viernes, 23 de agosto de 2019

864. El Calderón I

¡Aaaaay, qué pena más grande que tengo, que están tirando abajo el Calderón! Sí, ya sé que era una cosa prevista, pero qué quieren que les diga, a mí me da una penita, me entra una especie de congoja, me invade una sensación de angustia, que me atribula, me consterna, me aflige y me-sube-me-sube-me-sube asín como de los pies a la cabeza, qu'es que no se pué aguantar tía, que me entra una llantina inconsolable al contemplar las imágenes del estadio en demolición. Qué quieren que le haga, una es asín de sensible. Vean un par de fotos de hace unos días, una panorámica y un detalle.








Algunas pinceladas de historia. El estadio fue edificado en sustitución del antiguo Metropolitano, que estaba al final de la Avenida de Reina Victoria. El Atlético se fundó en los albores del Siglo XX como filial del Athletic Club de Bilbao, por iniciativa de un grupo de vascos de la capital, y se llamó Athletic Club de Madrid. En los años 20 se independizó del equipo bilbaíno y construyó ese su primer estadio, inaugurado en 1923. Después de la guerra, el régimen de Franco lo unificó con el Aviación Club y pasó a llamarse Atlético Aviación. Pero el Estadio Metropolitano había quedado completamente destrozado por los combates en el frente de la Ciudad Universitaria y hubo de ser reconstruido, lo que se demoró unos cuantos años, durante los cuales el equipo usaba el campo del Real Madrid. Las obras fueron financiadas por el Ejército del Aire y dirigidas por el arquitecto Jaime Barroso, que jugaba en el equipo indistintamente de medio, de delantero y de portero, y que luego sería presidente del club. El estadio se reinaugura en 1943. 

Más adelante el equipo cambia a su nombre actual y Jaime Barroso, ya presidente, tiene la idea de construir un nuevo estadio, para lo que cuenta con unos terrenos libres junto al Manzanares, propiedad del Estado. Él mismo hace el proyecto, a medias con García Lomas, futuro alcalde famoso por su uso exagerado de la piqueta de demolición, subido a la cual lo dibujaba siempre el gran Mingote. Barroso era buen arquitecto y, supongo, buen futbolista, pero mal financiero. Unos años después es destituido y deja la presidencia a Vicente Calderón, quien recibe un club prácticamente en quiebra, con las obras del estadio empezadas y paralizadas, y con deudas por todos lados. Calderón hará una gestión eficiente, reflotará el club y conseguirá terminar el estadio, que es inaugurado en 1966 y se convierte en el primer campo de fútbol de España con todas las localidades de asiento. 

Ahora resulta muy sorprendente el hecho de que la tribuna de preferencia se edificara encima del terreno preparado para cerrar la M-30 por el suroeste, pero dicen las malas lenguas que el responsable de este prodigio fue el ínclito Fernando Fuertes de Villavicencio, a la sazón Jefe de la Casa Civil del Caudillo y Consejero Delegado del ente público Patrimonio Nacional, propietario de dichos terrenos. Este señor, que de joven había jugado en el equipo (se cuenta que era un fino y escurridizo extremo izquierdo), ejercía al mismo tiempo de vicepresidente del club, por lo que, digamos, estaba a la vez repicando y en la procesión o, dicho en otras palabras, que se dio la autorización a sí mismo. Esta historia no sé si es una leyenda pero, como si fuera verdadera, la incluí en una de mis dos charlas de despedida de mis compañeros, momento en que me tomaron la foto que ven aquí abajo.



Años después, se hará con la presidencia del club el estrambótico doctor Cabeza, que lo vuelve a dejar todo manga por hombro, hasta el punto de que ha de volver el viejo Vicente Calderón a poner orden. El doctor Cabeza anticipa la llegada del Tío Gilito, que se hará con la propiedad del club, que actualmente conservan sus hijos. Sobre el Tío Gilito hay ahora mismo una serie documental que se llama El Pionero. No la he visto pero, debe de ser bastante buena. Me dicen que es un retrato preciso de toda una época y una cultura, la misma que refleja Rafael Chirbes en sus novelas. Como sabrán, el Tío Gilito llegó a ser elegido alcalde de Marbella al frente de su partido el GIL (Grupo Independiente Liberal) y limpió de mendigos la ciudad por el procedimiento de regalarle a cada uno un billete de tren a Barcelona, entre otras excentricidades, como construir en zonas verdes, etc.



Arriba le tienen, aliviándose del calor marbellí por el procedimiento de abanicarse la panza. He de decirles, que no tuve el placer de saludar a este señor personalmente, pero sí de mantener con él una conversación de teléfono en la que comprobé que el tipo era tal como salía en los medios. Resulta que el Atleti presentó un proyecto para hacer unos locales comerciales en los bajos del estadio. Los de Licencias mandaron el expediente a informe de Planeamiento, para que alguien certificara que había edificabilidad remanente suficiente. En Planeamiento, los expedientes los teníamos repartidos por zonas geográficas. Y este me tocaba a mí, que era un mindundi que llevaba apenas dos o tres años en el Ayuntamiento. Llegué por la mañana al despacho y estaba mirando las entradas del día, cuando entró la secretaria muy azorada: –que está don Jesús Gil y Gil al teléfono.  –¡Dile que no estoy! –No puedo, me ha pillado de sorpresa y ya le he dicho que le paso. En fin, les transcribo de memoria como fue esta conversación ciertamente histórica.

