lunes, 25 de noviembre de 2013

206. Un voto al optimismo

Otra vez instalado en la normalidad, encuentro a mucha gente a mi alrededor con el mismo desánimo de siempre. Es todo una mierda, España va de culo, esto no ha hecho más que empezar, es falso que estemos saliendo de la crisis, y esta especie de zona átona y neutra en que nos encontramos sólo es un pequeño momento de alivio en la inexorable pendiente del descenso a los infiernos. Bien, ya saben que soy un optimista inveterado, que defiendo la posición personal proactiva y positiva, porque creo que esa predisposición ayuda cada mañana a afrontar los obstáculos que puedan venir. De la misma forma, estoy convencido de que los pesimistas recalcitrantes se traen sus problemas de casa, de su familia, o de su propia mente.

Por supuesto, no hablo de los que entienden el pesimismo como una invariante en su concepción del mundo, resultado de una reflexión filosófica, probablemente acertada, y que yo respeto profundamente. No hablo de ellos, sino de los cenizos, los que pronostican cada día que cualquier cosa buena que pueda intentarse será un fracaso, y en cambio las iniciativas malvadas y perversas triunfarán, porque, total, todo es una mierda. Me molesta sobre todo la postura de los que, tras decir que todo va muy mal, se van a su casa y se ponen a ver la tele, como si ya no tuvieran más que hacer. Para mí, el optimismo no debe ser el resultado de la inconsciencia o la falta de análisis, sino el fruto de una perspectiva realista, que tenga en cuenta el contexto y el momento histórico en que nos encontramos. Los que tenemos ya más de 60, hemos vivido tiempos difíciles en nuestra infancia y hemos ido mejorando después. Ahora toca reajustarse el cinturón. Pero no perdamos la perspectiva.

Tal como yo la entiendo, la historia de la civilización occidental es un continuo proceso de avance, desde la barbarie prehistórica hasta nuestros días. Un proceso con largas zonas de sombra, incluso períodos de indudable retroceso global, como la Edad Media (momento en que nos adelantaron los musulmanes, primero, y los chinos, luego, como ya he contado). Pero, a partir del siglo XVIII (llamado de las Luces), el avance de nuestra cultura es constante, aunque no lineal. Un avance centrado en la lucha contra la enfermedad, la desigualdad y la pobreza, las tres grandes lacras de la humanidad desde los tiempos primigenios. Si creen que en estos tres aspectos no hemos avanzado nada, les sugiero que lean a Chejov, a Dickens o a Pérez Galdós.  El avance de la ciencia y la técnica, impresionante en los dos últimos siglos, ha sido paralelo al progresivo asentamiento de una cultura democrática, finalmente asentada frente a los sueños del comunismo y el fascismo, ambos degenerados en una deriva criminal, e irremediablemente desacreditados como alternativas.

Después de pasar unos días en los escenarios de las terribles batallas que arrasaron Europa en la primera mitad del siglo XX y asistir a las conmemoraciones del armisticio de la Primer Guerra Mundial, he constatado que la violencia más ancestral ha estado infiltrada en la esencia de nuestra civilizada sociedad hasta hace dos días. Y que tendríamos que dar saltos de alegría los que hemos tenido la extraordinaria suerte de vivir en la segunda mitad de ese siglo terrible, y no en la primera. Porque, con todos sus defectos, sus injusticias y sus miserias, este mundo que tenemos es mejor en su conjunto, que cualquier otro que haya existido con anterioridad. Nunca se había avanzado tanto en la lucha contra la enfermedad. En ninguna otra sociedad anterior la mujer ha gozado de un nivel de igualdad como el actual, y lo mismo podemos decir de los colectivos tradicionalmente segregados por razón de religión, raza u orientación sexual. En cuanto a la desigualdad y la pobreza, estamos en un momento de retroceso, pero yo confío en que volvamos a avanzar. Y la extensión de la información instantánea, a caballo de los nuevos medios digitales, es un arma  en manos del pueblo, a pesar de los riesgos que comporta.

Sentado esto en cuanto al nivel global, qué decir de la posición de España. Pues que estamos jodidos, que hemos alcanzado el “fondo de la piscina”, pero no hay señales de que estemos empezando a remontar hacia la superficie, salvo algunos indicadores macroeconómicos, que no afectan por ahora a la vida cotidiana de los españolitos, recortados, empobrecidos y asustados. También es cierto que no hemos caído tanto como Portugal, ni mucho menos como Grecia, que lo van a tener peor para salir del agujero. Como también es evidente que la especial estructura familiar y solidaria de nuestra sociedad ha ayudado a mitigar los golpes que nos han ido asestando los poderes económicos. Y que en algunos aspectos hemos dado una auténtica lección de civismo y serenidad. Quien ha viajado un poco, tiene claro que en España se vive muy bien. Ahora no tanto, pero todavía se vive globalmente bien.

