domingo, 18 de agosto de 2013

162. Señas de identidad e independencia

En mi reciente post #158 “Otra vez al pie del cañón” les hacía una relación apresurada de las señas de identidad de la nación escocesa que, junto con su larga  trayectoria histórica propia, constituyen la base de la consulta que el Gobierno autónomo de Escocia, presidido por Alex Salmond, del Partido Nacional Escocés, aprobó en enero de 2012 para que se celebre en septiembre de 2014. No tienen prisa estos señores, como ven. No como otros que sí la tienen y ya se imaginan a quién me refiero. No quiero aburrirles con el tema del nacionalismo, ya sé que les divierte más que les hable de pedos y otras curiosidades, pero me voy a referir brevemente a las tres cosas: señas, historia y consulta para la independencia (así es como la llaman los escoceses; otros prefieren camuflar consultas similares bajo el nombre de “derecho a decidir”, o “autodeterminación”, y a mí, que observo el tema desde el lado contrario, me gusta llamar a esto por el nombre que le asigna la RAE: secesión).

En los posts #64 y #131 ya les hablaba largamente del whisky escocés, mi relación con él y la importancia que tiene para Escocia. En mi viaje reciente pude corroborarlo, recorriendo la región del Speyside, la cuna del whisky, donde visité una de sus destilerías más famosas, la de la marca Glenfiddich, la más premiada en la actualidad. Respecto al cardo ya les expliqué su importancia al final del propio post #158. Y lo relativo al kilt y la gaita lo dejo para textos posteriores. Me centraré, pues, en los aspectos gastronómicos.

La comida en Escocia es poco variada y no muy recomendable desde el punto de vista dietético, como evidencia la cantidad de gordos que se ven por todos lados. En ninguna parte, salvo en Estados Unidos, había visto tantas personas obesas y con tanto volumen. Son auténticos minusválidos, que se fatigan y resoplan y tienen problemas para viajar en avión y hasta en autobús. Hay familias enteras de gordos y sorprendentes parejas mixtas de gordo y flaca, y gorda y flaco. El escocés hace normalmente un buen desayuno; en torno a las 12 del mediodía se toma un té con unas pastitas, y luego cena copiosamente a partir de las 18.30, al volver del trabajo. No dudo de que los gordos que yo he visto han de comer algo más que un té en las horas centrales.

El desayuno escocés se compone de huevos revueltos con beicon o salchichas, acompañados por champiñones y tomates a la brasa. A esto se le añade fruta cortada con yogur líquido y uno o dos cafés, con tostadas con mantequilla y mermelada de naranja amarga. Como el desayuno inglés, pensarán. Pues sí, hasta aquí. Lo que pasa es que los escoceses le añaden  un plato más que es exclusivamente suyo: el porridge. El porridge es, literalmente, un plato de gachas de avena. Su sabor recuerda al del Pelargón y otras papillas para bebés en fase de destete. A mí me gusta (¿habrá algo que no me guste?), pero tengo que reconocer que no es un plato muy apetitoso. Los auténticos escoceses se lo toman solo, si acaso con un poco de sal. Yo prefiero echarle unas pasas o un puñado de pipas peladas. Con semejante desayuno uno aguanta hasta la noche sin problemas, porque, además, por estas tierras el beicon no es como en España. Aquí son auténticas tajadas de unos tres milímetros de espesor. 

Por la noche, comen pescado, sobre todo salmón y bacalao fresco (el popular haddock). Y otro de los platos emblemáticos de estas tierras: el haggis. En todos los restaurantes de Escocia encontrarán ustedes un plato que nunca falta: haggis with neeps and tattis. El haggis es un pastucio marrón conseguido a base de machacar tripas, hígados, corazones y otras vísceras de diversos animales, que se mezclan también con avena y adquieren un aspecto parecido al de una morcilla destripada, aunque su sabor recuerda más al del morteruelo de Cuenca. A pesar de sus ingredientes, tengo que confesarles que está buenísimo, con su guarnición habitual de neeps (puré de nabo) y tattis (puré de patatas). Es una delicatesen que no deben dejar de probar. Yo he cenado eso varias noches y me he traído una lata para hacérmelo en Madrid.

¿Qué decir de la historia de Escocia? Pues que ha sido un estado independiente desde siempre. Hasta 1707 en que, libremente, se integró con Inglaterra, Irlanda y Gales en el llamado Reino Unido (del que luego se separaría Éire) y del que constituye un tercio de la superficie total. El primer gran rey que tuvieron fue David I, en el siglo XII, que era católico y fue el que construyó las monumentales abadías de piedra que pueden verse (en ruinas) por todas partes. Para ocuparlas trajo a frailes franceses (escoceses y franceses siempre se han llevado bien, por aquello del enemigo común inglés). Pero su dinastía se extinguió al final de dicho siglo y los ingleses aprovecharon para poner de rey a un protegido suyo. El problema fue que el protegido les salió rana y se tomó más en serio de lo esperado el papel de líder del pueblo escocés. Y eso inició la guerra entre ambos pueblos, en la que destacó el héroe nacional William Wallace, idealizado en la película Braveheart.