            –Digamé.
            –¡¡MILIOOO!! ¡¡¡¡MILIOOOOOO!!!
            –Buenos días, don Jesús.
–¡¡¡MILIOOOO!!! ¡Joder, que me han dicho que eres un tío estupendo y haces unos informes de puta madre! ¿Cómo estás, hombre?
–Bien. En realidad, el expediente me acaba de llegar y necesito un tiempo para estudiármelo, antes de hacer el informe.
–¡Claro que sí, hombre! Tú tómate el tiempo que necesites. A mí todo el mundo me ha hablado maravillas de ti, así que tengo toda la confianza del mundo, yo te llamo sólo para saludarte y animarte a que te esmeres con el informe, que entre todos tenemos que apoyar para sacar el Club adelante.
–Hombre, yo tengo que ajustarme a la normativa. Dentro de ese margen, procuro ser lo más justo posible.
–¡Claro que sí, hombre! No espero yo otra cosa y no tengo prisa. ¿Viste el partido de anoche? UN ROBO. UN AUTÉNTICO ROBO. ¿Pero qué árbitro es ese, madre de mi vida, pero dónde le han dado el título de árbitro a ese gañán?
–…
–Bueno no te quito más tiempo, hombre, un placer de saludarte por teléfono, hasta luego.

Así era don Jesús: tal cual, torrencial, estentóreo y cambiando de un tema a otro sobre la marcha, sin intercalar ni un por cierto. Fue la única vez que hablamos. Con quien sí que me reuní algunas veces es con su hijo Miguel Ángel Gil Marín, un tipo educado, listo y bien preparado. Pero volvamos al Calderón. En los ochenta, los propietarios del estadio empezaron a utilizarlo para conciertos de rock, y aquí aparece otro de mis recuerdos míticos. El 7 de julio de 1982, tocaban por primera vez en Madrid los Rolling Stones. Habían actuado antes en España, sólo una vez, ocho años antes, en Barcelona, en los tiempos en que la Ciudad Condal nos llevaba una gran distancia en cuanto a modernidad y cosmopolitismo. Pero ahora venían a Madrid y yo tenía una entrada para verles en el Estadio del Manzanares. Y allí estaba yo, en el césped, a donde había accedido unas horas antes para coger buen sitio, bajo un calor y un sol sofocantes, sudando la gota gorda en medio de la multitud.

Como media hora antes de la hora del concierto, empezó a asomar por encima del escenario la ignominiosa forma de un nubarrón negro amenazante, que no hizo sino crecer y crecer hasta tapar completamente el cielo. Por el escenario pululaban desde hacía rato los técnicos de sonido, cuando empezaron a caer unas gotas como monedas gigantes. Nadie del público se movió, las primeras gotas fueron recibidas incluso con alivio. Pero entonces se desató el diluvio universal, la madre de todas las tormentas. Jarreaba sobre nuestras cabezas, pero aguantamos sin movernos, convencidos de que el concierto se suspendería; en aquellos tiempos los instrumentos y los micrófonos no eran sin cables como ahora, estaban enchufados e interconectados por una maraña de cables que se extendía por todo el escenario como una hidra electrificada y parecía peligroso que el grupo tocara en esas condiciones: el riesgo de que alguno se electrocutara era manifiesto.

Y entonces se produjo el milagro. En el momento en que tras la escena arreciaban los rayos y centellas de una tormenta superlativa, en medio del estruendo de los truenos, Keith Richards salió a los tercios y atacó como si nada los acordes iniciales del Under my thumb y Mick Jagger avanzó hasta los medios dando palmas y cabriolas bajo el diluvio: estaba ya tan calado como todos nosotros cuando empezó a cantar. Fue un momento místico, una experiencia iniciática, una catarsis rockera, que dio pie a un concierto ciertamente memorable. Les dejo de propina el tema con que los Stones iniciaron ese concierto maravilloso. Es una filmación casi contemporánea, tal vez de la misma gira, grabada en Arizona. Por cierto, la letra, que pueden ver en los subtítulos, ahora mismo sería censuradísima en medio de la tontuna imperante después del Me Too. En un segundo post les explicaré las vicisitudes y los detalles de la operación inmobiliaria por la que este estadio histórico ha terminado bajo la piqueta. Aprovechen las vacaciones que ya les queda poco.


2 comentarios:

  1. Qué recuerdos, tío. Yo estaba como a la mitad del césped. Nadie esperaba una tormenta como esa. Yo llevaba puestas unas alpargatas de esparto que se echaron a perder y las tuve que tirar esa noche a la basura. Y me agarré un constipado de aúpa. Pero todo estaba bien, a cambio de ver salir a los Stones sobre el fondo de rayos en medio del diluvio.
    Gracias por recordarnos ese momento.

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    1. Gracias a ti, quién quiera que seas. Fue un momento inolvidable.

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