sábado, 17 de agosto de 2019

862. Caminando por la ciudad

Si quieres llegar rápido, camina solo
Si quieres llegar lejos, ve acompañado
Proverbio masai

Agosto es un buen mes para caminar por la ciudad. El proverbio de los masai de Kenia, grandes caminantes, diferencia los dos tipos de marcha en función del objetivo. Sin embargo, yo tiendo a aplicar está división en función del escenario. Por la ciudad, me gusta caminar solo. Es ahí, en el medio urbano, donde me siento más seguro. Me encanta observar el entorno circundante, los autobuses, las motos, los paseantes, los escaparates, los policías, los grupos de jóvenes ruidosos, los oficinistas fumando o comiendo un sandwich, las mujeres atareadas avanzando con paso decidido. En cambio, a la hora de hacer senderismo por el medio rural, prefiero al grupo, porque en su seno me protejo de un entorno que no controlo. Si me bajaran en un helicóptero con los ojos vendados en el centro de cualquier ciudad grande que no conociera, no tardaría mucho en orientarme, en averiguar por donde está el centro, en interiorizar el plano y el sistema de transporte público, en decidir hacia dónde dirigirme. En cambio, si aterrizara en medio del campo, ese lugar abierto, desprotegido del sol, lleno de bichos que te pican, sin referencias, sin bares, sin barrenderos municipales, sin tiendas, pues creo que correría serio riesgo de perderme y pasaría una angustia notable.

Viene a cuento esto por un libro que acabo de leer y que me ha encantado. Se llama La Ciudad Infinita, se subtitula Crónicas de exploración urbana y lo publicó la editorial Reservoir Books el pasado mes de mayo. Su autor es Sergio Fanjul, un personaje bastante peculiar, cuya imagen tienen a la izquierda. Asturiano, vino a Madrid a estudiar ingeniería astrofísica, carrera que terminó pero que no ejerce. Además es poeta, ha logrado publicar ya cuatro poemarios, y compagina todo esto con escribir artículos para El País, en los que cuenta sus andanzas por las calles y los barrios de Madrid. En la Web de dicho periódico, mantiene un blog que se llama Bocata de Calamares. No es magra actividad vital, para alguien que sólo tiene 39 años. El año pasado, el gobierno municipal de Carmena, dentro de su idea de extender el programa cultural Los Veranos de la Villa a todos los distritos, le encargó a este señor que redactara unos textos específicos de cada lugar, para ser repartidos en fotocopias por las fiestas de todos los barrios.

Con esos textos, revisados y mejorados por el autor, se ha elaborado este libro. He de revelarles que he tenido noticia de todo esto gracias a una amiga que me llamó y me dijo: –Tío, he empezado a leer un libro y, desde el primer párrafo tengo todo el rato la sensación como de que te estuviera leyendo a ti. Efectivamente, me lo compré, empecé a leerlo y me sentí muy identificado con lo que en él se cuenta. Les diré que el libro tiene una introducción muy larga, en la que el autor cuenta sus orígenes, sus obsesiones, sus ansiedades y su relación con esta ciudad a la que llegó siendo casi un adolescente. A continuación, van los capítulos correspondientes a cada distrito, empezando por el de Centro, donde él vive y donde también vivo yo. El texto sobre Centro es también muy largo, se nota que lo conoce bien y tiene muchas cosas que contar. Bien, pues la larga introducción y el capítulo sobre Centro (entre ambos consumen casi un tercio del libro), son tal vez lo mejor que he leído en mucho tiempo, o al menos la historia con la que más identificado y reflejado me he sentido. Después, no quiero mentirles, el nivel baja un poco, vienen capítulos más cortos y se nota que menos vividos. El resto del libro es irregular, intercala textos más de relleno, con otros de nuevo memorables.