Yo no les tengo ninguna envidia a países como Brasil, India o Rusia, con cifras positivas en cuanto a todos los indicadores de aumento global de la riqueza, pero con un reparto de esa riqueza totalmente impresentable, por no hablar del gigante chino. Tal vez un día lleguen a crear una clase media, por ahora inexistente. Nosotros estamos luchando por no perderla. Vean el resultado de la huelga de basuras: los trabajadores han aceptado repartir entre todos el ahorro que se quería conseguir echando a la calle a más de mil compañeros. Todos han perdido sueldo, pero siguen juntos y de la mano. Y los ciudadanos han aguantado los inconvenientes de la huelga sin decir una palabra más alta que otra, en una actitud paciente de solidaridad silenciosa con los huelguistas. En nuestro país hay mucha gente peleando por salvar lo que se pueda del llamado estado del bienestar. Ayudémosles.

Estamos mal, pero estamos donde estamos. Hay indicadores precisos de nuestra posición, que atañen a temas como la calidad de vida, la cohesión social o la escasa incidencia del racismo, por ejemplo. Ni un solo magrebí puede decir que su posición en nuestro país haya empeorado después de los atentados del 11-M. Uno de los indicadores más precisos de este tipo de aspectos, no relacionados directamente con la marcha de la economía, es el índice de percepción de la corrupción por los ciudadanos, base de un mapa que elabora la organización Transparency International, actualizado cada año. Podrían pensar ustedes que, con los casos Gurtel, Bárcenas, Fabra, etcétera, estaríamos fatal. Pues no. En nuestro país, somos conscientes de que los políticos son unos chorizos, pero los políticos son una minoría. Y aquí se puede confiar en la policía, los jueces, los funcionarios, los profesionales de cada ramo, algo que no sucede en muchos países. Aquí tienen el mapa de la corrupción de 2012.

Como pueden ver, los países se han ordenado en cuatro niveles. En el más limpio están casi toda la Europa del norte, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Uruguay (país admirable). Nosotros estamos en un segundo nivel, junto con Estados Unidos, Chile, Italia, Portugal, Polonia, Japón y Corea del Sur, entre otros. Hay un tercer nivel que engloba a China, Arabia Saudí, Turquía, los países balcánicos, Marruecos, Argelia y la mayor parte de Sudamérica. Y luego están los más chorizos: casi toda África y la mayor parte de Asia. No les sorprenderá encontrar en este nivel a México, Venezuela, Rusia, Irán, o la India. En una palabra: estamos donde estamos, en la historia y en el mundo. Ni mejor ni peor. Y lo que tenemos que hacer es pelear, apoyar y sumar, no decir que todo es una mierda y quedarnos quietos.

Nada, en cuanto vuelvo de mis viajes me pongo a regañarles. 

6 comentarios:

  1. Hay un quinto color en el mapa, así como azul grisáceo. ¿Qué significado tiene?

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  2. Se trata de territorios en los que no hay información: Groenlandia, el Sáhara y una de las Guayanas.

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  3. Como siempre, se agradece un poco de optimismo por este medio que siempre esta plagado de articulos y videos pesimistas y catastrofistas

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  4. ¿Y qué hay de aquello de que un pesimista es sólo un optimista bien informado? En cuanto a los niveles de independencia de las mujeres, no es cierto; Occidente es una isla. En India siguen quemándolas, en Arabia no pueden ni conducir, en todo el mundo islámico no se reconoce la violencia de género... ¿Y los homosexuales? ¡Mira a Putin! ¿Ningún tiempo pasado fue mejor? Es posible, pero queda mucho por hacer; y cuando hay una crisis económica tan brutal, acaba degenerando en una crisis moral mucho peor. En esta segunda mitad del siglo XX también ha habido guerras feroces: Corea, Vietnam, Camboya, Oriente Medio, prácticamente todo el continente africano, los Balcanes... Campan a sus anchas los cuatro jinetes del apocalipsis, especialmente la guerra y el hambre.

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    1. Tienes razón, pero lo que dices no es contradictorio con lo que yo he escrito. Lo que no admito es que digamos "es todo una mierda" y con eso como disculpa ya no hagamos nada (mucha gente funciona así y hacia ellos va mi regaño). Para mí, es todo una mierda, pero puesta en contexto; por supuesto que hablo de occidente, que es una mínima parte del planeta, pero es que los quejicas se quejan todo el rato de lo que pasa aquí y ahora. Pongamos nuestra situación en contexto y luchemos lo que haya que luchar para mejorarla. Los jinetes del apocalipsis campan por muchos lugares, pero por España hace más de setenta años que no pasan. Sin embargo mucha gente clama al cielo por los recortes diversos, que no son nada comparados con lo que están ahora mismo sufriendo en muchos lugares. Por eso la gente se juega la vida en las pateras para venir aquí. Porque esto es un paraíso para ellos. Y con los recortes sigue siendo un paraíso. Recortado, pero paraíso. Así que: menos quejarse.
      Para mí, el pesimista no es un optimista informado. Sólo es un señor que observa un queso de gruyere y no ve más que los agujeros. Los optimistas procuramos ver el queso y te puedo jurar que, a veces, ver el queso requiere un esfuerzo arduo. Es mucho más cómodo abandonarse al pesimismo. No cuentes conmigo para eso. Besos y abrazos.

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