lunes, 28 de agosto de 2017

666. Callejeando por Siarl

En fin, me ha pillado el número del diablo sin tener nada preparado al respecto, así que, para subsanarlo, voy a empezar por ponerles un clásico, el Sympathy for the devil de los Stones, una de las canciones más hipnóticas de la historia del rock. Hace años yo solía empezar mis conferencias en inglés con cara traviesa diciendo Please allow me introduce myself. Dejé de hacerlo cuando vi que el público ya no me reía la gracia, porque esta canción había dejado de ser una referencia para las nuevas generaciones. La letra es bastante terrorífica, ya saben, yo estaba allí cuando Jesucristo dudó y luego me aseguré de que Pilatos se lavara las manos; también cuando mataron a los zares en San Petersburgo y cuando cayeron los Kennedy. No hay duda de que el señor de que se habla se paseó por las Ramblas de Barcelona hace unos días. Y luego está el coro ese uh-uh, del que es difícil advertir cuando empieza: primero no está y, en cuanto te descuidas, ya se ha colado en la canción y no ceja hasta el final. Disfrútenla hoy, con motivo del post 666.  


Siarl es la forma en que los americanos pronuncian Seattle. Una precisión al respecto. Por la misma regla, Beatles deberían pronunciarlo Biarls. Sin embargo, lo pronuncian Birls. ¿Por qué? Pues por la presencia de la doble-te. La doble-te rescata la a anterior, que se pierde cuando la te es única. Mi amigo Ed, ahora disfrutando de unas merecidas vacaciones, a cuyo taller de conversación inglesa espero incorporarme en septiembre, me explicó esta y otras reglas. En la primera clase a la que asistí le dije que el inglés era muy difícil para mí porque no tiene reglas de pronunciación. Su respuesta: por supuesto que existen reglas de pronunciación en inglés y además muy estrictas, otra cosa es que usted no las conozca.

Volvemos, pues al martes 1 de agosto, día en el que amanecí en mi cuarto del Bellmont Inn de Seattle o Siarl. Este hotel no tiene restaurante, por lo que me vestí y salí caminando en dirección al mar. Más allá de la Primera Avenida, hay todavía algunas otras, hasta llegar a la última, que se llama la Alaskan Way, el camino de Alaska. Pero yo la tomé en dirección contraria a Alaska, para recorrer el puerto hacia el sur. Algunas imágenes.




Continué mi camino hasta llegar a la parte trasera del Pike Place Market, uno de los lugares obligados de ver en esta ciudad. Desde la Alaskan Way hay que subir por unas escaleras, porque la entrada principal, desde la Primera Avenida, está tres plantas más arriba. Estamos ya en la zona de los mayores desniveles. A media escalera encontré un pequeño antro del que salía un olor a café estupendo. Se llamaba Zig-Zag Café. El aroma me llevó adentro de cabeza (no había desayunado). El local lo llevaba una chica que hablaba español. Me contó que su madre la había parido en Altea y que había pasado allí su niñez. Luego se habían tenido que volver pero ella seguía añorando España. Me dio un café de tamaño doble, con tapadera y pajita, pero no tenía bollos. Para redondear el desayuno, me recomendó ir a De Lurentis, en la esquina con la Primera Avenida. Allí tenían unos muffins maravillosos y no les importaba que trajera el café de otro lado.

Tras desayunar, me topé justo enfrente con una oficina de información turística en la misma plaza de acceso al Pike Market. El tipo era amable, me preguntó si tenía interés en visitar museos y le dije que no, que lo que me gustaba era callejear (hangin’ round). –A mí también, me contestó. Le pregunté por alguna tarjeta de transportes. La había, pero no me compensaba para dos días. –Es que esta es una ciudad muy grande –le dije– y, si cada vez que cojo un bus tengo que pagar 2,50$... Entonces me explicó que, si yo tenía más de 65 años, sólo debía pagar un dólar. Agradecí la información, me acordé de toda la familia de los dos conductores bordes del día anterior, que no habían tenido a bien avisarme, y me fui a visitar el mercado, que es muy interesante, aunque era un poco temprano y estaban todavía montando los puestos. Si el mercado de Granville en Vancouver, me había recordado al elitista de San Miguel en Madrid, este remitía más a la Boquería de Barcelona: era un mercado de verdad, donde se vende toda clase  de comida, además de productos de artesanía y souvenirs turísticos. Alguna imagen más.






