donde estaban sus compañeros. La perra le ladró entonces en la cara. Y el tipo sacó su arma y le disparó en la cabeza. Aterrorizado, Tauri se puso frenético y lo redujeron entre todos los agentes presentes.

Esto es lo que sucedió, a reserva de que el señor juez determine otra cosa. Tauri tiene una abogada española que no le cobra y ha denunciado a los guardias. No parece que sea muy difícil comprobar si la perra mordió al guardia, o si nunca lo hizo, como sostiene su dueño. La versión de Tauri parece ser la que se cree la gente, porque no se olviden que los de PACMA sacaron en las últimas elecciones municipales de Barna unos 5.000 votos (no me extraña, viendo la pancarta del día de San Jordi), mientras que su escrito pidiendo justicia para Sota ha recogido 230.000 firmas. A mí me parece que es verde con asas, ahora, ustedes pueden pensar lo que quieran. Y entrar a comentar este post, si quieren. Repito que he abordado este suceso como un indicativo del mundo en que vivimos, tan diferente del que se mostraba en Blade Runner.

El futuro es imprevisible, yo nunca imaginé que tendría la suerte que he ido teniendo a lo largo de 2018. Aunque la suerte, como dijo Séneca, es sólo la intersección entre la buena preparación personal con la aparición de una oportunidad. A lo que yo añadiría la predisposición a cambiar. En un mundo cambiante, caracterizado por el flujo constante de una realidad líquida, yo les exhorto a cambiar. No se acomoden, a nuestras edades es lo peor. Por ejemplo, mi amigo Diego Moreno, de Tijuana, se ha lanzado a correr, tal como yo le aconsejé cuando le visité. A sus 74 años. Y vean qué aspecto tan magnífico tiene por las calles de Tijuana, en esta foto que utilizó para felicitarme el año nuevo. Él es ya un auténtico Blade Runner. Les doy a ustedes el mismo consejo. Mantengan la mente y el cuerpo en forma. Y sean buenos.



4 comentarios:

  1. Nos gustan los animales porque no mienten (Henry de Montherlant). Lamentablemente, el único testigo fiable es la víctima, Sota, que no va a poder declarar.

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    1. Veremos qué sale del juicio. Hace unos días se publicó un vídeo en el que un policía de Arkansas le dispara en el morro a un chihuahua, porque le estaba ladrando. Se cuenta que lo han expulsado de la policía. Pero no es lo mismo un perro enano que te ladra a media distancia, que un labrador que te pone las patas en el pecho. Hay gente que le tiene miedo a los perros y el miedo es libre. Lo que es más discutible es si un personaje con esa característica debe ser admitido en la policía.

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  2. Si la historia es como usted la cuenta, yo creo que es un caso de mala suerte (aunque la suerte sea la intersección, etc.) Si yo soy policía y un perro gigante me pone las "manos" en el pecho, es muy posible que no tenga ángulo para ver si está moviendo el rabo o no, encima con los nervios de la situación y con el perro ladrándote en la cara y posiblemente con una boca bastante maloliente (no es previsible que el bueno de Turi se ocupe debidamente de la higiene dental del animal)...
    En conclusión: que fue una desgracia en la que es posible entender al agente, al que imagino bastante hecho polvo, porque a nadie le gusta montar semejante pollo haciendo su trabajo.
    Gracias por sus explicaciones. Yo tenía una idea más automática después de haber leído por encima las informaciones de este asunto, que tampoco me interesaba tanto (ahora un poco más). A usted entiendo que le ha interesado en la medida en que apoya sus teorías fatalistas del Dios que juega a los dados, frente al que no se puede hacer nada.
    Por lo demás, feliz año nuevo.

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  3. Estoy de acuerdo con usted: fue una fatalidad. Prácticamente suscribo todo lo que dice, menos la última frase, antes de la felicitación: yo nunca he dicho que no se pueda hacer nada. Jamás he sido fatalista; estoy firmemente convencido de que nuestras acciones pueden incidir decisivamente en el devenir de lo que va sucediendo en el mundo. Es una máxima que guía todo mi comportamiento.
    Feliz año.

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