En la introducción, este hombre cuenta cómo era su vida en Oviedo, una ciudad bastante parecida a la Coruña que yo conocí; un lugar burgués, con un cierto nivel económico, un punto elitista, donde la gente se viste bien y organiza su vida en clanes en torno a determinados clubes (el Náutico, la Hípica, el Casino, etc.). A Fanjul le gustaba ya caminar solo por las calles de su ciudad, no le agrada tanto hacerlo por el campo, pero el problema es que, como a mí, la ciudad se le acababa enseguida y tenía que volver sobre sus pasos, con una especie de sensación claustrofóbica, casi de insularidad. En ese medio acomodado, tranquilo y ordenado, en el que él no terminaba de encontrarse a gusto, cuenta que el único lugar un poco canalla donde ver a un personal diferente era la estación de autobuses, subterránea, y especialmente sus aseos, previsiblemente sucios y asquerosos. Luego narra su llegada a Madrid y como descubre que aquí puede caminar indefinidamente sin que la ciudad se le termine. Historias y sensaciones que yo comparto totalmente, aunque no conservo en mi memoria ningún lugar como esos aseos cutres de la estación de bus bajo tierra.

En general, el libro se lee con facilidad, sobre todo por lectores interesados en Madrid y en la peripecia de las grandes ciudades. Entendí que mi amiga confundiera la narración de Fanjul con la mía propia, ambas están llenas de pequeñas historietas, anécdotas, referencias a gente que ha nacido en cada barrio, acotaciones que bordean el cotilleo. Sin embargo, hay una diferencia, en mi opinión. Yo soy un narrador, lo mío es la prosa, mi punto de vista es prosaico y mi visión es siempre vital, alegre, positiva, optimista. Fanjul, en cambio, es un poeta contrastado y la poesía urbana tiene inevitablemente un punto más melancólico, sombrío, pesimista, que el autor compensa con un punzante humor negro. A destacar el relato sobre Arganzuela (titulado Sweet Home Arganzuela) o la descripción que hace del Retiro, una verdadera delicia. Y la visita que hace al gran cementerio de La Almudena, una ciudad dentro de la ciudad, donde hace buenas migas con un sepulturero que decide acompañarlo y le va enseñando todo. Este capítulo termina con un breve diálogo entre ambos, que no me resisto a reproducir:

                    –Oiga, ¿y usted qué cree que hay después de la muerte? –le pregunté.
                    –Es muy fácil –respondió–: que vengo yo y te entierro.

Sergio Fanjul es un humanista, como yo, una persona a la que le interesan todas las materias sin profundizar en ninguna, que tiene una visión enciclopédica del mundo, con la que me identifico totalmente, aderezada en su caso con una cultura vastísima. Me encantan este tipo de mentalidades y cada vez me gustan menos los especialistas en un solo tema, los que sólo saben hablar de lo suyo sin escuchar lo que digan los expertos en otras materias, los que profundizan un día y otro de forma obsesiva en su monotema, sin abrir su mente a visiones propias de otras disciplinas. Karl Marx los definió perfectamente: son tipos que cada vez saben más de menos, hasta llegar a saberlo todo de nada. Si ustedes quieren acercarse con una mirada global a la realidad de los barrios de Madrid, a Vallecas y Carabanchel y Canillejas, nada mejor que leer este libro y disfrutar de las andanzas (nunca mejor dicho) de este explorador urbano.

Porque, según el autor, para conocer bien una ciudad hay que pateársela, hay que recorrerla a pié. Por eso él descarta los medios de transporte públicos o privados cuando hace sus incursiones por el territorio de las periferias más alejadas, aunque eso le obligue a hacer grandes caminatas y atravesar zonas muy inhóspitas. Y cuenta algunas anécdotas que también me han pasado a mí. Por ejemplo, cuando intenta llegar al Puente de Vallecas desde Retiro, cruzando sobre la M-30 por la acera izquierda del puente que inicia la Carretera de Valencia. Hay un momento en que uno se encuentra atrapado en el centro de un nudo de carreteras protegidas con verja de gallinero, del que es imposible salir sin jugarte la vida. Antes hay señales que te conminan a usar el lado derecho y yo las vi, pero ya saben que soy cabezota. Al final, no te queda otra que volver sobre tus pasos hasta el principio del puente, pasar al otro lado y volver a empezar, cruzando por el lado correcto.

