martes, 30 de julio de 2019

856. Taxi drivers

Algunos lectores se sorprenden de mi cariño por la cultura catalana y hasta creen detectar una contradicción entre mi anti-independentismo y mi aprecio hacia ciertos aspectos del mundillo catalán. A mí me parece que no hay ninguna contradicción. La línea Pujol-Mas-Puigdemont-Torra me sigue pareciendo un hatajo de gangsters. Estoy de acuerdo con Sisa: un poeta puede prometer la luna; un político no y, si lo hace, engaña. La otra parte del movimiento prusesista (ERC) me merece un poco más de respeto, aunque creo que se han equivocado sumándose a la estrategia de los primeros, a sus guerras, sus ritmos y sus prisas, estas últimas debidas, como todos sabemos, a una huida hacia delante para escapar de la cárcel por sus pufos diversos. Aquí todos han metido la pata, sabiendo, como seguramente sabían, que no tenían mayoría en Cataluña, ni tampoco apoyo externo, salvo cuatro fascistas flamencos. Arriesgarse a incumplir la Ley en esas condiciones es suicida. No me gusta tampoco el victimismo del que se alimentan todo el tiempo. Pero habrá que mirar al futuro y ver cómo lo arreglamos, porque el tema nos está enmierdando a nivel nacional, como es notorio y palmario (redundancia ésta bastante usada por los políticos españoles).

Tampoco me gusta todo el universo cultural catalán. Aprecio su literatura, su respeto por el urbanismo, su gastronomía, su rollo con las setas, los calçots y la butifarra, su sentido del humor y algunas cosas más. Pero no me gusta su idioma, como ya he dicho. Todas las lenguas que se hablan por estas tierras son derivados del latín. Y a mí me resultan especialmente gratos de escuchar el castellano, el francés, el italiano y el gallego. También el portugués y el rumano. El catalán, sin embargo, me suena casi como una forma de pronunciación paleta, similar al bable, el castúo o el que se habla en Aragón, que ni me acuerdo cómo se llama. Lo que pasa es que se han empeñado en elevarlo a la categoría de idioma, algo en lo que están en su derecho, por supuesto. Como los vascos con el suyo. Y como yo en opinar que me parece feo y ridículo. También me resulta bastante sosa y desabrida la sardana (comparen con una muiñeira, por ejemplo), y especialmente su versión extrema, el Parao de Valldemosa, cuyo nombre ya lo dice todo.

Sin embargo, en los 70, antes de la llegada de la democracia, Barcelona era una metrópolis con una vida cultural súper rica, que desde nuestra casposa y franquista Madrid mirábamos con envidia. Yo iba bastante por allí en esos tiempos, a casa de mi amigo Jordi-que-no-se-llama-Jordi. Era la única forma de ver en directo a gentes como Bruce Springsteen o Elvis Costello, que sólo tocaban en Barcelona. El mundillo musical era amplio y nutrido, con grupos como la Compañía Eléctrica Dharma, Máquina y otros. El Zeleste era el antro en donde todos se encontraban. Por allí pululaban personajes tan interesantes como Jordi Sabatès o Santi Arisa. Y por encima de todos ellos, dos nombres: Pau Riba y Jaume Sisa. El segundo ha sido siempre uno de mis ídolos. Como ya he contado, hubo un momento en que la presión del nuevo rollo catalanista se le hizo irrespirable, algo que entiendo completamente. Por eso emigró a Madrid y se convirtió por unos años en Ricardo Solfa.

Cuando se fue de Barcelona, Sisa sufría una miopía severa, de la que se operó justo antes de regresar a su ciudad. Y, en su línea, declaró lo siguiente: –Tío, cuando me fui de Barcelona, yo era el rey del mambo, a donde fuera todo el mundo me agasajaba, me abrazaba, me invitaba, no podía ni salir, porque todos me saludaban; era un coñazo y, encima, yo apenas los veía y tenía que fingir que los reconocía. En cambio, desde que he vuelto, otra vez puedo disfrutar del anonimato que es lo que a mí me gusta: voy a cualquier parte de la ciudad y ya nadie me conoce. ¡¡Y yo los veo a todos!! Sisa fue siempre muy peculiar, lo mismo que Pau Riba, un tipo con un punto más violento, un completo ácrata y partidario de probar cualquier clase de droga. Resultado de su creatividad inclasificable, un disco que fue clave: Dioptría (1970). En ese disco histórico estaba el caótico tema que tienen abajo, con aires del Revolution nº9 de los Beatles. Hablo de Taxista (em vaig al cel). No es tema fácil de oír, no hace falta que lo escuchen entero. Se lo traigo sólo para que vean qué tipo de cosas se hacían en Barcelona hace casi 50 años.


