viernes, 2 de agosto de 2019

857. La locura del turismo masivo

Leíamos estos días la noticia de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, anulando el PEUAT, (Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos), una de las iniciativas estrella del primer mandato de Ada Colau, que se proponía poner orden en el caos en que el turismo ha convertido a la ciudad en los últimos años. Lo curioso es que la sentencia admite que es necesario preservar determinadas zonas de los excesos del turismo y considera proporcionadas las medidas propuestas. Lo echa para atrás, sin embargo, porque las consecuencias económicas y financieras de su aplicación no se estiman debidamente evaluadas y ponderadas, lo que produce inseguridad jurídica. Más o menos podría haberse dictaminado lo mismo del prusés en su conjunto. Perdón, no sigo por esta línea, no teman. Pueden consultar la información AQUÍ.

En Madrid, el equipo de Carmena aprobó una ordenanza casi al final de su mandato, que obligaba a los apartamentos turísticos a disponer de un acceso independiente, lo que hubiera dejado a un 90% de los existentes fuera de ordenación. Honradamente no sé en qué momento de tramitación está ese plan, pero es obvio que no se está aplicando. Son dos ejemplos de cómo las ciudades se están defendiendo de los apartamentos turísticos, una de las manifestaciones del turismo masificado. En algunas ciudades la afección es puntual, sólo en determinadas fiestas, como en la carrera de caballos llamada Il Palio, en Siena, las Fallas, o los Sanfermines. Los residentes en estas ciudades, a menudo se marchan fuera mientras dura el festejo (si pueden, incluso alquilan su casa para sufragarse el viaje). El problema mayor es cuando la cosa dura todo el año, siempre y para siempre. Lugares como Venecia se han convertido casi en un infierno para el residente, un parque temático que lleva años perdiendo población estable. Vean algunas imágenes.



Como ven, nos hemos vuelto locos. Hace años una minoría de los habitantes de la Tierra se movían por otros países, porque no había medios ni curiosidad ni se fomentaba el asunto desde las empresas que ahora mueven el tinglado. Los llamados tour-operadores facturan paquetes completos, o los tomas o los dejas. Y todos te acaban llevando a los mismos sitios, por donde te pasean de la oreja, siempre con prisas y siguiendo al inevitable guía que va por delante con un paraguas o una señal levantada sobre su cabeza. Yo no acabo de saber cuál es el disfrute que se obtiene de participar en esos grupos borreguiles que atestan las plazas y calles de los sitios más solicitados. Pero el haber estado en un sitio lejano es algo que marca estatus, como tener un Mercedes. Luego vuelves y duplicas el placer contándoselo a tus atónitos amigos. Tío, es que yo he estado en Santorinis, oyes. 

Una vez, en una terraza del centro, me tocó escuchar el relato completo de la subida al Machu Pichu, a cargo de un alborozado amigo, que no ahorraba detalle, apoyado por su señora, que asentía todo el rato con cara de éxtasis. La narración era tan vívida, tan expresiva, que hasta me estaba entrando un cierto agobio, por el soroche, también conocido como mal de altura. Llegamos así al punto de la máxima catarsis: –Y entonces superas una última loma y ¿qué es lo que aparece ante tus ojos? (pausa dramática): La imagen magnífica del conjunto del Machu Pichu. Como estaba hasta la gorra de este coñazo, le respondí con un chiste ahora bastante manido, pero que entonces no era tan conocido, por lo que concité enseguida la atención esperanzada de ambos: –Pues yo este año he estado en Toronto y no os imagináis qué maravilla de ciudad, he recorrido todos los barrios del centro, el Museo Real de Ontario, el mercado de Kensington y ya hay un momento que llegas a la primera atracción de la ciudad, la Torre de Comunicaciones, una de las más altas del mundo; allí tienes que esperar una cola de una hora, luego subes en dos ascensores, llegas al ventanal y ¿qué es lo que aparece ante tus ojos? (pausa dramática): Toronto’ntero. En fin, no les hizo ni pizca de gracia; de hecho ya no me he vuelto a tomar una cerveza con esta pareja tan subyugada por el gran turismo internacional. Aquí unas imágenes de la marabunta en dos lugares de China: la Muralla y un templo que no he podido identificar.



En los tiempos actuales, con la memez de hacerse selfies por todas partes, esto del turismo masivo tiene una variable aún más molesta que es la nube de tipos haciéndose fotos con los palos extendidos delante de la Gioconda o cualquier otro cuadro que haya tenido la desgracia de popularizarse entre estas hordas de analfabetos. Hace un tiempo que no voy al Museo del Prado, tal vez porque lo tengo al lado de casa, pero me imagino que será imposible ver Las Meninas en condiciones. Y sufrí algo parecido ante la Ronda de Noche de Rembrandt en el Rijkmuseum de Ámsterdam. A mí ya saben que no me agobian las multitudes, lo que me molestan son los paletos, sean en grupo o uno a uno. Y a veces es imposible pasear por la Gran Vía de Madrid o las Ramblas de Barcelona. Abajo una imagen de las Ramblas y otra de una sala del Louvre. 



