viernes, 23 de agosto de 2013

166. Otra vez lo mismo

Otra vez inmerso en la realidad cotidiana, amarrado al duro banco de la mediocridad laboral,  mientras me soplan al oído que no me queje, que los hay que están mucho peor. Desde luego que los hay y a cientos, pero me insultan los que tal me dicen. Me faltan al respeto. Me consideran tan tonto como para que me consuele el mal de muchos. 

El calor amaga con irse retirando poco a poco, pero todavía abochorna y sofoca a los esforzados capitalinos que vamos pasando la canícula como podemos, algunos como yo incluso corriendo por el Retiro. Éstos también son multitud, tal vez porque todos corremos a la misma hora: desde que el sol se esconde hasta que ya está tan oscuro que corre uno el riesgo de tropezarse. A media latitud como estamos, es un período relativamente corto; en cuanto te retrasas un poco en salir, te atrapa la noche en la última parte del recorrido, aunque la luna llena de estos días ayuda a evitar el tropezón. 

En latitudes más altas, los atardeceres se alargan perezosamente y es una delicia ver como el sol se va acostando sin prisa, se va dejando caer, oculto entre los grandes edificios, porque ya les he dicho que mi hábitat natural son las ciudades. Esos anocheceres interminables se aprecian ya en lugares como París, mucho más en Rotterdam, Estocolmo o Helsinki. En mi reciente estancia de unos días en Edimburgo, me alojé en un hotel de la zona de Portobello, frente al llamado Firth of Forth, es decir, el estuario del río Forth. En este enlace encontrarán algunas de las panorámicas que podían verse casi de noche, desde la ventana de mi cuarto.

En cambio, cuando uno se acerca al ecuador, el fenómeno es justo el contrario, anochece en unos segundos. El lugar más cercano al ecuador que he visitado ha sido Sri Lanka. Allí, en Colombo, después de un día de trabajo, con la ropa empapada por el sudor, nos íbamos al hotel, para ponernos una camiseta limpia y salir a dar una vuelta por los barrios centrales salpicados de checkpoints del ejército. Llegábamos al hotel a plena luz del día, nos lavábamos brevemente las manos, renovábamos el spray anti mosquitos y poco más. Apenas cinco minutos. Bueno, pues al bajar otra vez a la calle, era noche cerrada.

Volviendo al Retiro, el margen desde que el sol se empieza a ocultar hasta que ya no hay luz suficiente es, en esta época del año, más o menos de una hora. Perfecto para mi nivel actual de entrenamiento. El único problema es que hay multitudes de corredores. Pero es lo que pasa en esta ciudad en cualquier actividad que sea gratis. Para la historia quedaron aquellos meses de agosto en que Madrid se convertía en una ciudad fantasma. Ahora  se va mucha menos gente. Algunos ejemplos. En el Museo Reina Sofía hay una exposición antológica de Dalí que lleva abierta desde abril. Durante todo el día es de pago, hasta las siete. Luego es gratis, de siete a nueve. Bueno, pues ayer fui a sacar mi coche del parking de residentes que hay delante del museo, en torno a las siete menos cuarto. La cola de visitantes que esperaban la apertura del turno gratuito, daba dos vueltas sobre sí misma alrededor de la plaza. Seguramente había gente que llevaba más de una hora a la solana inmisericorde de la tarde.

Hice un par de gestiones que tenía que hacer y decidí acercarme al Ikea de Vallecas, para comprar unas perchas para el baño que me hacían falta hace tiempo, pero no encontraba el momento de ir a por ellas. Pues el Ikea también estaba abarrotado. Familias enteras con niños pequeños y no tanto, con cuñados, amigos y los abuelos reglamentarios. Todos circulaban por la tienda sin prisa, probando los sillones, mirando las telas, cotilleando lo que allí se vende, aunque me temo que sin comprar demasiado. Este es un lugar con parking gratuito, en donde se puede pasar la tarde entera en un ambiente fresquito que, con la que está cayendo, es cosa de valorar. Las macrotiendas de este tipo se han convertido en el sustitutivo del antiguo paseo del pueblo, en el que las familias circulaban arriba y abajo, y las parejas paseaban cogidas del brazo saludando a los conocidos.

