miércoles, 14 de agosto de 2019

861. Achaques, molestias y alifafes

A las puertas del ferragosto, como otros años me encuentro en un momento de tranquilidad, aprovechando la calma chicha laboral, acentuada por el cambio de gobierno municipal, y disfrutando también de la ciudad con niveles de gente y de tráfico bastante agradables. Encima, la climatología nos está dando un respiro después de los sofocos de julio. Es el tradicional momento para la reflexión y el diseño de las grandes líneas del año que empieza. Porque el año empieza en septiembre y no en enero, como se empeñan en marcar los calendarios. Algunos seguidores me están urgiendo últimamente a que cuente algo más sobre mí, que no hago más que hablar de temas generales, dicen, y que les tengo en ascuas. Mira que son cotillas. Bien, pues intentaré complacerles.

¿Así que quieren saber de mí? Pues de salud estoy bien, gracias. Como saben, en los últimos meses me he sometido a un chequeo exhaustivo. ¿Por qué? Pues porque más o menos cada dos o tres años debo hacerme una colonoscopia a causa de mis antecedentes familiares. Y, en el mundo actual, uno no puede ir al médico y decirle: quiero hacerme una colonoscopia y ya. No, de ninguna manera. El tipo se pone serio, adopta su gestualidad más doctoral y le explica a uno que, a las edades que va teniendo, es muy conveniente mirárselo todo, por si es caso, que decimos los gallegos, just in case, que dicen los yanquis. Como les conté, la colonoscopia me salió niquelada, saqué un diez cum laude. Pero, a las edades que voy teniendo, hay una cosa segura: si te miran, te encuentran algo. Y si te miran mucho, te encuentran muchas puñetas.

No estoy seguro de haber entendido qué coño es lo que me han encontrado, salvo los triglicéridos sedicentes, pero la cosa es que, ahora mismo, me estoy tomando dos pastillas a la hora de comer y otras cuatro por la noche. Seis en total. Ya tengo un pastillero, como cualquier abuelo porruto, algo que me irrita bastante. Si bien, he de aclarar que, entre los seis productos que ingiero regularmente, hay tres que ya tomaba antes. En primer lugar un sobrecito de Amedial Plus, que es un complejo de magnesio, colágeno, L-carnitina, hialurónico y vitamina C, especialmente indicado para corredores y atletas diversos. En segundo lugar, una melatonina de 5 mgs. para ayudarme a coger el sueño por las noches. Y además la medicación para mantener a raya el colesterol. Y entre los tres nuevos hay una cápsula de vitamina E, que me dijeron que la tenía baja (por cierto, como cualquiera que viva en una ciudad como esta).

Así que, medicamentos, lo que se dice medicamentos, sólo me han recetado dos, uno para los triglicéridos y el otro, honradamente, ni puta idea de para qué. Se trata de un tratamiento conjunto que debo seguir durante seis meses, con promesa de que, si pasado ese tiempo se me han arreglado las averías, eliminaremos el pastilleo extra. Veremos. Para compensar la imagen esa de abuelo con colección de pastillas de colores para comida y cena, además de bailar en mi renovada terraza y autograbarme para la posteridad, he vuelto a repetir lo que ya hice el año pasado: iniciar la temporada de entrenamientos a mediados de julio, un mes antes de lo que solía. Y llevo ya cuatro semanas cumplidas saliendo a correr por el Retiro, a razón de tres días por semana, con regularidad y marcas aceptables: el año anterior entrené bastante y hacía muy poco que lo había dejado (las últimas veces que había salido antes de parar, estaban montando las casetas de la Feria del Libro).

Como les cuento cada año, empezar la temporada en verano con todo el calor, es duro, pero tiene la ventaja de que luego, cuando va refrescando, vuelas. Lo que pasa es que el calor que ha hecho este año ha sido algo fuera de escala. De forma que la única hora en que podía salir a correr era por la mañana, antes de ir al trabajo. Y, para poder llegar a la Isla de Alcatraz antes de que cierren el control, tengo que salir de mi casa en dirección al Retiro a las 6.30, teniendo en cuenta que el recorrido completo me lleva unos 45 minutos, incluyendo una tanda de estiramientos de casi 15. Luego, ya en casa, tengo que hacer abdominales y pesas, ducharme, desayunar, vestirme y finalmente conducir media hora hasta el curre. No sé si suelen estar levantados a esas horas, que en inglés llaman the we we hours, pero les juro que, a las 6.30 en Madrid y en agosto, es noche cerrada. Y es una sensación ciertamente singular la de subir la Cuesta de Moyano en medio de la oscuridad, totalmente solo y en traje de runner. Y con 68 años.


