miércoles, 13 de noviembre de 2013

196. Nancy, una bonita ciudad de provincias

Escribo en el tren que sale de Nancy en dirección a Luxemburgo. Allí cambiaré de tren para seguir a Bruselas, donde me espera mi amigo António Trinidad. Atravieso campos muy verdes, entre ríos anchos y caudalosos y montes bajos tapizados de árboles de todos los colores de la gama del verde al ocre. Pensé, que al estar estas regiones tan al norte y ser mucho más frías, el arbolado habría perdido ya lo más granado de sus hojas, pero no es así: el otoño está en todo su esplendor. He pasado cuatro días en Nancy con mi hijo mayor Lucas que lleva algo menos de un mes en estas tierras y todavía se está adaptando al entorno. Aquí les pongo una foto del zagal. Ya que en el post “Rotterdam” incluí una foto del otro, es justo que traiga aquí también a Lucas, para que vean lo guapo que es.


Salí el viernes 8 de la T-2 de Barajas. A pesar de que eran las 6 de la mañana, estaba tan llena como puede esperar cualquiera que no haya sido abducido por las campañas del inicuo Bruno G.G. y sus colegas de contubernio de El País. ¡Cómo debe estar disfrutando este señor con las calles de la capital llenas de mierda! Si de algo me alegro es de estar lejos de las montañas de basura y no tener que presenciar el doloroso espectáculo de mi querida Madrid invadida por la porquería. Vuelvo el día 20 y confío en que para entonces se haya llegado a una solución. El viernes cogí un taxi en la calle Atocha a las 5.45 y tuve que sortear las barricadas de bolsas de plástico para llegar a la calzada. La cabeza se me llenó de lamentos en endecasílabo: “Bolsas de la basura destrozadas/ Ríos de lixiviados pestilentes/ Ratas callejeando remolonas/ Cascos de Coca Cola (1 litro) rotos".

El avión estaba en París-Orly a las 9.15. Hace tiempo que no llegaba al viejo aeropuerto. Casi siempre que voy a París suelo aterrizar en el moderno Charles De Gaulle. El pequeño Orly está bastante anticuado, la señalización es deficiente y tuve que preguntar tres veces antes de dar con la conexión al RER, el ferrocarril suburbano que te lleva al centro de la ciudad. El RER iba atestado de viajeros con grandes maletas y fue un alivio cuando conseguí bajarme en la Gare du Nord, donde debía cambiar a la línea 5 de Metro para llegar a la Gare de l’Est. Allí saqué un billete para Nancy. La taquillera me dijo que si lo quería de ida y vuelta y le contesté que no, que había decidido quedarme en Nancy para toda la vida. No se rió demasiado, debe de ser un chiste bastante frecuente. Faltaba un rato para la hora de salida del primer tren, así que busqué algún lugar donde comer algo. Como los de la estación no me convencían, salí al exterior, a pesar de que estaba lloviznando, y encontré un bistrot en donde me pedí un sándwich croque-madame, y une bière-pressión que me sentaron estupendamente.

El tren era cómodo y llegué a la estación de Nancy al atardecer, a la hora prevista. Estaba diluviando. No conocía Nancy pero, en el mapa Google que había impreso, parecía que el hotel no estaba lejos de la estación. Me gusta coger hoteles próximos a las estaciones de tren, pero en este caso había dado prioridad a estar cerca de la casa de Lucas. Así que salí afuera, abrí el paraguas y empecé a andar. Un momento después me había perdido. Pregunté a una chica que se guarecía bajo una marquesina y me dijo como llegar a la línea única de tram. El tram me llevaría a la puerta del hotel, en el bulevar Jean Jaurès. Pero yo quería andar. Seguí, pues, la huella del tranvía, crucé un puente sobre el haz de vías de tren y continué al otro lado. Como me estaba calando, se me ocurrió preguntar a una señora si iba bien, y metí la pata. Me envió hacia la derecha, diciendo que el bulevar arrancaba detrás de una iglesia cuya aguja se intuía entre la manta de agua. Cuando llegué tras la iglesia estaba otra vez perdido. Un señor me volvió a dirigir correctamente. El bulevar Jean Jaurès empezaba a 50 metros del punto en que la señora me había desviado de mi camino. No creo que lo hiciera por joder, parecía buena gente.