La verdad es que los taxistas siempre han dado mucho juego, recuerden la extraordinaria película de Scorsese Taxi Driver (1976), con un Robert de Niro desbocado componiendo un personaje terrorífico, que hoy estaría encantado con Trump, Boris Johnson, Salvini o los de Vox. Yo siempre les he tenido bastante manía a los taxistas por su forma de conducir ventajista e invasiva pero, miren ustedes por dónde, últimamente estoy cambiando de opinión sobre ellos, por diversas razones. Los taxistas son, en general, como los viejos pistoleros del Oeste; se las saben todas y conducen en consecuencia, meten rueda, ganan la posición y te joden pero nunca de forma peligrosa, porque controlan un montón. Son también un poco como esos defensas veteranos del fútbol que no le dejan un milímetro al delantero, pero no les pitan apenas faltas. En realidad, me he dado cuenta de que yo, que también soy viejo zorro, conduzco de la misma forma y por eso estaba siempre peleándome con ellos, porque competíamos en la misma Liga.  

Pero hay una cosa que siempre me ha molestado especialmente de los taxistas: la roña, la tacañería, esa condición miserable que hacía que se les conociera como pesetos, o pelas. (Curiosa la forma en que el cambio de moneda influye en el lenguaje: ahora a nadie se le ocurriría llamarles euros). No me refiero a que rebañaran hasta el último céntimo, algo lógico, puesto que es su negocio. Me refiero a ciertas rutinas, como la de abrir la puerta de atrás y mear contra el coche, por no gastarse dos duros en un café para poder usar el aseo. O esa costumbre de avanzar en la parada cuando se va el de delante, empujando el coche en punto muerto con la puerta abierta, por no gastar una micra de gasolina en encender el motor y hacerlo sentado como señores. Esa condición cutre, a menudo iba unida a una higiene deplorable, fumar en el coche, mal olor del habitáculo, etc. En la imagen de abajo, pueden ver una escena de su huelga más salvaje, precisamente en Barcelona, cuando colapsaron toda la circulación de la ciudad. ¿Pondrían ustedes la mano en el fuego por asegurar que ninguno de ellos está aprovechando para mear?


Antes, mis batallas contra el típico taxista que te cierra o te chulea, terminaban en un bocinazo indignado de mi parte. El efecto de ese bocinazo, no solía ser muy apreciable. Normalmente, el tipo llevaba un brazo fuera colgando (otra costumbre que odio) y, como mucho, su respuesta se limitaba a usar el meñique para darle unos toquecitos al pitillo para que cayera la ceniza al asfalto. Pero ya les digo que ahora he suavizado mi opinión acerca de este colectivo. ¿Y saben por qué? Pues porque ahora hay otro grupo mucho más irritante: los conductores de VTC. Si los taxistas son viejos pistoleros del Oeste, los de los VTC son como los novatos, los pardillos que están siempre dando el coñazo, en el centro de cualquier atasco, por torpes. No falla: de pronto se ralentiza un carril, te sales como puedes y al final ves al causante. Llevan todos coches negros grandes, impecablemente limpios, con cristales tintados, matrícula de color azul y una pegatina con la bandera de la Comunidad de Madrid en el cristal. No saben nada de la ciudad ni de sus calles. Y, en cuanto no lo ven claro, se quedan parados en el medio, pasmados, dudando sobre si se van a la derecha o a la izquierda. En comparación con estos memos, encontrarte a un taxista es una bendición.

Pero Pau Riba no es el único que ha cantado a los taxistas. Lo ha hecho también, por ejemplo, Lenny Kravitz, el gran músico neoyorkino al que vimos no hace mucho en un vídeo de Mick Jagger haciendo el energúmeno, enfundado en un chándal barato. Kravitz sintetiza en unas cuantas frases su descontento con los taxistas de NY, los titulares de los famosos yellow cabs, que no le dejan montarse, con la prisa que tiene y les pregunta si es por el color de su piel. La canción se basa en un riff muy sencillo pero efectivo, que finalmente resulta hipnótico. Les pido que la vean en pantalla grande, porque las imágenes en blanco y negro muestran a Nueva York tal como yo lo vi en mi primera visita, allá por 1982, antes de entrar en el Ayuntamiento. Un lugar violento, muy inseguro, donde te podía pasar cualquier cosa, pero a la vez apasionante. Véanlo antes de seguir.