En el capítulo sobre Vallecas, se hace referencia a un documental: La Ciudad es Nuestra (Tino Calabuig-1975). Lo he encontrado, está colgado en Youtube y se puede ver gratis. No es algo que les recomiende, allá ustedes, en realidad es un coñazo, pero resulta curioso escuchar a los chabolistas del entorno de Madrid hablando de sus reivindicaciones, antes del gran Programa de Barrios en Remodelación, sobre el que escribí en el blog una serie de cuatro posts. Acerca de este mismo tema versa el capítulo que he aportado al libro que ha coordinado Carlos Sambricio sobre el urbanismo de la transición y que ya está editado y publicado. Este señor me llamó y me dijo que tenía que escribir algo para su libro. Me dio a elegir, yo le hablé de este tema y arguyó que ya tenía dos o tres textos encargados sobre dicho asunto. Pero yo le dije que el mío tendría un punto de vista diferente, más sociológico que urbanístico. En realidad me limité a extractar y sintetizar mis cuatro posts al respecto.

Pero volviendo al documental, su valor es mostrarnos cómo éramos hace 45 años. Es que los paisajes, las escenas cotidianas de la vida en las chabolas, las pintas, la forma de vestir y hasta las dentaduras de los que intervienen, nos remiten directamente a cómo podemos imaginar ahora mismo Albania o Bulgaria. Eso, exactamente, éramos nosotros y de ahí venimos. Incluso se puede ver y oír a Félix López-Rey, el histórico líder de los vecinos de Orcasitas, entonces un joven de pelo negro espeso y mirada neutra tras gruesas gafas de pasta, en el que cuesta reconocer al actual concejal de Ahora Madrid, un veterano canoso y respetable. La forma de hablar, los giros de lenguaje, el modo en que se refieren a las promotoras inmobiliarias y a los poderes fácticos en esos momentos del principio de la Transición Democrática, son muy expresivos y nos muestran por contraste el gigantesco salto que la sociedad española ha dado en estos 45 años, para agarrarse con uñas y dientes al último vagón del progreso y la modernidad, de la mano de la Unión Europea. Aunque conservemos unos políticos más propios de la situación bananera precedente.

Para los paseantes solitarios de la urbe, el sol y el calor no son buenos compañeros. En cambio, la lluvia no suele constituir un inconveniente, sobre todo para los que venimos del norte. Les voy a dejar de propina un tema que se llama Walking in the rain, nada menos que de 1978, o sea casi contemporáneo del documental de Calabuig. Lo firma el grupo australiano Flash and the Pan encabezado por George Young, músico que, siendo casi un adolescente, había triunfado en Inglaterra con el grupo pop Easybeats. En 1976 se aventuró en el mundo del techno-pop con una nueva formación que nos dejó varios temas históricos como este. George Young fue además quien metió el gusanillo del rock a sus dos hermanos pequeños, Malcolm y Angus, que luego crearían AC/DC bajo la tutela de su hermano mayor. George y Malcolm fallecieron el año pasado en un pequeño intervalo de tiempo. Angus sigue con vida, entre rumores de vuelta de AC/DC, una vez que su cantante ha solucionado sus problemas auditivos y con un nuevo batería que sustituya al original, internado en un psiquiátrico. Los alifafes, como ven, acechan también a los viejos rockeros recalcitrantes. De algunas de estas cosas se ha hablado antes en el blog, pero ya saben que mi narración da vueltas todo el rato sobre los mismos temas. Hoy hace un sol de justicia, y yo les dejo este tema que habla de caminar bajo la lluvia, sobre unas apetecibles e inquietantes imágenes de nubes sobre los campos de Texas. Sean buenos.


2 comentarios:

  1. Un post redondo, de principio a fin. Con el he descubierto la figura de Sergio Fanjul, del que estoy leyendo hacia atrás los artículos publicados en El País, y que son muy interesantes. Hasta ahora sólo leía lo que escriben David Trueba y Manuel Jabois, el resto de la prensa es vomitivo. Ahora he añadido a Fanjul y se lo debo a usted. Gracias.

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    1. Gracias a usted. Procuraré echarle un ojo a Trueba y Jabois, ya que usted lo dice.

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