Llegué al hotel La Residence, me registré, subí y entendí el sentido exacto de la expresión “estar calado”. Me quité la chamarra empapada, a pesar del paraguas. Debajo, el jersey estaba igualmente mojado, y lo mismo la camisa y la camiseta. No digamos ya zapatos, calcetines y bajos del pantalón. Me desnudé, distribuí la ropa por el radiador de calefacción y me di una ducha caliente. El hotel era confortable. Me vestí con ropa seca y llamé a mi hijo. Estaba aun en el trabajo. Quedamos a la salida en su apartamento, a diez minutos del hotel. Seguía lloviendo. Lucas está bien instalado, en un estudio de un solo espacio, con cocina incorporada, Wi-Fi y buena calefacción. El tram le lleva a la Universidad donde trabaja, en el municipio contiguo de Vandoeuvre. Y en el otro sentido le acerca al centro de la ciudad. 

Al rato salimos andando (llovía menos) y seguimos la línea del tram hasta la Place Stanislas, verdadero centro representativo de Nancy. He leído después que la Plaza Stanislas está considerada como la plaza real más bella de Europa, y me lo creo. Es una preciosidad, de una dimensión generosa, toda empedrada, con fuentes monumentales en las esquinas y la estatua de Stanislas (ya les diré quién fue) en el centro. Los edificios que la flanquean son el Ayuntamiento, el Gran Hotel de Nancy, la Ópera, el Museo de Bellas Artes y otros similares. Por la noche se ilumina con tenues luces rojas y moradas. Cuando no llueve, la gente pasea por allí tranquilamente. Frente al Ayuntamiento, un arco da paso a la contigua Place de la Carrière, alargada, que al final se abre en una exedra frente al magnífico Palacio de los Duques de Lorena. Aquí un par de imágenes de las plazas.


A la derecha queda el Parque de La Pepinière, muy bonito también. Al otro lado del parque, un polideportivo municipal a donde iba Lucas a entrenar al baloncesto de 20 a 22. Me fui a callejear mientras tanto y descubrí una serie de callejas de trazado medieval, con numerosos bares y restaurantes. Habíamos hablado de que, cuando saliera Lucas del basket, ya sería muy difícil encontrar un restaurante abierto para cenar, esto no era París. Pero, callejeando por allí encontré un restaurante indio-pakistaní: Le Palais Ghandi. Entré y hablé con el dueño, un paki de cabeza grande y negro bigote cuadrado. Me prometió que nos esperaría hasta las 11. Cuando Lucas terminó su entrenamiento, compartimos un curry madrás y un korma, acompañados con arroz pilau y pan indio nan. La cerveza, Heineken, lo siento pero no me gusta la cerveza india.

Tras ello, Lucas me llevó al Café des Artistes, el lugar de referencia de la marcha nanceienne, un bar Guiness de cuatro pisos, lleno de estudiantes celebrando el arranque del fin de semana. Luego, cada mochuelo a su olivo. Cogí la cama con gusto. Era muy cómoda. Dormí como un cura. Nancy es una ciudad pequeña (100.000 habitantes, 250.000 en la aglomeración metropolitana), pero llena de historia. En el próximo post me extenderé en algunos de los rasgos fundamentales de esa historia. De momento quédense con que es la capital de la Lorena, que fue un Ducado independiente, que el tal Stanislas fue precisamente el último Duque de Lorena. Que aquí perdió la vida Carlos El Temerario, personaje clave en la historia de la región, con una sorprendente relación con la historia de España. Y que Lorena, junto con Alsacia, estuvo pasando alternativamente a manos francesas y alemanas, durante muchos años. Imagínense lo que fueron aquí las dos guerras mundiales. Precisamente, ayer lunes era festivo en toda Francia (también en Estados Unidos). ¿Saben el motivo? Nada menos que la conmemoración del armisticio que puso fin a la Primer Guerra Mundial, la Gran Guerra. Era el 95 aniversario. O, como dicen los franceses, el cuatro-veintes-y-quince. Continuará.

2 comentarios:

  1. Pues a mí, de lo que escribes, lo que más me gusta es "el pegamento artificial que los estira innecesariamente" que decía el otro. Buen viaje.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por el apoyo. Y no te enfades con los comentaristas críticos. La crítica, siempre que sea educada y constructiva, es útil. No van a ser todo alabanzas. Al que no le guste algún aspecto, que lo diga libremente. Así se alimenta el debate y el diálogo.

      Eliminar