Me detengo a hacer mis estiramientos en la entrada del llamado Parterre, cerca del árbol más viejo de la ciudad, un ahuehuete mexicano, cuya imagen tienen arriba. Este árbol, conocido como El Abuelo, ha sido datado en torno a 1830 y puede vivir más de 2.000 años, por lo que de abuelo nada: está en su plena juventud. En este punto mágico de un parque que ha sido propuesto para Patrimonio de la Humanidad (en octubre vendrán los expertos de la UNESCO que han de informar la petición), es una verdadera gozada estirar, mientras va amaneciendo y aparecen los primeros compañeros corredores. Luego ya hago todo el recorrido circular hasta mi casa con luz del día. He estado haciendo eso dos veces por semana, porque la tercera, en sábado, podía empezarla más tarde. Pero esta semana las temperaturas se han aliviado y he pasado a salir al atardecer. En general, yo prefiero correr con luz natural, para evitar peligrosos tropezones, porque lo cierto es que no veo un burro a dos pasos, que ese es el otro frente médico que tengo abierto. No sé si lo conté, pero hace tiempo que empecé a notar que veía mal por el ojo izquierdo. Me acerqué al óptico a pedirle que me cambiara el cristal de las gafas. Pero me dijo que esa no era la solución y que debía ir al oculista, porque las dioptrías en ese ojo habían pasado de 1,5 a 4.

El oculista me examinó y dijo que tengo unas cataratas de libro. Me prescribió unas pruebas previas, necesarias para descartar otras patologías (pruebas que ya me he hecho en una clínica de Argüelles), y me citó de nuevo el 2 de septiembre para que, con el resultado de las pruebas a la vista, fijemos la fecha de la operación, no antes del 15 de octubre, porque tengo un par de viajes cerrados que quiero hacer antes de dicha operación y cuyo destino no he desvelado todavía en el blog. Tiempo al tiempo. En fin, que a mí me gusta más hablarles de otras cosas, de los interesantes fenómenos globales que están aconteciendo por el mundo, pero son ustedes los que me persiguen con sus ansiedades cotillas por saber de mis intimidades, así que ahora no se quejen. ¿Cómo? Ah, que no querían conocer mi estado médico. Que lo que quieren saber es si me jubilo o no. O sea, que mi salud les importa un rábano. Joder qué listos que son ustedes. ¿Que cuándo me jubilo? Eso me gustaría saber a mí también.

La verdad es que en esta tribuna, parece que se cuenta todo, pero lo cierto es que yo hablo sólo de lo que me da la gana. Por ejemplo: ¿saben ustedes si tengo pareja o no? Si lo saben, no es por el blog, desde luego. Pues el asunto de mi trabajo y cuándo me jubilo, ha entrado en esa misma esfera privada y en este momento no puedo hablar de ello en el blog. Hay una serie de circunstancias sobrevenidas que me tienen en stand-by y que me aconsejan ser prudente y discreto. Cuando se despejen las incógnitas, será el momento de tomar esa decisión que todos esperan. Entonces les daré las explicaciones pertinentes y lo entenderán todo. De momento, he de recurrir a la frase genial de mi amigo el Coronel: estaba deciso y vuelvo a estar indeciso. Además, a este blog no le va mal un poquito de misterio ¿no? En cualquier caso, lo mejor que he escuchado sobre esto de la jubilación y cuándo resulta pertinente encararla, es este pequeño fragmento del gran Javier Cansado, que les dejo de propina. Sigan disfrutando de los días de asueto. Y no sean tan ansiosos, que todo se contará a su debido tiempo.


2 comentarios:

  1. ¿No ha pensado en la posibilidad de que todas esas pequeñas puñetas que le pasan, se deban precisamente a su afán por seguir corriendo?

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    1. Supongo que está de coña. De otro modo se estaría usted retratando como un cenutrio. Si está de coña, pues bienvenida la coña.

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