He estado en Nueva York cuatro veces, las dos primeras en los 80. En el 82 hice todo un reportaje fotográfico en blanco y negro, que recuerda mucho a las imágenes de este vídeo. Circunnavegué la isla en un barco turístico, subí al Empire State por primera vez, visité el hipódromo de Aqueduct y vi en concierto a unos ancianos Sonny Terry y Brownie McGee en un pequeño restaurante, además de asistir a un concierto de Toots and the Maytals en el Webster Hall, antiguo Centro Gallego de la ciudad, en el que andaba por allí Ron Wood, que se animó a subir a tocar un par de temas con los jamaicanos. Cuatro años más tarde regresé para correr el Maratón. Tardaría después más de 20 años en volver y ya encontré una ciudad diferente, más segura y luminosa, en la que uno se puede acercar al borde de la isla de Manhattan sin peligro. Nueva York es la capital del mundo y una de mis ciudades favoritas. Y ninguna de mis visitas podrá nunca compararse con la primera, en la que descubrí la envergadura y el encanto de esta urbe única. Vean abajo una foto mía de ese viaje iniciático. Estaba yo guapísimo por entonces. Vamos, que daba gloria verme.


En fin, he empezado hablando de Barcelona, he saltado a los taxistas y he terminado en Nueva York. Son los riesgos de empezar un texto sin saber a dónde se quiere llegar. Los músicos de las diferentes tendencias han dedicado a Nueva York algunas canciones sublimes, desde la de Frank Sinatra a la de Alicia Keys. Pero yo les voy a dejar de propina dos algo menos conocidas. La primera es la que le dedicó John Lennon, otro de los forofos de esta ciudad, en la que murió a tiros en diciembre de 1980. La canción se titula Qué pasa New York, es bastante similar a otras suyas que narran historias divertidas, como The Ballad of John and Yoko y, que yo recuerde, es la única de todas las suyas en la que utiliza una expresión en español.


Por último, la mejor de todas, la que aparece en el segundo y último disco grabado en solitario por Joey Ramone, antes de fallecer por un linfoma fulminante a los 49 años. El grupo de sus amigos y familiares quiso hacerle un homenaje póstumo contratando al prestigioso director de cine Greg Jardin para montar este vídeo en el que, mediante la técnica del stop motion, muestra sucesivamente la imagen de 115 neoyorkinos, algunos anónimos, pero la mayoría del mundillo musical, como el hermano pequeño de Joey, que abre y cierra el film. Creo que nunca se había captado el vértigo que está en la esencia de Nueva York, como en este vídeo, que, por cierto, ya lo traje yo al blog hace casi 7 años, a finales de 2012, cuando estaba recién publicado. Pónganse la pantalla grande. Y sean buenos.



6 comentarios:

  1. La lengua vernácula de los aragoneses de los valles pirenaicos, llamada de La Franja, es una variedad del catalán noroccidental, ellos la llaman "la fabla" y, la verdad, por mucho que la reivindique la Chunta Aragonesista, es verdaderamente palurda y siento decirlo, porque yo amaba a Labordeta. ¿Para qué diablos se empeña la gente culta en resucitar artificialmente una lengua con la que no se puede hacer poesía ni del nivel de "El miajón de los castúos"? Otra cosa es el catalán: Esa lengua, fea de cojones en su expresión familiar, sin alharacas lingüísticas, es bellísima como lengua literaria, poética y musical, ya ves la canción de Sisa/Solfa.

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    1. Estoy plenamente de acuerdo, querida, a mí el catalán hablado me suena feo, entre otras cosas por la manía que tienen de hablar muy alto, desde que han hecho de ello una seña de identidad que han de reivindicar a toda hora. Sin embargo, en la canción de Sisa suena precioso. De todas formas, para gustos, colores.

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    2. Puede ser... Eso que dices de que hablan en un tono muy alto, un poco impertinente, creo yo, les gustará quizá que todo el mundo oiga ni nadie entienda, como que dominan un código secreto... ¡Menudo secreto! Incluso yo, con mi desdichada oreja, entiendo lo que dicen. Pero los valencianos son bastante peores, esos sí que engallan el tono y exasperan a los de las mesas contiguas...

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  2. Muy buenas músicas. Lenny Kravitz y John Lennon en línea básica de rock, en las fuentes. No necesito más. Y qué mejor que el vídeo donde solo echo en falta salir yo, que aunque no soy del mundillo musical ni neoyorkino, no desmerecería pues he llevado media vida puesta la Schott Perfecto, que por cierto me la compró mi madre en Londres.
    Pero lo que me llevó a la nostalgia profunda ha sido ver tu foto de esa época. Gracias.

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    1. Gracias, amigo, no suelo sacar fotos mías antiguas en el blog (creo que es la primera) para no incurrir en la inútil nostalgia de mí mismo. El rock básico y directo es maravilloso, el tema de Kravitz me lo pongo una vez y otra y no me canso de escucharlo.
      En cuanto a lo de la Short Perfecto, ya me lo explicarás un día de estos, con un café o unas cañas. Si te quedas en agosto por Madrid, podemos vernos.

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  3. Pues a mí tu foto a lo James Dean, me ha parecido chulísima.

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