En realidad, el verdadero vencedor de estas guerras que duraron décadas fue Robert de Bruce, que se proclamó rey de Escocia y propició la llegada de los Stewart (conocidos entre nosotros por su apellido españolizado Estuardo). Varias veces se intentó unificar ambos reinos, pero se interpusieron todo el tiempo las guerras religiosas. Inglaterra se había vuelto anglicana, cuando a Enrique VIII se le puso en la polla (con perdón, pero es literal) separarse de la reina y casarse con Ana Bolena. Como el Papa no le dejaba, se autoproclamó Papa anglicano y procedió a autorizarse a sí mismo. Algo así como lo que ha intentado Berlusconi, salvando las distancias. En ese tiempo, una mayoría de escoceses había abrazado la reforma presbiteriana y el resto seguían fieles al Papa de Roma. Eso obstaculizó los intentos de unificación.

Para los presbiterianos, el mundo es una pirámide en cuyo vértice no puede haber nadie más que Dios. Eso de que pretendieran imponerles que la cima de la pirámide la ocupara un señor gordo, adúltero y con barba, no les gustaba nada. Las guerras fueron muy crueles y, entre otras salvajadas, los ingleses destruyeron una por una las abadías escocesas del rey David, precediendo a los talibanes y otros vándalos. Si viajan a Escocia podrán visitar las ruinas de todas ellas, actuales monumentos a la barbarie humana. La única que sigue en pie es la de Glasgow, que fue defendida heroicamente por los poderosos gremios de comerciantes.

Con semejante historia, ¿no creen ustedes que los escoceses están en su derecho de hacer una consulta como la que están organizando? Esta es una historia real, no es un invento como el que se hacen otros pueblos que nunca han sido independientes. Ya he hablado largamente de este tema en innumerables posts y se sabe cuál es mi opinión al respecto. Sólo a título de recordatorio, les repetiré cómo se origina el proceso actual. La cosa empieza en Quebec (Canadá). Los francófonos con capital en Montreal organizan un primer referéndum para separarse del Canadá y lo pierden. Mucho tiempo después repiten la jugada y vuelven a perder, pero esta vez por poquito. Entonces, los partidarios de la secesión declaran alborozados: ya nos queda menos, a la próxima ganamos.

En ese momento toma cartas en el asunto el Tribunal Supremo del Canada, al que su Gobierno pregunta si es correcto que se sigan organizando consultas de este tipo, de forma indefinida, hasta que ganen (y añado yo: sobre todo teniendo en cuanto que, en cuanto ganen y se separen, su primera medida será prohibir las consultas inversas, para proponer volverse a unir. Ya lo comprobarán si un día se separan los catalanes). El Supremo del Canadá dicta entonces la Clarity Act, una Ley de marzo de 2000 que se ha convertido en el texto de referencia mundial para este tipo de procesos.

La Clarity Act establece un procedimiento reglado: para que una región se separe legalmente del Estado al que pertenece, se requieren dos condiciones sucesivas. La primera es que se firme un acuerdo formal entre el gobierno central y el de la región, permitiendo dicha separación. Solo entonces se puede pasar al segundo requisito: una consulta a la población afectada, en un referéndum en el que no basta un 51%, sino que se requiere una mayoría cualificada, en un porcentaje fijado en el acuerdo precedente. Sencillo, eficaz, brillante y todos los calificativos que ustedes quieran.

En la estela de esa norma, el jefe del Gobierno de Escocia Alex Salmond, en cuanto resulta elegido, le pide a Cameron su permiso para organizar el referéndum. Y Cameron dice: vale, hacedlo, total vais a perder. Y firma el acuerdo. Esa es la situación actual y no es creíble que cambie de aquí a septiembre de 2014. Los escoceses son muy listos y no quieren volver a su violento pasado. Viven muy bien, nadie les impide comer haggis ni sentirse orgullosos de su historia, y no se separarán. Aunque al asunto se hayan adherido alegremente personajes públicos tan populares como el actor Sean Connery (pronúnciese Shon), que, por cierto, mucho amor por su tierra, pero en cuanto pudo se largó a vivir a Marbella, donde hace mucho más calorcito, y luego a las Bahamas, donde tiene ahora su residencia. Aquí lo tienen vestido de independentista. Sean buenos una vez más.  
    

4 comentarios:

  1. Si no le he entendido mal, lo que usted pretende decir es que los escoceses tienen derecho a decidir si siguen en el Reino Unido, o se independizan. Y, en cambio, catalanes y vascos no. Un prodigio de coherencia conceptual. Pregunta: ¿no se le cae la cara de vergüenza con semejante planteamiento?

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    1. Me acabo de mirar al espejo y no se me ha caído nada. Respeto su opinión, no sé quién es usted, pero me suena que ya ha aparecido otras veces por aquí. Desde luego que todos los pueblos han de tener los mismos derechos. Incluso el de equivocarse. Yo tengo muy claras mis opiniones, pero no puedo convencer a nadie que no esté dispuesto a abrir los ojos.
      Saludos, en lo que cabe, cordiales.

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  2. El amigo Connery, por otro lado extraordinario actor, vive en esos lugares exóticos no sólo por el clima, sino también para no tener que entregar al Estado escocés cerca de la mitad de sus pingües ganancias, en forma de impuestos. Ya sabe usted que los escoceses tienen fama de ser muy mirados en cuestiones de dinero (por no utilizar otro adjetivo más peiorativo). Por eso este señor se fue a la Marbella del tio Gilito, y después a las Bahamas.

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    1. Gracias por el matiz, que revela que este hombre tiene claras las prioridades: primero la buchaca y después el kilt y lo demás.

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