La última de las fotos corresponde al primer Starbucks Coffee que se abrió en el mundo. Porque han de saber que esta es una ciudad de emprendedores, donde nacieron además otros gigantes empresariales, como Microsoft, Amazon o la primera fábrica de aviones Boeing, ahora convertida en museo. Estuve, en fin, bastante rato por el mercado, pero ya había desayunado y me encontraba con fuerzas para afrontar cualquier cuesta que me saliera al camino. Salí pues en perpendicular a las avenidas, con intención de alcanzar la calle Broadway. Tomé la calle Spring, un tobogán de cuestas, porque, según el plano, permitía cruzar por encima la Autopista Nacional 5, que atraviesa la ciudad de sur a norte. Quería llegar a la calle Broadway lo suficientemente al sur como para encontrar lo primero que buscaba: la estatua de Jimmy Hendrix.

Por si no lo saben, Jimmy Hendrix nació en Seattle, aunque de niño pasaba largas temporadas en casa de su abuela en Vancouver. Anduvo de acá para allá hasta que se alistó en el ejército para evitar que lo metieran al trullo por robar coches para irse de juerga. Luego ya no volvió mucho por Seattle. Pero el hecho es que nació aquí y que la ciudad le erigió una pequeña estatua en la calle Broadway, que yo quería ver. Y tengo que decir que me decepcionó bastante. Tal vez impresionan más las cosas que te encuentras por sorpresa. Pero lo cierto es que es una estatua pequeña y bastante fea, en mi opinión, y además en un lugar gris e impersonal. Nada que ver con la de Lenin. Juzguen por ustedes mismos.

Broadway adelante se atraviesa por una zona de edificios de la Universidad. Había bastante ambiente a pesar de ser verano. Amplias plazas arboladas llenas de chavales con libros y mochilas, edificios de ladrillo bastante nuevos, paradas de autobús, alguna cafetería. Caminando un poco más por la avenida, entré en el barrio de Capitol Hill, otro de los que me había recomendado mi sobrina. Es esta una zona de casas de hasta tres o cuatro pisos, donde viven muchos estudiantes y hay también una cierta marcha nocturna. Algunas vistas matutinas. Arriba la uni, abajo y al medio Capitol Hill.




En Capitol Hill había una oferta de restaurantes de todas las partes del mundo. Vietnamitas, chinos, peruanos, hamburgueserías. Elegí el Rooster, un Tex-Mex-BBQ en el que me tomé un plato combinado con pollo, patatas y una ensalada, en una mesita de terraza en la propia avenida Broadway. Después tomé las calles Denin y Bell, para volver a Belltown. Doy todos estos datos porque sé que hay algunos de mis lectores que se bajan el Google Maps y van siguiendo mis recorridos. Este camino, tenía las cuestas en sentido descendente, lo cual está mejor, excepto para las rodillas. Seattle es una ciudad llena de obras en solares inmensos, donde se ven excavaciones gigantescas y grúas por todas partes. Tal vez los parados que se ven por las esquinas de Bellmont están al acecho por si viene alguien a contratarlos, como se hacía antes en la glorieta de Legazpi, que también estaba llena de gente. Con la regulación laboral que tienen en este país no sería de extrañar.

Llegué al hotel y me subí a echarme una siesta, como me gusta hacer en vacaciones. Había caminado toda la mañana, calculo que unos seis o siete kilómetros, además de todo el rato que estuve en el mercado, y necesitaba descansar un poco. Cuando me desperté empecé a buscar un lugar donde escuchar un poco de jazz esa noche. El hombre de la información turística me había señalado unos cuantos, uno de ellos no muy lejos del hotel: el Dimitriou’s Jazz Alley. Ese día se anunciaba un concierto a las 7.30pm: Lee Ritenour con Dave Grisin. Mentiría si dijera que me sonaban de algo. Entré en Internet y busqué información sobre ambos. Resulta que se trata de dos viejos colegas del combo de Sergio Mendes y su Brasil-66. Un grupo cuyo nombre indica la fecha de su lanzamiento. Y sólo le falta un 6 para redondear el número de este post. Conexiones inexplicables. En cualquier caso, la prehistoria de la música actual. Tenían que ser muy mayores.