Pero, además del coñazo que supone pasear por una calle atestada de gente medio empanada, que se mueve a paso de tortuga, esto del turismo a gran escala tiene otros efectos colaterales perversos. En los centros de las ciudades una parte importante de las viviendas se reconvierte en apartamentos turísticos, expulsando a la población original, al subir exponencialmente los precios de alquileres y ventas. Es un ejemplo prototípico de la llamada gentrificación. Los alquileres turísticos son el nuevo maná para los propietarios de pisos para alquilar que, en ocasiones, recurren a mañas malvadas para echar a los pocos inquilinos que quedan en un inmueble, como abrir las ventanas en tiempo de lluvia, hacer agujeros en el techo con palos o abrir los grifos de las bañeras para que se inunde todo. Es muy difícil para un vecino resistir un acoso de este tipo, sobre todo cuando se suma a algún incentivo económico. Y los barrios del centro se van despoblando y se convierten en parques temáticos. Ni siquiera un país tan cuidadoso y pulcro como Japón se libra de esta lacra. Abajo tienen un par de escenas de Kyoto, la ciudad imperial: el lugar desde donde se ve mejor la Pagoda Dorada y el popular mercadillo callejero de Gion.





En resumen, lo que podemos llamar el sobreturismo tiene unos efectos perniciosos para las ciudades y los países: deterioro del medio ambiente, deshumanización de las ciudades cuyos barrios centrales se convierten en parques temáticos, destrucción del tejido del pequeño comercio que se sustituye por tiendas de souvenirs y hamburgueserías, situaciones de aglomeración humana que pueden ser peligrosas, subidas desbocadas de los precios inmobiliarios, que generan gentrificación y expulsión de los vecindarios originales. Por ello, muchas ciudades están tomando medidas que limiten la avalancha y reconduzcan el tema hacia un turismo responsable. Si no se hace esto, entre todos mataremos a la gallina de los huevos de oro. Hay mucha gente, como yo, que huye de los lugares más masificados y busca cualquiera de las alternativas que te ofrece el enorme acervo de lugares interesantes del mundo.

Pero este fenómeno perverso tiene una manifestación aun más nefasta: los grandes cruceros. Miren, uno no puede nunca decir de esta agua no beberé, pero yo creo que no me subiría a un crucero ni aunque me pagaran por ello. Y eso que tiene una parte hermosa que es la sensación inigualable de entrar a una ciudad desde el mar. Pero eso son unos cuantos instantes bellos, a cambio de pasarte una o dos semanas encerrado en un entorno claustrofóbico sin poder hacer más que gilipolleces (por no hablar de la eventualidad de que te marees). Tiene que ser insoportable. Y luego, te dan suelta en una ciudad en la que tienes el tiempo justo y normalmente ni te gastas un duro en los comercios locales ni te tomas una triste cerveza. Los habitantes de los castigados lugares de las rutas de estos grandes cruceros, sufren estas marabuntas inhumanas e improductivas con resignación cabreada.

Por ejemplo, yo visité hace años la isla de Santorini y, cada vez que llegaba un crucero, nos escondíamos en la habitación del hotel en el que estábamos, hasta que se iban. En lugares como Marsella, sus residentes me contaron el coñazo que les suponen estas avalanchas periódicas de masas de cruceristas descontrolados. Lo mismo sucede en Barcelona, con la que hemos empezado este texto y con la que vamos a terminar. Los catalanes estaban tan entretenidos con su prusés, que ni se enteraron de que la autoridad portuaria había hecho unas obras casi clandestinas para alargar el muelle principal de los cruceros, de forma que puedan atracar los más grandes, como los de la clase Oasis, de la compañía Royal Caribbean (foto de abajo), que mueven a más de 6.000 pasajeros, más una amplia tripulación.

No es de extrañar que los barceloneses se defiendan de este atropello. Les dejo de propina un documental al respecto que responde al expresivo nombre de Bye, bye Barcelona. Fue rodado hace unos cinco años pero ya pronosticaba lo que está sucediendo ahora. Es un documental muy interesante, que dura más o menos una hora, están avisados, si quieren lo ven y si no, pues nada. También lo pueden ver por partes, en pequeñas diócesis, como solía decirse. Sean buenos. Para mí, quedarme en agosto en Madrid es una forma más de resistirme a entrar en la rueda del turismo masificado. Disfruten de la película.


2 comentarios:

  1. Magníficas fotos, impactantes, muy bien elegidas. El documental tiene muy buena pinta, pero yo no entiendo el catalán, como usted, así que lo he dejado por la mitad, porque no me entero. No todos tenemos su facilidad con las lenguas.

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    1. Por favor, esto no es cuestión de lenguas, sino de sentido común. Pone usted a andar la película. Abajo, en la esquina inferior derecha verá un símbolo, justo a la izquierda del letrero de YouTube. Le da usted un click, con el cursor, o con el dedo si su aparato está configurado para eso. Verá que bajo el símbolo aparece una raya roja. A partir de ahí, tendrá subtitulado en español todo lo que se diga en otras lenguas. Esto es el ABC de informática.

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