Los agostos de antes en Madrid me encantaban. Cierto que la mayor parte de las tiendas estaban cerradas, que había problemas para encontrar una panadería o un kiosco de prensa abiertos (entonces todavía compraba el periódico cada día). Pero uno iba al teatro o a ver una exposición y estaba solo. Ahora, uno tiene la sensación de que la gente no se ha ido a la playa. Hay mucho tráfico, las tiendas están abiertas todo el día y el personal pulula por todos los sitios a pesar del calor (al que le quedan dos días). Pero acabo de llegar de Escocia y allí también había zonas abarrotadas de gente con fuerte presencia de españoles, como ya he contado.

Un amigo uruguayo, que acaba de regresar de pasar las vacaciones en su tierra, me dice que lo que más le gusta de Uruguay es que puede coger un coche, irse a una playa o una zona rural del interior y estar solo, sin una sola persona en kilómetros a la redonda. Que en Europa eso es imposible. Sin embargo, les pongo aquí el enlace con un artículo muy interesante de José Ignacio Torreblanca en El País, en el que dice que uno de nuestros principales problemas estructurales deriva del hecho de que la Unión Europea se creó en un momento en que en Europa vivía el 20% de la población mundial, porcentaje que ahora es del 7%. Se nos están comiendo los chinos y otros. Y sin embargo, uno va a cualquier sitio y tiene la sensación de que todo está lleno de gente.

Paradojas del mundo este tan raro que nos toca vivir. Este blog se abrió hace ya casi un año. En aquellos entonces, estábamos todos acojonados con la subida de la prima de riesgo, que estaba en 600 y pico. Si bucean en mis primeros posts recobrarán ese ambiente de miedo. El señor Draghi y otros, nos intentaban convencer de que eso era malísimo, que ese nivel disparatado de la prima preludiaba una catástrofe económica sin precedentes para nuestro país. Y ahora está la cosa en torno a los 250 puntos. O sea que estamos de puta madre.

El problema es que uno sale a la calle y no ve más que parados, negocios que cierran, empresas que cesan sus actividad (hace unos días Marca TV), chavales que se tienen que ir al extranjero y todo los demás. O sea que estamos bastante mal, aunque la prima de riesgo esté tan baja. Y digo yo. Si la prima dice que estamos muy bien y es falso, ¿no sería igualmente falso el gran peligro con el que nos asustaban hace un año? Hoy hemos sabido que nuestras exportaciones han crecido a cifras nunca vistas, un dato que también es buenísimo. Como nuestros costes laborales se han reducido mucho, resulta que ahora conseguimos una oferta mucho más barata a la hora de colocar nuestros productos en el exterior.

El equipo de Rajoy parece estar enderezando una serie de indicadores, al parecer muy importantes a medio y largo plazo. Pero, al fin y al cabo, unos números. ¿Merecía la pena llegar a seis millones de parados, a cambio de mejorar esos indicadores? ¿Acaso era ése el único camino que nos dejaba nuestro anterior despilfarro colectivo? Si es así, ¿por qué no nos lo ha explicado El de la Barba? ¿Tan inútiles nos considera que cree que es suficiente que nos diga que está haciendo lo que hay que hacer y que la culpa de todo la tiene Zapatero? ¿O es que, tal vez, si nos contara la verdad se le caería la barba de vergüenza?

Nuevos tiempos, nuevo curso que empieza, pero los mismos interrogantes. Que duerman bien.

2 comentarios:

  1. Seis millones de parados, seis. Y, según un amigo mío, el crecimiento de las exportaciones es un signo más de la crisis: las empresas venden fuera lo que nadie les compra dentro.

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    1. Tienes razón, ya lo he corregido. Ya sabes que los optimistas como yo siempre tratamos de endulzar los temas. Sobre una cifra de cinco y pico de una magnitud que encierra una valoración muy negativa, como la cifra de parados, los optimistas decimos cinco y los pesimistas seis. Pero es cierto que estamos mucho más cerca de los seis y por eso lo he corregido. Otra cosa es la economía sumergida y todo eso, pero no es este el lugar de comentarlo

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