Pero Lee Ritenour es de mi quinta, año arriba, año abajo. Debía de ser casi un crío cuando entró como guitarrista del grupo. Dave Grisin sí que es mayor: 83 años. Era el teclista. Entré en la página del Dimitrious y abrí el programa para sacarme una entrada. Era un coñazo. Te pedían cuarenta datos, seguramente para fidelizarte y luego enviarte propaganda. A la tercera pantalla de petición de datos me harté y anulé la operación. El lugar no estaba muy lejos, era martes y pensé que podía caminar hasta la puerta y ver si me vendían una entrada en la taquilla. Seguí enredando un rato con el ordenador y, a las 6.30pm, bajé a la calle. Esta vez tenía que ir hacia el interior, en busca de la Cuarta Avenida. Encontré el lugar, me acerqué a la taquilla y pedí una entrada. –¿No tiene usted reserva?– me dijo una señora de pelo blanco. –No. –No se preocupe, queda alguna mesa libre. ¿Sabe que la entrada cuesta 34$, más lo que se tome usted después? Lo sabía.

Un rato más tarde estaba en una mesa, detrás de los teclados, ante una pinta de IPA beer. Con la segunda me pedí una ensalada, el plato más barato que había, porque no tenía demasiada hambre. Era el único que estaba solo en su mesa. Entre el público, que llenaba el local, mayoría de veteranos en grupos ruidosos. Salieron los músicos, que eran también veteranos y muy buenos. Lee Ritenour es muy simpático y hablaba bastante con la gente, entre tema y tema. Los demás guardaban un prudente segundo plano. La música que hacían era del llamado jazz-fusión, lo que remite a Miles Davies y a Wheather Report, entre otros. Y a Pat Metheny, por supuesto. Les acompañaba un bajo negro, también de más de sesenta, que empezó sentado y medio adormilado, limitándose a cumplir. Pero, como todos los negros, fue cogiendo marcha y acabó cantando y jaleando con palmas al personal. Los negros se dice que son diesel.

El cuarto y último miembro de la banda era un batería muy joven, que tenía una nariz idéntica a la de Ritenour, de lo que deduje que tal vez era su hijo. Lo confirmé luego en el programa: tenía el mismo apellido que el jefe de la banda. Hicieron un concierto largo e intenso. A sus 83, Grisin tiene un ritmo que no decae en ningún momento. Reconocí algunas melodías de Jobim, de Gilberto, de Stan Getz. Saqué algunas fotos, aunque mi cámara no es muy efectiva en la oscuridad. Se las dejo abajo, de despedida. Queda decir que el camarero me invitó a una tercera pinta de IPA beer, de la que sólo me pude beber la mitad. Y que salí del lugar en el calor de la noche con la cabeza envuelta en vapores alcohólicos y jazzísticos. Y que caminé por la Cuarta Avenida de vuelta, en medio de la gente que se mueve a esas horas por las ciudades, de vuelta a sus casas o saliendo de farra. Estaba todo el trayecto muy concurrido. Un día vivido en Seattle, una ciudad americana que es todas las ciudades, disfrutando de sus calles, de su gente y de su música. Aún me quedaban un par de días por América, antes de regresar. Ya les cuento. 






2 comentarios:

  1. Me encanta su página porque siempre hay referencias musiqueras de los buenos tiempos: Rollings, Jimmy Hendrix, Wheather Report. Lo de Sergio Mendes ya me queda más lejos, apenas había nacido. Enhorabuena por ese viaje tan lleno de música, kilómetros de caminata y buenas pintas de cerveza.

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    1. Gracias hombre. Aquellos sí fueron buenos tiempos para el rock.

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